lunes, 23 de julio de 2018

Mi vida en una maleta - Capítulo 10 - Una gran oportunidad

Buscaba trabajo, pero era difícil encontrarlo.  Los tiempos estaban siendo difíciles para todos. La guerra había pasado hacía mucho, pero ahora los gobiernos no terminaban de entender a los trabajadores y los recortes y las privaciones  existían en la mayoría de los hogares.  También se resintió la casa Flanagan que  a veces notaba sus apuros.

No estaba siendo tan fácil ni tan rápido como creyó en un principio . Al fin, ella no podía quejarse:  tenía el de la anciana.  Pero no desfallecía y seguía comprando el periódico a diario y yendo a las oficinas sociales en busca de algo.  Hasta que una mañana, la señorita que normalmente la atendía en Ayuda Social de Empleo, le habló de una plaza de enfermera en un hospital.  Su sueño podría hacerse realidad, pero...

- No sé si te interesará, es en Londres - le dijo la empleada
- ¿ No hay nada por aquí ?
- ¡ Que va ! Están recortando sin cesar. Francamente después de lo que pasamos cuando  la guerra, ahora que comenzábamos a respirar, nos viene ésto
- Está bien.  Dame el papel o la documentación que tengas que darme.  No tengo familia, así que me da igual donde sea.
- ¿ No tienes familia?
- Bueno. En verdad si la tengo  se trata de los señores que nos acogieron a mi madre y a mi al llegar refugiadas de Alemania.
- ¿ Eres alemana ?
-Nací en Brelín.  Mi padre alemán y mi madre irlandesa
- ¿ Quieres un consejo ? -le dijo la empleada
- Si dime - respondió ella
- No digas que eres alemana.  Por aquí hay mucha gente que ha sufrido mucho y sería traerles malos recuerdos
- Pero es que mi apellido es alemán.  No tengo por que ocultarlo.  Ellos mataron a mi padre que era de los aliados ¿ por qué voy a esconderlo?
-Sé porqué lo digo.  Si puedes evítalo.

Le dio los documentos que precisaba y concretó el día para viajar.  Iria a por el billete ese mismo día. Estaba contenta, a pesar del último consejo que le diera la funcionaria.  Se hizo la reflexión de que sería difícil que le saliera el empleo; no tenía experiencia más que con el trato de la anciana.    Mejor no hacerse ilusiones y esperar a ver qué sale de la entrevista con el hospital.

Y dos días después estaba frente a la gran portada del Charing Cross Hospital.  Estaba nerviosa y esperanzada.  Le aturdía un poco ver a tanta gente entrar y salir de allí.  Totalmente diferente al que ella conocía en Casttle Combe, mucho más pequeño, pero también más cercano.  Tragó saliva, irguió los hombros y con paso firme entró en el vestíbulo.

Era imponente. El ir y venir de personas y empleados, asemejaba a un hormiguero en constante movimiento.  Se acercó a un mostrador que suponía que era de información, pero resultó ser de recepción de pacientes.  La indicaron el correcto y,  algo aturdida  atinó con su ubicación.
Tenía que preguntar por el inspector jefe de contratación situado en la planta primera.  A empujones entró en el ascensor, que más bien parecía un montacargas.  Pero su odisea comenzó al abrirse paso entre la gente que lo ocupaba a tope.  Al fin se vio en la planta primera, y de nuevo otro mostrador de información.  La indicaron que debía esperar en una sala contigua y hacia allí se dirigió; habían unas quince personas esperando  a que las recibieran.  Si la entrevista se demoraba mucho, pasaría allí parte del día.
Unos terminaban enseguida, en cambio otros  tardaban en salir.   ¿Sería buena o mala señal ?  Sentía un sueño tremendo; de  aburrimiento ; nadie hablaba, todos serios , y pensaba que nerviosos,  como lo estaba ella.  Comenzaba a dar cabezadas, cuando una enfermera salió pronunciando su nombre.  Se despertó de inmediato, y de un salto se puso de pie para entrar al lugar que le indicaron.

Frente a una mesa, un señor de mediana edad con bata blanca de médico, se levantó cuando entró, la tendió la mano y la sonrió educadamente.  A continuación de leer su curriculum en el que solamente figuraba la atención de la anciana, el hombre torció la cara y se quitó las gafas.  Eso era señal de que no les servía.  Le miraba fijamente tratando de adivinar sus impresiones.  Pausadamente comenzó a hacerle preguntas que ella respondía con seguridad y firmeza;  poco a poco notaba que se iba relajando.  No sabría precisar el tiempo que permaneció examinándola, porque eso es lo que era: un examen.  Se le hacía el tiempo interminable. Al fin el hombre soltó las palabras mágicas:

-Está admitida, pero estará unos días a prueba.  Si su trabajo es satisfactorio el contrato será fijo, si no fuera así le daríamos su finiquito por los días trabajados y quedaríamos como amigos . ¿ Cuándo puede empezar ?  Observo que no vive en Londres.
- Mañana mismo si quiere. Cierto no vivo aquí, pero eso no será obstáculo
- Muy bien. Pues mañana entrará a las ocho de la mañana y hará un turno hasta las tres de la tarde. Tendrá veinte minutos cada dos horas para descansar si el trabajo lo permite, claro.  Algún día tendrá que hacer guardias nocturnas de diez de la noche a ocho de la mañana ¿ De acuerdo ?  Deberá subir a la planta de Recursos Humanos y allí firmará el contrato provisional y le informarán de su sueldo. Sea bienvenida  Liesa.  Espero que su estancia entre nosotros sea fructífera y larga.

Se despidieron y a continuación siguió con la tramitación en Recursos Humanos. Una hora más tarde, llamaba desde una cabina a casa de los señores para anunciarles que de momento estaba admitida. Hizo lo mismo con la anciana, a la que le costó un disgusto por el cariño que la tenía.

 Lo inmediato sería buscar algún lugar en donde pasar la noche, y si era de su gusto, viviría mientras durase la prueba, después ya vería.  Preguntó a un Bobby por alguna pensión u hotel barato pero limpio y cómodo, no lejos del hospital y amablemente fue informada.  Estaba a dos manzanas de allí, y eso lo interpretó como una excelente señal.

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