jueves, 20 de enero de 2022

Mundos Opuestos - Epílogo

 En mitad de la noche el teléfono daba la señal de llamada repiqueteando impaciente . Dae dormido, extendió el brazo buscando el aparato que tan bruscamente había interrumpido su sueño. También Alba le presionaba para que atendiera la llamada lo más rápidamente posible. La esperaban de un momento a otro, pero nunca creyeron que fuera tan de madrugada, algo que es bastante habitual en los casos que les ocupaba.

Al otro lado una voz nerviosa apremiaba:

— Vamos camino de la clínica. Ya llega

No pudo decir más. Estaba muy emocionado y a punto de llorar. Se escuchaba la voz de Aera tranquilizando a su marido que nervioso y con extremo cuidado, conducía el coche lentamente.

— Alex, date un poco de prisa 

— Dae, Dae

— Estoy aquí. Tranquilízate. Ahora mismo salimos para allá.

Durante la breve conversación, Alba ya se había tirado de la cama y se vestía. Su hija iba a dar a luz. No se lo podía creer. Dae miraba el teléfono como si él tuviera la respuesta a todas las preguntas que se formulaba y que nada tenían que ver con lo que estaba ocurriendo. Pero él, hombre sereno, estaba nervioso, inquieto, dando vueltas por el dormitorio metiéndose los pantalones con una pernera en la pierna y la otra a "pata coja" sin atinar a terminar de arreglarse. Alba le miraba y no se podía creer lo que veía. Él acostumbrado a problemas difíciles de resolver, ahora  no se podía vestir de los nervios que tenía.

Y es que no era para menos. Su niña, su pequeña, se estaba convirtiendo en madre y él no estaría a su lado. Por rápido que viniera el alumbramiento, les daría tiempo de sobra, para llegar a la clínica y calmar al futuro padre que también era un poema.  La más calmada era Alba, que ya había pasado por esa experiencia en tres ocasiones. Sólo en  dos de las cuáles, Dae estuvo a su lado ¿ Por qué ahora estaba tan alterado? Si recordaba bien, con ella no estaba así, tan a las claras e incapaz, siquiera, de articular palabra.

Tras muchos avatares para ponerse en marcha, al fin, estaban dentro del coche. Dae miró el reloj y se dio cuenta de que sólo habían pasado diez minutos desde que Alejandro les llamó. ¿Cómo es posible que le pareciera una eternidad? Tenía tres hijos. En dos había estado junto a su mujer, pero nunca terminaba de acostumbrarse a ese momento. Era difícil ayudar a la parturienta cuando él mismo estaba a punto de desmayarse.

A pesar de las prisas, de las llamadas y de los nervios, enseguida llegaron a la clínica, pero el bebe se lo tomaba con calma y tardaría en asomar la cabecita. Todo era normal, pero llevaba su tiempo. Alejandro estaría con ella en el paritorio y los padres y abuelos, que habían sido avisados, permanecían en una sala, cada vez con más impaciencia. La espera se hacía eterna. Al cabo de mucho, mucho rato, llegaron los chicos sonrientes y contemplando a su familia que no hablaban, con cara de preocupación y a su abuela y a su madre, charlando como cotorras, con las palabras que pronunciaban a una velocidad de vértigo: también ellas estaban nerviosas. Al entrar, los hermanos se miraron y se echaron a reír al verles la cara macilenta que tenían y el gesto contraído de sus mandíbulas.

Era como si ellos hubieran llevado la buena nueva, porque a los cinco minutos de su llegada, la puerta del paritorio se abrió y Alejandro pálido como la cera, portaba un pequeño bulto entre los brazos.

Todos estaban allí. Les miró y rompió a llorar de alegría: ya era padre de un hermoso y grande bebe. Todo había pasado. Las preguntas se atropellaban, y mientras las abuelas se disputaban por tenerle en brazos. Alejandro se abrazó a Dae y al abuelo, dando rienda suelta a su emoción, orgullo y alegría.

Los chicos eran espectadores de ese emocionante cuadro familiar, pero ellos se reían al ver a todas esas rígidas personas, blandengues ahora. Esperarían su turno para felicitar a su cuñado, cuando se calmasen, al menos un poco. En el fondo estaban ansiosos por conocer a su primer sobrino.

Cuando Alejandro entró nuevamente al paritorio, todos se miraron y se abrazaron. Ya podían tranquilizarse. Todo había pasado y en cuanto les llevaran a la habitación, podrían abrazar a la "niña", ya convertida en mamá.

Dae llamó a sus consuegros para darles la noticia. En tres o cuatro días estarían juntos, ya que prepararían el viaje para conocer a su primer nieto. Y  encargo una cesta de flores con un peluche que depositaron en la habitación. Quería que estuviera en ella cuando Aera llegase. Y así fue.

Les imagino como si estuviera viendo una película. El momento en que los celadores llevaran la cama de Aera que portaba su hijo en brazos. Ese niño grande con mezcla en su sangre, con rasgos orientales, no ya tan acusados como sus tíos e incluso su madre. Pero ahí seguía la fuerza de ambas uniones.

Esta es una historia de ficción, pero que muy bien podría ser totalmente real, porque nada de lo narrado es inventiva, ya que pueden darse ocasiones muy extrañas en que las personas se conocen, se enamoran y terminan en boda, al igual que nuestros protagonistas. Y como se suele decir "fueron felices y comieron perdices" Lo celebraron a lo grande cuando la otra parte de los abuelos llegaron a Seúl cuatro días después.

Y El Camino, testigo y, en parte protagonista, permanecería igual por tiempo y tiempo ajeno a todo. Quizás algún día nuestros protagonistas volverían de nuevo a recorrerlo,  mostrándolo a sus nietos y contándoles el hecho de cómo dos mundos opuestos, se juntaron y dejaron de ser tan ajenos uno del otro.


                                                    

  


                                                                   F    I    N


Autoría:  1996rosafermu / rosaf9494

Edición: Octubre de 2021

Imágenes: Internet

Tema: Ficción

DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario