Me senté a su lado y él me cogió ambas manos y con ellas acarició su cara. Se hundía por momentos, lo que acrecentaba más mi tristeza. Lo soportaría si no viera que a él le ocurría lo mismo que a mí, pero al verlo tan decaído, un nudo atenazó mi garganta. Comenzó a hablar y enseguida supe que la confesión que tanto había esperado, se iba a producir de un momento a otro ¿ Quería saberlo? No, de ninguna manera, ahora no. De nada servía que ahora confesase algo que fue lo más cercano a una mentira; ya no servía para nada. Le había entregado junto con mi cuerpo, lo mejor de mí y ahora tenía que prepararme para conocer algo que en el fondo ya sabía.
- He de contarte algo. Sé que hice mal cuando lo insinuaste, pero entonces ya habías calado en mi interior y no quería perderte. Ahora ya el viaje ha terminado, pero no será el final de lo nuestro. No puede ser, porque es demasiado grande para perderlo. El viaje termina, pero volveremos a vernos, ha de ser así
Ya no podía aguantar más conocía las palabras que venían a continuación, y sin pensarlo dos veces, porque el dolor y la impotencia me invadían, le corté en seco:
- Estás casado ¿ no es eso? Y hasta apuesto que tendrás un hijo
-En lo primero has acertado, en lo segundo no. Pero voy a solucionarlo
- ¿ Qué vas a solucionar lo de tener un hijo?
- Escúchame por favor, no es así como son las cosas como tú piensas. No son así.
- Quiero que te vayas ahora mismo. Sal de esta habitación, ya -. Se lo dije gritando porque mis fuerzas habían llegado al límite.
El trató de hacerse oír, pero me tapé los oídos con las manos. No quería escucharle, no quería más mentiras. Mi sexto sentido no me engañó. Pero la culpa era toda mía por haber desoído las voces internas que me lo anunciaban. Abrí la puerta del compartimento furiosa y él se resistía a salir, así que de un empellón le eché cerrando la puerta tras de sí. No tenía derecho a quejarme, era algo que me figuraba de antemano, pero no quise escuchar mi propia voz interior que me avisaba y cerré los ojos y mis oídos para vivir un amor que no me correspondía.
Fuí de las primeras en salir de aquel tren que me había hecho tan feliz y tan desgraciada a un mismo tiempo. No quería volver a verle. Anduve todo lo deprisa que pude, y salí de aquella estación. Tomé un taxi que me condujera a mi casa. El bello cuento de hadas había terminado trágicamente para mi vida. Debía comenzar de nuevo y sabía que el recuerdo de aquellos días me perseguirían durante mucho tiempo.
No creía, no podía creer en la bondad del ser humano, porque no lo era, sino falso y destructivo.. Se había aprovechado de una pobre chica inexperta, solitaria y aburrida. En una palabra me sentí explotada. Mi maravillosa historia de felicidad tan sólo había durado unos días, y ahora me esperaba todo el resto de la vida para lamerme mis propias heridas, esas que por mi inconsciencia yo misma me había infringido.
Cuando llegué a mi casa, fue cuando verdaderamente tome consciencia de lo ocurrido. Y el viaje, a pesar de haber terminado hacia pocas horas, me parecía lejano, como si hubiera sido un sueño maravilloso del que tuve que despertar bruscamente. Mi apartamento, silencioso y a oscuras, me parecía extraño. No quería estar allí, con tanto silencio, como si estuviera ciega. Pero adónde ir, a quién recurrir. No tenía a nadie en que depositar mis desesperanzas. No tenía amigos, ni ninguna vecina, ni compañeras de trabajo, ya que me había despedido de la editorial.
En estos momentos no deseaba pensar en mi futuro, que era bastante negro. Esperaría unos días a hacerme a la idea de que fue un sueño, o mejor dicho una farsa.
Dejé la maleta sin deshacer en la habitación, me quité los zapatos y la chaqueta que llevaba puesta y así, sin desvestirme, me tumbé en la cama. Ni siquiera encendí la luz de mi mesilla de noche. No quería claridad, deseaba seguir inmersa en la oscuridad. Y rompí a llorar sin contener el llanto que había sentido durante todo el día. Ahora estaba sola, en mi casa y ya nada ni nadie me impedía dar rienda suelta a mi desesperación , humillación y sobretodo infinita tristeza.
Ignoro el tiempo que permanecí llorando, y si fue el llanto o el propio cansancio, quién me rindió, y me quedé dormida. El frio de la noche me despertó; ni siquiera miré el reloj, busqué la manta que siempre tengo a los pies de la cama y me tapé, Seguí sin quitarme la ropa, y continué de la misma forma al despertarme por la mañana. No quería desvestirme, ni tampoco levantarme. Y mucho menos tomar alimento. Me dolía la cabeza, pero no tomé nada para calmarlo; era más fuerte el recuerdo de la humillación sufrida que el puro dolor de sienes que tenía.
Y en esa posición y de esa manera continué durante tres días. La habitación olía a rayos, a cerrado, pero no me importaba, nada me importaba. En definitiva nadie vendría a visitarme . Me daba lo mismo todo. Pero decidí que tenía que darme un baño o una ducha, y poco a poco ir planteándome la nueva situación, porque la vida, para bien o para mal, seguía su marcha, y yo debía tomar las riendas de ella.
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