Y llegó a Inverness, a una casa solitaria muy cerca del lago Ness, pero lo suficientemente distante para que los turistas que por allí iban, no interrumpieran su retiro. Contrataba a una señora mayor para la conservación de la casa. Se ocupaba solamente de tenerla limpia y de efectuar las compras y dejarle comida y cena hecha cada día, algo que solía bastar con medio día; el resto del tiempo lo quería para él y su soledad.
Pasó el primer día de su retiro, algo desorientado. Tenía que reconocer que era animal de ciudad, aunque Edimburgo no es de las más bulliciosas, pero el silencio de Inverness lo llenaba todo. Salió al jardín de su casa y contempló el magnífico paisaje que tenía ante él. A lo lejos, al borde del lago, el mágico castillo vigía del entorno, como si esperara que Nessy llegase hasta allí para saludarle.
Aspiró aquél aire puro ensanchando sus pulmones y decidió emprender una caminata disfrutando de ese maravilloso entorno. No tenía prisa; igual daba llegar tarde o temprano a casa para el almuerzo: nadie le esperaba.
En una pequeña mochila llevaba uno de los dos libros y una botella de agua, no necesitaba nada más, ¡ah, y su móvil !
En su camino encontró un árbol frondoso y en él se detuvo, se sentó en el suelo, y recostó su espalda en el tronco, estirando cuan largo era, sus piernas. Extrajo de la mochila el libro, ese en que venía la fotografía de ella y una breve biografía de lo que la impulsó a escribirlo. Ya sabía de su primera obra porque ella misma se lo dijo, pero no se había fijado hasta entonces en que había sido en esa pequeña editorial, perteneciente a su compañía y radicada en Dublín, en la que había trabajado para él, y lo había ignorado siempre, es más ni siquiera se había ocupado en leer la obra que él mismo había impulsado.
Era una cosa curiosa, cualquier paso que diera, siempre terminaba en ella. Quería, deseaba, olvidarla para, al fin, encontrar algo de paz, pero por mucho que lo intentara, siempre volvía al mismo punto de partida. Y comenzó a leer, y lo hizo durante horas, sin darse cuenta. Su estómago reclamaba comida, así que decidió volver a casa. Había leído bastante de esa novela, pero nada revelaba acerca de ella. Todo era una narración normal, claro que aún no se habían conocido. Así que si lo que buscaba era algún dato sobre su vida, no lo encontraría. No obstante, seguiría leyendo hasta el final.
Se impacientaba más porque pensó que el segundo libro era más reciente y quizá, sólo quizá, algo le sería revelado. Si así fuera, sólo ellos dos lo sabrían. ¿ Qué esperaba, algún mensaje subliminal? No lo sabía pero algo interiormente le decía, que ese segundo libro estaba dedicado a él.
El ocultamiento de su autora por un símbolo escocés, precisamente. Sin especificar otro nombre más que Flor, que lo mismo pudiera ser un nombre de mujer, como el cardo representado. Probablemente estaba yendo más allá y todo era muy simple. Quizá se tratase de una novela dulzona, de amor incomprendido, sin más, y él estaba viendo gatos volar, debido a las ansias de localizarla .
- Si pudiera ser verdad... Me presentaría ante ella, sin ninguna duda, con las manos vacías, libres de ataduras para ofrecerselas, y tratar de volver a tomar la relación donde la dejamos.
Pero era tan difícil, tan imposible , que estaba soñando despierto con algo totalmente irreal. Y lejos de apaciguarle, estaba desilusionado, porque tampoco allí le sería fácil encontrar la paz, la solución a su problema,que en este momento, y desde que la conociera, había sido ella. Y miró la única foto que conservaba de Alana, aquella que sacó sin su permiso, que prometió borrar y no hizo
Y todos los días eran iguales, monótonos, enfadado consigo mismo, pensando que toda su vida había sido un error y que debería cambiar radicalmente. Nada de encerrarse en el campo buscando paz, que estaba visto nunca encontraría. Así que, lo mismo que lo pensó para viajar a Inverness, regreso de nuevo a Edimburgo, cuando apenas habían pasado tres meses desde su partida.
La ciudad le recibió impávida, como siempre, ajena a su personal preocupación. Llamó a algunas de sus amigas frecuentadas en los últimos años y en ellas se refugiaría, al menos sabían escuchar y quién sabe si le aportasen alguna solución. Y desde ese momento, salía casi todas las noches, cenaba con alguna de ellas y a casa. Otras veces iban al teatro y tenían relaciones sexuales con alguna copa de más. Había comenzado a beber más de la cuenta, pero siempre tenía el buen juicio de cortar cuando su cabeza comenzaba a flotar en el espacio.
Y de esta forma, el tiempo transcurría para unos y otros. Los meses se sucedían y los años también, sin que nada alterase las vidas de cada uno de ellos.
Alana seguía escribiendo desde Connemara, en donde había establecido su cuartel general. Alba hacía bachillerato y se había entusiasmado con un chico compañero suyo. Nada del otro mundo, todo es como una rueda que se repite una y otra vez así pasen mil años.
Veía como el tiempo pasaba inexorable y a ella se le iba la vida sin poderla detener en un instante especial de lo vivido.
A menudo la sobrevenía la nostalgia al ver cómo Alba, poco a poco, sin a penas darse cuenta, se iba distanciando de ella. Era una etapa, la de la adolescencia por la que todos hemos pasado, sólo que la de ella, fue muy diferente. Pero también lo estaba siendo la de su hija. Nunca había conocido a su padre, ni sabía nada acerca de cómo era, porque ella misma lo ignoraba. Y de repente la entraba una gran tristeza y a solas lloraba.
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