martes, 28 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 24 - Un nuevo hogar

 Su aprendizaje iba bien. Al menos podía responder a algunas preguntas que pudieran hacerla, aunque se sentía insegura al mantener una pequeña conversación. Aún le faltaba mucho hasta llegar a eso. Su suegra se mostraba complacida. El suegro ya no la miraba tan insistentemente y eso también la relajaba. Había llegado la hora de que volara sola.

Todas las mañanas acompañada de su suegra y en el coche familiar. Iban hasta el centro de la ciudad, y allí Sum Hee, la enseñaba  los sitios de ocio, como los centros comerciales, o algún restaurante al que solían acudir, algún cine o teatro, la peluquería, el gimnasio...  en fin, le daba a conocer la ciudad y los lugares que ellos frecuentaban.

Dae había comprado una casa en una urbanización no muy alejada del centro de Seúl. Más grande que su apartamento, pero no tan grande como la de sus padres. Ese sería su hogar, en el que deseaban tener su familia, aunque a veces, la niña, pasará algún día con los abuelos que, gozaban de la pequeña en gran manera. Habían recobrado parte de su juventud  cuando ellos mismos criaron a Dae.

Y al fin, se instalaron en su casa en la que al principio se mostraba algo extraña. Nunca había vivido en un lugar tan grande, exceptuando la mansión de sus suegros. Casi se había acostumbrado a ello cuando hubieron de mudarse a su propio hogar. 

Los suegros, darían una fiesta para presentarla en sociedad y, que sus más íntimas amistades conocieran a la mujer que Dae había elegido para compartir su vida. Ya podía mantener  alguna pequeña conversación con los invitados, porque querrían saber cómo se había convertido en esposa de uno de los hombres más poderosos de la ciudad.  Las primeras frases eran algo lentas al responder, pero después se dijo así misma que no era una novata con las personas, y ellas no eran diferente a todas las que había tratado en España. Estaba acostumbrada a hacerlo con gentes de todas las partes del mundo, excepto Corea, hasta que apareció  Dae, poniendo todo patas arriba.

Dió el último repaso a su apariencia, a su vestido, a su peinado, a su maquillaje. Deseaba estar perfecta para dejar en buen lugar a su familia recién estrenada.

 Habían concertado un exquisito bufete y contratado a personas que lo sirvieran. En total eran veinte personas las que acudirían a la cena de ese fin de semana. Entre ellas los padres de Eun Ji y ella misma. Dae no le había hablado mucho de ella, sólo lo imprescindible como buena amiga.

 No podía evitar estar nerviosa. Sabía que todas aquellas personas la examinarían minuciosamente y mucho se temía que fueran tan quisquillosas como lo habían sido sus suegros al conocerla. Por mucho que Dae la tranquilizara, sería ella el punto de mira y se temía que en la conversación fallara estrepitosamente. Sum Hee estaría presidiendo la mesa , y a su lado Alba por si acaso se encontrara en algún compromiso, ella la ayudaría a salir del paso. Su suegro estaría en la otra cabecera y Dae a su lado. Todo estaba dispuesto. 

Eun Ji, se sentaría al lado de Dae junto a sus padres, algo que no le hizo ninguna gracia. Al lado de Alba estaría un primo hermano del que nunca le había hablado. Dong Yul, era su nombre. Era bastante atractivo y quizás tres o cuatro años mayor que Dae. 

La miraba con bastante frecuencia, algo que la ponía muy nerviosa. Tenía un ligero parecido a Dae; no sabía si era por vía materna o paterna. Bastante alto y fuerte de apariencia; su sello oriental era muy acusado. Se estaba acostumbrando a los rasgos asiáticos, ya que pocos occidentales o ninguno había conocido desde que se estableciera en Seúl.

Min Ho, golpeando suavemente una copa, interrumpió las conversaciones de sus invitados, justo en el momento en que las miradas de Alba y  Eun Ji, se cruzaron analizándose una a la otra. Desviaron sus miradas hacia el anfitrión, que comenzaba un pequeño discurso para la presentación de la esposa de su hijo. Alba se puso bastante nerviosa, pero sonrió abiertamente mirando a su suegro y a continuación a  Sum Hee y a Dae. Trataba de ocultar su nerviosismo y esperaba conseguirlo; no le gustaba nada en absoluto que se dieran cuenta de ello. Algo que por otra parte entraba dentro de lo normal.

Dong Yul, se había percatado de la incomodidad  de Alba al ser el centro de atención de todos. Se hacía cargo de ello. Era la extranjera, la extraña, sola ante un montón de ojos que la examinaban y, probablemente no estaban de acuerdo con la decisión tomada por su primo. Todos sonreían y fijaban su mirada en ella, que erguía sus hombros y levantaba su rostro sonriente ante las palabras halagadoras de su suegro. Al terminar el discurso, todos aplaudieron mirándola. No había entendido muy bien lo dicho por él, salvo algunas pequeñas palabras, pero por la cara de satisfacción de  Sum Hee y de Dae, imaginó que eran halagadoras para ella.

A continuación sirvieron el menú dispuesto para la ocasión. Dong Yul, para que se relajara, inició la clásica conversación:

— ¿De qué parte de España eres?

— Soy de Madrid. ¿Conoces mi país?

— Desde luego que sí. Viajo con bastante frecuencia, sobre todo a Andalucía. Mis padres residen en Mijas y pasan temporadas en Málaga. Me atrae muchísimo. Es fascinante. Perdona, pero salvo alguna palabra, no puedo hilvanar una conversación en español.

— Estamos a la par — respondió Alba — Si no hubiera sido por Sum Hee, no sabría decir ni buenos días en coreano.

— ¿ A qué te dedicabas antes de casarte?

— Era guía turística. Conocí a Dae en una de las excursiones

— ¿Os enamorasteis en una de ellas?

— Si. En una ruta del Camino de Santiago

— ¡Qué romántico !

— Si. Lo fue 

—Si Dae estuviera ocupado y quisieras conocer algún sitio, cuenta conmigo. Estoy de vacaciones y mucho tiempo libre.

— Te lo agradezco, pero tengo mucho que hacer. He de ocuparme de la niña, de la casa y de perfeccionar el idioma.

— ¿Tenéis una hija? Si que habéis corrido...

— Es una larga historia

— ¿Me la contarás algún día?

— De momento no. Perdona, nuestra historia tiene aristas bastante duras y aún no estoy preparada para comentarla con extraños

— Pero yo no soy un extraño. Dae y yo nos criamos juntos. Fuimos como hermanos

— Perdona, lo entiendo. Pero acabo de conocerte. Pregúntaselo a Dae; él puede hacerlo.

— Está bien, lo entiendo.

Cortaron la conversación. Los camareros servían el primer plato de la cena. Se miraron en silencio y, cada uno de ellos prosiguió a lo suyo, como si les atrajera especialmente las viandas que tenían frente a sí. Llegaron los brindis y ambos esposos se miraron desde la distancia levantando sus respectivas copas, Pero  fue Dong Yul quién chocó el fino cristal mirándola y dirigiendo otra mirada a su primo que les observaba con curiosidad.

No terminaba de gustarle que estuviera sentado al lado de su mujer. Le conocía bien  e imaginaba que la contaría cualquier historia de cuando ellos frecuentaban las discotecas y bares de Seúl. Ambos fueron unos rompecorazones y no veía oportuno que se enterara por la exageración de su primo, que siempre echaba balones fuera, aunque era él quién buscaba las ocasiones de conquista con las muchachas con las que salían. Más de una había salido mal parada con sus audacias. Tendría que poner sobre aviso a Alba de que no se fiara de él. Siempre exageraba, pero algunas veces había herido los corazones femeninos. Tenía plena confianza en su mujer, pero de él no se fiaba ni un pelo.

La cena transcurrió normal, al fin se habían alejado las miradas perturbadora hacia  Alba, que charlaba animadamente con el primo de Dae. Se le notaba que había corrido mucho mundo y su charla era amena y a veces hasta divertida. Había conseguido relajarse y, ahora disfrutaba del ambiente cálido que se había originado pasados los primeros momentos de la presentación.

Pero a pesar de todo, no perdía de vista a Dae que mantenía su charla con Eun Ji muy animados y bastante sonrientes. A veces tenía la impresión de que él pareciera que se confesara con ella. Tanta confianza no la satisfacía. ¿Qué grado de intimidad habían mantenido durante su ausencia? ¿Habían sido algo más que amigos? Por la confianza que observaba, pareciera que sí, aunque con ellos nunca se sabe. Suelen ser bastante enigmáticos y sus rostros no dejan traslucir los sentimientos que puedan tener, ya sean buenos o malos. Observaba detenidamente a la muchacha y, tenía que reconocer que era una auténtica belleza. Un cutis envidiable. Imposible adivinar la edad. Pero no la gustaba la familiaridad que entre ambos observaba, por muchas intenciones que tuvieran en su día de unirles en matrimonio, o quizá posiblemente por ello. Estaba celosa. Ahora que le había recuperado, por nada del mundo deseaba interposiciones de alguien. Tenía mucho trabajo por delante; debían conocerse y fomentar unas bases firmes para que su matrimonio saliera adelante sin fisuras ni dudas.

De vez en cuando, sus miradas se cruzaban y se sonreían. Dae movía la cabeza en señal de aceptación como diciéndola que había triunfado.

El señor Min Ho estaba más contento, quizá de lo acostumbrado, y hasta su esposa se asombraba. Sin duda se lo debía la éxito de Alba que se había dirigido a los invitados pronunciando unas palabras en coreano, algo que satisfizo, principalmente a su suegro.
A Dae se le veía relajado, contento como nunca le había visto, y es que pocas veces  había tenido ocasión de observarle bajo ese prisma.

Tenía calor y estaba algo sofocada, sin duda por los nervios que había mantenido durante toda la velada. Con el pretexto de ir a ver a su hija, se ausentó, aprovechando  que ahora los invitados pasaban al salón contiguo para seguir charlando acompañándose del café de sobremesa y de alguna copa.

Dong Yul la vió alejarse y a su vez la mirada inquisitiva de Dae, no le quitaba ojo. Conocía a su primo y sabía que había quedado impresionado por la belleza racial de su mujer, tan distinta a las damas coreanas que les acompañaban aquella noche. Pero a pesar de ser una mirada inquisitiva, más que otra cosa, algo en su interior le inquietaba. Le conocía bien y hasta había participado en algunas de sus andanzas. No le había quitado la vista de encima durante toda la noche. No le creía capaz de acosar a su mujer, pero si de adularla constantemente. Sabía que esa admiración incomodaba a Alba, máxime de una persona que acababa de conocer. Se disculpó con  Eun Ji y fue en busca de ella.

La encontró como había dicho en el cuarto en donde una enfermera especializada, leía tranquilamente mientras  Aera dormía tranquila. 

Alba estaba sentada en el borde de la cama contemplando el rostro relajado de la niña y sonriendo débilmente. Si unos meses atrás la hubieran dicho que viviría una noche como la que estaba viviendo, no lo hubiera creído. Se había sentido halagada no solo por su marido, sino por aquél primo donjuanesco que acababa de conocer. Por las palabras  galantes de su suegro y por la tierna mirada de su marido. Pero un cosquilleo interior no la dejaba disfrutar del éxito  de aquella velada, y era la cercanía de aquella preciosa coreana, que había pretendido ser la esposa de Dae.

Su fibra inquieta y recelosa, afloró en ella. Por eso deseo aislarse durante unos momentos de aquellas miradas que  de una y de otro,  iban dirigidas a ellos dos. Pensó que sería la novedad de la presentación que hiciera su suegro. Algunos de ellos ni siquiera sabían que estaban casados y además eran padres de un bebe. ¿ Lo sabría ella? Seguramente si. Formaban un círculo muy cerrado y, los rumores se expanden muy deprisa. Además, su matrimonio, seguramente causaría extrañeza entre ellos por lo rápido e insólito, aunque había  pasado mucho tiempo separados y oculta en otro lugar.

— ¿Qué haces aquí? La fiesta es en tu honor. Debes estar presente.

— Lo sé, sólo necesitaba respirar profundamente durante un rato. He pasado muchos nervios y necesitaba aislarme un poco. Si al menos te hubiera tenido cerca... Pero claro, el protocolo es el protocolo. No estoy acostumbrada a tanta etiqueta. Habrás de darme tiempo para que me acostumbre.

— Lo sé, amor. Lo sé. Me tenías preocupado. Me mirabas insistentemente y me daba la impresión de que con esas miradas me estabas pidiendo auxilio.

— En parte sí. Los nervios no me dejaban vivir. Tú estás acostumbrado a estos eventos, pero yo es la primera vez que asisto a uno. Tú sabes que mi vida es muy sencilla: tendrás que darme tiempo. Te prometo que no os dejaré en ridículo nunca.

— ¿De qué hablabas con mi primo?

— Pues de nada en concreto. Me preguntaba cuándo nos conocimos y cómo llegamos, no sólo a casarnos, sino de ser padres también. No te preocupes, soy bastante hábil para llevar una conversación por donde yo quiero llevarla. No desvelé nada que no queramos que se sepa.

— Es bastante inquisitivo, ten cuidado con él. Le quiero mucho; nos criamos juntos, pero también es un casquivano al que le gustan mucho las mujeres y tú, en estos momentos, eres una presa fácil, no sólo de él, sino de algunos de los formales caballeros que se han sentado a la mesa con nosotros.

— Amor ¿Cómo puedes decirme eso? Estoy bastante pillada por tí. Lo he estado desde que te conocí. Déjales soñar. Ya se convencerán de que a quién prefiero eres tú, por muy apolíneos que sean esos caballeros.

Rieron juntos. Se abrazaron y la tomó por la cintura, regresando nuevamente a la reunión que deseaban tremendamente que terminara de una vez, algo que no vislumbraban su prontitud.


lunes, 27 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 23 - Un determinado ritmo de vida

 Poco a poco, sin prisas, pero sin pausa, Alba se fue ganando el afecto y la consideración, principalmente de su suegro. Su vida se había encauzado después de la locura que supuso la formación de su nuevo hogar. El amueblar el piso adquirido, más grande tenía revuelta toda la vida familiar de ambos hogares. Al menos Aera estaba con sus abuelos y ella era la única que seguía con su habitual ritmo de vida.

Dae dio plenos poderes a su mujer para que ella dirigiera el lugar en que deseaba tener cada cosa comprada y si una vez en el apartamento, no la gustaba podrían devolverlos por otro enser más acorde. Volvió de nuevo a su trabajo que le absorbía por completo, pero era escrupuloso con el horario, y a la hora acordada, todos, jefes y empleados, dejaban todo lo que estuvieran haciendo hasta el siguiente día. Ahora se daba cuenta de lo importante que es una familia y que tenía un papel esencial para que todo llevase el ritmo normal, y tanto él como sus empleados, merecían una estabilidad no solo en su trabajo, en su vida  privada también.

Alba pasaba muchas horas sola. No se atrevía a salir de casa y perderse. Aún no conocía muy bien su entorno. El idioma se le resistía y eso la desorientaba bastante. Le resultaba difícil aprender el coreano y no digamos escribirlo, a pesar de que su suegra la enseñaba y practicaba con Dae, pero no se atrevía a hablar con extraños aún.  Sólo lo hacía cuando estaba con   su marido los fines de semana. En esas ocasiones se lanzaba a articular algunas palabras, porque sabía que contaba con el respaldo de él. 

Algunas veces, Aera, se quedaba en casa de los abuelos, enviaban al chófer a su casa para recogerla, ya que Alba no tenía seguridad en no perderse.

 Los fines de semana, Dae hacía de Cicerone y la enseñaba la capital y los alrededores. Cuando hacía buen tiempo iban a la playa, al apartamento que sus padres tenían en Busan.

Unas veces iban solos y otras llevaban a la niña. Era un sitio maravilloso para pasar el verano. Todos disfrutaban viendo a la pequeña jugando con la arena. Todo era una novedad para los cuatro. Los jóvenes padres por la inexperiencia y los abuelos, porque habían olvidado la infancia de su único hijo. El caso era que todos disfrutaban y cada vez había más comunicación entre ellos, sobre todo  cuando Alba se decidía a pronunciar alguna frase respondida por su suegro. Ese detalle le daba confianza; si era capaz de hablar con él, lo haría igualmente con otras personas. Con su suegra por descontado, pero  el señor Min Ho seguía infundiéndola mucho respeto.

Dae les observaba sin que se dieran cuenta y se sentía satisfecho, porque las aguas había seguido su cauce y ya comenzaban a entenderse esas dos personas, que hasta no hacía mucho eran literalmente enemigas. Quizás la niña había servido de árbitro sin saberlo. Disfrutaban viéndola crecer y eran super protectores con ella, originando alguna disputa entre los abuelos, con la sonrisa de Dae  y Alba que, con paciencia asistían a la discusión sin inmutarse.


Se mostraba satisfecho al contemplar a su familia. Los cinco juntos y en paz. Quién lo hubiera pensado con la tensión que habían mantenido meses atrás que estuvo a punto de derribar su matrimonio. Sin embargo ahora Alba se había convertido, poco a poco, en una compañía, especialmente para la madre, con la que mantenía largas charlas sobre el trabajo que había tenido como guía y como inició la relación con quién era ahora su marido. Ella la escuchaba con mucha atención absorbiendo esa parte de la historia que desconocía. Supo que en verdad fue un amor a primera vista, al menos por su hijo, aunque ella le correspondiera de la misma forma. Había párrafo en que se le escapaba el castellano que mezclaba con el poco coreano que había aprendido. A Sum Hee le hacía gracia porque sabía que estaba haciendo todos los esfuerzos del mundo por aprenderlo rápidamente. Era el único obsequio que podía hacerles: identificarse con las costumbres de su nueva familia. Demostrarles que todo lo relacionado con Dae la importaba muchísimo y, que por él haría cualquier sacrificio que la pidieran. La madre se daba cuenta del esfuerzo que hacía por congraciarse con ellos, conquistar su afecto y que no la vieran como a una extraña que llegó para robarles su hijo, sino para regalarles su nieta.

Al no tener familia, se aferraba a ellos con todas sus fuerzas y hacía lo indecible por conquistar su cariño y que la vieran, al fin, como a un miembro más de la familia y no como el vientre que les dio una nieta. Necesitaba ser amada, y no sólo por Dae, sino por ellos. Estaba sola en aquél pais, no tenía a quién recurrir más que a ellos, si acaso ocurriera algo. Deseaba integrarse y hacía todo lo indecible porque ellos se dieran cuenta.

Cuando a solas con su marido le hacía partícipe de sus pensamientos, él con cariño la apaciguaba. Las dudas que tuviera las resolverían juntos. Eran uña y carne, pero aún dudaba de que el patriarca  la viera como un miembro más de la familia, sino a la nuera molesta que había invadido su privacidad. No se daba cuenta de que, cuando estaban los cuatro, su suegro, a penas hablaba, pero de soslayo la miraba como queriendo analizar lo que decía, siempre en inglés, Analizaba cada palabra y cada situación. A veces se daba cuenta y los nervios volvían a atenazarla el estómago. Pensaba que a su suegro seguía sin hacerle gracia que una extranjera del otro lado del mundo, hubiera llegado a invadir un terreno que no le correspondía.
No quería ni pensar si, acaso esa animadversión alcanzara a su hija, porque en ese aspecto sería inflexible, cómo una leona defendiendo a su cachorro.
Otras veces  Min Ho, se dirigía a ella y clavaba sus almendrados ojos en los negros grandes y brillantes de ella como queriendo leer en su interior, y aunque no fuera esa la intención de su suegro, se ponía en guardia, erguía su cuerpo y tensaba su rostro. Sólo Dae se daba cuenta de ello, pero no hacía nada. Era como un duelo de titanes frente a frente y serían ellos quienes resolvieran sus batallitas. La barrera con su madre estaba más que derribada, pero el padre, más tozudo y persistente no terminaba de admitir que, en el fondo estaba comenzando a sentir que no la movía ningún interés más que tener una familia, e incluir a ellos también. Por eso, conociendo a su padre, estaba tranquilo y le quitaba hierro a las quejas que ella le daba, ante la imposibilidad de conquistar también a su suegro. Sin embargo  Sum Hee, se había ofrecido a enseñarla el idioma, ya que Dae lo estaba haciendo, pero debido a su trabajo no tenía mucho tiempo y, el aprendizaje iba demasiado lento. Además con ella estaba más relajada; quizás al ser mujer, la comprendía más y era menos crítica. Tenía ganas de aprender, necesitaba aprender rápidamente, no sólo por ella, sino por Dae.

Quería hacer buen papel cuando la presentasen a sus amistades que, seguro la mirarían con lupa. Deseaba dejarles en buen lugar. Sobre todo ante las amistades más jóvenes. Sabía que Dae era un personaje muy codiciado por cualquier muchachita casadera y, que había sentado muy mal el que lo hiciera casi de tapadillo, en el extranjero y con una occidental, que nada sabía ni entendía de las costumbres de Asia. Y por si todo eso fuera poco, era una embaucadora y seguro que se había dejado hacer un hijo.

 Ellas enfocaban su pelea contra Alba. Ni siquiera pensaron que fuese una casualidad que se conocieran, se enamoraran y desearan casarse cuanto antes para que ella no tuviera problemas para entrar en su nuevo pais. Las amistades se habían dividido en dos bandos, siendo el más poderoso el de  Eun Ji, de la que Alba tenía referencias por su marido durante su ausencia. Era analizada por ella más severamente que por ninguna otra. La consideraba una intrusa, su rival, al pensar que de no haberse entrometido, quién sabe si ahora no estaría casada con él, en lugar de esta occidental.  Ni siquiera Alba, la daba el beneficio de los celos. Estaba muy segura de su marido y de lo que él opinaba de la actuación de Eun Ji.

Cada vez que se encontraban en alguna fiesta dejaban bien a las claras que ninguna de las dos era santo de la devoción de la otra. Hasta las amigas se habían dividido. El bando minoritario era el de Alba, algo que la traía sin cuidado. Sabía que debía hacerse amistades por el bien de las relaciones de su buena familia, pero no podía hacer nada si  por los amigos

era considerada como una rival. No iba a entrar en polémicas, porque siempre sería la perdedora. Le traía sin cuidado que hablasen lo que quisiesen. Sus personas más cercanas sabían como había ocurrido todo y, eso era lo que más la importaba. El resto que pensasen lo que quisieran. 


 


domingo, 26 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 22 - Su nueva vida

 Aunque los primeros párrafos pronunciados fueron cortos y algo comedidos, poco a poco la situación se fue normalizando entre los cuatro. El más hermético era el señor Min Ho, que seguía escudriñándola con la mirada, algo que la ponía nerviosa, pero no tanto como para salir corriendo. Pensó que sería su forma de ser y que tendría que ir acostumbrándose a ella. Quizá el carácter de ellos era ese: estudiar al que tenían enfrente. Con Dae no había tenido esa sensación. Siempre había sido amable con ella, pero claro sabiendo en lo que terminó su trato con él, era lógico que no fuera tan analítico.

La preocupaba que el padre no se hubiera convencido de lo explicado, de que era todo cierto y allí estaba su hijo para corroborarlo. Pensó que de su hijo no sentiría desconfianza. Trataría de ganarse al patriarca. Creía que a la madre ya se la había ganado. Se mostraba deseosa de tomar en brazos a su nieta, ya que no apartaba la mirada de ella. Alba se levantó y se dirigió hacia el lugar en donde estaba acomodado el cuco de la niña que miraba al infinito jugando con sus manecitas. La levantó y besando su frente, se dirigió hacia su suegra y se la ofrecía para que la tuviera en brazos. Ambas sonreían. En la mirada de Sum Hee había un interrogante que Alba entendió perfectamente:

— ¿Quiere tomarla en brazos?

No necesitó traducción. extendió sus brazos acogiendo en ellos a su nieta que la miraba con curiosidad. El suegro, miraba sin pestañear a ambas mujeres que, se comunicaban perfectamente sin necesidad de traducciones. Dae observaba la escena con una sonrisa y con ilusión. Parecía que todo se normalizaba y que ellas se entendían perfectamente. La aceptación o no de Alba por parte de su padre, corría a cargo de la madre. El señor de la casa, miraba la escena con curiosidad y relajó un poco el gesto de su cara, esbozando una tenue sonrisa mal disimulada al observar a la niña tan de cerca por primera vez.

Min Ho, adoraba a su mujer, a pesar de que su casamiento no fue por amor, sino por conveniencia, pero con el paso del tiempo, se fue enamorando de ella, de su gran corazón y de su paciencia con él. Ahora habían llegado a la mitad de sus vidas y no la cambiaría por nada ni por nadie. Observaba disimuladamente a su nuera y mirándola, comprendía perfectamente que su hijo se enamorara perdidamente de ella, no sólo por su cara bonita, sino por su forma de comportarse. Le satisfacía comprobar que su mujer era totalmente feliz con aquél bebe y eso le lleno de satisfacción:

— Si ella es feliz, yo también lo seré — se dijo interiormente.

Aquella noche dormirían en la gran mansión. Las charlas, la cena y los planes de Dae hicieron que el tiempo transcurriera rápidamente. Estaban cansados y deseosos de cambiar impresiones en la intimidad de la habitación. A pesar de que Alba, a medida que transcurrían las horas, se fue relajando, necesitaba hablar con ella y conocer sus impresiones, pero sobre todo, tener intimidad, después de tanto tiempo. Estaba nervioso al igual que ella. No sería la primera vez, pero había habido un largo paréntesis nada más comenzar su vida de casados. Sería como su primera noche y, debía tener en cuenta los nervios de ella ante esta nueva etapa que habían vivido en ese día. Estaba impaciente, pero se contendría en sus ímpetus para no asustarla. A penas se conocían. No les había dado tiempo y de nuevo sería como su primera vez en Santiago. Arreglaron a la pequeña que dormía tranquila en el cuco. Tendrían toda la noche para ellos. Al menos hasta que  Aera diera el toque de alarma a la mañana siguiente.

Ambos sentían lo misma sensación y, sin mediar palabra alguna, los dos avanzaron y se abrazaron frenéticamente. Lo que vino después fue una noche de insomnio a pesar del cansancio. Esa unión les compensaba de todas las horas de nervios, incertidumbre y por fin aceptación de la situación. Se unieron más posesivamente que la primera vez. Debían desquitarse de los nervios sentidos, pero sobre todo de la larga ausencia entre ellos. No cabían explicaciones de nuevo. Ambos sabían todo lo ocurrido durante ese lago paréntesis. Habían iniciado una nueva vida y tendrían que borrar todo lo pasado para que nada interfiriera en lo nuevo que estaban iniciando en esa noche y en esos momentos tan íntimos, tan añorados y al fin realizados.

Alba sintió un poco de rubor a la mañana siguiente. Miró el reloj que tenían en la mesilla de noche y comprobó que era tardísimo. Recordó que Corea tenía siete horas de adelanto con relación a España. Para su cuerpo era casi de madrugada, pero allí la tarde. Le daba vergüenza presentarse delante de sus suegros, porque imaginarían la noche que habían tenido. Dae rió al ver el rostro de su mujer. Estaba alarmada sin pronunciar palabra.

— Querida, ellos imaginan lo que hicimos esta noche. No sería normal si no fuera así. Ellos también lo hacen. Aunque les veas tan fríos, mi padre es bastante apasionado con respecto a mi madre. La adora y está locamente enamorado de ella. Debe ser cosa de familia, porque yo lo estoy de tí. No te preocupes. Les diré que estábamos muy cansados y nerviosos, sin especificar más. No necesitamos justificarnos. Somos libres de hacer lo que se nos venga en gana.

Fue después de ducharse... entre otras cosas..., cuando hicieron acto de presencia, la mesa permanecía puesta a la espera de que ellos bajaran a comer. Sentían un hambre atroz, no sólo por el "ejercicio" realizado durante la noche, sino porque su estómago, sobre todo el de Alba, la gritaba que quería comer. Ante la mirada sonriente de la doncella, Dae, pidió la comida mientras Alba, bajaba la cabeza carraspeando ligeramente.  Preguntó por sus padres y le informaron de que estaban en el salón viendo la televisión. 

— La señora me ha dicho que si se puede quedar con Aera mientras ustedes comen

— Desde luego. Se la llevaré yo misma— respondió Alba

Y hacia el salón se dirigió con la niña en brazos mientras la doncella llevaba el cuco.

Entró sonriente. Recordó el saludo coreano e inclinó la cabeza a ambos esposos. Ese gesto gustó mucho al patriarca. Mientras Sum Hee extendía sus brazos para tomar en ellos a su nieta.

— Ya ha tomado su biberón. Sólo dentro de media hora, más o menos, la tocará su papilla de frutas como merienda. Estoy un poco desorientada con los horarios. Si lo rechazara no se preocupe es que ella también lleva la hora de Europa. En cuanto almorcemos estaremos con ustedes.

— Tendréis muchas cosas que hacer — respondió el patriarca — Nosotros nos encargaremos de la niña. Haced lo que tengáis que hacer.

Ambas mujeres se miraron y sonrieron, a la vez que respiraron aliviadas. En realidad lo que deseaba era tomar a su nieta en brazos y que por algo de tozudez, aún no había hecho.

Aprovecharían que los abuelos se  quedaban con su hija, para echar una escapada a la capital, a una inmobiliaria concretamente. Le había prometido tener su casa propia y lo cumpliría. Deseaba evitar cualquier complicación que surgiera, al menos hasta que la confianza mutua entre Alba y su padres, se convirtiera en lo que eran: familia. En realidad todo dependía de sus progenitores, ya que su mujer no tenía parientes y estaba deseosa de tener una familia. Estaba satisfecho tal y como se había realizado la llegada, lejos de la tirantez de la primera vez que se vieron. Quizá sirvió de escarmiento a los cuatro. Eran seres civilizados y, posiblemente en su fuero interno habían reconocido que no habían sido justos con su nuera por el simple hecho de ser extranjera. Ahora ya no lo era tanto. Se había producido un cambio radical en esa familia tan conservadora. Tenían una nuera que era española y una nieta con sangre de ambos paises y unos rasgos muy acentuados de parte de su padre. El señor  Min Ho, se decía interiormente que :" han tenido más fuerza lo genes asiáticos". Quizá fuera eso precisamente,  lo que había limado todas su reticencias. No podía echar en cara a esa muchacha, si acaso dudara, que no había estado con su hijo. Y diera la casualidad de que la preñara enseguida. Para cuando se separaron, ya la semilla estaba sembrada.

Fue esa sonrisa infantil la que ganó su corazón. Hacía mucho tiempo que, en esa casa no resonaban risas infantiles y sería una bocanada de aire fresco en su madurez. Por otra parte, a su hijo se le veía feliz al haber recuperado a su esposa. Verdaderamente se amaban y ese amor, tan peculiar reforzaría su buen hacer en la financiera, ya que el ansia de recuperarla había pasado. Ahora debería interesarse por ella. Parecía una chica educada y además preparada académicamente. Se pensaría seriamente en acoplarla en algún sitio que la complaciera. Ahora debía encargarse de su hija, pero no tardando mucho la llevaría a la guardería y, entonces ella tendría demasiadas horas libres y su marido muchos compromisos. Se lo comentaría a Sum Hee, a la vez que pudiera ser la intermediaria cuando llegase el momento. La respuesta de parte de Alba fue afirmativa, peor con reticencias. Deseaba trabajar, pero eno junto a su esposo.
Pacientemente le explicó los motivos referente a su status con el personal, y el patriarca de la familia lo comprendió y le satisfizo la conclusión que le diera su nuera, sino que la dió la razón. Visto desde su punto de vista era lo más adecuado. Seguro que Dae no estaría de acuerdo, pero era cuestión de prioridades.

— Aún no puedo pretender un trabajo, ya que mi dominio del idioma es nulo. Si fuera en inglés no tendría problema, pero nunca en la vida se me paso por la cabeza que me casaría con un surcoreano y además vivir en Corea.

— ¿Te arrepientes?

— No en absoluto. Daría mi vida por su hijo. Lo que no deseo es que nadie, ni la compañía, salga perjudicado. No estaría bien visto. Incluso para mí, personalmente, sería embarazoso: me mirarían de reojo.

— Analizado de ese modo, creo que tienes razón, aunque a tu marido no le convenceremos tan fácilmente

— No se preocupe. Déjelo de mi cuenta

Aunque Sum Hee no comentó nada, se puso de inmediato de parte de su nuera haciendo ver a su marido que tenía razón. Incluso para su libertad sería más conveniente trabajar con un extraño, sin decir a qué familia pertenecía..


viernes, 24 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 21 - Empezar a conocerse

 El avión que les conducía, tomaba tierra y sus corazones  se acompasaban al unísono con el avión  ante lo que les esperaba después. Sabían que les estaba esperando Yunn, lo que no imaginaban que, también la madre aguardaba impaciente el aterrizaje. Todos tendrían sus sorpresas inesperadas. 

Cuando apagaron los motores, ambos esposos se miraron emocionados. Allí, en aquél instante comenzaba una nueva trayectoria para ellos. Se miraron emocionados y se besaron:

— Bienvenidas a casa — dijo con los ojos chispeantes—Yo llevaré a la niña. He de resarcirme cuanto pueda del tiempo que no he estado en su vida.

 Le ayudó a ponerse el canguro y depositar en él a la pequeña que miraba expectante con sus ojitos  todo aquél trajín  por primera vez. 

Llevaba cogida del brazo a su mujer, y en la otra mano libre, el bolsón de viaje con todo lo necesario para atender a la niña durante el viaje.  Apretaba su mano emocionado. Nunca imaginó que al iniciar el viaje hacia España, regresara con su familia al completo. 

Al abrirse la puerta que daba salida a los pasajeros, en primera fila se encontraba  Sum Hee buscando con la vista a su hijo. A penas recordaba el rostro de Alba, ya que fueron unos pocos minutos los que pasaron juntas. Pero al ver a Dae llevando del brazo a Alba, y en sus brazos a un bebe, supo que ese era el regalo. ¿ Habrán adoptado a un bebe? Lo que menos podría imaginar, es que aquél bebe llevaba su misma sangre. Sólo cuando abrazó al hijo y a Alba, la niña giró su cabecita y entonces pudo ver los rasgos tan acentuados de la niña. La recordó otra carita, la de su propio hijo a la misma edad del bebe. Su cabeza comenzó a atar cabos. Miraba a uno y a otro, interrogándoles con la mirada. Alba pálida y expectante. Dae sonriendo abiertamente imaginando la sorpresa inesperada de su madre.

— Este bebe ¿ es el regalo que nos traéis?

— Si mamá. Este es el maravilloso regalo: mi hija. Es largo de contar. Cuando lleguemos a casa te lo explicaremos todo, porque ha sido una maravillosa historia.

— ¿Puedo cogerla? — dijo dirigiéndose a Alba que aceptó sonriente con la cabeza

Aera sonreía extendiendo su manita hacia el rostro de quién era su abuela. Si alguna duda pudiera tener, en ese instante se desvanecieron todas. No sólo por los rasgos orientales de la niña, sino porque el parecido con su padre a su misma edad, era asombroso. Eran como dos gotas de agua. Y en lo que dura un rayo, comprendió lo que aquella joven mujer debió  pasar sola, embarazada y sabe Dios dónde. Tenía que conocer todo al dedillo en cuanto llegasen a casa. No tenía paciencia para aguardar a que su marido llegara. Necesitaba conocerlo ya. Las preguntas de la madre hacia el hijo se agolpaban todas a un mismo tiempo y, aunque Alba no entendía el coreano, por la respuesta tranquila y sonriente de Dae, sabía que todo iba bien.  La niña permanecía en el regazo de la abuela que, sonreía abiertamente dirigiendo su mirada hacia Alba. En su rostro se dibujaba la felicidad por tenerles allí, porque la pesadilla que atormentaba a su hijo, tuviera ese final tan feliz. Y de alguna manera que, sólo ellas entendían, la estaba dando las gracias por encontrarse allí, por hacer feliz a u hijo, y sobre todo por haberles dado esa nieta tan hermosa.  Todo se lo traducía Dae, que era el nexo de unión entre ellas.

Aún sin comprenderse verbalmente, quizá porque eran mujeres y ambas madres, se entendían a la perfección. Poco a poco Alba se fue relajando. Dae lo percibía y se alegraba de que ambas mujeres conectaran perfectamente.  

Ya en casa, en uno de los intervalos, Sum Hee se levantó del sillón en el que estaba sentada frente a Alba. Se acercó a un mueble y de él extrajo una especie de álbum. Con él en la mano, se acercó y se sentó junto a ella. Lo abrió y la mostró una foto de otro bebé con el mismo rostro que tenía Aera, que ahora dormía tranquilamente tumbada en el sofá junto a su padre. No hicieron falta palabras, sino una sonrisa al mostrársela a Alba que abría los ojos desmesuradamente. Nunca había visto un parecido semejante entre un padre y su hija. Si no hubiera sido por la diferencia del tiempo, se podría decir que se trataba de la misma persona. Dae soltó una carcajada e inesperadamente, su madre se adelantó abrazando a Alba, que sorprendida devolvió el abrazo.

Dae respiró aliviado. Al menos su madre había sido ganada en ese batalla. Estaba convencido de que así sería, pero las dudas aún persistían por el padre, aunque nada dijo por temor a romper aquella primera conexión entre ambas mujeres. Pensó que al igual que su madre, su padre también debía reconocer que lo que les había movido había sido el amor, sin ningún otro interés y como recompensa allí estaba durmiendo apaciblemente ajena a lo que su familia debatía.

Se quedarían a cenar aquella noche. Esperarían hasta que llegara el patriarca. Dae lo hacía tranquilo después de haber ganado una aliada. Ella se encargaría de "conquistar" a su padre, aunque sería una labor de tiempo, pero estaba convencido de que, al final, ganarían esa guerra. Estaba locamente enamorado de su mujer y ella sería la mejor aliada con la que contaban. Y por fin  el señor Min Ho hizo acto de presencia. 

Al entrar en la estancia, lo primero que vió fue a su mujer maniobrando con un bebe en el sofá y junto a ella a su hijo y a su mujer. No entendía nada, o mejor dicho, se fijó en el rostro del bebe y enseguida acudió a su memoria otro rostro de hacía mucho tiempo. No podía ser. Habían estado separados durante mucho tiempo. Entonces significaba que... ¿Estaba embarazada cuando se marchó? Miró a Alba que, algo envalentonada, sostuvo su mirada.
 A la madre, porque suponía que era su madre, no se parecía en nada, pero era la viva imagen de su hijo. No sólo sus rasgos orientales, sino que miró la foto que habían sacado del álbum y depositado sobre una mesita. Era la misma imagen con diferencia de años. La niña se comía los puños, al tiempo que no le quitaba la vista de encima, como si pensara: ¿y éste quién es ?.
No se atrevió a decir nada, sólo miraba a su mujer manipulando la ropa de la niña, a su hijo y a su nuera. ¿ Cómo no había sabido de la existencia de esa criatura? ¿ Quién era en realidad? No quería hacerse ilusiones antes de aclarar todo y, para eso tendrían, los cuatro, una profunda charla mientras cenaban. ¿Sería oportuno hacerlo durante la cena? ¿No se crearía más violencia? El caso era que no había notado ninguna tirantez entre ellos, tan sólo con él cuando hizo su entrada en la estancia.

— ¿No es preciosa? — le preguntó su mujer con toda atención.

Había notado algo de crispación en la cara de Alba y una sonrisa de el rostro de Dae. Su mujer le mostraba a ese bebe como si fuera un trofeo. Notó en la mirada y en el rostro de su mujer, una relajación que hacía mucho tiempo no tenía y sin duda se debía a la presencia de la familia de su hijo. No se atrevía a tocar a la niña, tan sólo suavemente, cogió uno de sus deditos sonriendo al abuelo, algo que terminó de desarmarle. Necesitaban risas infantiles en aquella casa enorme, pero enormemente solitaria. 

Interiormente se negaba a aceptar la realidad, porque tampoco entendía cómo es que Dae tenía esa personita.  Una peregrina idea cruzó por su cabeza:

— Seguro que es algún ángel que han adoptado. No puede ser de ellos ¿Cómo?

 Pero también pensó que ellos, antes de regresar a Seúl, hacían vida de matrimonio, ya que estaban recién casados 

— ¿ Se quedaría  embarazada durante su luna de miel? Pero ¿Por qué Dae no dijo nada aquél día de la discusión? Nunca ha mencionado nada. ¡ Él tampoco lo sabía ! ¿ Dónde demonios ha estado metida esta chica? ¿ Cómo la ha podido localizar?

Miraba el plato con la comida, pero no probaba bocado, sólo revolvía el contenido con un tenedor. Su cabeza no paraba de dar vueltas pensando en lo que posiblemente hubiera sucedido.



De vez en cuando miraba al parapeto que habían formado alrededor de Aera para que ella, aunque  su comida ya la había tomado, participase de la primera cena familiar. La niña miraba a su alrededor escudriñando con detenimiento que aquella estancia no era la misma que estaba acostumbrada a ver. Ni aquellas eran las mismas caras que hacían morisquetas para que se echara unas risas. Sólo conocía la de su  madre y la de su padre por haberle visto más.

— ¿Esa niña no debía estar en su cama? — dijo por decir algo, a lo que fue Alba quién respondió esperando que Dae lo tradujera:

— Deseábamos que conociera a su abuelo.

Al ser traducida la frase, Taeyang dirigió la mirada hacia su nuera, que la sostuvo sin parpadear, y al contrario le sonrió suavemente. Tenía un miedo horroroso, pero no saldría corriendo como la otra vez. El abuelo no dijo nada. Bebió un sorbo de vino y siguió cenando como si nada.

Les daría una explicación después de cenar y sería ella quién narrara la parte que los tres desconocían, aunque lo hizo someramente a su marido el tiempo transcurrido. Se les haría tarde y, por ese motivo, se quedarían a dormir aquella noche. Los cuatro necesitaban esa narración, pero debía ser ella quién explicase el por qué desapareció y cómo la encontró nuevamente Dae, que sería su traductor alternativo.

Y lentamente, con emoción y en un profundo silencio, Alba comenzó a narrar los sentimientos que tuvo y que motivaron a que saliera huyendo de aquella casa. No omitió ningún detalle de toda su peripecia, sobre todo cuando supo que llevaba en su vientre aquella criatura que ahora dormía plácidamente al lado de su abuela.

La escuchaban atentamente con un silencio que podía cortarse, sólo interrumpido por la traducción de Dae. También él se enteraba, hasta el último detalle, de la odisea vivida por ella  en su huida, y su desesperación y su recurso de recluirse en el lugar en donde, al fin,. su marido la encontró. Sus suegros la escuchaban con mucha atención, talmente como si lo comprendieran todo, sin necesidad de que su hijo lo tradujera. Era tanta la emoción que las lágrimas acudieron a sus ojos al revivir todo lo pasado. Emoción que transmitió a su suegra, que también se emocionaba, aunque, trataba de no perder la compostura.
Pero al fin llegaron a la parte más feliz, su encuentro y la espantada que dio al creer que le había sido infiel. Esa parte la narró Dae, puesto que era él  quién únicamente conocía sus sentimientos encontrados y la solución que tomó dando la vuelta y yendo en su búsqueda.  El resto ya lo conocían por estar viviéndolo. Al final de la narración, todos se miraron entre si, principalmente los suegros, transmitiéndose la parte de culpa que les correspondía. Dae, apretaba la mano de su mujer, al tiempo que no perdía de vista a su pequeña.

Después de lo narrado, se hizo un gran silencio. Los cuatro se miraban, pero nadie hablaba. Fue la madre, Sum Hee, quién se levantó de donde estaba sentada y fue hacia Alba diciéndola:

— Tendrás que perdonarnos. Fue una sorpresa para nosotros. Ahora todo irá bien. Traduce — le dijo a su hijo con voz imperiosa, como si tuviera prisa para que Alba se diera cuenta de que todo había cambiado.

jueves, 23 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 20 - Regreso a Seúl

 Tenían mucho de lo que hablar. Mucho que contarse: lo vivido  en soledad durante el tiempo que había durado su distancia. Necesitaban expresar los sentimientos que cada uno de ellos había experimentado, y los que , ahora, una vez reunidos, experimentaban. Recuperar el tiempo perdido, decirse cuánto se habían echado de menos y cuántas lágrimas derramadas por la ausencia de cada uno de ellos. La inexperiencia y el desconocimiento del sentir el uno por el otro. Ambos tenían razón: no se conocían a penas y su inexperiencia lo habían pagado muy caro.

Pero ahora, una vez explicado todo lo acontecido, sería hora de planificar de nuevo su vida con  el giro tan importante que había tenido. El amor firme que cada uno de ellos sentía, y la presencia inesperada de esa personita que les unirá aún más. También la responsabilidad. Sus vidas habían experimentado un giro inesperado y por el bien de su hija, debían seguir adelante más conscientes de la responsabilidad que ahora tenían respecto a ella. Toda su vida se centraría en esa diminuta figura pero que tan poderosa era.   Debían ir paso a paso.

— Tenemos que hacer trámites y no tenemos tiempo. Yo no tengo tiempo, pero tú tampoco, porque os venís conmigo a Corea. No podría separarme de vosotras por nada del mundo. Ahora no. Lo primero inscribirla en Registro Civil como hija mía.

— Ya está inscrita como hija tuya, porque lo es. Lo hice al nacer en el juzgado. Ella está legalmente reconocida. Sé que debí contar contigo, pero no sabía cómo y en España solamente contamos con veinticuatro horas para su legalización ante la ley.

—  Esta bien, no te reprocho nada. No podría reprocharte nada ¿Cuál es su nombre? 

— Aera: niña del amor. Me pareció el más apropiado, y según vuestras costumbres Min Ho Aera

— Está bien.¿ Dudabas acaso que no te creyera? Falta la embajada y eso lo haremos en cuanto lleguemos a Madrid. Mi amigo lo solucionará todo. ¿Hace  falta algo más?¿Tienes alguna deuda?

— ¿A qué te refieres? No, no nos hace falta nada y no, no tengo deudas ni nada por lo que preocuparse.

— Si. A ti te falta de todo. No vas a volver con la ropa que tengas. En Madrid compraremos un ajuar completo. Deseo que llegues como una reina, porque eso es lo que eres. Al menos en mi corazón. Hay algo aún que hemos de hacer. Te necesito Alba. Este tiempo ha sido duro anímicamente. Te he echado de menos muchísimo y ahora que te he encontrado...

— Necesitas a tu mujer ¿ verdad? Y yo a mi hombre.

— Dormiremos en mi habitación que es más amplia que la vuestra. Cuando la niña se duerma...

Se echaron a reír  abrazados como dos colegiales adolescentes que fueran a cometer un pecado. Pero lo de ellos era normal entre dos personas que, por circunstancias, habían estado separados durante tanto tiempo y amándose como ellos hacían.

La despedida de Ángeles y del resto del personal, fue muy emotiva. Hicieron la promesa que en los viajes que hicieran a España, les verían. Paso a paso cumplieron todos los trámites y de nuevo se vieron sentados en un avión de regreso a casa.

 El viaje que Dae realizó para ir en su busca, fue amargo y desolador, con la certeza de que nunca la volvería a ver. Y ahora la tenía a su lado, apoyada la cabeza sobre su hombro, con su mano cogida que, no había soltado en ningún momento, quizá por temor a que huyera de él nuevamente. y al otro lado, estaba su hija, la flor asiática más bella que pudiera contemplar. Hasta le encontró parecido con él. Y es que en realidad lo tenía, no sólo por sus rasgos acentuados, sino que recordaba haber visto alguna foto a su misma edad. Tenía los ojos almendrados, y  sus hoyuelos . También su cabello negro y liso. Se sentía orgulloso de haber concebido una criatura tan hermosa como la que dormía tranquila a su lado, con sus pequeños deditos, aferrados a los fuertes y grandes de Dae.

Las dos mujeres más importantes de su vida las tenía a cada lado de él. Las contemplaba mientras dormían, seguras, tranquilas al saber que él las cuidaba. Una ola de alegría, añoranza y ternura, le subía hasta la garganta. En su anterior viaje, lo daba todo por perdido. Tenía la seguridad de que nunca la volvería a ver y, sin embargo, lejos de no ser cierto,  le había dado una hija maravillosa que criarían juntos. 

Estaba seguro que sus padres, más temprano que tarde, las recibirían como se merecían. Sobre todo la madre ante una nieta no esperada y tan linda que haría que se emocionara. Estaba seguro que sería ella quién rompiera todas las barreras, admitiendo, al menos, que Alba era tal y como la había descrito. Que no la movía ningún otro interés más que el amor hacia él. Que habían sido unos inconscientes, si, pero no era motivo para despreciarla, porque fue él  quién quiso hacer las cosas de esa manera. Estuvo a punto de perderla para siempre y sólo la casualidad, o el destino, hizo que volviera a recuperarla.

Se había puesto en comunicación con sus padres cuando llegaron a Madrid. Atendió la llamada su madre. Se llevaba mejor con ella que con su padre. Era más tolerante, no tan errática como el patriarca de la casa.

— Mamá, la he encontrado. Ha sido cosa del destino. Vivía en el lugar más inesperado. Os lo contaré con más detalle cuando lleguemos. Estamos en Madrid. Salimos mañana para Seúl. ¿Podrá ir a buscarnos Yunn? Creo que llegaremos a mediodía de pasado mañana. Os llevo un regalo.

— Hijo, te noto muy contento ¿ Qué ha pasado? No puedes dejarme con esta duda. Se lo diré a papá

— ¿ Te parece que no es motivo para estar contento? Tendremos que hablar los cuatro. Y por favor, escuchad lo que ella tiene que decir. La quiero mamá. Más que a mi vida

— ¡ Hijo ! Y yo lo deseo. Hablaremos, no te preocupes.  

Cada uno de ellos, por separado, cortaron la comunicación y ambos lo hicieron muy emocionados. La madre tendría un papel importante entre su hijo y su marido. Muchas cosas tenían que cambiar en su cabeza para conseguir la estabilidad que todos merecían. Había sido un aviso demasiado importante como para echarlo en saco roto. Su nuera, según le había dicho Dae, no tenía familia y ellos, en lugar de acogerla, habían provocado el distanciamiento entre el joven matrimonio. Sabía lo que su hijo había sufrido por no tenerla e imaginaba que ella estaría igual. Le  atormentaba el que se fuera sin dinero, sin casa, sin familia y sin trabajo. Había conseguido que su hijo se volcara en ella y pusiera al corriente de todas las gestiones que realizaba para conseguir localizarla. Pero no había tenido éxito. ¿ Qué habría ocurrido para conseguir, no sólo unirse de nuevo, sino que la trajera de regreso a casa. Porque sí, pese a la oposición paterna aquella sería su casa y ella se acostumbraría, ambas se acostumbrarían a la nueva situación. La pediría disculpas y conseguiría que se sintiera de ellos y no una extraña extranjera como la habían hecho ver, motivando el que saliera huyendo. Tenían muchas cosas que cambiar por ambas partes, si querían ver feliz a su hijo y no distanciado como había estado en los últimos tiempos. No tenían más hijos que Dae, y si se había enamorado de esa muchacha y ella de él, debían aceptarlo y acogerla como a un miembro más de la familia, porque lo era. Además ella la necesitaba. Estaba llegando a una edad en que se sentía más sola, dado que su marido estaba metido siempre en cualquier negocio y su hijo se había distanciado de ellos por su intransigencia. Había sido una lección la recibida demasiado dura para los cuatro.
Por parte de ella, las cosas cambiarían y haría que también  Taeyang  lo hiciera. La habían juzgado muy apresuradamente sin darle ocasión a establecer un diálogo con ella. La ayudaría a aprender el idioma para que no se sintiera ajena a ellos. Hablarían en inglés cuando ella estuviera delante para que no se sienta extraña. 

— Si ama a Dae como dice, yo también la querré. Será una hija para mí y conseguiré que lo sea también para mi marido. Aunque él me lleve más tiempo en conseguirlo. Es una muchacha preciosa y culta, según nos ha contado Dae. Estará a la altura de las circunstancias. Estoy segura de ello. Podrá ser 

presentada ante todas nuestras amistades sin desmerecer de nada ni de nadie. He de conquistar su cariño. Si Dae la ama, yo he de hacerlo también y ayudarla en todo cuanto necesite. Hemos de reparar de alguna forma todo el alejamiento y daño que produjimos hace tiempo. No me sentiré sola. Espero que pronto tengan algún hijo. Cuando así sea, seré la abuela más feliz del mundo. Será una segunda oportunidad para mi. La ayudaré a criar la criatura. Suponiendo que lo tengan, claro. Ahora la gente joven se lo toman todo con calma. Ellos necesitarán tiempo para resarcirse de haber estado tanto tiempo separados por nuestra causa. Estoy segura que también para Taeyang será una alegría inmensa. Tengo el presentimiento de que iniciaremos, todos, una nueva etapa en nuestra vida. Daremos una fiesta para presentarla a nuestras amistades. Desecharemos la idea de unir a Eun Ji con Dae. Él ya tiene su corazón comprometido de por vida con esa muchacha. Le he visto sufrir por ella durante demasiado tiempo. Sin embargo ahora, cuando ha llamado, parecía que le había cambiado hasta la voz. Bendita sea y ha sido capaz de obrar ese milagro con  mi hijo.


miércoles, 22 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 19 - La hora de la verdad

 El silencio podía cortarse con un cuchillo. Ninguno de los dos hablaba. Sólo se miraban, pero en sus rostros había tensión y quizá las dudas de cómo comenzar a hablar. ¿Por dónde empezar? ¿Alba estaba preparada para aguantar el torrente de reproches que se le venían encima? Dae podría hilvanar todas las preguntas que  le llegaban  en tropel a su cabeza?

Él avanzó hacia ella que no retrocedió. Y por unos instantes, ambos olvidaron los reproches. Dae abrió sus brazos abarcando el menudo cuerpo de Alba. De momento eso era lo que deseaba hacer. Aunque las preguntas se agolpaban sólo deseaba sentir la calidez de su cuerpo durante tanto tiempo añorado. No se lo podía creer. De la forma más absurda la había encontrado. Sin siquiera imaginarlo, sin suponerlo, pero allí estaba. Allí había estado todo ese tiempo. Pero... ¡La cuna de bebe!¿ Significaba que había tenido otra relación con consecuencias de un hijo? Sería muy posible; había pasado mucho tiempo desde que no estuvieran juntos. Estaba ocupada por un pequeño cuerpecito que dormía tranquilamente, ajeno a todo cuanto acontecía a su alrededor. El abrazo lo cortó bruscamente y la ternura de hacía unos instantes, se tornó de golpe en preguntas y rabia. La apartó de sí y la miró a los ojos. Ellos no mienten y sabría al fin la verdad de lo ocurrido, de tanta penuria, y sufrimiento. La pregunta surgió de repente, brusca, áspera, cortante:

— Tienes muchas cosas que explicarme ¿ Por qué? 

— ¿ A qué te refieres?

— ¡Cómo a qué me refiero ! Ni una llamada atendida. No tienes idea de la desesperación que me causaste

— ¿ Por qué no acudiste al aeropuerto en mi búsqueda? Ni siquiera apareciste por allí para detenerme  ¿Qué creías que iba a soportar día tras día los desprecios de tus padres? No soy poderosa. Eso ya lo sabías. Nada te oculté. No creo que mereciera esa bienvenida tan hostil.

— Y eso precisamente es lo que fui a solucionar. Todo duró más tiempo y cuando regresé a buscarte ya te habías ido. Te he buscado incansablemente. Al día siguiente de tu partida, viaje a España para buscarte, pero todo fue inútil. Nadie sabía nada de tí. Contraté un despacho de detectives y ellos tampoco averiguaron nada. Te llamé incesantemente, pero ni siquiera tenías cobertura.  ¿Aún me reprochas el no haber luchado por tí? Pero hay algo que tendrás que explicarme y es lo de esa cuna. Mejor no. No quiero saber nada. Has rehecho tu vida ¿ No es eso?  Está bien no seré un obstáculo para tu felicidad si es eso lo que deseas.

No la dio tiempo a nada. Salió de la habitación con el rostro congestionado. Ella intentó detenerle, pero su mirada la taladraba y le dejó salir de allí. A penas podía creérselo. Todo había sucedido muy rápido y él no entendía, es decir, ignoraba que la criatura que dormía ajena a todo, era su hija. Ni siquiera la dio tiempo a explicarle nada. En cuestión de segundos vió el cielo abierto y a continuación una borrasca sobre sus cabezas. Tenía que decírselo y nunca sería un momento más oportuno.

Bajo a recepción porque desde el piso en el que estaba su habitación, había escuchado la voz airada de Dae: 

— Prepáreme la cuenta, por favor, he de regresar a casa.

Significaba que se marchaba, pero antes debía conocer la verdad. Esa verdad que no tuvo tiempo de decírsela por la rapidez con que ocurrió todo. Y es que él es así. Impetuoso, quería una cosa y al momento la tenía. Pero la cuestión que debía aclarar no era para tomarlo con prisas. Bajó rápidamente las escaleras y se cruzó con él en ellas que ya subía con el rostro descompuesto.

— No te vas a ir sin saber lo que he de decirte

— No me importa en absoluto. Ya has tomado partido, está claro.

— No, nada está claro. Has hecho tu composición de lugar. Ni siquiera te has tomado la molestia de ver quién era la personita que dormía en esa cuna. Si lo hubieras hecho, no habrías formado este alboroto.

— ¿Qué quieres decir?

— Ese bebe que duerme plácidamente, tiene rasgos orientales. Tus rasgos. Porque cuando abandoné la casa no sabía que estaba embarazada de tí. Aunque de haberlo sabido me hubiera marchado igualmente. No he tenido a nadie en mi vida más que a tí. Y me he arrepentido de ello, porque para mí no ha sido nada fácil. Me resguardé aquí porque a Ángeles la conocía y además el lugar donde vive estaba apartado del mundo. Supe lo del bebe cuando llegué aquí y aquí di a luz. Debí anunciártelo, pero ¿cómo? No tenía tu número de móvil, ni sabía la dirección para escribirte. Estuvo mal, lo sé, pero lo nuestro fue demasiado rápido y mi cabeza, al menos, no funcionaba como era debido. Lo único que puedes reprocharme es eso.

— Deduzco de todo esto que nunca sabría que tenía una hija ¿ no? Mejor cállate porque lo estás empeorando. Me voy. A mi mundo. Tú sigue en el tuyo. Somos totalmente diferentes, es cierto. No podríamos ser felices nunca. Sabrás de mí cuando llegue a Seúl.

Alba estaba allí parada, pálida. Ni siquiera, después de saberlo, había hecho intención de conocer a su hija. No la quería; eso estaba más que claro. Dio media vuelta y se introdujo en la casa. Mientras tanto él pedía un coche por teléfono y avisaba a Julio que se preparara o bien se quedara allí.

— Me voy. Ya no necesitaré tus servicios —Le dijo escuetamente.

Alba subía las escaleras como si fuera un zombi. Su cabeza funcionaba a mil por hora. Ni siquiera deseaba conocer a su hija. Eso la dolía más que otra cosa. Se cruzó con Ángeles que se alarmo al verla en ese estado.

— ¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido?

La miró sin verla y la dijo:

— Lo sabe todo

— Bien, pues problema resuelto

— Ni siquiera ha hecho intención de ver a la niña. Se marcha sin conocerla

— Bueno... Ese es su problema

Se abrazó a la mujer y rompió a llorar desconsoladamente.

Él aguardó en su habitación hasta que le notificaron que el coche solicitado ya había llegado. Julio se quedaría allí unos días más. Metió la maleta en el coche y arrancó rápidamente. En su habitación, Alba contemplaba a su hija ajena totalmente a la situación vivida por sus padres.

Ni siquiera sabía en que dirección iba. No le importaba. En su memoria la imagen de ella y la noticia sabida se mezclaban. No se lo podía creer ¿Tenía una hija en verdad, o era una argucia de ella? Y si fuera verdad nunca la conocería. Nunca sabría si en realidad tenía los rasgos orientales tal y como la había descrito. Siempre lo llevaría sobre su conciencia. ¿ Y si fuera una mentira de ella y esa criatura  no fuera su hija? ¿ La querría igual?  Frenó en seco y, apoyando la cabeza sobre el volante comenzó a gimotear:

— Alba, Alba ¿Qué has hecho conmigo?

Y en ese momento supo que, aunque no fuera su hija, la querría lo mismo. La criatura no tenía la culpa de lo que hubiera hecho la madre. La adoptaría porque es de ella. Giró el coche y cambió de dirección, rumbo de nuevo, al refugio. No se marcharía de España sin ellas dos. No le importaba si fuera hija de otro hombre. Era carne de Alba y su sangre, suficiente para adoptarla como hija suya también. Ahora que sabía donde estaba, no la volvería a perder.

Entró de nuevo como una tromba en el recinto del refugio. Frenó en seco y salió deprisa del coche y preguntó dónde estaba Alba:

— En su habitación — le dijo la recepcionista que hacía unos minutos le había hecho la minuta de su estancia.

Asombrada la muchacha, le vió subir escaleras arriba. No se explicaba nada, pero ató cabos con el rostro de él y el de la niña. ¡ Es su padre!, exclamó asombrada y al mismo tiempo sonrió.

Parecía que todas las fichas encajaban y todos se alegraban por Alba, siempre cabizbaja y pensativa.

— La bebe tiene a quién parecerse. ¡Vaya padre tiene ! — pensó la muchacha.

Se escuchó el abrir bruscamente una puerta y a continuación un ligero portazo. En el interior Alba estaba arrodillada junto a la cuna de su hija. Sollozaba cogida de su manita. La niña, al escuchar el portazo tuvo un ligero sobresalto y se despertó de su sueño. Pero al ver el rostro de su madre cerca, sonrió y comenzó a palmotear.

Alba sabía que había entrado alguien en la habitación, pero ni ligeramente suponía que se trataba de Dae. Le había visto partir en el coche a toda prisa, y no imaginaba su regreso, hasta que de nuevo, unos brazos fuertes, sobradamente conocidos por ella, la rodearon acercándola a él. Ella levantó la cabeza de golpe, sobresaltando ligeramente a la pequeña que intensificaba su palmoteo y miraba fijamente aquella otra cara que la miraba sin parpadear y que era desconocida para ella.

— Por favor Alba, perdóname. Pensé que... ¡ Es mi hija !

— ¡Claro que lo es ! Te lo dije. Nunca te engañaría con otro. Te he querido siempre y siempre te querré Dae. Y me ha dolido que, cuando te lo dije, ni siquiera la mirases. No te he mentido. Nunca Dae, nunca

— Lo siento, lo siento. ¡ Es preciosa ! — Con mucho cuidado  tomó la mano de su hija y se la llevó a los labios.

— ¿ A qué has vuelto ?

— A por vosotras. Pensé que sería mucho peor pensar constantemente en vosotras y no teneros. Que aunque no llevara mi sangre, la criaríamos juntos como si fuera mía. Pero... ¡ lo es !

— Te lo dije. Me dolió que ni siquiera te acercaras a su cuna

— Tendrás que perdonarme muchas cosas. Estaba muerto de celos, de rabia, de no sé cuántas cosas más. Nunca he dejado de amarte Alba, y así será siempre. Os llevaré conmigo a Corea, y no nos volveremos a separar nunca más. Compraremos una casa para nosotros tres  y lo que venga. Porque estoy seguro que pronto volveremos a ser padres. Llevo mucho tiempo sin tí y mi sangre hierve ahora mismo.

— Dae. No es tan fácil. ¿Qué pensarán tus padres?

— ¿Crees que me importa? La querrán y a tí también porque les has dado la primera nieta. Confía en mi. Pero no me iré sin tí. Eso tenlo por seguro.

Y al fin se abrazaron y volvieron a besarse como hacía tiempo  hacían. Dae sacó a la niña de la cuna y comenzó a besarla y a abrazarla, iniciando unos pasos de baile suavemente con ella en brazos.

— ¡ Alba, ya la quiero !

De nuevo volvían a recobrar el sosiego, la felicidad, el amor. El nudo más fuerte entre ellos estaba en los brazos de su padre y, sonreía feliz, con esa inocencia que sólo los niños tienen, ajena a que estaba en los brazos firmes y seguros de su padre. De un padre que hasta hacía muy poco tiempo, ignoraba su existencia.


martes, 21 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 18 - Los Montes Torozos

 Ya estaban en Tierra de Campos. Valladolid quedaba lejos. Entraban en una zona en la que tuvo trascendencia en sus vidas. Es un lugar semi aislado que se mantenía igual que hacía mucho, mucho tiempo. Recordó que allí hicieron parada y ahora también lo harían. La sucesión de lugares que visitaban sólo se avivaban en su memoria una vez que llegaban, ya que eran lugares extraños para él, pero con una seña de identidad que Alba resaltaba por algún motivo.

Entraron en el pueblo y de repente todo volvió a su memoria al ver la fachada del refugio. Le vino a recordar un determinado rincón, una esquina y una noche con la sola luz de una tenue farola justo en la equina de aquél caserón. Y un beso, el primero que la diera apretujándola entre la fachada y su propio cuerpo.  A su cabeza llegó aquél momento principio y fin de lo que llegó después al regresar a Madrid: su matrimonio.

De nuevo la escena vivida hacía más de un año y medio, volvió con toda nitidez a su memoria. Y volvió a vivir la cara de estupor de ella cuando la aprisionó entre sus brazos. Ella también le devolvió el beso por eso supo que no le era indiferente, a pesar de la compostura que guardaban en presencia de sus compañeros de viaje. No es que a Dae le importara en exceso. Que pensaran lo que quisieran, pero no quería buscarla un conflicto laboral, y por ese solo motivo, trataba de contenerse al máximo. Pero aquella noche no se controló, y fue más fuerte su deseo de ella que el raciocinio de su cabeza.

Se detuvo unos instantes contemplando aquella casa perdida en mitad del campo. Nada había cambiado, se giró y los montes permanecían inalterables, y recordó que siempre se sentaba en una gran piedra para contemplar la inmensa belleza de aquél lugar. Volvió a sentarse en la misma posición que tuviera aquél día, cuando la sorprendió mirándole. Deseaba volver a vivir aquellos instantes, tan vívidos ahora en ese mismo lugar. Era un bálsamo y al mismo tiempo una tortura. Se dio cuenta de que Julio  miraba con curiosidad cada movimiento que hacía, ignorando que los revivía una y otra vez, para que nunca se fueran de su vida. Al menos le quedaría el recuerdo.

A lo lejos se escuchaban voces que no le decían nada. Oyó que un coche llegaba, pero no alcanzó a verlo porque paró en la parte de atrás de la casa en donde había un pequeño garaje para uso del personal que trabajaba en el refugio. Sólo el susurrar de unas voces apagadas a las que no prestó mayor atención.

 Pernoctarían allí, y quién sabe se harían una escala de dos o tres días. Aquél lugar tenía un significado especial para él. Difícilmente volvería otra vez y, quería saborearlo, impregnar en su piel todo lo vivido allí, tan trascendental en su vida.

Se inscribieron en recepción, y la persona que tomó sus datos, hizo un gesto extraño que no pasó desapercibido para Dae. Y recordó que era la misma persona que lo regentaba cuando estuvieron la primera vez. Probablemente ella también le recordara, ya que, por sus rasgos, pocas personas asiáticas pasaban por allí. Había olvidado su nombre, por eso no dijo nada ante la extrañeza de la mujer.

— Quizá paremos por dos o tres días ¿Hay algún impedimento?— dijo Dae

— No, en absoluto. Todos los días que ustedes deseen. No tenemos  prisas. Esto está muy apartado y pocos guías nos conocen. En fin, pueden elegir habitación, porque tan solo tengo dos ocupadas.

— Confío en usted. Denos dos habitaciones a poder ser que den a Los Montes, es mi vista preferida.

—Eso está hecho. Como le he dicho, estamos casi vacíos.

Les acompañó hasta su destino y se las enseñó. Estaban en orden, limpias y arregladas y, como deseaban. La vista era preciosa y como telón de fondo la belleza de Los Montes Torozos. Dae se asomó a la ventana e instintivamente, miró hacia abajo y pudo comprobar que estaba justo encima de aquella esquina del primer beso. Era como una premonición, o es que estaba tan obsesionado que encontraba relación con todo, cuando en realidad la única casualidad estaba en su cabeza.

Esa noche durmió bien, quizá porque había algo en aquél lugar que hacía se sintiera más cerca de ella. Los recuerdos los mantenía vivos en su memoria. Además tampoco hacía tanto tiempo que lo vivieron realmente. Se despertó temprano. El canto de los pajarillos y la suave, pero fresca  brisa que entraba por la ventana, le despertó e inmediatamente supo dónde se encontraba. Iría solo a dar una vuelta por lo alrededores. Daría el día libre a su monitor, aunque lo cierto era que había pocos o  ningún sitio a donde ir, pero eso era cuenta suya. En poco más de una semana terminaría el itinerario. Volvería a Santiago de nuevo y pernoctaría en el Hostal de los Reyes Católicos como la primera vez en que la hizo el amor y fijaron la fecha para su casamiento.

¿Por qué se torturaba de tal forma? Era absurdo, pero lo necesitaba. Necesitaba vivir aquellos días, aquellas horas inolvidables y felices que pasaron, tan distintas a las amargas de ahora. A pesar de los recuerdos, estaba siendo feliz. La sentía cerca y una emoción absurda le hacía recobrar las esperanzas. Pero ¿ cómo? Había despedido a los detectives al no encontrar ningún resquicio, ningún dato que le permitiera saber dónde estaba. Ni él mismo lo había conseguido. Estaba seguro de que no deseaba ser encontrada. Pero ¿por qué? ¿Qué oculto secreto escondía?

Después de desayunar decidió caminar contemplando el paisaje magnífico del lugar. Encontraba en ello una paz y una tranquilidad que en verdad necesitaba. El tiempo se acortaba y sabía que cuando volviera a Seúl de nuevo, debía comenzar un peregrinar de nostalgia, pero, mientras estuviera allí, no renunciaría a ello. Era la única posibilidad que tenía de revivir aquellos recuerdos de tiempo felices.

No se había puesto en contacto con sus padres en todos esos días. Sabía que estarían inquietos, pero si les llamaba le preguntarían dónde estaba y sabía que si les decía la verdad le caería encima una lluvia de reproches, así que optó por no hacerlo. Ya se inventaría algo con que calmarles. Emprendió el largo paseo sin rumbo fijo. No tenía prisa. El tiempo parecía que se detuviera, así que, sin otra cosa que hacer enfilo el camino que le llevaría a través del campo. Sentado en una peña unas veces. Otras tumbado en la hierba, dejaba correr las horas rememorando cada instante de sus conversaciones de aquél grupo. Las ocurrencias de alguno de los nórdicos, y sus silencios orientales que, sólo miraban en una dirección: Alba.

Consultó su reloj y pensó que ya era hora de regresar. Se había pasado la mañana sin darse cuenta. ¡ Ojalá todas sus mañanas fueran como esta! 

En un recodo del camino, vió un cuatro por cuatro que llevaba su misma dirección. Sería sin duda el vehículo del refugio. No sabía quién lo conducía, ya que estaba bastante alejado de él. Lentamente llegó a su destino. Reinaba el silencio en el lugar, tan sólo alterado por las risas y las conversaciones de algunas de las empleadas. Una de ellas le ofreció un café que, él aceptó. 

Se sentó en la terraza exterior. Hacía un día precioso y le apetecía respirar el aire puro. Mientras apuraba su taza de café, escucho la voz de Ángeles, charlando con otra muchacha, cuyo timbre de voz no le resultó desconocido. No era el de alguna de las otras empleadas. Quizá fuera alguna vendedora o amiga de la dueña del hostal.  Iría a su habitación a leer un poco hasta la hora de la comida. Julio había ido hasta el pueblo, y estaba algo cansado debido a la gran caminata que había dado. Cuando se dirigía a su estancia, se cruzó en el camino con Ángeles. No supo cómo, ni porqué , pero se escuchó asimismo preguntando:

—¿Tenemos  un nuevo huésped?  La he escuchado hablar con una joven, y qué casualidad, su timbre de voz me recordó otra muy conocida para mi.

Ángeles no se dio cuenta en ese momento de la pregunta, y respondió amablemente:

— ¡ Oh no ! Es una empleada de la casa

— Es que me es tan conocida...

En ese momento , la hotelera se dio cuenta. Había reconocido la voz de Alba. Tenía que avisarla. Era conocedora de todo lo acontecido en su vida y, aunque no estaba de acuerdo con ella, no la correspondía decir nada. Subió al piso de arriba para avisarla de que Dae estaba hospedado allí.

— ¿ Por qué no me lo has dicho antes? —la voz airada de Alba increpaba a su jefa

— Ni siquiera se me pasó por la cabeza. Pero quizá sea la hora de que aclares tu vida

Unos golpes suaves en la puerta de la habitación de Alba resonaron como aldabonazos:

— ¿Va todo bien ? —La voz de Dae resonaba rotunda en el exterior.
Una alterada Ángeles respondió a la vez que salía de la habitación algo nerviosa:

— Si, tranquilo no pasa nada. Sólo no estamos de acuerdo en ciertos asuntos. Pero ya está todo aclarado.

Pero al tiempo que hablaba, había dejado entre abierta la puerta de la habitación y, aunque de espaldas, le dio un vuelco el corazón, al ver la figura de con quién estaba discutiendo.  ¡ Era Alba ! ¿ Qué hacía allí? ¿Era ese su refugio? ¿Desde cuando? Por la familiaridad, dedujo que estaba desde hacía tiempo . Sin poder evitarlo, empujó suavemente la puerta abriéndola de para en par. ¿ Cómo no la había visto antes? Vivía allí. Todo este tiempo había permanecido allí. ¡ No se lo podía creer! ¿ Por qué ella no le buscó? Miles de preguntas, a velocidad de vértigo, pasaban por su cabeza, hasta que de repente lo comprendió todo: una cuna de bebé  estaba en un lado de la habitación. Y entonces, en su cabeza se formó una historia comprendiéndolo todo en  el acto.

Alba le miraba con la cara desencajada y los ojos muy abiertos. Posiblemente él estuviera igual. Ángeles comprendió que había llegado el momento de la comunicación entre los esposos, y, rápidamente se ausentó de allí dejándoles solos.