Capítulo 23 –
Informativo
Los días seguían su marcha y, poco
a poco se fue haciendo a su nueva vida
con Aileen. Despacio y con apuros, cogía el pulso de la situación que vivía con
su hija y, se fueron conociendo ambas. Desde que había nacido Aileen, no dormía
tanto. Cualquier ruido la desvelaba y salía corriendo de la cama hasta la cuna
para ver si se trataba de la niña. Al ver que no había sido ella, respiraba
aliviada, pera ya no volvía a coger el sueño. Por tanto, sus maravillosos ojos
grises, siempre estaban orlados de violáceas ojeras.
Había pasado poco más de un mes desde que
naciera la niña y la noche se presentaba guerrera por los gases en la tripita
del bebe. Tardó un poco más de la cuenta en expulsarlos, pero al fin lo
consiguió. Decidió hacer guardia por si
se repetían. Se sentó en la cama y encendió el televisor. Era de madrugada, por
tanto, los informativos eran de última hora. Tampoco la interesaban demasiado,
pero los dejó por ver si la monotonía de las noticias la adormecían de nuevo.
—
Noticias locales —anunció el presentador y comenzó a
enumerar los diversos hechos más o menos relevantes que se habían producido en
Irlanda en las últimas veinticuatro horas.
No la interesaban en lo más mínimo,
pero hubo un nombre que hizo prestara atención:
— En el día de hoy, ha contraído matrimonio en la capital de Corea del Sur, Seúl, el financiero coreano Lee Park Kwan con la señorita Hana Young Mi. Entre los invitados estaba presente el director gerente para Irlanda el señor Peter O’Donnell, socio del señor Kwan. La celebración ha tenido lugar…
No quiso escuchar más. Se puso
lívida al ver las imágenes del enlace. Sabía que le había perdido, que no se
volverían a ver, pero el verle junto a su prometida, ya esposa, era lo mismo
que una puñalada en su corazón. Observó las imágenes y comprobó que, aunque
sonriente, no era una sonrisa franca, sino más bien por cumplir. Y recordó la
escena del perfume, en la que se reía abiertamente, muy lejos de la que estaba
presenciando, que debería ser el día más feliz de su vida.
No pudo evitar que unas lágrimas
acudieran a sus ojos. Miraba a su hija y sentía una pena infinita y un
desprecio insufrible por el que era su padre.
Si en algún momento tuviera algún
resquicio de acercamiento esto lo echaba todo por tierra. No quería pensar más
en él, pero, ¿cómo arrancarle de su vida? Tendría que hacerlo, al menos por el
pequeño cuerpo que dormía plácidamente a su lado.
Pasados unos días, todo volvió a ser como antes. Procuraba no volver a pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Se centraba principalmente en su hija. Era lo que importaba y todo lo demás tenía que echarlo en un saco roto.
Y pasó el tiempo y los años, viendo
crecer a Aileen, una niña preciosa que lo único que había sacado de su madre
había sido el color del cabello, no tan rojizo como el de ella, sino mezclado
con castaño claro. Era estudiosa y jamás le dio un quebradero de cabeza. Observaba con nostalgia lo rápido que había
pasado el tiempo y, sin querer, repasaba mentalmente toda su trayectoria. En
breves fechas cumpliría treinta y nueve años y su hija quince. Se había hecho
sin darse cuenta una mujercita.
Destacaba entre todos sus compañeros, ya que era la única que, a pesar
de haber nacido en Irlanda, se consideraba asiática y también sus compañeros la consideraban más de esa raza que de la occidental, sin duda por sus acentuados rasgos orientales.
Echó la vista atrás y pensó lo
distinto que hubiera sido todo en sus vidas ¿Se hubieran casado? O la
influencia de la raza, de sus padres, ¿habrían influido en él? ¿Seguirían
amándose como entonces? Lo cierto era que no sabían nada uno del otro y
continuaban lo mismo. Probablemente, a estas alturas se hubieran divorciado o
quién sabe si se amarían, si cabe, más. Todo eran conjeturas que a nada conducían.
Era mejor pasar página y contemplar la vida desde una especie de palco de
platea.
Amy reconocía que, su mujer era una
preciosidad, como una muñeca de porcelana. Sería difícil no enamorarse de ella.
Además, se unían muchas cosas a su favor. Era mejor no pensar en ello. Se
centraría únicamente en la vida de su hija. Su única misión en la vida, que la
había dedicado a ella.
Casi no tenía amigos; un par de
ellos en el trabajo. Raramente acudía a alguna fiesta o viajaba a Dublín. Su
vida se centraba en aquella pequeña localidad y su misión Aileen. Sus ilusiones
habían sido destrozadas y aún tenía el alma desgarrada. No la interesaba nada
de lo que el mundo pudiera ofrecerla.
Simplemente dejaba correr el tiempo y esperar a que pasase y ver la
trayectoria vital de la niña, que ya no lo era tanto.
Le asustaba esa etapa que se
avecinaba. La observaba sin que ella se diera cuenta y, a veces, la notaba
nostálgica. Nunca lo había mencionado, pero ella sabía que pensaba a menudo en
su padre. Si hubiera sido totalmente caucásica, no le afectaría tanto, pero
tenía rasgos muy marcados, a pesar de que se expresaba en un perfecto inglés y
tenía costumbres irlandesas, pero ellas dos sabían que, en algún lugar de la
tierra vivía ese hombre que era su padre. Y que, tras él, había algo que nadie
sabía más que su madre y no quería ni oír hablar del tema.
Amy volaba con la imaginación hasta
Seúl, y recorría mentalmente el itinerario que hacía cada día para ir a su
trabajo, para terminar en él, en su figura, en su rostro, en sus ojos que no
podía olvidar, puesto que tenía una representación palpable ante ella
constantemente.
A miles de kilómetros, también la
vida transcurría monótona para Kwan. Su matrimonio no funcionaba. Les mantenía
unidos una hija tenida de su unión con Hana, a la que adoraba.
Había nacido a los dos años de
haberse casado. Engendrada, seguramente, en una de las pocas noches en que
tenían conexión. Poca o ninguna comunicación existía con su mujer y cada uno de
ellos hacía su vida como mejor quisiera, cubriendo siempre las apariencias.
Pero no hacía falta ser muy observador para ver que sólo existía entre
ellos, una unión matrimonial impuesta por las familias.
Kwan recordaba con frecuencia la
intimidad, la poca intimidad con Young Mi, y la muy distinta que tuvo con Amy, con
tanta entrega, tan brutal y desesperada. Tan opuesta a la
rígida y fría con su mujer. No podían reprocharle nada, puesto que lo advirtió
en repetidas ocasiones. Así que optaron por seguir juntos, pero sin nada que
les uniese excepto su hija que era su razón de vivir: Suni. Iba a cumplir trece
años y se preparaba una gran fiesta a la que asistirían sus compañeros de
clase. Era estudiosa y amaba a sus padres entrañablemente. Ignoraba la historia
amorosa de su padre y, hasta ese momento no había observado la frialdad
existente entre ambos progenitores. Creyó que era normal en esa sociedad tan
paternalista en la que mandaban los padres sobre la vida de sus hijos. Él no
sería así con ella. Le daría la suficiente libertad para que eligiese a quién
desease, aunque no fuera de la misma clase social que ella. Kwan no repetiría
en Suni lo que hicieron con él.
Recordaba, con bastante frecuencia
su amor fracasado con Amy. Se preguntaba qué habría sido de ella.
—¿Estará casada? ¿Se habrá
enamorado de otro hombre? ¿Seguirá sola? ¿Dónde te metes Amy? ¿Por qué no
luchaste a mi lado? ¿Es así como preferías verme, infeliz y desesperado porque
aún te amo? Ni siquiera tengo el consuelo
de encontrarme contigo casualmente. Nadie sabe dónde estás, ni qué ha sido de
tu vida. Eres una pesadilla de la que no puedo deshacerme. En eso te has convertido, en el más tortuoso
de mis sueños. ¿Acaso pensaste que no te amaba lo suficiente? Te hubiera
contado todo, pero no me diste tiempo para ello. ¿Prefieres que ahora pague mis
errores? ¿Durante el resto de mi vida? Amy ¿Dónde te escondes? ¿Me sigues
amando o te has olvidado de lo nuestro? Conseguirás volverme loco, pero tú
nunca lo sabrás.
Ambas vidas eran paralelas con una
separación de miles de kilómetros, de metas truncadas y logros conseguidos,
pero en un rincón de sus corazones un inmenso hueco sin llenar como no fuera de
nostalgias y de fracasos, en lugar de amor y felicidad.
Kwan disfrutó durante el cumpleaños
de su hija. El verla feliz era su meta. Totalmente opuesta a su ignorada
hermana que, lejos de allí crecía completamente ajena de que había otra persona
que llevaba su misma sangre y totalmente distinta a ella, con dos años de
diferencia entre ambas. Una hermana pequeña que tampoco tenía idea de que
existiera. Ninguno de ellos, excepto Hana, que lo imaginaba, pero que se libró
de comentar nunca nada.
RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora: 1996rosafermu /rosaf9494
Edición: Junio 2022
Fotografias: Internet
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