Sus pasos eran lentos, no por su
estado, que en realidad aún no tenía la torpeza debida a su embarazo, sino que
no tenía prisa por nada ni por nadie. Buscaba la soledad. No quería encontrarse
con nadie y esquivaba cualquier acercamiento. ¿Cuándo se había hecho tan
arisca? Siempre había sido amable y cortés. Todos la conocían. Pero sabía que
en cuanto supieran de su embarazo, que sería madre soltera, la rumorología estaría
a la orden del día. Y, eso precisamente, es lo que quería evitar, aunque
supiera de antemano que sería imposible callar las bocas especuladoras.
Hubiera dado todo por tenerle a su lado en el momento supremo y, que juntos, disfrutaran de ese suceso. Pero sería imposible que eso ocurriese, no sólo por los miles de kilómetros que les separaban, sino porque ni siquiera sabía que iba a ser padre. Trató de decirle las sospechas que tenía de que “eso” ocurriese, pero todo sucedió tan deprisa e inesperado, tan apasionado, que lo dejó a un lado.
Llevaba en Irlanda casi cuatro meses y, hasta esa fecha, nadie había contactado con ella para conocer, al menos, su paradero, señal inequívoca que a nadie importaba. No había tenido ninguna llamada de teléfono y, los intentos que ella había hecho, tampoco tuvieron éxito. Siempre se ponía una sirvienta y la decía que estaba en la oficina, fuera la hora que fuera. No se necesitaba tener mucha inteligencia para deducir que seguía las órdenes dadas por ellos. A la tercera intentona, desistió de volver a llamar. Si él quisiera contactar, sabía su número y los recados que había dejado.
Lo mejor sería olvidarse de todo,
si ello fuera posible. Era demasiado grande para poder hacerlo, pero tenía que estar resignada y hacerse a la idea de que, a lo que se enfrentaba era lo mas importante. Su vida estaría sujeta para siempre a ese
ser inocente, rechazado por su propio padre que lo ignoraba. Kwan no podía pensar que había hecho trampas. Sabía de sobra que cuando
estuvieron juntos por primera vez, ella era virgen y que sólo con él había
estado al llegar a Seúl. Allí más todavía, puesto que, al no saber el
idioma, no se comunicaba con nadie, ni siquiera en inglés, ya que son reacios a
hablar otro idioma que no sea el suyo: el hangul. Muy difícil para ella ya que
es totalmente diferente a los idiomas que ella practicaba habitualmente.
Cuando él la habló de trasladarse
a Corea, no midió ese dato y creyó que podría aprenderlo, ya que tenía bastante
facilidad para los idiomas, pero al ser una lengua totalmente desconocida para
ella que sólo se habla y escribe en Asia, pensó que sería lo mejor acudir a un
nativo para que la enseñase, al menos lo más importante.
Pero no la dio tiempo para ello.
Cuando llegaron a Seúl sólo tenía tiempo nada más que trabajar, su intimidad cambió. Su vida cambió. Pensó que era una
sociedad muy patriarcal y que en casa se hacía lo que el padre creyera
conveniente. Las mujeres callan, acostumbradas a acatar los deseos del marido.
A pesar de haber dado un paso de gigante, tienen algunos aspectos que chocan
frontalmente con los occidentales. Las generaciones nuevas se van
independizando un poco de las familiares, no obstante, algunos siguen las
directrices que el padre dicta y, confrontan desgraciadamente. Y la presencia de ella, aunque nunca la habían visto, era más que suficiente para rechazarla, ya que había invadido un terreno que no le correspondía. Los planes de boda seguirían adelante ocultándolos a Amy. Kwan haría todo lo posible porque así no fuera. Pero a pesar de todo, guardaría silencio, al menos durante unos días.
Y eso fue lo que ocurrió en su
vida. El señor Lee Park, era un tradicionalista acérrimo y, seguramente había
pensado para su hijo una tradicional y preciosa muchacha coreana. Nada más
lejos de la realidad. Amy Callaghan no podía ser más occidental y europea. Se puede decir que pisó con mal pie y, a los
poquísimos días de su llegada, supo que habían mantenido varias discusiones entre padres e hijo. Él nunca desveló el
motivo de sus alteraciones, pero intuía que estaba relacionado con ella. Máxime
cuando Kwan rechazó frontalmente el casamiento con otra mujer que no fuera la
irlandesa que, como despectivamente la llamaban. No necesitaba que nadie le advirtiera, bastaba con ver el semblante contraído de él para saber que las fuertes discusiones mantenidas eran por su culpa. Además de guardar las formas en el trabajo, tenía que lidiar la otra cuestión, que no entendía, pero que así era.
Llevaba unos días de retraso y
eso la tenía muy preocupada. ¿Cómo iba a decirle nada, sabiendo la tesitura tan
incómoda que tenía? Esperaría unos días más por ver si simplemente era un
retraso debido a los nervios. Y en esa espera saltaron algunas chispas ajenas a
ellos, debidas al mal humor con que siempre regresaba.
Pero aquel día la tensión era más patente y su mal humor lo mismo. Amy ni siquiera le insinuó lo que temía., ya que las faltas eran cada vez de más días y tenía un sin vivir por dentro que también influía en su carácter. No era justo que sólo ella llevase esa incertidumbre, porque habían sido dos quienes lo habían originado y, el que llegase de mal humor de ver a sus padres, ella no se sentía culpable de la tozudez del patriarca. Ya tenía edad suficiente para tomar sus propias decisiones y hacer con su vida lo que quisiera.
Las voces fueron más altas de lo
normal pero, aún así, al final de la noche tuvieron reconciliación, pero era
mala cosa que se hubiera iniciado un camino que sólo les conduciría a las discrepancias
y no al hablarlo entre ellos sin que supusiera un disgusto.
Durmieron abrazados, como si nada
hubiera ocurrido, pero Kwan estaba inquieto y muy preocupado, aunque delante de
ella tratara de ocultarlo. Tarde o temprano se sabría y, no quería ni pensar en
la reacción de sus padres, porque, aunque su madre, aparentemente no discutía,
sabía que su opinión también pesaba. Estaba decidido a romper su compromiso.
¿Qué haría? Tendría que romper
con sus padres, ya que el único camino que tenían sería vivir en otro país, pero
¿cuál? Tenía su trabajo en Seúl. Era además un cargo importante para el que
estaba destinado al jubilarse su padre, que sería cuestión de dos o tres años.
¿Renunciaría? Estaba entre la espada y la pared. Amaba a Amy y no quería ni
pensar en proponerla otra solución que evitase ese nacimiento. No se lo
perdonaría nunca ni él mismo tampoco.
Por otro lado, estaban sus padres.
No querrían a su hijo cuando lo tuviese, si es que eso sucediera. ¿Dejarlo todo y vivir su vida?
¿Renunciar? Nunca admitirían a su mujer en esa casa, máxime sin estar casados.
No se imaginaba la escena, entrando en casa de sus padres y ni
siquiera hacer caso ni a su mujer ni a su hijo si se diera el caso. ¿Cómo no lo había pensado antes
¿Cómo no se le ocurrió siquiera, que pudiera darse esa circunstancia? Era una
pareja joven y vital, con buena salud y sin prejuicios de ningún tipo. Vivían y
gozaban de ellos mismos; eso era lo normal entre un hombre y una mujer que se
aman y son mayores de edad. No se imaginaba, siquiera, pedir permiso a sus
padres para acostarse con la que sería, algún día, su mujer. Ellos pertenecían a
otra época y no lo comprenderían. No. No la dejaría. La quería con todas sus
fuerzas. No renunciaría a ninguno de
ellos. Si sus padres lo entendían bien y, si no, tendrían que hacerlo o no los
verían nunca.
Pero lejos de aclararse la
situación, era una pared que tenían entre ellos que cada vez era más alta.
Hasta que llegó el día en que sus vidas se separarían para siempre.
Tuvo una débil señal y alarmada acudió al médico. Ambos respiraron tranquilos cuando les dijo que guardara reposo. Kwan pensaba en un disparate. Tan limite era la situación que vivían que, en su interior se decía, que hubiera sido mejor que el aborto hubiera seguido su curso. De
esta forma se hubieran ahorrado todas las preocupaciones que tenían. Al momento desechaba esa idea de su cabeza.
Le remordía la conciencia sólo de pensarlo, pero la imaginación es libre y él
no podía reprimirla.
Amy intuía algo, porque había
algunos silencios prolongados de parte de él en demasiadas ocasiones. Su
entrecejo estaba permanentemente arrugado. Ya no jugueteaban tanto con la
excusa de que tenía que cuidarse. Aunque espació las visitas a sus padres, cada
vez que iba a verlos, volvía de peor humor y Amy sabía el motivo. Hasta que un
día no pudieron ocultar ni su mal humor ni su preocupación, y por un absurdo,
como casi siempre ocurre, entablaron una discusión más fuerte de lo normal,
seguramente motivada por los nervios contenidos durante algunos días. Se increparon echándose la culpa de lo que
ahora era el motivo de sus desavenencias. Hasta algún que otro insulto salió de
sus bocas. Supieron en ese instante que, no había vuelta atrás, que lo habían perdido
todo. Lo único que podían hacer era separarse y quizás, dentro de algún tiempo,
cuando todo hubiera pasado, volver a reunirse de nuevo.
Al día siguiente Kwan llegó a
casa con un billete de avión en la mano rumbo a Irlanda.
— —Creo
que es lo mejor. Dentro de un tiempo, en cuanto me sea posible, hablaré con
ellos y les diré la verdad. Y entonces iré a buscarte y reanudaremos nuestra
vida normalmente, sin ataduras. Solos los tres. Creo que es lo mejor que
podemos hacer, antes de que en una discusión lo echemos todo a perder.
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