domingo, 5 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 13 - Dudas

 Estaba nervioso, inquieto y hasta algo congestionado, probablemente por soberbia. ¿Cómo se  lo había permitido? Nadie deja a Sutton plantado. No se lo explicaba. Con ella había sido correcto, educado y hasta  estuvo a punto de perder  la cabeza una extraña noche y de cometer una barbaridad. Tenía que reconocer que, además de su mano derecha, se había interesado por ella, en un plano que sabía no aceptaría. Por eso decidió estar ausente y, buscar consuelo en otro hombro que no le aportaba soluciones, pero al menos mantendría su cabeza despejada, centrada en lo que hacía allí  esa mujer, que, de ninguna de las maneras reemplazaría a Evelyn.

Se atrevió a llamarla, por su nombre. Es decir por primera vez admitió que la quería cerca no sólo por su trabajo, sino por algo más. ¿Pensaría ella lo mismo? Era un magnífico amante. La fama le precedía entre sus círculos y, quizá por ese motivo, ella se asustara aquella noche. La cercanía se producía mágicamente por parte de ambos. Su corazón latía apresuradamente cuando su mano tenía entre ella la de Evelyn. Era algo muy especial que nunca, hasta ese momento, había sentido. Jamás. Quería abrazarla, besarla, protegerla hasta de él mismo. La deseaba con todas sus fuerzas y, durante unos instantes, estuvo a punto de perder la cabeza, pero ella no estaba en condiciones de corresponder. Ni  siquiera  de estar consciente de lo que ocurriría. No abusaría de ella, en ningún momento. Evelyn no era una más, no era una muesca de conquista. Representaba el lado hermoso de su vida, ese lado que quería ignorar y, que a menudo lo hacía, menos cuando estaba cerca de ella.

Tenía sentimientos encontrados ya que, anhelaba verla, pero al mismo tiempo, le desesperaba la frialdad con que ella actuaba. Sólo la importaba trabajar bien, como él deseaba, ignorando que no era eso lo que ansiaba, sino tenerla entre sus brazos, besarla y hacerla suya hasta que el fin del mundo les sorprendiera. Para él, todas esas sensaciones eran nuevas. Nunca había sentido nada igual por una mujer, probablemente porque a todas las consiguió con facilidad, y esa facilidad, hacía que perdiera el interés por la fémina desde el primer instante, a pesar de que llegará hasta el final, sin interés, pero sin fallos.

¿Desde cuándo  le ocurría eso? Desde muy joven nunca tuvo problemas ¿Qué había ocurrido? Pues ni más ni menos que ella entró a trabajar en su casa. ¿En qué momento surgió la chispa? Casi no se veían, pero si alguna vez coincidían, su rostro era como un imán para él. A veces bajaba hasta el despacho de Frederick con alguna excusa, sólo para poder verla aunque fuera un segundo.

De repente ideó algo para tenerla cerca, muy cerca de él, pero sin que ella se percibiese de ello: sería su mano derecha. Su secretaria particular. Quién le llevase su agenda. De este modo, cada mañana, siquiera por unos minutos, la tendría cerca, muy cerca, y se mirarían, y escucharía su voz, aunque fuese en asuntos de trabajo.

Al mismo tiempo no quería reconocer que lo que pasaba es que sentía una atracción máxima hacia esa muchacha desconocida hasta entonces por él. Con ninguna otra le ocurría. El simple ligero roce de su mano al entregarle un papel, hacía que el corazón se le disparara.

Hubiera deseado tenerla más cerca todavía, en su mismo despacho. Tener la oportunidad de poder levantar la vista y verla, absorta en su trabajo. Que ambos, respirasen el mismo aire. 

Se contradecía: era demasiado, se daría cuenta y la ahuyentaría más que acercarla. Y entonces ideó habilitar la sala preferida de sus padres e instalarla allí. Sólo había que cambiar de sitio algunos enseres, para hacer hueco. en el lugar para poner su escritorio. La tendría cerca pero al mismo tiempo en el lugar más íntimo  y privado de su casa. Sólo entraban en él, las mujeres encargadas de su mantenimiento. Y ella que  estaría entre los recuerdos más preciados de su familia.

Al mismo tiempo de recrearse en esos recuerdos, le atenazaba el corazón, porque en ella sólo había distancia de jefe a empleada. Muchas veces a solas, se empeñaba en analizar esos sentimientos de repente sentidos y desconocidos hasta entonces para él.  No podía, ni quería compartirlos con nadie. Aunque le torturase la frialdad de ella, el tenerla cerca, el verla aunque fuera al cabo de los días, le hacía más humano. Ni siquiera con sus más íntimos amigos, casi siempre mujeres, se atrevía a comentar lo que sentía. Lo quería para él solo, aunque con una falsa fachada, pareciera que nada había cambiado, que seguía siendo el hombre erótico para sus amantes, el más deseado y no sólo por su atractivo, sino también por su posición social.

De tal manera que con nadie abría su corazón, volviéndose, poco a poco y sin darse cuenta,  hermético, incapaz de reconocerse así mismo. Porque este nuevo sentimiento nunca conocido, le hacía infeliz ya que la persona que desearía conquistar sólo le veía como a su jefe, ni siquiera como a un compañero de trabajo. Y eso le enfurecía y a veces lo pagaba con ella misma, sin razón aparente.

No deseaba mirarla, aunque los ojos se fueran detrás de su figura. No quería entablar con ella alguna conversación intrascendente. Como las que se entablan entre los compañeros que trabajan juntos. Entre ellos no podía haber esas cosas tan comunes. El tratamiento era otra barrera: señor Sutton... señorita Evelyn... Cuando en realidad sus deseos serían tomarla por un brazo atraerla hacia él y besarla hasta que se desmayara.

— ¿Qué demonios estoy pensando? — se decía malhumorado por su frustración.

Y ahora se había enterado de que había desaparecido de su vida. Que ya no volvería a verla, ni a reñirle por cualquier insignificancia. Ni poder invitarla a comer . A nada. No podía hacer nada.

Se enfurecía con él mismo. Necesitaba a alguien con quién consultar lo que le estaba pasando, aunque en realidad lo sabía muy bien, pero se negaba a reconocerlo porque pensaba que, pasando la novedad, todo volvería a su sitio, como siempre. Quería ignorar que no era el mismo sentimiento que tenía por ella, que con otra, fuera quién fuera. Ella era la portadora exclusiva de ese amor furibundo que, de pronto, había nacido y crecido dentro de él. La desorientación nacía y crecía en su cabeza.

¿Cómo actuar ahora? ¿Ir a su casa y pedirla perdón por su brusquedad en el trato? ¿Confesarle sus verdaderos sentimientos? Una frase, en principio pequeña, se agrandaba poco a poco:

— Cásate conmigo

Eso aún le inquietaba más. De ninguna de las maneras. Se negaba que el sentimiento recién descubierto fuera de los que escuchaba entre sus antiguos amigos :" para toda la vida". No se imaginaba sentado frente a la chimenea con un libro entre las manos, dejando pasar los días, los meses, los años...Si, haciéndose viejo, pero con su mano enlazada en la de ella. Es así como se veía, como se soñaba, por mucho que se negara a aceptarlo.

La llamaría, la pediría verse y trataría de que diera marcha atrás. Recordó que tenía una invitada que él mismo había llevado hasta Cheltenham y que allí seguía. Su instinto le decía que se pusiera en camino rápidamente antes de perder la pista de Evelyn, porque intuía que no volvería a verla. Trataría de que volviera, a pesar de que intuía que ella diría que no. La pediría le explicase qué había hecho mal y que no se repetiría. Necesitaba saber a qué se debía esa decisión tomada que intuía fue repentina. Pero ¿por qué? ¿Qué había pasado en ese espacio de horas para que todo cambiase tan radicalmente?

E impulsivo como era, no lo dudó más. Prepararía el viaje de regreso a casa. Dejaría a la amante de turno en su casa con cualquier excusa e iría a buscarla dispuesto a sentarse frente a ella y pedirla, si no suplicarle, que volviera de nuevo. Que todo había cambiado y que la necesitaba como secretaria y como su compañera en la vida.

Esto último, le sonó demasiado trascendente, pero es que era eso lo que sentía. Trataría de enamorarla, de conquistarla  y no sólo como trabajadora, sino como algo más profundo que de repente había descubierto. ¿Para qué fue hasta la mansión del campo? ¿Acaso no lo sabía de antemano? Lo que nunca imaginó, es que ella aprovechara su ausencia para alejarse de él definitivamente. ¿Acaso  tenía miedo a su reacción? ¿Miedo de él? Jamás la haría daño alguno y eso es lo que debía hacerla comprender.

Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba con una mujer que aún permanecía en la cama esperando sus favores. 

— Hasta ese punto hace que pierda la noción de las cosas — se dijo al tiempo que se volvía hacia la pareja de turno

— Hemos de regresar a Londres

— ¿Ahora? Pero si...

— Si, ahora. Ha ocurrido algo inesperado que he de solucionar, y cada minuto cuenta. Levántate y ponte en movimiento.  He de llegar antes de que...

— Estás muy raro. Antes de que.. ¿Qué ocurre?

— Contigo nada. Todo ha estado muy bien, fabuloso. Pero ahora mi cabeza  no está para placeres sino para resolver problemas. No me hagas perder tiempo en darte explicaciones

— ¡Claro que has de darme alguna explicación! He desatendido otros encargos

-No me hagas reír. Has venido encantada de la vida, Te lo compensaré sobradamente, pero ahora ahueca el culo de una vez.

Media hora después enfilaban la carretera que les conduciría a Londres. Iba silencioso, como si estuviera solo en el coche. Ni siquiera puso música; necesitaba concentrarse en lo que para él era una problema de máxima urgencia. De su llegada dependía su futuro y presentía que no era halagüeño.


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