Capítulo 3 - La alegre y bulliciosa Amy Callaghan
Ingresaría en la universidad de comunicaciones. Le gustaba esa especialidad y tenía un gancho especial para desarrollarla. Además, no era excesivamente larga; tan sólo cuatro años de su vida más y, después a buscar un empleo y comenzar a ser independiente. Todo lo tenía medido.
Desde el primer año de carrera, pronto se hizo
popular entre sus compañeros. Era una chica que, además de guapa, era
extrovertida, alegre y se prestaba a ayudar a algún compañero en alguna materia
que se le resistiera.
No tenía novio, ni lo quería, mientras no terminase la carrera. Cada día le gustaba más y no había ninguna
cara de algún chico en su pensamiento que le importunase el camino que había
elegido. Al comenzar su último curso de carrera. Se buscó un empleo para ayudarse
en sus gastos. Su padre había caído enfermo y las medicinas eran muy costosas y
sus padres, habían tenido dificultades para pagar los estudios.
En esa época, Irlanda destacaba,
precisamente en la especialidad elegida. La crisis del 2008, les había castigado
fuerte como a casi todos los países cuya economía no era muy sólida y empezaban
a tambalearse en otra crisis económica añadida. Fueron hábiles y programaron
una especialidad de la que media Europa estaba carente, de modo que promovieron
el comercio y la exportación de materia audiovisual. La electrónica
evolucionaba rápidamente y cada vez los aparatos, tanto en ordenadores, telefonía,
como para videos evolucionaban a velocidad de vértigo. Descubrieron ese filón y
se dedicaron a ello, siendo poco menos que una potencia en toda Europa en los materiales
electrónicos, cuya demanda hacía para ellos, salir de la crisis antes que
cualquier otro país. Quizás influida por ello, Amy había elegido esa carrera,
además de gustarle a rabiar.
No la costó mucho encontrar un
trabajo relacionado con ordenadores, ya que en la mayoría de los comercios se
imponían para facilitar la contabilidad de los mismos. Su sueldo era tirando a
bajo. Todavía el país estaba endeudado, tratando de salir de la crisis
cuanto antes y que todos salieran de ella.
En casa de Amy, las cosas estaban
tan precarias como en cualquiera de los hogares. Las economías familiares se
ajustaban al máximo. No obstante, había que mirar el dinero con lupa, máxime
habiendo algún enfermo como era el caso.
Su padre falleció al cabo de unos
meses, a pocos meses para que viera a su hija licenciada y obtuviera su
acreditación Fue un golpe para la pequeña familia que se componía de ellos
tres. La madre entró en depresión al faltar el marido y Amy, tuvo que
convertirse en cabeza de familia, ya que la madre, la mayoría de los días, no
tenía ánimo para nada.
Acababa de licenciarse y, en vista
de la difícil situación creada en casa, hizo unas oposiciones a un anuncio de
una mayor empresa que poco a poco se hizo con el mercado. Ganaría casi el doble
de lo que estaba ganando, así que no lo dudó ni un momento. Entraba para crear
programas, algo que para ella era pan comido, de manera que no tuvo que
renunciar a nada.
Pero sí a la madre que, poco a poco
la depresión se adueñaba de ella con más rapidez de la deseada. Cuando
comenzaban a estar más holgadas, tres años después del padre, partió a reunirse
con su marido, dejando absolutamente sola a Amy.
En un principio se sentía
desconcertada y se hacía miles de preguntas al no comprender por qué a ellos
les había pasado aquello. Nunca supo que sus padres, para que ella pudiera
hacer la carrera, escatimaban muchas veces de la debida alimentación. Las pocas
joyas que la madre había recibido de su familia y de regalos que la hizo su
marido en tiempos mejores, visitaron la casa de empeño.
— —La niña ha de terminar sus estudios
Se decían mutuamente los esposos, ocultando
la verdadera razón de que la ropa y los zapatos no fueran renovados con
frecuencia y, de que muchas veces, su paga semanal fuera más bien corta. Y
aunque Amy lo imaginaba, no decía nada para no angustiarles más. Por eso ella
se esforzaba al máximo en estudiar y no en repetir ninguna materia en ningún
curso.
La falta de su madre la hundió
durante una temporada, pero por el sacrificio que habían hecho por ella, siguió
adelante con todas sus fuerzas. No podía permitirse el lujo de ser depresiva.
Se lo debía a ellos.
Se hizo programadora y cada día
estaba más reconocida no solo por los jefes, sino por sus compañeros que,
trataban de animarla y, aunque a la fuerza, la obligaban a salir los fines de
semana con el grupo de ellos que estaban más próximos al puesto de Amy. La
llamaban el cerebrito, porque no había nada que se le resistiera. Al cabo de
dos años de estar trabajando con ellos, fue nombrada jefa de grupo. De un grupo
muy especial que se centraba en fabricar programas cada vez más complicados,
dedicados especialmente a programas de contabilidad y finanzas.
El horizonte se iba despejando poco
a poco y, lentamente fue resurgiendo hasta recobrar el optimismo y la peculiar
alegría que siempre derrochaba.
Lo que más disfrutaba y en donde
mejor se sentía era, por extraño que parezca, en su puesto de trabajo. Se
sentía igual que un piloto que condujera un avión con cientos de personas a
bordo. Así de responsable era.
El tiempo transcurría y la empresa
estaba conquistando los mercados a nivel mundial por la excelencia del producto
que lanzaban.
Amy vivía sola en la vivienda que
había compartido con sus padres. Todo lo mantenía igual. Tan sólo algún mueble
algo desvencijado por el paso del tiempo, hubo de deshacerse con el fin de
poder organizarse una especie de despacho y llevarse trabajo a casa. Raro era
el día que no lo hacía. Al sentir la casa vacía, se deprimía, pero con la
excusa del trabajo, la entrada en el piso no era tan deprimente y siempre
procuraba tener la cabeza ocupada por el trabajo. De esta forma, hizo unos
pequeños ahorros, además que gastaba poco o nada en ella.
Tan sólo los fines de semana, los
dedicó a su esparcimiento, acompañando a sus compañeros al cine o a cenar fuera
de casa. Lo hacía los viernes por la noche, para poder dormir largamente al
siguiente, día sábado. Poco a poco fue
desempolvando la alegría que la caracterizaba y era solicitada en cualquier
reunión que hicieran. Sus compañeras la tomaron aprecio y trabaron fuerte
amistad con ella.
Su vida se deslizaba lenta pero
segura y hasta se permitió el lujo de ir de vacaciones ese verano y pasar diez
días en Mallorca. Era la primera vez que se lo podía permitir. No tenía deudas
y, al ser ella sola, el presupuesto le daba de sobra y podía ahorrar. Su deseo
sería hacer un viaje más largo. En aquella época Japón se imponía, y por tanto
Tokio sería su meta a visitar en un futuro próximo, probablemente en el próximo
verano.
Las chicas de su departamento
habían hecho todas ellas, un bloque de amistad y en el centro se situaba Amy,
por la vitalidad y esfuerzo que derrochaba en cualquier trabajo o ejercicio que
tuvieran que realizar en grupo. También era la persona más preparada entre
todos ellos, por algo la eligieron jefa de departamento. Muy considerada
también por sus jefes. En fin, la vida, por fin le daba un respiro y poco a
poco sacaba fuera las depresiones y volvía a ser ella misma, esa joven alegre y
ocurrente que siempre había sido.
Se pusieron muy de moda los karaokes,
provenientes del sudeste asiático y, los jóvenes se desgañitaban por alzar la
voz en las canciones al tiempo que leían la letra de la música que se
esforzaban por imitar al cantante de moda que la hiciera popular. Durante una
temporada acudieron en grupo, principalmente las chicas, después de cenar fuera
de casa, a los tan populares establecimientos en donde daban suelta al torrente
de aire de sus pulmones.
Ninguno lo hacía bien, es más,
cantaban pésimamente y en un tono muy superior a su capacidad, por tanto, los “gallos”
y las bajadas de tono, eran frecuentes, pero al menos se reían y eso era lo que
buscaban. Tenían la diversión asegurada animados por la ingesta de un poco de
alcohol más de la cuenta. No llegaban a emborracharse, pero el límite era muy
fino. Al iniciarse la madrugada, cada una de ellas, iban a su casa e incluso
alguna que estuviera algo pasada de rosca, dormiría en casa de otra compañera.
El domingo amanecía con dolores de
cabeza y afonías de garganta por los esfuerzos hechos, pero se habían reído
muchísimo de ellas mismas. Ni siquiera podían imaginar lo que el destino les
tenía preparado a dos de ellas, la conexión tan estrecha que llegarían a tener
con el país inventor de lo que había constituido la diversión de aquellos
sábados. La que más gritaba intentando cantar, la que más se reía e imitaba los
movimientos del artista originario de la canción de turno, era nuestra inefable
Amy, animada por el resto de sus compañeras y parte de la concurrencia del
local. Los analgésicos eran su desayuno al día siguiente y, se prometía así
misma no volver a repetir tamaña locura, y hasta se avergonzaba un poquito del
ridículo que seguramente habría hecho al cantar tan rematadamente mal. Pero se
había reído a torrentes junto a sus amigas y, eso era lo que más valía.
Tenía un día entero, el siguiente a
la juerga, para recuperarse y acudir a su puesto de trabajo con la imagen formal
de la que hacía gala y que sólo conocían sus amigas más estrechas, ya que ellas
también eran fieles seguidoras de las juergas de los fines de semana. Lo
llevaban en secreto porque sabían que si los chicos se enteraran de lo que hacían,
serían la risa y las bromas de todo el departamento. De manera que “sus canitas
al aire” de las cuatro que formaban el grupo, sería “top secret”, al menos
hasta que, por alguna casualidad fueran descubiertas.
De esta manera y, otras acudiendo al
cine o al teatro, Amy fue superando la falta de sus padres y rehaciendo su vida
en libertad. La libertad de saber que eras dueña de tu propia vida. Que haces y
deshaces lo que quieras, que no tienes a nadie quien te mande y que a nadie has
de dar explicaciones. Al fin, había tomado las riendas de su vida, y al darse
cuenta de ello, su autoconfianza se había reforzado y su carácter cambió. Seguía
siendo muy amiga de sus amigos, solidaria si necesitaban que les echara una
mano y, sobre todo, muy querida y apreciada por ellos, tanto compañeros como
compañeras. En recíproca correspondencia, además de respeto, se había ganado el
afecto de todos consiguiendo que, su lugar de trabajo, más parecieran familia
que compañeros.
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Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Fotografía: Internet
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