Capítulo 35 - La presentación de Aileen
Los abuelos no hablaban, sólo
miraban a su nieta, sentada ante ellos, erguido su cuerpo casi desafiante, y a
su lado Kwan emocionado y expectante por lo que su hija decidiera en ese
momento. No sabía cómo, ni por qué. Apenas se conocían, pero presentía que se
estaba preparando para hablar ante sus padres, con esa mirada fija, sin dudas,
heredada de la madre, retando a los abuelos a que la contradijeran en algo.
Había llegado el momento de poner
las cartas sobre la mesa y eso, justamente es lo que se disponía a hacer. Ya
era hora de que se supiera todo y aclarar sus ideas, las de unos y otros. Ya no
se trataba de proteger a una joven que había llegado a trabajar en su gran
empresa y se había enamorado de su jefe y el jefe de su empleada. Hasta ahí
todo normal, pero… no era tan fácil como pareciera, puesto que él estaba
comprometido para unirse en matrimonio con una chica amiga de la familia.
Lo que existía en ese compromiso,
era todo menos amor, sin embargo, siguiendo la costumbre, unirían sus vidas y
al mismo tiempo destruiría, no solo la suya propia, sino la de otras personas
que permanecían ignorantes de todo. Por eso había tomado la palabra, su hija,
la otra co protagonista del tema.
Y es que tras escuchar las
diatribas de sus abuelos y de su padre, algo dentro de ella la gritaba que
debía decir su última palabra. Ni siquiera mencionaban a su madre que, junto
con ella, habían sido las más agraviadas en este tema. Al ni siquiera
nombrarla, daban a entender el desprecio que por ella sentían y eso, además de
no merecerlo, no iba a consentirlo. Tenía un nudo en la garganta que atenazaba
sus palabras. Veía a su padre luchando por defender a su madre y, a sus abuelos
que le cercaban echándola la culpa de su fracasado matrimonio, sin atribuirse
siquiera una pequeña parte de la suya que también tenían.
—¿Queréis callaros todos? Ninguno de vosotros
tenéis idea de lo que mi madre tuvo que luchar al conocer que estaba
embarazada. Le negasteis el pan y la sal y encima la echáis la culpa de que mi
padre quiera divorciarse. Fuisteis vosotros quienes arruinasteis nuestras
vidas. ¿Os imagináis cómo lo tuvo que pasar mi madre? Tuvo que dejar un trabajo
por el que había luchado siempre. Se vio sin ingresos y con un hijo en camino,
sin nadie que la ayudase. ¿Os imagináis
lo mal que lo tuvo que pasar cuando creyendo cumplir con un deber de conciencia,
intentó hablar con mi padre y fuera vetada para ello? De eso no tenéis ni idea.
La mártir es Young Mi cuando sabéis de sobra que su matrimonio terminó la misma
noche de bodas. Ninguno de ellos amaba al otro. Era un fracaso monumental, pero
para vosotros una plena satisfacción ante vuestras amistades. Bien, pues a mi madre la defiendo yo.
Ya no pudo contener el llanto ante
la admiración del padre y el estupor de los abuelos. Kwan se puso a su lado,
posando su mano sobre la de ella y mirándola con orgullo. Hacía pocas horas que
la había conocido y en ese momento se dio cuenta de la calidad humana que en
ella había infundido Amy. Padre e hija se miraron y él la ofreció un pañuelo
para que secase su llanto. Los abuelos se miraron y guardaron silencio, probablemente
sorprendidos con la vehemencia que la joven exponía sus argumentos,
desbaratando los de ellos.
— —Quise ser yo quién averiguase el lugar donde vivía y
quién era mi padre. Algo que, desde muy pequeña, intuí que no estaba claro. Veía
a mis compañeras de clase ir con sus padres, unas veces juntos y otras por
separado, a buscarlas a la escuela. Sin embargo, a mí siempre me recogía mama.
Nunca salía con amigas, y a veces la sorprendía pensando cabizbaja en sus
cosas, con la mirada perdida, lejana, a saber, Dios en qué cosas.
—
—Hasta que una
tarde entre llantos y súplicas me contó todo lo ocurrido. Para una muchacha tan
joven, no fue fácil de asimilar saber que de repente tienes un padre que vive
lejos y que ni siquiera lo sabe. Ahorramos cuanto pudimos para, cuando terminase
de estudiar y antes de entrar en la universidad, hacer este viaje y conoceros a
todos. Principalmente a mi padre, hacerle saber que tenía una responsabilidad
hacia mí. Mi madre no quiso dejarme sola, ya que vivís muy lejos y yo era joven
y novata. Y sí, me acompañó hasta presentarme a mi padre.
—¿Quieres decir que tu madre también está aquí? -cortó el abuelo
— —No señor. Mi madre está dando una vuelta cercana al
hotel. Creyó que debíamos hablar nosotros y, al finalizar, reunirnos con ella.
Regresará mañana a Dublín. Yo me quedaré unos días para disfrutarlos con mi
padre.
— —¿Por qué no ha venido con vosotros?
— —¿En serio me estás preguntando esto? Ella no ha
querido, y tenía razón: debíamos solucionarlo nosotros y después ya se vería.
— —Pues no sé cómo vas a arreglártelas, pero quiero
conocerla. Así que llámala— dijo airado a su hijo
— —Primero tendré que hablar con ella, padre – añadió Kwan
extrañado de la reacción del patriarca
De repente admiró
el carácter de esa savia nueva llegada a su familia. Y no podía discutir que se
parecía a su padre: era clavada a él, con excepción del color del cabello. Ni
se le ocurrió poner en duda la explicación de la jovencita porque a las pruebas
se remitía. ¿Cómo será la madre? Sin duda la ha educado bien y ha sido ella
sola, dado que hace a penas veinticuatro horas de que Kwan se había enterado de
que tenía otra hija además de Suni ¿Lo sabría la chiquilla? Pensó que no lo
sabía nadie más que ellos, pero ahora sería distinto; entre todos llegarían a
una solución que a todos complaciera. No perdería a esa nieta tan valiosa y
valiente como había sido enfrentándose a unos abuelos retrógrados e
intransigentes y al mismo tiempo defendiendo la inocencia de su madre.
Miraba la
cara de su hijo lo emocionado y orgulloso que estaba de ella.
Ni siquiera
hubiera imaginado, hasta hacía una semana, que tenía esa sorpresa que,
inesperadamente le llegó de Europa.
Pero no
podían perder de vista a su otra nieta, totalmente ajena al conflicto que se
había abierto en su familia. Ignorante de todo y a buen seguro sorprendida cuando
sus padres le anunciaran no solo la separación definitiva, sino que tenía una
hermana mayor.
Era una
jovencita sonriente, la que en aquella cartulina se mostraba, ajena a todo el
vuelco que había dado su familia. Ni lo imaginaba. Pero ese trámite habrían de
cubrirlo sus padres. Esperaban que ambas hermanas, una vez se conocieran, fuera
un bálsamo para cada una de ellas. Lo necesitarían. Nadie imaginaba hasta hacía
pocos días, el cambio tan radical que sufriría la familia entera.
— —Lee Park Kwan, ve y busca a esa muchacha y tráela
aquí de inmediato.
— —Papá, dudo mucho que quiera venir. La intimidáis
mucho
— —Bah, tonterías. Tráela. Tengo ganas de conocerla.
Y no hubo forma de disuadir al
abuelo. Kwan la llamó y quedaron en el lugar en que la recogería para ir juntos
a la gran mansión en la que quedaría Aileen, conversando con sus abuelos, que,
dicho sea de paso, se les había metido en el bolsillo. Pero una de última hora por parte del abuelo, trastocaría una vez más los planes familiares
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