martes, 24 de julio de 2018

Mi vida en una maleta - Capítulo 11 - El primer día

Llegó a la pensión que el guardia le había indicado y efectivamente fue de su agrado, sólo había un inconveniente y, era que hasta el día siguiente a las doce de la mañana, no quedaba libre una habitación. La dijeron de otro sitio, pero quedaba bastante lejos y al no conocer la ciudad, lo rechazó por temor a llegar tarde al trabajo y sería su primer día; no podía retrasarse ni un minuto.  La patrona se disculpó dándole garantías de que al día siguiente tendría su habitación disponible.  Cuando salió de allí, estaba contrariada:

— ¡ Vaya ! Todo estaba resultando demasiado fácil. ¿ Qué hago ?

 Se metió en una cafetería y comenzó a dar vueltas a su cabeza.  Si al menos Brendan siguiera siendo su amigo le pediría ese favor, pero no ahora, que ni siquiera había contestado a sus mensajes.  Y lo más probable sería  que viviese con otra persona.  Decididamente, esa idea estaba descartada.  Se hacía de noche y temía no saberse orientar.  Como equipaje llevaba sólo un bolsón de viaje, así que se le ocurrió pasar la noche en la sala de espera del hospital.  Con suerte la confundirían con algún familiar de alguien ingresado.  Dicho y hecho

Se encaminó nuevamente al hospital y entró resuelta directamente a la sala de espera.  En un rincón se acomodó en una silla: allí pasaría la noche.  Había comenzado a llover y no era cuestión de andar por la calle sin rumbo fijo.  Se tapó con su abrigo y se hizo un ovillo para así darse más calor.  Pero el frio de la madrugada la despertó: se le habían dormido las piernas por la posición tan incómoda que había adoptado.  No podía creer lo que la estaba ocurriendo.  Se incorporó, se puso el abrigo, cogió el bolsón y decidió ir a la cafetería.  No había comido ni tampoco cenado; tenía hambre y tomaría algo caliente para combatir la destemplanza.

Al verla entrar, uno de los camareros se fijó en ella y pensó que no era normal verla cargada con un bolsón de viaje a estas horas de la madrugada.  Se la veía bastante despistada.  Se acercó a ella y la dijo si necesitaba algo.  Ella sonrió y le respondió:

— Si que lo necesito. He llegado esta mañana en busca de una plaza de enfermera, que me ha sido concedida, pero no tengo donde dormir y fuera hace frio. Supongo que podré estar al menos un rato.  He estado en la sala de espera pero el frio me despertó, así que pensé venir y tomar algo caliente.  No he tomado alimento en todo el día y tengo un hambre atroz.  No se preocupe:  tengo dinero para abonar la consumición.
— ¿ Es la primera vez que viene a Londres ?
—Si. Y la verdad es que asusta un poco.
— Dígame lo que desea tomar y enseguida entrará en calor
— Estaría bien un bocadillo y un café caliente, por favor
-—Eso está hecho.  Tardo cinco minutos

Se alejó sonriendo ante la ingenuidad de aquella joven.  El también era emigrante no hacía mucho,  y conocía las penurias de llegar a un sitio desconocido y sin tener a nadie cerca.  Devoró el bocadillo y el café caliente la reanimó.  Consultó el reloj y sólo eran las tres de la madrugada.  La noche estaba resultando larga, muy larga. Aún la quedaban cinco horas y no sabía cómo ni donde invertirlas.  Procuró distraerse con la llegada constante de gente.  La cafetería estaba al lado  de urgencias y durante las primeras horas de la noche, había sido constante la entrada.  Hacia las cinco de la mañana, todo se tornó con más calma y volvió a dar otra cabezada apoyándose en el cristal del ventanal.  Por lo menos allí podría estirar las piernas y estaba caliente.

La despertó una sirena . Ni siquiera sabía donde estaba, hasta que fue consciente, y recordó que era la cafetería. Sólo faltaba una hora para la entrada.  Tras abonar todo lo que había pedido, tomó su bolsón y entró de nuevo en el hospital.  Preguntaría dónde estaban los vestuarios y quién la daría el uniforme.  Vería si pudiera ducharse y prepararse para su primer día de trabajo.  Una amable compañera después de conocer la odisea nocturna de ella, la acompañó y la dio el uniforme. Al fin pudo ducharse y prepararse para su entrada. Bueno, al menos estaba a tiempo de su debut.

Los habían reunido a todos los debutantes en una sala y aguardaban nerviosos a que llegase la persona que debiera instruirles sobre cuál sería su misión. Algunos hablaban entre sí, pero ella prefería no hacerlo  para no distraerse.  Entró un medico acompañado de la enfermera jefe y tras unas amables palabras de recepción les distribuyeron las tareas. Los residentes irían con el médico y las enfermeras con la que era su jefa.

Liesa estaba clavada en el suelo.  No podía moverse ni articular palabra. Brendan era el médico encargado de instruir a los residentes.  Él ni siquiera se había fijado en ella. No hizo intención de ir a saludarle, ahora no podía: les estaban dando las instrucciones y no se la ocurriría por nada del mundo interrumpirles.  Brendan hizo un barrido con la mirada para ver a sus alumnos, y ni siquiera se fijó en el grupo de enfermeras que esperaban lo mismo.  Ella trató de ocultarse tras otra compañera.  No quería que la viera, aunque sabía que iba a ser muy difícil ocultarse.  Alguna vez coincidirían en algún sitio.  Esa situación la puso muy nerviosa y hacía que se distrajera de vez en cuando al mirarle de soslayo. ¡ Hacía tanto tiempo que no se veían!  Pero notó que su mandíbula se contraía a menudo y su rictus era más pronunciado.  Ya no tenía el rostro relajado que ella recordaba, claro que las cosas cambian y las personas también.


Desapareció sin siquiera percatarse de que ella estaba allí y le observaba. Y así transcurrió la jornada sin  cruzarse en el camino.  En los minutos de descanso Liesa se escondía en las escaleras para no encontrarse con él .Por un lado estaba contenta con el trabajo que había realizado; era observadora y prestaba suma atención a lo que la jefa de enfermeras les decía.

Pero también estaba triste por el comportamiento de él.  No lo entendía;  no creía haberle hecho nada como para ignorarla de ese modo.  Hasta hacía poco se había comportado como un leal y buen amigo, y sin embargo ahora no la hablaba.  Quería pensar que no la había visto.  Y llegó la hora de la salida, se cambió de ropa, recogió su bolsón y se dispuso a regresar a la pensión encomendándose al cielo para que cumplieran la palabra dada.

De repente se sintió muy cansada y eso era motivado por la falta de descanso.  Había pasado la mañana muy tensa, sólo pendiente de hacer bien las tareas encomendadas y procurando no encontrarse con él. Al salir por la entrada principal, le vio junto a su coche conversando con una mujer muy guapa.  Ambos se reían, y al despedirse, se besaron.  No fue un beso en las mejillas, sino en los labios.  Dejó de mirarles y aceleró el paso hasta  una parada de taxis.  Estaba demasiado cansada como para ir andando o en el autobús.  Lo acabado de ver le había dejado pensativa.


Brendan se metió en el coche y arrancó para salir de allí.  Tuvo que esperar en el badén a que algunos peatones pasaran , y entonces se fijó en una silueta que llamaba a un taxi.  La reconoció enseguida.

— ¿ Liesa ? No puede ser.  Estoy tan obsesionado que la veo por todas partes. Si fuera ella se hubiera puesto en contacto conmigo.  Claro,  lo ha hecho y ni siquiera la he contestado. ¿Estará enferma?  Lleva un bolsón de viaje ¡Qué extraño! Seguro que no es ella.  

  Una vez despejado de peatones, arrancó el coche y salió del aparcamiento.

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