Poco a poco, sin prisas, pero sin pausa, Alba se fue ganando el afecto y la consideración, principalmente de su suegro. Su vida se había encauzado después de la locura que supuso la formación de su nuevo hogar. El amueblar el piso adquirido, más grande tenía revuelta toda la vida familiar de ambos hogares. Al menos Aera estaba con sus abuelos y ella era la única que seguía con su habitual ritmo de vida.
Dae dio plenos poderes a su mujer para que ella dirigiera el lugar en que deseaba tener cada cosa comprada y si una vez en el apartamento, no la gustaba podrían devolverlos por otro enser más acorde. Volvió de nuevo a su trabajo que le absorbía por completo, pero era escrupuloso con el horario, y a la hora acordada, todos, jefes y empleados, dejaban todo lo que estuvieran haciendo hasta el siguiente día. Ahora se daba cuenta de lo importante que es una familia y que tenía un papel esencial para que todo llevase el ritmo normal, y tanto él como sus empleados, merecían una estabilidad no solo en su trabajo, en su vida privada también.
Alba pasaba muchas horas sola. No se atrevía a salir de casa y perderse. Aún no conocía muy bien su entorno. El idioma se le resistía y eso la desorientaba bastante. Le resultaba difícil aprender el coreano y no digamos escribirlo, a pesar de que su suegra la enseñaba y practicaba con Dae, pero no se atrevía a hablar con extraños aún. Sólo lo hacía cuando estaba con su marido los fines de semana. En esas ocasiones se lanzaba a articular algunas palabras, porque sabía que contaba con el respaldo de él.
Algunas veces, Aera, se quedaba en casa de los abuelos, enviaban al chófer a su casa para recogerla, ya que Alba no tenía seguridad en no perderse.
Los fines de semana, Dae hacía de Cicerone y la enseñaba la capital y los alrededores. Cuando hacía buen tiempo iban a la playa, al apartamento que sus padres tenían en Busan.
Unas veces iban solos y otras llevaban a la niña. Era un sitio maravilloso para pasar el verano. Todos disfrutaban viendo a la pequeña jugando con la arena. Todo era una novedad para los cuatro. Los jóvenes padres por la inexperiencia y los abuelos, porque habían olvidado la infancia de su único hijo. El caso era que todos disfrutaban y cada vez había más comunicación entre ellos, sobre todo cuando Alba se decidía a pronunciar alguna frase respondida por su suegro. Ese detalle le daba confianza; si era capaz de hablar con él, lo haría igualmente con otras personas. Con su suegra por descontado, pero el señor Min Ho seguía infundiéndola mucho respeto.
Dae les observaba sin que se dieran cuenta y se sentía satisfecho, porque las aguas había seguido su cauce y ya comenzaban a entenderse esas dos personas, que hasta no hacía mucho eran literalmente enemigas. Quizás la niña había servido de árbitro sin saberlo. Disfrutaban viéndola crecer y eran super protectores con ella, originando alguna disputa entre los abuelos, con la sonrisa de Dae y Alba que, con paciencia asistían a la discusión sin inmutarse.
Quería hacer buen papel
cuando la presentasen a sus amistades que, seguro la mirarían con lupa. Deseaba
dejarles en buen lugar. Sobre todo ante las amistades más jóvenes. Sabía que
Dae era un personaje muy codiciado por cualquier muchachita casadera y, que
había sentado muy mal el que lo hiciera casi de tapadillo, en el extranjero y
con una occidental, que nada sabía ni entendía de las costumbres de Asia. Y por si todo eso fuera poco, era una embaucadora y seguro que se había dejado hacer un hijo.
Ellas enfocaban su pelea contra Alba. Ni siquiera pensaron que fuese una casualidad que se conocieran, se enamoraran y desearan casarse cuanto antes para que ella no tuviera problemas para entrar en su nuevo pais. Las amistades se habían dividido en dos bandos, siendo el más poderoso el de Eun Ji, de la que Alba tenía referencias por su marido durante su ausencia. Era analizada por ella más severamente que por ninguna otra. La consideraba una intrusa, su rival, al pensar que de no haberse entrometido, quién sabe si ahora no estaría casada con él, en lugar de esta occidental. Ni siquiera Alba, la daba el beneficio de los celos. Estaba muy segura de su marido y de lo que él opinaba de la actuación de Eun Ji.
Cada vez que se encontraban en alguna fiesta dejaban bien a las claras que ninguna de las dos era santo de la devoción de la otra. Hasta las amigas se habían dividido. El bando minoritario era el de Alba, algo que la traía sin cuidado. Sabía que debía hacerse amistades por el bien de las relaciones de su buena familia, pero no podía hacer nada si por los amigos
era considerada como una rival. No iba a entrar en polémicas, porque siempre sería la perdedora. Le traía sin cuidado que hablasen lo que quisiesen. Sus personas más cercanas sabían como había ocurrido todo y, eso era lo que más la importaba. El resto que pensasen lo que quisieran.
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