martes, 31 de julio de 2018

Mi vida en una maleta - Capítulo 25 Flores para el descanso

 Los padres Flanagan se miraron y les advirtieron de que si se confirmaban los rumores, sería posible que hubieran altercados de uno y otro lado.  Brendan, apretando ls mano  de Liesa, dijo si con la cabeza, sonriendo.   Aceptó el plan de su esposa, y se cuidó muy mucho de repetir la discusión del día anterior.  Estaba dispuesto a complacerla, nada le gustaba más, pero es que el recuerdo de la separación, lo tenía muy presente aún, y no quería re abrir viejas heridas.  Pero ella, en esa sonrisa, advirtió las dudas de él.

— No temas, cariño. Ya estoy curada.  Pero he de hacerlo;  se lo debo y te lo debo.

No dijo nada más, dejando a su marido tratando de entender lo que le había querido decir. No había concretado todo el itinerario; creía que sólo incluía Berlín, pero en su cabeza estaba la primera visita: a Alençon.  Quería depositar unas flores en la tumba de Candice.  Sería una sorpresa que creía iba a  complacerle.  Desde que abandonara la zona, nunca había regresado. El había amado a esa mujer que iba a darle un hijo, y aunque fuera pasado, formó parte de su vida, al igual que ella lo formaba ahora  Debía recordarla porque dejó una huella dolorosa en su vida  y formaba parte de su curriculum  Si.   Creía que debía hacerlo y lo haría.

Cuando ya lo tenían todo ultimado, surgió algo urgente en el hospital que necesitaba la presencia de Brendan.  Y de nuevo surgió la discusión entre ellos.  Ya lo tenían todo dispuesto, pero debían retrasarlo al menos cuatro días

—No puedo creérmelo— dijo ella enfadada
— Mamá, no te compliques la vida.  Los abuelos dicen que pueden haber problemas ¿ Qué más te da retrasarlo un poco más   Los países no se van a ninguna parte de donde están, permanecerán allí cuando lleguemos.
— James.  No lo entiendes. Lo que ocurre es que no tienes ninguna gana de venir con nosotros
— En eso tienes razón. Por un lado me gustaría conocer en donde naciste, pero por otro...  No,  no me gustaría porque sé que vas a pasarlo mal
— Recuerdo muy poco de aquél tiempo, pero sé que he de ir y realizar unas visitas. Le diré a papa que se quede y cuando termine lo que es tan urgente, vaya a buscarme.  Creo que eso sería lo mejor

Pero Brendan no aceptó.  Tenía miedo que pudiera ocurrirle algo malo, como la otra vez.  Anuló los billetes y retrasó una semana su viaje al continente. 

 Le sorprendió la primera parada, que ni por lo más remoto pensara  que su destino sería visitar la tumba de Candice

—¿Por qué lo haces ? ¿ Aún crees que la sigo amando?
-—No cielo, no es eso.  Pero creo que se lo debemos, los dos.  Ella te amó y tu a ella, punto. Me da pena que siendo tan joven, tuviera ese final prematuro, y el pequeño, también me duele.  Sobre todo ahora que soy madre y conozco ese sentimiento.  Creo de verdad que debemos ir.  Y después a Berlín
— Gracias, cielo. Por estas cosas es que te quiero tanto
— ¿ Sólo me quieres por estas cosas?
— ¡Liesa!  Eres una descarada.

Rieron abrazados.  Al fin pudieron emprender el viaje y llegar a su primer destino: el lugar en donde reposaban los restos de aquél amor juvenil prematuramente desaparecido.  Liesa se echó a un lado, cuando Brendan delante de su tumba, bajó la cabeza y su gesto de dolor, conmovió a su mujer. que sintió lástima por ambos.  Ella se apartó porque presentía que él quería hablarle;  le conocía tan bien que, efectivamente, en voz baja comenzó a hablar con Candice.  No escuchaba lo que decía, pero podía adivinar su dolor y recuerdo de aquel fatídico día en el que todas  las esperanzas de un futuro con ella y con el hijo que esperaban se fundieron con la tierra que ahora les cobijaba.  En su lápida había otro ramo de flores, seguramente de algún familiar, aunque Brendan intuyó que eran de Gorrión.  Ya que estaban allí, trataría de localizarle y al menos, darle un abrazo por tantos años de amistad.

Y no les costó mucho localizarle.  El lugar donde vivía era un pueblo tranquilo, con pocos vecinos.  La guerra desplazó a la juventud que, al finalizar la contienda buscaron futuro en alguna ciudad más grande para tener mejor oportunidades.

Aun conservaban en la memoria su estancia en Berlín, y Brendan especialmente    No era sólo el padre de Candice, sino la ayuda que le había prestado para los trámites de la que entonces era una refugiada y hoy su esposa.
  Fueron a buscarle al bar en el cual se reunía con algunos de sus amigos para charlar tranquilamente.  Había renunciado al cargo que le dieron los rusos, y ahora disfrutaba de una jubilación tranquila y serena.  Se fundieron en un abrazo al, encontrarse de nuevo.  Liesa le besó en las mejillas y él la sonrió con satisfacción.

Como no podía ser de otra forma, le comentaron la misión de ese viaje, suspendido desde hacía tantos años, y del que él recordaba perfectamente.  Ahora  con sonrisas, pero tanto Brendan como Liesa, sabían lo que había supuesto de pesar para ellos, las revelaciones de aquellos días con lo que vino después en su matrimonio.

— ¿Queréis que os acompañe? — les dijo. No tengo otra cosa que hacer, y todavía me quedan amistades en el sector ruso.  Aunque ya son pocas, porque les están evacuando a todos.  No quieren que trascienda mucho y por eso poco a poco regresan. Quizás os sirva de ayuda para cualquier trámite.  Tal y como está todo, nunca se sabe
— Me parece una excelente idea .  Te alojaras en el mismo hotel que nosotros — Liesa aceptó sonriendo.  Les vendría bien un guía que les condujera por sitios que desconocían

Gorrión, miró  a Liesa  indicándola que no era muy oportuno, pero al mismo tiempo, ella tenía un rictus de resolución en su rostro, lo que hizo que   dejase de expresar su opinión.

 Dos días después se encontraban  frente a la puerta de Brandemburgo.  Los tres guardaron un profundo silencio, y Liesa apretó la mano de su esposo.

  Había tardado... ¡cuántos años! Muchísimos, en volver, pero el abrazo que la dio Helmut por última vez, estaba nítido en su memoria.  Brendan conocía el cúmulo de sentimientos que pasaban por su cabeza, al igual que él los tuvo ante la tumba de Candice; Gorrión les acompañaba en los recuerdos.

Extrajo de su bolso el plano que aún conservaba y se lo mostró a su  acompañante.  El sonrió y les indicó la dirección, pero les advirtió que aún habían problemas para pasar al otro lado

—Aún me quedan antiguos compañeros y no creo que sea complicado.  Además ahora hacen la vista gorda.  Vayamos en esa dirección— les dijo, señalando una de las calles.

Todo estaba cambiado. Había todavía señales de casas cerradas a medio derruir.  Otras en cambio habían sido construidas con una arquitectura muy de tipo pabellón sin estética ni belleza.  El comercio era triste y opaco; en nada recordaba al anterior que Liesa vivió., en que el comerciante conocía  el nombre de la clienta, y se tenía tiempo para charlar un poco sobre cosas cotidianas.  Nada de eso existía ya. De pronto Gorrión se paró frente a una casa, con la mitad de sus huecos  tapiados.  Otros con papeles propagandísticos y otros con algún visillo que otro, señal de que había gente viviendo en ella.

El corazón le latía con fuerza y quiso adentrarse en el portal y subir por sus escaleras. Y en cuestión de un segundo, pasaron por su memoria, como si fuese una película, los pocos recuerdos que guardaba en su interior.  Estaba frente a la puerta de la que fuera su casa. .   Le pareció ver a su madre bajando las escaleras con ella de la mano.  O a su padre subiéndolas de dos en dos, ansioso por llegar a casa.  Y volvió a vivir la despedida de Helmut abrazándolas antes de irse.  Brendan la estrechó contra si. para protegerla de aquellos recuerdos tan tristes y dolorosos, sufridos a tan corta edad. y no pudo reprimir el llanto.  Un llanto desgarrador por tantas pérdidas, por tanto sufrimiento, por tantas inquietudes.  Gorrión les observaba y les comprendía.  Puso su mano sobre el hombre de Brendan.  Eran tres personas , entre tantos miles,  que añoraban su niñez, su juventud, o sus seres queridos perdidos irremediablemente.

  — Me hubiera gustado saber en qué calle cayó mi padre—dijo Liesa confortada por un beso de su marido
— ¿Está segura, señora  —dijo Gorrión apretando su mano— Está muy cerca.  No le dio tiempo siquiera a guarecerse.
—¿Cómo es que lo sabe?—  le preguntó ella indecisa
— Cielo, lo sabíamos todo. Era cuestión de tiempo solamente.  Se necesitaba aportar todos los datos para vuestro traslado a Inglaterra y, Gorrión me ayudó mucho a conseguirlos. ¿ Te sientes con fuerzas para ir hasta allí?
—Si cariño. Me duele, pero deseo hacerlo.  Tengo que cerrar de una vez esta página de mi vida de la que ignoro casi todo de ella, o al menos en  parte

 Acudieron al lugar exacto en donde Helmut fue abatido.  Después de comer, irían al cementerio y ese sería el broche final de su viaje de recuerdos.  Eso creían, porque esa misma noche, todo se precipitó y los acontecimientos les sobrepasarían


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