Capítulo 14 - Una entrega en Recepción
Al fin, acompañada de sus dos amigos irlandeses, fue hasta el hotel con la promesa de meterse en la cama y `permanecer en ella durante todo el día, hasta el siguiente. En Recepción encargaron la cena para ella y recibió un pequeño paquete que habían dejado. No sabía lo que era. Al llegar a su apartamento, lo desenvolvió. No podía imaginar lo qué sería aquello, ni quién lo enviaría.
No tuvo que esperar mucho, en
cuanto rompió el envoltorio supo de lo que se trataba, de quién era y a qué se
debía.
— —¡Por los clavos de Cristo! Este hombre es imposible.
Se ducharía antes de meterse en la
cama. Al entrar en el cuarto de baño, su mirada se dirigió hacia un estante en
el que sobresalía un determinado frasco. Una luz se hizo en su cabeza:
—No es posible. Habrá sido una
casualidad. Es imposible que lo recordara.
Se debatía en esa lucha mitad
incredulidad y mitad certeza de que había sido él quién encargara al hotel
pusieran aquél determinado perfume.
— —Me va a volver loca. No, no, no. Es imposible. No
puede ser. Se desenvuelve en unas esferas totalmente diferentes a las mías.
Bueno, en realidad yo no tengo ninguna esfera. ¿Qué esfera? ¿Una tarde de cine
o de merienda con mis compañeras? ¿Puedes compararlo con los saraos que
organizará esta gente? ¿Cómo eres tan ilusa en siquiera imaginarlo?
Sin embargo, no podía evitar
hacerse ilusiones. ¿Quién no se las haría con el comportamiento de un hombre
como aquél? ¿Cómo no tenerlas con lo imponente que es?
— —Mírate en un espejo. ¿En serio crees que se ha
fijado en ti? No seas tonta. Pero, si eso te hace feliz, imagínatelo. Tienes
derecho a ello, y además eres una “perita en dulce”. No debes menospreciarte
por ser simplemente una empleada. No eres cualquier trabajadora. Ahora mismo el
proyecto a punto de lanzar, te lo debe a ti.
Mientras eso pensaba,
instintivamente acariciaba aquel frasco de cristal de rayas negras, azules y
plateadas: Rive Gauche. Sonrió levemente, pero no era de satisfacción, sino de
desgana. No sería posible aquello que imaginaba. Sin embargo, su corazón se
desbocaba al evocarlo. Al recordar aquel paseo inesperado. Nadie le obligó a
acompañarla hasta su casa. Podía haberlo hecho alquilando un taxi y, sin
embargo, él se empeñó en hacerlo. Tenía que asegurarse de que no eran
invenciones suyas. Pero ¿Cómo no imaginárselo?
Pero era difícil abstraerse de esos
pensamientos cuando, el terreno ya estaba abonado. ¿Cómo resistirse al
atractivo de semejante ejemplar? ¿Por qué no pensar que a él podría ocurrirle
lo mismo que a ella? ¿Tan poca cosa debía considerarse?
Se dormiría montándose su propia
película consistente en que él estaba prendado de ella y que conquistaba su
corazón y al fin…
El sueño inundó su cuerpo quedándose dormida
en ese punto. El medicamente recetado por el médico, había surtido efecto.
Tendría un sueño reparador y ojalá que fuera largo. Al despertarse, se
encontraría mejor y con un poco de suerte volvería al trabajo y tendría
oportunidad de verle de nuevo. Con eso se conformaba. No aspiraba a más: verle
era su máximo proyecto. Pasaría el tiempo. Regresaría a Irlanda y ahí
terminaría su sueño de una tarde ¿de verano? No. Lluviosa. Porque todo ese
montaje se lo debía al haber recibido el paraguas de parte de él. Debería darle
las gracias.
Poco a poco iba saliendo del
letargo en que la medicación la había sumido, y también recobraba el sentido
común, dejando a un lado, lo que sólo en su cabeza había vivido. ¿Cuánto había
dormido? No tenía ni idea de a qué hora el señor Morfeo se fue adueñando de su
cuerpo. Tenía que despejarse porque el repiqueteo de su móvil llevaba sonando
durante un buen rato que, inconscientemente interpretó sería parte del sueño.
Pero no lo era y, tras un breve intervalo, volvía nuevamente a sonar. Guiñando
los ojos al tratar de abrirlos y atender la llamada, alargó el brazo para
cogerlo de su mesilla:
— —Dígame—respondió con voz somnolienta
— —¿Eres tú? ¿Estás bien?
Ese tuteo y su cabeza algo
embotada, le hacían dudar sobre quién osara interrumpir su sueño, hecho a
medida de sus deseos. Volvió a preguntar:
—¿Quién llama?
— — Soy Kwan. Me tienes preocupado. Hace rato que te
llamo y no respondes ¿Te encuentras bien?
Sonrió, ya más despierta, al darse
cuenta de que en verdad la tuteaba. No había sido parte de su sueño. Con nadie
más lo hacía ¿Por qué con ella? Respondió algo aturdida aún. Debía contestar,
de lo contrario él se alarmaría.
—Si. Estoy bien. Estaba dormida
— —Siento haberte despertado, pero no estaba tranquilo.
¿Necesitas algo?
— —¿Por qué me ha comprado el paraguas?
— —Porque lo necesitas. Si lo hubieras tenido no
estarías en cama
— —Bueno, no me regañe
— —No te estoy regañando
— — Tiene razón. Hice una lista de lo que debía llevar
en mi equipaje y olvidé el paraguas. Creí que aquí no llovería al igual que en
Irlanda.
— —Bueno no tiene importancia. ¿Me dirás de una vez
cómo te sientes?
— —Mejor, estoy mejor.
— —Me alegro. Estoy muy preocupado por ti
— —¿Por qué? Sé cuidarme sola
— —No estoy muy seguro de ello—respondió respirando aliviado.
— —Mañana acudiré al trabajo
— —Ni se te ocurra
— —Si. Si se me va a ocurrir. Prometí estar todo el día
de hoy en cama y lo cumpliré. Me aburro soberanamente y, además, estoy bien.
Así que iré a trabajar
— —Eres una mujer imposible ¿Lo sabes? Cabezota,
independiente… Por eso me gustas. Si, me gustas mucho
¿Había oído bien? ¿Era una
declaración o una opinión? Se quedó callada durante unos instantes pensando en
cuál sería su próxima pregunta. Cómo hacerla, qué decirle para aclarar de una
vez lo que significaba aquello que, no deseaba tomar al pie de la letra. Pero
debía hacerlo. No podía seguir viéndole, vivir con esa incógnita permanente en
su cabeza. ¡Si al menos tuviera cerca a sus amigas…! Pero no lo estaban así
que, debiera ser ella quién despejara esa ecuación.
Por un lado, notaba que su corazón
se aceleraba con esas palabras, con el susurro de su voz. ¿Cómo un hombre de
mundo se había fijado en ella? Seguro que tiene a cuantas mujeres desee y serán
todas hermosas y sofisticadas. En cambio, ella era de lo más simple. Cómo si se
anticipara a esa pregunta no expresada, él respondió:
—Precisamente por eso. Porque eres diferente, terca, inteligente, con
fuerte personalidad… Distinta, diferente a todas cuantas conozco. Eres preciosa
y exótica.
—¿Exótica yo? — soltó una carcajada extrañada de esa expresión de parte
de él
— —Para ti seré yo el exótico. Habrás observado que en
toda Corea la única persona con el cabello rojizo eres tú ¿Te parece poco exotismo?
Me gustas. Mucho. Acabo de decírtelo.
No respondió. No podía hacerlo. Era
la declaración de amor más inesperada que había recibido nunca. Bueno, lo
cierto es que nadie hasta ahora, se le había declarado. Ningún hombre desde la
universidad. Sin embargo, esta tenía un significado especial. Se arrebujó en la
cama sonriendo e imaginando su rostro al declararla abiertamente que sentía algo
por ella. Era un recreo para sus oídos. ¿Se lo diría en persona, o habría sido
motivado por la preocupación que decía sentir? Era una responsabilidad para él
y su empresa, si alguno de los empleados trasladados fuera de su país
contrajera alguna enfermedad extraña al no tener las defensas para los virus
que pudieran contraer en el país que no era el suyo. Sí, decididamente a eso se
había referido.
—¿Sigues ahí?
Salió de sus reflexiones cuando,
por segunda vez escuchó la misma pregunta:
—¿Estás
ahí? Me tienes preocupado. Te noto extraña y sé que no debo hacerlo, pero como
no me contestes a lo que te ocurre, me presento en el hotel ahora mismo.
— —No, estoy aquí. Estoy bien. No se le ocurra venir.
Me dejaría en muy mal lugar ante todos.
— —Te acabo de decir que siento algo profundo por ti y
sigues tratándome ceremoniosamente. ¿He de interpretar que no te gusto, que no
quieres tener nada conmigo más que un trato laboral?
Y aquí estaba. La incógnita
despejada. Deseaba tener una relación con ella. ¿Qué debía responder? Que sí.
Que ella sentía lo mismo. Que no la importaba el mundo, sólo él. Que, al
tenerle de frente, no sería capaz de disimular y que deseaba verle pese a todo.
— —Yo también te quiero— Y colgó el teléfono.
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