Capítulo 22 - Maternidad
Tenía miedo a lo que iba a
enfrentarse de lo que no tenía referencia alguna. No había tenido a su madre
que la acompañara y, al mismo tiempo la instruyera de lo que iba a vivir. Y como
casi siempre fue de madrugada. Y como siempre estaba sola en casa cuando rompió
aguas. Se puso muy nerviosa, a pesar de que su ginecólogo le había explicado el
proceso que se produciría y el momento en que debía acudir al hospital. Le
había dado lastima de esa joven mujer, absolutamente sola en el mundo y sin
tener idea de lo que se avecinaba.
Pero la necesidad obliga, y ella
aspiró aire y se dirigió al teléfono todo lo tranquila que podía estar.
—No se preocupe, tranquilícese.
Mandamos una ambulancia a su casa. Estará allí en cinco minutos —la dijeron
Y entró poco menos que en pánico.
Estaba con el camisón puesto, ya que la pilló durmiendo. Por indicaciones de
una enfermera, hacía tiempo que tenía preparada una pequeña maleta con lo que
la niña necesitaría en el hospital. Se cambió rápidamente a velocidad de
vértigo, y trató de serenarse hasta que llegase la ambulancia, que no tardó en
tocar al timbre de la puerta.
Mientas la acomodaban en su
interior lo más cómodamente posible, uno de los paramédicos, mientras tomaba su
mano, le iba haciendo preguntas, más para tranquilizarla que otra cosa. Directamente
la introdujeron en el paritorio. Era primeriza y estaba muy nerviosa y
alterada. Acudió también el ginecólogo que había llevado su embarazo, así que
la conocía bien.
Fueron seis horas de parto. Ella murmuraba
con voz cansada:
— —¡Ha sido horrible¡
El médico y la matrona que le
ayudaba, se reían compadeciendo a esa joven madre y totalmente novata.
Todo había ido bien, sin problemas
y, a pesar de las horas que a ella le
parecieron interminables, había sido un parto rápido y sin complicaciones. A
penas había salido de su vientre, la depositaron encima de ella para que pudiera
verla. Entonces no pudo contenerse y rompió a llorar. El personal sanitario sonreía
al comprobar que, en esos momentos, todos los padres reaccionar igual, sólo que
esta joven madre estaba completamente sola.
A duras penas se la quitaron para
chequearla y terminar de limpiarla a ella también. La trasladaron a la habitación
al cabo de un par de horas junto con su hija. Ni siquiera había pensado un
nombre para ella.
— —La llamaré Aileen, porque será mi luz
No se había dado cuenta del
problema que se avecinaba y que no sabía cómo resolver. ¿Debía comunicárselo al
padre? En todo ese tiempo no habían tenido contacto alguno ¿Debió hacerlo ante
los síntomas de embarazo? Posiblemente, pero ya no había remedio, así que más
le valía no pensar en ello. Pero debía hacerlo ahora, sin más demora. No sólo
por el padre, sino por su hija, para que el día de mañana no tuviera que confesarla
que no lo había hecho.
Ya en la habitación, Aileen también
estaba. Entonces tuvo ocasión de fijarse en cómo era ese pequeño montoncito de
carne. El poco pelo que tenía apuntaba a que sería de color castaño. Su tez era
más bien pálida, pero sus ojos eran almendrados, acusando fuertemente su
procedencia asiática.
¿Se sorprendió? En absoluto, lo
esperaba ya que el padre tenía muy marcados sus rasgos. Sería un recuerdo
viviente de él. No pudo evitar que, por la tensión del parto y del momento de
recuerdo que vivía en ese instante, el llanto acudiera hasta sus ojos. Estaban
las dos solas en aquella silenciosa habitación. Ni siquiera la niña emitía
ruido alguno, tan sólo, tenuemente, algún suspiro y gimoteo de la madre. Debía acostumbrarse ya que de ahora en
adelante sólo estaban ellas dos y ella, sería la encargada de ser cabeza de esa
insólita familia.
¿Qué ocurría a miles de kilómetros
de allí? En Seúl se ultimaban los detalles con la persona encargada de todo el
boato que sería, posiblemente la boda del año. Lee Park Kwan, contraería
matrimonio con Hana Young Mi.
La cara de ella radiante de
felicidad y nervios, la del novio tenso, gesto contraído y entrecejo fruncido.
Protestaba por todo. Se ponía nervioso y lo transmitía al resto de personas
contratadas para que todo fuera más sencillo, pero él, con su mal carácter, lo
volvía más complicado de lo que era en realidad.
Totalmente ajeno a lo que a miles
de kilómetros estaba ocurriendo que, de saberlo, cambiaría el rumbo de su vida.
Pero nada había vuelto a saber de ella. Al principio llamó continuamente a su
móvil, pero pensó que lo había tirado para cortar toda comunicación con él, porque
siempre le daban la misma respuesta: “este teléfono está apagado o falto de
cobertura”.
Sabía que su separación había sido
muy dolorosa y también conocía cómo era el carácter que tenía, por tanto, dedujo
que lo tiraría para romper todos los lazos que pudieran unirles. Hasta que, al
no obtener respuesta por parte de ella, dejó de llamarla.
Había tenido serios disgustos con
sus padres al rechazar de plano su unión con Young Mi. Ellos habían conocido su
relación con Amy cuando ella se marchó. Las voces de los padres se escucharon
por toda la casa, al saber que su hijo había mantenido una relación con la
irlandesa, rechazando de plano a su prometida.
Se sentía viejo, cansado, harto de
ese tema, así que, en su última discusión con ellos, pronunció las palabras que
deseaban escuchar:
— —Está bien. Me casaré. No quiero reproches
si lo nuestro no funciona. Os lo advierto: no la quiero, no estoy enamorado de
ella y nuestro matrimonio no funcionará porque ella tampoco me quiere. No
quiero ningún reproche si eso sucede por parte de nadie. Yo solamente amo y
amaré siempre a Amy Callaghan
Salió de la estancia dando un
portazo y el rostro desencajado. Ya no quería más peleas ni discusiones. Había
mantenido la esperanza de poder localizarla hablar con ella e incluso hacer un
viaje hasta Irlanda si fuera necesario, pero pareciera que se la había tragado
la tierra. Se había despedido de la empresa y nadie sabía su paradero. Pasó el tiempo y, pocos
meses después, estaban enredados en los preparativos de la boda.
Tres días después de dar a luz, Amy
entraba en su casa llevando en brazos a su hija. Después de descargar su
pequeño equipaje, se sentó con la niña en brazos y paseó la vista por la
estancia, como si fuera la primera vez que viera aquella habitación. Miró la carita dormida de su pequeña y la
estrechó contra sí. Su amor hacia ella la desbordaba y recordaba con más
intensidad al padre, que lejos de allí, seguramente la habría olvidado.
Miró su reloj y calculó la hora que
sería en Seúl. Tenia que hacerlo y de hoy no pasaría. Decidida marcó el número
de Kwan. Él, no se había equivocado, efectivamente su teléfono lo había tirado y
comprado otro nuevo desde el cual llamaba. Estaba nerviosa. Escucharía su voz
al cabo de tantos meses y un nudo en la garganta la impedía emitir palabra
alguna. Pero no fue su voz la que escuchó al otro lado. Hablaba coreano y era
una voz de mujer.
Aunque extrañada estaba decidida a
contarle que había sido padre, pero no era él quién respondió. Se puso algo
nerviosa ya que no lo esperaba. Ante la insistencia de la otra persona se
decidió a hacerlo en inglés.
—Please can you tell Mr. Lee Park
Kwan to come on?
—Who calls? Are you Amy? If she is you, I ask you not to bother him. He doesn't want to hear from you. He is very happy now. don't call back
Se quedó mirando el teléfono como
si tuviera la culpa de la respuesta que le habían dado por la que dedujo, se
trataba de la que iba a ser su esposa. No sabía lo que hacer. Hubiera dado
cualquier cosa porque él hubiera hablado con ella. Ahora su conciencia debía
estar tranquila; había cumplido con su obligación. Algo en su cabeza la hizo
detenerse cuando procedía a borrar esa conversación. No debía hacerlo, sería su
única justificación de que se lo anunció, si acaso, en su día, tanto su hija
como él mismo, la reclamasen el haberlo ocultado.
Estaba furiosa ¿Quién se creía que
era? Tenía todo el derecho del mundo de poder hablar con él. Rabia, desilusión,
coraje… Sentía miles de cosas, pero sobre todo dolor. Un dolor inmenso, aunque
él, al menos en esta ocasión no tuviera la culpa para ese rechazo.
Los gemidos de su hija la sacaron
de su abstracción. Reclama a su madre y su fuente de alimentación. Mientras la amamantaba, como si el bebe
pudiera entenderla, acariciaba su manita y la hablaba. Esas palabras que la
dedicaba salían desde muy dentro de su corazón. Su amor frustrado aún la seguía
doliendo.
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