En la casa de Dae y Alba, todo eran prisas, ajetreo inusual. Los mayores porque iban a volver a su principio y los chicos porque era una experiencia única. Una conocería el lugar en donde nació su madre y ella, aunque sólo viviera unos meses allí. Y los chicos porque era toda una novedad. Además adoraban a su madre, quizá contagiados del amor del padre y, conocerían una nueva tierra: la de ella. Y un nuevo pais tan distinto al suyo, según ella les narraba, ahora con más insistencia.
Habían escuchado hablar de El Camino. No tenían ni idea de lo que era, pero creían que había representado algo importante en la vida de sus padres, por el entusiasmo con que hablaban de él.
Y al fin llegó el gran día. Los padres de Dae, les llevarían al aeropuerto y allí se despedirían. Les echarían de menos, pero si Dae marchaba, el señor Min Ho sería quién tomara las riendas en su ausencia. Tardarían dos semanas en volver y es que el matrimonio, deseaba regresar a Santiago, lugar en el que se unieron por primera vez. Y también visitar a Ángeles a la que tanto debían al haber dado cobijo y trabajo a Alba cuando más lo necesitaba.
Para los tres hijos era una novedad, pero para sus padres era pura evocación de tiempos pasados y , algunas veces, bastante duros. Pero iban con ilusión, libres de algunas obsesiones ya superadas.
Al despegar el avión del aeropuerto de Incheon, Dae apretó la mano de su mujer y ambos se miraron. ¡Qué distinto ese viaje al que él hiciera buscándola! La tenía a su lado y, emocionada, sus ojos brillaban aún más de lo común. Él tragó saliva, mientras sus hijos comentaban las incidencias del viaje. A los padres les parecía como un sueño. Hacía muchos años de todo aquello pero, de repente, todo había cobrado vida. Por sus pupilas, pasaban como en una película todo lo vivido. Las angustias de uno por no encontrarla y la nostalgias de otra por las decepciones sufridas. Quién iba a pensar que, después de tanto tiempo y, pese a las predicciones de muchos, seguirían juntos, más enamorados que entonces y con tres frutos espléndidos que lo reafirmaban.
Les aguardaban largas horas y además una escala, esta vez en Viena. Los chicos, rendidos por las emociones, se quedaron dormidos después de cenar y cada uno de ellos verían la película que proyectaban. Los padres no podía dormir de la excitación que sentían. De repente, Dae hizo una pregunta a su mujer:
— ¿Por qué no hemos regresado antes?
— Yo pude hacerlo, pero no quería dejarte solo
— ¿Tenías miedo de que te pusiera los cuernos?
— No, claro que no. No sería lo mismo sin ti. Tú eres parte esencial de toda la historia. Eres mi historia. Nada es igual sin tí.
El se inclinó hacia su mujer y le dio un ligero beso en los labios. Dae tenía los ojos brillantes, emocionado. Casarse con ella, fue la mejor decisión que había realizado en su vida. Por ese motivo, es que había peleado tanto por encontrarla. Algo en su interior le empujaba a hacerlo y no se equivocaba.
— Te quiero Alba. No sé si te lo digo las veces suficientes al cabo del día. No quiero ni pensar si no te hubiera encontrado lo que sería de mí a esta hora.
— Estarías casado con otra mujer, pero no tendrías los hijos que tienes.
— Eres una tramposa, pero eres mi tramposa. Ahora trata de dormir un poco. Nos aguarda mucho camino, y pesado. Descansa un poco. Imagino que estás nerviosa, emocionada y cansada, porque yo estoy igual que tu.
Se cogieron de las manos después de besarse y desear buen descanso y trataron de dormir. Dae no podía. Aunque no lo demostrara, estaba tan excitado como Alba. Sería un choque emocional para ambos. Volver a ver el lugar donde ella nació, con el cúmulo de recuerdos, de unos padres que ya no existían desde hacía tiempo. Deseaba hacer el mismo itinerario de cuando se conocieron, aunque no recorrieran entero El Camino por falta de tiempo, pero eso sería en otra ocasión. Cuando los chicos ya mayores, les dieran el tiempo libre para ellos en exclusiva.
La miraba constantemente y sonreía al verla. Cómo entre abría los labios para respirar. Se había acostumbrado a esa especie de sonido que emitía, como un ligero silbido. Le hacía ver que estaba viva, que la tenía a su lado y que era su mujer, la madre de sus hijos. ¡Qué embrujo le dio al conocerla que desde entonces no se ha apartado su imagen de él!
En esos momentos de desvelos, con los ojos entornados, se puso a imaginar las odiseas que pasó hasta encontrarla. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de dar la vuelta para volver a buscarla, hubiera seguido carretera adelante renunciando a ella ?
Irremediablemente la hubiera perdido para siempre. Sin embargo, recapacitó a tiempo, volvió y regresaron juntos a Seúl, con sorpresa incluida: Aera, su niña, su preciosa niña que les unió en ella. Se sentía orgulloso de la familia que habían creado juntos, con esa mezcla extraña de ambas civilizaciones tan dispares, pero que ellos supieron conjugar con lo mejor de ambas. En sus hijos estaba el resultados; tenían el temperamento de ella, sobre todo la chica, y el mediano de sus hijos. El tercero era más parecido a él, incluso sus rasgos orientales más acusados. Pero los tres eran hermosos con esa mezcla en sus caras mitad oriente y mitad occidente que los suavizaban.
Y recordó a sus padres, a su padre principalmente. El rechazo que sintió hacia ella y el cariño inmenso que ahora la profesa, hasta el punto que la llama todos los días para charlar un rato con ella, cuando no se presentan en casa de improviso. También fue un manantial de dulzura para ellos, principalmente para mi madre que siempre deseó tener una niña como segunda hija. Con todos los tropiezos del principio y conociendo el carácter de su padre, nunca lo hubiera imaginado.
Ese fue un triunfo también de ella. Necesitaba una familia que había perdido, por eso estaba tan dolida con el rechazó que sintió, pero después, en el día a día, se los fue ganando, sobre todo a mi padre. Veían que su hijo era feliz, que su nieta les tendía los bracitos al verles y sus corazones rebosaban cariño hacia ella, porque lo había hecho posible. Cuando llegaron los chicos, fue más de lo mismo, porque sienten la adoración hacia ellos que Alba les inculcó.
Hecho el examen a su vida, Dae suspiró y sonrió satisfecho, quedándose dormido al fin, dedicando una mirada al rostro tranquilo de Alba.
La voz de la azafata les anunciaba la llegada a Viena paras su escala. Aún les quedaba casi la mitad del camino, pero al menos, todos habían podido dormir y emprenderían la parte final del viaje, más descansados y con el entusiasmo de lo que se avecinaba.
Dae paseaba por la sala vip del aeropuerto, mientras hablaba con sus padres, que ya les echaban de menos a pesar de hacer unas pocas horas de que habían partido. Hablaban de cosas de la financiera sin importancia, dándole las últimas instrucciones. Todo había quedado paralizado en su gran mayoría que no fuera prioritario, con el fin de que Min Ho no tuviera excesivos problemas. Alba le envió un saludo afectuoso que el suegro devolvió mientras Sum Hee, le quitaba el teléfono para hablar con ella.
Los chicos recorrían las tiendas para ver si hubiera algo que les interesara. En los aeropuertos suelen exponer productos que normalmente no tienen en lasa tiendas y, además al ser internacional, podían adquirir productos de distintos paises que normalmente no encontrarían en las tiendas de la ciudad.
También ellos saludaron a los abuelos que, emocionados les enviaban besos a través del teléfono. Era la primera vez que se separaban de ellos con tanta distancia. Serían dos semanas interminables para ellos. Los jóvenes les infundían vida y alegría de vivir. Min Ho no quería ni pensar qué sería ahora sin ellos que, cada vez que van a su casa todo lo revolucionan. El abuelo suspiró, desenado en el fondo de que pronto transcurrieran los días en que estarían de vuelta.
Y de nuevo ajustándose los cinturones y poniendo el asiento en vertical, dispuestos a emprender la última escala del viaje. Se les haría más corto. Habían descansado malamente, pero algo. Era de día y menos horas. En tres horas más o menos, estarían aterrizando en Madrid.
Cuando quisieran darse cuenta, estarían de nuevo ante el inmenso aeropuerto que vieron por última vez hacía tantos años. ¡ Cuánto habían cambiado las cosas! Entonces tenían la incógnita de lo que encontrarían a su llegada a Seúl. Ahora, cuando sabían el resultado, todo lo dieron por bien empleado. Los disgustos, las indiferencias, las dudas, ahora lejanas , carecían de importancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario