domingo, 13 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 14 - Rumbo a casa

Había sido un fin de semana único, que repetirían en otra ocasión.  Mirielle, nada preguntó referente al nombre de mujer que había dicho mientras hacía el amor con ella.  En un principio quiso hacerlo, pero por su experiencia, creía conocer que se trataba de algún amor frustrado y aún no olvidado; guardó silencio, esperando que algún día, él se lo dijera. Y de nuevo regresaron a Ginebra con el buen regusto de las experiencias vividas durante esos dos días, y haciendo planes para el próximo.
Y así entre estudios y turismo, el tiempo corría más deprisa de lo que ellos deseaban.  La estancia en Suiza había sido, además de provechosa, excelente. ¿ Habría encontrado al fin su estabilidad emocional? ¿ Estaría preparado para volver a casa y encontrarse con ella sin sobresaltos?  No lo sabría hasta que no se enfrentase a la realidad.


Tendría que buscar una buena excusa que darle cuando ella, que seguramente haría, le reclamase que en tanto tiempo, ni siquiera la hubiera enviado una carta, o llamado por teléfono.  Tenía razón, pero lo que no podía decirle, es que se había ido lejos para tratar de olvidarla, y la única manera de intentar conseguirlo, era romper con su contacto.

¿ Cómo estaría ?  Conocía el riesgo que corría con esa actitud, y quizá se encontrase con la desagradable sorpresa de que alguien estuviera ocupando su corazón, que no fuera William. ¿ Y si aún estuviera pensando en él...?  No quería ir más allá.  Trataría de solucionarlo cuando estuviera frente a ella, de lo contrario es adelantar unos acontecimientos que ni siquiera sabía si se habían producido.

Fue en un salón de conferencias. Reunidos todos los que habían intervenido tanto en las becas como en los programas, que obtenían su título.  Una medalla más que agregar a su currículo. En su bolsillo tenía la propuesta que le había hecho la OMS para quedarse y pertenecer a la organización, no sólo como investigador, sino también como médico y asistir en auxilio de cualquier país que solicitara ayudas por pandemias o por enfermedades.
 Una de las excusas que en un principio se había dado, era precisamente que quería ayudar a las personadas, bien pues el ofrecimiento tenía ese apartado en especial.


 Pero lo que en realidad quería, era volver para verla. Su terapia con Mirielle no había dado todo el resultado esperado; ahora lo tenía claro.  ¿ Qué juego del destino, la puso en su camino si debía renunciar a ella antes de decirle cuánto la necesitaba?   Porque a pesar de sus correrías con la francesa, de sus viajes eróticos y excitantes creyendo que ese sería el remedio buscado, ahora que sabía que debía regresar  y enfrentarse a la vida, no estaba seguro de nada.

Y llegó el día en que cada uno de ellos regresaría a casa.  Mireille a Francia, y a pesar de que le había insinuado pasar su última noche a solas, Alfred desistió de ello: no le apetecía.  Estaba nervioso, preocupado y a la vez enfadado consigo mismo por no haber logrado el objetivo que se había marcado con este viaje.  Volvía al punto de partida en las mismas condiciones que cuando salió;  y a pesar de sus noches apasionadas, nada había cambiado respecto a ella, a sabiendas de que era posible que hubiese tomado un rumbo distinto.

La despedida de Mirielle y Alfred, fue en el aeropuerto a punto de dirigirse cada uno de ellos a su destino; habían más compañeros de curso también, lo que hizo menos íntima la despedida de ellos dos.  Alfred no sabía si estaba agradecido por ello o le hubiera gustado estar a solas con ella.  De cualquier forma, ya estaban allí siguiendo el rumbo que la vida les marcaba.

En la cartera de sus trabajos llevaba la propuesta de la OMS para que trabajase con ellos.  Había solicitado un plazo para la respuesta, ya que conllevaba vivir fuera de Irlanda y sin destino conocido,  que sería en Ginebra si fuera para experimentar, o en cualquier rincón del mundo si  para atender alguna urgencia sanitaria que fuera requerida.  Eso significaría estar errante, y sería una traba más para tratar de formalizar cualquier relación, máxime si fuera con ella.

 Por si  su problema no fuera insignificante, se añadía esta propuesta por la que cualquier profesional de la medicina  lucharía, y que a él le había llovido del cielo a pesar de no ser un regalo, sino de que su cualificación era excelente para ese papel.  Si al menos tuviera alguna seguridad en Mirtha, arriesgaría todo, pero así...  En fin, ya se vería cuando llegase.

Como sabemos, a Mirtha le gustaba ir esporádicamente  hasta la casa de Alfred, a esa casa que ella imaginó ideal para vivir. Seguía deshabitada, pero no abandonada, muy al contrario cuidada al máximo. Y aquella tarde, antes de regresar a casa de sus padres, se dirigió hacia allí.  El verano estaba  en su mitad, hacía calor, pero corría una suave brisa muy agradable.  Se bajó del coche y contempló, apoyada en un tronco de árbol, la fachada, recorriéndola  de arriba abajo.  Permanecía con las ventanas cerradas, todo igual que siempre.

Ensimismada en su contemplación, no se dio cuenta de que un taxi se acercaba hasta allí.  Sólo lo percibió al escuchar el cerrar de la puerta de un coche.  Se volvió y entonces...

Creía estar viendo visiones ¡ Alfred estaba ante ella !
Ambos se miraban, pero permanecían mudos, sin saber qué decirse.  Ninguno de los dos esperaba este encuentro tan repentino ¿ Qué hacía ella allí ?
Este inesperado encuentro, trastocaba todos los planes que él había venido estudiando durante el viaje de regreso.  Todo lo pensado, todo lo que había argumentado no servía para nada.  Pero al mismo tiempo no pudo evitar recorrer su cara, su figura de arriba a bajo. Ni en sueños hubiera imaginado que su primer encuentro ocurriera de esta forma, así de repente, sin tiempo a prepararse.  Sin saber qué decirla; todos los pretextos imaginados, se habían borrado.  Era como si el tiempo no hubiera pasado y retrocediera un año atrás, pero no había sido así y sus vidas habían cambiado ¿ Habría cambiado también la de ella ?

Era como si sus pies hubieran echado raíces en el suelo, no se movió, no podía moverse, ni sabía cómo justificar su presencia allí.  Le vio avanzar lentamente hacia ella y dio unos pasos atrás. Sin duda, no era el mismo Alfred afectuoso y cariñoso, que la consolaba tiempo atrás. Hasta  parecía más alto. Estaba atractivo a rabiar, vestido con ropa cómoda para un viaje, pero elegante. Ni siquiera esbozaba una sonrisa, ni pronunciaba su nombre. Decididamente , la había borrado de su vida.  Sabía que tenía que decir algo para justificar su presencia allí, pero ¿ qué ? ¿ Como decirle que venía algunas veces porque esa casa  hacía sentirse más cerca de él. La tomaría por una insulsa chica  solitaria. Él venía de una de las capitales más modernas de Europa, y había tratado con personas relevantes, nada que ver con esta chica corriente, anclada en el tiempo, en algo más de un año.

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