jueves, 5 de julio de 2018

Mi vida en una maleta. Capítulo 5 - Desvelo

 La vida seguía su curso en la casa.  Liesa acudia a sus clases y los señores recibían las visitas previstas o las hacían ellos.  Tan sólo Brendan hacía una excepción. Dormía hasta muy tarde, probablemente para resarcirse de tantas noches en vela al pie de la cama de cualquier herido u enfermo.

Por la tarde todo volvía a su ritmo normal.  Liesa llegaba del colegio bastante satisfecha.  El examen realizado había sido perfecto y pronto tendría las ansiadas vacaciones.  Aunque por otro lado sabía que tenía que buscarse algo en lo que hacer porque de lo contrario se aburriría solemnemente.   Agradecía al máximo la ayuda y la acogida que le dieron en esa casa, pero no quería abusar.  Tampoco estaba preparada para trabajar, así que tendría que esforzarse para conseguir algo que le proporcionara algún ingreso que la permitiera independizarse.  En el colegio había un anuncio  de un empleo como acompañante de lectura para los ancianos o simplemente hacerles compañía.  Era totalmente altruista porque sería en el hospital.  Cortó una tira en donde indicaban la dirección, y resuelta acudió a su entrevista.  Si quería ser enfermera, este sería un primer paso para estar cerca de la gente que sufre.

Por supuesto gano el puesto, entre otras cosas porque solamente se presentaron dos muchachos para ese trabajo. Comenzaría en cuanto terminasen las clases.  Estaba impaciente por estrenar su trabajo a pesar de que no sería remunerado. Creyó oportuno comunicárselo a los señores que tan generosos habían sido con ella.   así lo hizo; fue el mismo día que la aceptaron.  Ellos se sorprendieron ya que no esperaban que tan pronto comenzase a volar, pero la dieron su bendición por su buen corazón. Brendan estaba presente, y sonrió complacido sin dejar de mirarla; cada vez le asombraba más esta chiquilla.


 Y al fin terminó su bachillerato. Acudieron a su graduación los señores, ya que Brendan había tenido que marchase a Londres para reanudar su carrera en el punto en que la dejó.  A pesar de haberse convertido en un cirujano extraordinario, ya no estaban en tiempos de guerra y ahora los padecimientos eran otros y muy diversos.  Se inscribió en la universidad para reciclarse y ponerse al día.  Viviría en casa de algún familiar y acudiría a casa de sus padres, sólo en fechas muy señaladas.  Iba con retraso  en comparación con los otros estudiantes.  Y trabajaba duro durante muchas horas, robando sueño al descanso, pero debía hacerlo si quería incorporarse a su profesión en el menor tiempo posible.
Durante aquella época sólo vio a sus padres por Navidad.  Todo en la casa seguía igual, excepto Liesa que había experimentado un gran cambio en pocos meses.  Se había convertido en una linda joven.  Había ingresado en la escuela de enfermeras y al mismo tiempo atendia el compromiso contraido con la asistencia a los ancianos.

Liesa comprendía que no podía depender totalmente de los señores, y que iba siendo hora de buscarse un trabajo remunerado.  No podía ejercer como enfermera, pues todo lo que había aprendido hasta la fecha, era cómo hacer una cama sin mover al enfermo de ella.  Comprendió que iba para largo, hasta que obtuviera su titulación, pero lo conseguiría esforzándose cada vez más.  Era algo que debía a sus padres y en recuerdo de Helmut deseo ser una buena enfermera, la mejor.  Pensaba en lo mal que lo debió pasar su padre, herido y sin nadie que pudiera ayudarle.  Ese recuerdo perduró siempre en su vida.
Estudiaba todo cuanto podía y para no interrumpir el sueño de Molly, lo hacía en la cocina cuando todos se habían retirado a dormir.  Pero, a veces, a ella también la vencía el cansancio, y la encontraban, al día siguiente, reclinada sobre los libros durmiendo.
Aquella noche  estaba cansada, muy cansada.  Siempre al llegar el jueves la pesaba el cansancio de la semana.  Era una asignatura importante y pensó estudiar toda la noche.  Se preparó una cafetera de café bien cargado y desplegó los libros y cuadernos por la amplia mesa de la cocina.

Hacia las tres de la madrugada, el sueño la venció, y pensó que una cabezada de unos minutos la despejarían, pero el sueño pudo más que su buena voluntad.

Brendan había llegado por sorpresa a casa de sus padres; pasaría con ellos unos días.  había terminado su puesta a punto y ahora sólo esperaba que fuera conforme la solicitud que había echado para ingresar como médico en un hospital londinense.  La señora Gibson se había esmerado con la cena, y a media noche sintió una sed atroz.  Pudo haber bebido agua de la jarra que tenía en su mesilla de noche, pero pensó que estaría caliente. Se dirigió al cuarto de baño y bebió del lavabo un buen trago de agua.  Pero algo le indicaba que bajase a la cocina.  Se había desvelado algo, y creyó que un vaso de leche  le haría volver al sueño.  Y hacia allí se dirigió.  Le extrañó que la luz permaneciera encendida, pero al entrar en la estancia comprobó a qué se debía: durmiendo sobre los libros estaba Liesa.  Sonrió al verla y regresó al salón a buscar la manta con la que su madre cubría sus piernas en las noches de invierno.  La tomó y regresó a la cocina, tapando con ella a la joven que no se despertó.
Se la quedó mirando y apartó un mechón de cabellos que caia sobr su rostro.  Entonces se fijó en su cara: tenía una expresión dulce, relajada, inocente de casi una chiquilla.  Pero ya no lo era.  Se había convertido en una mujer joven que tomaba las riendas de su vida.  Probablemente se había hecho más madura a causa de lo vivido en su niñez, de las experiencias traumáticas que presenció, pero que en ella no había minado su carácter,   afortunadamente.
Se sentó observándola y pensó:  " la de vueltas que da la vida,".   Cuando su amigo alemán le suplicó que cuidara de su familia, creyó que se trataría de un bebe, aunque en realidad la niña era de corta edad.,   que  se había convertido en una mujer sin a penas darse cuenta.  Sólo habían pasado unos pocos años, pero la vida no se frena como en nuestra imaginación, y sigue su curso imparable.  Bebió su vaso de leche, y salió de la cocina, trataría de recobrar el sueño

Pero no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas y no había forma . En su cabeza se colaba la imagen de la cocina.  No podía permitir  que eso suceduira.  Ella era una chiquilla y él un hombre hecho y derecho, que aunque joven la llevaba bastantes años de diferencia.  Además se había comprometido con Martha.   Antes de comenzar la contienda, ya tonteaban.  Desde pequeños jugaban a que algún día se casarían.  Le esperaba y no podía faltar a su promesa, aunque aún no estuviera formalizado el compromiso..  Era un trato de familia desde hacía mucho tiempo.  Se la disputó a James y fue él quién ganó. Los tres eran demasiado jóvenes y ni siquiera presentían lo que tiempo después ocurriría. Una guerra, la muerte de James y él movilizado en el frente.y otras historias en su cabeza que lo cambiarían todo.  Todo se había truncado, pero aún debía, al menos una explicación a Martha.  Y así lo haría cuando regresase a Londres. La quería como a un buen recuerdo de niñez y adolescencia, pero no era suficiente para unir sus vidas.  Probablemente a ella la ocurriría lo mismo. Aquellos juegos infantiles eran sinceros e inocentes, pero eran sólo eso: juegos.  La vida les marcó otro camino muy distinto al que ellos idealizaban

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