miércoles, 23 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 33 - La fiesta

Estaba deslumbrante y a Alfred se le empañaban los ojos al contemplar a su mujer.  Era la princesa de un cuento de hadas, y era su esposa, la había recuperado y notaba que la amaba más. No llevaba joyas, no las necesitaba; tenía una belleza sencilla y natural.

Él con esmoquin lucía gallardamente atractivo: era una pareja de cine. No era de extrañar que su hija fuera una preciosa muñeca.  La cara de Mirtha había cambiado radicalmente, Se había maquillado y recogido el cabello, dejando despejado el esbelto cuello que tenía.  El vestido era negro algo escotado, pero que la sentaba como un guante.  Había recuperado su figura, y a ella también la brillaban los ojos y sonreía algo avergonzada ante la insistente mirada de su marido que recorría su cuerpo embelesado.  También sonreía la enfermera, y así se lo hizo notar.  Keira descansaba tranquila y preparada para pasar la noche.

Cogidos de la mano se dirigieron al ascensor que les conduciría al salón.  A medida que se acercaban , comenzaban a oírse los acordes de una música clásica dulce, íntima, bellísima.  Era un cuarteto de cuerda que interpretaría la música de acompañamiento a la cena.  No habían muchas personas, sólo los componentes de la expedición y los acompañantes de los mismos, es decir novias, esposas, hermanas, etcétera. La única en solitario era Mirielle.

Cuando Alfred, dando el brazo a su mujer, hizo la entrada en la sala, muchos de los allí presentes, volvieron sus miradas hacia la pareja, y más intensamente hacia Mirtha.  Todos sabían que estaba casado y que recientemente había tenido una hija, pero ninguno de ellos conocía el rostro de su mujer.   Quedaron sorprendidos, y hasta alguno se atrevió con una broma:

- No me extraña que la ocultara.  Es preciosa; tendría miedo que se la arrebataran.

Ese comentario llegó hasta los oídos de Mirielle, que no pudo evitar morderse los labios de envidia.  Era cierto, nunca habían visto  una fotografía de ella, muy bien guardada en el  móvil de Alfred, en un álbum sólo para él.  Tuvo que reconocer que era una mujer hermosa, y al verlos juntos,  en la cara de él, se reflejaba el orgullo de llevarla del brazo.

La cena transcurrió amable a base de bromas y anécdotas de lo vivido en Uganda. Mirtha hacia todos los esfuerzos del mundo por ser simpática y amable. Se lanzó a contar alguna anécdota referente a su noviazgo. La estaba costando un gran esfuerzo parecer natural y abierta de carácter, todo lo contrario a como se sentía: nerviosa e inquieta, deseando que todo terminara cuanto antes.  Los ojos de Mirielle no se despegaban de su cara, y hubo un momento en que ambas miradas se cruzaron.  Mirtha, al darse cuenta, irguió los hombros e insufló aire a los pulmones.  Alfred observó como las aletas de su nariz se abrieron un poco más.  Él, fingiendo beber un sorbo de vino, sonreía interiormente:  su mujer no le había defraudado en ningún momento.  Ya no era la jovencita deprimida, insegura y temerosa a la  que un día ofreció su amistad.

¡ Cuánto habían cambiado las cosas!  Ahora estaba a su lado, tenían una hija y lo más importante:  se querían con tal fuerza que habían estado a punto de ahogar ese sentimiento y destrozarse la vida.  Los dos habían puesto de su parte para que eso no ocurriera, y aunque al principio ella se mostraba intransigente y decidida a no escucharle, había viajado hasta donde él estaba con el propósito de recuperarle, algo  que Alfred estaba necesitando y echando de menos.

Terminaron de cenar e hicieron durante un rato la sobremesa, y con el pretexto de la niña, se retiraron. Querían estar tranquilos, porque aunque no lo parecía, ambos habían estado nerviosos toda la velada. No sólo por el acto, sino por el día tan turbulento que habían llevado. Alfred deseaba quedarse a solas con su mujer; probablemente aún habían más cosas que comentar, aunque confiaba que todo había quedado claro.  Pagaron a la enfermera, fueron hasta donde su hija descansaba y comprobaron que todo estaba en orden, y que nada les impediría disfrutar de esa noche que deseaban después de un día tan azaroso.

Notaba que Mirtha estaba un poco cortada; no lo entendía, pero lo comprendió. Hacía tiempo que no estaban juntos y aunque tuviera que hacer esfuerzos sobrehumanos para no estrecharla entre sus brazos, se contuvo, y espero a ver por dónde ella tomaba el timón.

 Y bastó una sola mirada, pero que decía tantas cosas, que los dos a un tiempo fueron uno hacia el otro, y se fundieron en un eterno abrazo.  Las palabras ansiosas, ardientes de Alfred, se mezclaban con los te quiero de ella.  La emoción subía por momentos y entonces sus manos comenzaron a posarse en la ropa deshaciéndose de ella, de las de los dos, al unísono, buscando sus bocas y acariciando sus cuerpos.  Y al fin ocurrió lo que durante tanto tiempo desearon, y el irrefrenable instinto y deseo, se desató en esa noche única, borrando el amanecer de ese día terrible.

- Te quiero, te quiero, te quiero sólo a ti

La repetía una y otra vez mientras tomaba posesión de ella.  No quería dejar ni un sólo resquicio para la duda, si es que aún la tuviera.  Y ella se dejó llevar también, y también de su boca salieron palabras que a Alfred le sonaron a coro de ángeles, unas palabras que había ansiado escuchar y que durante tanto tiempo estaba esperando.

Besaba su rostro una y otra vez, y la abrazaba con fuerza.  No quería que sus cuerpos se separasen ni un sólo milímetro.  La creía perdida, y la tenía allí entre sus brazos, totalmente rendida a sus caricias. y a sus besos.  No importaba nada de lo pasado, sólo el presente, y poco a poco, como si de una nebulosa se tratara los malos ratos pasados quedaron atrás, borrándose de su memoria a medida que la noche avanzaba y su pasión también.

Les despertó los ruiditos de Keira. ¡ Acababan de dormirse ! Alfred miró el reloj y comprobó que eran las seis de la mañana.  Giró la cabeza y vio que su mujer estaba a su lado y le observaba sonriente.  Extrañado la dijo:

-¿ Cómo es posible ? Se supone que los niños duermen constantemente

- Si cariño, pero es su hora de desayunar. Anoche se durmió pronto, así que ahora toca madrugar.  Tendrás que acostumbrarte porque no alterará sus costumbres por nada, ni siquiera para que tu me hagas el amor durante horas.

Ambos rieron felices, porque en realidad lo estaban.  Se abrazaron de nuevo, volvieron a besarse, y Mirtha saltó de la cama para preparar el desayuno de su hija.  Él también lo hizo: tendría que ejercer de padre y debía aprender cómo era.

Y las observaba cómo la madre sonreía a la hija, y ésta apretaba los dedos de la madre y la miraba fijamente.  Era un cuadro que no conocía, nunca lo había sentido tan cerca y eso le emocionó.  Se acercó a las dos y cubrió con un abrazo el cuerpo de ellas dos.  Ellas eran su hogar, su familia, el descanso del guerrero.  Por ellas haría todo para protegerlas, pero sobre todo para amarlas.


Estaban impacientes por llegar a casa, a esa casa soñada y tan poco habitada.  Esta vez si viviría en ella, rompiendo la amenaza que le había hecho tiempo atrás.  Llamaron a sus padres y a Mildred anunciándoles que todo había salido bien, que eran felices y que irían en cualquier momento a visitarlos, pero que en un par de días no contaran con ellos. Emocionadas las mujeres, satisfecho el padre reían tranquilos, porque al fin vivirían en paz.

Alfred salió temprano de casa. Iría al hospital, hablaría con el director para ver la forma de reintegrarse a la plantilla.  Era querido entre sus compañeros, así que todos le saludaron afectuosamente cuando se cruzaban con él por los pasillos.  El director le recibió y tras explicarle técnicamente lo realizado en África, abordó el tema que le había llevado hasta allí.

- Es un poco difícil, ya que la plantilla está al completo, pero... ¿ crees que perdería un profesional como tú ? ¡ Pues claro que vuelves a trabajar con nosotros !  Pero te habrás de reintegrar lo antes posible. Empezarás con las guardias el próximo lunes. Tu conoces cómo funciona esto.

- Gracias.  Me moría de ganas de estar en casa. Lo he echado de menos muchísimo. Lo de la OMS está muy bien, extraordinario, pero no cambio el trato directo con las personas por unos tubos de ensayo.  El lunes estaré aquí puntual.

 Se palmotearon la espalda en la despedida y Alfred salió corriendo a su casa. Tenía que contar a Mirtha todo lo conversado.  Comenzó a tocar el claxon antes de llegar y ella salió alarmada por si ocurría algo, pero al verle corrió hacia él y se abrazaron como dos chiquillos. Cogidos por la cintura, narraba a su mujer todo lo hablado con el director.  Estaba eufórico, y ella escuchaba sonriente y atenta a todo. 
La normalidad se instaló en su hogar, en ese hogar tan especial para ellos, quizá un poco grande... de momento, porque con el tiempo estaría habitada no por tres, como ahora, sino por siete personas: cinco chiquillos y sus papás.



                                 F    I    N

Autora:  1996rosafermu
Editado: Julio/Agosto de 2020
Ilustraciones:  Internet

DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS


El despertar - Capítulo 32 - Una conversación pendiente

La mano de él, ejercía presión sobre los hombros de ella, mientras la niña acariciaba la mejilla del padre.  Ese gesto tan natural, le oprimía el corazón; estaba siendo un día horrible. No deseaba por nada del mundo que la persona que más le importaba lo estuviera pasando tan mal por algo tan ridículamente ajeno a ellos. Tenía a las dos personas más importantes de su vida junto a él.  Tendría que esforzarse mucho para convencerla de que ninguno de los dos era responsable de lo ocurrido, sino que, se trataba de los desajustes que surgen en las vidas de los recién casados, que como ellos, apenas se conocen.  Pero el amor que sintió por Mirtha desde el primer momento, le hizo cometer, quizás algunas equivocaciones, como salir huyendo para olvidarla, sin pararse a pensar que cuando alguien ama verdaderamente a una persona, es para toda la vida, con sus virtudes y defectos. Probablemente Alfred confundió el amor que sentía, por  compasión por lo sucedido en la vida de ella.  Pero el tiempo había puesto las cosas en su lugar y el olvido que se propuso jamás se dió.

Llamó a un taxi y le indicó la dirección del hotel.  Ella parecía más calmada, al menos ya no lloraba y había rato en que reclinaba la cabeza sobre su hombro.  El suave roce de su cabello le hacía comprender cuánto lo había echado de menos. Quizá era insignificante, pero veía lo importante que eran para él esos pequeños detalles que le unían más a ella.

Con la niña en brazos, fueron hasta la recepción del hotel:

- Veo que ha encontrado a la señora.  Le felicito- le dijo el empleado

- Necesito una habitación, es decir cambiar la que tengo ahora por otra.  No importa el tamaño, o si es una suite, o en  la planta que esté, pero deseo otra.

-De acuerdo señor.

  No quería que Mirtha durmiera en la misma cama que lo había hecho Mirielle. Y se instalaron en otra planta y en una suite. Las dejó en ella y él se dirigió a la suya anterior a recoger su equipaje.  En cinco minutos estaba todo solucionado.  Estando recogiendo sus cosas, sonó el teléfono interior, era Mirielle.

- Mira tengo prisa. He de solucionar problemas graves que me interesan mucho.  Te ruego, por favor, que no insistas. Tú y yo, no tenemos nada en común, ni nada a lo que aspirar.

-Sólo quiero saber si vendrás a la fiesta de esta noche


- No sé lo que va a ser de mi vida dentro de cinco minutos, así que echa cuentas.  No lo sé, posiblemente no. Ya me disculparé con todos.

- Lo puedo hacer yo

- Ni se te ocurra. Sal de mi vida, Mirielle, por favor.

- Está bien. Sea como dices.

Cuando regresó con su maleta,  en ese intermedio, la niña se había dormido.  La miró con infinita ternura.  La vió tan relajada, tan bonita...  Miró a la madre que tenía la vista en su hija también. Y pensó que, pese a todo, era un hombre afortunado al tener a esas dos mujeres tan bellas y tan amadas por él.  Y recordó el día no lejano, del nacimiento de su hija y la emoción que sintió. Y también cuando conoció a la que más tarde se convertiría en su mujer, por un azaroso capricho de la vida, y que ahora estaba a punto de perderla por unas equivocaciones, o quién sabe si por exceso de amor, que a veces nos hace ver lo que en verdad no ocurre.

- ¿ Tienes hambre? ¿ Has comido?

- ¿ En verdad crees que puedo sentir hambre?  De todas formas, si tomé un bocadillo.

- ¿ Quieres beber algo?

- No. Quiero que digas lo que tengas que contarme y marcharme de aquí lo más pronto posible.

Y comenzó a desgranar todos los sentimientos que guardaba y el porqué de muchas cosas que habían ocurrido.  Pero tenían una segunda oportunidad y había reflexionado.  Sabía que su lugar estaba al lado de ellas y ejerciendo de nuevo la medicina en un hospital, que a pesar de las guardias, estarían  juntos.  No le interesaba el boato ni la celebridad, sólo llevar una vida tranquila al lado de las personas a las que amaba.  Que todo fue una confusión y obcecación por ambos y que no se repetiría nunca más.  Que Mirielle fue un pasatiempo para él; que obró mal, posiblemente, pero a quién necesitaba no estaba a su lado y eso le hizo cometer la locura que había presenciado en esa mañana.

- Te prometo que nunca más volverá a ocurrir algo semejante.  Tú eres quién me interesa.  Contigo lo tengo todo; no necesito extras, y por si todo ello fuera poco, mi hija, a la que amo y echo de menos. Me estoy perdiendo lo mejor, y he pensado renunciar a todo, volver a casa y compartir la vida con vosotras.  Regresar a Irlanda cuanto antes y volver al hospital, al día a día con la gente.  Esa es mi vida. Si la aceptas me harás feliz, pero si no estás de acuerdo con ello, volveré aquí y seguiré con lo que dejo pendiente.  Esa es mi propuesta ¿ la aceptas ?

Ella levantó la vista y le miró de frente.  En sus ojos leyó verdad y sentimiento.  Ella también deseaba ese estilo de vida. Aunque no tuvieran tanto dinero, no lo quería, no lo necesitaban, sólo su amor y su hogar.  Y lentamente, sin palabras, afirmó con la cabeza que si aceptaba sus condiciones.

Avanzó hacia ella y la abrazó, se abrazaron relegando todas las dudas , todas las indecisiones, para vivir el momento de su reconciliación.  A un tiempo, ambos miraron a su pequeña que seguía dormida ajena al pacto de sus padres.

- Bien, hay otra cosa - dijo Alfred temeroso de que volviera a perder lo que habían acordado-. Esta noche hay una fiesta de despedida de todos nosotros.  Será en este mismo hotel y a ella acudirá..., bueno creo que lo imaginas. He hablado con ella y nos hemos despedido. Debería acudir, es decir deberíamos acudir a ella, pero entenderé que no lo desees. Saldríamos mañana a primera hora rumbo a casa.

- No Alfred, acudiremos ambos. Quiero tenerla cara a cara, sostener su mirada, y por primera vez, estar segura del terreno que piso, que eres tú.  Aunque no lo creas, porque yo tampoco lo he sabido hasta ahora, te he querido en profundidad, he pensado en William lo mismo que recordara a un hermano. ¿ Por qué crees que he tenido tantos reproches, tantas incertidumbres?  Si no te amara, me hubiera dado lo mismo lo que hicieras, pero no es así.  Eres mi marido, el padre de mi hija y espero de los que vendrán. No tengo porqué esconderme, así que acudiré de tu brazo. Sólo que...

- ¿Solo qué? - respondió él al fin sonriendo

- No he traído ropa adecuada, así que no acudiré contigo, sino que iré a buscarte cuando comprenda que todo ha acabado.

Descolgó el teléfono y pidió le pasasen con la boutique.  Ella asombrada trataba de impedirlo pero no lo consiguió y Alfred, comenzó a decir a la empleada el traje que quería y la talla que usaba su mujer. Después volvió a solicitar una enfermera , que casualmente era la misma que acudió a la petición de Mirtha, o quizás es que no tenían otra.  Al cabo de la media hora el vestido y la enfermera hacían acto de presencia en la habitación.


martes, 22 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 31 - ¡ Sorpresa !

Preguntó por él, pero en Recepción la dijeron que no estaba. Ella contaba con que no le dieran ningún dato sobre él ya que guardaban al máximo la privacidad. Se registró, para al menos descansar un poco y también  debía atender a Keira.  Dudaba si dejarle una nota.
Pidió algo para comer y trataría de  sonsacar al camarero con una buena propina para que  la dijera la habitación de su marido, se trataba de  darle una sorpresa, es lo que argumentó. Tal como lo pensó, así hizo; ella misma se asombraba de lo resuelta que se estaba volviendo, aunque no sabía si eran los nervios o que la necesidad de recuperarle y pedirle perdón, hacían que obrara de esa manera. También solicitó en Recepción una enfermera para que se quedara con la niña mientras ella trataba de hablar con Alfred.

- En un hotel de esta categoría tendrán ese servicio; en otros lo tienen.


Se duchó y se puso un vestido atractivo. Se arregló como pudo el cabello y hasta se maquilló un poco, algo que no hacía desde sabe Dios el tiempo.  Echó un vistazo en el espejo y se aceptó; se puso un poco de perfume y espero a que la enfermera subiera.  La niña había  comido, puesta de limpio y dormía. No la daría ningún trabajo.

- No le dará ningún problema. Si se despertara y la extrañase, llame a este número o que me avisen a la habitación 606, es la de mi marido.  Quiero darle una sorpresa. ¿ Por qué tengo que dar explicaciones? - se decía

Y al fin salió resuelta en busca del ascensor que la conduciría tres pisos más arriba de donde ella estaba.  Al fin estaría frente a él.  El corazón latía frenético y no veía el momento de abrazarse a él.  Golpeó suavemente la puerta y una voz femenina se escuchó desde dentro:

- Ya voy -. Pero también la voz de Alfred claramente. Sacó sus propias conclusiones que la inmovilizaron. Al escuchar sus voces, sabía que estaba con alguien, pero todo ocurrió tan deprisa que no pudo reaccionar.

- Será el servicio de habitaciones, yo voy- respondió Alfred

Y al fin la puerta se abrió y ella quiso morirse allí mismo.  Alfred estaba frente a ella con un albornoz del hotel, imaginando que debajo no tenía ropa, pero detrás de él, apareció su eterna enemiga:  Mirielle.

No necesitó saber más.  Estuvo a punto de desmayarse.  Todo lo que había ideado se vino abajo en cuestión de segundos.  Estaban juntos . No se lo podría negar, ella tenía razón.

 Dió media vuelta y se alejó, ante la sorpresa inesperada de él. Llamó nerviosa al ascensor; tenía que irse de allí inmediatamente.  Ya todo estaba claro; no necesitaba saber más. Todo lo que imaginó se acababa de confirmar.  No sabía cómo llegar  al piso en el que tenía su habitación. Se equivocó  y apareció en el vestíbulo sin siquiera saber qué botón había pulsado.  La boca se le secaba y la cabeza le zumbaba como para estallar. Y nuevamente pulsó el botón, que esta vez si la llevó al piso correspondiente. Dió una excusa a la enfermera,  pagó su servicio y comenzó deprisa a recoger sus cosas: volvería esa misma noche a Dublín.

Con la niña en brazos pagó su reserva y pidió un taxi, dando la dirección del aeropuerto.  No volvería a pisar Suiza más en su vida.  Ni siquiera tenía lágrimas, ni las palabras salían de su boca, se le habían borrado.  Sólo había permanecido en ese hotel poco más de una hora, y lo aborrecía profundamente.

Al abrir la puerta y ver a su mujer delante de él, se quedó lívido.  Era lo último que esperaba . Ni siquiera hubiera imaginado que ella se presentara en ese hotel ¿ Cómo lo había sabido? ¿ Cuándo había llegado ? ¿ Dónde estaba su hija?  Detrás de él estaba Mirielle que no entendía nada.  Entró como una exhalación y se vistió rápidamente.  Por muchas preguntas que ella le hizo, a ninguna respondía. Sólo la dijo

- Márchate de aquí. Era mi mujer

Tomó su chaqueta, comprobó que llevaba la documentación y salió rápidamente. En recepción preguntó ,  si se hospedaba allí y cuál era su habitación. Debía hablar con ella rápidamente. Pero la respuesta fue negativa:

- Llegó a mediodía. Ha marchado a toda prisa. Pagó su reserva, pidió un taxi y salió de inmediato.  Llevaba una niña pequeña en brazos.

- ¿ Saben a donde fue?

- No señor.  Quizás el portero, que la pidió el taxi lo sepa.- Y preguntaron al portero y éste le dijo que al aeropuerto.

Se volvería loco de tanto pensar. Ella había vuelto seguramente buscando una reconciliación, y todo había fracasado. Mirtha no conocía ni el idioma ni el lugar ¿ Dónde estaría?  Al llegar al aeropuerto entró como una exhalación hasta uno de los mostradores y pidió información acerca de ella, pero no se lo podían facilitar, las reglas lo prohibían. Todo se complicaba aún más.  Recorrió las salas vip por ver si ella estaba entre los pasajeros que aguardaban.  No la encontraba.  No sabía qué hacer. Fue hasta el panel de salidas y miró ansioso si había alguna  para Dublín y efectivamente la había.  Y se dirigió a la sala correspondiente.  Miraba ansioso buscándola, hasta que la vió salir de una puerta que indicaba cambiador de bebés.  Respiró aliviado y se abrió paso hasta ella.  Se la veía cansada y totalmente derrumbada; nunca la había visto así.

- Mirtha

Ella le miró sin ver y siguió su camino. La agarró de un brazo e hizo que se detuviera. Ella forcejeó pero no pudo soltarse

-Tenemos que hablar

- Ya todo está dicho.  Me basta con lo que he visto. Déjame en paz, Alfred.  Sigue tu camino. Ya lo has elegido.

- No, no es cierto.  Ella no es mi camino. Mi camino, el que deseo, eres tú.Todos los intentos que he realizado para aclarar nuestra situación han resultado infructuosos. Ni siquiera atiendes el teléfono.Me fuí despechado la última vez que nos vimos ¿ qué es lo que quieres de mí? Dímelo ¿ qué quieres que haga ? Vayámonos de aquí. Regresemos al hotel y hablemos con tranquilidad, sin gritos, pero resolvamos de una vez nuestra situación que cada vez se hace más insostenible.


- Al único sitio al que iré será a mi casa, y no contigo precisamente. Tú has encontrado ese camino, que por cierto lo encontraste hace mucho tiempo. Y no te preocupes por mí, sé valerme por mí misma.  Además ya he pagado el pasaje.  Falta poco para despegar y no me devolverán el dinero

- Al diablo el dinero. ¿ Te importa más que nuestra vida?

-Si, al diablo el dinero, pero yo he gastado más de la mitad de mi sueldo por venir a buscarte, y ya ves: no ha servido de nada. Me voy Alfred, y deseo que te vaya bien.

-¿ Quieres decir que andas justa de dinero? Te envio todos los meses para que vivas lo mejor posible.

- Te dije que no quería ese dinero. Keira, cuando sea mayor hará lo que quiera con él.

- Esto es una locura. Te suplico que volvamos al hotel y allí hablemos con serenidad.  Este no es lugar más apropiado. No te preocupes por la devolución del billete. Yo te pago el regreso si no llegamos a un acuerdo.  Te lo estoy pidiendo por favor.  Es lo más importante de mi vida.

- A mi habitación ya no puedo volver.

-Pues iremos a la mía

- ¿ A la tuya ? ¿ Después de que has tenido la gran juerga con ella? Francamente no sé el concepto que tienes sobre mí.  Dejemos las cosas como están. Adiós Alfred que todo te vaya bien.

- No, me niego a ello.  Creo que merezco tener la oportunidad de defenderme de justificarme, del por qué de todo este embrollo.  Además, seguro que ni siquiera has comido.  Se te ve horrible.

Y ella no pudo más y se imaginó despeinada, con el maquillaje corrido por las lágrimas, justo lo más apropiado para resolver problemas matrimoniales.  Su rival dispuesta  a todo, y ella hecha un desastre ante él.  Las comparaciones son odiosas, pero estaba segura que mentalmente las estaba haciendo, siendo ella la perdedora.

Él abarcó el abrazo con su hija también, esperando a que ella calmase su llanto, y despacio, lentamente, sin soltarla, se dirigió hacia la salida.


El despertar - Capítulo 30 - Un claro despertar.

Se la veía cansada, muy cansada y con el fin de aliviarla, la madre dijo de que esa noche Keira se quedara a dormir con ellos, algo a lo que Mirtha se negó:

- ¿ Cómo se te ocurre ?  Es muy pequeña y aún tiene que tomar pecho - la dijo como argumento

- Eso no es excusa ¿ Sabes lo que yo hacía?  Me ordeñaba, y lo guardaba en el frigorífico. A la hora de la toma, lo calentaba y se lo daba en biberón.  Y aquí estás.

Mirtha dudó, pero al mismo tiempo tenía la sensación de cometer un delito si así lo hiciera, pero lo cierto es que necesitaba un descanso.  Al fin persuadida por sus padres, aceptó.  Al entrar en su casa, sintió que se la venía encima, que le faltaba algo y ese algo era su hija, que a pesar de ser tan pequeña ocupaba todo su espacio.

Mientras mordisqueaba una manzana, volvió a buscar el correo que él la mandó y volvió a leerlo un par de veces. ¿ Qué significaba ? ¿ Quería tener un retrato de ambas, juntas?  Y su propio deseo y las palabras de su madre, hicieron que buscara en su álbum y encontró una de ella con Keira en brazos. Antes de que pudiera darse cuenta, había dado a la señal de enviar.

Se metió en la cama y el tintineo del correo, volvió a sonar de nuevo.  Era de Alfred; el corazón le latía fuertemente y ansiosa lo abrió:

- Gracias. Ambas estáis preciosas

Y de nuevo el llanto cegó sus ojos. ¿ Por qué tenía que amarlo de ese modo? ¿ Por qué tenía ganas de hacerle daño si en el fondo no sentía esa imperiosa sensación?  Su mente era un caos.  Hablaría con Mildred a ver que la decía.

Y se reunió con Mildred, y a ella abrió su corazón de par en par.  La amiga la escuchaba en silencio, pero asimilando cada palabra que la decía.  Esperó paciente a que Mirtha se desahogara y sacara fuera todo lo que la estaba haciendo daño. Al terminar, guardó silencio sopesando lo que había de decirla y fue muy corto lo que la dijo:

- No tienes razón. Yo iría y le buscaría, hablaría con él, sin reproches, porque de lo que se trata es de aclarar lo vuestro, vosotros, y pasar página. Tenéis una hija preciosa y por ella tendréis que tender puentes. Has de decirle todo lo que te hace daño y verás como, además de quedarte más tranquila, aclaras todo. En televisión se pueden ver muchas cosas, que intencionadamente las cámaras captan. ¿ Por qué no escuchaste la explicación que te dió? ¿ Crees que si no te quisiera hubiera venido desde tan lejos para estar en el parto y marcharse al día siguiente?  Te quiere Mirtha, te quiere muchísimo y tu a él igual. No perdáis eso tan hermoso que hay entre vosotros. Llámale y dile que todo ha sido motivado por tu estrés, o lo que se te ocurra, pero no le pierdas. Un hombre que ama de esa forma a su mujer no vas a encontrarlo.

Esa noche tampoco pudo dormir lloraba, se calmaba, volvía a llorar, y repasaba sin cesar lo que Mildred la dijo. ¿ Y si tuviera razón? ¿ Le estaba empujando a los brazos de otra? y al llegar a ese punto, en su imaginación veía a su hija, y a Mirielle besándole.  Lo que no vió en la imágen, fue la discusión que tuvieron la francesa y Alfred cuando las cámaras se apagaron. 
 No le había dado oportunidad a explicarse, así que ahora, arrepentida, lloraba desesperada, pero posiblemente el llanto llegase tarde y le habría perdido.

El llanto, los nervios, la ansiedad y el cansancio la hicieron caer rendida en un profundo sueño, ya de madrugada.  De nada había servido que la pequeña se quedara con los abuelos para que ella descansara.

Quizás un ruido, o las imágenes de su propio sueño, hicieron que se despertara sobresaltada.  Se incorporó de un salto y se sentó pensando qué había ocurrido.  No recordaba nada de lo soñado, pero una idea se abría paso en su cabeza cada vez con más fuerza.

Una voz interior la decía algo; al principio no lo comprendía, pero fue al cabo de unos instantes cuando decidió hacer lo que en sueños, su cerebro, la dictaba.  Era aún muy temprano y sus padres aún estarían en la cama, pero rápidamente, excitada se puso en movimiento.
Encendió el ordenador y buscó en Internet alguna agencia de viajes, o compañía aérea que estuviese abierta.  Para lo que había pensado, no se atrevía  a  ir al aeropuerto tan temprano con una niña tan pequeña.  Tras muchas gestiones, al fin consiguió pasaje para Ginebra. Se duchó rápidamente y se vistió. En una maleta pequeña, puso algo de ropa para la niña y para ella. Las cosas de aseo, y todo listo, salió en dirección a la casa de sus padres.  La excitación por lo ideado, hacían que tuviera un ritmo frenético.  Sabía que la dirían que no debía hacerlo, o que dejara a la niña en Dublín, pero lo descartó de inmediato: iría a buscarle con su hija. Defendería a su familia aunque se opusiera el mundo entero.

Sus padres las llevaron al aeropuerto. Llevaba todo lo que la pequeña pudiera necesitar. Si todo salía bien como imaginaba, tardaría un par de días en volver, a lo sumo, pero la situación habría variado, para bien o para mal.

Nerviosa la dieron un asiento en la parte de atrás del avión con el fin que pudiera estar más cómoda con la pequeña. Todo lo tenía organizado, pero no sabía dónde vivía; ni siquiera se lo había preguntado ni él dado la dirección. De eso no se había dado cuenta. Pero ya no había escapatoria así que se las arreglaría al llegar a Ginebra. 

Tomó un taxi a la salida del aeropuerto y le dió la dirección de la OMS.  Allí averiguaría dónde vivía. La información que recibió fue que se había despedido para regresar a Dublín, pero que se hospedaba en el hotel Fairmont Gran Hotel en donde les darían una despedida por su buen trabajo realizado en Uganda.

En el mismo taxi emprendieron el camino de vuelta hasta el hotel.  Al ver la fachada del mismo, calculó que el hospedarse en él la costaría el sueldo del mes, pero no importaba: pediría ayuda a sus padres si lo necesitaba, y si todo salía bien, sería Alfred quién costeara todo. No estaba dispuesta a dar marchar atrás después de haber llegado tan lejos.  Era mucho lo que estaba en juego y jugaría su última carta.

lunes, 21 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 29 - Solas ellas dos

Al tercer día del parto, fue dada de alta. Viviría con sus padres de momento, ya que todo había cambiado totalmente y debía empezar a trazarse una nueva vida.  Lo primero buscar un empleo que la permitiera atender a la niña el máximo de tiempo posible.  Después tener un apartamento en donde vivir: no podía estar eternamente viviendo con sus padres.

El volver a la inmobiliaria estaba bien,  cuando aún no se había casado, pero ahora, tenía una hija y sobretodo al principio, tenía que darle el pecho cada tres horas, eso si se daba bien, porque a veces sólo podía disponer de una hora libre entre toma y toma.. Desechó rotundamente ese trabajo.  Buscaba en el periódico las ofertas  y encontró uno que quizá pudiera servir: asistente social.  Y hacia allí se fue con su hija metida en un canguro.

Realizó una entrevista  y por ambas partes quedaron de acuerdo: tendría un horario amplio y, lo más importante, podría llevar a su hija a la oficina, al menos hasta que tuviera edad para acudir a la guardería.  El sueldo no era muy grande, pero llegaba para cubrir los gastos.

 El segundo paso, vino después: encontró un apartamento bastante pequeño pero de momento la servía.  Estaba situado no lejos de la casa de sus padres, que por mucho que insistieron no habían conseguido que siguiera viviendo con ellos.

Semanalmente enviaba una fotografía de la niña por el móvil a su padre, para que pudiera comprobar el cambio que Keira iba experimentando, pero ni una palabra dirigida a él, tan sólo un escueto: estamos bien. Alfred cada vez que lo recibía era un alivio y un sufrimiento  a la vez. Pero ni siquiera el rostro de ella aparecían en las fotos.  No sabía cómo estaba, ni cómo era su vida actual. Nada; definitivamente la daba por perdida.

Al cabo de un mes, dejarían Aketa ya que todo estaba bajo control y en manos de los médicos de aquel lugar.  Regresarían a Ginebra y allí ya se vería. Por todos los medios trató de que Mirielle no fuera con él, pero no lo consiguió.Era un grupo reducido y cada uno de ellos deseaba volver a la vida normal cuanto antes, así que decidieron que todos irían en el mismo avión.  Le molestaba sobremanera porque aún sin quererlo, ella había sido el origen de su desastrosa vida y no la quería cerca. Pero así estaba dispuesto y así sería.  Por un lado sentía miedo del regreso.  No le apetecía nada vivir de nuevo en Ginebra; ahora era diferente: tenía una hija a la que deseaba ver cuantas más veces  y si se mantuviera en Suiza, sólo podría verla los fines de semana, y ese trasiego de ir y venir, al final repercutiría en su salud por la tensión nerviosa que tendría.  Por otro lado no le apetecía vivir en el caserón él solo, y que además tantos recuerdos le traía. Alquilaría un apartamento cerca de donde ella vivía ¿ pero dónde vivía? porque ni eso le había dicho.  Definitivamente su relación, su matrimonio estaba roto .


Y pensó que daba igual que Mirielle se le insinuase, así que optó por seguir el juego, ya que todo le daba igual, porque nada cambiaría.  Ella regresaría a Francia, pero quedaron en que se verían intercambiando los lugares para no perder el contacto: unas veces sería ella quién viajase a Dublín,  y otras Alfred a Paris., si es que definitivamente volviera a vivir en Irlanda.  De momento debían permanecer en Ginebra para dar cuenta de todo lo realizado  en Uganda, durante unos días,  y después renunciaría a seguir en la OMS.

Lo primero que haría, una vez descansado del viaje, y organizada su cabeza, sería acudir al hospital en el que ejerció como médico hasta su viaje a Ginebra, si le admitieran de nuevo, no lo dudaría: volvería a su antiguo trabajo, y si no, se quedaría en Ginebra.  Estaba disperso pensando en el futuro cercano que tenía. No tenía problema por el trabajo, sino para organizar la vida con su hija.

Así transcurría   lenta y pausadamente la vida en nuestros protagonistas. Mirtha pasaba por una etapa postparto algo complicada debido a la situación personal que atravesaba.Ninguna comunicación entre ellos. Sólo en una escueta nota le informó de que vivía en un apartamento no muy lejos de sus padres y que estaban bien, pero ninguna referencia más.

 Alfred había abierto una cuenta en el banco a su nombre con una cantidad espléndida, que ingresaba mes tras mes.  No quería que pasara estrecheces y además la niña tendría necesidades y quería colaborar.

Aquél día, Mirtha se levantó cansada; apenas había podido dormir porque Keira así lo dispuso. La campanilla del móvil, la avisó de que tenía un correo. Era de Alfred, anunciándole que había efectuado la transferencia bancaria.  Eso la enfadó. ¿ Qué creía, que no era capaz de mantener a su hija y ella misma?  Ese enfado era motivado por la mala noche pasada y el cansancio acumulado de días  Le respondió de malos modos, es decir descargó en él el malestar que sentía, y la rabia que crecía en su interior al comprobar que pasaban los días y su situación no cambiaba, al pensar que él viviría tranquilamente a su aire. Y decidió responderle agriamente

- Gracias, pero ni lo quiero ni lo necesitamos. Puedes suspender el envío

Aquello fue como una puñalada para él. porque no lo esperaba en esos términos tan despectivos, y se reafirmó en lo que pensaba:  nunca le había querido. Se temía que, de seguir así las cosas, su hija ni siquiera llegaría a conocerle, y esa sensación le decidió  volver a Dublín, y tratar de comenzar una nueva vida . Se buscaría algún abogado, y sería libre de hacer y deshacer cuanto quisiera.  Pero pensó que no debía dejar sin respuesta ese correo tan áspero:

- Ya sé que no lo necesitas, pero se trata de mi hija.  Haz con ello lo que quieras, no me interesa, ni tú tampoco. Así cuando sea mayor tendrá un dinero para que haga lo que quiera.  Ni siquiera has tenido el detalle de enviarme una fotografía tuya, y hoy por hoy, aún eres mi mujer, y yo si te he querido siempre.  No volveré a molestarte. Te avisaré cuando tengamos que ir al abogado.  Te deseo lo mejor.

No esperaba esa respuesta tan rotunda, pero por otro lado creyó que se la merecía.  El había tratado de que estuvieran bien, y a cambio le había tirado su dinero a la cara.  En lugar de mejorar su estado de ánimo, había empeorado, y abrazada a Keira, rompió a llorar.

Terminó de arreglarse y acudió a su trabajo con toda normalidad. Había quedado con su madre, que irían a comer; no la apetecía, porque había visto en el espejo el reflejo de un rostro demacrado, con ojeras profundas y violáceas y el cabello algo descuidado.  La madre se lo hizo notar al verla, pero ella de nuevo comenzó a llorar .

- Nunca te entenderé, hija mía ¿ Qué te pasa? ¿ Por qué no le has escuchado?  Es un buen hombre que os quiere.¡ Lástima, que pudiendo ser tan felices  estéis así ! No lo entiendo

- Déjalo, mamá. Son cosas nuestras, eso es todo.


domingo, 20 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 28 -El último intento

Quiso quedarse con ella haciendo guardia. Mirtha, adormilada, se quejaba. Estaba molesta. No la dejaban dormir y nadie mejor que él para velar que las órdenes del médico se cumplieran. Pasaría la noche en el hospital y trataría de hablar con ella y de una vez arreglar el problema que tenían.  Si no fuera así, si no lo consiguiera, no insistiría más y aunque tuviera el corazón roto, no volvería a verla nuevamente.  Su viaje de regreso era inminente; tan sólo tenía tres días libres para estar presente en el nacimiento de su hija, y pasaría una eternidad hasta que de nuevo él, regresara a Europa y por tanto tener la oportunidad de volverlas a ver.

No sabía si en realidad, ella dormía, o se lo hacía, esquivando la conversación que adivinaba iban a tener.La niña estaba en medio de los dos, y a ella nunca renunciaría a verla.  No deseaba llegar a esos extremos pero si  no le daba otra alternativa, lo haría.

Dormitaba sentado en un sillón cerca de la cama que ocupaba Mirtha.  La niña estaba tranquila, así que el cansancio y el silencio, obraron la magia y se quedó dormido.

 Ella le observaba y tenía sentimientos encontrados.
 Por un lado la movía el agradecimiento porque había cumplido su palabra y había estado ayudándola en el parto, y aún seguía ahí cuidándolas, pero por otro, a su cabeza llegaba una y otra vez aquellas imágenes de la televisión, y el sentimiento de derrota podía más que el de agradecimiento.  Sabía que tenían que hablar.  Ya no eran sólo dos, había una hija y tendrían que pelearla.  La entraban ganas de llorar al sentir el fracaso de ese amor tan fuerte que ambos habían sentido, pero las circunstancias habían jugado en su contra y las heridas abiertas serían difíciles de curar.

Las palabras de Mildred y de su propio padre, conocedor del motivo de su pelea, retumbaban en su cabeza, pero el dolor, la rabia y la envidia por esa mujer, eran más fuertes que cualquier otra cosa, y entonces no atendía a razones.  No quería excusas, no quería hablar del tema, sino hacerse a la idea de que fue un sueño bonito, extraordinario, entrañable, pero que han despertado de él, y el despertar ha sido frustrante y ha destrozado su poca confianza en ella y en el ser humano.  Ha sido el despertar de una pesadilla que irrumpió en su vida hacía más de un año.  Probablemente fuera solamente de ella la culpa ¿ Quería verdaderamente a su marido? ¿ Se casó enamorada?

Se tapaba la cara con las manos, no quería hacerse esas preguntas, porque el sí a todo sería la respuesta que encontrara en su reflexión, aunque estuviera a punto de perder al gran amor de su vida por una estúpida sensación de fracaso.  En eso estaba, cuando no se dió cuenta de que Alfred había despertado y la observaba detenidamente

Se incorporó y se acercó solícito hasta ella:

- ¿ Estás bien? ¿ Te ocurre algo?

- No estoy bien. Perdona si te he despertado

- No me has despertado; creí que estabas dormida.  Ni un solo ruido ha salido de tu garganta. ¿Quieres que hablemos ya ? ¿ Te encuentras con fuerzas?

- ¿ Tenemos que hablar?  La verdad, no sé si tengo ganas- respondió ella

- Mirtha, mañana he de regresar y después volver otra vez a África.  Este viaje ha sido por el nacimiento de la niña, pero he de volver al trabajo.  No sé el tiempo que tardaré en volver a veros, pero hemos de aclarar todo lo que nos está haciendo daño.  Todo esto es absurdo.

- Mira Alfred, no creo que sea el lugar ni el momento para una nueva pelea.

- Pero es que no podemos hacerlo otro día. Mañana estaré lejos

-¿ De qué tenemos que hablar? Ya lo sabemos todo. Nunca me opondré a que veas a la niña, pero nosotros no creo que vayamos a estar como antes.

- Pero ¿ por qué ? Te has cerrado en banda por algo que no provoqué y ni siquiera me has escuchado.  No he podido hablar contigo porque el teléfono no lo coges ¿ Qué más quieres que haga?

- Nada, no quiero que hagas nada, porque no hay nada que hacer

- ¿ Me has querido alguna vez? ¿ Sigues enamorada de William? ¿ Es eso ?

Mirtha, sorprendida por las preguntas, guardó silencio porque no lo esperaba. Hacía un momento que ella  había pensado lo mismo,  y sabía de antemano la respuesta, pero su orgullo herido la impidió hablar francamente con él. Decirle que le amaba profundamente y que es cierto que estaba enamorada de él. Que William era un recuerdo, pero sólo eso. Que era él quien ocupaba su pensamiento y por eso estaba tan dolida y de ahí el rechazo.  Al no contestar, Alfred dió por contestada su pregunta, y todo lo que dijo fue:


- Está bien.  Esperaré a que lleguen tus padres y después desapareceré de tu vida. Hablaré con mi abogado para establecer las visitas a Keira. Cuando tenga la cabeza más despejada, y además ahora no tengo tiempo.  Será a mi regreso a Irlanda.  Ya tendrás noticias mías.

- ¿ Te vas?

- ¿ Qué es lo que imaginas? ¿ Piensas que tenemos una situación halagüeña para nosotros?  No quiero peleas, ni malas caras.  Te quiero demasiado para llegar a ser una de las parejas que terminan odiándose.  Antes de llegar a eso, prefiero el divorcio.

¡ Divorcio !  Había pronunciado la temida palabra. ¿Estaba yendo demasiado lejos?

Pero cuando quiso reaccionar, él había salido de la habitación.  Permanecía en el pasillo paseando arriba y abajo dando vueltas a la situación. Al aparecer los padres de Mirtha, se excusó con que tenía que marcharse ya que mañana mismo salía de viaje.  Sus suegros, sabían que además era un pretexto, por el gesto de su rostro, pero no podían hacer nada si ellos no llegaban a un acuerdo.  Entró de nuevo a la habitación junto con ellos.; quería despedirse al menos de su hija, pero la desilusión, la rabia que sentía eran superiores a él.  Tomó a la  niña en brazos y acercó su carita a la suya y así permaneció durante unos instantes, después se la entregó a su suegra y se acercó a la cama de Mirtha.  Sin palabras la besó en la boca mordiendo sus labios, sería su última caricia que con un significado de rabia interior que ambos percibieron.

Se despidió de sus suegros y echó una última mirada a Mirtha y a Keira; después salió. Esa fue su despedida.





El despertar - Capítulo 27 -Keira

Se encerró en la habitación y aunque aporreaba la puerta, Mirtha no abrió.  A través de ella se escuchaba su llanto, y Alfred desesperado, no sabía qué hacer, qué palabras expresar para que entendiera que él no había tenido nada que ver, y que no existía nada con la francesa, sino que había sido una argucia, hecha adrede de ella.  De nuevo la impotencia se adueñaba de él y con ello el mal humor y la furia, no por su mujer, sino por su compañera.  No sabía el tiempo que había pasado, cuando la puerta al fín se abrió.  Estaba sentado en el suelo junto a la habitación, y no se movería de allí hasta que pudiera explicarla lo sucedido.

Pero ella no quiso escuchar ni saber nada . Pasó delante de él que la retenía por un brazo para hacer que le mirara, pero la mirada de ella era tan fría, tan fulminante, que la dejó ir. Bajó lentamente la escalera y se metió en el salón pensando en cómo se había iniciado el día y que fatalmente estaba transcurriendo.  Intentó de nuevo acercarse a ella, pero se detuvo en seco, cuando la vio  con una maleta pequeña. ¿ Se iba? ¿ Adónde?  Nuevamente se encaminó hacia ella pidiéndole disculpas de algo que no era su culpa, pero no importaba : tenía que escucharle, aunque tenía sus dudas de que le creyera, pero al menos lo intentaría.

Pero no sacó nada en limpio ella se iba, y desde la puerta se volvió y le dijo:

- Cuando te marches echa la llave a la casa; no volveré por aquí



 Y dando un portazo cerró la puerta. A poco escuchó la puesta en marcha de un motor y el coche de Mirtha alejándose de allí. No tenía más que dos sitios a los que acudir: la casa de sus padres y la de Mildred.  Se inclinó por ésta última, ya que iba tan furiosa que no sabría cómo explicar lo sucedido. Pero él tendría que advertirles de lo que había ocurrido
.
Volvería  a Ginebra, no tenía objeto permanecer un día más.  Ni siquiera le había dado tiempo a entregar los regalos, olvidados con el ardoroso fragor del encuentro.

Marcó el número de sus suegros y lo más suavemente que pudo les contó algo de lo sucedido, y lo mismo hizo con Mildred, para que estuviera sobre aviso de que iría seguramente hasta su casa.  Puso los regalos encima de la mesa del recibidor indicando a quienes iban dirigidos. Pero en el de Mirtha escribió una corta nota en la que decía:

" No es así como lo imaginaba. No tienes razón, pero te lo explicaré algún día con calma.  Te compré este perfume en el aeropuerto, porque aunque no lo creas, me acuerdo de tí constantemente, y sólo espero que algún día te des cuenta de ello. Como te prometí, estaré en el parto y sólo espero tengas la deferencia de anunciar cuando esté la hora próxima.   Alfred ".

Después subió a la habitación se vistió y pidió un taxi por teléfono que le conduciría al aeropuerto y su regreso a Ginebra y posteriormente a Aketa si fuera necesario. Ahora no quería pensar en nada, no podía.

Al llegar fue directo hasta su apartamento.  Estaba cansado, agotado física y moralmente. Sacó una botella de coñac, y echó un poco en una copa,  Lo bebió de dos tragos; sólo quería dormir, dormir y olvidarse de todo.

Como Alfred imaginara, fue a casa de Mildred. Al verla, se echó a llorar abrazándose a ella.  Entrecortadamente la relató lo que había visto en televisión y provocó el disgusto enorme entre ellos.

- ¿ Qué te ha dicho ?

- ¿ Qué crees ? Que era mentira, que había sido ella.

- Y tú claro muy digna no le escuchaste ¿ te has parado a pensar que quizá sea verdad? ¿ Crees que hubiera venido para estar sólo dos días, muerto de cansancio pero deseando verte? ¿ Lo has pensado?  A veces actúas muy extrañamente. Y perdona, pero no puedo apoyarte en ésto sin haber escuchado lo que él tenía que decir

- O sea que la culpable he sido yo por no tragarme sus mentiras. Te recuerdo que tuvieron una relación de casi un año, y no de compañerismo, precisamente.

- ¿ Quién te lo dijo ? Él ¿ verdad ? Se podía haber callado, y sin embargo te contó todo. Llámale. Hazlo ahora mismo.  Toma -, y extendiendo el brazo, dejó frente a su amiga el aparato, pero Mirtha, se levantó y se marchó de la casa.

No le quedaba más que refugiarse en la de sus padres. Sentía que el corazón le saltaba fuera del pecho y que la costaba respirar.  Quería llorar y no podía. Entonces se dió cuenta de que todo eso repercutiría en su hija y mordiéndose los labios sacó su móvil y marcó el número de su marido. Pero Alfred entraba en el aeropuerto y lo tenía apagado.  Había conseguido el único billete disponible para Ginebra y en ese momento estaba pendiente de entrar al avión.

Ni por lo más remoto había imaginado algo como lo que había ocurrido, y sin embargo ahí estaba, esperando a despegar para echar hacia atrás el asiento y cerrar los ojos.  La cabeza le estallaba de dolor. Tenía un nudo en la garganta y unas ganas terribles de gritar. No deseaba siquiera recordar su rostro. Todo había sido tan surrealista que le costaba trabajo entenderlo.  Y maldijo el momento en que se le ocurrió encender el televisor y ver aquella escena que no olvidaría nunca.

Sus amigos se extrañaron de su pronto regreso,  dando una explicación de poca credibilidad, pero le importaba un pepino que se la creyeran o no.  Se dió una ducha y se metió en la cama. Sería difícil volver a Dublín.

Había creído que Mirtha se había recuperado de su depresión, pero posiblemente se reprodujera con su estado y con su ausencia.  Se volvió a creer que estaba sola, y de nuevo el pensar en William estuviera en su cabeza más de lo necesario.  No sentía celos, sino una rabia e impotencia que necesitaba descargar contra alguien, porque no encontraba explicación para lo ocurrido.

Y no volvieron a comunicarse. Alfred partió a la semana siguiente hacia Uganda, pero cada día procuraba hablar con los padres de Mirtha o con Mildred .  El trabajo y las preocupaciones le tenían agotado.  Muchas veces cogía el teléfono y buscaba el número de su mujer, pero al final no lo marcaba.

Supo por sus suegros que salía de cuentas en un par de días y que posiblemente tuvieran que provocarle el parto.  De inmediato se puso en contacto con el ginecólogo que le dió toda clase de explicaciones

- Tiene  el tamaño requerido, y aunque  el peso es un poco  más bajo de lo debido, la niña no va a engordar más. Así que creo que lo mejor es provocar el parto y que fuera, alcance el peso en unos pocos días.  Es innecesario que la madre esté pasándolo mal.  Las dos están perfectamente. Ella me dará la contestación hoy mismo.

-  Si decide dar a luz por parto provocado ¿ cuándo sería ?


- A partir de hoy en cinco días. Más que nada, para que te dé. tiempo a estar con ella en ese momento.

- De acuerdo, te volveré a llamar para que me lo digas con certeza, dado que me desplazo desde un lugar muy lejano.

- De acuerdo.  En eso quedamos.

Al colgar le invadió una infinita tristeza; hubiera deseado que fuera ella quién se lo anunciara, pero no había modo de hacerlo. Cada vez que marcaba, un contestador le decía que ese número no existía, señal de que el móvil o lo había tirado o deshabilitado. Mucho se temía, que pasado un tiempo tendrían que hablar seriamente de esta circunstancia.  Habló con sus suegros, y comenzó a programar su viaje a Dublín, pero esta vez, aunque iba por un lado contento por conocer a su hija, por otro estaba infinitamente triste por la situación con Mirtha. 

Y de nuevo en un avión que le llevaría de regreso a casa. Su hija nacería al cabo de dos días después de su llegada.  Intentó ponerse al habla nuevamente con su mujer, pero no lo consiguió.  Quedó de acuerdo con su suegro para entrevistarse; le contaría la verdad de lo ocurrido y de la tozudez de ella. Al menos sabría cuál era su estado.

Mirtha lloraba no de susto, ni de dolor, sino de tristeza. Miraba las luces del techo mientras en la camilla era trasladada al paritorio. Su madre iba a su lado, pero a quién verdaderamente echaba de menos era a él, a su marido.  La había prometido que estaría a su lado, pero sabía que su trabajo era más importante para él que su mujer y su hija. No le llamaría para anunciarle que había nacido.  Estaba claro que no quería saber nada.

 La estaban preparando, cuando de pronto se abrió la puerta y Alfred estaba junto a ella. Tenía vuelta la cabeza hacia un lado mientras la terminaban de preparar.  Dos gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas.  Sintió una mano que acariciaba su mejilla y hacía que volviera la cara hacia él. Allí estaba, a su lado, fiel a su promesa.  El labio inferior le temblaba lo mismo que a un niño pequeño.  Alfred se inclinó hacia ella y la besó para calmarla.

- Tranquila yo estoy contigo.  Te lo prometí.  Y ahora vamos a traer al mundo a nuestra pequeña, a nuestra Keira.  Enseguida estará con nosotros.  Eres una mujer fuerte, así que haz todo lo que el doctor te indique. No me moveré de tu lado.

sábado, 19 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 26 - Las noticias

Lo organizó todo para salir el mismo viernes y regresar el domingo.  Estaba ansioso por volver al lado de su mujer.  Sabía que estaba, junto con Mildred, en su casa.  A diario contactaba con sus suegros y por ellos sabía que estaba constantemente acompañada por ella y que nunca la dejaba sola.  Impaciente por regresar, se encontraba en el aeropuerto con mucho tiempo de antelación, pero sus nervios no le permitían permanecer en el apartamento en el que vivía.  Se despidió del equipo después de controlar el trabajo, que continuaba con la organización del viaje a Uganda, aunque no supieran la fecha de partida.  Mirielle le miró detenidamente y con sorna le dijo:

- Esta vez sí que te han pillado bien. Nunca hubieras hecho un viaje tan largo y tan rápidamente organizado para acudir al lado de una persona.


- Mirielle- dijo con calma - Es curioso...  Esa persona es mi mujer y va a darme un hijo. ¿ Crees que no merece este viaje ?  Adiós Mirielle: diviértete.

Recorría las tiendas del aeropuerto, se sentaba en las cafeterías, no sabía qué hacer para que el tiempo se acortase. ¿ Cómo no se le había ocurrido antes?  Tenía que comprarle un regalo, y a Mildred también.  Miró alrededor buscando alguna tienda : relojes, chocolates, bebidas, perfumes... ¿ Qué elegir?  Para su mujer eligió un perfume, para Mildred bombones y lo mismo para su suegra. Para el padre de Mirtha un reloj.¡ No podía vivir en Suiza y no llevarle un reloj!  Sonrió; todo era muy turístico, pero no había tenido tiempo de ir de tiendas, así que debía conformarse con el "duty free" del aeropuerto.  Estaba seguro que a Mirtha le encantaría el perfume.

Y al fin, se vió sentado en el asiento del avión.  Aún le quedaban casi cuatro horas de viaje hasta llegar a Dublín y después encontrar un taxi que le llevara hasta su casa, en la que estaba Mildred, por tanto aquella noche iba a ser un poco complicada para tener un encuentro con su mujer, porque posiblemente dormirían juntas ambas amigas, pensó dubitativamente.

- Debí anunciarlo. Pero quizás la impaciencia la pusiera nerviosa, en fin, cuando llegue ya veremos.  Tendré calma  un día más.  Lo importante es que ella estén bien.

Era de madrugada cuando llegó a Dublín.  Entró en su casa sigilosamente. Contempló aquellas paredes  con emoción, a pocos pasos estaba ella, dormida, ignorando que estaba en el piso de abajo.  Se descalzó para no hacer ruido y se dirigió hacia la habitación.  Por debajo de la puerta salía una tenue luz, y es que dejaban la luz baja encendida por si tuviera que levantarse.  Abrió la puerta despacio pensando que Mildred ocuparía la cama de al lado, pero estaba vacía.  Sólo Mirtha ocupaba esa habitación que semisentada entre almohadones,  dormía plácidamente ignorando su viaje. Algo que sus suegros sabían porque él se lo anunció, y dedujo que Mildred fue  avisada por ellos y ese era el motivo de que durmiera en la habitación contigua.


Se metió en la cama sigilosamente, para que ella no se despertara, pero se entretuvo en recorrer su figura con la mirada. Parecía mentira que en apenas unos días, su vientre apareciera más abultado. Sentía la tentación de acariciarla, de besarla y decirle cuánto la amaba y lo bella que la encontraba.  Comprendía, por saberlo, los cambios tan brutales que una mujer sufre en este estado, y la admiración por ella subió varios enteros. Recordó las palabras de Mirielle y se repitió mentalmente:  " si muy pillado, como debe ser".

Puso suavemente su mano sobre su vientre que permanecía arropado , no quería despertarla. Y poco a poco sus ojos se fueron entornando por el cansancio y las emociones.

De repente, un sobresalto de Mirtha le despertó.  Ella con los ojos muy abiertos, sin poder creerse lo que veía, se abalanzó de golpe riendo y llorando a un mismo tiempo. ¿ Cómo era posible? ¡ Estaba allí, junto a ella!  Ambos se fundieron en un mismo abrazo.  Los besos, los abrazos, las palabras tiernas se sucedían entre ambos esposos brotando a borbotones de sus labios:

- ¿ Cuándo has llegado?  ¿ Por qué no me has despertado ?

- Llegué de madrugada, y estabas tan dormida y relajada, que no quise despertarte.  Pensé venir a pasar el fin de semana. Regreso mañana a mediodía. 

- O sea, que no has vuelto para quedarte

- Lo siento mi amor. La semana próxima salimos para Uganda.  No sé cuando volveremos

- ¿ Y el parto?

-Para cuando eso ocurra, estaré a tu lado.  Haré lo que sea, pero estaré contigo.

- No me mientas, Alfred.  Sé que las órdenes no las das tú, y por mucho que lo desees sé que no podrás estar.

Mirtha haciendo un esfuerzo, se deshizo de los brazos de su marido y salió de la cama.  Su cara no dejaba lugar a dudas de que estaba enfadada. No era un simple capricho de niña mimada, sino era sobre el nacimiento de su hija y posiblemente estaría sola.  Le parecía injusto; no tenía con quién desahogarse y lo hizo con él.

La abrazó y trató de solucionar el problema y como no podía ser de otra forma, lo consiguió.  Se unieron ¡como no!  Hacía días que estaban separados.  Era una pareja joven, llenos de vitalidad, se amaban y tardarían en volver a verse. Nada impedía  volver a ser el matrimonio explosivo en que se convertían cada vez que estaban juntos.



Mildred, enterada por el padre de su amiga de los proyectos de Alfred, discretamente y sin desvelar su secreto, mientras Mirtha se iba a la cama, fingió estar interesada en una novela y permaneció en la sala durante bastente tiempo, hasta que comprendió que estaría dormida. Ocuparía el cuarto de invitados.  Dejaría que, a la llegada de Alfred volvieran a ser un matrimonio que se amaba y que vivían separados.  Sonrió al pensarlo y no se marchó a su casa en ese momento, para no dejarla sola hasta que él llegara.  Preparaba el desayuno, cuando ambos cogidos por la cintura, aparecieron en la cocina.  En sus caras se veía la felicidad que sentían por estar juntos; no querían pensar que al cabo de unas horas volverían a estar cada uno alejado del otro, pero al menos, ahora, allí estaban, abrazados.

- Hasta mañana.  Sed formales

 .Así se despidió Mildred de ellos, cuando les dejó a solas dirigiéndose a su casa.  Volvería al día siguiente para seguir cuidando de quién consideraba como a una hermana:   Mirtha.

Después de comer, hicieron lo de siempre: tomaban un café, en este caso sólo Alfred, y recostada en el hombro de su marido, veían televisión, hasta que el sueño  hacía que guardara unos momentos de siesta que duraban un suspiro. 

 En la tele, mientras, daban un informativo.  Entre una de las noticias, daban el reportaje de la presentación del nuevo proyecto de la Organización Mundial de la Salud.

Al escuchar el enunciado, prestaron atención. Un salón hirviendo de periodistas, reflejaba el ambiente existente al presentar el nuevo medicamento que se pondría en el mercado en breves fechas. Salieron las imágenes del anuncio, y también de la recepción posterior. El equipo que lo había conseguido estaba eufórico, captando los rostros alegres de cada uno de sus componentes; los abrazos entre sí, pero se detuvieron en uno especialmente: una mujer y un hombre se besaban en la boca.

Mirtha no podía apartar los ojos de la pantalla:  había reconocido de quienes se trataba.  Alfred se quedó lívido.  No habría fuerza humana de hacerla comprender que había sido Mirielle quien le besará y que posteriormente tuvieron una sonora discusión por ello.  Se levantó de inmediato y apagó el televisor, mientras Mirtha  salía de   la habitación rápidamente.

El despertar - Capítulo 25 -Perdonar

El llanto arreciaba y la segunda llamada no acababa de llegar, lo que hacía que Mirtha incrementara su llanto y sus reproches.  Mildred no sabía qué hacer para calmarla, y optó por abrazarla para que supiera que contaba con ella,  y dejarla que se desahogara.

Cuando los nervios se aflojaron  trató de argumentar que lo sucedido era totalmente normal:

- ¿ Te imaginas el acoso de la prensa, de la televisión?  Y a todo ello, tener que presentar el protocolo ante los sesudos dirigentes de la Organización y esperar que el visto bueno estuviera conforme.  No querría estar en la piel de ellos. Y si no lo ves así es que no tienes ni idea del trabajo tan importante que desarrolla tu marido

- ¿ Crees que no lo sé ?  Le admiro por ello como nadie se imagina.  Me siento insignificante a su lado, y por eso es que tengo tanto miedo. Está la francesa y es extraordinariamente inteligente, y además es preciosa y trabaja con él codo con codo.  Y mírame a mi: gorda, vomitando cada dos por tres, hambrienta siempre, y siempre con ardores de estómago.  Voy vestida como un saco y a menudo depresiva. ¿ En serio crees que le atraigo?  Ahora está respirando aire fresco; recordando su etapa de soltero, sin nadie que le controle, ni tener que dar explicaciones.

- Todo eso no te lo puedes creer. ¿ Te ves inferior?  Eres guapísima, inteligente, cariñosa, fiel en extremo, y además tienes tu cultura. Él está feliz contigo y con ese hijo que viene. ¿ Qué le obligó a casarse contigo?  Nada,  y sin embargo lo hizo. ¡Vamos, no seas chiquilla! Te adora y estoy segura que daría cualquier cosa por estar aquí, lejos de todo ese barullo.  Esta tensión no le hace bien a la pequeña, así que anda cálmate, y hagamos algo para distraernos. Tienes que desechar ese complejo de inferioridad que sientes, porque no tienes motivo alguno, y te torturas inútilmente

De nuevo el teléfono sonó y atendió la llamada Mildred, ya que Mirtha había salido al  jardín, dando vueltas como gato encerrado para tratar de serenarse.

-¿ Alfred? Aguarda un momento, voy a buscarla

- Espera, espera ¿ Qué la pasa? Me tiene preocupado, y encima yo... nervioso por todo este barullo la he dejado con la palabra en la boca.

- No te preocupes, son cosas del embarazo.  Te echa de menos, eso es todo.  Ella y la niña están perfectamente, pero le faltas tú. Voy a buscarla

Salió en busca de Mirtha, que apresuradamente tomó el teléfono:


- ¿ Te pasa algo ? - le dijo con un nudo en la garganta

- No, cariño. Estoy bien, no me pasa nada. Sólo quiero pedirte perdón por haber colgado el teléfono.  He pasado un día con muchos nervios. La prensa, la televisión, todos a un tiempo haciendo preguntas. No estoy acostumbrado a ésto. ¿ Puedes creerme que echo de menos las urgencias del hospital?

- ¿ De verdad?- le respondió ella secando las últimas lágrimas

- Si, amor.  Estoy deseando que todo termine y volver a mi trabajo normal del día a día; a mis ensayos, sin prisas ni apremios porque haya un virus por ahí desatado que mata gente.  Es muy estresante.  Estoy pensando en dejarlo y volver a ejercer como médico.

- No lo hagas.  Tienes un talento innato; te gusta y además acabáis de obtener un triunfo.  No siempre va a ser igual.  ¿Cuando regresas ? Tengo muchas ganas de verte.,

- Yo también, mi amor, pero...  No podré ir a buscarte aún. Iremos en unos pocos días hasta una aldea, en Uganda, para ver las condiciones en que se encuentran,  y si podemos aplicar la vacuna de inmediato.  Las autoridades ugandesas están muy preocupadas y han pedido ayuda a la OMS, porque se extiende rápidamente.

- ¡Oh Alfred !

- Lo sé, lo sé. Pero he de ir. No dormiría tranquilo si declinase  mi responsabilidad.  Pero no hablemos ahora de trabajo, sino de nosotros. ¿ Cómo estás, y la pequeña?

- Todo bien, normal ¿ Estarás  aquí para el parto?

- Cielo aún queda mucho.  Y claro que estaré. Aunque estuviera aún en Uganda, no me perdería el nacimiento de mi hija, puedes estar segura.  Pero regresaremos antes de eso, estate tranquila

-¿ Podré hablar contigo cuando estéis en África ?

- Pienso que sí, pero no lo sé fijo hasta que no lleguemos

- ¿ Quienes vais?

- El equipo al completo

Eso incluía a Mirielle.  Guardó un instante de silencio, pero el suficiente para que Alfred se diera cuenta de ello.
- Eh, eh.  No estarás preocupada por eso  ¿ no ?  No hay nadie en este mundo que ocupe el sitio que te has ganado: mi esposa y madre de mis hijos. No puedo estar más orgulloso y contento de ello. No mi amor, no te comas la cabeza. Mirielle no me interesa en absoluto.  Eso pasó en una época muy determinada, y hace mucho tiempo. Te querré toda mi vida, Mirtha.  Te quiero, mi vida

- Lo sé, pero estoy tan horrible, que...

-¿ Horrible?  Eres la mujer más bella del mundo, precisamente ahora. ¿ Sabes lo que significa ser madre? Yo casi no conocí a la mía, ni a mi padre tampoco, muertos en un accidente prematuramente.  Les echo de menos cada día.  Imagino sus caras  si supieran que serán abuelos.  Esos sentimientos, cariño, no hay aventura que lo pueda sustituir.  No pienses en ello.  Que nada te atormente porque contigo lo tengo todo;  eres el hogar, mi refugio, mi descanso.

- Alfred, vas a hacerme llorar. ¿ Tan importante soy para tí ?

- ¿ Lo dudas ?  Te lo he dicho siempre.

Y así siguieron echándose piropos el uno al otro, ya olvidada la discusión de hacía un rato.  De ella no quedaba ni rastro, sólo el amor que cada uno de ellos sentía, borrándose de golpe la silueta armoniosa de la francesa.  Su marido le había dicho cosas tan hermosas, que su moral, normalmente bastante baja, había crecido mucho, pero al mismo tiempo lamentaba que siguiera separada de él no sabía cuánto tiempo.  Le necesitaba a su lado permanentemente.

Alfred organizó todo para, al menos pasar junto a ella el fin de semana, aunque sólo fueran unas horas.  Ambos necesitaban estar juntos, y posiblemente ella más que él.  No la dijo nada por si acaso lo ideado no lo pudiera realizar:  sería una sorpresa.

viernes, 18 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 24 - El peso de la soledad

A pesar de haber pasado unas horas solamente, echaba de menos a su marido y sólo de pensar que tardaría una semana en verle, la ponía del mal humor.  Pero ese era el trabajo de él, y eso ya lo sabía al casarse. Además se trataba de salvar vidas; la suya no corría peligro,, estaba a salvo, pero en algún lugar lejano del planeta, habrán mujeres, niños y hombres que podrían perder la vida con alguna enfermedad de la que podían librarse con esa vacuna.  Eso la reconfortaba, pero le seguía echando de menos.

Decidió comprar unas flores e ir al cementerio y depositarlas en la tumba de William, y después se reuniría con Mildred.  Y estarían en la casa de la que se enamoró nada más verla, y de la que no había disfrutado casi nada.  Aunque viera a sus padres todos los días, deseaba disfrutar de ella lo máximo posible.  Pero no pudo  dormir en ella, ya que ellos estaban pendientes debido a su estado, y Alfred se lo había encargado.

A su regreso del cementerio, pasó a recoger a Mildred; ambas pasarían el día entero en la mansión victoriana de Mirtha; tenían muchas cosas que contarse, y en definitiva  no estaría sola.  Convenció a sus padres que estaría acompañada, y por tanto pasarían esos días en su casa.

- No preocuparos - dijo a sus progenitores antes de salir- Estaré con Mildred. Si ocurre algo imprevisto, seréis los primeros en ser avisados.

A regañadientes, aceptaron, porque vieron que tenía razón.  Mildred la cuidaría bien, y comprendieron que ambas amigas necesitaban estar a solas para charlar de sus cosas.  Y hablaron hasta bien entrada la madrugada. Le extrañaba, que, a pesar de ser tan tarde, no recibiera en todo el día la llamada de Alfred.  Pensó que el trabajo se lo habría impedido, dado que estaban dando los últimos toques antes de presentarlo al comité central de la Organización.

Le imaginaba nervioso ante ese proyecto que durante tanto tiempo le había traído de cabeza. Todo ello lo pensaba después de desear las buenas noches a su amiga, que dormía en una habitación contigua a la suya.  La pérdida de sueño para ella, era una continua batalla contra los pensamientos que llegaban hasta su cabeza, ideando mil circunstancias.  Era algo que, sin querer, había adquirido desde la muerte de William.  Luchaba contra el pesimismo, pero difícilmente podía derrotarlo.

En esa mañana había estado en el cementerio, y aún permanecía viva en su recuerdo la sonrisa franca de Willy.  Era distinto al recuerdo de Alfred; pensaba en él casi constantemente, deseaba estar junto a él, volverle a ver pronto.  Le necesitaba. Necesitaba ese abrazo fuerte y sincero cada vez que llegaba a casa, el beso que la daba cuando se veían.

 La ausencia de llamada en el día de hoy, la tenía intranquila sin poder evitarlo.  Le había quedado la secuela del accidente de William y cualquier retraso  pensaba que se debería a alguna noticia mala como aquella.  No podía dormirse; daba muchas vueltas en la cama. Se levantó y fue a ver si Mildred estaba bien, como una excusa, porque si así no fuera, conversar con ella, pero no. Se fijaba en el rostro de su amiga y en la placidez de su sueño.  Ella lo había perdido hacía algo más de año y medio. Cada vez que pasada una hora determinada, y el teléfono sonaba, para ella era un mal presagio.  Antes siempre pensaba que era una equivocación, sin embargo ahora se había convertido en un aviso de accidente... de algo malo.

Y poco a poco, sin conciliar el sueño, vió las luces de un nuevo día.   Era muy temprano, pero necesitaba salir de la cama, no resistía más.  Se vistió y bajó hasta el jardín: necesitaba respirar la suave brisa de la mañana.  Miró hacia el cielo y pensó que haría un buen día, probablemente  excelente para ir de excursión si acaso recibiera la llamada de Alfred.  Sin ella no se movería de casa, aunque llevase consigo el móvil.

Reinaba en la casa un absoluto silencio, y decidió encender la televisión, aunque era una hora muy temprana.  El sonido casi ni se escuchaba: no quería despertar a Mildred. Sin prestar demasiada atención debido a la preocupación que sentía, se fijaba en la pantalla, pero en realidad no veía  nada. Hasta que una imagen la volvió de su aislamiento e hizo que subiera el volumen

Estaban hablando de la OMS, y le dió un vuelco el corazón y rápidamente prestó atención a lo que el presentador comunicaba.  El volúmen era alto, pero no la importó.  Se sentó frente a la pantalla como para verlo todo mejor y con más detalle.  El edificio de la organización, ocupaba un primer plano, y a renglón seguido unos hombres con bata blanca y una mujer con el mismo atuendo, abrazándose unos a otros.  Se fijó más. La alegría que demostraban era, sin duda, producida por el éxito de su trabajo. Todo había salido bien.

Se llevó las manos a la boca para no gritar de alegría, cuando se frenó en seco.  En la imagen destacaba  un rostro:  Alfred, sonriendo y tirando de la mano de Mirielle para que estuviera junto a él.  No tendría mayor importancia, si no fuera por la actitud de él y la cariñosa mirada de ella. Los fotógrafos disparaban los flashes y las cámaras de televisión inmortalizaban el momento.

Tenía sentimientos encontrados; por un lado justificaba la actitud de su marido.  Era normal que celebraran si su trabajo había sido reconocido, como así parecía.  Pero también la hubiera gustado que él se acordara de su mujer y la hubiera dedicado un segundo en una llamada para anunciarlo.  Sin embargo no había ocurrido, y eso la dolió. Esas imágenes habían sido grabadas de madrugada, pero ya era la plena mañana y seguía sin llamarla.

-Estará durmiendo - se dijo- Seguro que ha sido una noche de muchos nervios y estará cansado.

Pensó en hacerlo ella, pero no quiso después de haber visto la escena de la televisión.  En realidad  ¿qué había visto?  Probablemente sólo la alegría de unos compañeros que se saben benefactores de las personas que combatirán con su vacuna, la enfermedad que les diezma.

Cuando Mildred bajó para reunirse con ella, la encontró baja de moral. Pensó que sería por la ausencia de su marido, pero mientras desayunaban, Mirtha le comentó lo que había visto por casualidad y no por boca de él.

- No te disgustes, es normal. ¿ Imaginas la cantidad de entrevistas que a estas horas estarán dando.  Amén de conferencias ante la dirección de la OMS y de sus propios jefes más directos.  O simplemente está agotado.  ¿ Crees que, en estos momentos él no se cuerda de ti?  No seas tonta, Seguro que ocupas todos sus pensamientos.  Dale un respiro.

- No le conoces como yo .Debió encontrar un hueco para llamarme.  Lo sé.  No me valen las excusas que estás dando. Yo también soy la sacrificada aunque no trabaje en el laboratorio.  Debió llamarme, además, sabe la alegría que me daría. No, no hay excusa Mildred, no la hay.  Está esa odiosa mujer...

- ¡ Vaya ! esto si que es bueno ¿ Tienes celos de ella?  Pues haces mal. Tu marido está muy pillado contigo: tú misma lo has dicho.

- No quiero seguir hablando más sobre este tema. Yo no le llamaré, de eso estoy segura. Así que...


- ¡ Por Dios Mirtha !  Él está loco por tí. No todos los hombres caen en manos de una lagartona. Él está muy enamorado de tí. No pienses eso..

- Está bien, pero yo no voy a llamarle.

Y no lo hizo. El teléfono sonó hacia el mediodía.  Un eufórico Alfred, narraba a su mujer el éxito obtenido y la aprobación del medicamento por la Organización Mundial de la Salud. Pero el trámite no terminaba ahí. Ahora venía la comercialización y los ensayos en humanos y para ello había que trasladarse al lugar origen de la epidemia.  Pero todo habría que ir paso por paso.  De repente se cayó, al no escuchar de parte de su mujer ninguna reflexión o signo de que estaba contenta

- ¿ Te encuentras bien?

- Si, si. Claro ¿ Por qué voy a encontrarme mal? Quitando que no he dormido en toda la noche angustiada, esperando tu llamada, que por cierto no hiciste. Que no tuviste ni un minuto para decirme el éxito que habéis tenido, y que he tenido que enterarme por televisión... Todo bien

- ¡ Vamos cariño ! ¿ Ahora me vienes con eso? Ha sido algo de locos: la prensa, las televisiones, la Organización... Todo. ¿ Crees que no me he acordado de tí? ¿ Es eso? Pues no te has ido de mi cabeza ni un sólo instante.  Hubiera dado cualquier cosa por tenerte allí.

-Supongo que en el abrazo que os dísteis pensaste que me lo dabas a mi ¿ no ?

- ¡ Por Dios Mirtha !  Era el triunfo de todo un equipo.  Nos abrazamos todos. No pienso discutir esto por teléfono.  Lamento que pienses eso y que tengas tan poca confianza en mí. Seguiremos charlando en otro momento.

- Lo siento...

Pero no la dió tiempo a terminar la frase: Alfred había cortado la comunicación, algo que la hizo enfurecerse más. Lloraba, y por mucho que Mildred hacía por consolarla, no lo terminaba de conseguir.  La breve conversación entre los esposos había terminado en bronca y de mala manera.
.