Capítulo 7 - Camaradería
Se echaba la hora encima. Se retocaría y perfumaría un poco y ya estaría lista. No quería llegar tarde. Sería la única mujer entre tantos hombres y seguro que si se retrasaba sería el punto de mira de todos ellos y su comidilla. Le gustaba la puntualidad, máxime en un día como el de hoy en que se había decidido su futuro. Echó una última mirada en el espejo de los lavabos y creyó tener todo en orden.
Salió decidida en dirección a la
sala de juntas, lugar indicado para la reunión de todos y, de allí, llegar al
restaurante en el que celebrarían la cena de hermandad. La extrañó que no
hubiera nadie. Miró el reloj y aún faltaban unos minutos para cumplirse la hora
del encuentro. Paseó la mirada por la estancia que estaba en penumbra, tan sólo
iluminada por unas luces opacas desde techo.
—¿Seguro que era a esta hora? —se
preguntó extrañada de la ausencia de gente, el silencio y la penumbra.
Mirando la calle, con las manos en
los bolsillos, de espaldas a ella, estaba él. Le había anunciado que sería él
quién la llevase al lugar de la cita y allí estaba con su tremenda estatura,
sus piernas un poco abiertas, como un compás, probablemente era una postura
habitual en él. Debía juguetear con algo porque en uno de sus bolsillos, se
escuchaba un tintineo. Se giró al escuchar el tenue taconeo de ella y sonrió al
verla. ¿Cuánto tiempo llevaba allí esperándola?
Volvió a consultar su reloj y por
segunda vez comprobó que estaba dentro del horario concertado. No, ella no se
había retrasado. Había sido puntual
Y la idea de una cita comenzó a
girar por su cabeza. Como si Lee Park Kwan leyera su pensamiento, sonriendo, se
acercó a ella con la mano extendida para saludarla, inclinando a un tiempo la
cabeza.
— —Buenas tardes señorita Callaghan. Ha sido muy
puntual
— —¿Dónde están todos?
— —Ya han salido para el restaurante. Yo prometí
llevarla y aquí estoy.
— —Pero…
— —Todo está bien. No se preocupe. Es la única mujer
entre el grupo de hombres, pensé que no le gustaría ser el centro de atención
de todos ellos.
— —No creo ser el centro de atención de nadie. La mitad
de ellos están acostumbrados a mí, me ven a diario.
— Pero la
otra parte no la conocían y sé de buena tinta que les ha causado mucha
impresión. ¿Nos vamos?
Dijo, sonriendo ampliamente al tiempo que, con un brazo extendido, indicaba la puerta de salida.
Tenía que reconocerlo: estaba nerviosa. La seguridad en sí mismo del coreano, la perturbaba bastante. Estaba acostumbrada a tratar con hombres. En su lugar de trabajo, exceptuando sus amigas, todos eran hombres, pero a ellos los conocía bien y era una más entre todos. Pero este desconocido, tan educado, tan “jefe”, con tanta seguridad, la desconcertaba un poco. Cuando cruzaban sus miradas, esa lucecita que brillaba en sus ojos la descolocaba poniéndola nerviosa e indecisa. Y lo peor de todo era que él se daba cuenta de que la intimidaba y eso no le gustaba nada. Era una mujer muy segura de sí misma y lo que más la inquietaba era la inescrutable mirada del oriental que no sabía cómo interpretarla. La mirada de ellos es inexpugnable. No estaba acostumbra a tratar con personas de esa raza y siempre los ha considerado enigmáticos y, ahora que los veía de cerca, mucho más. Eran muy diplomáticos en sus respuestas, de manera que, nunca sabía si lo argumentado por ella era acertado o lo aceptaban por cumplir.
Hubo un momento en que ambos quedaron callados al entrar en el ascensor que les conduciría al aparcamiento. Allí les esperaba un coche de alquiler que los llevaría a reunirse con el resto. Fue un segundo, pero sus miradas se encontraron fijamente. Permanecían en silencio mirándose, pensando cada uno de ellos lo que quiera que les rondase por la cabeza. Fue él quien rompió el silencio:
—Lleva un perfume muy delicado y suave. Me gusta. ¿Me daría el nombre?
— —¿Es para regalarlo a su mujer
— —¿A mi mujer? — una sonora carcajada sin reprimir y siguió hablando— No Amy, no estoy casado. Ni siquiera tengo novia formal. Soy un hombre totalmente libre. ¿Por qué piensa que estuviera casado? ¿Tan viejo me ve?
——No, en absoluto. Pero es que en ustedes es difícil a+veriguar la edad. Aparentan menos edad de la que tienen. Simplemente me extrañó me pidiera el nombre.
— —¡Ah, ya! No acostumbro a regalar perfumes a ninguna
mujer, ni siquiera a mi propia madre. No tengo hermanas que pudieran
orientarme. Pero me ha agradado. No se preocupe, no tiene mayor importancia.
— —No estoy preocupada. Se trata de Rive Gauche. Me
gusta porque es suave, nada molesto y hace recordar la persona que lo lleva.
— —Muchas gracias. No se me olvidará
El ascensor paró en la planta del
aparcamiento interrumpiendo de esta forma la extraña conversación. No se
conocían. Hacía pocas horas que se habían visto por primera vez y además era su
jefe. Bien era cierto que su más directo superior era Peter O’Donnell, pero,
también en cierto modo, él lo era.
El chófer salió a su encuentro al
comprobar que venían en dirección a donde estaba aparcado el coche de alquiler.
Con extrema educación dio las
buenas noches y procedió a abrir la puerta para que Amy entrara, mientras él
rodeaba el coche para llegar a su lado correspondiente. La conversación entre
ellos no tenía nada que ver con la que habían mantenido brevemente en el
encuentro. Era más anodina, más impersonal. Ni siquiera sonreían y apenas se
miraban. Ese cambio tan radical por parte de él, la dio a entender que deseaba
privacidad al máximo. Que nadie sacara conclusiones equivocadas.
Tampoco es que hubieran hablado de
algo íntimo. Lo más cercano fue el nombre del perfume, pero el hecho no había
estado en las palabras, sino en los gestos cómplices de ambos.
Llegaron frente a la puerta del
restaurante en el que se encontrarían con el resto de compañeros que componían la expedición. Y de nuevo la misma ceremonia de hacía un rato, sólo que esta
vez Kwan llego a tiempo de extender su mano para ayudarla a salir del coche.
Verdaderamente era un hombre con una educación exquisita. Bien conocida es la
formalidad que los orientales siguen en cualquier encuentro que tengan.
—Muchos occidentales deberían tomar nota—se dijo interiormente agradeciendo la elegancia de su compañero circunstancial.
Se reunieron con el resto del grupo
que, amigablemente tomaba una copa en el bar del restaurante. En cierto modo la
molestaba haber sido la última, pero no era su culpa, ya que el gran jefe fue
quién le dio la hora.
Como se temía, todas las miradas se
clavaron en ella ¿Qué les pasa?— pensaba. Discretamente, repasó su indumentaria.
Probablemente la miraban porque esperaban otra clase de ropa, pero sintiéndolo
mucho, no tenía otra más apropiada. Si lo hubiera sabido antes, quizás le hubiera dado tiempo a comprarse un vestido, pero no fue así. Tendrían que
conformarse con eso.
Bebió un Martini por acompañar al
resto, aunque en realidad no le apetecía nada. Estaba nerviosa. Se encontraba
fuera de lugar. Creyó que la bebida haría que perdiera algo de su incomodidad.
De vez en cuando, se daba cuenta de que él la miraba de reojo. Para el resto,
era una compañera más. En el fondo estaba deseando que aquella reunión
terminara y se fuera cada uno a su casa.
En la cabecera de la mesa, estaban ambos
jefes. Ella fue ubicada al lado de su jefe directo y al otro lado un compañero coreano. Como era la
única mujer entre ellos, se fueron alternando coreano, español… etcétera.
Pese a toda incomodidad que
tuviera, la velada fue amena y poco a poco se fue relajando. Probablemente el
buen vino tomado, templó los nervios que, sin duda todos tendrían, aunque sólo
ella los sintiese. La sobremesa transcurrió agradablemente. Todos hablaban en inglés.
Todos reían, brindaban por la buena amistad que allí comenzaban y por el éxito
de todos ellos en el papel que les había tocado vivir.
Los coreanos habían resultado unos compañeros de mesa extremadamente simpáticos y tuvo la impresión de que eran gentes alegres y simpáticas. Quizás las más alegres y no tan rígidas, de los orientales. Había tenido poco trato, en general con japoneses que, también eran educados y amables. Pero los coreanos, imaginativamente, les encontraba más occidentales de todos. Aprovecharía el tiempo que tuviera libre en el trabajo para tratar de conocerlos más y mejor.
No entendía como habíamos
permanecido tan alejados unos de otros. Probablemente las circunstancias de
cada país, se dio para ello. La globalización nos está acercando a cualquier
rincón de la tierra, aunque aún nos faltaba mucho para llegar a todos los rincones
del amplio mundo.
Agradeció su ubicación en la mesa
que la mantenía lejos de él. Aunque no lo reconociera, la intimidaba. Esa
seguridad que él tenía, hacía que ella se sintiera pequeña. Era incapaz de
iniciar una conversación en su presencia. No sabía de qué hablar y todas las
palabras se le borraban de la cabeza. ¿Le tenía miedo? ¿A qué? ¿Por qué? No
tenía ninguna razón para ello. Sólo el saber que era su jefe ya la intimidaba.
Lo que más sentía es que le tendría durante tres meses y se encontraría sola
entre todos ellos. Bien era cierto que iría con otros dos compañeros, pero
ignoraba si estarían juntos o separados.
Si fuera verdad que eran reticentes
en hablar sólo en coreano, tendría un gran problema. Esperaba que, al menos
tuvieran facilidades e intención de comunicarse con ellos, porque de lo
contrario lo pasaría mal, muy mal.
Y llegaron los brindis y todos
alzaron su copa con champán como la ocasión requería. Habían tenido un
excelente comienzo y esperaban que así siguiera. Todos entrechocaron sus copas
antes de beber. Instintivamente Amy dirigió su mirada hacía Kwan que la miraba
fijamente. Alzó ligeramente su copa mirándola, en su dirección. Ella se quedó
quieta, fija en él su mirada. La había dedicado el brindis. ¿Le gustó el
detalle? Íntimamente, le hizo cosquillas en el estómago. Que un hombre tan
atractivo, educado, cortés y tan poderoso, brindase por el éxito en su trabajo,
indicaba que le había caído muy bien, inexplicablemente, porque apenas habían
cruzado unas palabras. ¿Será porque soy la única mujer en esta reunión? Quería
creer que sí, porque de lo contrario no le agradaba que fuera un flirteo
totalmente fuera de lugar. No la conocía, si así fuera, se daría cuenta de
que ella no va a la caza de hombres guapos y ricos. Que la riqueza le da lo
mismo. Que a lo que aspira es a amar a alguien y ser amada. Tan sencillo como
eso.
—¿Qué demonios estás imaginándote?
Eres tonta sin concesiones. ¿Le has mirado bien? ¿Cómo va a flirtear contigo?
Esas palabras se las grababa
interiormente. No lo creía en verdad, sólo conjeturas suyas, porque a ella bien
que le gustaría que un hombre como él, bebiera los vientos por ella, aunque
fuese pobre y un simple trabajador. No necesitaba ricos a su lado; ellos no
traen más que prejuicios hacia las personas que no tienen riquezas.
—Déjalo ya. Él tendrá novias a porrillo, así que no te hagas ilusiones. Toda esa cortesía es normal entre ellos. Lo que ocurre es que no los conocemos. ¡ Para ya !
—
Aún era pronto para volver a casa. Decidieron seguir
la tertulia en otro lugar tranquilo en donde se pudiera hablar. Los extranjeros
pidieron los llevasen a un clásico pub irlandés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario