miércoles, 5 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 28 - Grandes diferencias

 Subió las escaleras apresuradamente, nerviosa, inquieta y al mismo tiempo muy enfadada. La discusión con Dae la había herido. ¿Acaso la quería en casa, en la cocina y embarazada? Ella no era una mujer de las clásicas que en cuanto contraían matrimonio lo dejaban todo para quedarse en casa atendiendo el hogar, a los hijos y al marido. Sin tener a penas contacto con el exterior. Eso pertenecía a tiempos pasados, aunque, quizás, allí siguieran con el mismo rol.

Pero lo que más la dolía era que él no se daba cuenta de ello. Vivía en un ambiente al que no estaba acostumbrada y que  tampoco había pedido. Le había llegado de improviso, pero también necesitaba relacionarse con gente, tener amigas, hablar con otras personas de sus intereses , justamente eso no lo había conseguido, es más se había sentido aislada, rechazada. La única persona que la comprendía y que tenía más cerca, había sido, precisamente Dong Yul, y  justamente él, aunque sin  saberlo, había sido el origen de su primer disgusto.

Sintió los pasos firmes de Dae subiendo las escaleras y abriendo la puerta  de la habitación. Ella siguió sentada junto al ventanal enorme que daba a un jardín interior de la casa. Ni siquiera se giró al escuchar los pasos de él en su dirección. Pero al sentir sus brazos alrededor de ella, se le aflojó la tensión sentida y giró su cara mirando fijamente la de él, que todavía conservaba un signo de crispación.

— Si eso te hace sentirte bien, hazlo. Trabaja donde quieras y con quién quieras. No eres mi esclava. Eres una mujer competente y entiendo que necesitas algo más que quedarte en casa. Pero eras tú quién debía tomar la decisión que yo te propuse. Si vas a sentirte incómoda por ello, no lo hagas. Ve con mi primo. Sólo deseo que estés contenta. Que seas feliz. Sé que ha sido un cambio muy radical en tu vida y que ahora te sientes sola, pero no lo estás. Nunca lo has estado. Siempre me tendrás a tu lado. Habla conmigo y entre los dos hallaremos la solución.

— ¿Deseas que te monte un negocio? Dímelo y lo haré. ¿Qué quieres hacer? Mi obligación y responsabilidad es ayudarte en todo y protegerte.

— Y lo haces,. Dae. No estoy desamparada en absoluto y, además tengo a tus padres. Pero necesito salir a la calle, tener amigos, charlar con ellos... en fin. sabes cómo es nuestro carácter, que choca frontalmente con el vuestro tan reservado. Tan excluyente con el que llega de fuera. Eso me hace sentir extraña que no pertenezco a este pais, que soy un estorbo y que nadie me toma en cuenta. Echo de menos mi pais; su carácter abierto en el que lejos de desplazarte te integra. Eso es lo que echo de menos, y esa exclusión es la que sentiría si trabajara en tu empresa o en la de Dong Yul, al que he dicho que no. Vosotros, tus padres y tu primo, sois las únicas personas que no me rechazan y eso me duele, porque sé que a ellos les pongo en un compromiso con sus amistades. Sé que no me ven con buenos ojos, porque al unirte a mí rechazaste a sus hijas y eso no me lo perdonarán nunca. Han obviado que en el corazón no se manda y que el unirse a alguien no es negociable, ni siquiera para unir fortunas, porque vosotros siempre tendréis la libertad de entrar, salir, hasta de tener alguna amiguita fuera del matrimonio. Pero las mujeres no. Al contrario, si se da esa circunstancia, siempre sería la esposa quién tuviera la culpa al no ser lo suficientemente atractiva para atraer al marido. Descargarían todo sobre ella, aunque quién cometiera el adulterio fuese él.

—  Eso es lo que no entiendo, lo que me combates y lo que me da miedo cuando, al pasar un tiempo, te aburras de mí. No lo soportaría y volvería a escaparme de nuevo a España. Si yo soy tuya, tu eres mío.

— ¿Quién de ha dicho que eso ocurrirá? Tú y la niña sois toda mi vida y, por nada del mundo os perdería. Yo estoy contento contigo. Lo que tenemos entre nosotros. Esa confianza, esa unión y esa entrega y amor, no la cambiaría por nada ni por nadie. Así que destierra de tu cabeza esas ideas porque no van conmigo.

—Apúntate a un gimnasio. En esos sitios enseguida se hacen amistades. Empieza por ahí con el pretexto de conservar tu figura, aunque no lo necesites. Pero el caso es romper el hielo. Trabaja si lo deseas con mi primo. Tienes absoluta libertad para hacer lo que más te guste.

— Lo sé. Lo sé, pero... ¿Tú?

— ¿Qué pasa conmigo?

— Nada. No me hagas caso

— Si, si te hago caso ¿Qué has querido decir con eso? ¿Acaso crees que me gusta Eun Ji? Es una mujer preciosa, pero no más que la mía de la que estoy profundamente enamorado. Si eso te molesta, no la volveré a dirigir la palabra.

— No deseo eso. No vayas de un extremo al otro. Os observé en la cena y ella te desea con sus cinco sentidos. Y eso es lo que me da miedo, y esa es la razón por la que soy rechazada. No me extrañaría que hubiera sido ella quién hiciera la propaganda en mi contra. Los hombres no tenéis ni idea de lo que es capaz una mujer para salirse con la suya.  En vuestro ADN lleváis implícito la paciencia; ella sabrá esperar para acechar a su presa. Cualquier discusión, cualquier desacuerdo que te enfade, ella lo aprovechará a su favor.

— Conmigo no ocurrirá. Lo que me hace pensar que las mujeres sois bastante retorcidas. Ven aquí. Dejemos ya este tema. Tu me amas, yo te amo, y no habrá barrera que no podamos esquivar mientras estemos juntos.

La besó, la abrazó y ahí terminó la historia... para él, porque ella se había escuchado así misma y sintió las palabras que había pronunciado, convenciéndose de que tenía razón. Pero, al menos, por esa noche, el tema quedaría apartado. Una vez más habían zanjado sus diferencias como solían hacer: abriendo su corazón y echando fuera sus sentidos. De esa forma darían al olvido las discusiones y el mal estar.

— Mañana pensaré en mi trabajo — se dijo así misma. Ahora no era el momento. La noche era de ellos en exclusiva y no la desperdiciarían por nada ni por nadie.

Pero sus presentimientos no iban descaminados. Lo que más la dolía es que no se diera cuenta de ello. Las mujeres vamos por delante de ellos. Quizá es que somos más sibilinas y mal intencionadas.  No sabía qué hacer, ni tampoco podía pedirle consejo a su suegra, puesto que ella siempre estaría de parte de Dae, que no tenía culpa de las elucubraciones de Eun Ji ni tenía intención alguna de seguirla el juego. No sabía lo qué hacer. ¿Enfrentarse a ella? No podía porque no había ninguna prueba ni constancia de lo que ella pensaba. Debía guardar silencio y esperar. Presentaría batalla por Dae. No le iba a ser fácil el quitárselo. Debía mostrarse más cariñosa con él. Más amorosa. No dar ninguna ocasión a que Dae estableciera comparaciones. Ella llevaba la delantera puesto que era su marido y cada noche compartían lecho. Al contrario que Eun Ji, que no tenía ninguna posibilidad de acostarse con él, al menos de momento. No había notado ninguna diferencia desde que se casaron. Seguía rendidamente enamorado de ella y su comportamiento como marido no había variado en absoluto.

l suyo era un amor a largo plazo; se lo había demostrado sobradamente. No obstante seguía teniendo miedo. Tenía que estar aleta alk menor síntoma de cambio. Las mujeres percibimos cuando ellos no se encuentran tan a gusto con su mujer como al principio. Influyen varios motivos, pero Dae no había tenido ninguno de ellos. Era joven, ardiente con ella, y se mostraba enamorado, más incluso que los primeros días de su matrimonio. No faltaba de casa ninguna noche y, siempre que podía comía con ella. Adoraba a su hija. ¿Sería la hora de darle un hermanito? No quería hacerlo como tapadera de una inexistente relación de él. No era justo, no se lo merecía, pero su imaginación galopaba sin motivo. 

Tenía que controlarse. No era justo que pensara así de su marido que vivía pendiente de ella y de la niña. Tenía que controlar esos pensamientos dañinos, ya que no conseguiría nada y podría caer en el desatino de que él lo notase y al mismo tiempo, con alguna discusión, le empujase a los brazos de su rival, en lugar de alejarle. Los sentimientos y comportamiento de ellos, eran totalmente distintos. Ellos guardaban más la calma frente a una situación semejante. Sin embargo ella, de carácter más impulsivo destaparía la caja de Pandora sin proponérselo, cuando en alguna discusión, le hiciera pensar en la diferencia calmada de una y arrolladora de la otra. No le daría a elegir por cuál elegiría.

Decidió serenarse, y dejarlo pasar. No sería ella quién le recordara que era el desvelo de otra mujer y además, por mucho que dijera Dae, bastante más hermosa que ella.

En realidad, no tenía ningún motivo para desconfiar de su marido, pero esa pizca de sangre árabe que todos llevaban en la sangre jugaba con ella.  Le gustaría ser como él: templado, calmado, sin esos celos absurdos que, de vez en cuando, salían a relucir cuando menos falta hacía. En esas ocasiones en que, absurdamente su subconsciente la traicionaba se repetía: "es que yo le quiero". Como si necesariamente al amarle, debieras sentir esa desconfianza absurda y lo único que conseguía era, además del enfado de él, que se fijara verdaderamente en su contrincante y, eso estaba fuera de toda lógica.

—  Llevas mucho tiempo callada  y eso no me gusta ¿ Qué te ocurre? Hemos empezado a hablar por un trabajo y hemos terminado con unos celos absurdos, porque eso es lo que te ocurre. Jamás, óyelo bien, he pensado ni pensaré en ella como amante ni en otra cosa parecida. No sólo me pones en evidencia a mi, a ella también y, hasta ahora no tienes ningún motivo. Nunca hemos tenido esta conversación, pero ahora cada vez es más frecuente en tu cabeza ¿ Por que? No me gusta, no quiero que sie pr desconfíes de mi. Nunca te dejaré por otra mujer. ¿Acaso no lo sabes?

— Sí. Sí lo sé, pero no puedo evitarlo.  Tengo ¡ tanto miedo de perderte!

— Eso no sucederá nunca. Ven aquí — y tirando de su brazo, la acurrucó junto a él.

Toda la tormenta había pasado ya entre ellos. Alba olvidó su trabajo tras recibir las caricias y los besos de su marido y, pensó que nada de lo que pudiera pensar respecto a su competidora, tenía base ni fundamente. Él la demostraba minuto a minuto, cuál era su elección y, hacía mucho que era la ganadora. Debería recordar todo lo que hizo por encontrarla y que no dejó en su empeño, hasta que lo consiguió. Además, no merecía su desconfianza. Al contrario se esmeraría más por él, para estar más bonita. Para enamorarle más si es que ello era posible. Teniendo todo eso, el resto carecía de importancia. Le haría caso e iría a algún gimnasio. Le pediría que la inscribiese en algún club, o quizá se lo diría a su suegra y acompañarla al que ella frecuentaba. Toso sería insuficiente para conservar el amor de Dae y que se sintiera orgullosa de ella.

Todo eso hizo, pero por poco tiempo, porque aquella noche ocurrió algo que hizo que todos sus planes se quedaran a un lado: serían padres nuevamente y, su confirmación supuso  una gran alegría de todos pero, sobre todo de Dae. Iba a tener un hijo, de nuevo, de la mujer que más quería en el mundo

Y los plazos se cumplieron. Y Dae se desvivía por ella, recordando, quizá, que se perdió el primer embarazo. Estaba pendiente de ella, extremando los cuidados y al mismo tiempo centrándose en Aera, explicándola lo que pasados unos meses, ocurriría. Explicándola que tendría un hermano o hermanita con quién jugar y al que ella cuidaría. No podía estar más ansioso, preocupado, contento y pendiente de ella y de la criatura que tenía en su interior. No la dejaba realizar nada que a él le pareciera un esfuerzo.
A medida que el tiempo transcurría y se acercaba el momento del alumbramiento, estaba más fuera de sí. Por nada del mundo quería que Alba pasara por ese momento que, aunque fuera inevitable y natural, también suponía  un momento de intensos dolores y para él, eso sería insoportable. 

La llamaba desde su despacho, varias veces al día. Anuló todos los viajes que debiera hacer; no quería que el momento supremo le pillase fuera de casa. Estaría con ella en todo momento y juntos recibirían a esa nueva bendición divina que es un hijo. Los abuelos también estaban nerviosos y frecuentaban la casa de ellos casi a diario, sobre todo la futura abuela. Viviría todos los momentos que estaban por venir plenamente. Se ocuparía de Aera y juntas irían a ver a su madre mientras permaneciese en el hospital. Para ellos tres, era toda una novedad, y estaban bastante alterados, Alba se encargaba de calmarles, especialmente a Dae. Él era el primerizo; sentiría por primera vez la sensación de estar junto a ella y recibir juntos a su segundo hijo, ya que del primero no tuvo ocasión de saber, siquiera, de su existencia.



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