miércoles, 29 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 25 - La otra hermana



                                                    

                                 Capítulo 25 – La otra hermana

 

No sabía si por completar su educación o porque algo en su interior le impulsaba, pero decidió que era hora de que su hija hiciese, al menos un año de bachillerato en Europa. Por razones obvias, eligió Irlanda. Con esa elección atendía a una llamada interior desde que Amy le dejara. No podía evitarlo por mucho que se esforzase. Además, vendría con frecuencia y la visitaría. Aquí tenía intereses que, no sólo eran personales, también por negocios.

Se informaría por su amigo Peter O’Donnell, del mejor internado para ella. También podría venir Young Mi si la echaba de menos. Le parecía un plan perfecto, a pesar de la tremenda discusión que mantuvo con su mujer por ese motivo. Los reproches eran mutuos, pero al final, ganó la voluntad de Kwan. Suni había cumplido catorce años y deseaba que completase el bachiller con el inglés aprendido.

La jovencita daba saltos de alegría. Era hija única, criada entre algodones y echaba en falta amigas de su edad, porque las compañeras del instituto coreano, la miraban por encima del hombro y se sentía algo aislada.

Estaba sobre protegida por su madre, algo que la molestaba enormemente, ya que las chicas de su edad, iban en grupo al cine, o a merendar los sábados por la tarde, o simplemente ir de compras, pero no con mamá que siempre la obligaba a comprar lo que a ella le gustaba.

Tendría la posibilidad de tener nuevas amigas, aunque tuviera que vivir en un internado. En definitiva, era poco menos como en casa. En casa era todo más lujoso y en el internado más austero, pero en cuanto disciplina, su madre no la dejaba ni respirar.

 

Young Mi era una mujer joven, moderna y resuelta, pero en cuanto a su hija tenía miedo no sabía a qué, ni de qué, pero no iba sola a ninguna parte, ni siquiera al instituto, siendo las burlas del resto de sus compañeros.

Por eso ese viaje, sería una liberación para ella. Apoyaba a su padre en cuantas decisiones tomase. De este modo emprendieron el largo viaje hasta Irlanda. Estaría en Dublín y solamente saldría los sábados por la tarde. El horario de clases, comidas y sueño, eran estrictos, pero no la importó. Se diferenciaban poco de los de su casa. Conocería un nuevo país. Al fin comprobaría si en verdad Irlanda era mágica. Su imaginación infantil, por los cuentos que había escuchado, le hacían vivir todas las historias que reflejaban los leídos por y para ella desde que era muy pequeña. En ello ponía especial énfasis su padre.

Kwan viajaba hasta Irlanda con bastante frecuencia. Desde que se separara de Amy, hacía hincapié en volar hacia allí. Los primeros viajes los hacía con su mujer, pero ésta se cansó de un viaje tan poco apetecible y en vista de que no había peligro de que lo hiciera solo, dejó de acompañarle.

Nunca perdió la esperanza de encontrarla por algún sitio. Que coincidieran en algún pub o en cualquier otro lugar, pero nunca lo consiguió: era como si se la hubiera tragado la tierra.

A menudo pensaba en lo distinta que sería ahora su vida si Amy no hubiera dado la espantada. También de la oficina, en donde llevaba trabajando desde que se graduó y todos la apreciaban. Nadie lo entendía ni Kwan tampoco, pero así había sucedido y ya no había marcha atrás.

La despedida de su padre fue lo que más la costó. Hasta ese momento no se había dado exacta cuenta de que de ahora en adelante sería ella quién solucionase los problemas que tuviera. Le habían destinado una habitación que compartiría con otra chica de nacionalidad griega: Helena. Era de su misma edad, callada y prudente. Ambas se gustaron mutuamente y se prometieron que lo pasarían muy bien. Tendrían libre ese fin de semana. Kwan se despidió de ella el sábado a primera hora, antes de tomar el vuelo que le regresaría a Seúl.

A medida que el avión se elevaba, notaba que su corazón se encogía. Abajo quedaba lo que más quería junto con Amy, que quizás estuviera también en algún trozo de esa tierra que ahora se hacía más pequeña a medida que el avión tomaba altura. En la otra punta del mundo, le aguardaba la monotonía y el aburrimiento. ¡Cuánto iba a echarla de menos! Su vida era plana totalmente. Sólo le libraba de la monotonía el acudir día tras día a su despacho. En él pasaba largas horas, tratando de dilatar al máximo el regreso a ese “hogar” que no era tal, sino una casa fría a inhóspita en que la habían convertido ambos esposos. No le extrañaba que Suni quisiera alejarse de allí.

   —Cuando crezca un poco más no habrá fuerza humana que la retenga en casa por muchas regañinas que su madre le eche. Y lo comprendo. Tenemos una casa preciosa, de revista, pero es como para un escaparate. No tiene calor de hogar, ni apetece estar en ella. No me extraña que Hana siempre esté rodeada de amigas y en fiestas. El llegar a casa, en lugar de ser una delicia, es un verdadero suplicio.

 —  Mejor será que trate de dormir. Aún quedan muchas horas por delante hasta llegar. Hasta que  de nuevo me enfrente a la realidad en lo que se ha convertido mi vida.

Como cada vez que viajaba a Dublín sólo pasaba a recogerle el chófer. Creía que, como deferencia hacia su mujer, debería llamarla cuando llegase. No iría a comer ese día. No tenía ganas. Echaba de menos a su hija. Era la única que hablaba mientras comían. Prefería comer en la cafetería de la empresa antes que soportar la mala cara de su mujer y sus preguntas hirientes siempre reprochándole la mala elección del internado tan lejos de ella.

No guardaban las apariencias cuando estaban a solas. Lo cierto es que se soportaban malamente. Porque  a ella también, en definitiva, le hubiera gustado otra clase de matrimonio. Ambos fueron forzados a ello y las consecuencias las sufrían ambos, pero los padres se mostraban encantados de la vida porque habían hecho un matrimonio de película.

    —Si, si. De película de miedo—pensaba interiormente Kwan.

Ya no había nada que hacer. Ni siquiera tenía la esperanza de ver algún día a Amy. Con eso se conformaba, pero estaba claro que nunca ocurriría.

Mientras se dirigían al despacho, iba charlando con su chófer sobre si en ese par de días que había faltado, hubiera ocurrido algo fuera de lugar. El chófer negó con la cabeza. Todo permanecía estable, como siempre.

Al mirar el correo, le extrañó que tuviera una carta con un membrete que no conocía y procedente de Irlanda. De repente le dio un vuelco el corazón y lo rasgo apresuradamente. En el remite ponía que era procedente de Galway. Eso le tranquilizó un poco. Procedía de una oficina de turismo. Rápidamente desechó el internado, pero extrañado comenzó a leer. No tenía relación alguna con ninguna dirección de turismo, a no ser que hubiera sido Hana pidiendo información sobre algún internado. Pero también desechó esa idea, ya que la niña está ya en él.

   Será mejor que lea lo que dicen, porque con conjeturas no voy a sacar nada en limpio.

Comenzó a leer y enseguida aclaró lo ocurrido. Recordó que cuando comenzaron a trazar los planes para Suni, habían escrito sobre hacer un intercambio de estudiantes, pero ya no tenía objeto.

  —Mejor será que termine de leer. Puede tratarse de algo interesante.

Comenzó a leer medio susurrando lo que en ella decían y solicitaban tras las frases rutinarias de presentación:

“…Y es por tanto que, atendiendo a la solicitud que en su día nos hizo, he de anunciarle que tengo una candidata perfecta para lo que ustedes desean. Es una jovencita que cumplirá en breve diecisiete años. De buena familia y educada correctamente en un instituto católico. El próximo curso será el último del bachillerato y acudirá a la universidad de Dublín para seguir con los estudios que haya elegido.

Si llegara a ser de su interés le ruego se ponga en contacto con nosotros para ultimar todos los trámites. Quedando a su disposición…”

 —Lástima no hubiera llegado antes. El resultado hubiera sido el mismo: Suni hubiera vivido en un hogar irlandés, en lugar de un internado. Me pondré en contacto con ellos y les daré una respuesta cuando hable con Hana. Quizá hasta nos venga bien tener a una jovencita andando por aquí.

 Guardó la carta en su despacho y lo hablaría con su mujer esa noche. Pedían que la respuesta fuera rápida. Así que no había mucho tiempo que perder. Y es que el curso estaba a punto de terminar y los intercambios de estudiantes, estaban a la orden del día. Se preguntó:

   ¿Por qué habrá elegido Seúl? ¿Será por aprender Hangul? Sigue siendo una rareza, ya que sólo se habla aquí. En fin, puede que la chica sea exótica. Con la juventud de ahora nunca se sabe lo que hay dentro de sus cabecitas. Sé que me tocará discutir con Hana, pero por mí sí. Adelante. No estará mal conocer esa experiencia.


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Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 24 - Líneas paralelas


 

 

                                                     Capítulo 24 -   Líneas paralelas
 

Sus vidas transcurrían como dos líneas paralelas que no estaban destinadas a encontrarse. Miles de kilómetros las separaban, pero lo más lejano aún, la existencia de ambas. Pero el destino, volvió a jugar su baza. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Dónde? No estaba exento de dificultades, pero no contaba con la terquedad de una de ellas y al fin, poder conocer parte de sus raíces y, con un poco de suerte a su padre. ¿Por dónde empezar? Iría paso por paso. Tenía todo el tiempo del mundo para lograrlo. Estableció una lista de prioridades y paciencia, mucha paciencia.

 El primer paso a dar, sería convencer a su madre de lo que había pensado. El no y, las manos en la cabeza, sabía que irían por delante, pero con tesón y cabezonería lo conseguiría. Sabía que no lo tendría fácil, pero si fuera necesario, esgrimiría el razonamiento de que Amy se había independizado, es cierto que por necesidad, siendo muy joven y, se había creado un porvenir. Ella haría lo mismo solo que más organizado.

 

En la tablilla del instituto, había un anuncio para estudiantes de intercambio y sólo uno, tenía como destino Seúl. Si no lo aprovechaba ahora, no lo haría nunca. Apuntó los datos que necesitaba y con ellos en la mochila se dirigió contenta a su casa. Contaba con la negativa de Amy, pero argumentaría que sería una ocasión magnífica para conocer su otra patria, aunque naciera en Irlanda, pero bastaba mirarla para comprender que sus rasgos indicaban que pertenecía también a aquel lugar.

 

Amy la notaba extraña en su forma de comportarse. Se la veía más concentrada en algo que tendría en su cabeza y, tembló ante lo que tuviera en mente. Mientras fue pequeña, vivía sin preocuparse de lo que ahora estaba a punto de suceder. Se había hecho una linda mujercita, reflexiva, pero aún tiempo terca y obstinada en lo que ella creyera tenía razón.

 Ese día presintió que algo le anunciaría. La señal de que algo tramaba era que había dejado de insistir referente a su padre. Hacía mucho que no hablaba de él ni insistía en que la contara cosas vividas en su corta estancia en Seúl. Y eso la puso en guardia. Lo esperaba desde hacia tiempo. Sabía que tendría que contarle su rocambolesca historia que terminó tan mal. Se había construido un guion en su cabeza, pero sabía que, de nada valdría, el día que se presentara la petición: “quiero conocer a mi padre”.

 Un escalofrío recorrió su columna vertebral: ya estaba aquí la tan temida situación. Una vez que comenzase a contar su historia, debía ser con su verdad. Lo ocurrido entre ellos que dio al traste con lo que sentían y el origen de que Aileen estuviera en este mundo. Tendría que decirle que él lo ignoraba. Que había hecho intención de hablar con él para anunciárselo, pero no pudo hacerlo porque su esposa se lo impidió.

 Ignoraba que tenía una hermana de la otra rama habida en su matrimonio, Amy tampoco lo sabía, nadie lo sabía excepto Kwan y su mujer. Eran dos hermanas ignorando su existencia. ¿Llegaría a enterarse?

 La discusión entre madre e hija fue fuerte cuando Aileen lo planteó:

    Mamá, quiero conocer a mi padre. He pensado en ir a Seúl. Hay anuncios de viajes por estudios y entre ellos está Seúl. Estoy decidida a ir hasta allí y hacer averiguaciones de donde vive y cómo es.

   ¿Me estás diciendo que vas a viajar hasta Asia para conocer a tu padre?

   Exactamente, mamá. Eso quiero. Sería un intercambio lo que equivale a que la otra parte vendrá a nuestra casa en alguna ocasión que eso sería a convenir.

   No Aileen. De ninguna de las maneras vas a ir sola a otro mundo que no conoces. Ni siquiera podrás comunicarte con ellos. Las nuevas generaciones son más abiertas, pero los mayores no admiten otra lengua que no sea la suya; ni inglés ni ninguna otra. Eres demasiado joven para eso. Están a miles de kilómetros de aquí. Si te pusieras enferma o te ocurriera cualquier contingencia ¿a quién recurrirías?

   Tu sabes donde vive papá. Dame la dirección. Es todo cuanto quiero: verle, saber como es y después seguir con nuestras vidas. No me puedes negar eso.

   No lo sé, cielo. Nunca llegué a pisar su casa, sólo la oficina en la que trabajaba.

   No importa. En la empresa me la darán.

   Por favor, hija. No lo hagas

   Si mamá. Voy a hacerlo. Con tu permiso o sin él, pero quiero tenerle frente a frente y pedirle explicaciones del porqué nos abandonó. Tengo ese derecho. No podré vivir tranquila si no le veo.

   Está bien. Te entiendo, pero hagamos las cosas bien. Yo iré contigo. Si le encuentras y deseas quedarte con él, me parecerá bien: tienes derecho, siempre y cuando regreses a casa. No te dejaré sola. Iré contigo y una vez que hayas resuelto la situación, volveré a casa.

   ¡Mamá!  ¿Harías eso por mí?

   Cariño, no hay nada en este mundo, nada, que no hiciera por ti. Eres lo único que tengo. No quiero perderte y sé que te perderé. Él es muy rico, pero está casado. Dudo mucho de que su mujer te admita.

   Pues no le diré que soy su hija.

   Cielo, eso no tiene objeto. Vas a ir hasta allí para que te conozca. En fin. Ya resolveremos eso. Vayamos a mi trabajo. Dado que se trata de turismo, hay listas de lo que deseas. Empezaremos por ahí, si no encontramos nada. Está el de tu instituto; contactaremos con ellos.

   ¿De verdad mamá? ¿Vas a ayudarme?

    Aileen, te lo he dicho: no hay nada que no hiciera por ti, aunque en ello me vaya la vida.

 

Se pusieron manos a la obra. Se informaron cómo proseguir sus estudios en algún instituto bilingüe, ya que su estancia, de todo salir bien, seguro que sería para largo.

 ¿Se acostumbraría a vivir sola? No eran distancias como para pasar los fines de semana. Tampoco podía pedir una excedencia porque, aunque tuviera ahorros no los suficientes como para vivir de las rentas. Además, su hija necesitaría un refuerzo monetario. Los pasajes en avión son muy caros y en Seúl tendrá que hospedarse en algún lugar mientras localizase al padre. Eso suponiendo que no esté de viaje. Demasiadas complicaciones ¿Eran sencillas y ella las hacía más difíciles? Probablemente. Lo cierto es que no quería que se fuera. Significaba que ese sería el principio del fin. Cuando entrara en la universidad, cambiaría su vida. Esta era una antesala de lo que se avecinaba. ¿Cómo es que ha pasado el tiempo tan rápido? Se daba cuenta de que no había vivido. Se había consagrado en cuerpo y alma a trabajar y a su hija. A rodearla de todo lo mejor ¿Sería este viaje lo mejor de todo? ¿Localizarían al padre?

El que fuera en Dublín, su mano derecha al hacer la fusión, se había enamorado de una de sus compañeras de despacho y había decidido casarse y quedarse en Irlanda. Le llamaría. Se daría a conocer y le explicaría someramente, lo que Aileen pretendía. Él seguía trabajando en la empresa y en permanente contacto con Seúl. Nadie mejor que él para responder a las dudas que tenía y que necesitaba aclarar.

    Lo siento Amy. ¡Claro que te recuerdo! Pero está de viaje con la familia. Son unas vacaciones que se han tomado. ¿Quieres hablar con él? ¿Puedo yo ayudarte?

   Gracias Kyun Bok. Es algo personal. Volveré a llamarle pasado el verano.

 

  No podían hacer nada. No estaba en Corea. El propósito de su hija era conocer al padre, pero al estar ausente sine die, mucho se temía que tendría que esperar para mejor ocasión. Aileen tendría que renunciar a su propósito, al menos por ahora. Hubiera sido una ocasión formidable contando con las vacaciones, pero para ellos también, para hacer un viaje.

   Aileen se desilusionó mucho y su contrariedad la pago con su madre que nada tenía que ver en ello. Se encerró en su cuarto y no quiso salir en toda la tarde. Esto eran daños colaterales que se temía no fueran los últimos. Era obstinada y en cuanto se forjaba una idea y se contrariara por no poderla realizar cuando ella quería, sacaba su genio infernal. Tendría paciencia, porque en el fondo lo comprendía. Era un sentimiento de orfandad que tenía al ignorar los verdaderos motivos que lo ocasionaron. ¿Sería la hora de sacar el PD en el que había guardado la respuesta de la mujer de su padre? En el fondo ¿Era a ella a quién culpaba de todo? ¿Estaba mitificando la figura paterna? Aunque así fuera, jamás borraría la imagen que su hija había forjado de él. No la importaba que la echara la culpa a ella. En realidad, estaba segura que Kwan nada sabía de esa llamada anunciándole el nacimiento de Aileen. Había pasado demasiado tiempo.

 —Si está casado, al menos que él sea feliz —pensó, aunque le dolía profundamente en el fondo de su alma.


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Edición: Junio 2022

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lunes, 27 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 23 - Informativo



                     

                  Capítulo 23 – Informativo

 

Los días seguían su marcha y, poco a poco se fue haciendo a  su nueva vida con Aileen. Despacio y con apuros, cogía el pulso de la situación que vivía con su hija y, se fueron conociendo ambas. Desde que había nacido Aileen, no dormía tanto. Cualquier ruido la desvelaba y salía corriendo de la cama hasta la cuna para ver si se trataba de la niña. Al ver que no había sido ella, respiraba aliviada, pera ya no volvía a coger el sueño. Por tanto, sus maravillosos ojos grises, siempre estaban orlados de violáceas ojeras.

 Había pasado poco más de un mes desde que naciera la niña y la noche se presentaba guerrera por los gases en la tripita del bebe. Tardó un poco más de la cuenta en expulsarlos, pero al fin lo consiguió.  Decidió hacer guardia por si se repetían. Se sentó en la cama y encendió el televisor. Era de madrugada, por tanto, los informativos eran de última hora. Tampoco la interesaban demasiado, pero los dejó por ver si la monotonía de las noticias la adormecían de nuevo.

   Noticias locales —anunció el presentador y comenzó a enumerar los diversos hechos más o menos relevantes que se habían producido en Irlanda en las últimas veinticuatro horas.

No la interesaban en lo más mínimo, pero hubo un nombre que hizo prestara atención:

    En el día de hoy, ha contraído matrimonio en la capital de Corea del Sur, Seúl, el financiero coreano Lee Park Kwan con la señorita Hana Young Mi. Entre los invitados estaba presente el director gerente para Irlanda el señor Peter O’Donnell, socio del señor Kwan. La celebración ha tenido lugar…

No quiso escuchar más. Se puso lívida al ver las imágenes del enlace. Sabía que le había perdido, que no se volverían a ver, pero el verle junto a su prometida, ya esposa, era lo mismo que una puñalada en su corazón. Observó las imágenes y comprobó que, aunque sonriente, no era una sonrisa franca, sino más bien por cumplir. Y recordó la escena del perfume, en la que se reía abiertamente, muy lejos de la que estaba presenciando, que debería ser el día más feliz de su vida.

No pudo evitar que unas lágrimas acudieran a sus ojos. Miraba a su hija y sentía una pena infinita y un desprecio insufrible por el que era su padre.

Si en algún momento tuviera algún resquicio de acercamiento esto lo echaba todo por tierra. No quería pensar más en él, pero, ¿cómo arrancarle de su vida? Tendría que hacerlo, al menos por el pequeño cuerpo que dormía plácidamente a su lado.

 Pasados unos días, todo volvió a ser como antes. Procuraba no volver a pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Se centraba principalmente en su hija. Era lo que importaba y todo lo demás tenía que echarlo en un saco roto.

Y pasó el tiempo y los años, viendo crecer a Aileen, una niña preciosa que lo único que había sacado de su madre había sido el color del cabello, no tan rojizo como el de ella, sino mezclado con castaño claro. Era estudiosa y jamás le dio un quebradero de cabeza.  Observaba con nostalgia lo rápido que había pasado el tiempo y, sin querer, repasaba mentalmente toda su trayectoria. En breves fechas cumpliría treinta y nueve años y su hija quince. Se había hecho sin darse cuenta una mujercita.  Destacaba entre todos sus compañeros, ya que era la única que, a pesar de haber nacido en Irlanda, se consideraba asiática y también sus compañeros la consideraban más de esa raza que de la occidental, sin duda por sus acentuados rasgos orientales.

Echó la vista atrás y pensó lo distinto que hubiera sido todo en sus vidas ¿Se hubieran casado? O la influencia de la raza, de sus padres, ¿habrían influido en él? ¿Seguirían amándose como entonces? Lo cierto era que no sabían nada uno del otro y continuaban lo mismo. Probablemente, a estas alturas se hubieran divorciado o quién sabe si se amarían, si cabe, más. Todo eran conjeturas que a nada conducían. Era mejor pasar página y contemplar la vida desde una especie de palco de platea.

Amy reconocía que, su mujer era una preciosidad, como una muñeca de porcelana. Sería difícil no enamorarse de ella. Además, se unían muchas cosas a su favor. Era mejor no pensar en ello. Se centraría únicamente en la vida de su hija. Su única misión en la vida, que la había dedicado a ella.

Casi no tenía amigos; un par de ellos en el trabajo. Raramente acudía a alguna fiesta o viajaba a Dublín. Su vida se centraba en aquella pequeña localidad y su misión Aileen. Sus ilusiones habían sido destrozadas y aún tenía el alma desgarrada. No la interesaba nada de lo que el mundo pudiera ofrecerla.  Simplemente dejaba correr el tiempo y esperar a que pasase y ver la trayectoria vital de la niña, que ya no lo era tanto.

Le asustaba esa etapa que se avecinaba. La observaba sin que ella se diera cuenta y, a veces, la notaba nostálgica. Nunca lo había mencionado, pero ella sabía que pensaba a menudo en su padre. Si hubiera sido totalmente caucásica, no le afectaría tanto, pero tenía rasgos muy marcados, a pesar de que se expresaba en un perfecto inglés y tenía costumbres irlandesas, pero ellas dos sabían que, en algún lugar de la tierra vivía ese hombre que era su padre. Y que, tras él, había algo que nadie sabía más que su madre y no quería ni oír hablar del tema.

Amy volaba con la imaginación hasta Seúl, y recorría mentalmente el itinerario que hacía cada día para ir a su trabajo, para terminar en él, en su figura, en su rostro, en sus ojos que no podía olvidar, puesto que tenía una representación palpable ante ella constantemente.

A miles de kilómetros, también la vida transcurría monótona para Kwan. Su matrimonio no funcionaba. Les mantenía unidos una hija tenida de su unión con Hana, a la que adoraba.

Había nacido a los dos años de haberse casado. Engendrada, seguramente, en una de las pocas noches en que tenían conexión. Poca o ninguna comunicación existía con su mujer y cada uno de ellos hacía su vida como mejor quisiera, cubriendo siempre las apariencias. Pero no hacía falta ser muy observador para ver que sólo existía entre ellos, una unión matrimonial impuesta por las familias.

Kwan recordaba con frecuencia la intimidad, la poca intimidad con Young Mi, y la muy distinta que tuvo con Amy, con tanta entrega, tan brutal y desesperada. Tan opuesta   a la rígida y fría con su mujer. No podían reprocharle nada, puesto que lo advirtió en repetidas ocasiones. Así que optaron por seguir juntos, pero sin nada que les uniese excepto su hija que era su razón de vivir: Suni. Iba a cumplir trece años y se preparaba una gran fiesta a la que asistirían sus compañeros de clase. Era estudiosa y amaba a sus padres entrañablemente. Ignoraba la historia amorosa de su padre y, hasta ese momento no había observado la frialdad existente entre ambos progenitores. Creyó que era normal en esa sociedad tan paternalista en la que mandaban los padres sobre la vida de sus hijos. Él no sería así con ella. Le daría la suficiente libertad para que eligiese a quién desease, aunque no fuera de la misma clase social que ella. Kwan no repetiría en Suni lo que hicieron con él.

Recordaba, con bastante frecuencia su amor fracasado con Amy. Se preguntaba qué habría sido de ella.

—¿Estará casada? ¿Se habrá enamorado de otro hombre? ¿Seguirá sola? ¿Dónde te metes Amy? ¿Por qué no luchaste a mi lado? ¿Es así como preferías verme, infeliz y desesperado porque aún te amo?  Ni siquiera tengo el consuelo de encontrarme contigo casualmente. Nadie sabe dónde estás, ni qué ha sido de tu vida. Eres una pesadilla de la que no puedo deshacerme.  En eso te has convertido, en el más tortuoso de mis sueños. ¿Acaso pensaste que no te amaba lo suficiente? Te hubiera contado todo, pero no me diste tiempo para ello. ¿Prefieres que ahora pague mis errores? ¿Durante el resto de mi vida? Amy ¿Dónde te escondes? ¿Me sigues amando o te has olvidado de lo nuestro? Conseguirás volverme loco, pero tú nunca lo sabrás.

Ambas vidas eran paralelas con una separación de miles de kilómetros, de metas truncadas y logros conseguidos, pero en un rincón de sus corazones un inmenso hueco sin llenar como no fuera de nostalgias y de fracasos, en lugar de amor y felicidad.

Kwan disfrutó durante el cumpleaños de su hija. El verla feliz era su meta. Totalmente opuesta a su ignorada hermana que, lejos de allí crecía completamente ajena de que había otra persona que llevaba su misma sangre y totalmente distinta a ella, con dos años de diferencia entre ambas. Una hermana pequeña que tampoco tenía idea de que existiera. Ninguno de ellos, excepto Hana, que lo imaginaba, pero que se libró de comentar nunca nada.

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Edición: Junio 2022

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domingo, 26 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 22 - Maternidad





                                                        Capítulo 22 -  Maternidad


El destino, el tiempo, la vida, parecía haberle dado una tregua. Habían pasado los meses y estaba a pocos días de dar a luz. Las dudas sobre las habladurías, ya habían pasado o ni siquiera se habían producido. Amy estaba discretamente feliz, aunque en su interior tenía latente la imagen y el rostro del padre de la criatura.

Tenía miedo a lo que iba a enfrentarse de lo que no tenía referencia alguna. No había tenido a su madre que la acompañara y, al mismo tiempo la instruyera de lo que iba a vivir. Y como casi siempre fue de madrugada. Y como siempre estaba sola en casa cuando rompió aguas. Se puso muy nerviosa, a pesar de que su ginecólogo le había explicado el proceso que se produciría y el momento en que debía acudir al hospital. Le había dado lastima de esa joven mujer, absolutamente sola en el mundo y sin tener idea de lo que se avecinaba.

Pero la necesidad obliga, y ella aspiró aire y se dirigió al teléfono todo lo tranquila que podía estar.

—No se preocupe, tranquilícese. Mandamos una ambulancia a su casa. Estará allí en cinco minutos —la dijeron

Y entró poco menos que en pánico. Estaba con el camisón puesto, ya que la pilló durmiendo. Por indicaciones de una enfermera, hacía tiempo que tenía preparada una pequeña maleta con lo que la niña necesitaría en el hospital. Se cambió rápidamente a velocidad de vértigo, y trató de serenarse hasta que llegase la ambulancia, que no tardó en tocar al timbre de la puerta.

Mientas la acomodaban en su interior lo más cómodamente posible, uno de los paramédicos, mientras tomaba su mano, le iba haciendo preguntas, más para tranquilizarla que otra cosa. Directamente la introdujeron en el paritorio. Era primeriza y estaba muy nerviosa y alterada. Acudió también el ginecólogo que había llevado su embarazo, así que la conocía bien.

Fueron seis horas de parto. Ella murmuraba con voz cansada:

   —¡Ha sido horrible¡

El médico y la matrona que le ayudaba, se reían compadeciendo a esa joven madre y totalmente novata.

Todo había ido bien, sin problemas y,  a pesar de las horas que a ella le parecieron interminables, había sido un parto rápido y sin complicaciones. A penas había salido de su vientre, la depositaron encima de ella para que pudiera verla. Entonces no pudo contenerse y rompió a llorar. El personal sanitario sonreía al comprobar que, en esos momentos, todos los padres reaccionar igual, sólo que esta joven madre estaba completamente sola.

A duras penas se la quitaron para chequearla y terminar de limpiarla a ella también. La trasladaron a la habitación al cabo de un par de horas junto con su hija. Ni siquiera había pensado un nombre para ella.

   —La llamaré Aileen, porque será mi luz

No se había dado cuenta del problema que se avecinaba y que no sabía cómo resolver. ¿Debía comunicárselo al padre? En todo ese tiempo no habían tenido contacto alguno ¿Debió hacerlo ante los síntomas de embarazo? Posiblemente, pero ya no había remedio, así que más le valía no pensar en ello. Pero debía hacerlo ahora, sin más demora. No sólo por el padre, sino por su hija, para que el día de mañana no tuviera que confesarla que no lo había hecho.

Ya en la habitación, Aileen también estaba. Entonces tuvo ocasión de fijarse en cómo era ese pequeño montoncito de carne. El poco pelo que tenía apuntaba a que sería de color castaño. Su tez era más bien pálida, pero sus ojos eran almendrados, acusando fuertemente su procedencia asiática.

¿Se sorprendió? En absoluto, lo esperaba ya que el padre tenía muy marcados sus rasgos. Sería un recuerdo viviente de él. No pudo evitar que, por la tensión del parto y del momento de recuerdo que vivía en ese instante, el llanto acudiera hasta sus ojos. Estaban las dos solas en aquella silenciosa habitación. Ni siquiera la niña emitía ruido alguno, tan sólo, tenuemente, algún suspiro y gimoteo de la madre.  Debía acostumbrarse ya que de ahora en adelante sólo estaban ellas dos y ella, sería la encargada de ser cabeza de esa insólita familia.

¿Qué ocurría a miles de kilómetros de allí? En Seúl se ultimaban los detalles con la persona encargada de todo el boato que sería, posiblemente la boda del año. Lee Park Kwan, contraería matrimonio con Hana Young Mi.

La cara de ella radiante de felicidad y nervios, la del novio tenso, gesto contraído y entrecejo fruncido. Protestaba por todo. Se ponía nervioso y lo transmitía al resto de personas contratadas para que todo fuera más sencillo, pero él, con su mal carácter, lo volvía más complicado de lo que era en realidad.

Totalmente ajeno a lo que a miles de kilómetros estaba ocurriendo que, de saberlo, cambiaría el rumbo de su vida. Pero nada había vuelto a saber de ella. Al principio llamó continuamente a su móvil, pero pensó que lo había tirado para cortar toda comunicación con él, porque siempre le daban la misma respuesta: “este teléfono está apagado o falto de cobertura”.

Sabía que su separación había sido muy dolorosa y también conocía cómo era el carácter que tenía, por tanto, dedujo que lo tiraría para romper todos los lazos que pudieran unirles. Hasta que, al no obtener respuesta por parte de ella, dejó de llamarla.

Había tenido serios disgustos con sus padres al rechazar de plano su unión con Young Mi. Ellos habían conocido su relación con Amy cuando ella se marchó. Las voces de los padres se escucharon por toda la casa, al saber que su hijo había mantenido una relación con la irlandesa, rechazando de plano a su prometida.

Se sentía viejo, cansado, harto de ese tema, así que, en su última discusión con ellos, pronunció las palabras que deseaban escuchar:

   —Está bien. Me casaré. No quiero reproches si lo nuestro no funciona. Os lo advierto: no la quiero, no estoy enamorado de ella y nuestro matrimonio no funcionará porque ella tampoco me quiere. No quiero ningún reproche si eso sucede por parte de nadie. Yo solamente amo y amaré siempre a Amy Callaghan

Salió de la estancia dando un portazo y el rostro desencajado. Ya no quería más peleas ni discusiones. Había mantenido la esperanza de poder localizarla hablar con ella e incluso hacer un viaje hasta Irlanda si fuera necesario, pero pareciera que se la había tragado la tierra. Se había despedido de la empresa y nadie sabía su paradero.  Pasó el tiempo y, pocos meses después, estaban enredados en los preparativos de la boda.

Tres días después de dar a luz, Amy entraba en su casa llevando en brazos a su hija. Después de descargar su pequeño equipaje, se sentó con la niña en brazos y paseó la vista por la estancia, como si fuera la primera vez que viera aquella habitación.  Miró la carita dormida de su pequeña y la estrechó contra sí. Su amor hacia ella la desbordaba y recordaba con más intensidad al padre, que lejos de allí, seguramente la habría olvidado.

Miró su reloj y calculó la hora que sería en Seúl. Tenia que hacerlo y de hoy no pasaría. Decidida marcó el número de Kwan. Él, no se había equivocado, efectivamente su teléfono lo había tirado y comprado otro nuevo desde el cual llamaba. Estaba nerviosa. Escucharía su voz al cabo de tantos meses y un nudo en la garganta la impedía emitir palabra alguna. Pero no fue su voz la que escuchó al otro lado. Hablaba coreano y era una voz de mujer.

Aunque extrañada estaba decidida a contarle que había sido padre, pero no era él quién respondió. Se puso algo nerviosa ya que no lo esperaba. Ante la insistencia de la otra persona se decidió a hacerlo en inglés.

—Please can you tell Mr. Lee Park Kwan to come on?

—Who calls? Are you Amy? If she is you, I ask you not to bother him. He doesn't want to hear from you. He is very happy now. don't call back

Se quedó mirando el teléfono como si tuviera la culpa de la respuesta que le habían dado por la que dedujo, se trataba de la que iba a ser su esposa. No sabía lo que hacer. Hubiera dado cualquier cosa porque él hubiera hablado con ella. Ahora su conciencia debía estar tranquila; había cumplido con su obligación. Algo en su cabeza la hizo detenerse cuando procedía a borrar esa conversación. No debía hacerlo, sería su única justificación de que se lo anunció, si acaso, en su día, tanto su hija como él mismo, la reclamasen el haberlo ocultado.

Estaba furiosa ¿Quién se creía que era? Tenía todo el derecho del mundo de poder hablar con él. Rabia, desilusión, coraje… Sentía miles de cosas, pero sobre todo dolor. Un dolor inmenso, aunque él, al menos en esta ocasión no tuviera la culpa para ese rechazo.

Los gemidos de su hija la sacaron de su abstracción. Reclama a su madre y su fuente de alimentación.  Mientras la amamantaba, como si el bebe pudiera entenderla, acariciaba su manita y la hablaba. Esas palabras que la dedicaba salían desde muy dentro de su corazón. Su amor frustrado aún la seguía doliendo.

 

RESERVADO DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Edición:Junio 26- 2022
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miércoles, 22 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 21 - Acontecimientos

 



                                                  Capítulo 21 -  Acontecimientos


              

Al fin, su vida se iba enderezando. Tenía un trabajo totalmente diferente al desempeñado hasta ahora pero que también le satisfacía. Compañeras. Un par de ellas que lo fueron antes de ir a la universidad, en el instituto, por tanto, una alegría nuevamente. Parecía que al fin podía respirar tranquila ¿En serio? Ni ella misma podía creérselo.

Hacía un mes que trabajaba y había cobrado su primer salario, decidió, por tanto, invitar a sus compañeros a una cena informal en Mackenzie. Era sábado por la noche, así que al día siguiente no había que madrugar.  La reunión fue muy agradable. Sería tema de conversación para toda una semana, ya que, al no haber novedades, lo que no era costumbre, se comentaba durante varios días. Sin llegar a emborracharse, todos se excedieron en la bebida y Amy, también.

Por primera vez en mucho tiempo, durmió como un tronco y se despertó bien entrada la mañana. Permaneció en la cama haciéndose la remolona. No le apetecía levantarse, probablemente motivado por  haber salido de la rutina instalada desde que regresó a casa.

De repente, la saliva subió hasta su garganta. Notaba el estómago revuelto, sin duda debido al exceso de comida y bebida, sobre todo, de la noche anterior. Se haría una manzanilla o un té y enseguida se le pasaría.

El malestar persistía. Nunca había tenido esa sensación. Miró el reloj y enseguida supo que, era ya mediodía. No acostumbraba a permanecer en ayunas hasta casi la hora del almuerzo y a eso, sin duda, se debía su malestar.

Tuvo que salir corriendo hacia el cuarto de baño. La boca se la llenaba de agua y unas arcadas imposibles de soportar le ponían el estómago patas arriba.  Se repetían una y otra vez, sin encontrar explicación alguna.

—Es imposible que haya sido por la cena de anoche. No comí con exceso ni tampoco bebí tanto. Han pasado muchas horas. Será porque tengo el estómago vacío.

En un intervalo entre arcada y arcada, se dirigió a la cocina y calentó un poco de leche. A medida que su estómago lo recibía, notaba alivio y a un tiempo notaba que tenía hambre.

   —Es muy tarde. Han pasado muchas horas sin alimento. Nunca me había pasado. ¡Qué extraño!

Cuando ingería alguna galleta o fruta, notaba que su estómago ya no rugía y hasta recobraba el bienestar. No le dio demasiada importancia. Se haría una comida ligera para compensar el exceso de la noche anterior.

Durante todo el día recobró su equilibrio y hasta dio un paseo por la playa al atardecer. Le daba pereza hacerse cena, por tanto, se preparó un bocadillo y algo de fruta. Eso sería más que suficiente para ella, que no era muy comilona.

Le extrañó que, al comer el bocadillo preparado, se quedó con apetito y la fruta no era suficiente, así que cogió el tarro de las galletas y comería de ellas mientras veía la televisión hasta la hora de acostarse.

A la mañana siguiente despertó a la hora acostumbrada, pero de nuevo las náuseas se repitieron. No tenía explicación para ello. Había pasado el tiempo suficiente para no creer que fuera algún virus cogido en Corea o allí mismo. No era eso. Y de repente, se llevó las manos a la boca para no gritar.

—No no no…No es posible. No es posible que eso me ocurra, a mí

Pero sí la ocurría. Lo que en principio creyó que sería un retraso por los nervios vividos, se convirtió en una certeza. No podía ser. Ya tenía una vida estable y habían pasado demasiados días como para que no fuera lo que sospechaba. Se sentó llorando desconsoladamente. ¿Por qué la ocurría a ella?

No había hecho nada malo a nadie y, sin embargo…¿Ese era el precio que tenía que pagar por unos encuentros amorosos? En su cabeza se instalaba la duda

—¿Y si fuera un tumor? No seas absurda. No lo es y lo sabes, además si fuera un tumor produciría todo lo contrario a lo que te está ocurriendo. Ve al médico inmediatamente y acéptalo y deshazte de él, pero has de hacerlo rápidamente. Llevas mucho tiempo de retraso y cuanto más tiempo pase será más difícil.

Lo primero de todo tendría una cita con el médico. Ahora que empezaba a encajar en la pequeña sociedad de Connemara, llegaba esto. Empezarán las habladurías en cuanto sea visible y su reputación de chica formal quedaría hecha unos zorros. Le parecía escuchar las murmuraciones de las cotillas: “Fíjate embarazada y soltera”.  Se tapó la cara con las manos y rompió en sollozos. La vida no le daba tregua alguna. ¿Qué daño había hecho para tener tantos quebraderos de cabeza? Quién creo el engaño y la deslealtad no fue ella. Hubiera dado su vida por él y en cambio la pagó con ocultamientos y quién sabe si con infidelidades. Sin embargo, sería ella, en solitario quién cargaría con todas las preocupaciones e inquietudes. ¿Cómo se las arreglaría? No tenía a nadie a quién recurrir. Se volvería loca ¿Qué debía hacer?

Una voz interior respondía a un comentario que acababa de hacer:

— Darías tu vida por él, has dicho. Bien, pues él te ha brindado la oportunidad de no estar sola. Porque esa criatura que engendrasteis será carne de su carne y de la tuya. ¿Qué más recuerdo deseas tener? Le tendrás siempre, en exclusiva para ti. Cada vez que mires la cara de esa criatura le verás a él y no tendrás rival que te lo arrebate. Piénsalo bien.

Esa noche no pudo dormir. Se pondría en contacto con el médico al día siguiente. Había tomado una decisión y nada, nadie, ni ninguna circunstancia la harían retroceder. Tendría ese hijo. Tenía tiempo suficiente como para ir organizándose. Si tuviera temor a las habladurías, de nuevo volvería a Dublín y allí viviría. Nadie sabría ni murmuraría por ser madre soltera.

El médico confirmó lo que ella imaginaba y, en ese momento le anunció que deseaba tenerlo. Comenzó el ritual del seguimiento del embarazo.

 De acuerdo a la ecografía, estaba aproximadamente de algo más de dos meses, tiempo que coincidía exactamente con los últimos encuentros que tuvo con Kwan, cuando todo creían que sería normal. Cuando sólo tendrían que esconderse para verse y llevar una especie de comedia delante de todos.  Coincidía cuando se planteaba qué hacer cuando regresase a Irlanda, algo que él tenía previsto, pero que no llegaron a llevar a cabo.

Iba medio aturdida al salir de la consulta. Ni siquiera se daba cuenta de que la gente, tropezaba con ella. Su cabeza era un torbellino de ideas y de planes que debería llevar a cabo. ¿Cómo no había pensado en ello cuando tuvo la primera falta? Ella conocía muy bien su organismo y debería haber pensado lo que ahora estaba meridianamente claro. Íntimamente pensó: ¡menos mal que no es un tumor! Y desde ese mismo instante, comenzó a sonreír y echar a un lado los problemas que, sin duda, tendría. Ya iría encontrando la solución a medida que surgieran, pero la idea de esa criatura, la hizo recobrar la seguridad y acariciar con ternura su tripa que, aún no daba señales de que cambiara.

Pero no debía obviar todo lo que se le avecinaba, que no sería pequeño. Si no quería habladurías e ir a vivir a la capital, tendría que comenzar por buscar un trabajo y después un lugar donde vivir. Eso representaba una serie de gastos y sus ahorros se irían rápidamente y, ese dinero lo necesitaría para cuando naciera su hija.

No sabía por qué, pero desde el primer momento quiso que fuera niña y presentía que así sería. Iba a vivir días muy estresantes que estaban por llegar al cabo de poco tiempo, cuando su estado fuese visible. Entre esa situación y la que vivirían las dos solas en Dublín ¿Cuál sería la mejor elección? Iba a enfrentarse a una maternidad en solitario como cientos de mujeres que están repartidas por el ancho mundo y son capaces de salir adelante. Ella tenía recursos para ello. Echaría las habladurías y los cotilleros, al cubo de la basura.

No se movería de allí. En Connemara estaba su casa ya organizada, su trabajo y sus raíces. Sería bueno que también su hija las echara allí. Se enfrentaría al mundo y a las preocupaciones que la vida la marcara. Tendría a alguien por quién luchar. Las dos saldrían adelante. Sólo debía esperar unos meses y mientras organizarlo  todo para esperar su llegada.

Y así pasaron los días y unos meses. Ya todos se habían dado cuenta de lo que ocurría, pero contaba con el apoyo de sus compañeros que en todo momento le tendían una mano.

En cuatro meses más tendría a su pequeña, porque al menos en eso, el destino le había dado la razón: era niña. A medida que se acercaba el momento, lejos de olvidarse de Kwan, permanecía con más fuerza y permanencia en su memoria. Pero otra, entreabría la puerta de las dudas. ¿Tendría que decírselo?


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Autora: 1996rosafermu / rosaf9494

Edición:  Junio 2022

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lunes, 20 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 20 - En casa




                   Capítulo 20 – En casa

 

Decidió que sería mejor tomarlo con calma. Tenía todo el tiempo del mundo por delante. Nadie la metería prisa, pero a pesar de ser la dueña de su propia vida, debía organizarla, ir paso por paso. Allí el tiempo se estiraba interminablemente y, cuando en la ciudad nunca llegas a tiempo, en Connemara te sobra. Arreglaría un poco el dormitorio; cambiaría las sábanas y el edredón, además de poner la manta eléctrica. Estaba algo destemplada. Deseaba dormirse y despertar al cabo de los días. No tenía prisa.

En la empresa la habían pagado generosamente y pocos gastos, por lo tanto, tenía bastante ahorrado para aguantar una pequeña temporada. Primero debería adaptarse a aquel lugar que, no era desconocido para ella, pero muy diferente al ritmo de vida que había llevado hasta que decidió dejarlo todo.

 Se trazó una especie de guía para ir poco a poco adaptándose a la nueva vida. Una vez organizada la casa, iría hasta la ciudad y efectuaría las compras para llenar el frigorífico.

Por las mañanas, mientras el tiempo lo permitiera, daría largos paseos, principalmente por la playa. La gustaba caminar por la orilla y que el agua azotase su pies. La serviría para reflexionar y hacer un balance sobre el desastre de su vida. Había renunciado a todo, no sólo al amor, sino a la vida cómoda a la que se había acostumbrado. No necesitaba grandes lujos, pero sí una estabilidad económica y, a esta parte, le había dado el finiquito.

A penas cenó esa noche. No tenía apetito y estaba cansada y triste, muy triste. En una semana había vivido en la otra punta del mundo y ahora estaba en casa. Una casa solitaria y fría, tan helada como su propio corazón.

Abrió la nevera y estaba completamente vacía. Volvió a salir. Iría dando un paseo hasta el pub del escocés  Mac Kenzie, que conocía de toda la vida. Allí tomaría, al menos, un café caliente que la entonara un poco. Después volvería a casa y se metería en la cama; con suerte llegaría el sueño y esperaba reponerse del cansancio anímica y corporal que sentía.

No durmió muy bien aquella noche, quizás por el propio cansancio. Lo extrañaba todo: la cama y su frialdad en las sábanas, incluso con la manta eléctrica el silencio absoluto... Todo, a pesar de no serle extraño. O quizás la extraña era ella misma.

Comenzó a cumplir el calendario que se había fijado hasta retomar de nuevo la vida normal. Daría un paseo por la playa. Era un lugar hermoso que la permitía confesarse con ella misma, reflexionar sobre lo dejado atrás y lo que debía hacer. A propósito, había dejado descolgado el teléfono. No lo quiso conectar por si acaso a él se le ocurriera llamarla. Desde que decidió tomar esa decisión, no tenía conexión con nadie. No necesitaba conectarse a nadie, ya que nadie la esperaba. Decidió seguir de esa manera hasta que su corazón herido, fuera sanando poco a poco. Nunca sabría si Kwan lo intentó de nuevo.

Había tanta calma y paz en aquel lugar que se relajó un poco. Miraba al cielo siguiendo los gritos de las gaviotas. No había nadie, a pesar de no ser temprano. Sólo estaban el rumor del mar y ella. Ese ir y venir constante del pequeño oleaje, serenaba su espíritu. La relajaba no necesitando ni psicólogo, ni pastillas para ello.

Era la magia de aquel lugar, de Connemara, del mar, de la soledad, de la paz, aunque no era de su interior, ya que por dentro estaba todo bastante revuelto. No había pasado el tiempo suficiente como para empezar a olvidar lo pasado.

Miró su reloj y comprobó que era hora de acercarse hasta el pueblo y comprar comida. No podría evitar el saludo de aquellos que la conocían que la preguntarían si había vuelto por vacaciones. Ella respondería:

   Si, durante una temporada. La ciudad es muy estresante y necesitaba relajar los nervios

 Esa sería su explicación. En parte era verdad, pero no el motivo de haber vuelto a casa. A pesar de todo, echaba de menos su trabajo, a sus compañeros y al "innombrable". Acordarse de Kwan le producía un dolor infernal. No se lo podría perdonar en la vida.

En uno de los paseos, ese día se encontró con una antigua amiga que fuera de su madre. Tras dar las consabidas explicaciones del por qué había vuelto, la conversación derivó en otros asuntos entre ellos el del trabajo. Necesitaban a alguien en la oficina de turismo y nadie mejor que ella que era una especialista en informática.

   —El concejal, es un antiguo compañero tuyo de colegio. Ve y habla con él. Seguro que te dan la plaza.

Era una buena ocasión. Conocía a casi todos y también a su director. Le dio un poco de rubor, porque al iniciar el bachillerato, fue su primer “novio” de juventud. Aunque siguieron rumbos distintos, aquel recuerdo, de su primer inocente beso, al menos ella, lo recordaba. Lo intentaría. Quizás él no. Si la admitiera entre sus auxiliares, respiraría más tranquila y volvería al trabajo en equipo, algo que echaba mucho de menos.

Al volver a casa se cambió de ropa por otra más presentable, sacó la bicicleta del trastero, la limpió por encima el polvo acumulado y, sonriendo se dijo:

—No está mal. Podrá servir hasta que me pueda comprar un coche.

Se montó en ella y se dirigió hacía el centro de la ciudad en donde estaba situado el despacho de turismo. Connemara era un parque natural muy visitado por turistas que la mayoría llegaban desde Galway en las variadas excursiones realizadas.

Se saludaron efusivamente y durante su charla recordaron los momentos pasados de adolescentes. Él, la pregunto también por su trayectoria y sin darse cuenta, relató su experiencia coreana, pero omitió su anticipada marcha del país y el motivo que lo produjo.

   —Necesito trabajar. Si supieras de algo comunícamelo

   —¿Una informática como tú buscando trabajo? Acabas de encontrarlo. Nos vendrás muy bien para ordenar un poco un programa que tengo en mente para, facilitar a los turistas que vengan, toda la información de los lugares más importantes a visitar.

   —¿Cuándo empiezo?

   —Mañana mismo, si quieres

Todo había salido mejor de lo que esperaba. Estaba en casa y además tenía un trabajo. Sólo quedaba terminar de acoplarse. Quedó con su amigo en comenzar a trabajar a partir de la siguiente semana. De esta forma, ella terminaría de instalarse y organizar su vida. Sería un puesto que entraba dentro de su campo, con compañeros que conocía a varios de ellos y con un jefe igualmente recordado. Lo que debía hacer, una vez incorporada, era pan comido para ella. Después de desarrollar el programa último, éste sería un juego de niños. Una magnífica forma de comenzar de nuevo su vida. Además, el estar ocupada la distraería y no pensaría en nada ni en nadie. Es lo mejor que le había pasado en una semana. Acoplaría a su nueva vida su sistema de trabajo. La daría tiempo para todo. Allí todo era más calmado, además en la época de invierno, pocos turistas pasarían por aquellas oficinas. Lo más duro del trabajo sería primavera y verano.

Su cabeza comenzó a trabajar en cómo desarrollaría el programa que necesitaba. En él incluiría distancias y localidades para poder visitar, hoteles y medios de comunicación, además de las rutas más interesantes. Al llegar a su casa, trazaría un esquema con lo que deseaba hacer para luego, una vez aprobado por el director, llevarlo a la práctica.

Por primera vez en muchos días, había borrado de su cabeza una imagen totalmente opuesta y, un rostro diferente. Pero aún conservaba impresa en su memoria, el rostro tenso, contraído y descompuesto de Kwan cuando le dijo que todo había terminado y no quería saber nada más de él.

Aquella noche, cenó con apetito e incluso encendió el televisor para ver algún programa antes de dormir. Buscaba con el mando alguna película que la distrajera al menos durante un rato hasta que el sueño la venciera. Encontró una serie irlandesa: “Derry girls” que la distrajo y hasta la hizo reír con las ocurrencias de unas chicas irlandesas y un chico inglés. Mientras la proyectaban, olvido sus problemas y por primera vez en días rió con ganas antes las ocurrencias de las adolescentes.

Eso era lo que necesitaba, lo que buscaba y había conseguido. Estaba ilusionada con el giro que había dado su vida inesperadamente, y bendijo a aquella vecina que la indicó lo de su trabajo. Se sentía impaciente porque llegará el lunes de la siguiente semana para comenzar a trabajar nuevamente.

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Autora: 1996rosafermu  / rosaf9494

Edición: Junio 2022

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