Los primeros momentos de la cena
fueron algo tensos. No se conocían y estaban los altos jefes departiendo con
ellos. Pero eso sólo fue durante unos momentos, después todos se relajaron y lo
cierto fue que, se había convertido en una cena de camaradas.
El colofón fue la llegada al pub.
Ya no eran extraños, eran compañeros simplemente pasándolo bien. Los coreanos
parecían ser de carácter alegre e integrador y no tuvieron ningún inconveniente
en seguir el ritmo de los músicos que allí estaban dando palmas siguiendo el
compás de la música. No podía faltar la dulce melodía de Mangas Verdes. Hasta
se atrevieron a tararearla. Sus compañeros irlandeses los miraban sonrientes y
un poco asombrados de que fueran tan abiertos. Les creían insondables y
retraídos, pera nada más lejos de la verdad.
Abandonaron el lugar a hora
avanzada, pero contentos y satisfechos por el resultado del final de la noche.
Los coches alquilados, los aguardaban a la salida del pub. Tocaba despedirse.
Se verían al día siguiente en el trabajo, pero el jefe superior tomaría el
avión de regreso a Seúl, así que la despedida de todos fue cordial. A unos los
vería al cabo de una o dos semanas, a los otros pasados tres meses.
Se desearon mutuamente mucha suerte
en su nuevo tramo de vida. Una experiencia que nadie esperaba, pero que todos
deseaban fuera extraordinaria. Al menos, el comienzo de camaradería había
resultado excelente.
— —Señorita Amy, yo la llevaré a casa. Así se lo
prometí y así lo cumpliré- dijo Kwan
— —No se preocupe. No vivo muy lejos. Llamaré a un taxi
— —Ni hablar. Le dije que me haría cargo de usted y así
será
— —No soy una niña pequeña- dijo sonriendo
— —Lo sé, pero soy un hombre de palabra. La acompañaré
a su casa.
No replicó. Se veía que tenía un
fuerte y marcado dotes de mando hasta en los más pequeños momentos. Pero era
exagerado. Pensó si sería igual de extremo cuando estuviese en Seúl. Allí sería
diferente dado que, además de ser el jefe, también debía guardar las
distancias. Pensaba que era un país más conservador o, al menos, totalmente
opuesto al comportamiento que tenemos en occidente en determinados temas. No obstante, creía que debía poner alguna
objeción:
— —Señor Lee, mañana tiene que tomar un avión y le
aguardan largas horas de trayecto. Yo tardo cinco minutos hasta mi casa. Se lo
agradezco, pero no es necesario. No me ocurrirá nada.
— —Señorita Callaghan dije que me ocuparía de usted. No
se preocupe por mi viaje, Tendré muchas horas para descansar y dormir. He
pasado una noche magnífica. Deje que la disfrute hasta el final.
— —Está bien. Como guste
— —¿Qué tal si vamos andando hasta su domicilio dando
un paseo? Hace una noche preciosa y no llueve
Ella rió ante la ocurrencia de él.
Si, era cierto, en Irlanda llueve mucho y raramente pasa un día sin hacerlo.
Levantó la cara hacia arriba para ver el cielo que estaba diáfano, sin nubes y
un manto de estrellas tachonaba el firmamento.
Ambos se miraron sonriendo. Fue una
fracción de segundo, pero en aquella mirada había algo más que complacencia por
dar un corto paseo. Pero no hubo nada más. No dijeron nada más. Comenzaron a
andar despacio y en silencio. Probablemente cada uno de ellos rebuscaba en su
cabeza algún tema con el que iniciar una conversación. No se conocían y, por
tanto, ninguno de los dos sabía nada de los gustos del otro. Fue Kwan quién
rompió el silencio. Algún tema debía sacar y recurrió a una de sus pasiones: la
música.
— —Me ha parecido mágico escuchar esa melodía en su
ambiente, aunque no era precisamente la corte de los Tudor
— —¿A qué se refiere?
Lo que menos podía imaginar es que
hacía referencia a la música que tocaban cuando llegaron al pub y que hubiera
llegado hasta oriente. Tampoco tenía nada de particular. Se notaba que era un
hombre culto, con exquisita formación académica y por consiguiente de gusto
refinado. Ella, en cambio, no entendía mucho de música clásica. La mayoría de
las veces desconocía el título o el autor de lo que escuchaba y le gustase.
Pero sí tenía algunas piezas de su preferencia. Ese sería un buen tema para
romper el silencio que de repente se había instalado entre ellos.
Y por él supo que efectivamente,
como había sospechado, le gustaba la música clásica y que de vez en cuando
acudía a escuchar algún concierto. Que su repertorio de preferencias abarcaba
una extensa lista de músicos y que su conocimiento de ellos era más que
importante.
De repente se vio sorprendida por
la pregunta. Rápidamente hurgó en su memoria sus melodías preferidas, esas que
siempre recuerdas porque quizá surgieran en algún momento importante de tu vida
y que cuando estás melancólica consiguen arrancarte alguna lagrimilla. Esas
que, al no ser tan clásicas, siempre te llegan a lo más profundo. Pero ¿cómo
decirle sus preferencias después de escuchar que acude a conciertos clásicos?
Se reirá de ella y vería lo poco mundana que es. Y lo cierto es que se había
dedicado a estudiar y trabajar. Ella no había tenido los medios suficientes
para acudir con asiduidad a algún concierto de gala, ya que eran de clase
media, pero por circunstancias, estaban escasos de presupuesto. Su padre era un
buen empleado, pero con sueldo algo corto. Su madre no trabajaba y, ambos
debían costear la carrera de la niña, que se esforzaba para hacerlo con becas,
pero, no siempre las conseguía.
Él, sin embargo, había nacido entre
algodones y seguía metido en una urna de cristal. Seguramente que nada sabía de
las carencias que tienen la mayoría de los mortales. No era para vanagloriarse
de ello, pero tampoco tenía culpa de haber nacido donde nació.
Seguidos por el coche alquilado,
lentamente formaban un grupo extraño. Hacía una noche preciosa e incitaba a la
conversación. Tenía interés en conocerla más ampliamente, no en vano iba a
ocuparse de un departamento clave en su negocio. Deseaba comprobar de primera
mano si era tan inteligente y avispada como le habían informado. Pero en esos
momentos lo que menos deseaba eran cosas de los negocios. Le agradaba a nivel
personal. Le había gustado desde el primer golpe de vista.
Lo que más apreciaba de ella, era
su sencillez. No era una persona afectada por aparentar algo que no era. Y no
sólo su forma de ser, sino su belleza natural. Y ese perfume que usaba, tan
sutil, tan envolvente. Nunca le había pasado con ninguna otra mujer. Esa
atracción que sentía por ella no era normal. Hasta a él mismo le asustaba un
poco. No quería involucrarse en amoríos fugaces, máxime si iba a trabajar bajo
su mando. Procuraba que nada de su vida particular, salpicase la oficial. Eran
dos mundos distantes y distintos. Lo que solía decir siempre para justificarse:
que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.
En cierto modo le disgustaba la
conexión que tenía con ella. No era normal. Tan rápida, tan a primera vista. No
era un novato en temas amorosos y se extrañaba de la situación que tenía
referente a Amy porque nunca había sentido algo semejante.
Respiró algo aliviado al pensar que
al día siguiente a esas horas estaría ya en casa o a punto de llegar. Pasaría
una semana o quizás más hasta que ella volara hacia Corea. Confiaba y deseaba
que cuando eso ocurriera se le hubiera pasado lo que ahora sentía.
La tenía a su lado, y hablaba, pero
inmerso en sus pensamientos no había prestado atención a lo que ella decía.
Simplemente cuando la tenía cerca se dispersaba. No lo entendía. No sabía el
porqué ¿sería síntoma de algo más?
— —¡Ni hablar! —dijo en voz alta y algo airada. No se
había dado cuenta de que ella estaba a su lado, que hablaba no sabía de qué y
que él había dicho algo parecido a un rechazo frontal que probablemente no
viniera a cuento
— —Bueno, pues será hasta dentro de unos días
—
—Le deseo que lleve un buen vuelo y aproveche a
descansar todo cuanto pueda. Me he alegrado conocerle.
— —Gracias Amy. Hasta cuando volvamos a vernos.
Cuídese. Si surgiera algo inesperado, contacte inmediatamente conmigo. ¿De
acuerdo?
— Si señor
Lee Park, así lo haré
— —De todas formas, estaremos en contacto. Les daremos
instrucciones a la llegada a Corea. Que tenga buenas noches
— —Igualmente, señor. Buen viaje.
Fue una despedida muy ceremoniosa.
Diferente a la charla que habían mantenido mientras paseaban. Amy se preguntaba
en qué pensaba cuando soltó esa frase un poco airada. Claramente se había dado
cuenta de que no prestaba ninguna atención a lo que ella hablaba, pero no creyó
en absoluto la excusa que la había dado. ¿Qué tendrá dentro de su cabeza? Un
hombre tan inteligente no era de extrañar que pudiera mantener una conversación
y, al mismo tiempo pensar en otras cosas a la vez. En fin. Mejor sería no
pensar más en ello.
RESERVADO DERECHOS DE AUTOR / COPY RIGHT
Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Fotografia: internet