jueves, 20 de enero de 2022

Mundos Opuestos - Epílogo

 En mitad de la noche el teléfono daba la señal de llamada repiqueteando impaciente . Dae dormido, extendió el brazo buscando el aparato que tan bruscamente había interrumpido su sueño. También Alba le presionaba para que atendiera la llamada lo más rápidamente posible. La esperaban de un momento a otro, pero nunca creyeron que fuera tan de madrugada, algo que es bastante habitual en los casos que les ocupaba.

Al otro lado una voz nerviosa apremiaba:

— Vamos camino de la clínica. Ya llega

No pudo decir más. Estaba muy emocionado y a punto de llorar. Se escuchaba la voz de Aera tranquilizando a su marido que nervioso y con extremo cuidado, conducía el coche lentamente.

— Alex, date un poco de prisa 

— Dae, Dae

— Estoy aquí. Tranquilízate. Ahora mismo salimos para allá.

Durante la breve conversación, Alba ya se había tirado de la cama y se vestía. Su hija iba a dar a luz. No se lo podía creer. Dae miraba el teléfono como si él tuviera la respuesta a todas las preguntas que se formulaba y que nada tenían que ver con lo que estaba ocurriendo. Pero él, hombre sereno, estaba nervioso, inquieto, dando vueltas por el dormitorio metiéndose los pantalones con una pernera en la pierna y la otra a "pata coja" sin atinar a terminar de arreglarse. Alba le miraba y no se podía creer lo que veía. Él acostumbrado a problemas difíciles de resolver, ahora  no se podía vestir de los nervios que tenía.

Y es que no era para menos. Su niña, su pequeña, se estaba convirtiendo en madre y él no estaría a su lado. Por rápido que viniera el alumbramiento, les daría tiempo de sobra, para llegar a la clínica y calmar al futuro padre que también era un poema.  La más calmada era Alba, que ya había pasado por esa experiencia en tres ocasiones. Sólo en  dos de las cuáles, Dae estuvo a su lado ¿ Por qué ahora estaba tan alterado? Si recordaba bien, con ella no estaba así, tan a las claras e incapaz, siquiera, de articular palabra.

Tras muchos avatares para ponerse en marcha, al fin, estaban dentro del coche. Dae miró el reloj y se dio cuenta de que sólo habían pasado diez minutos desde que Alejandro les llamó. ¿Cómo es posible que le pareciera una eternidad? Tenía tres hijos. En dos había estado junto a su mujer, pero nunca terminaba de acostumbrarse a ese momento. Era difícil ayudar a la parturienta cuando él mismo estaba a punto de desmayarse.

A pesar de las prisas, de las llamadas y de los nervios, enseguida llegaron a la clínica, pero el bebe se lo tomaba con calma y tardaría en asomar la cabecita. Todo era normal, pero llevaba su tiempo. Alejandro estaría con ella en el paritorio y los padres y abuelos, que habían sido avisados, permanecían en una sala, cada vez con más impaciencia. La espera se hacía eterna. Al cabo de mucho, mucho rato, llegaron los chicos sonrientes y contemplando a su familia que no hablaban, con cara de preocupación y a su abuela y a su madre, charlando como cotorras, con las palabras que pronunciaban a una velocidad de vértigo: también ellas estaban nerviosas. Al entrar, los hermanos se miraron y se echaron a reír al verles la cara macilenta que tenían y el gesto contraído de sus mandíbulas.

Era como si ellos hubieran llevado la buena nueva, porque a los cinco minutos de su llegada, la puerta del paritorio se abrió y Alejandro pálido como la cera, portaba un pequeño bulto entre los brazos.

Todos estaban allí. Les miró y rompió a llorar de alegría: ya era padre de un hermoso y grande bebe. Todo había pasado. Las preguntas se atropellaban, y mientras las abuelas se disputaban por tenerle en brazos. Alejandro se abrazó a Dae y al abuelo, dando rienda suelta a su emoción, orgullo y alegría.

Los chicos eran espectadores de ese emocionante cuadro familiar, pero ellos se reían al ver a todas esas rígidas personas, blandengues ahora. Esperarían su turno para felicitar a su cuñado, cuando se calmasen, al menos un poco. En el fondo estaban ansiosos por conocer a su primer sobrino.

Cuando Alejandro entró nuevamente al paritorio, todos se miraron y se abrazaron. Ya podían tranquilizarse. Todo había pasado y en cuanto les llevaran a la habitación, podrían abrazar a la "niña", ya convertida en mamá.

Dae llamó a sus consuegros para darles la noticia. En tres o cuatro días estarían juntos, ya que prepararían el viaje para conocer a su primer nieto. Y  encargo una cesta de flores con un peluche que depositaron en la habitación. Quería que estuviera en ella cuando Aera llegase. Y así fue.

Les imagino como si estuviera viendo una película. El momento en que los celadores llevaran la cama de Aera que portaba su hijo en brazos. Ese niño grande con mezcla en su sangre, con rasgos orientales, no ya tan acusados como sus tíos e incluso su madre. Pero ahí seguía la fuerza de ambas uniones.

Esta es una historia de ficción, pero que muy bien podría ser totalmente real, porque nada de lo narrado es inventiva, ya que pueden darse ocasiones muy extrañas en que las personas se conocen, se enamoran y terminan en boda, al igual que nuestros protagonistas. Y como se suele decir "fueron felices y comieron perdices" Lo celebraron a lo grande cuando la otra parte de los abuelos llegaron a Seúl cuatro días después.

Y El Camino, testigo y, en parte protagonista, permanecería igual por tiempo y tiempo ajeno a todo. Quizás algún día nuestros protagonistas volverían de nuevo a recorrerlo,  mostrándolo a sus nietos y contándoles el hecho de cómo dos mundos opuestos, se juntaron y dejaron de ser tan ajenos uno del otro.


                                                    

  


                                                                   F    I    N


Autoría:  1996rosafermu / rosaf9494

Edición: Octubre de 2021

Imágenes: Internet

Tema: Ficción

DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS

    

Mundos opuestos - Capítulo 40 - Y comieron perdices

 Era una gran familia. No faltaba nadie, hasta los padres de  Dong Yul estaban , sentados al lado de sus hermanos, los padres de Dae. Todos hablaban al mismo tiempo. Todos reían, aplaudían. La parte coreana, tan comedida siempre, se contagió de la alegría y también reían y aplaudían a alguna ocurrencia de alguien. Se les notaba contentos y felices. Alejandro y Aera, no intervenían en las conversaciones. Con las manos enlazadas, se miraban fijamente, como si no creyeran vivir lo que estaba ocurriendo. Que todo había terminado y tenían ante ellos un panorama totalmente diferente. Ahora les tocaba agilizar todo.

— Nos casaremos en cuanto tengamos los papeles arreglados. Ya no me separaré de ti nunca más. Te quiero Aera y siempre será así. He tenido momentos de debilidad, en que estuve a punto de tirar por la borda todo nuestro sacrificio. Había días que me levantaba desmoralizado al echarte tanto de menos y me hacía la pregunta de que si merecía la pena tanto sacrificio. Pero ahora todo ha quedado en el olvido. Lo conseguimos y ahora en verdad es cuando comienza nuestra vida.

Aera no regresaría con sus padres a Seúl, se quedaría al lado de Alejandro, esperando impaciente la llegada de la documentación para poder unir sus vidas. El viaje de regreso a Corea, fue algo más triste, pero al mismo tiempo esperanzados, pensando en que al cabo de un mes aproximadamente, regresarían a España para el enlace de su hija con Alejandro.

 Tendrían   dos bodas: una en España y otra en Seúl a la que acudirían todas las amistades y asociados de la empresa. Sería una ceremonia con más etiqueta.

 Pero la que ellos habían deseado, la estaban celebrando en esos momentos en el juzgado de Mijas, con el acompañamiento de quienes verdaderamente les importaba: sus familias y algunos de los más íntimos amigos.

Ya eran marido y mujer, aunque no lo considerarían al completo, hasta la ceremonia budista en Seúl, con el protocolo de etiqueta debido.

— No tenemos más remedio — justificó Dae a Alejandro.

Al que le daba igual. Comprendía que debían guardar ciertas normas, no tanto por las costumbres del país, sino por  la deferencia hacia las amistades. Máxime siendo Alejandro un empleado, no solo allegado a la familia, sino además destacado y competente directivo.

No les importó demasiado. Lo que deseaban se cumpliría aquella misma noche, puesto que, aunque fuera en España, ya estaban casados legalmente.

Dos días después de la boda, el resto de la familia partiría rumbo a Corea. Los recién casados permanecerían en Mijas, recorriendo Andalucía como viaje de novios y disfrutando de su familia española, puesto que tardarían tiempo en volverles  a ver.

Alba echaba de menos a su hija. Poco a poco tendría que acostumbrarse a no tenerla en casa, a no preocuparse por sus enfados. Ahora tenía quién cuidase de ella y sería el primero en su vida para todo: como debía ser.  Ellos ya habían cumplido su misión como padres. Alejandro había tomado el relevo, aunque siempre podrían contar con ellos para cualquier problema que surgiera.

Aunque Dae no comentaba nada con Alba, le estaba resultando especialmente difícil no verla correteando por casa. Los portazos que daba a la puerta de su habitación cada vez que se enfadaba.

 Habían cubierto una etapa en sus vidas, pero aún les quedaban dos hijos por los que desvelarse, aunque para ellos, siempre sería  Aera su niña, la que por especiales problemas sería la preferida.

Como regalo de bodas, les habían comprado un chalet cerca de la vivienda de ellos. Tenían que acostumbrarse poco a poco a estar sin ella. Sus hermanos también la echarían de menos, sobre todo cuando se enfadaba y ellos la hacían de rabiar a propósito. Pero el tiempo pasa rápido y los chicos, transcurrido un tiempo más o menos largo, traerían a casa a alguna muchacha y ese sería el comienzo de una nueva despedida.

Dae reflexionaba sobre sus vidas y se daba cuenta que había pasado demasiado rápido cuando debía haberse ralentizado ahora que todo estaba en orden. Sin embargo en la época en que buscaba a su mujer, los días, los meses, parecían eternos en sus escapadas a España.
 Después de reflexionar, abría los ojos y Alba estaba allí, como siempre. Riendo con algún programa de televisión, unas veces y, otras leyendo mientras él apuraba un café después del trabajo. No había podido elegir una mejor compañera  para la vida. Las dos culturas, tan opuestas, tan diferentes, se habían confabulado para que ellos se reunieran y crearan una nueva generación con lo peor y lo mejor de ambas. Tendrían su propia personalidad y cuando llegasen los nietos, de nuevo la estirpe se renovaría con otra sangre. En el caso de Aera, con más sangre española  que, sin duda influiría en sus descendientes. Pero no importaba; era sangre de excelente calidad, la de ambos. Entornaba nuevamente los ojos y escuchaba el silencio existente en la casa. Los chicos estudiando cada uno en su cuarto y ellos allí, cogidos de la mano, inseparables.

Repasaban los recuerdos que, a los dos, llegaban a su memoria, y sonrientes comentaban las anécdotas que de ello se desprendía. Los primeros pasos, la primera vez que asistieron a la guardería... Todo estaba demasiado cercano, aunque los años hayan pasado. No se sentía viejo, pero sí nostálgico.

Veía a sus padres con el cabello blanco, plateado y, sobre todo cuando fijaba la mirada en su padre, en ese enérgico hombre que estuvo a punto de dar al traste con su matrimonio y, sin embargo ahora cada vez que Alba no va a visitarles o no llama por teléfono se desplaza hasta la casa para comprobar que está bien, que no ha contactado con él por alguna circunstancia.

—Es una buena chica—decía a su mujer. Ella sabía a quién se refería: Alba. Ya nadie hablaba de sus primeros tiempos al conocerla. En verdad habían ganado una hija. Pero también un nieto. Alejandro se había hecho con el  corazón de todos.

Hacía seis meses que se habían casado y celebrado su segunda boda. Asistieron los amigos de Dae y sus más directos colaboradores, ya que Alejandro acababa de llegar . Resultó una ceremonia espléndida, pero bastante más fría que la que tuvieron en Mijas.  Todo ello lógico, pero estaban tan contentos que a todos saludaron agradeciéndoles su asistencia. Y por fin, comenzaron su vida normal. Ya habían cumplido con todos los trámites requeridos de protocolo. Ahora ya todos les conocían y sabían del parentesco con Dae.

Pasada la luna de miel, se establecieron en su nuevo hogar. Se les veía exultantes de felicidad. Todas las noches, llamaban por teléfono a Alba, ya que a Dae le veían en la oficina. Cada uno de ellos en los distintos departamentos en los que trabajaban, siempre tenían algún contacto con su padre, pero a Alba la veían sólo, el fin de semana.

 Pese a su parentesco con el director general, nadie les miró con recelo, al contrario la buena camaradería existía en todos ellos. Alejandro descargó un montón de trabajo a su suegro . En las reuniones de accionistas, destacaba por su brillantez al explicar un mejor funcionamiento en cualquier departamento y era aplaudido por ello. Se había ganado la confianza del consejo de administración y por tanto la satisfacción y el orgullo del suegro.

Se solían reunir los tres en la cafetería para tomar un café, siempre que el trabajo les permitiera perder veinte minutos. Durante ellos charlaban de cualquier cosa menos del trabajo. Para eso tenían sus despachos, pero en el tiempo de descanso, lo dedicaban a eso, a descansar, para de este modo, seguir teniendo brillantes ideas y mejoras.

Todos los domingos se reunían todos a comer, incluidos los abuelos, que no podían faltar. Alejandro, poseía el buen humor y gracejo andaluz que hacía reír al abuelo y hasta les enseño algunas palabras del español. Todo marchaba bien y normal entre una familia bien avenida.

En el menú de esas comidas se mezclaban ambas nacionalidades. Alba echaba de menos España, pero estaba muy agradecida a Corea porque había sido su segunda patria . Allí habían sembrado y recogido buena cosecha con sus hijos y con su familia. Sus suegros se habían convertido en los padres que tanto había echado de menos cuando la vida les pasó factura. Todos cedieron de su terreno para que todo funcionase como debía, y el resultado no podía ser mejor. 

Y fue en una de esas comidas dominicales, cuando el joven matrimonio les dio la noticia.

—A mediados del próximo año, seremos uno más en la familia.

Al principio hubo un silencio mirándose unos a otros, hasta que cayeron en la cuenta de que se referían a que Aera estaba embarazada. Una nueva rama en el gran árbol de la familia Min Ho. ¡ Iban a ser abuelos! Dae emocionado, estaba a punto de llorar. Su niña, su princesa, iba a traer al mundo una criatura, y como si de una película se tratara, por su memoria pasaron las imágenes del refugio, cuando, al ver una cuna de bebe, creyó que Alba le había sido infiel.

Le parecía mentira que aquél bebe estuviera esperando el suyo propio. Que su familia, en un principio de tres personas. hubiera aumentado y seguía . Con tropiezos y dudas, a pesar de todo, lo habían hecho bien. Y de nuevo se dijo: ¿ Cómo hubiera sido todo, si no llego a dar la vuelta para recogerla?".

Instintivamente, siempre que pensaba en ella, volvía su mirada hacia Alba, que ajena a los pensamientos de su marido se reía de algún chiste o gracieta que comentara Alejandro con el abuelo. Cuando naciera el bebe, tendrían que numerar a los abuelos, porque se juntaría con tres. Esa misma noche, al llegar a casa, llamaron a España para hablar con los otros abuelos que vivían al otro lado del mundo.


Mundos opuestos - Capítulo 39 - Soñar despierto

 No sin discusiones, enfados, reconciliaciones, llantos y miles de perdones, transcurrió el tiempo y, tanto Alejandro como Aera, demostraron a todos que, lo que habían asegurado desde el primer día de su relación era firme y duradero. Estoicamente habían aguantado esos dos cursos hasta la finalización de los estudios de él.

Se habían visto únicamente en las vacaciones de verano en que unas veces viajaba Aera hasta Mijas y otras era Alejandro quién hacia el viaje inverso. Aera se hospedaba en casa de Macarena y  Dong Yul, que seguían viviendo su luna de miel cuarentona. Por el otro lado, y  expreso deseo del abuelo, Alejandro vivía en casa de los padres de Dae. Se habían acostumbrado a tratar con la juventud y además Alejandro demostraba tener carácter emprendedor, algo que gustaba mucho al señor Min Ho. Le veía como futuro integrante de la empresa familiar.

— Así tendré oportunidad de vigilar al muchacho y conocerle más — es lo que había dicho el abuelo como excusa, para espiar al muchacho.

¡Quién iba a decirle que cuidaría de su familia! Porque efectivamente quién se uniera a "su" niña, sería bien recibido en esa casa.

Ambos enamorados hablaban a diario, exceptuando en épocas de exámenes en que se sacrificaban para no distraerle. Se jugaban mucho en ello. Pero ya habían terminado y con media de sobresaliente tanto los cursos de las dos carreras como la licenciatura. Había llegado el descanso y de hacer  planes. Por Aera, se había sacrificado, porque a medida que el tiempo pasaba, se sentía más unido a ella. Habían superado con creces las pruebas a las que se sometieron. Ella como pronosticó, no entró en la universidad, pero, al igual que Alejandro, era inteligente y puso todo su empeño en el trabajo que su padre le había encomendado. trabajaba en su empresa y allí también lo haría Alejandro en un puesto cercano a su futuro suegro.

Ambos padres estaban muy orgullosos de ellos. Merecían todo lo bueno que les pasase. Alba sabía los sacrificios que había hecho su hija, y las noches de llanto que tuvo cuando alguna discusión no se solucionaba en el momento. Era difícil zanjar un desacuerdo a miles de kilómetros de distancia. Siempre era él quién hacía la última llamada si es que no había reconciliación por cualquier disputa que surgiera. Y es que estaban nerviosos planeando su re encuentro. Lo que ignoraban era que sus padres les tenían preparada una sorpresa: irían a España para presenciar la entrega de las licenciaturas. Irían todos,  la familia al completo, así los abuelos también verían a sus hermanos residentes desde hacía tiempo en España.

Cuando faltaban un par de días para la partida, llevado en secreto con Dae,  Alba quiso dar una sorpresa a su hija y, la  dijo:

— Aera, ve preparando la maleta. Pasado mañana salimos rumbo a España. Estarás presente en la entrega de los  títulos de Alejandro. 

No se lo podía creer. Lo tenían todo organizado entre ambos padres, pero ellos lo ignoraban. Sobre todo Alejandro, que ignoraba  el regalo que les habían preparado. Se verían después de las últimas vacaciones de verano; habían transcurrido varios meses y su impaciencia era grande, precisamente por ser el fin de su distanciamiento. Aunque no comentaban nada, tanto uno como el otro, hablaban sobre  lo que les gustaría que ella estuviera presente en la entrega del diploma, pero no trascendía su deseo más que de ellos, para no entristecerles. Lo que no sabían era que ambas familias lo estaban preparando todo para reunirles.

Macarena y Dong Yul,  formaban parte del engaño, porque también estaban encantados de que, aquello que comenzó como un juego, se fraguara en una relación firme y segura. Nadie les concedió el beneficio de la duda y pensaban que su relación duraría tan sólo unos días, una vez que estuvieran alejados uno del otro. Pero no fue así. Resistieron todo los vendavales que las discusiones de un noviazgo a distancia se hicieran enormemente grandes. Pero que en ellos, no pasaba una noche sin que hicieran las paces. Tenían que demostrar a todos que su amor era verdadero y para siempre.

Y de esta forma la pequeña familia al completo, se subieron al avión rumbo a España. Unos emocionados por lo que representaba para su hija y para ellos mismos. Los otros por ver a sus hermanos desde hacía tanto tiempo sin a penas contacto. De paso conocerían el país de su nuera, o mejor de su hija, porque la palabra "nuera" no encajaba en ella y sobre todo  al abuelo no le gustaba. Se había hecho incondicional de Alba.

Si ya era largo el viaje, para Aera resultaba interminable. Pensaba en la sorpresa que le daría, ya que no le había dicho nada de la presencia de todos en la ceremonia de entrega de sus títulos. Ese sería el regalo de graduación. Sería el punto final de su alejamiento y el comienzo de su vida. Se casarían en cuanto estuviera establecido en un trabajo y encontrado una casa en donde vivir. El trabajo ya lo tenía en la empresa familiar, junto a Dae y la que sería en un corto espacio de tiempo su esposa.

Habían esperado mucho tiempo. Habían sacrificado el no verse pero, ahora tenían la compensación de todo lo pasado.

Aera, con los ojos cerrados, fingiendo dormir, evocaba cómo sería su presencia y la sorpresa que se llevaría al no imaginarlo siquiera.

Atrás quedaban los días  y los meses interminables que habían vivido alejados. Mirando el calendario y su lentitud en que sus hojas pasaran.  Ahora ya no importaba; no volverían  a separase nunca y ahora todo sería más llevadero y más ilusionante cuando comenzasen a preparar su nidito de amor, cerrando de esa manera la etapa de noviazgo para entrar en la de mayor compromiso como sería preparar su matrimonio.

Mientras tanto, Dae le iría presentando a los accionistas en una reunión especial a tal efecto. Ya tenía su despacho junto al de quién sería su suegro. Sería también su consejero y ayudante. Le descargaría de trabajo y de este modo tendría más tiempo para disfrutarlo con Alba.

Todo estaba muy pensado. Había llegado el momento de compartir la vida con la otra persona que era parte de él. Alejandro le reemplazaría  cuando hiciera algún viaje. No pensaba en retirarse puesto que aún era joven, pero sí descansar un poco y repartir el trabajo con su yerno, hasta que sus otros hijos terminaran de estudiar y se integraran en él.  Pero para eso faltaba mucho tiempo. Necesitaba disfrutar de su mujer sin preocupaciones empresariales. Hacer un largo viaje en compensación al que no hicieron de luna de miel. Lo prepararía con tiempo y en secreto para que nada fallase y todo resultara perfecto.

Al fin Aera concilió el sueño, probablemente rendida por la emoción. No necesitó contar corderitos, sino simplemente, trazar en su cabeza un plan de ruta a seguir a partir del momento en que Alejandro, con sus títulos bajo el brazo, pidiera la mano de ella. Sonreía levemente, evocándolo. Desde hacía tiempo llevaba haciéndolo, pero ahora no era un sueño, sino realidad.

Tras la primera escala en Frankfurt, su nerviosismo aumentaba. En tres horas máximo pisarían el suelo de España. Imaginaba la sorpresa de Alejandro al verles a todos, aplaudiendo al recibir los títulos. Nadie más que ellos sabían de los sacrificios que habían hecho. Pero todo eso quedaba atrás. ¡Al fin se cumplirían sus sueños! Que no serían tales, sino una realidad, un despertar del letargo, feliz y enamorados. Firmes como una roca, defendiendo a capa y espada lo que con tanto trabajo llegaba a su fin.

Desde España, los padres de Alejandro había reservado mesa en el mejor restaurante de Mijas. No sólo como premio a la licenciatura, sino por el estoicismo de la relación con tantos inconvenientes llevada a cabo. Estaban orgullosos de su hijo. Había demostrado que era un hombre de ley, correspondido altamente por su novia, una preciosa chica que no le faltaba de nada y, sin embargo le había elegido a él para compartir sus vidas. Lo único triste de lo que vendría, sería la ausencia del hijo, pero ellos, en vacaciones viajarían a Corea.
Fueron a recogerles al aeropuerto. Se hospedarían en el mismo hotel de la primera vez que vinieron. Alejandro se mostraba nervioso, impaciente. No veía el momento de reunirse con Aera, ignorante de que allí mismo llegaría no solo su prometida, sino la familia al completo. Le extrañaba que cuando la llamaba por teléfono no atendiera la llamada, hasta que por fin en su escala en Alemania, pudieron hablar.

—¿Dónde estás? Se escucha mucho ruido

— Estoy en la cafetería. Se me ha hecho un poco tarde y no puedo entretenerme mucho

— No sé. Te noto muy extraña.

— Estoy nerviosa y deseando verte. ¿Cuándo llegas a Seúl?

— Pronto, mi amor. Muy pronto.

No sabía que ese mismo día podrían abrazarse y todos sus sueños serían reales. Costaría contener  a la joven novia para no ir desde el aeropuerto directamente hasta la casa de su novio. Primero instalarse y, después acudir al paraninfo en donde sorprendería a Alejandro. Lo que menos esperaba el joven era recibir ese premio añadido. Se acabaron las esperas, las dudas, las discusiones por teléfono. A partir de ese día, todo podrían solucionarlo frente a frente.  Se pellizcaba en el brazo. Quería saber si todo era un sueño. En realidad ese viaje, sería un premio para ambos, por su paciencia y seriedad. Había sido un camino difícil de recorrer pero, al final, había llegado a la meta con la medalla de oro.

Nerviosos los licenciados, aguardaban en una habitación a que fueran anunciados para recoger sus títulos. Alejandro estaba impaciente. Deseaba que llegase ese momento y, a la vez que pasase de una vez. Ansioso por tener el título en sus manos. Ese título que tantos sacrificios había costado. En cuanto llegase a su casa, llamaría a  su novia y la explicaría con todo lujo de detalle cómo se había desarrollado el evento.

Estaba impecablemente vestido con un traje gris oscuro, camisa azul y corbata del mismo color más oscura. No podía quedarse quieto. Recorría la sala de un lado a otro. Palpó el bolsillo de su chaqueta para comprobar que no hubiera olvidado el teléfono. No, allí estaba. Sentía la tentación de llamarla por teléfono, pero se contuvo dado que, los ujieres estaban recibiendo el protocolo. Daría comienzo la ceremonia de un momento a otro.

En la sala, todos sentados y en silencio, aguardando expectantes que alguien saliera, pronunciara un pequeño discurso y diera, por fin, el comienzo de la ceremonia. Aera no paraba quieta en su asiento, a pesar de las recomendaciones que mama Alba la diera para que estuviera tranquila.

— Déjala que disfrute — la decía Dae, reprendiendo a su mujer.

Sabía, es decir, imaginaba el sacrificio que estaba haciendo para no levantarse de la butaca y gritar el nombre de Alejandro para que, donde quiera que estuviese, supiera que ella no estaba en Saúl, sino allí mismo esperando orgullosa que tuviera su título entre las manos. Y abrazarle como recompensa de su paciencia y amor demostrado.

Se apagaron las luces de la sala y se encendieron las del escenario en donde, en fila, cada uno de ellos tomaría un asiento indicado. Aera sintió la tentación de levantarse y llamar su atención en cuanto le vio. Pero la mano firme de Alba, la retuvo quieta.

—¡Qué guapo está!— dijo en voz baja, mientas su madre sonreía y la apretaba la mano cariñosamente. 

Para los padres de Alejandro, también era un orgullo. Había cumplido con lo prometido y sabido conservar el amor de la chica que se sentaba a su lado. Todos habían desconfiado de ellos, pensando que los jóvenes eran alocados y que no pensaban más que en divertirse. Pero la calidad de ellos dos, habían dado al traste con ese pensamiento.

Todos de pie, aplaudían entusiasmados cuando, Alejandro estrechaba la mano del decano aceptando el diploma que acreditaba que era economista y empresario. Se giró para saludar a los asistentes y, entonces fue cuando vió a su familia. A todos, hasta los abuelos coreanos y entre ellos destacaba Aera que se llevaba un pañuelo a los ojos, incapaz de contener su emoción.

¡ Como quería a esa diminuta mujer aún tan joven! Nadie daba un dólar por esa relación, pero supieron demostrar que, el verdadero amor es capaz de derribar las murallas de Jericó, y ellos las habían tenido grandes, altas y fuertes. Pero al fin cayeron todas. Se fundieron en un apretado abrazo cuando la ceremonia hubo terminado. Nunca hubiera imaginado que su familia coreana, incluso los abuelos, se desplazaran desde tan lejos para presenciar su licenciatura, pero ahí estaban todos, sin faltar ninguno. Hasta sus futuros cuñados aplaudían frenéticos.


miércoles, 19 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 38 - Frente a frente y cuesta abajo

  Con un simple pretexto, Alba dejó solos a Dae y Alejandro. Su marido le había pedido que lo hiciera. Quería hablar con el muchacho y determinar de una vez el calibre de esa relación recién comenzada. Quizás era algo prematuro; primero escucharía las intenciones de Alejandro, y después, según le contara, sería la hora de comentar lo que había pensado para ellos. No había que precipitarse y comprobar que él mostrara el mismo entusiasmo por su hija, como ella por él.

Se alejaron del bullicio turístico hasta encontrar un bar en el que pudieran hablar con tranquilidad que no estuviera repleto de peregrinos comiendo pulpo a Feira, o simplemente turistas  visitando la maravillosa catedral.

Y hacia La Rua do Villar se dirigieron, mientras Alba, con sus hijos, daban una vuelta por los alrededores y esperarían en el hotel a reunirse con el resto de la expedición. Para Aera fue decepcionante el proceder de su padre. Iban a estar juntos menos de un día y se lo llevaba para ¿hacer turismo? Estaba segura que Alejandro conocía de sobra Santiago; era una excusa para leerle la cartilla.

Tenía la mueca característica de cuando se enfadaba y Alba lo conocía y sabía el porqué. Mientras los chicos se entretenían con la televisión, para ellos desconocida, Alba tomó de la mano a su hija y la condujo a la salita que había antes de entrar en el dormitorio. Pidió unos refrescos a recepción, e hizo sentar a la muchacha a su lado. Necesitaba tenerla cerca para transmitirle sus propias inquietudes, y hacerla comprender que todo iba demasiado rápido y había que tener en cuenta muchas cosas, por el bien de ellos mismos y la tranquilidad de la familia..

— Sé que estás contrariada y hasta enfadada con papá.  Has de reconocer que estamos intranquilos, que necesitamos saber y corroborar vuestro futuro. Creo que vais muy rápido y eso nos preocupa. Justamente eso es lo que papá quiere saber. Si, ya sé que tu nos lo has dicho, pero tú eres una parte implicada muy débil. Es tu primera experiencia amorosa y tenéis muchas cosas en vuestra contra. Justamente eso, es lo que deseamos planificar para que nada ni nadie te haga daño. Tienes que  estar muy segura de su amor, de ese amor  inesperado que sentís, al menos eso es lo que dices. Tenemos que saber ciertamente, si él, lo siente con la misma seguridad que tú. Somos tus padres y nos tiene preocupados. No es que rechacemos a Alejandro; nos parece un chico guapo, simpático y educado, pero tiene que terminar de estudiar y después... ¿planificar vuestro futuro?

—Vais a estar separados durante mucho, mucho tiempo. El tiempo es un amigo y enemigo a la vez. Si el amor es sincero, con la ausencia se refuerza, pero también puede darse el caso del enfriamiento de ese amor que brotó tan prematuramente. Todo eso hay que tenerlo en cuenta. No queremos que te hagan daño, que te duela su ausencia.

— Omaaa... Todo eso lo sabemos y hemos hablado de ello

— ¿Cuándo lo habéis hablado? Hace nada que os conocéis. Vais a mucha velocidad. Es como si montaras en bicicleta por una cuesta  calle abajo. La velocidad que lleves te puede costar un accidente.

— Tenemos que ir deprisa. No estaremos juntos para planificarlo. Si, ya sé que nos veremos por videoconferencia, pero no es lo mismo. Mañana saldremos todos de aquí y a más tardar nosotros nos marcharemos en un par de días, pero él lo hace esta misma noche. ¿De verdad piensas que no nos queremos? ¿Que vamos a estrellarnos cuesta abajo? 

 —Terminaré mis estudios, pero no voy a ir a la universidad. Pediré a papá que me busque un empleo en la financiera. Quiero trabajar. necesitamos ahorrar dinero. Y en cuanto él tenga un trabajo, nos casaremos. Viviremos en Seúl, que siempre será más fácil para todos, pero si acaso no fuera así, lo haríamos en España. Me dolería separarme de vosotros, pero sé que vosotros vendríais con frecuencia. Tú seguiste a papá, bien pues el viaje será a la inversa.


— Aera ¿ Cuándo habéis pensado todo eso? Veo que has madurado mucho en tan corto espacio de tiempo y eso me gusta, aunque me dolería mucho separarme de tí. Es algo en que no había pensado. Todo va muy deprisa y eso me da miedo. Tengo miedo de que sean pájaros en vuestras cabezas y te haga sufrir.

—¿Cómo tú sufriste? ¿ Por qué nací en España? ¿Me lo contarás algún día?

— Es algo complejo. Un mal entendido, pero sí, te lo contaré algún día. No quiero que sufras, cielo, porque las penas de amores son las más amargas que existen.

— No sufras, mamá. Alejandro me quiere y tiene la misma ilusión que yo. Sólo deseo que terminen ya de hablar. El tiempo vuela y no tenemos mucho.

— Tranquilízate, niña. Ya no tardarán mucho en venir.

Mientras esto ocurría, también en el bar, la conversación de los dos hombres era prfunda, aunque no tensa. Dae tenía en cuenta la violencia que sentiría el muchacho al tratar de temas tan personales y delicados con su futuro suegro, si es que llegaban a consolidar su relación. A él se le veía muy maduro, que había sopesado todos los riesgos que corrían, pero en quién tenía dudas era, precisamente, en su hija. Había demostrado su inmadurez, aunque brevísima, con su primo y, de lo que estaban tratando ambos, era nada más y nada menos que de su futuro. Por la parte que le tocaba, quién más le llegaba era su hija, pero también el muchacho que se le veía muy entusiasmado.

— Entiendo su preocupación y sus dudas, al haber ocurrido todo tan repentino, pero, créame  señor, amo a su hija. Sé que le parecerá imposible o incluso prematuro, pero no es así. Llámelo flechazo o como quiera, pero mi vida ya no es la misma. Sé que será una época dura al estar tan lejos, pero por ella lo superaré. Terminaré mis estudios y pediré su mano con mi licenciatura bajo el brazo. Viajaré hasta Corea para pedirle su mano. Buscaré un trabajo y nos casaremos lo más rápidamente posible, ya que después de tanto tiempo separados el estar juntos es lo que necesito. Sé que es muy joven, pero creo que ha madurado en estos pocos días. Entiendo sus dudas, porque yo también las tendría si se tratara de mi hija, pero créame señor, de romper nuestra relación, sería por parte de ella y no por la mía.

Dae le escuchaba en silencio y se vió reflejado en él si se hubiera dado el caso. Alba no tenía parientes que le planteasen las dudas que sentía en ese momento. Pero por experiencia sabía que la vida te presenta papeletas difíciles de resolver, pero si existe el amor verdadero, las resuelves. Si no que se lo digan a él.

Decidió que tenía que conocer más sobre su día a día. ¿ Qué demonios estaba estudiando? Ni siquiera lo sabía, pero había llegado el momento de averiguarlo.

— Dime ¿Qué estudias?

— Económicas y empresariales

— ¿Ambas?

 — Sí, ambas. Me convalidan algunas asignaturas, así que aproveché para hacer ambas. Así tendré más posibilidades  de trabajar.

— Bien muchacho. Compruebo que eres un cerebrito. Si lo consigues, hablaremos de ello. ¿Puedo darte un consejo?

— ¡Claro señor!

— Esfuérzate por sacar ambas, aunque os cueste más tiempo. Ya hablaremos cuando llegue el caso. Y ahora, vayamos en busca de la familia. Sé que Aera estará desesperada.

Se levantaron y se dirigieron hacia el hotel. Comerían juntos y después acompañarían a Alejandro hasta el aeropuerto para regresar primero a Madrid, y después a Málaga. Le quedaba mucho viaje y a penas habían pasado unas pocas horas juntos.

Se le rompió el corazón cuando le vió entrar en el avión  ¿Cuándo volverían a verse? Tenían por delante una eternidad, muchos sueños  y pocas oportunidades de verse. Los padres, les habían dejado solos después de comer, hasta la hora de salir para el aeropuerto. Debían hablar. Alejandro la explicaría el encuentro con su padre y debían recomendarse el uno al otro, el tratamiento que llevarían en el futuro, ya que las largas distancias que les separaban eran un impedimento importante para viajar. Mientras ella, estaba descorazonada, Alejandro, al contrario, se mostraba alegre y eufórico. La conversación con su futuro suegro, no sólo había sido lógica, sino satisfactoria. Era un muchacho que, a pesar de su juventud, tenía las ideas muy claras de lo que quería hacer con su vida, y en ella entraba Aera. Haría todo lo indecible por sacar ambas carreras a la vez. Por difícil que fuera las sacaría. Podía establecer su vida en Corea, al lado de ella, pero dudaba mucho que le convalidaran sus estudios y entonces sería una pérdida de tiempo y más  contratiempos. No. Debían sacrificarse y aguantar esos dos años que le quedaban. Al licenciarse, con un poco de suerte, Dae probablemente le encontraría un hueco en su empresa.
Le costaría  establecerse lejos de España, pero estaría con ella y con su familia, que también sería la suya. Tenía por delante mucho trabajo. No dormiría si fuera necesario, estudiando, pero a su mente llegaba la carita sonriente de Aera y sabía que por ella, haría cualquier sacrificio para conseguir estar unidos.

Le extraño que su suegro no dudase al confiarle el momento en que se enamoró de ella. Pasó casi de puntillas por ello. Suponía que detrás había una historia; quizá semejante a la de ellos y por eso no insistió ni se extrañó.

— Somos  de mundos tan distintos que por eso me choca que no hiciera ningún comentario. Sospecho  que debió ocurrirles algo semejante y, así comprendiera tan fácilmente,  lo que siento por Aera. Alba renunció a todo por seguirle hasta un mundo tan opuesto al nuestro. Supongo que no sería fácil. Lo que más me extraña es que Aera naciese aquí.  Lo importante es que parece que me aceptan.

Se repetía una y otra vez la entrevista con su suegro que, en un principio le puso muy nervioso porque pensó que era para que renunciase a su hija, pero a medida que transcurría el interrogatorio, supo que lo que buscaba era asegurarse de que en verdad se amaban  y buscaban el estar juntos. 

Salió de su ensimismamiento cuando la voz de la azafata anunció a los pasajeros que tomaban tierra en Madrid. No saldría del aeropuerto. Se quedaría allí hasta el enlace para Málaga. Emplearía ese espacio de tiempo para hablar con ella. y comentar las novedades del día ¡ Habían tenido tan poco tiempo para estar juntos! 

Al fin estaban a solas. En un dormitorio semejante pasaron su primera noche juntos. Recordó ese momento de intimidad y de lo vulnerable que Alba se mostró en su primera vez. No lo había olvidado nunca. Sonreía y no pasaba desapercibido para su esposa. Probablemente ella pensaba en lo mismo. Después de aquello todo vino rodado hasta que... No quería pensar en esa parte. Lo obviaría hasta el día en que se encontraron para ya no separarse.


Con sus manos enlazadas, comenzaron a desgranar, paso a paso, la conversación mantenida con Alejandro. Algunas veces le rebatía y Dae le aclaraba el punto que ella no tuviera claro. Y pasaron las horas hasta dar por finalizada su conversación. Guardaron unos minutos de silencio, pero sus manos seguían enlazadas. Él miraba al techo como si buscase algo sin terminar de encontrarlo. Seguramente su cabeza repasaba  nuevamente lo contado a su esposa. El paréntesis quedó roto cuando Dae dijo:

— Y ahora, hablemos de nosotros...— dijo, girando su cuerpo para abrazarse al de Alba que le esperaba. Sabía lo que vendría a continuación. 

A pesar del tiempo transcurrido desde que estaban juntos, el entusiasmo por Alba no había decaído nunca. La seguía amando como al principio, si cabe aún más. Sabía que era correspondido en igual medida. Su matrimonio era la mejor cosa que pudo hacer desde que tenía uso de razón. Nadie, viendo lo distintos que eran, hubieran dado ni un centavo por su duración, sin embargo, ellos jamás dudaron de que se pertenecían uno al otro sin reservas. Eso era lo que deseaban para su hija. Que si llegaban a casarse, tuvieran esa conexión entre ellos como la existente entre Dae y Alba. Que superaran todas las barreras que encontraran a su paso y pudieran salvarlas como ellos habían hecho.




martes, 18 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 37 - El amor

 Dae y Alba se miraron preocupados ¿Otra vez? Esta niña no para de darnos sobresaltos, pensaron interiormente cada uno de ellos. No comentarían nada, hasta averiguar qué era lo que ocurría de nuevo. Les bastó con mirar la cara de su hija para saber que ésta vez iba en serio. Que no sería un pasatiempo, un pronto, como ocurrió con el primo que acababa de casarse. No debían adelantar acontecimientos. 

Les contaba nerviosa que él se reuniría con ella en Santiago. ¿Sería capaz de hacer tan largo viaje tan solo por verla..., como mucho un día?¿Sería capaz  de hacer tal sacrificio habiéndola conocido hacía tan pocos días? El brillo de sus ojos, la alegría de su cara le bastó para saber que, efectivamente, se habían enamorado. Él era el menos indicado para ponerlo en duda, ya que  vivió la misma experiencia saltando de un continente a otro por encontrarla. No pondría en duda lo que ambos sintieran, pero tenía que sentar unas bases y, no apartarse ni un ápice del programa trazado. Ambos eran muy jóvenes y ninguno de ellos debían tirar por la borda sus estudios, su porvenir y su felicidad. Ellos sabían que no estarían juntos ya que medio mundo les separaba y, si al final de terminar sus respectivos estudios siguen sintiendo lo mismo, entonces sería el momento de actuar en consecuencia.

 
Aera sabía el criterio de sus padres y no permitirían bajo ningún concepto que lo abandonara todo por un amor recién nacido que sabe Dios si sería duradero. Él, al menos está a punto de diplomarse en lo que quiera que esté estudiando. No le conocían a penas. Nada era coherente con lo que habían trazado para sus hijos. Y pensó que sus padres pensarían lo mismo cuando él antepuso su amor por Alba a todo lo demás.

¿Por qué él sí podía hacerlo y su hija no?  Pues porque ella es muy joven, se respondió así mismo tratando de convencerse de esa lógica "lo ancho para mi y lo estrecho para tí". Alba le miraba pensativa. Le veía algo desquiciado con la notica y lo que significaba: su pequeña, su princesa, se estaba haciendo mujer y experimentaba los mismos sentimientos que cualquier otra, no importaba raza ni color.

—¿Qué te parece si vamos al refugio? Saludamos a Ángeles y después, vamos donde quieras—la dijo

— Me parece bien. Para eso hemos venido. Ya pensaremos en el siguiente paso en el fin de semana. ¿Te refieres a Alejandro y Aera? Pues ve haciéndolo, porque creo que van en serio ¿Cómo es posible? ¡Si a penas se conocen!

—¿Y a tí te extraña? Yo me enamoré de tí  antes de empezar El Camino, y recorrí medio mundo para buscarte. No, no me resulta extraño. Lo que me preocupa es que son demasiado jóvenes y la espera será larga y, por si eso fuera poco, están en la otra punta del mundo. Eso es lo que me preocupa. Que confundan el amor con la rutina. Que se acostumbren a hablar por video conferencia y crean que la vida en pareja es así. Luego llegan los problemas. Eso es lo que me preocupa, que se lo tomen con fuerza estando tan lejos uno del otro, sin a penas conocerse.

— A nosotros nos pasó igual. Tuvimos los problemas después de casarnos y sin embargo tu removiste Roma con Santiago para encontrarme.

— Ya lo sé. Pero yo te quería. Estaba loco por tí

— ¿Y quién te dice que a ellos no les ocurre lo mismo?  Ella es tu hija

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Pues que lleva tus genes. Es decir, que puede ocurrirla lo mismo que a tí. Piensa en darles un plan de vida para cuando termine Alejandro la carrera. Y Aera, ve pensando que no llegará a la universidad, así que piensa en lo que puede hacer en lugar de una larga carrera.


Una vez más, Alba había dado en el clavo. Mucho se temía que tuviera razón. Sus sueños, sus pensamientos para Aera, habían quedado atrás en cuestión de minutos. ¿Tendría que pensar en un plan para ellos? Ni siquiera sabía lo que estaba estudiando el muchacho. ¡ Es que no sabían nada de nada ! Y sin embargo estaba pensando más allá. Tan sólo pasarían un pequeño fin de semana juntos, y no completo. Hablaría con su hija, a ver si de una vez podía aclarar sus ideas y averiguaba que es lo que estaban tramando para su futuro.

Al fin decidieron volver al refugio. Conocían a Ángeles, pero el cambio dado por Aera era otra cosa. No podían irse sin verles a darles un abrazo. Habían cobijado a su mujer y a su hija cuando más lo necesitaban y, aunque no tenía ganas de fiesta, era su obligación pasar a saludarles estando tan cerca y, sabiendo Dios cuándo volverían por allí de nuevo.

La sorpresa de los ocupantes del refugio no tenía nombre. Ángeles tenía el pelo gris. Las chicas que en aquél entonces eran jóvenes, unas se habían casado y otras habían emigrado a Madrid en busca de un trabajo mejor remunerado. Marcelo seguía allí; también con el pelo blanco. De repente Alba se dio cuenta de la cantidad de años transcurridos.  Ángeles, al ver a Aera, se le saltaron las lágrimas. No podía ser aquella miniatura regordeta que le daba el biberón mientras su madre trabajaba.
A pesar de haberse escrito en todos esos años y enviado fotografías, nunca sería igual que al natural, sobre todo Aera, que ya era toda una mujercita.  

A los chicos sólo les conocía por fotos. Era inevitable echar la vista atrás y rememorar aquellos días tenebrosos en la vida de Alba. Era la primera vez que podía sentarse a hablar con Dae cara a cara y relatarle lo que sufrió su mujer, no sólo por la situación en que se encontraba cuando llegó: embarazada y sin su marido.

— Insistí mucho en ella para que se pusiera en contacto contigo, pero argumentaba que tu no querías saber nada y que no tenía tu número de móvil. El día que dio a luz, yo estuve con ella, pero no dejó de llorar ni un segundo. Se abrazaba al cuerpecito de tu hija sin parar de llorar. Se me partía el corazón al verla, ignorantes como estábamos de que la estabas buscando. El destino os juntó, y doy gracias al cielo de que fuera en mi casa, porque todos los días, antes de dormirme le pedía a Dios por vosotros, porque al fin olvidarais todo y estuvierais juntos.

—Ángeles, no dejé de quererla ni un solo minuto. Y cada vez que vine a España en su búsqueda, la esperanza me inundaba, pero al regresar de vacío, nuevamente la desesperanza me consumía. Pensé que había rehecho su vida, pero no entendía que se fuera de mi lado sin saber por qué. Después lo supe y es una espina que siempre llevaré. Máxime cuando me contó que llegó embarazada. Y ya ves lo que son las cosas, ahora tenemos con Aera, una parecida situación.

Le explicó someramente lo ocurrido. Ángeles le escuchaba atentamente sin saber qué decir, ni qué aconsejar. Era una situación difícil por la corta edad de ella, pero seguro que encontrarían alguna solución si es que en verdad los chicos se querían de veras.

No pudo dormir en toda la noche pensando en qué estrategia debían tomar. Era una chiquillada más de Aera. Lo deseaba de corazón, pero al mismo tiempo, pensaba en Alejandro. Era cinco años mayor que su hija, y a esa edad, se empezaba a plantear la vida de otro modo. Y por si esto fuera poco, involucraba a otra familia que casi eran parientes, sobre todo de Dong Yul.

Y pasaron ese día en el refugio y al siguiente, por la mañana viajaron hasta Santiago. Contemplarían la majestuosidad de la catedral y mostrarían a sus hijos la entrada de una peregrinación. De nuevo, volvieron a sentir la misma emoción de entonces: el órgano, el botafumeiro, los peregrinos y la iglesia abarrotada de gente. Y en su cabeza el problema que tenían. Alejandro llegaría hacia el mediodía. 


Aera contaba las horas que faltaban hasta que él llegara. Se habían hospedado en el Hostal de los Reyes Católicos, lo mismo que su primera vez. y, reservado otra habitación para Alejandro. Al día siguiente de su llegada, todos partirían rumbo a Madrid y él a Mijas. Tan sólo un día en total, tendrían para estar juntos. Deberían hacerse a la idea que tardarían mucho, mucho tiempo en volverse a ver. Y aunque fuera una crueldad. Tanto Dae como Alba, tenían la remota esperanza de que esa relación no llegara a cuajar. 
No tenían nada en contra del muchacho, pero la distancia que debían mantener, les asustaba un poco. A él a penas le conocían, pero a ella si, y mostró su  impaciencia con el tema de  Dong Yul. No quería volver a pasar por eso y, además estaban los sentimientos de la otra persona. ¿Deberían haber suspendido el viaje? ¿Es que la vida con sus hijos sería así de azarosa?

Dae estaba muy preocupado. Con esa parte no contaban ninguno de los dos. Su noviazgo fue relámpago, aunque después de casarse fueron palabras mayores. Ahora, con la distancia de por medio, lo veía todo más sencillo, pero de sencillez no tuvo nada. ¿Y si no se hubieran encontrado? 

— No hagas comparaciones —se decía así mismo—Todos no somos iguales, ni las personas ni la vida.

Buscaba el parecer de Alba, pero ésta, a pesar de igual de preocupada como él, le quitaba importancia porque sabía que para Dae era trascendental, y para ella también. Presentían que la vida de su hija cambiaría radicalmente si es que en verdad ese amor sería perdurable en el tiempo, en el mucho tiempo que les quedaba por delante. ¿Debía hablar con él? Le parecía prematuro, ya que ni siquiera sabía sus intenciones. Puede que para Alejandro sea simplemente una amistad y estaban lanzando campanas al vuelo sin merecerlo.

Estaba siendo testigo de los cambios que estaba experimentando su hija desde hacía unos pocos, poquísimos días y eso le asustaba un poco. Se la veía más alegre con sus hermanos, se reía con más facilidad, y a su madre consultaba el vestido que más la favoreciera. Quería estar radiante. Por mucho que la insistiéramos que ella era bonita sin necesidad de adornos,  argumentaba que sería el recuerdo que se llevase y que debía durar mucho tiempo hasta que se vieran de nuevo.
Ante eso, ninguno de los dos sabía qué responder. A veces pensaban que ella tenía más consciencia de lo que tenían que hacer, que tenía más seguridad que ellos, experimentados en inconvenientes amorosos. Se la veía muy segura. Dudaban de que, siquiera, hubieran tenido tiempo de plantear su futuro, no sólo como pareja, sino también en el trabajo a desempeñar y, en dónde.

Dae no lo estaba pasando nada bien a raíz de la salida de su hija con el muchacho, del que sólo conocía el nombre y que era sobrino de la mujer de su primo. ¡ Menudas referencias ! Entendía, en cierto modo, el porqué de la actitud de sus padres respecto a Alba, con la diferencia de que ellos ya estaban casados, y eran independientes económicamente. Pero lo que vino después no quería ni recordarlo. Definitivamente, eso no lo quería para Aera. Procuraría tener calma y esperar hasta que el muchacho se reuniera con ellos. Sería examinado hasta en el más pequeño detalle, con lupa. Procuraría que nada trascendiera para no violentar más la situación.

A media mañana fue el encuentro de los "novios".  Fueron a recogerle al aeropuerto. Había recorrido media España de avión en avión, pero no importaba. Estaba nervios, no solamente por ver de nuevo a su "chica", sino porque lo pasaría con los padres y hermanos. Sabía que pasaría un exhaustivo examen, pero no le importaba.

Le faltó a Dae las miradas que ambos se dirigieron al llegar, para convencerse de que iba en serio. Por respeto no se besaron, pero sonrieron tan ampliamente que no necesitaban más. En ese momento se dieron cuenta de que la perderían tarde o temprano y, aunque fuera demasiado prematuro, al menos era un chico que se le veía formal y además cercano. Confiaba en la responsabilidad de él, más que en la de ella.

Mientras se dirigían al hotel para dejar la mochila de Alejandro, la pareja iba cogida de la mano. Los hermanos, apartados, cuchicheaban y gastaban bromas, Dae también cogía la mano de su mujer y, los cuatro trataban de establecer una conversación, sin duda violentados por la situación.

El amor brillaba en sus ojos, en sus miradas y en su sonrisa, algo que Dae reconocía por experimentarlo él mismo y, aún perduraba en él. Pensó que ojalá el amor que sentía durase en el tiempo.
Analizaba a Alejandro con lupa y hasta ahora, aunque fuera muy poco, le gustaba. El brillo especial que vio en los ojos de su hija, era el mismo en la otra parte. ¿Les estarían juzgando de inmaduros y en verdad se amaban? Aunque demasiado a prisa ¿Conocían el jardín en el que se estaban metiendo? Habría que darles la oportunidad de demostrarlo. El problema es que ellos se despedirán y...¿Cuándo volverían a verse?

—Descansa—se decía interiormente. Desde el día anterior no paraba de pensar en ello, mientras  que a la pareja se la veía tranquila. Alba apretaba su mano, tensa con la suya. Se daba cuenta de que para él. estaba siendo muy estresante, ya que Aera, ha sido siempre la niña de sus ojos.


lunes, 17 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 36 - La historia se repite

 Altamente emocionante se celebró en el ayuntamiento de Mijas el enlace de Macarena y Dong Yul, ambos contrayentes muy emocionados, se dieron el sí quiero y, Dong Yul se atrevió a decir unas palabras en castellano y en coreano que todos entendieron perfectamente. Dae fue su testigo y otro amigo español. De parte de Macarena un cuñado y su sobrino Alejandro.

Al besar, a la ya su esposa, irrumpieron en aplausos los allí presentes. Dae se emocionó recordando su boda, solitaria en la embajada  de Corea en Madrid. No tuvieron más que los testigos de la secretaria y su amigo y, el embajador que fue quién los casó. Ni siquiera tuvieron a penas luna de miel. Le debía ¡tantas cosas a Alba!, que hasta ahora, en ese momento, no se había dado cuenta.

Miraba a su primo, el mujeriego, enamoradizo que, había sido conquistado por una alegre y bella mujer andaluza casi de su misma edad. Ambos contrayentes rebosaban felicidad, y eso le alegró. Quería a su primo, y se alegraba de que al fin, encontrara en esa mujer la compañía que necesitaba y al fin, sentara la cabeza.

El banquete de celebración se hizo en un restaurante altamente cualificado. No eran muchos invitados, sólo los más íntimos y allegados, pero estaban todos los que debían estar.

Junto a Dong, se sentaron Dae y Alba. Al otro lado las hermanas de Macarena y repartidos los sobrinos de ambos cónyuges. Aera tuvo compañero de mesa a Alejandro, ya que era el único chico que conocía. Sus hermanos más atrevidos se mezclaron con algún que otro sobrino y sobrinas de Macarena.

Hubo brindis y, sobre todo alegría y satisfacción. Después de comer, los recién desposados se marcharon para comenzar su luna de miel. Alba y Dae, se fueron a dar una vuelta por el lugar y la gente joven, toda revuelta y, después de entablar amistad mientras almorzaban, decidieron y obtuvieron permiso para ir a una discoteca. Alejandro y Aera, eran los de más edad, así que se hicieron responsables del comportamiento de los más jóvenes. Tenían permiso hasta las dos de la madrugada máximo y, como tal había dado su palabra, Alejandro les reunió a todos y a regañadientes dejó  a los nuevos amigos orientales, en su hotel y, el resto se fueron a casa gruñendo entre dientes.

Al día siguiente irían a la playa. Descansarían ese día y al siguiente saldrían rumbo a Santiago de Compostela, haciendo un alto en el camino en la provincia de Valladolid  para visitar a sus amigos del refugio que las atendieron antes de regresar a Seúl. Esa era una historia que no conocían y, que nunca se ocuparon de conocerla. Lo dieron por aceptado y eso fue suficiente. Sobre todo Aera, sospechaba que detrás de ella, habían algo que nunca les contaron. Quizás ahora se enterarían de cómo sucedió todo.

Antes de salir de viaje, llamó a Alejandro. Tenían poco tiempo, ya que el coche alquilado para tal efecto acababa de llegar, pero se resistía a despedirse. Lo hicieron con la promesa de que al llegar a Seúl le escribiría y llamaría por teléfono.

Aera se acordó lo que la dijo su madre: "Cualquier día, y por cualquier motivo, conocerás a un chico que será el amor de tu vida. Los designios del destino, no intentes descifrarlos, porque nunca lo conseguirás".

¿Será Alejandro el amor de su vida? La gustaba a rabiar y a él parecía ocurrirle lo mismo. No hacía más que dar vueltas en su cabeza a lo dicho por su madre y lo que ella estaba viviendo. No sentía la misma admiración que fugazmente sintió por Dong Yul, que sólo duró un día. Ni por los chicos de su instituto a quienes no hacía caso. Alejandro era diferente. Temblaba como una hoja cuando él la sacó a bailar  y puso el brazo sobre su hombro y él en su cintura. Y fue mágico cuando juntaron sus mejillas y se juntaron un poco más  hasta sentir las palpitaciones de sus respectivos corazones. Les sudaban las manos, sobre todo las de él, de fuerte que aprisionaba la de ella.

Notaba la loción que él llevaba y, Alejandro el exquisito perfume de ella. Querían grabarlo en su memoria para recordarlo cuando estuvieran  separados. ¿Separados? Era como si , de repente, se diera cuenta que, desde Santiago, irían directamente a Madrid y desde allí en vuelo directo a casa. No le volvería a ver más. Otro desengaño de nuevo ¿Por qué la vida era tan cruel con ella? Tendría que hacer algo. El pensar que nunca le volvería a ver le hacía daño, mucho daño. Ni siquiera les había dado tiempo a trazar planes para seguir viéndose. Estarían demasiado lejos. Separados por miles de kilómetros. Ambos estudiando y ninguna vacación a la vista. No soportaría su ausencia. Estaba segura de ello,y esto no sería una chiquillada, sino algo más profundo y fuerte.

Aquella noche sería la última que pasarían en Andalucía, ya que al día siguiente partirían desde Málaga a Madrid y allí emprenderían otro periplo recorriendo parte de El Camino. ¿Qué interés tenía ella en el dichoso Camino? Eso era cuenta de ellos. Alguna historia habrían tenido sus padres para querer vivirlo nuevamente  ¿Visitar a una señora que les ayudó? ¿A quienes? ¿A su madre y a ella? ¿Por qué? ¿Dónde estaba su padre? Nunca pensó que en su familia hubieran secretos, pero los había. e enteraría tarde o temprano ¿Por qué no ahora?

Creía que no era el momento oportuno. A sus padres se les veía felices y nerviosos. Sería algo importante para ellos. No quería ser egoísta y dejarles disfrutar, pero es que ella no le vería nunca. Tenían muchas cosas de las que hablar y no tenían tiempo.

Se habían intercambiado sus direcciones y números del móvil. También tenía Internet y video conferencia. Se verían por ese medio, aunque no era lo mismo. Y dándole vueltas as la cabezase quedó dormida.

De nuevo Madrid. Mientras Dae confirmaba el alquiler de un nuevo vehículo, Alba y sus hijos se dedicaron a ir de compras. Tenían que llevar algún regalo a los abuelos y, al mismo tiempo pasear con ellos por los lugares tan queridos que formaron parte de su vida.

Gran Vía, Puerta del Sol, Cibeles, El Paseo del Prado... Todo ello conocido por ella, pero no por sus hijos. Eran rincones muy importantes en su vida. Estaban cerca del hotel. Los chicos se mostraban interesados en conocer todo, sin embargo Aera se la veía tristona, y Alba se dió cuenta de ello, aunque no quiso comentar nada. Sólo pensaba en su interior: " hija, qué adolescencia tan complicada estás teniendo".

Pero al mismo tiempo la entendía. Ella también tuvo su edad, aunque pensó, que  en su época eran las cosas más sencillas. Se daba cuenta de que Alejandro había dejado huella en su hija. No como Dong Yul, sino algo más fuerte. Les había observado de reojo, disimuladamente y, en la mirada de ambos, veía reflejado algo distinto, quizá más fuerte de lo normal, aunque lógico en una edad c omo la que Aera tenía. Pero el gran inconveniente era la disatancia, con ser secundario. El principal eran los estudios. Al muchacho le quedaban dos años para terminar económicas y, ella comenzaría en la universidad al próximo curso, Y por si esto fuera poco, la distancia era abismal. Imposible poderse ver los fines de semana. De repente sintió lástima por su hija. Pareciera que esta vez le había entrado fuerte y, sin embargo miles de kilómetros les separaban. Lo hablaría con Dae a ver si a él se le ocurriera alguna solución. O quizás esperar a que Dong y Macarena regresen de su luna de miel para que ellos observen si Alejandro siente lo mismo por Aera que ella por él. Tenían que esperar y tratar de calmar a ambos.

Aera iba muy callada durante el trayecto desde Madrid hasta Valladolid. A los chicos les impresionaba el paisaje, pero ella iba con la vista fija en no se sabía donde y quieta, muy quieta. Ni la conversación que mantenían con sus hermanos, ni los comentarios de los chicos, la sacaban de su ostracismo, Tenía la mente en un solo lugar, en una sola persona.

Al fin ante ellos estaban Los Montes Torozos. El paisaje era familiar para ambos esposos que, a pesar del tiempo transcurrido no se les había borrado de la memoria. Todo permanecía lo mismo, como si el tiempo respetase sus huellas, para que ellos recordasen su historia de amor.

Tomaron el camino que les llevaría directamente al refugio. A ese lugar testigo de aquella etapa  de la que nada sabían sus hijos, aunque Aera sospechara que algo extraño había ocurrido entre ellos y, que alguna vez tendrían que contar.

De nuevo  las casas solariegas estaban ante ellos. Todo igual, como si el tiempo se hubiera detenido. Dae aparcó el coche en la Plaza Mayor. Alba salió del vehículo y, apoyada en él, comenzó a recorrer con la mirada las casas que, de repente la trasladaron a dieciocho años atrás. El Ayuntamiento, la escuela sin casi niños, el bar, la casa del médico, ya jubilado y, otro más joven en su lugar. Ese médico comprensivo y discreto que no hizo preguntas de cómo ni por qué, simplemente diagnosticó que Aera se estaba desarrollando dentro de ella.

Dae se daba cuenta de la emoción que sentía, aunque él no viviera esos momentos tan difíciles para ella, pero conociéndola, imaginó las amarguras que debió pasar entonces. Puso su brazo sobre los hombros de ella y la atrajo hacía sí, besando sus sienes. Alba recostó su cabeza sobre el hombro de él y unas lágrimas de emoción salieron de sus ojos.

Dentro del coche, Aera observaba a sus padres y pensaba ¿Por qué es tan importante venir aquí? ¿Qué recuerdos tienen? Tendrán que explicármelos ¿Por qué nací aquí? ¿Qué representó la tal Ángeles en su vida?

A pesar de que no tenía ánimos para nada, esos interrogantes hacían que sospechara que algo trascendente habría ocurrido, y quería saberlo. Pero la tristeza, la rabia... no la dejaban razonar con normalidad. Decidió también ella, salir del coche. Se alejó un par de metros y comprobó que su móvil tenía cobertura. La tenía y, decidió llamar a Alejandro para anunciarle que ya habían llegado a un lugar remoto, perdido en mitad de la nada en donde se supone que ella había nacido.

— No debes enfadarte. Si tus padres tenían empeño en ir hasta allí, seguro que fue importante para ellos. Has de ser un poco más flexible con la vida de los demás, si quieres que ellos lo sean contigo. Disfruta cuanto puedas y sobre toco, piensa que tu madre hace años que no ha vuelto y probablmente tenga recuerdos y desee volverlos a vivir.

— Lo sé. Solo que...

—¿Que? Te echo de menos. Parece mentira, pero has dejado profunda huella en mí.

— ¿Es verdad? ¿Me lo dices en serio?

— Te lo digo tan en serio como la luz que nos alumbra

— Yo también me acuerdo de tí. ¿No crees que es imposible?

—¿Por qué? Yo me he enamorado de tí

—¡Oh Alex! Yo también. Pero es que todo es muy difícil

— Nada es imposible, pequeña. Dame la dirección de donde estáis. Iré a veros este fin de semana.

—¿En serio? ¿De verdad?

—Si, pequeña tirana. Quiero verte. Necesito verte.

La rueda de la fortuna gira una y otra vez y, el hombre es hombre. De nuevo se vuelven a vivir las mismas cosas, o muy parecidas. Mientras el hombre y la mujer pisen La Tierra, seguirán dándose los casos de enamoramiento ¿Precoz? O cuando tuvieron que ocurrir, simplemente ocurrieron.

Exultante de alegría, corrió hacia donde estaban sus padres agitando en el aire el teléfono móvil. con la buena nueva que Alejandro había anunciado. Esperaría unos días y estaría con él. Lo malo sería que, después de ese encuentro, llegaría el adiós definitivo. Pero en eso, de momento, no quería pensar. Sólo en que dentro de poco se volverían a ver.








sábado, 15 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 35 - La boda

 Aterrizaron en Málaga y desde allí, en un coche alquilado llegarían a Mijas, la ciudad a la que se dirigían. Tanto Dae como sus tres hijos, no dejaban de contemplar el paisaje que se abría ante ellos: un sol radiante, un cielo intensamente azul y una carretera serpenteante que les conducía a un pueblo totalmente blanco, en cuyas ventanas  estallaba, en contraste, el color rojo intenso de los geranios. Algunas de las casas tenían los marcos de las ventanas de color azul, tan azul como su cielo. A Dae le recordó Grecia. Ambos son mediterráneos y los griegos también estuvieron aquí.  ¿Habría algún pueblo que no llegase hasta estas costas?, pensó. Y contemplando la belleza por donde pasaban no le extrañó que así fuera.

 En más o menos media hora, entraban en Mijas. Seguían absortos en lo que veían. El chófer les condujo hasta el hotel en que tenían reservas. Estaban impacientes por ir a visitar ese lugar. Les chocaba enormemente que hubiera borriquitos a modo de taxis y es que las empinadas cuestas del pueblo les hacía muy difícil la conducción, y además constituían un reclamo más para los turistas.

Como todos los lugares que habían visto a su paso, éste también era inmaculado. Un  botones, les llevó hasta sus habitaciones, abrió el balcón de par en par y les mostró los dispositivos de la luz, el teléfono, la televisión... Eran tres habitaciones: una la del matrimonio, otra la de Aera  y otra la de los muchachos que, enseguida, deshicieron sus maletas para sacar el traje de baño y acudir a darse un baño en ese mar azul y legendario.

Era una gran experiencia para ellos ya que nunca habían salido de Corea, pero de repente les entraron ganas de correr mundo, algo que harían a su edad debida, porque de eso ya se encargaría su padre. Deseaba que sus hijos conocieran otras culturas, otras gentes y otras costumbres totalmente opuestas a las de ellos, pero que debían conocer. Él tuvo esa oportunidad, pero en sí no llegó a conocer bien los paises que visitaba, ya que iba en plan aprendizaje. Sólo lo pudo hacer a sus anchas, cuando viajó en plan mochilero a Europa, a esos paises pilares de la civilización occidental: Grecia e Italia, sin olvidar España en donde encontró al amor de su vida.

Con la distancia que marca el tiempo y tras las añoranzas sentidas durante el viaje de avión, pensó que había sido el mejor viaje de todos cuantos hizo . Ni Rusia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos... El mejor sin duda: España, ella,  ahora estaba enfrascada en deshacer el equipaje, sobre todo los trajes que se pondrían en dos días para la ceremonia de casamiento de Dong Yul con Macarena.


Tenía ganas de verles y saludarles. Sentía la corazonada de que ellas dos iban a congeniar muy bien. Al ser las dos hispanas, se entenderían a la perfección. Dae había hablado con su primo, anunciándole su llegada. Comerían juntos, así tendrían oportunidad de charlar con tranquilidad, ya que al día siguiente, al ser víspera de la boda, tendría miles de cosas que hacer.

El encuentro fue como esperaban: alegre, abrazo va y, abrazo viene... la presentación de ambas mujeres que como tienen por costumbre, se abrazaron y se dieron dos besos en las mejillas. Alba casi había olvidado ese saludo tan español, pero instintivamente lo recordó en cuanto vió acercarse el rostro de Macarena hacia ella.

El abrazo entre los primos fue afectuoso en extremo. Por unos instantes se miraron fijamente, para al final terminar en el abrazo.  A un lado, sonrientes, presenciando la escena, estaban los tres muchachos. La mirada de Dong Yul, se dirigió de inmediato hasta Aera que, sonriente avanzó hacia él abrazándole fraternalmente. Ese detalle le hizo respirar aliviado. Al fin la jovencita se había olvidado de él y sonrió complacido, cuando se dirigió a la novia y también la abrazó siguiendo la costumbre española que acababa de conocer. Alba también respiró aliviada, al ver a su hija radiante sin atisbo de nada de lo pasado.

Los adultos tenían mucho de lo que hablar, los jóvenes estaban ansiosos por ir a la playa, y las dos mujeres tenían que conocerse, ya que además de parientes, se verían con relativa frecuencia cada vez que viajaran a Seúl.

La comida la harían en uno de los muchos restaurantes que había en esa parte de la Costa del Sol, que no dejaba de sorprender tanto al padre como a los hijos.

Mientas los mayores hacían la sobremesa, los más jóvenes decidieron ir a la playa. Era tanta la euforia que se olvidaron preguntar donde estaba. Sólo conocían el nombre. Aera decidió volver al lugar de la reunión de los mayores y preguntar. Al entrar en el restaurante, tropezó accidentalmente con algo y estuvo a punto de caer, de no ser por los brazos de un muchacho que la retuvo.

No sabía cómo darle las gracias. Estaba azorada no sólo por la visión del muchacho, sino por el tropezón. Le dedicó una sonrisa y entonces se dio cuenta de que tenía frente a ella un mocetón moreno, bastante moreno, seguramente curtido por el sol fuerte de aquellas tierras. Su pelo oscuro y brillante y sus profundos ojos marrones, rallando en negros. Una amplia sonrisa mostraba unos dientes blanquísimos, quizás en contraste con su piel. Ella se quedó sin palabras, con la boca abierta, hasta que al fin decidió agradecerle su ayuda.

Una vez se recompuso, le preguntó la dirección a la que iba y él le indicó que estaba muy cerca sonriendo ampliamente. Sus hermanos contemplaban la escena riendo al ver a su descarada hermana nerviosa y hasta sonrojada  por el tropezón dado, aunque ellos cuchichearon algo más que les hacía partirse de la risa. Al reunirse con ellos, enfadada les recriminó su conducta y que no fueran a ayudarla.

Al fin, ya estaban extendiendo su toalla en la playa. Los chicos retozando en el agua y ella mirando al horizonte perdida en sus pensamientos. al fin se decidió a darse un baño. Las aguas  estaban templadas en comparación con las de Corea. Entró despacio en ellas hasta que, al no hacer pie, se decidió a dar unas brazadas.

A unos veinte metros de ella estaba un guapo mozo que no la quitaba ojo de encima. La había reconocido, se trataba de la muchacha a la que había salvado de una caída hacía pocos minutos. Salvando la distancia que les separaba, en unas pocas brazadas se puso a su altura.

— ¡Hola!¿Estás bien?— la dijo para iniciar una conversación

Ella de momento no se dio cuenta que era su "salvador", dado que estaba sin ropa y con el frondoso cabello mojado, desfigurando un poco la imagen de no hacía tanto tiempo. No obstante le había reconocido y con una amplia sonrisa le saludó:

— ¡Hola, y gracias de nuevo!

— No tiene importancia. Me alegro de haber estado allí, porque con la caída te hubieras hecho bastante daño. El pavimento de Mijas es muy particular. ¿Puedo invitarte a un refresco?

Ella se le quedó mirando sonriendo. Sin querer sentía que las mejillas le ardían; a pesar de todo su genio, era tímida y deseaba rechazar la invitación pero, al mismo tiempo no quería rechazarla. Sin saber cómo se escucho decir:

— ¡Claro!

Una horchata fresquita, desheló todas las reservas. Sus hermanos la miraban desde lejos, asombrados de que entablara conversación con un extraño. Eso era muy raro en ella. Pero al mismo tiempo se la vía satisfecha, con lo que no se preocuparon demasiado y siguieron a lo suyos que era hacerse aguadillas

— Me llamo Alejandro y soy estudiante

— Yo Aera  y también estudio. Y como te he dicho estoy aquí por la boda de un primo hermano de mi padre

— ¡Qué curioso ? No seréis vosotros los parientes que esperaban de Corea ¿verdad?

— Pues creo que sí. Nuestro primo es Dong Yul y contrae matrimonio con Macarena

— ¡ Los mismos! Yo soy sobrino de la novia

— Y yo prima segunda del novio.

Las carcajadas de ambos muchachos llamaban la atención de los jóvenes que estaban más cerca. No podían ser más dispares: ella blanca como la leche, oriental. Y él de piel morena como todo él. Y entonces fue cuando la conversación derivó en la historial familiar de ambos, no sólo por extraña, sino por casual en ellos mismos coincidir de la misma forma que lo habían hecho.

Se despidieron al acercarse la hora de la comida. Aera se puso en contacto con sus padres que les esperaban para comer junto a los futuros contrayentes. De pasada, dijo que había conocido a un sobrino de Macarena y que estaba con él en un chiringuito de la playa, y entonces se escuchó la voz fuerte de Dong Yul diciendo:

— Dile que venga y coma con nosotros.

Ella interiormente se alegró. Le gustaba aquél muchacho español simpático y desenvuelto que por una casualidad casi serían parientes.  Aterrizaron en Málaga y desde allí, en un coche alquilado llegarían a Mijas, la ciudad a la que se dirigían. Tanto Dae como sus tres hijos, no dejaban de contemplar el paisaje que se abría ante ellos: un sol radiante, un cielo intensamente azul y una carretera serpenteante que les conducía a un pueblo totalmente blanco, en cuyas ventanas  estallaba, en contraste, el color rojo intenso de los geranios. Algunas de las casas tenían los marcos de las ventanas de color azul, tan azul como su cielo. A Dae le recordó Grecia. Ambos son mediterráneos y los griegos también estuvieron aquí.  ¿Habría algún pueblo que no llegase hasta estas costas?, pensó. Y contemplando la belleza por donde pasaban no le extrañó que así fuera.

Con la distancia que marca el tiempo y tras las añoranzas sentidas durante el viaje de avión, pensó que había sido el mejor viaje de todos cuantos hizo . Ni Rusia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos... El mejor sin duda: España. Ella que, ahora estaba enfrascada en deshacer el equipaje, sobre todo los 

Tenía ganas de verles y saludarles. Sentía la corazonada de que ellas dos iban a congeniar muy bien. Al ser las dos hispanas, se entenderían a la perfección. Dae había hablado con su primo, anunciándole su llegada. Comerían juntos, así tendrían oportunidad de charlar con tranquilidad, ya que al día siguiente, al ser víspera de la boda, tendría miles de cosas que hacer, sobre todo los trajes que se pondrían en dos días para la ceremonia de casamiento de Dong Yul con Macarena.

El encuentro fue como esperaban: alegre, abrazo va y, abrazo viene... la presentación de ambas mujeres que como tienen por costumbre, se abrazaron y se dieron dos besos en las mejillas. Alba casi había olvidado ese saludo tan español, pero instintivamente lo recordó en cuanto vió acercarse el rostro de Macarena hacia ella.

El abrazo entre los primos fue afectuoso en extremo. Por unos instantes se miraron fijamente, para al final terminar en el abrazo.  A un lado, sonrientes, presenciando la escena, estaban los tres muchachos. La mirada de Dong Yul, se dirigió de inmediato hasta Aera que, sonriente avanzó hacia él abrazándole fraternalmente. Ese detalle le hizo respirar aliviado. Al fin la jovencita se había olvidado de él y sonrió complacido, cuando se dirigió a la novia y también la abrazó siguiendo la costumbre española que acababa de conocer. Alba también respiró aliviada, al ver a su hija radiante sin atisbo de nada de lo pasado.

Los adultos tenían mucho de lo que hablar, los jóvenes estaban ansiosos por ir a la playa, y las dos mujeres tenían que conocerse, ya que además de parientes, se verían con relativa frecuencia cada vez que viajaran a Seúl.

Y la comida la hicieron en uno de los muchos restaurantes que había en esa parte de la Costa del Sol, que no dejaba de sorprender tanto al padre como a los hijos.

Mientas los mayores hacían la sobremesa, los más jóvenes decidieron ir a la playa. Era tanta la euforia que se olvidaron preguntar donde estaba. Sólo conocían el nombre. Aera decidió volver al lugar de la reunión de los mayores y preguntar. Al entrar en el restaurante, tropezó accidentalmente con algo y estuvo a punto de caer, de no ser por losa brazos de un muchacho que la retuvo.

No sabía cómo darle las gracias. Estaba azorada no sólo por la visión del muchacho, sino por el tropezón. Le dedicó una sonrisa y entonces se dio cuenta de que tenía frente a ella un mocetón moreno, bastante moreno, seguramente curtido por el sol fuerte de aquellas tierras. Su pelo oscuro y brillante y sus profundos ojos marrones, rallando en negros. Una amplia sonrisa mostraba unos dientes blanquísimos, quizás en contraste con su piel. Ella se quedó sin palabras, con la boca abierta, hasta que al fin decidió agradecerle su ayuda.

Una vez se recompuso, le preguntó la dirección a la que iba y él le indicó que estaba muy cerca sonriendo ampliamente. Sus hermanos contemplaban la escena riendo al ver a su descarada hermana nerviosa y hasta sonrojada  por el tropezón dado, aunque ellos cuchichearon algo más que les hacía partirse de la risa. Al reunirse con ellos, enfadada les recriminó su conducta y que no fueran a ayudarla.

Al fin, ya estaban extendiendo su toalla en la playa. Los chicos retozando en el agua y ella mirando al horizonte perdida en sus pensamientos. al fin se decidió a darse un baño. Las aguas  estaban templadas en comparación con las de Corea. Entró despacio en ellas hasta que, al no hacer pie, se decidió a dar unas brazadas.

A unos veinte metros de ella estaba un guapo mozo que no la quitaba ojo de encima. La había reconocido, se trataba de la muchacha a la que había salvado de una caída hacía pocos minutos. Salvando la distancia que les separaba, en unas pocas brazadas se puso a su altura.

— ¡Hola!¿Estás bien?— la dijo para iniciar una conversación

Ella de momento no se dio cuenta que era su "salvador", dado que estaba sin ropa y con el frondoso cabello mojado, desfigurando un poco la imagen de no hacía tanto tiempo. No obstante le había reconocido y con una amplia sonrisa le saludó:

— ¡Hola, y gracias de nuevo!

— No tiene importancia. Me alegro de haber estado allí, porque con la caída te hubieras hecho bastante daño. El pavimento de Mijas es muy particular. ¿Puedo invitarte a un refresco?

Ella se le quedó mirando sonriendo. Sin querer sentía que las mejillas le ardían; a pesar de todo su genio, era tímida y deseaba rechazar la invitación pero, al mismo tiempo no quería rechazarla. Sin saber cómo se escucho decir:

— ¡Claro!

Una horchata fresquita, desheló todas las reservas. Sus hermanos la miraban desde lejos, asombrados de que entablara conversación con un extraño. Eso era muy raro en ella. Pero al mismo tiempo se la vía satisfecha, con lo que no se preocuparon demasiado y siguieron a lo suyos que era hacerse aguadillas

— Me llamo Alejandro y soy estudiante

— Yo Aera  y también estudio. Y como te he dicho estoy aquí por la boda de un primo hermano de mi padre

— ¡Qué curioso ? No seréis vosotros los parientes que esperaban de Corea ¿verdad?

— Pues creo que sí. Nuestro primo es Dong Yul y contrae matrimonio con Macarena

— ¡ Los mismos! Yo soy sobrino de la novia

— Y yo prima segunda del novio.

Las carcajadas de ambos muchachos llamaban la atención de los jóvenes que estaban más cerca. No podían ser más dispares: ella blanca como la leche, oriental. Y él de piel morena como todo él. Y entonces fue cuando la conversación derivó en la historial familiar de ambos, no sólo por extraña, sino por casual en ellos mismos coincidir de la misma forma que lo habían hecho.

Se despidieron al acercarse la hora de la comida. Aera se puso en contacto con sus padres que les esperaban para comer junto a los futuros contrayentes. De pasada, dijo que había conocido a un sobrino de Macarena y que estaba con él en un chiringuito de la playa, y entonces se escuchó la voz fuerte de Dong Yul diciendo:

— Dile que venga y coma con nosotros.

Ella interiormente se alegró. Le gustaba aquél muchacho español simpático y desenvuelto que por una casualidad casi serían parientes. 

Mientras las mujeres charlaban de sus cosas, los primos hacían recuento de anécdotas que, a lo largo de su vida, habían tenido juntos. Eludieron el tema de Alba y pasaron de puntillas por el de Aera. Ya todo había quedado en el diario de ambos como una anécdota del pasado. Ahora su vida estaba en España.

 

Volvería a Corea para que Macarena conociera su país, pero regresarían a España y allí establecería su hogar y probablemente traspasar su negocio hasta Mijas. No viajaría tanto y, si lo hiciera, sería con su mujer. Al fin había encontrado la estabilidad que había perseguido durante toda su vida y por nada del mundo la echaría a perder.

 A la pregunta de Dae si no echaría de menos Seúl, respondió rotundo:

   —Probablemente en algunas cosas, aquella siempre será mi patria, pero ahora voy a tener otra, en donde he encontrado mi lugar, No sólo porque mis padres vivan aquí, que también, sino porque tengo buenos amigos y nadie me mira extrañado por ser diferente, porque ellos no lo consideran así. Siendo buena persona y abierta, no hay motivo para sentirte extranjero. Eso es lo que me ocurrió cuando vine porque no terminaba de encajar en ningún lado. Y aquí, desde el primer día fui uno de ellos. Me invitaron a una cerveza y dejé de ser el guiri, para convertirme en  Dong, a secas, porque decían que el nombre completo era muy largo.  Son buena gente, simpática y cariñosa. Presta a hacer un favor si lo necesitas. Aquí no existen razas distintas, sino personas que han llegado y se han quedado. Somos un vecino más.

    Me alegro de tu buena acogida. Eres entrañable, así que algo de tu parte también habrás puesto.

 Y así siguieron con las tertulias por separado y, menos los chicos que estaban totalmente a lo suyo, los adultos, principalmente las mujeres, algunas veces intervenían en las confidencias de los primos.  Se les hizo casi de noche extrañados de que su sobremesa hubiera durado tanto, y Dong se lo hizo notar a su primo:

—Esa era una peculiaridad de los españoles, no tienen prisa si están a gusto con un tertuliano. Son capaces de sacar temas que ni siquiera puedas imaginarte, de los más dispares. Si, definitivamente he encontrado mi lugar en el mundo.

Dae le dio una palmada en la espalda aceptando complacido el bienestar encontrado en su primo. Habían hablado de su pasado en el que se mezclaron las imágenes de Alba y Aera. Ambos temas estaban ya superados y archivados entre las anécdotas.

Los jóvenes se habían marchado hacia tiempo para dar una vuelta. Alejandro se había ofrecido a enseñarles los rincones más típicos y pedido permiso para ir, por la noche a un lugar para jóvenes en el que había karaoke y algún conjunto musical desconocido que se ofrecía a animar la velada.

— En tí confío, Alejandro. Todos son menores y no desearía que se metieran en algún problema

— ¡Apaaa!—rezongó Aera con sus hermanos a coro.

Antes pasarían por el hotel a cambiarse de ropa. La joven estaba contenta y le agradaba el anfitrión que iban a tener. Había sido oportuno su tropezón que le hizo tener un amigo más. Con esmero se arregló buscando el vestido que más la favoreciera. Deseaba estar deslumbrante; nunca había tenido esa necesidad de gustar a alguien, ni siquiera cuando creyó estar enamorada de su primo segundo. Alejandro era diferente. No sabía porqué, pero lo era.