sábado, 12 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 13 - Días de rosas y vino

Y lejos de Suiza, Mirtha se preguntaba muchas cosas, pero ninguna respuesta obtenía.  No entendía el porqué no había tenido noticias de Alfred, siquiera por cortesía. Ignoraba cuándo se marchó ni cómo le estaba yendo en Ginebra.  Se consideraban amigos pero, sólo a través de Mildred y por su relación con el que fuera el adjunto, se había enterado de que estaba instalado, estudiando y trabajando muchísimo.  Probablemente esa sería la razón para el olvido de su existencia.

Su vida no había sufrido ningún altibajo.  Seguía plana, es decir rutinaria.  Trabajaba en la misma inmobiliaria, pero estaba empezando a cansarse de ese trabajo.  Se encontraba mayor, a pesar de no llegar a los treinta  Andaba de nuevo un poco perdida. Se acordaba de Alfred, le echaba de menos. Al menos con él podía hablar de todo lo que la ocurría, porque sabía que la escuchaba y comprendía.  Pero ahora no estaba y, seguramente, pasado el tiempo, cuando regrese, ya no será lo mismo. Estaba soltero, y quién sabe si allí encontrase  a alguien semejante a él y decida formar pareja.


Al llegar a este punto, se detuvo. La decepcionaba un poco ese pensamiento.  Se había acostumbrado a tenerle por entero a su disposición, pero llegaría el día en que tuviera otras cosas de las que ocuparse, y ella, como ahora, pasaría a casi no existir para él.  Lo sentía de veras.  Era alguien muy de su agrado, pero esa fue otra etapa de su vida que había de cerrar.

Le daba vueltas a la cabeza el cambiar de trabajo. Tenía estudios superiores, pero no había llegado a la universidad, así que no podía alardear de carrera. Aparte de lo que estaba haciendo, no podía aspirar más que a una oficina, que eso si lo desempeñaría con eficacia. ¿ Y si estudiara algo?, alguna carrera corta : asistente social, por ejemplo.  Aún acudía a la consulta del psiquiatra, aunque ahora sus visitas eran más esporádicas; le preguntaría y él la orientaría.

 Y  en Suiza, las salidas con Mirielle se sucedían. Habían encajado perfectamente y ambos se divertían sin comprometerse formalmente. Estaban desarrollando unos estudios importantes para ellos,  que no podían abandonar, por tanto, sus salidas y diversiones, se limitaron a los fines de semana, en que eran libres y podían hacer lo que les viniera en gana.

Mirielle le propuso hacer un corto viaje : Berna.  Conocer la capital del país, o quizá Zurich. No estaban distantes  de cualquiera de ellas.. Alquilarían un coche y harían un breve recorrido.  Se alojarían en algún hotel, bien en la ciudad, o en algún motel de carretera.

-Vivamos la aventura - le dijo excitada por el fin de semana que se presentaba

A él también le apetecía.  Tenía la cabeza demasiado cargada de números, fórmulas, y microscopio.  Les vendría bien expansionarse con algo opuesto a lo que hacían durante toda la semana.  Y decididos a pasarlo bien, alquilaron un coche, y reservaron el hotel.  De todo ello se encargaría Mirielle.  Él se dejaba hacer.

Estaban contentos y dispuestos a divertirse al máximo en esta pequeña aventura que iban a vivir ¿ cómo no se les había ocurrido antes?

 Su destino primero fue Zurich, y como dos turistas más, recorrían sus calles y sitios más emblemáticos, a veces observados por los sesudos suizos que observaban a los turistas como no entendiendo la pasión que despertaban el ver cualquier edificio, estatua o algo significativo, que, sin embargo para ellos, era cotidiano.

Allí almorzaron: a las doce en punto. Y una vez que hubieran guardado la sobremesa, volverían a la carretera para visitar Berna y a su famoso oso en el foso, atracción de la ciudad.  Les encantó. Todo tan limpio, tan cuidado, tan bellos edificios , con tanto silencio, con tanto orden. Ella francesa y él irlandés, ambos países no se puede decir que sean silenciosos porque la vida bulle en sus calles y en sus habitantes, muy distinto a lo que estaban viendo.

A media tarde decidieron el lugar en donde dormir. Los horarios son muy distintos a los que estaban acostumbrados: los suizos se acuestan temprano.  Pero ellos no tenían prisa, estaban de fin de semana, así que de nuevo emprendieron el camino no sabían hacia dónde, y en el primer motel que encontraran allí pasarían la noche.  Una noche que se anunciaba jovial; estaban contentos, libres y dispuestos a pasárselo en grande.  No tenían prisa; aún tenían el siguiente día para, con tranquilidad, volver a la residencia en donde vivían, pero ahora, eran libres y harían lo que les apeteciera.

Y encargaron la cena que les llevaron a la habitación. Habían alquilado una sola; no tenía objeto reservar dos cuando sabían que sólo una sería usada.  Tenían un apetito feroz, y les sirvieron una botella de vino francés exquisito. No tenían que conducir, así que no había problema si se excedían un poco.  Nada les importaba.  La cena sería el preámbulo de lo que ocurriría  después; ya lo daban por descontado.  Se conocían mejor. Sabían lo que uno esperaba del otro, así que el terreno estaba abonado para pasárselo bien.

Era una pareja totalmente acoplada uno al otro, y Mireille le hacía feliz. Era una mujer libre, sin problemas y sin barreras, y él estaba harto de murallas infranqueables y depresiones.

 Sin querer, y en mucho tiempo, había recordado a Mirtha, totalmente opuesta a Mireille, pero tampoco había tenido oportunidad de saber si ella hubiera sido tan valiente como la francesa y fuera capaz de tener una relación con él tan abierta como lo estaba siendo con ella.  Seguro que no: es más remilgada y además está estigmatizada por el recuerdo de William. No, jamás, se hubieran acostado juntos con la misma libertad como lo estaba haciendo ahora.

Poco acostumbrado a la bebida, esa noche, quizá se hubiera excedido,  eso, y el recuerdo inoportuno que tuvo de Mirtha,  le soltó la lengua y en un momento álgido, pronunció su nombre sin querer.  Mirielle se dio cuenta de ello, pero siguió  sin decir nada.  Pensó que sería algún recuerdo del antes que ella, que averiguaría cuando todo estuviera calmado,  o esperando que él se lo contara.  No la importaba en absoluto si tenía que compartirlo con otra mujer. Sabía lo que él sentía cuando estaba con ella, y era tan intenso, que difícilmente lo sintiera con otra .  Ella tenía experiencia en ello, y sabía que él, al menos en esos momentos, era totalmente suyo.

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