lunes, 30 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 8 - ¡ Buen viaje !

 



                                                            Capítulo  8 - ¡Buen viaje!


Los primeros momentos de la cena fueron algo tensos. No se conocían y estaban los altos jefes departiendo con ellos. Pero eso sólo fue durante unos momentos, después todos se relajaron y lo cierto fue que, se había convertido en una cena de camaradas.

El colofón fue la llegada al pub. Ya no eran extraños, eran compañeros simplemente pasándolo bien. Los coreanos parecían ser de carácter alegre e integrador y no tuvieron ningún inconveniente en seguir el ritmo de los músicos que allí estaban dando palmas siguiendo el compás de la música. No podía faltar la dulce melodía de Mangas Verdes. Hasta se atrevieron a tararearla. Sus compañeros irlandeses los miraban sonrientes y un poco asombrados de que fueran tan abiertos. Les creían insondables y retraídos, pera nada más lejos de la verdad.

Abandonaron el lugar a hora avanzada, pero contentos y satisfechos por el resultado del final de la noche. Los coches alquilados, los aguardaban a la salida del pub. Tocaba despedirse. Se verían al día siguiente en el trabajo, pero el jefe superior tomaría el avión de regreso a Seúl, así que la despedida de todos fue cordial. A unos los vería al cabo de una o dos semanas, a los otros pasados tres meses.

Se desearon mutuamente mucha suerte en su nuevo tramo de vida. Una experiencia que nadie esperaba, pero que todos deseaban fuera extraordinaria. Al menos, el comienzo de camaradería había resultado excelente.

   —Señorita Amy, yo la llevaré a casa. Así se lo prometí y así lo cumpliré- dijo Kwan

   —No se preocupe. No vivo muy lejos. Llamaré a un taxi

   —Ni hablar. Le dije que me haría cargo de usted y así será

   —No soy una niña pequeña- dijo sonriendo

   —Lo sé, pero soy un hombre de palabra. La acompañaré a su casa.

 

No replicó. Se veía que tenía un fuerte y marcado dotes de mando hasta en los más pequeños momentos. Pero era exagerado. Pensó si sería igual de extremo cuando estuviese en Seúl. Allí sería diferente dado que, además de ser el jefe, también debía guardar las distancias. Pensaba que era un país más conservador o, al menos, totalmente opuesto al comportamiento que tenemos en occidente en determinados temas.  No obstante, creía que debía poner alguna objeción:

   —Señor Lee, mañana tiene que tomar un avión y le aguardan largas horas de trayecto. Yo tardo cinco minutos hasta mi casa. Se lo agradezco, pero no es necesario. No me ocurrirá nada.

   —Señorita Callaghan dije que me ocuparía de usted. No se preocupe por mi viaje, Tendré muchas horas para descansar y dormir. He pasado una noche magnífica. Deje que la disfrute hasta el final.

   —Está bien. Como guste

   —¿Qué tal si vamos andando hasta su domicilio dando un paseo? Hace una noche preciosa y no llueve

Ella rió ante la ocurrencia de él. Si, era cierto, en Irlanda llueve mucho y raramente pasa un día sin hacerlo. Levantó la cara hacia arriba para ver el cielo que estaba diáfano, sin nubes y un manto de estrellas tachonaba el firmamento.

 —Cierto. Ha tenido suerte— dijo sonriente mirándole de frente

 

Ambos se miraron sonriendo. Fue una fracción de segundo, pero en aquella mirada había algo más que complacencia por dar un corto paseo. Pero no hubo nada más. No dijeron nada más. Comenzaron a andar despacio y en silencio. Probablemente cada uno de ellos rebuscaba en su cabeza algún tema con el que iniciar una conversación. No se conocían y, por tanto, ninguno de los dos sabía nada de los gustos del otro. Fue Kwan quién rompió el silencio. Algún tema debía sacar y recurrió a una de sus pasiones: la música.

   —Me ha parecido mágico escuchar esa melodía en su ambiente, aunque no era precisamente la corte de los Tudor

   —¿A qué se refiere?

Lo que menos podía imaginar es que hacía referencia a la música que tocaban cuando llegaron al pub y que hubiera llegado hasta oriente. Tampoco tenía nada de particular. Se notaba que era un hombre culto, con exquisita formación académica y por consiguiente de gusto refinado. Ella, en cambio, no entendía mucho de música clásica. La mayoría de las veces desconocía el título o el autor de lo que escuchaba y le gustase. Pero sí tenía algunas piezas de su preferencia. Ese sería un buen tema para romper el silencio que de repente se había instalado entre ellos.

Y por él supo que efectivamente, como había sospechado, le gustaba la música clásica y que de vez en cuando acudía a escuchar algún concierto. Que su repertorio de preferencias abarcaba una extensa lista de músicos y que su conocimiento de ellos era más que importante.

    Y usted ¿Qué música prefiere?

De repente se vio sorprendida por la pregunta. Rápidamente hurgó en su memoria sus melodías preferidas, esas que siempre recuerdas porque quizá surgieran en algún momento importante de tu vida y que cuando estás melancólica consiguen arrancarte alguna lagrimilla. Esas que, al no ser tan clásicas, siempre te llegan a lo más profundo. Pero ¿cómo decirle sus preferencias después de escuchar que acude a conciertos clásicos? Se reirá de ella y vería lo poco mundana que es. Y lo cierto es que se había dedicado a estudiar y trabajar. Ella no había tenido los medios suficientes para acudir con asiduidad a algún concierto de gala, ya que eran de clase media, pero por circunstancias, estaban escasos de presupuesto. Su padre era un buen empleado, pero con sueldo algo corto. Su madre no trabajaba y, ambos debían costear la carrera de la niña, que se esforzaba para hacerlo con becas, pero, no siempre las conseguía.

Él, sin embargo, había nacido entre algodones y seguía metido en una urna de cristal. Seguramente que nada sabía de las carencias que tienen la mayoría de los mortales. No era para vanagloriarse de ello, pero tampoco tenía culpa de haber nacido donde nació.

Seguidos por el coche alquilado, lentamente formaban un grupo extraño. Hacía una noche preciosa e incitaba a la conversación. Tenía interés en conocerla más ampliamente, no en vano iba a ocuparse de un departamento clave en su negocio. Deseaba comprobar de primera mano si era tan inteligente y avispada como le habían informado. Pero en esos momentos lo que menos deseaba eran cosas de los negocios. Le agradaba a nivel personal. Le había gustado desde el primer golpe de vista.

Lo que más apreciaba de ella, era su sencillez. No era una persona afectada por aparentar algo que no era. Y no sólo su forma de ser, sino su belleza natural. Y ese perfume que usaba, tan sutil, tan envolvente. Nunca le había pasado con ninguna otra mujer. Esa atracción que sentía por ella no era normal. Hasta a él mismo le asustaba un poco. No quería involucrarse en amoríos fugaces, máxime si iba a trabajar bajo su mando. Procuraba que nada de su vida particular, salpicase la oficial. Eran dos mundos distantes y distintos. Lo que solía decir siempre para justificarse: que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.

En cierto modo le disgustaba la conexión que tenía con ella. No era normal. Tan rápida, tan a primera vista. No era un novato en temas amorosos y se extrañaba de la situación que tenía referente a Amy porque nunca había sentido algo semejante.

Respiró algo aliviado al pensar que al día siguiente a esas horas estaría ya en casa o a punto de llegar. Pasaría una semana o quizás más hasta que ella volara hacia Corea. Confiaba y deseaba que cuando eso ocurriera se le hubiera pasado lo que ahora sentía.

La tenía a su lado, y hablaba, pero inmerso en sus pensamientos no había prestado atención a lo que ella decía. Simplemente cuando la tenía cerca se dispersaba. No lo entendía. No sabía el porqué ¿sería síntoma de algo más?

   —¡Ni hablar! —dijo en voz alta y algo airada. No se había dado cuenta de que ella estaba a su lado, que hablaba no sabía de qué y que él había dicho algo parecido a un rechazo frontal que probablemente no viniera a cuento

    ¿Cómo dice? —. Ella detuvo su narración y su paso, extrañada de la exclamación de él

    Perdone se me ha venido a la cabeza algo que he recordado referente a una llamada de teléfono que recibí esta tarde de mi madre. Lo había olvidado por completo. Ruego me disculpe, pero debió pronunciar algo que me lo recordó de repente. Discúlpeme.

    No se preocupe. Le decía que ya habíamos llegado a mi casa. Creí que se había enfadado por la forma en que ha reaccionado.

    —¿Tan pronto? — respondió Kwan

    Si, señor. Tan pronto. Le dije que estaba cerca.

 Hizo una seña al chófer para que esperase allí, y la acompañó hasta su puerta. Allí se despidió cortésmente:

   —Bueno, pues será hasta dentro de unos días

   —Le deseo que lleve un buen vuelo y aproveche a descansar todo cuanto pueda. Me he alegrado conocerle.

   —Gracias Amy. Hasta cuando volvamos a vernos. Cuídese. Si surgiera algo inesperado, contacte inmediatamente conmigo. ¿De acuerdo?

— Si señor Lee Park, así lo haré

   —De todas formas, estaremos en contacto. Les daremos instrucciones a la llegada a Corea. Que tenga buenas noches

   —Igualmente, señor. Buen viaje.

Fue una despedida muy ceremoniosa. Diferente a la charla que habían mantenido mientras paseaban. Amy se preguntaba en qué pensaba cuando soltó esa frase un poco airada. Claramente se había dado cuenta de que no prestaba ninguna atención a lo que ella hablaba, pero no creyó en absoluto la excusa que la había dado. ¿Qué tendrá dentro de su cabeza? Un hombre tan inteligente no era de extrañar que pudiera mantener una conversación y, al mismo tiempo pensar en otras cosas a la vez. En fin. Mejor sería no pensar más en ello.

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domingo, 29 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 7 - Camaradería

 




                                                     Capítulo 7 - Camaradería

   Se echaba la hora encima. Se retocaría y perfumaría un poco y ya estaría lista. No quería llegar tarde. Sería la única mujer entre tantos hombres y seguro que si se retrasaba sería el punto de mira de todos ellos y su comidilla. Le gustaba la puntualidad, máxime en un día como el de hoy en que se había decidido su futuro. Echó una última mirada en el espejo de los lavabos y creyó tener todo en orden.

Salió decidida en dirección a la sala de juntas, lugar indicado para la reunión de todos y, de allí, llegar al restaurante en el que celebrarían la cena de hermandad. La extrañó que no hubiera nadie. Miró el reloj y aún faltaban unos minutos para cumplirse la hora del encuentro. Paseó la mirada por la estancia que estaba en penumbra, tan sólo iluminada por unas luces opacas desde techo.

—¿Seguro que era a esta hora? —se preguntó extrañada de la ausencia de gente, el silencio y la penumbra.

Mirando la calle, con las manos en los bolsillos, de espaldas a ella, estaba él. Le había anunciado que sería él quién la llevase al lugar de la cita y allí estaba con su tremenda estatura, sus piernas un poco abiertas, como un compás, probablemente era una postura habitual en él. Debía juguetear con algo porque en uno de sus bolsillos, se escuchaba un tintineo. Se giró al escuchar el tenue taconeo de ella y sonrió al verla. ¿Cuánto tiempo llevaba allí esperándola?

Volvió a consultar su reloj y por segunda vez comprobó que estaba dentro del horario concertado. No, ella no se había retrasado. Había sido puntual

Y la idea de una cita comenzó a girar por su cabeza. Como si Lee Park Kwan leyera su pensamiento, sonriendo, se acercó a ella con la mano extendida para saludarla, inclinando a un tiempo la cabeza.

   —Buenas tardes señorita Callaghan. Ha sido muy puntual

   —¿Dónde están todos?

   —Ya han salido para el restaurante. Yo prometí llevarla y aquí estoy.

   —Pero…

   —Todo está bien. No se preocupe. Es la única mujer entre el grupo de hombres, pensé que no le gustaría ser el centro de atención de todos ellos.

   —No creo ser el centro de atención de nadie. La mitad de ellos están acostumbrados a mí, me ven a diario.

— Pero la otra parte no la conocían y sé de buena tinta que les ha causado mucha impresión. ¿Nos vamos?

 Dijo, sonriendo ampliamente al tiempo que, con un brazo extendido, indicaba la puerta de salida.

 Tenía que reconocerlo: estaba nerviosa. La seguridad en sí mismo del coreano, la perturbaba bastante. Estaba acostumbrada a tratar con hombres. En su lugar de trabajo, exceptuando sus amigas, todos eran hombres, pero a ellos los conocía bien y era una más entre todos. Pero este desconocido, tan educado, tan “jefe”, con tanta seguridad, la desconcertaba un poco. Cuando cruzaban sus miradas, esa lucecita que brillaba en sus ojos la descolocaba poniéndola nerviosa e indecisa. Y lo peor de todo era que él se daba cuenta de que la intimidaba y eso no le gustaba nada. Era una mujer muy segura de sí misma y lo que más la inquietaba era la inescrutable mirada del oriental que no sabía cómo interpretarla. La mirada de ellos es inexpugnable. No estaba acostumbra a tratar con personas de esa raza y siempre los ha considerado enigmáticos y, ahora que los veía de cerca, mucho más. Eran muy diplomáticos en sus respuestas, de manera que, nunca sabía si lo argumentado por ella era acertado o lo aceptaban por cumplir.

 Hubo un momento en que ambos quedaron callados al entrar en el ascensor que les conduciría al aparcamiento. Allí les esperaba un coche de alquiler que los llevaría a reunirse con el resto. Fue un segundo, pero sus miradas se encontraron fijamente. Permanecían en silencio mirándose, pensando cada uno de ellos lo que quiera que les rondase por la cabeza. Fue él quien rompió el silencio:

 —Lleva un perfume muy delicado y suave. Me gusta. ¿Me daría el nombre?

   —¿Es para regalarlo a su mujer

   —¿A mi mujer? — una sonora carcajada sin reprimir y siguió hablando— No Amy, no estoy casado. Ni siquiera tengo novia formal. Soy un hombre totalmente libre. ¿Por qué piensa que estuviera casado? ¿Tan viejo me ve?

——No, en absoluto. Pero es que en ustedes es difícil a+veriguar la edad. Aparentan menos edad de la que tienen. Simplemente me extrañó me pidiera el nombre.

   —¡Ah, ya! No acostumbro a regalar perfumes a ninguna mujer, ni siquiera a mi propia madre. No tengo hermanas que pudieran orientarme. Pero me ha agradado. No se preocupe, no tiene mayor importancia.

   —No estoy preocupada. Se trata de Rive Gauche. Me gusta porque es suave, nada molesto y hace recordar la persona que lo lleva.

   —Muchas gracias. No se me olvidará

El ascensor paró en la planta del aparcamiento interrumpiendo de esta forma la extraña conversación. No se conocían. Hacía pocas horas que se habían visto por primera vez y además era su jefe. Bien era cierto que su más directo superior era Peter O’Donnell, pero, también en cierto modo, él lo era.

El chófer salió a su encuentro al comprobar que venían en dirección a donde estaba aparcado el coche de alquiler.

Con extrema educación dio las buenas noches y procedió a abrir la puerta para que Amy entrara, mientras él rodeaba el coche para llegar a su lado correspondiente. La conversación entre ellos no tenía nada que ver con la que habían mantenido brevemente en el encuentro. Era más anodina, más impersonal. Ni siquiera sonreían y apenas se miraban. Ese cambio tan radical por parte de él, la dio a entender que deseaba privacidad al máximo. Que nadie sacara conclusiones equivocadas.

Tampoco es que hubieran hablado de algo íntimo. Lo más cercano fue el nombre del perfume, pero el hecho no había estado en las palabras, sino en los gestos cómplices de ambos.

Llegaron frente a la puerta del restaurante en el que se encontrarían con el resto de compañeros que componían la expedición. Y de nuevo la misma ceremonia de hacía un rato, sólo que esta vez Kwan llego a tiempo de extender su mano para ayudarla a salir del coche. Verdaderamente era un hombre con una educación exquisita. Bien conocida es la formalidad que los orientales siguen en cualquier encuentro que tengan.

 —Muchos occidentales deberían tomar nota—se dijo interiormente agradeciendo la elegancia de su compañero circunstancial.

Se reunieron con el resto del grupo que, amigablemente tomaba una copa en el bar del restaurante. En cierto modo la molestaba haber sido la última, pero no era su culpa, ya que el gran jefe fue quién le dio la hora.

Como se temía, todas las miradas se clavaron en  ella ¿Qué les pasa?— pensaba. Discretamente, repasó su indumentaria. Probablemente la miraban porque esperaban otra clase de ropa, pero sintiéndolo mucho, no tenía otra más apropiada. Si lo hubiera sabido antes, quizás le hubiera dado tiempo a comprarse un vestido, pero no fue así. Tendrían que conformarse con eso.

Bebió un Martini por acompañar al resto, aunque en realidad no le apetecía nada. Estaba nerviosa. Se encontraba fuera de lugar. Creyó que la bebida haría que perdiera algo de su incomodidad. De vez en cuando, se daba cuenta de que él la miraba de reojo. Para el resto, era una compañera más. En el fondo estaba deseando que aquella reunión terminara y se fuera cada uno a su casa.

 En la cabecera de la mesa, estaban ambos jefes. Ella fue ubicada al lado de su jefe directo y  al otro lado un compañero coreano. Como era la única mujer entre ellos, se fueron alternando coreano, español… etcétera.

Pese a toda incomodidad que tuviera, la velada fue amena y poco a poco se fue relajando. Probablemente el buen vino tomado, templó los nervios que, sin duda todos tendrían, aunque sólo ella los sintiese. La sobremesa transcurrió agradablemente. Todos hablaban en inglés. Todos reían, brindaban por la buena amistad que allí comenzaban y por el éxito de todos ellos en el papel que les había tocado vivir.

 Los coreanos habían resultado unos compañeros de mesa extremadamente simpáticos y tuvo la impresión de que eran gentes alegres y simpáticas. Quizás las más alegres y no tan rígidas, de los orientales. Había tenido poco trato, en general con japoneses que, también eran educados y amables. Pero los coreanos, imaginativamente, les encontraba más occidentales de todos. Aprovecharía el tiempo que tuviera libre en el trabajo para tratar de conocerlos más y mejor.

No entendía como habíamos permanecido tan alejados unos de otros. Probablemente las circunstancias de cada país, se dio para ello. La globalización nos está acercando a cualquier rincón de la tierra, aunque aún nos faltaba mucho para llegar a todos los rincones del amplio mundo.

Agradeció su ubicación en la mesa que la mantenía lejos de él. Aunque no lo reconociera, la intimidaba. Esa seguridad que él tenía, hacía que ella se sintiera pequeña. Era incapaz de iniciar una conversación en su presencia. No sabía de qué hablar y todas las palabras se le borraban de la cabeza. ¿Le tenía miedo? ¿A qué? ¿Por qué? No tenía ninguna razón para ello. Sólo el saber que era su jefe ya la intimidaba. Lo que más sentía es que le tendría durante tres meses y se encontraría sola entre todos ellos. Bien era cierto que iría con otros dos compañeros, pero ignoraba si estarían juntos o separados.

Si fuera verdad que eran reticentes en hablar sólo en coreano, tendría un gran problema. Esperaba que, al menos tuvieran facilidades e intención de comunicarse con ellos, porque de lo contrario lo pasaría mal, muy mal.

Y llegaron los brindis y todos alzaron su copa con champán como la ocasión requería. Habían tenido un excelente comienzo y esperaban que así siguiera. Todos entrechocaron sus copas antes de beber. Instintivamente Amy dirigió su mirada hacía Kwan que la miraba fijamente. Alzó ligeramente su copa mirándola, en su dirección. Ella se quedó quieta, fija en él su mirada. La había dedicado el brindis. ¿Le gustó el detalle? Íntimamente, le hizo cosquillas en el estómago. Que un hombre tan atractivo, educado, cortés y tan poderoso, brindase por el éxito en su trabajo, indicaba que le había caído muy bien, inexplicablemente, porque apenas habían cruzado unas palabras. ¿Será porque soy la única mujer en esta reunión? Quería creer que sí, porque de lo contrario no le agradaba que fuera un flirteo totalmente fuera de lugar. No la conocía, si así fuera, se daría cuenta de que ella no va a la caza de hombres guapos y ricos. Que la riqueza le da lo mismo. Que a lo que aspira es a amar a alguien y ser amada. Tan sencillo como eso.

—¿Qué demonios estás imaginándote? Eres tonta sin concesiones. ¿Le has mirado bien? ¿Cómo va a flirtear contigo?

Esas palabras se las grababa interiormente. No lo creía en verdad, sólo conjeturas suyas, porque a ella bien que le gustaría que un hombre como él, bebiera los vientos por ella, aunque fuese pobre y un simple trabajador. No necesitaba ricos a su lado; ellos no traen más que prejuicios hacia las personas que no tienen riquezas.

—Déjalo ya. Él tendrá novias a porrillo, así que no te hagas ilusiones. Toda esa cortesía es normal entre ellos. Lo que ocurre es que no los conocemos. ¡ Para ya !

   Aún era pronto para volver a casa. Decidieron seguir la tertulia en otro lugar tranquilo en donde se pudiera hablar. Los extranjeros pidieron los llevasen a un clásico pub irlandés.

 — Los pubs son todo menos silenciosos, pero es lo normal y me agrada mucho que lo hayan pedido. E a… vayamos

 La noche se prolongaría sin importar la hora y que, al día siguiente “el jefe” tenía que tomar un avión de regreso a casa. Pero fue el primero que insistió en ello. Sería una oportunidad de divertirse y permanecer a su lado un rato más.


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jueves, 26 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 6 - Una cita para charlar

 

             

                 Capítulo 6 – Cita para charlar

Se acercó lentamente hacia ella cuando ya toda cortesía estaba cumplida. Amy estaba muy nerviosa. No tenía ni idea asunto de qué venia esa petición. Seguro que deseaba despedirla. No se le ocurría otra cosa en lo que pensar. Si, había observado que, cuando daba las explicaciones durante la reunión se dirigía hacia ella con más frecuencia que el resto, pero tampoco la extrañó tanto, puesto que estaba sentada al lado de su jefe irlandés. Seguramente estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Nunca había sido presuntuosa, ni se creía la más guapa del baile. Era popular entre sus compañeros porque llevaban mucho tiempo trabajando, era solidaria si necesitaban que les echara una mano, buena amiga y además una linda mujer. Pero ninguno de los solteros que con ella trabajaban, nunca se le habían insinuado, así que por ese lado no pensó en ninguna cita.

Seguramente no le habría caído bien. Posiblemente por el asunto del ascensor. La tomaría por una mujer atrevida, irresponsable y un ser así no lo quería en su equipo. Quizá le fuera violento decirlo delante de sus compañeros. No se le ocurría otro motivo. Estaba segura que, ese viaje idealizado a Corea del Sur, ella no lo realizaría.

   —La encuentro muy distraída. ¿En qué piensa tan absorta?

Una voz desconocida en un perfecto inglés la sacó de su ensimismamiento, haciendo que girara la cabeza en la dirección en que llegaba la voz. Ahí estaba, alto como un castillo, con ese traje carísimo impecablemente vestido. Con esos ojos especiales chispeantes de luz extraña y, una sonrisa de dientes perfectos y blanquísimos. Era un Adonis. Desde luego la idea que tenía de que todos los asiáticos eran bajitos y, algunos desdentados, esos estereotipos no se daban en este ejemplar magnífico de hombre.

   —Será una excepción—pensó para su interior.

No quitaba los ojos de encima de ese rostro tan diferente a todos los acostumbrados a tratar. Él se estaba dando cuenta de que ella, le analizaba y, sonreía beatíficamente. Se notaba que estaba acostumbrado a ser analizado.

Por momentos perdía la calma. Ella, esa mujer segura de sí misma, inteligente, capaz de haber escalado un puesto en su trabajo que raras veces lo ocupaba una mujer, se sentía intimidada por la presencia de ese enigmático hombre. Mentalmente comparó su estatura con la de él. Como mucho le llegaría al hombro o poco más si se pusiera de puntillas.

—Para qué iba a ponerme de puntillas— se dijo enfadada frunciendo ligeramente el entrecejo, no pasando desapercibido para quién tenía delante que no dejaba de sonreír.

   —Su nombre es Amy ¿Cierto?

   —Si— Dijo una indecisa Amy que cada vez entendía menos este papelón que estaban representando

   —Seguro se extraña de este aparte. Supongo que estará acostumbrada a recibir una cita semejante a esta de cualquier compañero. No se asuste, no voy a cometer con usted ninguna cosa indebida. ¡Acabamos de conocernos! Simplemente deseaba hablar sobre trabajo. El que va a desarrollar en Seúl y qué puesto ocupará en el mismo tras un pequeño examen. Tengo confianza en su curriculum, no es eso. Cuando el señor O’Donnell me hablo de sus empleados, de la confianza y seguridad que tenía en ellos y en especial en una mujer joven, innovadora y extraordinariamente inteligente en su trabajo, me dejó altamente impactado. Pensé que no era oficio para una mujer y que esos casos de capacidad solían darse únicamente en hombres. Por eso al conocerla, deseaba hacerlo más profundamente. No para examinarla, ni mucho menos, sino que una mujer tan especial como me la habían pintado, sería una exquisita compañera de mesa para charlar mientras cenamos ambos, sin tanto protocolo. Vamos a trabajar frecuentemente codo con codo y deseo conocer bien a mis empleados. A ver, no es mi empleada directamente, al menos no lo es en su totalidad, pero aprecio la parte que me corresponde, aunque sea muy pequeña, tanto como el dedo meñique.

Amy estaba totalmente desconcertada. Era la primera vez que se daba un caso semejante. Quizás fuese el sistema que tienen los coreanos para incentivar a sus empleados. Se había tranquilizado un poco, pero no del todo. Se sentía bastante tímida delante de ese hombre, correcto, guapísimo, pero sabiendo el terreno que pisaba. Tenía que decir algo, debía decir algo.

Él la miraba a los ojos insistentemente, sin duda esperando algún comentario a las palabras que la había dedicado, pero estaba tan tímida y nerviosa que se negaban a salir de su garganta. Al fin, tragó saliva y se decidió a hablar. Ella también tenía cosas que decir; la estaba intimidando y le daría una lección de seguridad y confianza en lo que ella trabajaba, aunque, en el fondo, intuía por qué se dirigía a ella en esos términos. Tenía seguridad en sí misma, en su valía y en su trabajo, pero nunca nadie, le había hablado ensalzando su inteligencia como lo estaba haciendo este extraño.  Miró a su alrededor y comprobó que todos se habían marchado. Que, en esa planta sólo quedaban ellos. ¿Estarán trabajando? Y en ese momento supo cómo cortar esa conversación, pero antes debía darle una respuesta ¿Para cuándo sería la invitación? Creía saber que retornaba a Seúl de forma inmediata entonces ¿sería para esta misma noche, o mañana? ¿Qué debía responder? No parecía correcto hacerle un desaire. Pensaría “Qué se cree esta chica ¿Qué me la quiero ligar? Muy presuntuoso por parte de ella. No, no se referiría a una cita como tal, sino a una cena de trabajo porque en definitiva era lo que había insinuado.

   —De acuerdo. Acudiré encantada. Dígame hora, día y lugar.

  —Si le parece bien esta misma noche. Cuando terminemos la jornada y, dónde, no se preocupe, yo la llevaré. Sé que es muy precipitado y que quizás tenga otro compromiso, pero es que no tengo otro día

 De repente había cambiado de tema

— Mañana saldré para mi país. Supongo que tendrá que dejar todo arreglado antes de que ustedes vayan, sobre todo documentación… en fin todos los preparativos del viaje. Por la llegada no se preocupen: iremos a recogerles y les dejaremos en el nuevo hogar que tendrán allí. Esta todo muy hilvanado. Ustedes se tendrán solamente que ocupar de lo que dejen aquí. Mi viaje a Irlanda ha sido, principalmente para conocernos y conocerlos. En lo sucesivo, tendremos una relación muy estrecha.

   —Lo entiendo, pero no sé si voy adecuadamente vestida para ello. Trabajo esta tarde y probablemente no tendré tiempo de ir a casa a cambiarme.

 Señorita Amy, irá perfectamente como está. Es usted una mujer preciosa, aunque eso ya lo sabrá porque se lo dirán constantemente.

Y esa era la guinda del pastel ¿Estaba flirteando con ella? ¿Era su forma de ser? Sabía de lo ceremoniosos que son, pero hacía pocas horas que se habían conocido y ya la estaba citando para cenar. Se lo había soltado todo de un tirón, como si temiese que ella dijera que no. Tendría que esperar a salir de dudas hasta la propia cena. Si acudían ellos dos solos, era ciertamente una cita. Seguramente estaría acostumbrado a no ser rechazado por ninguna mujer. Y no la extrañaba: era un magnífico ejemplar. Pero él, muy perspicaz supo leerla el pensamiento y a continuación de la invitación, siguió hablando.

   —Nos reunimos unas cuantas personas. Junto a mi irá el señor O’Donnell y las personas que parten próximamente a Corea y los que se quedan aquí. Pero a mí me apetecía especialmente invitarla a usted en persona. Así que no tenga miedo. ¿Se decidirá a venir?

— No tengo miedo señor…

 —   Kwan. Lee Park-Kwan. Ha sido una falta imperdonable por mi parte no haberme presentado. Le ruego me disculpe.

       No se preocupe, no tiene importancia. Ha sido todo muy precipitado. Y que le conste, no tenía miedo.

— ¿Debo entender que acepta?. Bien pasaré a recogerla a las siete ¿Le parece bien?

— Si, de acuerdo. ¿Cómo debo arreglarme?

                —Como quiera. Estoy seguro que con cualquier prenda estará preciosa

Y terminó de descolocarla. O era un conquistador nato o muy ceremonioso.

   —Este hombre tiene la virtud de dejarme noqueada siempre.

Se despidieron y cada uno de ellos partió en distintas direcciones. Ella a su puesto de trabajo. No tendría ni un minuto de respiro. En una semana partirían a Corea y debía dejar todo en orden. No tenía atrasos que la preocuparan, tan sólo instruir de lo pendiente a la persona que ocupara su puesto. Lo que la tenía nerviosa y excitada, era la invitación de tan extraño personaje. Se miró en un espejo en los lavabos y de un repaso comprobó que, efectivamente, no iba tan mal. Llevaba un vestido sencillo pero bonito. Tan sólo se maquillaría un poco, sin exagerar y, lista para acudir a esa cena no en solitario, sino junto a una multitud. ¿La hubiera gustado ser ellos dos solos? No sabría decirlo. Estaba nerviosa por él, por la presentación que había tenido, por la cena de esa noche… en fin: por todo. Se sentía como si un tropel de caballos a la carrera, fueran a arrollarla y al frente estuviera un magnífico ejemplar dirigiendo la manada. Esa impresión es la que había sacado de Lee Park Kwan.

   ¡Qué nombre tan extraño! —se dijo— He de entrar en Wikipedia e informarme bien de todas estas cuestiones. Teniendo en cuenta que voy a pasar tres meses de mi vida entre ellos… Me sentiré perdida, de eso estoy segura. ¿Por qué no pudieran ser de un lugar más cercano y menos desconocido para mí? No voy a ponerme exquisita ahora. Es una oportunidad importante para mi carrera y no voy a desperdiciarla. Es un país muy adelantado en tecnologías, por tanto, tomaré nota para aplicarlas a mi regreso.

  

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Edición: Mayo 2022

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martes, 24 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 5 - La delegación

                                                       



Capítulo  5 - La delegación

La tarde sería la primera ocasión en que fueran presentados a sus otros nuevos jefes quienes formaban ese departamento. Aunque normalmente vestían de forma informal, la inmensa mayoría de ellos, pensaron que sería adecuado guardar algo más de etiqueta; al menos traje y corbata. Por ese día dejarían a un lado los pantalones vaqueros y el suéter que a diario llevaban.

 Aunque no quisieran darlo a entender, estaban nerviosos por conocer a la otra parte de la jefatura, máxime siendo de un lugar tan lejano, no sólo en distancia, sino en costumbres y forma de pensar. Ellos eran más cuadriculados, más tranquilos, pensaban más las cosas antes de ponerlas en práctica. Todo lo contrario a  los irlandeses. Pero sería una experiencia a descubrir tan sólo por tres meses. Todos aprenderían de todos y saldría algo positivo de ese encuentro tan inusual y extraño.

La excitación y los nervios, tampoco eran ajenos a nuestras chicas. Las tres, como si se hubieran puesto de acuerdo, revisaban sus armarios respectivos, pensando en qué sería lo más adecuado para esa reunión tan importante para su futuro.

Amy no era ajena a ello. Era como si se presentara a un examen de revalida, como si en lugar de aprobar su gestión la fueran a dar un suspenso de los que hacían época. Repasaba mentalmente su presentación del proyecto, por si acaso se lo pidieran hacer. Todo estaba controlado, todo y exacto. Todo estaba en orden dentro de su cerebro, pero había algo en lo que no había pensado y ahora lo tenía delante.

Había abierto las puertas de su armario y ahí estaban las faldas, las blusas, los suéteres y uno.  ¡Tan solo... un vestido! ¿Cómo no se había dado cuenta de ello?. Conocía por las revistas que están creando una moda especial coreana y que sus mujeres eran exigentes en seguirla. Su único vestido, era totalmente inadecuado porque, a pesar de hacer buen tiempo, era una ropa comprada para unas vacaciones veraniegas, así que fue desechado en el acto. No le quedaba más remedio que recurrir a lo clásico: una falta negra y una blusa… o mejor un suéter.

Cada prenda se la puso por encima y el espejo le devolvía la respuesta: si, no, no, si… Al final eligió una especie de chaquetita de lana de media manga con cuello abotonado en pico que marcaba ligeramente, sin estrecharla su silueta en determinada parte del cuerpo. No se la veía provocativa, pero ella no estaba conforme y pensó en una blusa. Pero tampoco estaba conforme con esa idea. Por momentos se contrariaba ella sola. Al final recurrió a la primera elección el suéter de lana de color rosa palo que la favorecía bastante.

Se maquilló ligeramente, pero con cuidado de no exagerar. No quería dar la impresión de que se estaba “decorando” sólo para los extraños, aunque entre sus compañeros, había alguno que bebía los vientos por ella. Pero hoy, la decoración no era para una vieja obra, sino para un estreno de gran gala.

La molestaba no causar buena impresión la primera vez que conocía a una persona y, las de hoy, eran muy especiales.

Se encontraban agrupados a lo largo de la gran mesa de la sala de juntas, tal y como les habían dicho que hicieran. Mientras, su jefe sería el anfitrión de sus huéspedes y sería él mismo quien les dirigiría a la reunión e hiciera las presentaciones de los distintos departamentos y de sus jefes.

Aunque trataban de disimularlo, todos, sin excepción estaban nerviosos. Sería importante causar buena impresión la primera vez que se vieran. Era un acto demasiado importante para todos, incluso para los forasteros.

Las conversaciones entre ellos eran más bien susurros, comentando con quién estaba a su lado en voz muy baja. Nuestras chicas estaban calladas, quizá por primera vez. Serias y retorciéndose las manos y furiosas, porque a alguna de ellas, motivado por los nervios, comenzaban a sudarles, algo que a la que eso le ocurría la ponía frenética.

Amy, aparentaba tranquilidad, aunque estuviera, lejos de sentirla, pero no podía demostrarlo ante sus más directos colaboradores ¿Qué clase de jefa sería si, por un acto tan pequeño, lo notaran? Tenía que mostrar, ante todo, seguridad ante los extraños, si es que en algún momento llegase el caso de mostrar los planos y explicar lo conseguido en el nuevo proyecto.

Pero al mismo tiempo tenían curiosidad, mucha curiosidad, ante esos personajes impensados y extraños, exageradamente puntuales al horario de su cita.

 Salieron de toda duda cuando, de pronto la puerta de la sala de juntas se abrió. Al frente de la delegación iba su propio jefe sobradamente conocido por todos que, se hizo a un lado para dar paso a los huéspedes y proceder a la presentación.

Uno por uno, así lo fue haciendo y, uno por uno estrecharon sus manos dedicándoles una sonrisa e inclinación de cabeza por parte coreana y sonrisa por la irlandesa.

Las chicas, de inmediato, al ver quien venía en cabeza, suponiendo que era la máxima autoridad como ya les anunciara su director, le hicieron un análisis que después, a solas comentarían.

Ya estaban a la altura de Amy que estaba sumamente nerviosa y pendiente de todos los detalles para no fallar en ninguno.

 Era muy alto, de buena planta, atlético y bien formado, la persona que se detuvo una fracción de segundo, frente a ella, haciendo un breve recorrido por toda ella, algo que la incomodó sobre manera ¿Qué se ha creído este cretino? Pensó para sí. No obstante, sostuvo la mirada que la dirigía sonriendo y estrechando su mano al tiempo que efectuaba la consabida ceremonia de la inclinación de cabeza. Y fue al levantarla cuando, de refilón, miró la cara de él. “Santo cielo qué guapo era”. Una nariz perfecta, afilada, ni muy grande ni pequeña. Unos pómulos marcados y unos ojos más bien grandes pero almendrados. Su pelo muy negro y liso. Vestía con un traje gris oscuro, hecho a medida y camisa azul, corbata del mismo color, pero más intenso. Sus manos grandes de largos dedos, retenían por un instante las de Amy. Estaba a punto de perder la compostura y nerviosa no podía apartar la mirada de su cara algo y ligeramente entre amarillenta y pálida.  Era la primera vez que tenía frente a sí a una persona de raza amarilla y, pensó que la definición de las razas que había leído en su enciclopedia de bachiller, estaba totalmente acertada y no era una forma de hablar de ellos, sino una catalogación académica.

¿Cuánto tiempo había durado su presentación? Pensaba que horas de larga que le había parecido, pero en realidad había durado a penas unos segundos, el mismo tiempo dedicado a los demás.

—¿De qué se ha reído al verme? —se repetía Amy una y otra vez. Ni por lo más remoto se imaginaba que ese elegante personaje que había tenido delante era la misma persona que uno que la abroncó en el ascensor.

A continuación, callaron las voces y se escucho el ruido al correr las sillas para sentarse en ellas. A ambas cabeceras, estaban los jefes supremos frente a frente y a cada lado de la mesa todos los componentes de los distintos departamentos, intercalándose los foráneos y los naturales del país.

Todo estaba medido y pensado para que los extranjeros se sintieran cómodos con quienes iban a colaborar con ellos codo con codo. Mejor hacerlo desde el principio. Una vez sentados y con exquisita cortesía los coreanos estrecharon la mano a los irlandeses que tenían a su lado. Los jefes, esperaban a que todos cumplieran el ritual. Amy estaba sentada a la derecha de su jefe y eso la infundía más seguridad, aunque el otro jefe de vez en cuando la dedicaba alguna que otra mirada y, eso la ponía nerviosa, pero no mucho.

   —¿Terminará por gustarme? — se repetía para sí.

La reunión fue una de tantas, tediosa y monótona, pero todos prestaban mucha atención a pesar de que las explicaciones que les estaban dando ya eran conocidas. La novedad era una cinta que habían llevado los coreanos de una panorámica de su sede en Seúl y del interior de las dependencias, en especial de aquellas que concernían directamente a los que viajarían hasta ella en el breve espacio de unos días. Todos los veían con curiosidad y admiración al mismo tiempo. Pensaban que, efectivamente eran gentes muy constantes y meticulosas. No es que ellos no lo fueran, sólo que, al no conocerlos, cada uno forma en su cabeza la imagen que se desea.

El presidente, había resultado un tipo dicharachero y simpático. Para nada envarado. No era de extrañar que hubieran hecho buenas migas ambos responsables.

La reunión se extendió en el tiempo más de lo programado y, al final de la misma todos charlaban entre sí. Entre los coreanos, había uno que hablaba en un perfecto castellano aprendido durante un intercambio de estudiantes en Méjico. Él sería el intérprete entre sus compañeros. El resto de la expedición extranjera, tenía en sus teléfonos móviles la aplicación traductora a cualquier idioma, así que tanto unos como otros, no tendrían problemas. Para eso eran los “reyes” de las nuevas tecnologías.

El jefe supremo, chapurreaba algunas palabras sueltas en español que, intercaló en el breve discurso, en inglés, que dio a su presentación.

Había llegado el momento de dar por terminada la reunión que se había extendido en el tiempo más de lo pensado debido, no solo a las dilatas explicaciones de cada departamento que habían puesto encima de la mesa, sino a la camaradería que se palpaba a lo largo del tiempo de presentación.

Al lado de una de nuestras chicas, se había sentado uno de los coreanos. Se habían entendido desde el principio. Ambos estarían en el mismo departamento así que Alyssa se ofreció para no sólo darle alguna clase de inglés, sino para mostrarle lo más relevante y extraordinario que Dublín tiene que ofrecer a los forasteros.

Era la hora de la despedida. Ambos anfitriones volvieron a situarse en la puerta para despedir a sus operarios uno a uno. Llegaba el turno de Amy. Estaba frente al coreano después de saludar a su propio jefe. Al estrechar su mano, se la retuvo un instante y la dijo bajito:

   —Espéreme a un lado. Cuando termine quiero hablar con usted.

No dijo más, ni ella tampoco. Sólo miró a su alrededor en dirección al lugar que la había indicado con la cabeza y, hacia allí se dirigió, esperando paciente a que se despidiera de su ahora amigo irlandés, colega de los negocios.

A paso ligero, se dirigió hacia Amy que, sorprendida e intrigada aguardaba paciente a que se reuniera con ella.


RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT

Autora: 1996rosafermu / rosaf9494

Edición: Mayo 2022

Fotografía: Internet

lunes, 23 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 4 - ¡Pare! ¡Pare!


 
                  Capítulo 4 - ¡Pare! ¡Pare!


Era lunes, el primer día de la semana, una semana de ajetreo en las oficinas. Hacía tiempo que corrían rumores por ellas que se avecinaban cambios, grandes cambios de estrategia. Ningún empleado estaba alarmado por perder su puesto de trabajo, muy al contrario: la dirección había hablado con ellos y les habían dado toda clase de explicaciones para que estuvieran tranquilos y, que lejos del cierre del negocio, tenían entre manos una ampliación con motivo de una asociación extranjera con la que intercambiarían proyectos a difundir, no solo localmente, sino a nivel mundial. Tendrían que modificar la estructura de trabajo de algunos de los departamentos, sobre todo el tecnológico, a los que en ella habían trabajado, ampliando la plantilla y, dando puestos de más relieve a los que en ella trabajaban denodadamente, por ejemplo, a los que en la actualidad permanecían en ella. Amy mantendría su puesto actual y ampliándolo con la nueva plantilla que vendría.

 

   —En breves días recibiremos la visita de una delegación de nuestros futuros socios. Junto a ella, llegarán tres personas que estudiarán y trabajarán junto a nosotros para reorganizar los departamentos, y que ambos vayamos al mismo compás y no necesitemos duplicidad ni en las secciones ni en los protocolos.

La comunicación será constante entre ambos, pero vosotros no tendréis que preocuparos nada más que de tener vuestro trabajo al día, ya que será la dirección de ambas empresas, quienes cambiarán impresiones. Como he dicho, os he anunciado que tres empleados llegarán para integrarse con vosotros en el departamento de tecnologías, avances e informática.

—Otros tres de nuestros empleados, de este departamento, se cambiarán con ellos y tendrán que viajar hasta la sede de nuestros socios. Está en el extranjero, bastante lejos, o sea que, no regresaréis a casa los fines de semana. Sólo será por tres meses en que ellos y nosotros, conoceremos el manejo de ese importante departamento con el fin de funcionar al unísono, del mismo modo, en ambas latitudes. Al cabo de ese tiempo, ellos regresarán a su casa y los nuestros volverán aquí, pero, con el sistema a cubrir en ambos lugares al mismo ritmo y con la misma precisión.

 Hizo un paréntesis, carraspeando ligeramente y prosiguió su charla e instrucciones:

   —Esa empresa está en Corea del Sur, concretamente en Seúl. Sí, ya lo sé, es muy lejos. Tanto, así como a diez mil kilómetros de distancia y con una diferencia horaria de siete horas por delante nuestra. Por eso es que es un asunto difícil y complicado que hay que encajarlo a la perfección. Pero que nadie se asuste. Son sólo tres meses. Los casados que deseen llevarse a su esposa, podrán hacerlo, corriendo la empresa con todos los gastos de alojamiento. Al igual haremos aquí con quienes vengan.

—Amy Callaghan será la jefa y responsable de esa expedición y, seguirá siendo también del departamento a su regreso a casa, pero mientras permanezca en Seúl, será una empleada más. No obstante, será la responsable si algo surgiera en nuestra delegación que se desplazará junto con ella   Creo que ya os he explicado todo. Ahora ha llegado el momento de “ruegos y preguntas”.

Todos lo tenían claro. Estaban sorprendidos por todo  lo anunciado, siendo conscientes de que dejarían de ser una pequeña empresa para convertirse en algo a nivel mundial. Asumían también el viaje a realizar. Los que no lo hicieran, daban la enhorabuena a sus compañeros; se nota en todos ellos la gran complacencia que sentían. En pocas empresas tendrían tanta consideración con sus empleados. Eran una gran familia y así se sentían.

Se miraban unos a otros, como si aún no asumieran el viaje que realizarían y que nunca imaginaron. El resto de compañeros que quedasen aquí, les daban la enhorabuena palmoteando su espalda. Las chicas saltaban de alegría como si fueran niñas sin parar de reír abrazando a Amy, dándole la enhorabuena. Sería la única mujer con dos hombres como guardianes de ella, aunque no lo necesitase. Pero no terminaba de hacerse a esa idea. Por un lado, le gustaba, pero por otro no le apetecía nada en absoluto aunque debiera  considerarlo un ascenso más que un viaje. Pero, en definitiva, sea lo que fuere, ella había sido la elegida, por tanto, debía recibirlo como un premio.

   —Amy, por Dios. Has de reaccionar: has sido elegida—se decía saliendo de ese estado de incredulidad, al que al fin reaccionó— ¿No es fantástico? Me apetece muchísimo, quizás por lo inesperado. Ni en mil años imaginaba algo así. Me lo tomaré como unas inesperadas vacaciones, aunque no sé si será fácil. Será una ocasión única.

El director llamó su atención. Aún quedaba algo más que decir:

   —El próximo lunes, llegará a Dublín la delegación coreana con su gerente y director a la cabeza. Nosotros también deseamos conocernos personalmente y, nada mejor que en una ocasión tan especial como esta. Ni qué deciros que todo esto no debe salir de estas paredes hasta que hagamos un anuncio conjunto, con el fin de evitar especulaciones en bolsa. Así que, os ruego muchachos y señoritas que, os deis un puntito en la boca y que nada trascienda.

Todos dieron su palabra de que así sería y al dispersarse, cada uno de ellos, para seguir con su trabajo, harían los comentarios pertinentes, ante la sorpresa que acababan de recibir. Ese día, al menos, trabajarían con más ímpetu y entusiasmo, porque todos esos anuncios también llevarían una gratificación para compensar la época de arduo trabajo que se les avecinaba hasta que todo estuviera listo.

En el ambiente flotaba el buen humor. Así transcurrió la semana. En la siguiente, recibirían las visitas anunciadas provenientes de Seúl. Se abriría un interrogante e impaciencia. Rogaban interiormente porque todo saliera bien.

Las chicas quedaron que el lunes marcado por la visita de los coreanos, llegarían antes a su trabajo para desayunar en la cafetería del edificio en donde estaba situada la empresa. Deseaban comentar las novedades que les aguardaban con la anunciada visita.  Aunque estuvieran impacientes tendrían que esperar a la jornada de la tarde, ya que los forasteros llegarían al iniciarse ese turno.

Tenían un gran alboroto, más por nervios que por otra cosa y hablaban todas a la vez, quizás motivado por la excitación del caso. Reían con grandes carcajadas. Ese comportamiento en ellas no era el acostumbrado, pero ese día tampoco lo era. Las horas restantes hasta cumplirse la de la cita, se harían interminables y, sin embargo, debían centrarse y repasar lo que las pedirían en presencia de esos extranjeros y, no podían fallar, por muchos nervios que tuvieran.

En una mesa contigua a ellas, había un hombre con una taza de café entre sus manos. Estaba vestido informalmente, algo que resaltaba en el ambiente de la cafetería en que todos tenían chaqueta y corbata. Llevaba un chándal de algodón color gris. Cubriendo su cabeza con una capucha del mismo color. Calzaba en deportivas blancas y, a todas luces se trataba de alguien que habría salido a correr y entró a desayunar. No era una ropa corriente; en ella se notaba una marca famosa en ese tema. Encima de la mesa había una revista The Times y, leía absorto ocultando casi enteramente su cara. Las muchachas no se dieron cuenta de ese extraño cliente. No repararon siquiera en su cara semi oculta por la indumentaria. Sin embargo, dicho personaje, no perdía ni una coma de lo que ellas hablaban y de cómo eran, cómo gesticulaban y como se reían, con una risa franca y abierta. Mientras él,  fingía estar interesado en lo que la revista contaba.

No sabría decir en qué momento de la conversación de ellas, llamó su atención una cara de esas tres muchachas, la de Amy. Seguramente por su espontaneidad, su sonrisa y por el color, algo cobrizo de su pelo. Todo ello formaba un marco ideal para una chica ideal. Se levantó y salió de la cafetería. Tenía una cita en ese mismo lugar en poco tiempo.

Las tres amigas seguían pasando el rato y, de vez en cuando miraban el reloj para que no se les pasase la hora del encuentro, del gran encuentro con sus futuros jefes

   — ¡Vamos! Se nos hace tarde. Se nos ha ido el santo al cielo y, como no nos demos prisa llegaremos tarde.

    ¡Cielos es verdad!

 Como rayos salieron dos de ellas. Amy, se quedó esperando ante la caja para abonar la consumición. Miraba impaciente su reloj y, se movía nerviosa como si necesitara imperiosamente  acudir al baño, aunque no fuera ese el motivo que la mantenía inquieta. Cuando terminase de pagar, sus dos compañeras estarían ya en su puesto de trabajo. Sin embargo, ella que debiera dar ejemplo, estaba aún allí en una pequeña fila, aguardando su turno.

     ¡Por fin! —exclamó ante la persona que atendía la caja.

Ni siquiera esperó a que le dieran las vueltas. Salió corriendo como una exhalación en dirección al ascensor. Entraban las últimas personas que esperaban acceder a ello. Apretó más en su carrera, pero se temía no llegase. Comenzó a hacer aspavientos con los brazos gritando: “esperen, esperen”. Llegó cuando las puertas estaban a punto de cerrarse. Lo detuvo sus manos aferrándose a las puertas y, de esta manera pudo ocupar su puesto en él. Una voz, cercana a ella, la dijo unas palabras con señal de enfado que no comprendía:

  — No vuelva a hacer eso. Corre el riesgo de que no consiga su empreño y las puertas puedan cortarle los dedos.

Se volvió rápidamente para ver quién decía enojado esas palabras, sin duda dirigidas a ella. Se trataba de un extraño personaje al que ni siquiera se le veía la cara por permanecer con la cabeza baja. Era bastante alto y cubría su cabeza con una capucha gris y sudadera del mismo color de las que se utilizaban para hacer deporte. No entendía muy bien la situación que se había planteado. Tampoco era la primera vez que hacía ese gesto con el ascensor. Pero el caso es que, aunque rapando el horario, llegaría a tiempo a su puesto, puntual con la hora de entrada.

Al llegar a la planta novena, su lugar de trabajo, respiró aliviada: aún tenía un margen de dos minutos. Siguió su paso apresurado y se perdió por un pasillo que, a su vez, la conduciría a su despacho compartido, es decir en un solo lugar estaba situada la maquinaria cerebral de la sección de informática de alto nivel. Se trataba de un ordenador de gran tamaño a modo de pizarra en el que se iban reflejando las correcciones que se hicieran durante su creación, seguramente de algo nuevo. De alto nivel.

Ni siquiera volvió a recordar al misterioso hombre que la regañara en el ascensor.

Ese mismo hombre con el mismo atuendo caminaba por los pasillos que dividían las secciones, tal y como si fuera invisible, ya que nadie le preguntaba quién era y a dónde iba.  Todos estaban muy ocupados preparando el bagaje de papeles que, a buen seguro les serían solicitados por su jefe en el transcurso de pocas horas.

El misterioso visitante, al cabo de un rato, decidió dar la vuelta hacia el ascensor que le llevaría a la planta baja y, por consiguiente, a la salida. A la calle. Al llegar a ella, se volvió mirando el edificio y sonrió satisfecho diciéndose para sí: “todo está en orden. Son buena gente”.  Posó su mano sobre la cabeza, despejándole de la capucha.

Era alguien alto, bastante alto, de piel algo amarillenta, cabello negro y abundante y de rasgos almendrados en sus ojos. A todas luces se trataba de una persona oriental. Había acertado al tomar esta iniciativa. Lo que iban a emprender, era de tal envergadura que todos los hilos habían de estar muy bien atados, comprobando por sí mismo si en ese centro de trabajo, tal y como le había dicho su gerente, existía honestidad, camaradería y todos cumplían a la perfección con su labor. No lo dudaba, pero debía convencerse por sí mismo.

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Autora: 1996rosafermu / rosaf9494

Fotografía: Internet