Llegó de madrugada, y en el aeropuerto le aguardaban Alba y Pierce. Se abrazó al padre gimoteando y éste trató de calmarla. Ya estaba allí, después de un día complicado por todos los acontecimientos que tuvo que atender, todos urgentes y a un mismo tiempo. Pero tenía muy claro que lo más importante de todo era su familia, y si necesitaba ayuda, lo dejaría todo por estar a su lado. Pierce conducía y guardaba silencio, mientras Alba detallaba a su padre todo lo ocurrido con Alana que no era nuevo. Ella estaba dormida, al menos así fue como la dejó antes de salir para ir a buscarle.
Sigilosamente, Alba abrió la puerta de la habitación de su madre, para comprobar que seguía dormida, y efectivamente, su respiración era tranquila. Alastair, se asomó sin hacer ruido y contempló que su rostro era como el de una niña, preciosa, pero con mil traumas, que él solucionaría de inmediato.
Acompañó a su padre hasta la habitación de invitados, y al fín pudo tumbarse en la cama y pensar en la siguiente estrategia a seguir. Lo importante es que estaba allí y ella parecía más calmada. ¡ Claro porque estaba dormida! Pero del resto ya se encargaría él cuando se despertara.
Antes de prepararse para intentar dormir, se dió una ducha, y debajo del chorro de agua caliente, pensaba en cómo debía enfocar lo que se había propuesto para que ella se diera cuenta de que estaban destinados a estar juntos para siempre, y que lo que pasó en el pasado, era eso: pasado.
No terminaba de conciliar el sueño; eran demasiadas emociones en muy corto espacio de tiempo. ¡Quién lo iba a decir pocos meses atrás el cambio tan radical que iba a tener en su vida ! Y comenzó a rememorar aquél viaje, realizado a la desesperada, huyendo de un fracasado matrimonio y encontrando a la verdadera mujer de su vida. Alguna mujer que otra había pasado por ella, pero ninguna dejó la huella que Alana, ni siquiera la que fuera su esposa. Ninguna de ellas había provocado tanta inquietud, desasosiego, tristeza, ansiedad por encontrarla. Ninguna. Sólo Alana.
Y ahora estaba en su casa, tabique con tabique de su habitación, atento a cualquier ruido extraño que viniera del exterior. Pero todo estaba tranquilo. Ni siquiera había deshecho su maleta. Sólo pensaba en el día siguiente y si por fin podría convencerla de lo que tenía en mente, es decir, casarse con él.
En un departamento de su maleta, tenía la licencia de matrimonio y un pequeño estuche con las alianzas y el anillo de pedida. Había programado también en el caso de que le aceptara, una luna de miel muy de ellos: el mismo tour que hicieran cuando se conocieran y si ella quería, pasar unos días en algún lugar romántico que ella eligiera. Sería el ama y señora de su vida, que se la consagraría.
Recuperarían el tiempo perdido tan inútilmente. Pero no quería pensar en ello; ya pertenecía a otra vida anterior, llena de inquietudes y desconfianzas. Ahora tenían por delante un espacio despejado y brillante, en el que ya nunca se separarían. Y en el caso de que le rechazara, ya no sería lo mismo que cuando se perdieron el rastro. Ahora tenían una hija en común y ese era un lazo difícil de anular. Las primeras luces del día asomaban lentamente por la ventana. No era temprano, el otoño hacía los días más cortos. Amanecía más tarde y anochecía más pronto.
No había dormido en toda la noche, excitado por lo que resultaría al día siguiente y la reacción de ella. ¿ Qué podía esperar? ¿ Aceptación, rechazo ? No lo sabía, pero de lo que sí estaba seguro, es de que se convertirían en marido y mujer, y se acabarían todos los sinsabores y malas interpretaciones.
El hombre necesita a su lado una mujer. Ellos habían tenido la experiencia de la ausencia, y sabían lo que significaba estar junto a su alma gemela, y sabía que ellos lo eran. Y ahora ¿ qué debía hacer? ¿Levantarse y esperarla para desayunar? Se extrañaría el que estuviera en su casa y que además llegase de madrugada ¿ Qué ocurría de grave? Estaba desconcertado y no sabía si ocultarse hasta que ella fuera a dar su paseo, o que se lo encontrara esperándola .
Hablaría con Alba para ver qué opinaba ella de todo esto. Y convino con su hija que fuera un día normal, como cuando ellas vivían solas, con la compañía de Maureen, la señora que se ocupaba de todo lo de la casa, para que Alana sólo estuviera pendiente de su trabajo. Tenía que ser un día especial, y por especial, padre e hija estaban ideando que así fuera.
Por muchos deseos que tuviera de verla y por impaciente que estuviera, Alba le aconsejó que no sospechara nada, y para ello sería un día corriente. Una vez que ella hiciera su paseo normal en el parque, le acompañaría hasta donde estaba y les dejaría solos para que hablasen de lo que quisieran.
Padre e hija se levantaron esperanzados y eufóricos a pesar de que no habían dormido ninguno de los dos. Alastair permaneció en su habitación hasta que Alana, se encaminó como cada día hacia el parque. Se encontraba mejor, no tan triste, y eso la hizo creer que iba a ser un día mejor.
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