jueves, 6 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 29 - Así que pasen los años

 Hacía  más de diecisiete años que abandonara España. Ya eran una familia numerosa: tres hijos. Se avecinaba la madurez. Los chicos acudían a clase a diario. Dae seguía siendo la cabeza visible de la financiera y, a ella, se le había pasado la edad de trabajar. Ya se había acostumbrado a ello. Los chicos se hacían independientes y Alba se sentía cada vez más sola y aburrida. Había conseguido algunas amigas que la fueron fieles; sólo dos, porque el resto pertenecían al grupo de Eun Ji, por tanto ni acercarse siquiera.

Dong Yul pasaba largas temporadas en España. Sus padres se hacían mayores . Tenían a su servicio personal especializado en su atención. No querían ni oír hablar de regresar a Corea. Por mucho que su hijo insistie....ra, nada conseguía, por tanto se vió obligado a visitarles con frecuencia.  En España estaban bien, con amistades, unas playas magníficas, una  temperatura ideal en invierno y, algo más alta en verano. Pero decidieron que aquél era su hogar. 

Él, seguía soltero, pero ya no frecuentaba tan asiduamente los clubes de señoritas buscando distracción. Y en su memoria aún perduraba un rostro inalcanzable, pero al menos la tenía como una buena amiga. Pensó establecerse en España definitivamente. Le gustaba el pais, tenía a sus padres. Un clima fantástico, playa y, por si todo esto fuera poco, la gente tan acogedora con la que era fácil entablar amistad. Pese a todo, no había olvidado a Alba. No sabía si, ciertamente, estaba enamorado de ella o simplemente era atracción por ser diferente. Sabía que sus hijos ya eran mayores  e iban al instituto una y, otros hacían secundaria.

De vez en cuando mantenía correspondencia con su primo, quién le mandaba fotos de su familia, mayormente de los chicos. Tan sólo en una estaban ellos dos, y por sus miradas supo que en nada había cambiado su estabilidad y amor. 

— No sabe la suerte que tuvo al conocer a Alba — se decía así mismo.

Una mañana en que el recuerdo de Alba estaba más patente de lo normal, decidió llamar a su primo, a la oficina, para que no hubiera falsas interpretaciones, aunque se moría de ganas por hablar con ella. Su recuerdo se avivó más, porque, estando en la playa, escuchó a alguien que llamaba a una niña pequeña con el mismo nombre de ella. Cuando llegó a casa, contactó con Corea.

La charla entre ambos primos fue cordial, cariñosa y nostálgica. Hacía mucho que no hablaban. Le daba miedo preguntar por ella, pero lo hizo y supo que seguía en casa dedicada por entero a su familia. Al colgar, se dijo que no estaría mal volver a casa, siquiera por unos días y con cualquier pretexto. Con sus padres estaba bien, pero ellos tenían su vida de muchos años y, él no dejaba de ser un maduro solitario.


— Siquiera por una semana. Diré que tenía algo que solucionar con mi abogado y no era pertinente por teléfono — se dijo como si necesitara convencerse del motivo de ese viaje.

Y lo preparó todo y en dos días volaba rumbo a Seúl. Se sentía impaciente por volver, pero sabía de sobra que no era la satisfacción de volver a casa, sino de tener ocasión de verla . ¿Cómo podía ser posible que aún sintiera atracción por ella, al cabo de tanto tiempo? Se habían visto en contadísimas ocasiones. Él puso esa barrera invisible entre ambos, aunque ella nunca le dio ni un atisbo de esperanza de nada. Pero era demasiado tentador y por eso puso tierra de por medio.

 Al viajar constantemente desde muy joven, no sentía esa dependencia de regresar a casa y, ahora su casa estaba lejos, en otro pais, al lado de sus padres. Había renunciado a su vida personal. Las juergas las corrió desde muy joven por tanto, no sentía ninguna necesidad de algo o de alguien, excepto de ella, de su necesidad de verla siquiera de lejos, en el plano que le correspondía, como amigo y primo de su marido.

No le extrañaba que Dae se enamorara de ella nada más verla. Tenía un magnetismo especial. Probablemente fuera su carácter rebelde e independiente, tan distinto a la mujer coreana. Su tenaz lucha por conseguir algo que,   al final no había conseguido, pero se la veía feliz con la familia que tenían.

Y él, la oportunidad de verla en cada viaje que realizaba de vuelta a Corea, siquiera por la invitación que le hacía su primo a pasar un día con ellos. En esos momentos, analizaba su cara para comprobar que era todo lo feliz que decía ser, y al fin sabía que lo era. Con el paso de los años, había ganado no sólo en madurez, sino también en una belleza serena, aún más que cuando era tan joven como para consagrar su vida a casi un desconocido y arriesgarse a vivir en un lugar tan lejano y distinto como era Corea. 


Parecía hallarse contenta o, quizá se hubiera acostumbrado.

 Sus tíos adoraban a aquella muchacha a la que rechazaron en primera instancia y que ahora se había convertido en una hija que colmaba su vejez con tres nietos adorables, cuya mezcla de sangre llevaban lo mejor y lo peor de ambas razas.

Mientras pensaba en el avión sonreía al recordar a sus casi sobrinos de pequeños y en el padrazo que se había convertido Dae, rendido ante su mujer y sus hijos. Él debiera tener una familia como la de Dae, pero ya era demasiado tarde, además le era imposible recordando a las primeras de cambio a la mujer de su primo. No era ético para nadie, así que optó por el camino más fácil: recordarla siempre que quisiera, aunque eso le produjera dolor y nostalgia durante una temporada.

¡ Iba a verla ! ¿Cuánto tiempo había pasado? Mucho. Dos años como poco.

 Había regresado a Seúl durante ese tiempo en varias ocasiones, pero renunció a verla. No tendría la suficiente fuerza, hacerlo y, después viajar de nuevo a España. Su consuelo era muy básico: respiraba el mismo aire que ella respiró. Recibía los rayos de sol, que ella recibió. Pisaba su misma tierra y visitaba los mismos lugares por los que ella se movió.

Nunca imaginó que, él, precisamente, amara a una mujer tan fervientemente y renunciara a todo por ella, por su recuerdo, para ayudarla si le necesitara. Para consolar su llanto si llorase, para abrazarla como un hermano, aunque al hacerlo, sintiera el ímpetu de estrecharla contra su pecho y de besarla intensamente. No lo haría. Nunca. Porque sabía que si lo hiciera, la alejaría  para siempre. Y ella amaba con todas sus fuerzas a su marido y él la correspondía. Nunca interferiría entre ellos, aunque por dentro se desgarrara.

La azafata anunció su próximo aterrizaje en Seúl. Volvía a su casa. Aunque no sabía muy bien si su casa estaba en Corea o en España. Tenía sus sentimientos divididos por muy distintas razones. En Seúl le aguardaban su juventud pasada. El lugar de su nacimiento y donde pasó la niñez. Pero en España, estaban sus padres y era la tierra donde ella nació. Ambas sensaciones pesaban en su cabeza y, no sabría cuál de ellas elegir.

Ya estaba en la vorágine de una gran ciudad como era Seúl, dinámica moderna y estresante. Se había acostumbrado a la calma del sur de España. Allí no había prisa para nada y lo mágico es que se cumplía todo y con todos. Se vivía la vida. Tenía una tertulia de lugareños con quienes jugaba a cartas, al dominó o al ajedrez. Unas veces le acompañaba su padre y, por él conoció a los amigos que ahora tenía. Eran de distintas nacionalidades, con distintos acentos, pero todos se entendían sin importar el lugar de procedencia. Y esa múltiple  vivencia que, a cada uno de ellos les reuniera allí, no importaba a nadie, sólo fomentar una buena amistad. 

Les echaría de menos si no fuera por el motivo que le llevaba nuevamente a casa. De vez en cuando tenía necesidad de volverla a ver y de ahí sus viajes de vuelta a casa que, cada vez se espaciaban más. Nunca había tenido en Seúl unas amistades como de las que disfrutaba ahora en España. Nadie preguntaba nada de nadie. No importaba el motivo que les había llevado a dejar su pais y tener su vida en el sur de la península ibérica. Poco a poco, a medida que habían cogido confianza, se fueron "confesando". Unos por política, otros por salud, y algunos porque se habían casado con una española y regresaron. Dong Yul dijo que por sus padres, pero en realidad se alejó por el motivo que todos sabemos, aunque al hacerlo en  donde ella nació, era para sentirla más cerca,  aunque comprendía que, por ese camino no conseguiría alejar su "fantasma" en la vida.  

Miró su reloj y echó hacia atrás las horas pensando en lo que estarían haciendo sus amigos. Era de madrugada así que estarían durmiendo. Sonrió al pensar en ello  y se imaginó dando largos paseos por la playa contemplando el amanecer espectacular y viendo a lo lejos las pequeñas embarcaciones que regresaban a puerto para descargar su pesca. Toda esa paz y tranquilidad, es la que echaría de menos los días que permaneciera en la ciudad, que posiblemente no serían muchos. Sólo matar un gusanillo llamado Alba.

Y se vió inmerso en el ir y venir de la gran ciudad. Parado ante la puerta de salida del aeropuerto lo miraba todo con un poco de extrañeza. Todo eran prisas de viajeros que llegaban. Otros que salían como él. Un sin cesar de gentes nerviosas e impactadas otras, ante lo que ni siquiera imaginasen que iban a ver.

— ¿Cómo imaginarían que es Seúl cuando lo visitas por primera vez? — pensó

Y sintió la misma curiosidad cuando llegó a Mijas. Le pareció un pueblo, pero inigualable, porque allí se olía la vida, la calma, el tener tiempo para todo y disfrutar cada minuto, algo que es difícil en cualquier lugar de cualquier país. Allí el tiempo se detenía y se sentaba con ellos a echar una partida del juego que, en eso momento disfrutaran. Si no fuera por el motivo del que se trataba, creía que le sería muy difícil aclimatarse de nuevo al ir y venir de su ciudad. Y comprendió el por qué sus padres lo habían elegido, al igual que sus amigos de tertulia. No volvieron a sentir añoranza por sus respectivos paises. Llevaban años en Andalucía. Muchos incluso antes de que el boom turístico saltara.

¿Sería capaz de envejecer allí? ¿Se enamoraría de alguna morenaza andaluza con su peculiar gracejo, que muchas veces no entendía, pero que le hacía reír? Ya era muy mayor para eso, pero el caso era que vivir solo y viejo, no le apetecía nada. Y mucho menos hacerlo en una residencia.

Rió de sus pensamientos mientras llamaba a un taxi que, le preguntó a que dirección le llevaría. No le apetecía ir a su apartamento solitario y frio. Mejor se hospedaría en un hotel. Iban a ser unos pocos días los que estaría , así que no merecía la pena organizar una limpieza del apartamento que, cuando estuviera listo, tuviera que regresar.

Lo primero que haría sería llamar a su primo y por qué no a Alba. Eran amigos y parientes. No tenía nada de extraño hacerlo. Además sólo él sabía la razón de su viaje, y en él se quedaría.

Cuando estaba en el hotel, descolgó el teléfono y marcó el número de Alba. Sintió un repelús al escuchar su voz, tan querida y tan añorada.

— ¿Quién llama? — escuchó al otro lado

— ¿Cómo que quién llama? ¡ Yo...!

— ¿ Dong Yul? ¿Es posible?

— ¿De qué te extrañas? Vengo a menudo
— Si, pero nunca me llamas directamente

— Bien, pues siempre hay una primera vez. Dime ¿Está mi primo por ahí?

— ¡Qué cosas dices! Está donde debe estar. Es decir en la oficina. Por cierto siempre le llamas allí ¿ Por qué esta vez es diferente?

— Pues no sé. Me apetecía escucharte. Ahora le llamo

— ¿Vendrás a comer? ¿Cuándo has llegado?

— Si me invitas¡ claro que voy! Y he llegado hace una hora más o menos

— Llama a Dae y ven a comer

— Eso haré ahora mismo. Nos vemos luego.

Pidió en recepción que le pusieran con una buena floristería y encargó un ramo de rosas de color pálido y dictó una tarjeta sin dedicatoria, sólo con su nombre y apellido. Se quedó pensativo cuando colgó. Hubiera dado cualquier cosa por hacer personalmente lo que estaba pensando. Habría de conformarse con darla dos besos en las mejillas.


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