viernes, 14 de agosto de 2020

El despertar - Capítulo 1 - Pétalos de rosas

 A la salida de la iglesia ,y al paso de los novios, se mezclaban los pétalos de rosas y algún puñado  de arroz,. Acaban de contraer  matrimonio Alfred y Mirtha. La sonrisa inundaba la cara de él, ella, más tímida, quizás asustada por la expectación que habían despertado entre sus amigos y compañeros.  El "Vivan los novios", se mezclaba con el griterío. Rápidamente, sin detenerse se metieron en el coche que les llevaría, primero al fotógrafo que les inmortalizase, y después al hotel para su banquete de bodas.

Alfred era muy apreciado entre sus compañeros y excepto los que tenían guardia en el hospital, el resto estaba allí, sentados en la mesa aguardando a que los ya marido y mujer hicieran acto de presencia.  Alfred era un joven y talentoso cirujano que ejercía como tal en el hospital Mount Carmel Community de Dublín. En la ciudad tendrían su lugar de residencia, pero sería a su regreso de su luna de miel.

Y tras hacerse esperar mientras degustaron un aperitivo, impacientes los invitados, deseosos de ver entrar por fin a los novios.  Lo hicieron a los compases de una dulce melodía en una adaptación elegida por el novio para rendir homenaje a su ya esposa. Parece ser que fue esa música la que hizo posible que se encontraran aunque en un principio no parecía que iba a alterar sus vidas.

Todos los asistentes se pusieron de pie, y los aplausos resonaron fuertes entre vivas y el alboroto de los invitados más jóvenes.  Después de una alocución de parte del padre de la novia y padrino, era el turno del novio, que con una copa en la mano se dirigió a su esposa emocionado:

- Mi querida esposa, ¡ al fin puedo llamarte así !  Doy fe que no fue fácil, aunque lo bueno se hace esperar, tu me hiciste sufrir un poco. Delante de todos te digo que eres lo mejor que podía haberme pasado. Que estoy rendidamente enamorado de ti y que te querré así hasta el fin de mis días!

Alzó la copa, ella se levantó y él la abrazó fuertemente y la beso con esos besos de rendido enamorado e impaciente esposo. La miró a los ojos, y percibió en ella emoción y un brillo especial.  Cruzaron sus brazos y cada uno de ellos bebió de la copa del otro, ante las risas y nuevamente aplausos de los invitados.

Y a continuación el banquete, el baile y así sucesivamente todo el ritual de estas ocasiones. Habían abierto el baile, danzado con los padres y algunos de sus más íntimos amigos, pero había llegado su hora, la que sólo a ellos les pertenecería. Alfred, tiró suavemente del brazo de su mujer y la susurró al oído:

- Vayámonos. Ya es la hora. Nadie se dará cuenta.

Y así lo hicieron.  La suite nupcial estaba en la planta sexta; tomaron el ascensor y al abrir la puerta, él la tomó en brazos y traspasaron el umbral.  Ya estaban a solas. Cerró con el cerrojo la habitación, y uno frente al otro, se miraban como si fuera la primera vez que se vieran.  Deseaban besarse, acariciarse y disfrutar de su primera noche de casados, que se prometía ser inolvidable, porque aunque las que se sucedieran fueran igual de ardientes, nunca serían como ésta.

No eran desconocidos, no sería la primera vez que se acostaran juntos, pero tenía un significado especial para ellos.  Habían alcanzado la meta, que en un principio aparecía con bastantes dificultades, que fueron superando poco a poco, pero lo importante no era lo superado, sino que lo habían dejado atrás y comenzaban una nueva vida,. un nuevo comienzo en el que ellos solos tenían cabida.

Se amaban y no volverían a separarse.  Por ella él había roto muchas barreras y ella superado los momentos más difíciles de su vida, pero gracias a él, todo quedaba atrás. Ahora lo compartirán todo. Ambos se conocían bien, sabían la vida de cada uno. Los fallos superados a golpe de amor y comprensión y nada ni nadie les haría retroceder.  Los más allegados conocían por lo que habían pasado y de ahí el alboroto organizado durante la celebración de este matrimonio, que como otro cualquiera tuvo su principio y hoy, su final feliz, es decir su principio de una vida muy distinta a la que habían tenido hasta hacía poco más de un año.  Nadie podía predecir que todo saldría bien, al contrario, todos habían vaticinado que nunca llegarían a buen puerto.

Todo lo comprenderéis a medida que el relato avance y entenderéis, el por qué nadie daba ni un céntimo por ese matrimonio, sobretodo por parte de ella, pero Alfred estaba profundamente enamorado de ella, y lucharía hasta el final para conseguir hacerla su esposa


Pero vayamos por partes, hasta el principio de todo, de la historia de Mirtha.

William la esperaba a la salida de la oficina; estaba impaciente. Ambos habían quedado citados con una agencia inmobiliaria para visitar un apartamento, el que sería su hogar.

No querían una gran vivienda, sino un simple lugar en donde formar su nido de amor.  Un apartamento sería, además, lo más económico y quizá pasado el tiempo, pensaría en una casa con jardín, como ella deseaba..  Tras haber  recorrido varias agencias, al fin habían encontrado una que al parecer contaba con lo que ellos buscaban. En esa misma tarde, irían a ver qué tenían que ofrecerles, y si entraba dentro de sus posibilidades y cubría las exigencias de ellos, en esa misma semana cerrarían el contrato. y en tres meses se casarían.  Lo deseaban con todas sus fuerzas.

Habían tenido una relación no excesivamente larga, pero para ellos lo había sido. Fue un amor  primero al terminar el instituto, de separación al entrar él en la universidad.  Un encuentro por casualidad, y la llama del amor que se encendió de estudiantes, se avivó al verse nuevamente.

William trabajaba en un despacho de abogados recién terminada su carrera. Mirtha en una compañía de exportaciones como secretaría.  Con ambos sueldos, podían permitirse el matrimonio, y no tardando mucho, ambos pensarían en aumentar la familia.  Se amaban con profundidad y sin reservas, de ahí la impaciencia por formalizar su vida.

Todo les estaba saliendo como ellos lo había planificado, así que estaban tranquilos y seguros de que todo lo conseguirían según sus planes trazados.


Excitados, nerviosos e ilusionados, tomados de la mano recorrieron el apartamento, más pequeño de lo que habían imaginado, pero de momento les serviría.  Sería su nido de amor y no tardando mucho, a medida que sus vidas se fueran organizando, pensarían en el chalet, tal y como lo tenían planeado.  William era muy meticuloso  hasta en el más mínimo detalle.  Por el contrario Mirtha era más anárquica
 e incluso más optimista que su novio.  Siempre veía el lado positivo, en cambio él echaba el freno a los pensamientos de ella.  Pero su relación era excelente; eran como una balanza que se contrapusiera uno a la otra, antes de lanzarse definitivamente a lo planeado.

 Ya tenían el apartamento; ahora tendrían que amueblarlo y por tanto estrecharse el cinturón para poder comprar los pocos muebles que necesitarían.  Pero eran tan felices que no les importaba el tener que suprimir ir al cine, o cenar fuera de casa, o simplemente realizar algún viaje un fin se semana.  Ese dinero que se gastasen lo echaban en una caja y cada sábado se reunían en el apartamento para contar el metálico del que disponían.  Lo primero que compraron fue un cama, simplemente el somier, para que les alcanzase  para el colchón. Esa fue su primera compra y el primer fin de semana de tenerlo instalado, lo estrenaron, haciéndose a la idea de lo felices que serían al cabo de algunos meses, en que por fin podrían realizar su sueño.


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