martes, 31 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo -Capítulo 10 - Febrícula

    Rose hacía poco que acababa de llegar a su casa al dejar a Rosaleen en el colegio. Después de charlar por unos instantes con Margaret, subió a la habitación en donde Dylan dormía plácidamente.Bajó de nuevo a la cocina y se sentó a tomar un vaso de zumo de naranja que le apetecía especialmente. Hojeaba el periódico, cuando oyó el tintineo de las llaves al abrirse la puerta de entrada.  Extrañada levantó la vista hasta el reloj de cocina y comprobó que no era hora para que Paul estuviera en casa.  Alarmada salió a su encuentro con cara de preocupación ¿ Qué ocurría ?

- ¡ Paul ! ¿Cómo tú a estas horas ?

- No me encuentro bien, cariño.  No es nada.  Hay epidemia de gripe, y el hospital es el sitio  indicado para contagiarse. Estoy bien, pero no te acerques a mi.  Podría contagiarte y están los niños

- Lo siento amor, pero ¡ claro que me acercaré a tí  ¡ Faltaría más !  He de cuidarte y va a ser ahora mismo, desde ya. Y no admito discusiones. Trataré de no acercarme a los niños, pero a tí...  ¡ya lo creo !

La abrazó por los hombros sonriendo y a pequeños empujoncitos, le encaminó hacia el dormitorio.  Estaba hirviendo de fiebre y tiritaba señal de que le subía rápidamente.  Trató de calmarse para no preocuparle, y cuando estuvo en la cama, se dirigió a la biblioteca y contacto con el hospital

- Por favor ¿ puede pasarme con el doctor Griffith ?  Dígale que soy la esposa del doctor Limerick

- Oh señora, ¿cómo está ? Se ha marchado de aquí con bastante fiebre.

- Por eso llamo; ya está en casa pero tiene temperatura muy alta y quiero hablar con el doctor para informarme de lo que puede tomar

- Enseguida la paso. Que se mejore señora, un saludo

- Dime Rose. Tienes un marido muy cabezota.  Lleva varios días y no ha habido forma de que se marchara a casa, hasta hoy en que ha intervenido el director.

- Tiene fiebre muy alta y no sé qué darle aparte de la consabida  bolsa de hielo

- Toma nota de este medicamento.  Le bajará enseguida. Lo paso directamente a su receta. No tendrás impedimento. Y tú cuídate también y cuidado con los pequeños.

- Gracias Robert

    Rose subió refunfuñando hasta la habitación, después de que Margaret se dirigiera a la farmacia. Al entrar se acercó a la cabecera y puso su mano en la frente de Paul que respiraba aceleradamente. Calculó que debía estar en 40 grados de temperatura.  Siempre le había asustado la fiebre tan alta y se puso nerviosa.  Empapó unas toalla en agua fria y la puso en su frente.  Tenía un nudo en la garganta de preocupación y miedo. Nunca había estado enfermo y ésto la preocupaba tremendamente; no quería verle así, no lo soportaría si le ocurriera algo malo.  En cuanto Margaret llegó con el medicamento, se lo administró de inmediato, y se sentó a la cabecera de su cama a esperar que la fiebre cediera.  Tendría el menor contacto con los niños, siendo Margaret la que se encargase de su cuidado  hasta que Paul mejorase.

No se separó de su cabecera y debido a la penumbra de la habitación, a ratos se quedaba dormida.  En uno de esos ratos se despertó sobresaltada:  Paul gemía y extendía sus brazos  hacia adelante, como queriendo agarrar algo inexistente, pero sus ojos estaban desorbitados por el miedo. Ella asustada, se levantó rápidamente  y besaba su cara tratando de calmarle.  Él la miraba con los ojos muy abiertos y cara de angustia, pero no la veía; tenía la mirada fija en su rostro, pero creía que no la miraba a ella.   Hablaba con alguien, pero no se le entendía lo que decía.Unas gruesas lágrimas se deslizaron por el rostro de él y ella se abrazó a su cuello llamándole.

Paul no respondía. Tan pronto la llamaba, como sonreía: estaba delirando.  Había veces que sus recuerdos debían ser agradables porque reía a carcajadas. Otras la nombraba insistentemente, y a su hija.  O  se quedaba fijo en un punto con los ojos muy abiertos y agitando las manos en el vacío.  Rose reclinaba la cabeza en su pecho acariciando su cara y le llamaba bajito.  Nunca le había visto de esa forma y estaba asustada, muy asustada.  La fiebre alta le daba miedo; cuando era niña y enfermaba, recordó que su madre  la amenazaba con las medicinas diciéndole que si no se tomaba  el piramidón nunca se pondría buena y sufriría de esas pesadillas siempre.

 Y le daba miedo, muchísimo miedo.  Y en esos momentos supo lo importante que él era en su vida, lo que le necesitaba, que sin él,  ella estaría perdida. Y pensó en sus hijos los mimos que él les daba, lo buen padre que era y lo cariñoso con ella. Volvió a mojar las compresas en agua de hielo, pero no cedía.

- Robert no sé como bajarle la fiebre - le llamaba angustiosa

- No te alarmes, da tiempo al tiempo. Verás que dentro de poco comienza a ceder. Es una gripe agresiva la de este año, y dura de pelar, pero aparte de las molestias que produce, no es peligrosa.

- Pero delira. Deben ser cosas horribles porque hasta llora

- ¡ Claro mujer!  Todas las pesadillas son horribles, porque las produce la fiebre.  Verás que en cuanto ceda, se calmará.  Tranquilízate.  En cuanto pueda iré a verle o enviaré a algún compañero que lo haga.  Estamos hasta arriba de pacientes con el mismo problema.  Urgencias está desbordada.  Tú también deberías cuidarte, y sobre todo al chiquitín ni arrimarle a vosotros.  Es demasiado pequeño. Y tranquilízate.  Es muy pronto, ha de tomarse varias pastillas para que comience a ceder.

Algo más aliviada, reclinó la espalda en el respaldo del sillón, y dió rienda suelta a su angustia llorando quedamente pronunciando su nombre. Le quería sin medida y el verle postrado en la cama, él, que era fuerte y seguro como un roble, la angustia que le producía no lo soportaba.  No quería verle así, prefería ser ella mil veces y no él.

Recordó el nacimiento de su hijo; lo emocionado y orgulloso que se sentía, besándola  mientras la daba las gracias por ese otro hijo dado a luz. La quería, se lo repetía una y mil veces.  Fue un instante maravilloso, nada que ver con el rato que ahora estaban pasando.  La prometió que tendrían tres hijos: dos ya habían llegado al mundo: Rosaleen y Dylan.  Aún quedaba un tercero.

-Deseo tenerlo, amor mio.  Todos los que quieras, pero ponte bueno, por favor.  Estoy aterrada; tengo mucho miedo.  Mejórate cariño, aunque sea un poquito.

 Y Paul, seguía en ese sueño intranquilo que se tiene con febrícula, sin responder a sus peticiones.  Ni siquiera sabía si él sentía el calor de su mano que no soltaba en ningún momento.


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lunes, 30 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 9 - Terrores nocturnos

Mientras su hija jugaba en el parque con sus amiguitos, Paul pensaba en cómo había cambiado la vida, en muchos aspectos.  Había sido una enseñanza de la Naturaleza para darnos a entender que no lo estábamos haciendo bien y que ella estaba muy enfadada con el ser humano. El hombre había recibido cosas maravillosas para su disfrute, pero se había dedicado a destruir en lugar de crear, o cuanto menos conservar para las generaciones venideras.  Pero cada una de ella que llegaba era más destructora que la anterior, con la excusa del progreso.  Pero la Madre Tierra se había cansado de ser benevolente y había plantado cara al homo sapiens, demostrando que quien mandaba era Ella, y que el ser humano era débil e insignificante cuando se traspasa los límites.  Era destructor con otras especies que conviven con él, que no era su dueño, sino su inquilino y debía conservar todo en buen estado para que los que les siguieran pudieran gozar  lo mismo que ellos lo habían hecho.

Desdobló el periódico y sin darse cuenta, fue a parar hasta la columna que  un editor daba con pelos y señales de los destrozos causados por el gran temporal, e inusitado temporal, que se había sufrido en la costa irlandesa, pero también en otras costas europeas.  Lo había vivido en el hospital; habían sido días de pesadilla, pero por un milagro, nadie había perecido y sólo heridas de más o menos consideración, pero todos se iban recuperando.

Vió llegar hasta él a Rose dando la mano a Rosaleen, y se detuvo durante unos instantes a contemplarlas. El embarazo de su mujer se había hecho más patente de unos días aquí, pero ella tenía la cara sonriente y feliz.  Llegaba riendo con su hija hacia él.  Por unos instantes se detuvo en su contemplación.  No quería ni pensar si les hubiera ocurrido algo malo. Afortunadamente no había sido así y todos componentes de su casa estaban sanos y salvos.  Ahora esperaban esperanzados la llegada del bebé.  Paul se reservaría las vacaciones para estar en casa junto a su familia cuando diera a luz.  Estaban muy ilusionados con la venida de ese otro hijo querido y deseado.

Al llegar Rose junto a él le besó, siendo correspondida. El matrimonio charlaba mientras la niña seguía jugando.  Acordaron comer fuera de casa y después regresar al hogar, para que Rose descansara un poco, ya que su estado le producía pesadez en las piernas e hinchazón, debiendo ponerlas en alto para descargarlas.  Por eso motivo, habían dejado de salir ellos solos, al menos una vez a la semana, como venían haciendo.  Se dedicaban, un día a ellos mismos, con el propósito de  disfrutar de su mutua compañía, simplemente.

- Cuando llegue el bebé, no estaremos tan libres - decía Rose a su marido

- Cierto, pero le tendremos aquí. Ya seremos cuatro para entonces. Tengo unas ganas tremendas de que llegue la hora, y a la vez me pongo nervioso

- Cariño, eres médico y además padre. Debes estar tranquilo, todo va bien y saldrá todo perfecto

Rose se acostó enseguida de cenar, estaba pesada y las piernas muy recargadas.  Se quedó dormida enseguida, ya que desde que estaba  embarazada siempre tenía sueño. La comentaban sus amigas que eso suele ser cuando es una niña, pero la ecografía había demostrado que era chico, con lo cual pensó que sería motivado por el embarazo, indistintamente si fuera niño o niña.

Al igual que con Rosaleen el parto fue normal tan sólo con los nervios y preocupación consabidos en todos los nacimientos.  Ya había pasado el susto y la preocupación por ello. Era el juguete de la casa, sobretodo de su hermana que a toda costa deseaba tenerle en  brazos.  Nada volvió a alterar sus vidas. Ellos estaban tan unidos como siempre.  Pero había algo que a Paul le intranquilizaba, sobretodo por las noches; no le dijo nada a Rose, pero llegó un momento en que confundía la realidad con algo que perturbaba su cabeza y le llenaba de angustia:  sufría de terrores nocturnos.  No sabía a qué se debían y pensó en consultar con algún psicólogo que le aclarara por qué de vez en cuando algo extraño perturbaba su sueño.  Eran persistentes, como si una premonición le avisara de algo que no terminaba de descifrar.  La mayoría de las veces, los olvidaba al despertarse, sin embargo otras, le duraban horas o incluso días.

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Autora: rosaf9494quer
Edición>Marzo de 2020
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domingo, 29 de marzo de 2020

El mismo mar.El mismo cielo - Capítulo 8 - Tormenta

El frío de la madrugada le había despertado. Entre sus manos, aún estaba el informe médico del paciente al que ese día debían comenzar a preparar para la intervención que le efectuaría.  No era una operación que presentase mucho riesgo, pero, por simple que fuera, siempre estaba nervioso hasta no comenzar a operar.  Podían presentarse mil complicaciones, y nunca se preveían. Junto a él, en el sofá estaban sus gafas. Un bostezo le terminó de despejar.  Miró en dirección a la ventana, se levantó y se dirigió hacia ella.  El cielo estaba claro y diáfano, aún con estrellas en el cielo

- ¡ Menos mal, ha dejado de llover! ¡ Qué lluvia !  El pavimento está seco, A no ser que haga aire... no es posible. Anoche cuando llegué, el suelo estaba mojado.  No lo entiendo.  En fin . Veremos como se presenta el día 

Giró la cabeza hacia la cama y vio que Rose estaba durmiendo tranquilamente y sus ojos estaban enmarcados por profundas ojeras de cansancio




- Hoy libra  Está muy cansada, pobre mía. Este embarazo no la está sentando nada bien. Si no fuera tan cabezota me haría caso de una vez.  No puede estar trabajando a estas alturas. Volveré a hablar con ella nuevamente. Si es necesario me pondré muy serio. ¡Mi segundo hijo ! Aún no me lo creo.  Ha de pedir la excedencia .

Y efectivamente ya iban por el segundo hijo y Rosaleen ejercía de cuidadora de su mamá .  Y tenían las dos,  largas charlas  referente al cuidado del bebe que nacería no tardando mucho.  Paul se dispuso a bajar hasta la cocina para desayunar y después acudir al hospital.  Tenía reunión con sus adjuntos para planificar la operación que realizarían en breve.

Todo estaba preparado en la sala de reuniones, y todos los componentes del equipo, al completo, sentados esperando que comenzasen las diapositivas de las pruebas realizadas al paciente del que iban a tratar.  Miró en dirección de la silla, ahora vacía, de Rose.  Era la única que faltaba del equipo, pero por fin había conseguido que pidiese la baja maternal.  Aún la quedaban tres meses para dar a luz, pero Paul la quería en casa, tranquila, con sus paseos matinales acostumbrados por la orilla de la playa, pero nada más.  Llevaban una vida tranquila, en el lugar que ellos habían elegido para vivir:  cerca del mar, en un lugar tranquilo con gentes sencillas. El entorno era maravilloso, aunque de vez en cuando se alteraba el mar surgiendo olas, no excesivamente grandes, pero algunas veces amenazadoras, así que se alejaban unos metros de la orilla para no correr riesgos.

La primavera lucía en todo su esplendor y el verdor de los prados rivalizaban con el de las hojas de los árboles que habían brotado nuevamente.  El aire se perfumaba con ese olor a ozono, mezclado con el de la hierba.  Los pájaros en el interior, y alguna gaviota que otra por mar adentro, eran todos los ruidos que perturbaban la quietud del entorno.

La operación salió bien, tal y como él esperaba. Una vez hablado con la familia y dado instrucciones para su vigilancia, se dirigió hacia su despacho: quería hablar con Rose siquiera por unos momentos. Y como siempre hacía la dio las explicaciones que ella escuchaba atenta.  De pronto una llamada en su busca.

- Tengo que dejarte, me llaman.  Nos vemos a la noche.  Te quiero

-Yo también te quiero

Es fue la última vez que hablaron. Bajó rápidamente pensando que podría tratarse de alguna complicación con la operación, pero no se trataba de eso, sino de una alerta meteorológica que se aproximaba y daban aviso para que estuvieran preparados.  Su primer pensamiento fue Rose y su hija; tenía que avisarles lo más urgentemente posible para que estuvieran preparadas.

Y así lo hizo.  Cuando pudo contactar con su casa no pudo hacerlo con ella. Margaret le informó que la habían avisado para que se incorporara a la parroquia del pueblo de inmediato

- Pero si está en excedencia

- Se lo comunicó a la persona que la avisó, pero dijo que todas las manos serían pocas, que siquiera para que atendiera a los niños debía acudir

- Está bien. Trataré de ponerme al habla con ella. No salgan de casa, bajo ningún concepto

- Descuide doctor, así lo haremos

    Pero no pudo hablar con ella. Todo eran preparativos en el hospital, y los nervios estaban a flor de piel.  El también, debía dar ejemplo al ser el jefe de equipo.  Una lluvia torrencial comenzó a caer. Era como si los cielos se hubieran abierto;  nunca había caído el diluvio que ahora tenían.  Cada vez estaba más nervioso pensando en Rose, sin siquiera haber podio hablar con ella.

Lo intentó en varias ocasiones, sin resultado.  Al cabo de tres horas, comenzaron a llegar personas accidentadas bien por la lluvia, o por otras incidencias relacionadas con ellas.   Dirigía a su equipo y todos se multiplicaban para atender a todas aquellas personas que les necesitasen.  Olvidó a Rose, pendiente como estaba de los heridos que iban llegando.

Era un sin cesar de gentes entrando en urgencias con fracturas, con ataques de ansiedad o de histeria.  Todos eran atendidos debidamente olvidándose de sus propios problemas.  La lluvia no disminuía y cada vez los teléfonos ardían con avisos de emergencia.  En un momento dado, él recordó a su mujer  ¿Cómo estaría? En su estado y con esa tensión, presentía que no muy bien.  En un momento libre trató de hablar con ella, pero las líneas estaban cortadas.  Trató de hacerlo por el móvil, pero no tenía cobertura, y tampoco lo logró ante la intranquilidad de Paul.

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Autora: rosaf9494querEdición>Marzo de 2020
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sábado, 28 de marzo de 2020

El mismo mar.El mismo cielo - Capítulo 7 - Las preguntas de Rosaleen

Y de nuevo, al día siguiente,  la misma rutina, los mismos lugares. Su vida había quedado centrada en una sola cosa, en una sola persona:  Margaret preparando el desayuno en la cocina y Rosaleen lista para acudir a la escuela .Paul tomó asiento al lado de su hija; intentaba tener una conversación alegre, despreocupada, por ella, pero no siempre lo conseguía.  Aún retenía en su memoria, el regusto del sueño tenido hacía apenas unos minutos antes de levantarse, y su recuerdo le acompañaría casi toda la mañana.  Tan sólo hacía olvidarse de ello, si su trabajo le retenía absorto en alguna operación que necesitase toda su concentración, y por un  milagro eso sucedía, y era su refugio para no pensar  en lo vivido por la noche.  Había escuchado siempre que los sueños duran segundos, pero los suyos eran  extraños y largos, muy largos, demasiado largos e inalcanzables.

Un día mientras iban en el coche hacia la escuela, la niña le hizo una pregunta que le dejó sin palabras.

- Papá, todas mis amigas son recogidas en el colegio por sus padres ¿ por qué sólo vas tú a buscarme?

- Cielo, ya hemos hablado de eso muchas veces. Vamos a buscarte  cuando nuestros trabajos nos lo permiten.  Mamá siempre te da un beso antes de irse, pero no siempre coincidimos los dos el mismo día.  Nuestro trabajo es muy sacrificado, ya lo sabes. Te lo hemos explicado muchas veces, pero no por eso dejamos de quererte mucho, mucho.  Eres nuestra niñita del alma. Si alguna vez, alguna compañera te dice algo al respecto, cuéntales que tus padres tienen un trabajo precioso, pero muy sacrificado.  Te prometo que cambiaré algún turno y estarás  con mamá, de modo que yo haga la guardia y ese día ella te acompañe ¿ De acuerdo ?

La niña movió su cabeza afirmativamente, dejando al padre intranquilo.  En algún momento tendría que contarle la verdad, pero no sabía cómo hacerlo, para que no sufriera por su ausencia. Las preguntas de su hija, siempre le dejaban triste y pensativo.  La quería ahorrar a como diera lugar el mal trago de decirla que su madre...  No, no, aún no; se negaba a ello y se daba cuenta, que debido a su edad Rosaleen lo olvidaría pronto.  Los niños tienen la maravillosa capacidad del olvido, de tomar las cosas con naturalidad. En principio lo echan de menos, pero al poco tiempo, lo asumen; al contrario que los adultos que llevan esa carga para el resto de sus días.

   Se pasó la mano por la cabeza para ahuyentar los pensamientos que aún retenía.  Padre e hija guardaron silencio.  Rosaleen canturreaba una canción, que, en ocasiones había escuchado en labios de Rose.  Tenía su vida completamente volcada en  su mujer; se obsesionaba demasiado, y es que se regodeaba en su propio dolor, porque todo ello le conducía a ver su cara, en una nebulosa, pero podía verla. Y hablaba con ella, pero no había respuestas.

Cuando a solas se quedaba en el dormitorio conyugal la contaba lo realizado en el trabajo, los deberes escolares que su hija había realizado con éxito. Y algunas veces se había ido a no se sabe que lugar y estaba a su lado, cogido de su mano,  contándola las incidencias habidas ora en el trabajo, ora en casa.  Terminaba riéndose, y hasta tenía la sensación que ella también lo hacía.  Eran felices, en esos momentos preciosos.  O cuando en el invierno se sentaban en la gruesa alfombra frente a la chimenea y observaban las figuras formadas por las llamas del fuego que ardía en ella, recostada la cabeza en su hombro, y él abrazándola, como para protegerla, sin hablar, sólo disfrutando de su presencia.

Rose era juguetona, y cuando Rosaleen no estaba, ella se escurría por la alfombra provocándole para que la hiciera el amor, allí mismo, al rescoldo de los troncos en la chimenea.  ¿ Cómo no aprovecharon esos momentos felices, irrecuperables a los que no les dieron importancia, porque esas demostraciones de amor eran comunes en ellos.  Y la hacía cosquillas y ella reía feliz, para al final besarla como un loco y ella correspondiendo a sus caricias. ¡ Eran tan felices !

No quería despertar nunca. Enlazar sus cuerpos,  siempre,  y así, juntos, amándose a cada instante, esperar la llegada de la vejez y juntos vivir ,y ver crecer a su hija. No su hija no, ¡ sus hijos ! porque tendrían al menos tres.    A veces se sorprendía él mismo sonriendo ante algún pensamiento agradable.  pero después llegaba la realidad, que se volvía oscura, negra, presente.

Aquel día, sin saber por qué ,al levantarse, se dirigió directamente a la ventana.  Normalmente lo primero que hacía era ir a la ducha no sin antes depositar un beso en la frente de su mujer.  Había llegado muy tarde a casa; había tenido guardia en el hospital.  llegó cansada y tras besar a su marido y relatar las incidencias habidas, se quedó dormida.  Paul la besó  suavemente y acarició su mejilla sonriendo.  El tomaría el relevo.  Las guardias estaban siendo complicadas debido al fuerte temporal que estaban sufriendo, por eso quiso comprobar si el cielo seguía gris, casi negro o por el contrario se había abierto una ligera mejoría en él.  No era así, seguía gris plomizo.  El parte meteorológico anunciaba fuertes lluvias y desbordamiento de ríos, a la vez que probablemente corrimiento de tierras.

- Todo un panorama - se dijo. - Suspiró profundamente y entró en el cuarto de baño.    La niña no se movería de casa, y estaría al cuidado de Margaret mientras Rose descansaba.  No sabía si él regresaría por la noche. Lo más probable es que se quedara en el hospital para ayudar en urgencias.

Pasaron días angustiosos de lluvias intensas y los ríos inundándolo todo. Rose y Paul fueron enviados a localidades en donde fueran más necesarios, pero separados. Paul permanecería en el hospital, pues era el lugar en donde pudiera prestar auxilio.  Rose fue trasladada a una localidad cercana, pero aislada de todo y de todos. Todos ayudaban en todo lo que fuera preciso. Era una hecatombe de difícil control.  Todos vivían pendientes del cielo, pero éste no respondía.

Las personas mayores fueron instaladas en la iglesia; parecía más resistente y donde mejor atenderlas. Los niños y los heridos fueron instalados en el coro de la iglesia.  Poco a poco los sanitarios, junto al párroco, les ubicaron a todos. Unos rezaban, otros lloraban y los niños jugaban.  Pero la lluvia no cesaba.  Tampoco podían hablar por teléfono ya que las líneas estaban cortadas.  Prohibieron usar los móviles sólo para urgencias y pedir ayuda, mientras durasen las baterías.

Ya no se podía hacer más. Los creyentes rezaban; los médicos y las dos enfermeras que allí estaban, aprovechaban para descansar.  Al menos de momento todo estaba tranquilo dentro de la iglesia.  Hubiera  dado cualquier cosa por hablar con su marido y su hija, pero no podía ser.  Los teléfonos se necesitaban estuvieran libres para alguna urgencia.  Pronto amanecería y el día traería ¿ la paz ? Eso sólo Dios lo sabía.


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jueves, 26 de marzo de 2020

El mismo mar.El mismo cielo - Capítulo 6- Visiones

Era hora de levantarse,  de comenzar la jornada,  todo había cambiado en su vida. Tenía más energía para enfrentarse al día a día. Ahora tenía por quién luchar.  Permanecía  a su lado tranquila, bella, relajada como siempre;  dormida pero con una sonrisa en sus labios.  Sonrió observándola.  Su postura como siempre de lado, de espaldas a él, en posición fetal y con sus manos juntas debajo de su mejilla; igual que siempre, como cuando se casaron.  La observo durante unos instantes y, suavemente acarició su cara, retirando una guedeja.  No quería que nada ni nadie la molestara.   Aún duraban las últimas sensaciones.  Era muy pronto y decidió seguir durmiendo y mantener en su cabeza los momentos felices que aún mantenía frescos en ella.

Habían transcurridos unos momentos y volvió a despertarse, con una sensación agri- dulce

Después,  suavemente  para no despertarla, acarició su vientre, en el que crecía la semilla que él plantó en ella.  El día anterior habían estado en el médico :" es niña ", les dijo.  Ambos se miraron y se abrazaron emocionados.  Hacía casi un año que se habían casado y ella ya tenía cinco  meses de embarazo.  La vida  les sonreía.  Eran absolutamente felices.  Se amaban e iban a ser padres en unos pocos meses. ¿ Se podía ser más feliz?  Ellos desde luego no.  Vivían para su amor y su reposada vida; nada ni nadie la enturbiaba, salvo que algunas veces Rose se ponía melancólica y Paul no sabía cómo disipar las preocupaciones que ella pudiera sentir

- Es que tengo miedo... - decía a su marido  a punto de llorar

- Cielo, todo va bien.-  El bebe crece normalmente, ¿ Acaso tienes miedo al parto ? No temas, cariño no estarás sola.  Yo estaré junto a ti en todo momento

La abrazó atrayéndola hacia él,  besando sus cabellos y tratando de disipar sus zozobras. Y paso a paso, los plazos se cumplieron y el parto se presentó.  Y por extraño que pareciera, Paul estaba hecho un mar de nervios, y Rose guardaba la calma todo lo que podía.  Iban a vivir una etapa nueva, desconocida, sobretodo para ella, porque él. cómo médico sabía al dedillo el proceso paso a paso.

 Ella también, pero sería Rose quién viviera más intensamente  lo que iba a suceder.  No hubo ningún problema y Rosaleen nació preciosa, con su medida justa, y también justo su tamaño.  Nació  chupándose con ansia los pequeños puños, algo que a sus padres les hacía gracia y les llenaba de ternura.
Paul la tomaba en brazos y la mecía, mientras su madre se preparaba para darla de comer. Cuando eso ocurría, se sentaba al lado de su mujer, y observaba a las dos mujeres más importantes de su vida, y una oleada de ternura le embargaba ¿ Se puede ser más feliz?  ¡ Como las amaba !

Pero también tuvieron sus problemas por parte de Rose, que no terminaba de hacerse con la situación y los nervios a veces jugaban en su contra.  Él aguantaba el chaparrón con infinita paciencia, y después cuando ella se calmaba, la abrazaba y acunaba como hacía con su hija recién nacida, y de este modo la tranquilizaba.  Por la noche, al acostarse, ella se acurrucaba junto a su marido, y le pedía perdón por los malos ratos que le hacía pasar. Y sin saber por qué, rompía en un llano persistente, que siempre era calmado por él.  La besaba y la decía palabras dulces y tiernas, y poco a poco se iba durmiendo calmando su llanto.

De repente, sobresaltado, se incorporó de un salto en la cama.  Respiraba con angustia, con ansiedad, mirando a un lado y a otro a su alrededor, como buscando algo o a alguien. Pero todo estaba quieto, tranquilo, vacío y silencioso.  Su cuerpo sudaba y su frente se perlaba de sudor, de un sudor frio, como cada noche, como cada día desde que ella faltaba.  No quería volver a dormirse, aunque deseaba regresar  a ese sueño feliz que había tenido instantes antes.  Pero sabía que se acercaba al trozo más angustioso, y no deseaba volver a vivir lo ya vivido, nunca más. Pero casi todos los días se repetía ese sueño que le separaba de ella. La veía feliz riéndose...,  pero no estaba.  Sólo había sido un sueño

Deseaba mantener en su retina su cara, su risa, su mirada siempre chispeante, pero una vez más veía esa otra imagen que le torturaba. Esa no era ella, no era su cara, ni su rostro, ni su sonrisa congelada en el tiempo. Y entonces, su corazón parecía saltársele del pecho. La veía reír feliz corriendo detrás de Rosaleen que daba grititos para ser alcanzada por su madre. ¿ Dónde estaba él?  No podía recordarlo, y sin embargo allí estaba, sabía que estaba.  Pero quizá, su memoria lo rechazaba, rechazando también el dolor inmenso que le producía esa visión, que nunca terminaba de borrarse de su cabeza,  ni de su vida.  La niña  jugaba feliz , ajena a la tragedia ¿ Sería solo en el sueño ? No recordaba lo ocurrido después de esa visión ¿ Se estaba volviendo loco?  Por el bien de su hija, debía borrarlo de su vida, pero ¿cómo ?  Se frotaba fuertemente la frente, como para arrancarla de ella, pero sabía que cuando la noche volviera, volverían también las visiones horribles .


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miércoles, 25 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 5 - Un soplo de vida

Tumbado sobre las pedrezuelas, con un brazo bajo su cabeza, Paul Limerick pensaba  en los viejos tiempos que había pasado lejos de allí a cientos  de kilómetros de distancia. En las personas que habían constituido el eje de su existencia, lo que le condujo hacia ellas y el por qué todo terminó de esa forma que aún no entendía.  Entornó los ojos para disfrutar de la brisa que venía del mar, brava, salina...  El sol brillaba en lo alto de un cielo azul esplendoroso, tan distinto a aquel gris plomizo de aquella tarde  decisiva en su vida.  Aún lo recordaba como si lo estuviera viviendo en aquel momento, y en realidad era así.  Por mucho que se empeñara nunca terminaría  de olvidar, y nuevamente evocó aquellos días, momentos, segundos, vividos junto a ella.

Se miraban sonriendo mientras terminaban de cenar.  Habían ido al restaurante tras el tira y afloja por las reticencias de Rose Mary referente a su incipiente noviazgo. Tenía sensaciones encontradas; por un lado lo deseaba ardientemente,pero por otro temía que al ir todo tan deprisa, saliera dañada en lo más íntimo.  Reconocía que lo sentido por Paul era algo más que atracción.  A veces, antes de dormirse, recordaba los instantes vividos con él en el quirófano, en la cafetería, paseando tomados de la mano, o como ahora  juntas sus manos y en su dedo anular de la mano izquierda un anillo de prometida.

¿ Qué se había perdido? ¿Cuándo había sucedido todo ? Rápida había sido toda la trayectoria vivida.  Desde que hablaran por primera vez, en que él se mostraba serio, cortante y exigente con ella, hasta estar ahora sentados uno frente al otro prometiéndose amor eterno.  Pese a la seriedad de él, al conocerle más íntimamente se daba cuenta de que era un ser entrañable, cariñoso, y profundamente sensible. Se daba cuenta de lo mal que lo pasaba cada vez que un paciente se le quedaba entre las manos, o sabía de antemano que por muchos esfuerzos que hiciera para sacarle adelante, sería todo inútil porque la enfermedad que padeciera, era más fuerte y más rápida que la naturaleza.  Y le recordaba con su pijama verde de quirófano, sentado en una silla con su mano puesta en el hombro de la persona que estaba recibiendo la fatal noticia de la pérdida de su ser querido.  El trataba por todos los medios de darle una explicación del por qué y del cómo todo había desembocado en un fatal final. Y después el abrazo dado en donde refugiaba la cabeza con un llanto convulso, la mujer, o el marido, o los padres de la persona que se había ido.

Cada vez que lo evocaba un nudo atenazaba su garganta y se astraia tanto, que él debía preguntarla en qué paraíso se había perdido.  Ella sonreìa y acariciaba su mano, porque de no estar en público, se levantaría de donde estuviera sentada y se abrazaría a él besando su cara.  Era bueno, bueno de verdad. Tenía un alma noble y compasiva y pensaba que ella no era merecedora de poseer el corazón de ese hombre excepcional, que la quería tanto.

Había sido un regalo el día que le encontró por primera vez . Acariciaba su anillo de prometida dando vueltas al mismo y sonreía, ajena a todo lo que Paul la estaba contando.  Al fin él había conocido el porqué de esas ausencias,  que ella a veces tenía.  Cuando la veía con esa especial mirada, detenía lo que estuviera hablando y se la quedaba mirando extasiado en su rostro, porque sabía que lo que fuera que estuviera pensando, él  estaba en ello.  La quería, la quería hasta la extenuación y sabía que era correspondido de la misma forma.  Se casarían en pocas fechas; habían pasado la prueba que ella le impuso. Ahora se conocían bien, perfectamente. Habían solventado las reticencias que tuvieran y decididos a emprender el largo camino de su vida juntos.

Paul abrió los ojos y decidió emprender el regreso. Le dolían todos aquellos recuerdos tan profundamente arraigados en él, pero al mismo tiempo recordando, aunque le doliesen , la sentía cerca, a su lado, y al menos, en esos pequeños instantes, era feliz.  La seguiría queriendo siempre y cada vez que ella  le necesitase, estaría a su lado.

- No, ya no es posible.  Se ha ido...- y sacudiendo las piedrecitas  del pantalón emprendía el regreso a su casa. A una casa ahora vacía, pero llena de sus recuerdos tan profundamente arraigados dentro de él, de su perfume, de toda ella.

¿ Qué había ocurrido en la vida de nuestros protagonistas ? ¿ Por qué Paul estaba solo en aquel lugar lejos de  lo que había sido su vida ? ¿ Qué había sido de ellos? ¿ Qué de Rose Mary?

    Connemara  era el lugar elegido por él para vivir junto a Rosaleen. El tiempo había corrido, a veces rápido y sin embargo otras se había  detenido.  Ahora su mundo, su vida era ella, un constante recuerdo de la que hace tiempo fuera su mujer, su luz, su vida:  Rose Mary.  La seguía queriendo, echando de menos, añorandola en sus noches largas y despiertas.  Paseaba su mano por la almohada que ella compartiera como para percibir la calidez de su cabeza que otrora reposara en ella.  Había veces que se enfadaba, y lloraba por su ausencia ¿ Por qué, por qué, por qué ? repetía una y mil veces. Pero es difícil encontrar una explicación a lo inexplicable. ¿ Qué ocurrió? ¿ Cómo ?  ¿ Por qué ? ¿Por qué a ellos ?  Por mucho que repasara en su cabeza lo acontecido, los momentos anteriores o posteriores nunca encontraba el motivo para su ausencia. Y entonces se desesperaba y apretaba los puños hasta hacerse daño en la palma de la mano.

Una risa alegre, infantil, llegaba hasta sus oídos y era entonces cuando paraba de pensar, para recomponer su figura y aguardar a que ella llegase hasta él, extendiendo los brazos y llamando a su padre. Reía feliz seguida por una achacosa Margaret que no lograba alcanzarla y se agarraba a sus piernas y el la agarraba de sus brazos, y después...   La nebulosa llegaba y todo lo cubría. Y entonces el sol desaparecía, y todo se tornaba gris, con nubes espesas que todo lo cubrían y el se angustiaba y llamaba a voces a Rose, y la niña miraba hacia atrás y huía de él asustada.  Y todo volvía a cobrar vida atormentándolo una y otra vez.  Y de nuevo la risa infantil y su pequeño cuerpo aupándola hasta tomarla en brazos y estrecharla contra su cuerpecito besando sus sonrosadas mejillas.  Se parecía a su madre, era su vivo retrato: los mismos ojos grises, los mismos hoyuelos en sus mejillas, y esa sonrisa preciosa que le volvía loco.


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martes, 24 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 4 - Conocernos

Comenzarían la guardia a las diez de la noche. Paúl estaba en la cafetería esperando la llegada de Rose, a pesar de que ni siquiera sabía si ella entraría antes de ir al control.  No habían quedado en hacerlo, pero si la besó ligeramente al despedirse de ella y Rose no puso ningún impedimento, al contrario, su corazón saltaba en el pecho.  Sentía que día a día, al acercarse a él, sentía más ganas de verle. Estaba loca, pero por él ¿ cómo había sido posible perder la cabeza de esa forma por un hombre que, hasta hacía muy poquito ni siquiera la miraba.

Pero si lo hacía. Como la había confesado si fijó en ella desde la primera vez que la vio. Ocurrió de improviso, sin él buscarlo y sin siquiera sospechar, que aquél día, al incorporarse a su nuevo trabajo, conocería a alguien especial que cambiaría el rumbo de su vida.

Era nuevo y además tenía un puesto de responsabilidad. Llegaba de otro hospital; había solicitado ese puesto porque era un centro con las mejores tecnologías habidas en el mercado hasta ese momento.  Era un hombre ambicioso a lo que a su trabajo se refería. Adoraba ser médico, cirujano más exactamente, y estaba entre los mejores en su profesión.  A muchos extrañaba que siendo tan joven hubiese escalado  ese puesto con tanta rapidez. Era en extremo inteligente, amaba su carrera y se esforzaba al máximo por mejorar , sin importarle los sacrificios que hubiera de hacer para conseguir lo que más amaba: el poder servir a las personas enfermas.

Estaba algo cohibido el primer día; no conocía a nadie y todos, al saber su trayectoria médica, le miraban de reojo, como sin atreverse a hablarle, como si fuera un ser sobrenatural.  Por el contrario él era muy asequible , una persona atenta y dialogante, pero con la actitud de sus compañeros se sentía un poco sólo.

El director le dio la bienvenida y hasta le soltó un pequeño discurso a modo de presentación antes los compañeros que iban a formar su equipo.  Era un hospital macro, de los que puedes perderte por los pasillos y así le ocurrió a él, la primera vez que la vio.  Estaba en el control de enfermeras de la planta sexta anotando algo en una gráfica.  A su lado  tenía una pequeña bandeja con algunos recipientes pequeños con pastillas que debía suministrar a los pacientes de esa planta .   Buscaba a alguien y se dirigió a ella para preguntarla.  Apenas levantó la cabeza para indicar el despacho a donde debía dirigirse. Al hacerlo se fijó en los ojos de ella: nunca había visto nada igual; de un gris brillante, extraños en una mujer, pero hermosos, y una cara  de rasgos casi perfectos. Las largas pestañas aletearon nerviosas por un segundo y sonrió amablemente , formándose en sus mejillas unos hoyuelos que la hacían muy graciosa


- En aquella puerta de enfrente - le indicó señalando con el bolígrafo que estaba usando

- Gracias. Soy nuevo aquí...y...

- No se preocupe, no es molestia

Casi era la primera persona que le dirigía la palabra y además de educadamente, le había regalado la sonrisa más extraordinaria que había visto en mucho tiempo.  Al cabo de un rato salía acompañado por uno de los doctores, y ¡ menos mal ! hablaba con él: era el que sería su anestesista.  Ambos con una charla amable y animada se dirigieron a la cafetería ; tendrían tiempo de tomar un café.  Delante de ellos iba nuestra enfermera de los ojos grises, que entraba y salía de las habitaciones.  No pudo evitar volverse a fijar en ella, algo que no paso desapercibido a Robert, que sonriente y señalando con la cabeza a la enfermera, le dijo:

- Es bonita ¿ verdad ?

- Cierto y además simpática

- Se llama Rose Mary, y te gustará ; es la persona más tratable entre todas. Estuve durante una temporada algo colado por ella, pero me daba calabazas, hasta que me cruce con Daisy, mi mujer.  Ella me echó el lazo.  Tenemos dos chiquillos.  ¿ Tú estás casado?

- No. No soy afortunado en amores.  Tonteé con alguna chica, pero nuestra profesión es difícil. Éramos jóvenes y ellas querían divertirse, así que a la segunda cita me dejaban plantado.
Luego opté por ampliar mi especialidad y me limité a tomar una copa sin más ataduras

- Eres muy joven aún

Y siguieron charlando camino del ascensor; a la salida de una de las habitaciones, se toparon con Rose, que saludó sonriente a los médicos, pero más especialmente se fijó en el nuevo.

    Pasado un tiempo, cuando ya se había hecho cargo de su equipo, habló con el director para incluirla en él.  Tenía un historial bueno, era simpática y con un poco de ayuda estaría bien como apoyo a su ayudante .  Creía que podría desempeñar mejor su profesión con él, que repartiendo pastillas, a pesar de que esa tarea también era imprescindible.  Aunque Lissa, la supervisora de planta protestaba porque era la más amable y cariñosa con los pacientes y  no sabía por qué razón se la tenían que llevar. La conocía desde que entrara a trabajar en el hospital.  La conocía bien y podía confiar en ella, además los pacientes la adoraban y era una extraordinaria profesional.  No entendía  la razón para llevársela.  Protestó todo cuanto pudo, pero no sabía si sus protestas servirían para algo.  Paul la veía con posibilidades de mejorar, no sólo en sueldo, sino en su profesión, pero lo cierto era que la quería tener cerca.  Por muchos pretextos que él pusiera, en su interior, sabía que sólo eran excusas ya que su intención era otra.

Por muchos argumentos que expuso Lissa, pesó más el criterio de Paul que el de ella.  Y así fue como, esporádicamente, Rose acudía a quirófano, cada vez que él la reclamaba. Procuraba enseñarle algo, pero era muy difícil, porque no era un aula de la facultad, sino que siempre estaba ocupado y algunas veces con una intervención urgente, con lo cual era difícil entretenerse en otra cosa que no fuera tenerlo todo a punto.  Pero Rose estaba siempre atenta a las conversaciones que mantenían mientras operaba y de esta forma, conoció los nombres de los distintos instrumentos del cirujano y, no sólo su identificación, sino para qué era utilizado cada uno de ellos. Y se hizo cargo de la poupinée y se encargaba de los instrumentales que siempre estuvieran a punto para ser usados.

Y esa fue su principal guía para conocerse mejor.  Al menos, él, si la analizaba profundamente y la llegó a conocer. Pero ella, ajena a todas las maquinaciones de él, estaba siempre a la defensiva pensando en que era poca cosa para él, cuando, muy al contrario, Paul tenía puesto su proyecto de futuro en ella.


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lunes, 23 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 3 - Declaración de intenciones

Hizo que se sentara frente a él con su escritorio entre medias.Ningún titular de departamento explicaba  el trabajo a realizar a sus subordinados. Todas esas explicaciones no las entendía, nadie lo hacía, sólo él con ella.  Tuvo que sacudirse ligeramente la cabeza para volver a la realidad. El médico la contaba que veía en ella muchas aptitudes para ese trabajo:  Era despierta, inteligente y quería que ella se integrara en el equipo.  Que no se limitara simplemente a contar las gasas , sino que aprendiera a controlar los aparatos, a saber los indicativos de lo que cada uno de ellos significaba. Aunque para eso tuviera que hacer un reciclaje.  Pero ella, a medida que se lo explicaba se sentía más entusiasmada; amaba su profesión y quería ser algo más que enfermera.  Pero ¿ por qué tenía esa deferencia con ella?  Se daba cuenta que la miraba intensamente, como si quisiera mirar a través de sus ojos, adivinar lo que pensaba y eso la desconcertaba.  Daba la impresión de ser despistado, de no acordarse  de ella, y sin embargo sabía muy bien de quién se trataba y a un tiempo se preocupaba de que ascendiera en su profesión. Era una actitud totalmente extraña que no terminaba de entender.

No sabría precisar el tiempo que estuvieron en el despacho del médico; deseaba marcharse, se mostraba incómoda, además todo había sido un monólogo; ella no había despegado los labios. La incomodaba aquél hombre, a pesar de que la gustaba, pero era ¡ tan extraño ! Y de pronto se despertó de su letargo cuando él la hizo una pregunta:

- Me está escuchando?

- Oh perdone.  Desde luego

- Bien, pues respóndame

- ¡ Ay madre mía, me ha pillado !- se dijo, porque no tenía ni idea de lo que le había preguntado

Era decidida y ágil de mente. Tenía que responder algo que no tenía ni idea.  Tragó saliva y argumentó :

- Ya entregué mi informe de profesionalidad. ¿ Es que hay algo que no está bien ?-dijo

El estalló en una risa y eso la dio una pista de que había salido por la tangente. A saber cómo reaccionaría, porque ahora si que se había dado cuenta de que, durante toda la conversación, no le había hecho ni caso

- Está bien. Está cansada y no me he dado cuenta de ello. Seguiremos en otro momento

- Lo siento, me perdí en la última frase. Perdóneme. Pregúnteme otra vez, le prometo que no volverá a pasar - le dijo toda sonrojada

- No se preocupe, lo comprendo.  La he aburrido; perdóneme usted, pero quiero saber cómo es usted, siento curiosidad, así que seguiremos en otra ocasión.  Podría ser, si no hay trabajo, en alguna guardia. Pero creo que no será posible porque estaremos ocupados, así pienso que lo más acertado es que la invite a cenar una noche y así hablamos con tranquilidad

- ¿ Cómo dice ?

- ¡ Vaya, hoy está usted algo espesita ! Déjelo. Cámbiese de ropa y la llevo a su casa

-No es necesario doctor, gracias. Lo cierto es que estoy metiendo la pata con usted tremendamente

- O yo soy muy aburrido.  Le aseguro que nadie me lo había dicho nunca. Tomaré nota de ello, no quiero dormir a las damas cada vez que salga con una.

Prefirió callarse.  Estaba visto que a pesar de enfadarse con ella misma, había desperdiciado una ocasión única de saber quién era el enigmático doctor.  Se dio cuenta que lo que deseaba no era exponerla un plan de trabajo, sino tener una oportunidad de pasar un rato con ella.  Y eso terminó de sacudir  el aburrimiento que pudiera sentir.  Y de repente sintió una alegría por todo el cuerpo, al comprobar que de todas las auxiliares que trataba, era ella a quién había elegido. ¿ Por que motivo? ¿Para qué ?  No lo sabía, pero la encantaba.  Y es que la gustaba mucho, muchísimo; tuvo que disimular la satisfacción que la proporcionaba el haber descubierto ese secreto, o ¿eran ilusiones de ella solamente? , y él ni por lo más remoto se le había pasado por la imaginación. Simplemente quería ser amable en un día en que no estaba enfadado por el vuelo de una mosca y era amable.  Así de fácil.

- Ya es la hora de la salida. Si te parece podíamos ir a tomar una copa. Pasar un rato relajado  dejando atrás el trabajo.  ¿ No te gustó el café del otro día ?

    ¡ Acababa de tutearla !

- ¡ Oh Dios mio ! Tiene razón. Iba a darle las gracias al día siguiente, pero estaba con una doctora hablando y no me pareció oportuno interrumpirles.  Después tardé en verle y luego se me olvidó.  Le ruego me disculpe; y sí me gustó el café

- Bien pues repitamos

- La verdad, me es un poco violento.  Usted es mi jefe y acaba de echarme un montón de broncas.  No sería correcto, usted es mi superior

- ¿ Qué de malo hay ? Venga cámbiate de ropa y vayamos a relajarnos. Mañana tenemos guardia. O ¿ prefieres en los días que tengamos libres?

-¿ Por qué lo hace ? Apenas me conoce y soy su subalterna; no creo sea correcto

- Te conozco muy bien. Me fijé en ti a los cinco minutos de yo entrar a trabajar en este hospital.  Al principio fue curiosidad, después atracción, pero no me atreví a pedirte una cita.  Pero ya hace tiempo de esto y creo que es el momento correcto para hacerlo.  Me interesas, me gustas mucho, precisamente por tu forma de ser y por el cariño que demuestras a los enfermos. Eres una buena persona; alguien que trata de esa manera a los enfermos, no puede ser mala.  Así que, ya ves: quiero que salgamos juntos

- ¡ Caray ! Es usted muy directo

-¡ Eh ...!- puso su dedo índice sobre sus labios y sonriendo la dijo - De tú, por favor. Si vamos a ser novios, no queda bien ¿ de acuerdo ?

    Rose Mary se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, sin llegar a asimilar lo escuchado.  Era toda una declaración de amor ¿ qué digo de amor ?Era una declaración de intenciones.  De una intención de llegar a algo serio con ella.

- Otra vez estás en otra órbita. Me voy a tener que pensar que no sirves para el puesto que te asigne.  te noto muy dispersa - la dijo, ya algo contrariado, y pensando que esa chica no era para él.

- Olvídalo, está claro que no te interesa. ¿ Tienes novio ? Tengo la impresión de que no lo estás tomando en serio

- No, claro que no.  Es que... no salgo de mi asombro. 

-No hemos hablado ni media docena de palabras.  Apenas nos conocemos ¿ Cómo puede pensar en una relación formal, así tan de repente? ¿Qué mosca le ha picado?- pensó para sí

- ¿ Por qué ? ¿ Que de particular tiene?  Quizás tengas razón; es todo muy precipitado para ti, que no para mi. De acuerdo, vayamos más despacio, pero al menos podremos tomar una copa de vez en cuando ¿ no ? Somos dos compañeros que desean tomarse una copa después de un día de trabajo; como hace todo el mundo, eso si podría ser ¿ no ? Si es que temes que nuestros compañeros murmuren

- Ya... pero... Hay chicas muy guapas en su equipo, y no entiendo que...

- Que te prefiera a ti ¿ no es eso ? - ella dijo sí con la cabeza, y el prosiguió - Cierto,  hay chicas muy guapas, pero a mi me gustas tú. Así que dime, ahora que pareces que has aterrizado en la tierra ¿aceptas? 

- Si, si, claro que sí 

Y lo dijo con tal entusiasmo que el doctor Limerick se echó a reír

Lo había deseado, aunque en sueños, que se fijara en ella  y parecía que lo había hecho sin ella percatarse de ello.   Pero al mismo tiempo las dudas la asaltaban por si tenía otros planes que no fueran los profesionales precisamente.  Pero al mismo tiempo, tenía fama de ser un hombre muy recto y extremadamente escrupuloso con sus relaciones.  Se sabía que había salido con alguna que otra médica o supervisora de planta, pero lo que él pretendía con Rose era algo más.

- Me ha dicho que me conoce desde hace tiempo, aunque nunca se ha dirigido a mi ¿ Por qué ahora ? No me haré ilusiones por si se trata de una nube de verano.  Aunque lo ha dicho muy serio; no me puedo creer que le guste yo, precisamente yo.   Si, si, si...No me haré ilusiones por si acaso..

    Salieron juntos del hospital, y él la acompañó hasta su casa.


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domingo, 22 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 2 - Una mirada distraída

    Cuando quiso darse cuenta, la mañana había pasado y estaba a punto de cumplir con su horario. Mientras se quitaba el uniforme, pensaba que no le apetecía nada llegar a su casa y hacerse la comida.Comería en la cafetería del hospital, aunque los menús no fueran muy sugerentes, pero pesaba más la pereza que otra cosa.  Se arregló dispuesta a salir en dirección a la cafetería.  Se entretuvo charlando con una compañera que iniciaba la jornada de la tarde.  Se  había entretenido, pero no importaba, no tenía ninguna prisa.  Y hasta pensó en ir dando un paseo hasta su casa.

    Entró en el local y echó una mirada a su alrededor para ver si hubiera alguien conocido y sentarse  a charlar mientras almorzaba.  Quedaban pocas personas; la mayoría habían entrado a trabajar, o se disponían a regresar a casa.  El comedor no era muy grande, así que de una sola mirada se percató que no había nadie con quién hablar.  Cogió la bandeja y eligió el menú.  A continuación se dirigió hacia una mesa junto a un ventanal;  comería tranquilamente:  no había prisa.

A medida que ingería un bocado, se daba cuenta de que en realidad tenía hambre, mucha hambre, y hasta encontraba que, aquella ensalada, aquel bistec, estaba jugoso y tierno.  Sentía avidez por ingerir la comida,  Estaba absorta en lo suyo, pensando en miles de cosas, sin darse cuenta de que alguien con curiosidad la observa como analizándola.  Era la segunda vez que se encontraban en ese día.Le movía la curiosidad .

 ¿ Cómo será esa chica en el día a día ?  Parecía extrovertida y amigable. El camarero de la barra la había saludado alzando el brazo y  sonriéndole,  señal de que se conocían.  Incluso le parecía que había gastado una broma.

Ni siquiera se había fijado en ella hasta esa mañana.  Le había parecido un rostro al que había visto en alguna ocasión, sin ubicarla en ningún sitio

- El hospital es grande y posiblemente en algún momento hemos coincidido, además de esta mañana en el ascensor. Se la ve simpática -. Apuró su último sorbo de café y decidió marcharse.

Fue hacia la cajera para abonar su comida y al mismo tiempo dejó pagado el café de después,  para la     muchacha.  No sabía por qué lo hacía.  Simplemente porque le había caído bien - se dijo sin más

     Rose se sorprendió cuando el camarero llevó hasta su mesa la invitación efectuada por el cirujano. No lo esperaba. Ni siquiera se habían dirigido la palabra, tan sólo una inclinación de cabeza por la mañana. Insistió si en verdad era para ella, pero así debía ser, porque al mirar alrededor, no había ninguna mesa más ocupada, y al contrario, estaban entrando algunos familiares para visitar a algún enfermo.  Sin duda, era para ella.  Y se alegró; sonrió.  Le vería al día siguiente; debía agradecerle la deferencia tenida.

Se echó hacia atrás en su asiento y sonrió de satisfacción. Resultaba que no había sido invisible para el médico; se había fijado en ella. la había mirado, aunque hubiera sido una vez tan siquiera.  Eso animó su día e interiormente, corrieron lagartijas por su estómago.

- Estás muy pillada con ese médico - se dijo ella misma -.  Pero no sufras, no irá más allá. Pura casualidad.  Si no se hubiera marchado tan rápido, hubiera tenido ocasión de agradecérselo en el momento.  Ahora tendré que buscar la oportunidad de hacerlo, y sabe Dios cuándo será. Me informaré en el control. Pero ni siquiera sé cómo se llama; tendré que detallar su fisonomía, y sé que Sophie se va a burlar de mi.  Bueno, pero volveré a verle, aunque él no tenga la menor curiosidad por mi. Es un alto jefe ¿ cómo va a fijarse en una insignificante enfermera. Paciencia Ros, paciencia.

Pero pasaron varios días sin verse, y cuando ocurrió, él estaba acompañado por una doctora, y no le pareció conveniente interrumpirlos en lo que estuvieran hablando. Tendría que pos-ponerlo nuevamente.  ¿Pensaría que era una mal educada, pero en realidad no había tenido oportunidad de hacerlo.

- Seguro que se le ha olvidado. ¿ Por qué lo haría ? En fin, habrá que esperar hasta tener otra oportunidad..

    Tampoco habían vuelto a llamarla para quirófano, y siguió con su día a día sin prestar más atención. Su enfermera jefe, una vez que hubo terminado la ronda de las habitaciones, la envió a urgencias. Parece ser que había habido un grave accidente y se necesitaban todas las manos disponibles.  Su puesto lo cubriría otra compañera.  Bajó rápidamente hasta la planta baja en donde estaba situada urgencias y se presentó a la enfermera de esa sección.

- Ve al box cinco - la dijo con prisas. Y hacia allí se encaminó rápidamente, mientras se ponía los guantes de látex. Tocó a la puerta y nadie la respondió, comprendiendo que podía entrar. Cuando lo hizo se encontró al doctor  Limerick que reconocía a un enfermo y otra enfermera le asistía.  Se apartó a un lado para no estorbar, mientras se preguntaba para qué la habían enviado, si ya tenía su ayudante.  La conocía de lejos, pero la había visto varias veces hablar con él en la cafetería, por lo que dedujo que tenían más afinidad, y  podían no ser  sólo compañeros.

Les observó más detenidamente; nadie se había dado cuenta de su presencia.  Seguramente fueran novios o pareja, ya que se trataban con bastante sintonía. Pensó que allí no hacía falta y que perdía un tiempo precioso. Decidió llamar  la atención, y para ello carraspeó suavemente.  Cuando el médico terminó su examen, levantó la cabeza y la miró fijamente con una mirada de enfado, como si hubiera cometido alguna falta. Limerick, se quitó los guantes lentamente y dirigiéndose a Rose la dijo escuetamente:

- Venga conmigo

Ella miró  para averiguar si se dirigía a la otra enfermera o era a ella; aún seguía mirándola por lo que dedujo, que no estaba errada en sus apreciaciones: se lo estaba ordenando a ella.

- ¿ Qué querrá ? Parece como si me fuera a echar una bronca

Dejó que ella saliese primero y adelantándose unos pasos indicó que la siguiera.  No sabía lo que quería, ni tampoco que hubiera cometido alguna falta, pero el gesto de él, no dejaba lugar a dudas de que algo le había molestado.  Estaba enfadado, de eso no tenía dudas.  Caminaba rápido y al llegar a una de las puertas se detuvo y la dijo escuetamente

- Haga el favor de pasar a mi despacho.  Siéntese .

- ¿ Qué le pasa? Tiene cara de pocos amigos. Pero no he hecho nada más que cumplir con lo que me han ordenado.

- ¿ Cómo es que se ha presentado ahora ? ¿ Por qué no ha vuelto a quirófano ?


    Rose estaba perpleja.  No entendía nada; había cumplido con lo ordenado por la supervisora. ¿Porqué no hablaba con ella ?

- Doctor,  me han dicho que bajara  ahora, y nada de  acudir a quirófano. He estado en planta todos estos días y nadie me avisó de nada.  Hago lo que me ordenan

- Pero yo la dije que la quería en mi equipo y hace siglos que no está

- Lo siento, pero cumplo órdenes de mi supervisora.  Creo que es con ella con quién tiene que hablar. Usted no me dijo nada directamente, lo siento  si lo entendí mal.

- La dejé claro a dónde debía dirigirse en lo sucesivo.  No hay excusas que valgan. ¿ Sabe que puedo ponerle una sanción ?

- Señor, le repito que yo cumplo órdenes y en ningún momento me dijo que debía estar en quirófano siempre. Me está regañando y no es mi culpa.  Quiero estar en quirófano; me gusta estar allí, pero le repito: hago lo que me ordenan. Así que, por favor aclaren sus preferencias.

    Él se la quedó mirando como si no lo hubiera hecho nunca.  Ella tragó saliva esperando que la dijera algo más concreto. Al fin, dijo:

- Vayamos arriba. Dejaré instrucciones al respecto.  Ya sabe, de ahora en adelante siempre en quirófano ¿ Entendido?

- Si señor, descuide. No volverá a pasar. Pero por favor, aclárelo con Lissa.

- Descuide, así lo haré

No volvieron a cruzar palabra alguna. Él estaba enfadado y ella incómoda.  Se le había olvidado por completo la invitación del café, y además no era el momento más oportuno para sacar la conversación, así que guardó silencio y siguió al médico sin pronunciar palabra.  Tenía la sensación de ser un perrillo corriendo tras de su amo. La ponía nerviosa esa absurda sensación de no saber nunca lo que hacer Se limitaba a seguirle, pero no tenía idea a donde iban.  No había ninguna intervención programada, ni tampoco parecía que hubiera algo de urgencias.  Él la ignoraba y esa situación cada vez la enfadaba más

Al llegar frente a la puerta de su despacho, nuevamente, el médico se giró hacia ella; la tenía de frente y parecía extrañado de que estuviera allí mirándola

- ¿ Puede saberse qué hace aquí ? - la dijo secamente

- Yo no lo sé. Me ha dicho que viniera y aquí estoy

 Pensó durante una fracción de segundo, como si de repente se acordara de algo, y al fin, comenzó a reírse moviendo la cabeza de un lado a otro negativamente

- Lo siento. Tiene razón, pero no quería decir que me siguiera. Pero ya que estamos aquí, entre y charlaremos un rato. La explicaré los planes que tengo para usted y lo que debe hacer  cada día al entrar a trabajar.  Por cierto mañana tenemos guardia.¿ Quiere beber algo ?

- No muchas gracias. Le agradecería me dijera lo que desea y poder regresar a mi puesto


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sábado, 21 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 1 -Una auxiliar cualquiera

    Estaba a punto de llegar la primavera. En los árboles ya se anunciaba. En el sol, en el amanecer más temprano. En los trinos de los gorriones, en las plantas floreciendo. La hojas de los árboles tenían un verdor más intenso.  Todo comenzaba su ciclo. Todo era nuevo una vez más.

Rose Mary también iniciaría  su jornada. Se desperezó estirando los músculos algo contraídos por su postura en posición fetal como acostumbraba a dormir. Sus manos juntas  bajo la cara .  Desde muy pequeña había adoptado esa postura que la recordaba su niñez.  Le hacía gracia  que, a pesar de los años transcurridos, aún la conservase. Y recordó a su madre cuando acudía a despertarla para ir a la escuela. Una escuela cercana a su domicilio, por la que podía ir y volver sin problema alguno, sin peligros.

    Era enfermera en un hospital universitario:  hacía poco que había terminado su carrera. Apenas dos años; su destino había sido urgencias, y la experiencia allí adquirida, hacía que su veteranía fuera mayor que cuando estaba en planta.  Era muy joven aún; inquieta y servicial, siempre presta para ayudar a quien lo precisara.  La gustaba un médico recién llegado a ese hospital. Aunque joven, había ingresado como jefe de equipo, por lo que le hacía sentir "pequeña", guardándole un gran respeto.      Deseaba que él, en alguna ocasión, la eligiese para estar en quirófano, una categoría más especializada, pero también con más responsabilidad.  Tenía que estar siempre lista para atender a las necesidades que el cirujano precisase.  Pero era lo que a ella más la gustaba y por conseguirlo, no le importaba estudiar y estudiar.  Le hubiera gustado hacer  medicina, pero el presupuesto no le daba para pagar las tasas universitarias, así que se conformó con hacer lo más cercano y parecido a ello: enfermera.

Se hacía la reflexión que también era un cargo relevante, ya que conectas más directamente con los enfermos; estabas más a su cabecera ayudándoles, charlando durante unos instantes con ellos, que, a veces, permanecían solos durante horas y horas.  El médico en cuestión ni siquiera la "había visto".



- Él está en otras cosas -. Se decía. Pero lo cierto es que ella bebía los vientos por aquél pelirrojo, alto, fuerte y eficaz,  de voz ronca y severa.  La asustaba un poco la seguridad que emanaba de su figura, y pensaba que ella nunca tendría esa soltura ante un quirófano, y sin embargo lo deseaba con toda su alma.

Entraba su turno a las ocho de la mañana y saldría en las primeras horas de la tarde.  ¿ Qué es lo que depararía el día.  Nunca lo sabías, aunque tenía sus horas críticas, que  se repetían día tras día. ¿ Por qué ? era un misterio, pero tenía  sus pautas.  Se dirigió al mostrador con el fin de desayunar antes de hacer acto de presencia. Comenzaba a llenarse el salón. Muchas batas blancas y pijamas verdes haciendo corrillo.  No sabía qué tal había sido la noche, por lo regular complicada.

Sólo, a un lado,  y algo apartado de todos. desayunaba tranquilamente Paul Limerick, el jefe de equipo de cirugía.  Hacía poco que había obtenido esa plaza, pero poco a poco se iba integrando junto a sus compañeros.. granjeándose el respeto de todos. Leía el periódico mientras sorbía una taza de café. Rose Mary le miraba de reojo, cuidando mucho de que no se diera cuenta de que era objeto de su admiración.  Sentía por él una mezcla de respeto y temor.  Por lo regular tenía el entrecejo fruncido y eso  imponía mucho a la muchacha.  Tenía la sensación de que la regañaría por cualquier insignificancia.

El médico, cerró las páginas del periódico doblándolo y dejándolo a un lado del mostrador, por si alguien deseara echar una ojeada.  Hecho ésto, Paul levantó la cabeza como oteando su entorno, y tropezándose con la mirada de ella.  Se quedó cortada, pero  la mantuvo,  y esbozó una sonrisa a modo de saludo

- Tengo la impresión de que no tiene ni idea de quién soy .  Ni siquiera sabe que trabajo en quirófano la mayoría de las veces que está operando.  Seguro que no sabe que existo. ¡ Y es una verdadera pena, porque a mí me gusta un montón!



   Suspiró profundamente y apeándose de la banqueta se dispuso a salir de la cafetería, para dirigirse posteriormente al control de enfermeras de la planta correspondiente.  Antes iría a vestuarios y allí se pondría el pijama.  ignoraba si en ese día estaría en quirófano ó de nuevo la destinarán a planta.

    Con paso ligero se dirigió a la puerta, seguida por la mirada del médico, que miraba , pero no veía, aunque fuese en su misma dirección.  Por instinto reflejo, ella volvió la vista  y vió que era observada por el cirujano, y se le aceleró el corazón, pero al instante se dió cuenta de que todo había sido un flash, que aunque él la mirase, estaba pensando en otras cosas, en su mundo particular.

- ¡ Vaya ! Me hubiera alegrado el día. ¡ En fin, que le vamos hacer

Cuando ya estaba a punto de entrar en el hospital, vió que a su lado se situaba el doctor Limerick y que con una inclinación de cabeza le daba los buenos días.  Ella respondió con una leve sonrisa, inclinando la cabeza y cuando él se alejo ligeramente de ella, Rose Mary, apretó uno de sus puños y levantándole ligeramente, dijo:

- ¡ Bien !

    Cada uno tomó una dirección distinta hasta llegar a los vestuarios, y a su salida coincidirían nuevamente.  El, cedió el paso,  para que Rose junto a otra compañera, pasasen primero, volviendo a coincidir en el ascensor que les conduciría, a cada uno, al destino correspondiente.

    Rose estaría ese día en planta, comenzando  la ronda correspondiente.  La gustaba hablar con los enfermos.  Muchos, adormilados, no respondían a lo que les hablase, sin embargo otros, agradecían esa charla mientras les aseaba o simplemente les mudaba la cama.

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Autora< rosaf9494quer
Edición< Marzo 2020
Ilustraciones: Internet