Tal como pensaron, Aileen después de cenar, se retiró a la habitación que compartía con su madre. Ellos tendrían una conversación larga. A veces hasta tensa. Necesitaban su espacio. Ella lo había tenido largamente con su padre, ahora les tocaba a ellos dos.
Sabía que lo que charló con Kwan,
en nada tenía que ver con la que ellos, a solas, tendrían. Sería extensa y
quizá más tensa de lo debido. Ambos lo necesitaban si deseaban avanzar en algo
positivo. Parece ser que ese, al menos, era el fin que buscaban. Tenían muchos
escollos, asperezas que debían limar si deseaban una vida tranquila sin
complicaciones. Se lo merecían, pero aún estaban lejos de conseguirlo.
Demasiados tropiezos en el camino que aún no habían terminado. Había terceras
personas, importantes, que también contaban y, el resultado de poder tener paz,
al fin, distaba mucho de estar cercano. Irían paso a paso. Lo importante era
que, entre ellos, no quedasen dudas. Que todo estuviera claro. No era porque
dudasen, pero necesitaban echar fuera todo lo que por dentro les había corroído
durante tanto tiempo.
En realidad, no sólo era eso lo que
deseaban. Ninguno de los dos provocaba la conversación para hablar de ello,
pero sabían que el final pudiera ser ese. Ese momento tan añorado y que
necesitaban tanto desde que volvieron a verse. Pero lo tenían difícil.
Al final de la conversación que
mantuvieron en lo que todo quedó en paz, entraron en el comedor para probar
algún bocado, aunque el apetito había huido de sus estómagos. Sería un pretexto
más para prolongar la velada.
Ya era media noche. Las horas
habían pasado y ellos no se habían dado ni cuenta. Lo deseaban. Más que
justificación alguna, era estar cerca, contemplarse, mirarse a los ojos. Lo de
menos era si uno u otro tuvieran quejas. Eso había quedado claro en la
conversación que habían mantenido con anterioridad.
Reposaban la frugal cena y mientras
apuraban un café, Kwan se levantó de repente, algo que alarmó a Amy:
— —¿Qué pasa?
— —No te preocupes. No pasa nada. Voy a solucionar un
asunto. No te muevas de aquí hasta que regrese.
Se puso
nerviosa. “Aileen” fue en lo primero que pensó. Pero le hubiera dicho algo. Además,
no había recibido ninguna llamada durante todo el tiempo que estuvieron ellos
solos. Estaba alarmada y a punto de ir en su búsqueda, cuando le vio aparecer en
el comedor dirigiéndose hasta donde ella estaba impaciente. Kwan llevaba una
sonrisa ancha en su cara y la miraba con satisfacción. En dos pasos más estaría
a su lado:
— —No. No te alarmes. No pasa nada, tranquilízate de
una vez. He ido a reservar una habitación para nosotros. Necesitamos descansar.
Hemos pasado horas muy intensas y hemos de relajarnos. Cariño, este hotel nos
pertenece. Es nuestro, de la compañía. No te preocupes. Mañana temprano
llamaremos a Aileen para que no se alarme al notar tu ausencia
— —¿Es necesario?
— —Pienso que sí. Deseo más que nada estar contigo. Lo
deseo desde que te fuiste. No te
escandalices. Eres mi mujer, siempre lo has sido, aunque no estemos
oficialmente casados. Y sí, esta noche tendremos noche
especial. Para eso la he reservado. Durante todo el día no he hecho más que
darle vueltas a la cabeza. Me daba miedo esta conversación nuestra, aunque me tranquilicé
bastante con las confidencias que tuvimos antes. Y entonces tomé esa decisión.
Siempre contando contigo, si es que deseas lo mismo que yo, claro.
Aunque lo deseaba tanto como él, se
quedó un poco cortada. Había sido muy directo. Iba derecho a por lo que
deseaba. Ella estaba tímida. Habían tenido relaciones sexuales, pero por poco
tiempo, y además, hacía mucho que había ocurrido. Ahora se sentía como una
principiante, a pesar de que aquello resultó que se habían convertido en
padres. Unos padres que no habían vuelto a verse y ahora se encontraban con que
de nuevo ambos deseaban una misma cosa. Porque su amor, ni siquiera había
permanecido dormido, sino que afloraba a las primeras de cambio.
Se habían perdonado los errores que
ambos cometieron y era la ocasión de poner punto final a ese capítulo para
abrir otro más intenso y feliz que les aguardaba sin obviar que, aún tenían mucho
camino por andar.
Les esperaban días de dificultades
y de respuestas amargas. Ellas debían regresar a Irlanda; sólo disponían un día
más para estar juntos y de nuevo una larga separación. Kwan debía solucionar de
una vez por todas, el contencioso con su mujer y sus padres. Amy no admitiría
medias tintas. Ahora no, porque su hija estaba implicada en el problema, y a
ella, ni tocarla.
Él debería tomar la iniciativa,
puesto que ella se mostraba tímida ante su presencia, como una primeriza. Lo comprendía. Ella
“no era de esas chicas”, así que dulcemente, despacio y sin perder los nervios,
se acercó a ella y, tomando su cabeza entre las manos, inició un ritual de
ligeros besos recorriendo su cara, su cuello, sus labios… Dulcemente, despacio…
Ambos deseaban saborear aquel momento, que no sería uno más, sino un nuevo
principio de lo que sería el resto de su vida.
Entornó los ojos y le dejó hacer.
En definitiva, él tenía más experiencia que ella. Cerró los ojos cuando, lentamente comenzó a
desabrochar su ropa. Sabía lo que vendría después y quería saborearlo hasta la
más ínfima parte del placer de estar nuevamente juntos, como entonces, en que
era ignorante del bagaje que llevaba a sus espaldas.
Sus respiraciones se aceleraron. Se
miraban a los ojos y ellos expresaban las múltiples sensaciones que estaban
viviendo. Sus labios se juntaban buscando al otro. Sus besos eran brutales,
despiadados, como si quisieran recuperar los años que habían estado separados.
Kwan la cogió en brazos y la
condujo hasta la cama. Allí se abandonaron. Dejaron sus mentes en blanco. No
querían recordar nada de lo pasado, así fuera bueno o malo. Comenzaban en
aquella habitación un momento nuevo, sublime de sus vidas que no perderían por
nada del mundo.
Simplemente se amaban con la
desesperación de haberse echado de menos durante tantos años. Ellos habían
cambiado, la vida les cambió y ahora saboreaban ese placer de estar junto al
ser amado y rendirse a él sin concesiones. Sin timideces, sólo lo que su
naturaleza, su amor y sus deseos querían. No deseaban pensar en nada de lo que
tenían aún por delante por solucionar. Era una gran papeleta, sobre todo Kwan,
pero lo haría, porque había vivido como un autómata durante demasiados años.
Desde que se separara de ella, no había tenido relación con ninguna otra mujer,
ni siquiera con la suya propia, con tanta intensidad, con tanta entrega, con
tanta verdad de sincero amor. De ese amor que mutuamente se brindaban. Ella al
principio torpe y avergonzada y él haciéndose cargo de la situación llevándola al terreno de su gran amor desde siempre sentido por esta mujer que
le enamoró nada más verla. No volvería a ocurrir. Esa noche le había infundido
las fuerzas para enfrentarse al mundo si fuera necesario. No sabía en que orden,
pero, hablaría con sus padres, posiblemente los primeros, para zanjar el asunto
de una vez. Y con su esposa para plantearle el divorcio sin concesiones.
Amy tenía que partir en un par de
días, pero Aileen deseaba se quedase con él y juntos regresar a Irlanda una vez
que hubiera dejado organizado el trabajo en la compañía.
Deseaba conocerla mejor y
presentarla a su otra hija y que ambas se admitieran como hermanas, Aileen ya
lo había hecho, pero Suni, no sabía nada y tendría que ver cómo tomaría la
nueva situación.
Su idea sería que su hija mayor,
mientas permaneciera en Corea, viviera con sus padres, que la conocieran, que
allanara el camino para después, cuando lo hubieran asimilado, admitieran
también a la madre. Al menos tendría que intentarlo. No confiaba mucho en el
resultado, pero al menos lo intentaría. Y sería ese mismo día.
Se reunieron de nuevo para comer
juntos. Aileen observó, que el semblante de sus padres había cambiado
radicalmente. Se cogían de las manos frecuentemente. Se miraban a los ojos y sonreían…
Era la primera vez que vio reflejada, en la cara de su madre, la verdadera
felicidad. Merecían una segunda vez. Comprendió lo que había pasado aquella
noche de confesiones, quizás de reproches, pero al final de amor. Y eso es lo
que ella deseaba. Verlos felices.
Ignoraba el tipo de vida que había
llevado su padre, pensaba que no muy feliz puesto que fue un matrimonio a la fuerza
y para la otra parte tampoco lo sería. Sólo quedaba un escollo bastante fuerte: los
abuelos y, otros, aunque de perfil más bajo: su hermana. ¿La aceptaría? ¿Se querrían
como lo que eran?
¡Los abuelos! Nunca había tenido la
oportunidad de conocer a ninguno de ellos. Las míticas narraciones de sus
compañeros de instituto referente a los abuelos de cada uno, eran míticas
para ella. Deseaba verlos. En cuarenta y ocho horas partirían de Seúl, y
quería desechar de una vez por todas, las incertidumbres de su historia. Que la
paz y la serenidad volvieran a sus vidas incompletas, era cierto, pero el
completarla anunciaba bastantes nubarrones en su esplendoroso cielo azul.
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