domingo, 22 de julio de 2018

Mi vida en una maleta - Capítulo 8 - De hombre a hombre

Cuando llegó a casa, apagó el motor del coche, pero no salió inmediatamente, reclinó la cabeza sobre el volante y así permaneció durante largo rato.  Repasaba mentalmente su conversación  de aquella tarde con ella, y cada vez tenía más claro que nunca sacaría  nada en limpio. Pero ¿ cómo olvidarla ?  Había sido su preocupación constante desde que Helmut le encomendara la misión de rescate de su familia.  Ella era muy pequeña, y era otro el sentimiento que tenía hacia ellos, pero una vez que la vio, comprendió que , no sabía cómo,  pero iba a marcar su vida.  Si las cosas hubieran sido distintas, nunca la hubiera conocido, y ahora no estaría pasando por este mar de dudas y preocupaciones.
 No obstante, a pesar de todo, bendecía el día que la vio por primera vez a su regreso del ejército.   Había pasado el tiempo y ya no era ni un bebe, ni una niña pequeña; era una joven  maravillosa y desvalida que le había robado el corazón. Era varios años mayor que ella, y él había sufrido pérdidas terribles, pero la diferencia en edad, no era tanta como para renunciar a que algún día fuera algo más que su protegida.

—Tengo que irme.  He de irme y tratar de no verla.  Es la única manera que se me ocurre para volver a tener sosiego.

Entró en su casa y fue directo hasta el salón en el que sus padres charlaban tranquilamente.  Seguramente aguardaban su regreso porque en cuanto escucharon sus pasos, el señor Flanagan salió a su encuentro.

— Ah, ya estás aquí. ¿ Lo habéis pasado bien ?
— Pues no sé qué decirte.  Hemos estado charlando y estudiando. No hemos ido a ninguna parte, si es a eso a lo que te refieres
— ¿Qué te pasa?  Parece que llegas de mal humor
—Estoy bien, papa.  Me duele un poco la cabeza.  Eso es todo.
— ¿ Has discutido con ella ?  A veces suele ser muy testaruda
—No nada de eso.  No ha pasado nada, de verdad.
— Perdona Brendan, pero no te creo.  Son tus cosas y debo respetarlas, pero creo que te vendría bien una charla. No de padre a hijo, sino de amigos, de hombre a hombre.
— Papa, tengo veinte y  muchos años. En experiencia soy tan mayor como tú. No necesito charlas.
— Te has enamorado de ella ¿No es eso?  Ha llegado el momento de pasar página y volver a vivir. 

 Se lo soltó a bocajarro y sin respuesta de momento. 

—Vayamos al despacho.  Creo que debemos hablar— le dijo al verle que de improviso estaba derrumbado
— ¿Es tan evidente? — al fin respondió frente al padre

— Eres mi hijo, y creo conocerte bien. Por otro lado es natural; habéis convivido, os habéis tratado.  Ella es una mujer preciosa y necesitada de cariño, y tu lo mismo: te has convertido en un alma solitaria
—En todo ello tienes razón, menos en una cosa. Para ella sigo siendo el hijo de los señores al que debe eterno agradecimiento.  No alberga el más mínimo sentimiento hacia mi, más que el de amistad
.—Brendan...  Esa muchacha ha vivido en pocos años muchas vidas y está desorientada.  Se ha fijado una meta y quiere llegar a ella.  Algo muy loable, pero no se da cuenta de lo que tiene alrededor.  El día que despierte sabrá apreciar lo que es un amor entre hombre y mujer y el de amistad, aunque sea por agradecimiento.  Sólo puedo decirte que tengas paciencia.  Si en verdad la quieres gánatela
—Lo ha dejado muy claro esta tarde, en su vida no entrará el amor
—Eso lo decimos todos cuando nos hieren y a esa chica la hicieron mucho daño cuando aún era una niña.  Es normal que repudie el amor, no quiere volver a pasar por ello.  Pero llegará un día en que reclame lo que ahora se niega, y entonces debes estar cerca
— Lo estoy papa.  Lo he estado desde hace mucho tiempo, pero ella no se da cuenta
— ¿Le has contado la verdad?

— No. Y quiero que nunca lo sepa.  No deseo amor por agradecimiento, sino por deseo de amar, simplemente.  Acepté la plaza de Londres cuando pude haberme quedado en este hospital, pero deseo alejarme de ella y tratar de olvidarla.  Estando lejos será más fácil que teniéndola cerca.
— Ya eres mayorcito y sabrás lo que has de hacer, pero creo que cometes un error.  Dentro de nada obtendrá su título y comenzará a trabajar en algún hospital. Quién sabe si entonces la corteje alguno de los médicos o enfermeros. Es una niña preciosa y de buen corazón.  Es fácil ganársela.  Piénsalo bien, pero sobre todo no te desanimes.  Eres un buen muchacho es fácil enamorarse de tí.  No pierdas las esperanzas, pero habrás de tenerla cerca para cuando eso ocurra.

Aceptó con la cabeza sin mucho convencimiento.  El no había estado presente cuando Liesa  se lo dijo. Sabía que no tenía ninguna posibilidad. Y salía huyendo. Porque eso es lo que estaba a punto de hacer. Renunciaba a ella voluntariamente lo mismo que ella a enamorarse, pero no podía permanecer impasible.
Preparó su equipaje y bajó a despedirse de sus padres.  Saldría por la mañana a penas amaneciera. Estaba deseando salir de allí, aunque dejara de respirar el mismo aire que ella respiraba.  Miraría hacia otro lado, miraría a otras mujeres y con suerte le gustaría alguna que le hiciera más llevadera la ausencia, para al final llegar a enamorarse y dejar atrás todo lo que ahora le acongojaba.  Dejar atrás todo lo pasado.

Se tumbó en la cama tratando de dormir.  Lo hizo a ratos, cuando las pesadillas con el rostro de Liesa, le dejaban tranquilo  No le iba a ser fácil desprenderse de su recuerdo, pero eso ya lo sabía, y por ello tardaría en volver por aquí.  A las cinco de la mañana, cuando aún habían estrellas en el cielo, se puso en camino.  Tenía un largo viaje hasta llegar a Londres.  Tan largo y pesado como su propio viaje interior amoroso que acababa de emprender.
Puso música para ver si se distraía y no pensaba más en lo que estaba dejando atrás.  Pensaba en sus padres; habían perdido a un hijo y al otro lo tendrían lejos por una larga temporada.  Y no se habían quejado nunca.  Se conformaban con alguna llamada de vez en cuando y verle en ocasiones.  Sabía que la ausencia de ahora sería más larga y complicada.  Tenía su trabajo que le absorbería todo su tiempo.  Y con ello contaba para, al menos, mientras estuviese en el hospital,  no pensar en otra cosa más que en sus enfermos.

Llegó el lunes y se incorporó a la plantilla del hospital.  Todo era nuevo para él. Recordó su permanencia en el  de campaña, siempre con prisas, siempre rodeado de lamentos, sangre y dolor, sobre todo dolor.  También aquí lo había, pero todo era limpio y sin las prisas de la llegada de heridos y más heridos constantemente.    Entonces recordó uno de sus  últimas intervenciones en aquel pueblo francés.  No quiso seguir recordando y se centro en lo que debía hacer ahora en ese momento. Se presentó al director y después de las presentaciones a sus compañeros,  inició su primer día como médico y jefe de equipo de residentes.

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