Capítulo 9 – Vuelta a la normalidad
Miraba por La ventanilla aguardando
paciente que el aparato se pusiera en marcha. Era un día, uno de tantos, en
Dublín amenazando lluvia. Seguramente se daría de un momento a otro, pero él ya
estaría lejos. No miraba el bullicio de la entrada y salida de aparatos en el
aeropuerto, sino que la imagen de su retina se adentraba más en la ciudad. Consultó
su reloj. Era muy temprano; estaría durmiendo. Él no había podido. A penas llegó
de la cena, tuvo que prepararse para salir hacia el aeropuerto. No le importó
demasiado, tenía más de quince horas de vuelo hasta llegar a Seúl. Harían escala
en Ámsterdam, pero no se movería de la sala de pasajeros en espera. De repente
se sintió cansado. Habían sido dos días que habían transcurrido a velocidad de
vértigo y ya estaba de regreso. Era como un sueño, sólo que real. Su
imaginación iba hacia una persona, pero la rechazaba de pleno. Cogió una
revista depositada en la carterita de su asiento y se puso a hojearla. Todas
eran iguales. Sin nada de interés. No podía estirarse hasta que no tomasen
altura, y aún seguían anclados en el asfalto de la pista.
El despegue se le hacía tan
interminable como las horas de vuelo que tenía por delante. Era una obsesión.
Alguien que se había fijado en su memoria y no podía desterrarla. Era una
mezcla de curiosidad y empeño. La primera vez que le ocurría y sabía el porqué.
En todas las ocasiones se había salido con la suya, pero esta vez, se había
mostrado distante y nada receptiva. Claro es, que él tampoco se había insinuado
abiertamente, ni lo haría hasta no pisar en terreno abonado.
Dudaba mucho que “eso” llegase a
buen término. No era como las demás. No buscaba nada y, eso le intrigaba o
quizás estuviera acostumbrado a que todo fuese más fácil.
Por fin cerraron la puerta, se
ajustaron los cinturones y el aparato comenzaba a moverse. Miró esta vez por la
ventanilla despidiéndose de la llovizna menuda de Dublín y de sus moradores. No
sabía cuándo volvería. Seguramente por motivos relacionados con la empresa.
Esto había sido un paréntesis que difícilmente volvería a repetirse. De repente
recordó que en un máximo de dos semanas se repetiría la operación sólo que no
sería él quién llegara sino la delegación irlandesa y entre ellos…
Se pasó la mano por los cabellos
como para despejarse, al mismo tiempo que sonó el timbre que les anunciaba que
podían desabrochar los cinturones y que la vida a bordo se iniciaba en ese
instante. Volvió a echar la última mirada y las luces de la ciudad ya eran
puntos que, poco a poco, se iban perdiendo.
Comenzaba a dolerle la cabeza, así
que pidió a la azafata un café y algún tipo de analgésico. Lo tomó y echó hacia
atrás su asiento. Intentaría dormir un poco. Y lo consiguió hasta llegar a la
escala. Bajó y se instaló en la sala correspondiente. Le quedaba un vuelo
largo, muy largo. Al menos había dormido un poco y el dolor de cabeza era más tenue.
Decidió tomar un café y dar una vuelta por el aeropuerto. Entró en una librería
y rebuscó alguna novela ligera que pudiera leer en el avión y terminarla antes
de aterrizar, aunque no creía que se cumpliera ya que once horas de vuelo dan
para mucho aburrimiento. No obstante, la compraría y si no le gustaba, con no seguir,
era suficiente. No le interesaba nada de lo que veía ni a quién obsequiar con
algo. Pasó frente a una perfumería y el recuerdo del perfume de Amy, le hizo
entrar en ella y rebuscar a ver si el nombre que le había dado era verdadero o
falso, aunque tampoco era algo trascendente, simplemente tratar de acortar el
tiempo de espera.
Se dirigió a un expositor en el que
exhibían barras de labios, maquillajes… y al fin, otro con perfumes que decían
eran franceses. El nombre al menos lo era. Si no lo veía preguntaría a alguna
dependienta; al menos su curiosidad quedaría satisfecha.
Rebuscaba con la mirada, pero no
sabía si es que no lo tenían o es que había sido un farol de ella. Iba a
renunciar cuando, vio un frasco de cristal pintado con gruesas rayas azules y
otras en negro y plateado, resaltando con letra cursiva el nombre “Rive Gauche “.
No le había mentido. Ese perfume hacía referencia a la orilla izquierda del
Sena. Más francés imposible. Destapó el
frasquito y aspiró el aroma. Por un instante sintió su presencia. La vio en
aquél encuentro. Lo volvió a vivir. Era una soberana locura, pero aquella chica
había descolocado sus neuronas volviéndolas del revés.
Era imposible lo que estaba sintiendo.
No la conocía. Sólo habían pasado juntos unas pocas horas entre la reunión de
presentación y la cena. No era posible que aquello le ocurriera a él. Se negaba
a pronunciarlo. No era verdad. Sólo era un impacto que pasaría pronto. Él se
encargaría de ello.
No la volvería a ver. Todos los
protocolos se los pasaría a su segundo y él ni siquiera pisaría ese
departamento. Pero quedaría como un chiflado si, ni siquiera pasase a saludar a
los empleados que llegaban y, a darles la bienvenida. Si, era una absoluta
descortesía, pero así lo haría. No deseaba seguir con esta duda absurda que no
tenía lugar.
Si el viaje ya estaba siendo
interminable, encima, ni siquiera podía dormir durante la escala más larga. Aun le
quedaban mas de diez horas de vuelo y no sabía cómo invertirlas. Pondría alguna
película a ver si con eso relajaba su cabeza o se dormía, que sería lo más
efectivo, pero, después de haber dormido, antes de hacer la escala, dudaba mucho
que se repitiera.
Por fin se anunciaba a lo lejos la
silueta de Seúl. Ya estaba casi en casa. Llamaría a sus padres para decirles
que había llegado, se daría una ducha y se metería en la cama. Ese sería su
plan: descansar para al día siguiente, seguir con la agenda que se había
marcado. Tenían muchas cosas qué hacer para preparar el viaje de los
colaboradores que llegarían en un par de semanas a lo sumo.
A recursos humanos encargaría el
alojamiento y en el departamento de informática les hablaría de lo que había
visto en Dublín y la personalidad de quienes venían, principalmente de la jefa
de equipo.
Y otra vez ella en su plan de
trabajo. Así sería durante los tres meses que permanecerían allí. Procuraría
por todos los medios el menor contacto. Ella se embebería en lo que tenía entre
manos, al menos hasta ponerse al día y conectar con el equipo que aquí les
aguardaba. El trabajo no podía retrasarse, porque si así fuera se pararía
también el de Irlanda y ese lujo no se lo podían permitir. Así que, sintiéndolo
mucho, desde el momento en que llegasen, sin tomarse siquiera un respiro, se
deberían hacer cargo de todo y contactar visualmente con los irlandeses en el
momento en que la diferencia horaria lo permitiera que eran de ocho horas por
delante Corea.
—
Basta ya de pensar en ello — se dijo—dúchate, tómate
una copa, o vete de juerga o a dormir, pero déjame en paz.
Le decía a alguien invisible y a
nadie en concreto, sino a él mismo. Lo cierto es que, salvo la ducha, no le
apetecía hacer nada más, aunque no dejaba de pensar en ello. Instintivamente
miró su reloj y comprobó la hora. Aún era tiempo en que estarían trabajando,
máxime ahora que debían tener todo listo para cuando vinieran. Serían en un
máximo de dos semanas, pero el tiempo corre que vuela y ellos tendrían también
que organizar sus vidas privadas, documentación y demás requisitos que
necesitaban. Desde lejos se veía ese tiempo como muy lejano, pero los días pasarían
veloces y, cuando quisieran recordar ya estarían allí. ¿Lo deseaba? No, en
absoluto. Su vida, hasta ese viaje, transcurría sin altibajos, normal y
organizada como la tenía, pero ahora, todo estaba patas arriba y no sabía cómo
encajarla de nuevo.
El plazo de las dos semanas había pasado
y a uno y otro lado del mundo, había unas personas que estaban nerviosas,
inquietas por el rumbo tan drástico que habían tomado sus vidas.
Amaneció el día de la llegada. Todo
estaba preparado para recibirles, pero, no sería él quién lo hiciera. Se había
sacado de la manga un viaje que no era más que una excusa para demorar su encuentro. Algo
que debía hacer tarde o temprano. Había
delegado en su secretaria, alguien de mucha confianza de él y que llevaba a su
servicio muchos años. Le conocía bien y, aunque no dijo nada, le notaba extraño
y ceñudo. Ocurrió todo a raíz de su viaje a Irlanda, que realizo animoso,
alegre y optimista y volvió todo lo contrario. En esas cuarenta y ocho horas
que pasó en Dublín, algo había sucedido que le había cambiado por completo.
Ella fue la encargada de organizar
en un aparta hotel las viviendas de las tres personas que vendrían a trabajar
con ellos.
— —En la habitación de ellos, deberás poner una botella
del mejor vino que exista en el mercado y en el de la señorita encarga un ramo
de rosas y en el tocador, ponle este frasco de perfume.
No dijo más. No dio más
explicaciones, pero Eun-ji, porque le conocía bien por la experiencia que daba la
convivencia y, su edad propia, sabía que algo había sucedido en ese viaje.
No preguntó, ni comentó nada. Sólo
el lugar al que viajaba para localizarle en caso de que fuera necesario. Ella
personalmente se había encargado no sólo de la vivienda de los viajeros, sino
la recogida en el aeropuerto y de llevarlos directamente a su hospedaje. Cuando
llegasen ella sería la encargada de saludarles y concretar cuándo podrían
verse. Para mostrarles no sólo la oficina sino el departamento en el que
trabajarían.
Les dejarían tres días libres, para
ellos, para la adaptación al horario de Corea y orientarse a donde tendrían que
dirigirse cada mañana para cumplir con su misión.
Disculparía la ausencia del principal anfitrión que debiera recibirles, con la excusa de un viaje inesperado. Trataría de cumplir con el encargo lo mejor posible. En la tarjeta que acompañaba a las flores, pondría simplemente el nombre de la empresa. Si él no quería estar presente a su llegada, pensó que sería más prudente que su nombre no figurase en el encargo. Pero había algo que la extrañó y la hizo sonreír.
— —¿Cómo sabe el perfume que ella usa? Hum… Mucho me
temo que… En fin, no es asunto mío. Él sabrá lo que hace. Ya es mayorcito,
aunque si es lo que imagino, le va a ser difícil. De por medio está Young Mi.
Presiento que como esté en lo cierto, va a correr un vendaval de primera
categoría. Veremos qué tal es la irlandesa. Muy especial ha de ser para
producir los vaivenes en la cabeza de este hombre, o puede que sea que su
compromiso con Young Mi sea por imposición familiar. Mucho me temo que van a
surgir complicaciones.
Siguió cumpliendo lo encomendado y
el resto ya se vería en pocas horas y al regreso de Kwan. Le daba lástima, a
veces de él. Era un hombre bueno y generoso, pero sometido a unas reglas
impuestas por sus padres extremadamente nacionalistas y que probablemente no
admitirían una falta por su hijo de cumplir con lo ya pactado prácticamente
desde que naciera. No lo tenía fácil si es que sus pensamientos estuvieran
puestos en otro rostro que no fuera el de su prometida. Deseaba equivocarse de
todo corazón, por el bien de todos.
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