Se pararon en la puerta de salida a
la calle. Idas y venidas de gentes con prisas hablando en un idioma extraño
para ellas y, en otros más conocidos; sin duda se trataban de turistas.
Estaban algo aturdidas no solo por
las prisas, sino el cambio tan radical de trece horas metidas en un avión y de
repente, tenían ante si la realidad que las había llevado hasta allí. Para
Aileen maravillada, para Amy recuerdos y heridas profundas. Tras unos segundos
de admiración de una y, preocupación de otra, Amy tomó un taxi. Tenían reserva
en el mismo hotel en el que ella estuvo la primera vez, sólo que no sería
apartotel, sino una habitación simple con dos camas. Recordemos que estaba
céntrico y cercano a las oficinas de la compañía de Kwan.
No se pondrían en contacto con él
inmediatamente. Tenían que descansar del largo viaje, y hacerse a la idea de
que estaban allí por un tema demasiado espinoso.
Llegaron al hotel, revalidaron su reserva y un empleado les condujo hasta su habitación situada en el tercer piso. Al no llevar mucho equipaje, enseguida terminaron de ordenarlo todo. Aileen se duchó primero y después Amy, que deseaba relajarse bajo el chorro de agua caliente. Necesitaba que el agua le resbalara por la nuca. Estaba nerviosa, muy nerviosa y preocupada. Mientras el agua caliente templaba sus nervios, pensó que sería, en la mañana, a primera hora, del día siguiente, cuando se dirigiera a las oficinas. Dudaba, cómo sería con lo que iba a encontrarse y, si él estaría allí o quizás en algún viaje. Todo lo tenía muy confuso como un torbellino en su cabeza que no la dejaba pensar con claridad. Además, dependía de que su hija la forzara a acompañarla. Se hacía el cargo de la impaciencia de la joven por conocer a su progenitor, del que nada sabía hasta hacía unos días. Tampoco sería cuestión de dejarla metida en la habitación del hotel. Posiblemente lo más acertado sería ir juntas y, si acaso el asunto que las había llevado hasta allí, se tornara escabroso siempre tendrían tiempo para hablar ellos dos, a solas una vez saciada la curiosidad de la chica.
— —Si, creo que eso es lo más acertado. Además, no creo
que Aileen se conforme con quedarse metida en el hotel. Se quedará en la sala
de espera. Mientras hablaremos los dos. Supongo que me hará miles de preguntas
y me culpará de todo. Hasta de no haberle comunicado el nacimiento de su otra
hija; puede que tenga algo de razón, pero le mostrare el pendrive. Creo que será
suficiente, aunque pienso que a medias se conformará Será una situación que no la querría vivir
y que no pensaba vivirla, pero aquí está,por mucho miedo que me de.
Decidió que se pondría su mejor
conjunto, se arreglaría con esmero y hasta se maquillaría. Deseaba aparecer
ante él bonita y elegante. Sabía que sería una cursilada, pero su amor propio
se lo pedía a voces.
Cuando se incorporó a la habitación
ya arreglada, su propia hija se quedó sin palabras. Nunca la había vista tan
bonita. ¿Cómo es que nunca se había arreglado así?
— —¡Guau! ¡Mamá? ¿Cómo nunca te arreglas de esta forma?
No me extraña que perdiera la cabeza por ti
— —Anda, anda. Aduladora. Ya me arreglo suficiente. No
seas cobista.
— —En serio mamá. Eres preciosa
Amy se echó a reír. No sabía qué
decir. Se conformaba con que se lo pareciera a él, aunque en realidad no había
nada que hacer. Estaba casado con una mujer preciosa y estaría enamoradísimo de
ella. Si se querían con la misma pasión que tuvieron ellos, serán muy felices.
Lo único que sentía es tenerles que amargar la fiesta.
Miraban a todos lados y se notaban extrañas rodeados de personas del país. Su mente aún no había asimilado que estaban a miles de kilómetros de su vida diaria. Para Aileen todo era nuevo y glamuroso, porque lo poco que había visto de Seúl mientras iban en el taxi, se había quedado prendada del dinamismo y la modernidad de la capital. Connemara es precioso, pero totalmente distinta a esta ciudad. Tan moderna, tan electrizante, tan nerviosa su gente. Otro mundo muy distinto al que había vivido hasta ahora. Sus conceptos cambiarían radicalmente después de degustar la cena encantada.
Fueron dando un paseo hasta el hotel. Estaban cansadas y se acostarían nada más llegar. En el bolso de Amy, estaba el paraguas que él, la regalara , siempre lo llevaba con ella. Era como si portase un trozo de la vida vivida juntos. Eran recuerdos guardados en lo más profundo de su alma. Probablemente porque desde su regreso a Irlanda, había vivido prácticamente recluida allí. No tenía a penas amistades y se consagró en alma y vida a su hija. No quería, no necesitaba nada más. Sólo los recuerdos, aunque doliesen tremendamente. Fue el primero y el mas grande amor de su vida ¿Lo repetiría de nuevo? Y en silencio se abstrajo del entorno y comenzó a analizarse. Las penurias, las dificultades sufridas, las desorientaciones por cómo hacerlo con ella. El dolor por la pérdida del gran amor… Y supo que sí, a pesar de todo, el resultado fuera tener una hija, lo repetiría, porque ella lo compensaba de todo.
Fueron hasta el hotel caminando y
admirando la ciudad. Estaban cansadas. Enseguida de meterse en la cama, cayeron en un profundo sueño, hasta
que, desde recepción las avisaron que era la hora que les habían indicado.
Comenzaron a vestirse con
detenimiento, como retrasando el encuentro. Él estaba ajeno a todo el rumbo que
en una o dos horas cambiaría radicalmente su vida. Una vez vestidas, se miraron de frente, madre
e hija, sin decir nada, sin siquiera buscar la aprobación de la otra. Amy estaba algo pálida y muy nerviosa, aunque
trataba por todos los medios de calmarse y que su hija no se diera cuenta de
ello.
Tenía una misión muy difícil. Había
tantos reproches que hacerse mutuamente, que sabía que el encuentro distaba
mucho de ser una alegría. Lo ideal hubiera sido que Aileen se hubiera
presentado a su padre, sin más. Pero ella, tenía la responsabilidad de estar
allí. De dar la cara y de reprochar también. Quizás esperaba que Young Mi le
hubiera contado que le había llamado y él debiera haberse puesto en contacto
con ella, pero no lo hizo. Y eso podría ser por dos motivos: que su mujer nada
le dijera de su llamada o que él estaba tan ricamente casado y se había
olvidado de ella. Por eso hizo bien en incluir la conversación que tenía
grabada. Tuvo buenos reflejos aquel día. Fue como si un presentimiento le
avisara de lo que podría ocurrir en su día. Y ese día había llegado.
La temblaban las piernas y tuvo
miedo de desmayarse. No la sostenían. Mentalmente se repetía:
— —Ahora no puedes fallar. Lo has esperado durante
mucho tiempo y tu hija necesita conocer a su padre. Sentarse a hablar con él y
que la explique detalladamente lo que había ocurrido para que no se casaran. No
sólo se lo debía. Necesitaba saber la respuesta de su boca. Quería, deseaba disculparle,
aunque no sabía muy bien lo ocurrido. Pero necesitaba esa explicación.
No sabía la segunda parte del
problema: Suni. Ignoraban, madre e hija, que tenía una hermana que
no conocía y de la que nadie le había hablado. Se enteraría esa misma mañana en
el encuentro familiar.
Amy les dejaría solos que hablasen
cuanto desearan. Ella esperaría en la cafetería. Deseaba aclarar la situación
lo antes posible. Que el tiempo corriera veloz e imaginaba verse nuevamente
sentadas en el avión de regreso a casa una vez que ya todo se supiera y ninguna
novedad empañara su vida tranquila.
Decidieron ir andando, de esta
forma templarían los nervios de una y, la impaciencia de otra. Ni siquiera se
habían parado a pensar que él no estuviera o simplemente que no pensara acudir
al despacho ese día. Ni siquiera podía imaginárselo. Tal era la angustia de
Amy, que si tuviera que esperar a la mañana siguiente no podría con ello.
Sentía cómo la ansiedad agitaba su sangre. Las palabras pensadas desaparecían
de su cabeza y no coordinaría las frases. Sencillamente tenía un atroz miedo a
verle, a que no comprendiera sus razones para no insistir una vez más con la
noticia.
Seguro la reprocharía que habían
pasado demasiados años para enterarse de que su hija mayor estaba a punto de
ingresar en la universidad, sin siquiera saber que había nacido fuera del
matrimonio.
No quería ni pensar en los padres
de él, cuando les dijera, o mejor culpase de la existencia de esa niña que
arrastraría toda su vida el ser hija de madre soltera como si fuera un delito,
no sólo de la madre, sino como una especie de estigma para ella.
Y al fin, entre reflexiones y dudas
se encontraron frente al imponente edificio, que la recordó de inmediato su
paso por él. Todo seguía igual, al menos aparentemente. Agarró fuertemente de
la mano a su hija y se introdujeron en el gran vestíbulo de paredes de mármol
gris de Carrara, puertas de cristal transparente y ascensores con puertas de
acero inoxidable para hacer juego con el entorno. Apretó el botón del piso al que querían ir y,
en un segundo, las puertas de nuevo se abrieron. Se encontraron frente a otra recepción,
un pasillo que conducía a los respectivos despachos. Todo seguía lo mismo, sin
cambios, sin variación alguna. Como si sólo hubieran transcurrido cinco minutos
desde que se fue.
Una secretaría, solícita les
pregunto lo que deseaban. Dieron su nombre. La secretaria pulsó un botón en un
interfono y, aunque no se escuchaba la conversación, pudieron oír:
—Señor, han venido para hablar con
usted una señora y una señorita. No han dejado su nombre. Han dicho que, al
menos a una la conoce. Y han agregado que será una sorpresa.
— Bien si de una sorpresa se trata…
Hágalas pasar.
Con una seña, Amy indicó a su hija
que la esperase allí. Deseaba, tenía que hablar con él a solas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario