Capítulo 21 - Acontecimientos
Al fin, su vida se iba enderezando.
Tenía un trabajo totalmente diferente al desempeñado hasta ahora pero que
también le satisfacía. Compañeras. Un par de ellas que lo fueron antes de ir a
la universidad, en el instituto, por tanto, una alegría nuevamente. Parecía que
al fin podía respirar tranquila ¿En serio? Ni ella misma podía creérselo.
Hacía un mes que trabajaba y había
cobrado su primer salario, decidió, por tanto, invitar a sus compañeros a una
cena informal en Mackenzie. Era sábado por la noche, así que al día siguiente
no había que madrugar. La reunión fue
muy agradable. Sería tema de conversación para toda una semana, ya que, al no haber
novedades, lo que no era costumbre, se comentaba durante varios días. Sin
llegar a emborracharse, todos se excedieron en la bebida y Amy, también.
Por primera vez en mucho tiempo,
durmió como un tronco y se despertó bien entrada la mañana. Permaneció en la
cama haciéndose la remolona. No le apetecía levantarse, probablemente motivado
por haber salido de la rutina instalada desde que regresó a casa.
De repente, la saliva subió hasta
su garganta. Notaba el estómago revuelto, sin duda debido al exceso de comida y
bebida, sobre todo, de la noche anterior. Se haría una manzanilla o un té y
enseguida se le pasaría.
El malestar persistía. Nunca había tenido esa sensación. Miró el reloj y enseguida supo que, era ya
mediodía. No acostumbraba a permanecer en ayunas hasta casi la hora del almuerzo
y a eso, sin duda, se debía su malestar.
Tuvo que salir corriendo hacia el
cuarto de baño. La boca se la llenaba de agua y unas arcadas imposibles de
soportar le ponían el estómago patas arriba.
Se repetían una y otra vez, sin encontrar explicación alguna.
—Es imposible que haya sido por la
cena de anoche. No comí con exceso ni tampoco bebí tanto. Han pasado muchas
horas. Será porque tengo el estómago vacío.
En un intervalo entre arcada y
arcada, se dirigió a la cocina y calentó un poco de leche. A medida que su
estómago lo recibía, notaba alivio y a un tiempo notaba que tenía hambre.
— —Es muy tarde. Han pasado muchas horas sin alimento.
Nunca me había pasado. ¡Qué extraño!
Cuando ingería alguna galleta
o fruta, notaba que su estómago ya no rugía y hasta recobraba el bienestar. No
le dio demasiada importancia. Se haría una comida ligera para compensar el
exceso de la noche anterior.
Durante todo el día recobró su equilibrio y hasta dio un paseo por la playa al atardecer. Le daba pereza
hacerse cena, por tanto, se preparó un bocadillo y algo de fruta. Eso sería más
que suficiente para ella, que no era muy comilona.
Le extrañó que, al comer el
bocadillo preparado, se quedó con apetito y la fruta no era suficiente, así que
cogió el tarro de las galletas y comería de ellas mientras veía la televisión
hasta la hora de acostarse.
A la mañana siguiente despertó a la
hora acostumbrada, pero de nuevo las náuseas se repitieron. No tenía
explicación para ello. Había pasado el tiempo suficiente para no creer que
fuera algún virus cogido en Corea o allí mismo. No era eso. Y de repente, se
llevó las manos a la boca para no gritar.
—No no no…No es posible. No es
posible que eso me ocurra, a mí
Pero sí la ocurría. Lo que en
principio creyó que sería un retraso por los nervios vividos, se convirtió en
una certeza. No podía ser. Ya tenía una vida estable y habían pasado demasiados
días como para que no fuera lo que sospechaba. Se sentó llorando
desconsoladamente. ¿Por qué la ocurría a ella?
No había hecho nada malo a nadie y,
sin embargo…¿Ese era el precio que tenía que pagar por unos encuentros
amorosos? En su cabeza se instalaba la duda
—¿Y si fuera un tumor? No seas
absurda. No lo es y lo sabes, además si fuera un tumor produciría todo lo
contrario a lo que te está ocurriendo. Ve al médico inmediatamente y acéptalo y
deshazte de él, pero has de hacerlo rápidamente. Llevas mucho tiempo de retraso
y cuanto más tiempo pase será más difícil.
Lo primero de todo tendría una cita
con el médico. Ahora que empezaba a encajar en la pequeña sociedad de
Connemara, llegaba esto. Empezarán las habladurías en cuanto sea visible y su
reputación de chica formal quedaría hecha unos zorros. Le parecía escuchar las
murmuraciones de las cotillas: “Fíjate embarazada y soltera”. Se tapó la cara con las manos y rompió en
sollozos. La vida no le daba tregua alguna. ¿Qué daño había hecho para tener
tantos quebraderos de cabeza? Quién creo el engaño y la deslealtad no fue ella.
Hubiera dado su vida por él y en cambio la pagó con ocultamientos y quién sabe
si con infidelidades. Sin embargo, sería ella, en solitario quién cargaría con
todas las preocupaciones e inquietudes. ¿Cómo se las arreglaría? No tenía a
nadie a quién recurrir. Se volvería loca ¿Qué debía hacer?
Una voz interior respondía a un
comentario que acababa de hacer:
— Darías tu vida por él, has dicho.
Bien, pues él te ha brindado la oportunidad de no estar sola. Porque esa
criatura que engendrasteis será carne de su carne y de la tuya. ¿Qué más
recuerdo deseas tener? Le tendrás siempre, en exclusiva para ti. Cada vez que
mires la cara de esa criatura le verás a él y no tendrás rival que te lo
arrebate. Piénsalo bien.
Esa noche no pudo dormir. Se
pondría en contacto con el médico al día siguiente. Había tomado una decisión y
nada, nadie, ni ninguna circunstancia la harían retroceder. Tendría ese hijo.
Tenía tiempo suficiente como para ir organizándose. Si tuviera temor a las
habladurías, de nuevo volvería a Dublín y allí viviría. Nadie sabría ni
murmuraría por ser madre soltera.
El médico confirmó lo que ella imaginaba y, en ese momento le anunció que deseaba tenerlo. Comenzó el ritual del seguimiento del embarazo.
De acuerdo a la ecografía, estaba aproximadamente
de algo más de dos meses, tiempo que coincidía exactamente con los últimos
encuentros que tuvo con Kwan, cuando todo creían que sería normal. Cuando sólo
tendrían que esconderse para verse y llevar una especie de comedia delante de
todos. Coincidía cuando se planteaba qué
hacer cuando regresase a Irlanda, algo que él tenía previsto, pero que no
llegaron a llevar a cabo.
Iba medio aturdida al salir de la
consulta. Ni siquiera se daba cuenta de que la gente, tropezaba con ella. Su
cabeza era un torbellino de ideas y de planes que debería llevar a cabo. ¿Cómo
no había pensado en ello cuando tuvo la primera falta? Ella conocía muy bien su
organismo y debería haber pensado lo que ahora estaba meridianamente claro.
Íntimamente pensó: ¡menos mal que no es un tumor! Y desde ese mismo instante,
comenzó a sonreír y echar a un lado los problemas que, sin duda, tendría. Ya
iría encontrando la solución a medida que surgieran, pero la idea de esa
criatura, la hizo recobrar la seguridad y acariciar con ternura su tripa que,
aún no daba señales de que cambiara.
Pero no debía obviar todo lo que se
le avecinaba, que no sería pequeño. Si no quería habladurías e ir a vivir a la
capital, tendría que comenzar por buscar un trabajo y después un lugar donde
vivir. Eso representaba una serie de gastos y sus ahorros se irían rápidamente
y, ese dinero lo necesitaría para cuando naciera su hija.
No sabía por qué, pero desde el
primer momento quiso que fuera niña y presentía que así sería. Iba a vivir días
muy estresantes que estaban por llegar al cabo de poco tiempo, cuando su estado
fuese visible. Entre esa situación y la que vivirían las dos solas en Dublín
¿Cuál sería la mejor elección? Iba a enfrentarse a una maternidad en solitario como
cientos de mujeres que están repartidas por el ancho mundo y son capaces de
salir adelante. Ella tenía recursos para ello. Echaría las habladurías
y los cotilleros, al cubo de la basura.
No se movería de allí. En Connemara
estaba su casa ya organizada, su trabajo y sus raíces. Sería bueno que también su
hija las echara allí. Se enfrentaría al mundo y a las preocupaciones que la vida la
marcara. Tendría a alguien por quién luchar. Las dos saldrían adelante. Sólo
debía esperar unos meses y mientras organizarlo todo para esperar su llegada.
Y así pasaron los días y unos
meses. Ya todos se habían dado cuenta de lo que ocurría, pero contaba con el
apoyo de sus compañeros que en todo momento le tendían una mano.
En cuatro meses más tendría a su
pequeña, porque al menos en eso, el destino le había dado la razón: era niña. A
medida que se acercaba el momento, lejos de olvidarse de Kwan, permanecía con
más fuerza y permanencia en su memoria. Pero otra, entreabría la puerta de las
dudas. ¿Tendría que decírselo?
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