miércoles, 22 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 25 - Lo mejor de si mismos

 Hoy le darán  el alta. En la mansión había un ajetreo desacostumbrado. En los pocos días que distaban desde el anuncio de bajarla a planta hasta dar el alta, Benjamín tuvo un trajín desacostumbrado. Los mismos nervios e impaciencia que sentía le hacían funcionar, pero lo cierto es que a Patrick y a Lissa, les preocupaba el que tuviera un bajón, cuando todo se normalizara.

La sala de la planta baja lo habilitó para que ella pudiera manejarse sin barreras y pudiera desenvolverse por la casa. Encargó la mejor silla de ruedas que hubiera en el mercado. No quería que se sintiera una inútil. Tenía pavor a las depresiones escarmentado  de la que tuvo al dar a luz. Ahora era distinto: se conocían más y mejor. Y sobre todo sabían que se querían con toda su alma y ya nada podría separarles.

Encargó a la floristería que adornasen toda la casa con sus flores preferidas. Todas las habitaciones: oficina , cocina y dormitorios del personal, absolutamente toda la casa, era una explosión de flores, como si la primavera hubiera llegado antes y con antes. Todo se le hacía poco. Había estado a punto de perderla y no quería ni pensar en ello de nuevo, tan sólo para ser mejor esposo y amarla más.

 Nadie le reconocía del cambió tan radical que había dado. No sólo por el accidente, que fue espectacular, sino al casarse con Evelyn. Ya no era el chico alocado, juerguista, mujeriego, que derrochaba el dinero a manos llenas. Había tenido tiempo, mientras ella estuvo en el hospital de trazarse un plan de vida. Lo había madurado y estaba satisfecho con la decisión que había tomado: vivirían en Cheltenham. La casa era amplia. No tenía escaleras o muy pocas. Era alegre y estaba situada en un paisaje tranquilo. 

— Si, es lo ideal. Además ahora por video conferencia estaremos en contacto con Londres cada vez que sea preciso. Decididamente viviremos allí si Evelyn así lo quiere. Frederick, atenderá las cuestiones sociales  a que mi cargo me obliga. Sólo asistiremos a alguna cena muy de tarde en tarde. Yo trabajaré aquí, junto a mi gente. Quiero hundir mis manos en la tierra. Remodelar  los sembrados para que sean más productivos. Tomaremos más empleados para que los arrendatarios no trabajen tanto. Yo aprenderé a ser un buen patrón y estaré en contacto con ellos permanentemente. Evelyn me echará una mano en cuestiones de oficina. Aunque ya lo es, volverá a ser mi mano derecha y mi mejor ayudante. En cuanto la lleve a casa, se lo propondré.

Ese mismo día la dieron el alta, sólo con el mandato de chequearla al cabo de un mes para comprobar que su estado fuera satisfactorio . Además verían de suavizar las escayolas, al menos la del brazo posiblemente se la quitaran. Parecía que las negras sombras que se cernieron sobre ellos, se habían despejado, y vuelto un cielo azul, radiante, maravilloso. Ellos así lo verían, aunque fuese un día nublado, con niebla y lluvia.  El colorido, la luz del sol, la llevaban por dentro y todo lo transformaban.

Ya en la mansión de Londres, Benjamín le propuso el cambio de domicilio, y a ella le satisfizo. Le daba igual el lugar, lo que quería era no separarse de él. Tendrían que hablar, lo sabía. Abriría su corazón de par en par. Le contaría cómo le extrañó durante el tiempo que estuvieron alejados. Y lo que sufrió pensando que otra mujer estuviera ocupando su lugar. Se moría de celos y de arrepentimiento por su alejamiento. Por no haber hablado con calma antes de tomar esa determinación tan drástica. La pareció ideal volver a vivir al campo. La gustaba aquél lugar  aquella casa que tan gratos y extraños recuerdos la traían. Allí empezó todo.

¿ Qué extraños designios les reservaba la vida. Él, chico guapo, con dinero, libre, mujeriego, juerguista. Ella siempre formal sin salirse ni un ápice del buen camino. Sin novio, a pesar de ser bonita, culta, simpática y trabajadora. ¿Se estaba reservando para él? No tenía ni idea; sólo sabía que algo la unió a aquél fantasma que irrumpió en su vida inesperadamente. Que el mismo rechazo que sentía, era motivado por las tremendas ganas de estar cerca de él. Que lo poco o lo mucho que se arreglaba, era por él. Y que el día del evento, creyó por un momento que  se fijaría en ella. Y lo hizo, pero sin embargo no lo dio a demostrar y el daño que la produjo la aparición de aquella ex, la incitó a cometer una locura, que si no hubiera sido por el exceso de alcohol, estaba segura haberlo hecho. Pero el mismo destino que jugaba con ellos, hizo que aquello, no llegara a buen fin, por un simple hecho de caballerosidad. ¿ Qué hubiera ocurrido de haberse acostados juntos? Nada hubiera sido igual. Por lo mismo se hubiera tenido que despedir. Pasaría, en cuanto le viera, la mayor vergüenza del mundo, y seguro que se hubiera reído de su cuerpo, para nada voluptuoso en comparación con las chicas que él acostumbraba a frecuentar. Y sin embargo la eligió a ella. No para salir un día y terminar en un hotel, sino para compartir su vida.

Habían dado lo mejor de sí mismos. Tenían una familia, aún corta, pero preciosa. Sabía que él estaba loco por ella y no se paraba a pensar en el motivo. La daba igual, si a sus ojos era la mujer más hermosa del mundo, mientras fuera  lo que le pareciera a él. Que el amor que sentían rompió todas las barreras. Lo cierto que tardó un poco, pero lo hizo. Y se lo demostró cuando el accidente, al no separarse de ella en ningún momento.

Y ahora estaba organizando de nuevo sus vidas, y estaba disfrutando de ello y también ella, que le dejaba hacer con una sonrisa en sus labios. ¿Dónde estaba aquél Benjamín con quién no se hablaba, que no  se veían y, sin embargo se morían de ganas por estar juntos. Empezarían de nuevo. Habían pasado lo peor de sus primeros años de casados. La experiencia, pero sobre todo el amor que sentían había allanado el camino. Habían vivido una lección muy dura; aprenderían de sus errores, sabiendo que la mejor solución para resolver cualquier  enfado, era ser sincero y hablarlo.

Le veía radiante, feliz, organizando todo para comenzar su nueva vida. Quienes trabajaban para él, nunca le conocían tanta actividad, y el mismo Frederick sonreía más abiertamente al verle ordenar y guiar a todos.

— Está desconocido. Y eso es obra tuya — confesó a Evelyn— No tienes idea de los días tan horrorosos que pasó con tu accidente. Envejeció en pocos días. Te quiere Evelyn, no tengas ninguna duda. Eres sus pies y sus manos, y no te digo su corazón y su cabeza. Es un padre ejemplar cariñoso y os adora a ambas. Y aunque no lo creáis, nosotros, desde fuera, nos preocupaban  vuestras cosas. También respiramos aliviados.  Nos apenó mucho cuando os separasteis. No lo entendíamos nadie, porque nos constaba que te amaba , de lo contrario puedes estar segura, que nunca se hubiera casado contigo. No fuiste una mas de la colección, has sido y serás siempre la única.

Se establecieron en el campo y con ellos Mildred. Les consideraba su familia, y por nada del mundo se separaría de Kyra.



 Como eran sobradamente conocidos, pronto establecieron corriente de amistad con aquellas gentes. A él, le habían visto crecer, así como a sus hermanos. Lloraron con ellos las pérdidas familiares. Ahora trabajarían codo con codo para mejorar la situación de los jornaleros antiguos y de los que se incorporaran de nuevas por la emigración. Les daría, no sólo trabajo, sino también un techo en donde vivir dignamente con sus familias. Haría donaciones en aquellas asociaciones que lo necesitasen.

Él era muy rico y, además, debido a la estructuración que habían llevado a cabo, los beneficios comenzaban a llegar. Por lo tanto, devolvía el bien que recibía.

Pasaron la revisión de ella. La quitaron la escayola y aunque tenía que hacer rehabilitación, poco a poco conseguía más libertad de movimientos. Ella se extrañaba de que él no buscara intimidad. Ya había pasado el tiempo suficiente como para tenerla, que por cierto era bastante. No lo entendía conociendo el carácter fogoso de su marido, pero no dejó que la sombra de la duda la amargase y esa noche, tal y como habían acordado. abordó esa pequeña duda:

— ¿Estás pensando que ya no me gustas? ¿Es eso? Mujer de poca fe. Ni naciendo de nuevo dejaría de amarte. Soy feliz hasta el punto de no podérmelo creer. Casi te pierdo. Creí volverme loco aquella noche. No quiero volver a pasar por ello nunca más


— Pero ya estoy bien. Han pasado los meses ¿No vas a ser mi marido ?

— Es lo que más deseo, pero me da miedo perjudicarte o hacerte daño

— Ya sabes el resultado del chequeo: estoy lista para hacer mi vida normal. Así que cuando estés listo...

— ¿Me lo dices en serio? Pues ahora ¡Ya!

Y al cabo de no se sabe cuantos años transcurridos, seguían amándose con intensidad y a los diez meses, mas o menos, volvían al hospital, pero esta vez para alumbrar otra nueva vida. 

A veces se sentaban juntos, tomados de la mano, sin hablar. No lo necesitaban, sólo con mirarse sabían lo que el otro pensaba. Todos cuantos estaban a su alrededor seguían admirándose del cambio dado a través del tiempo de ese hombre joven, vital, mujeriego, juerguista y enamorado profundamente de su familia. De una familia compuesta de cuatro personas y Mildred. También dos perros, otros dos gatos, gallinas, gansos, un caballo y un amor profundo surgido en aquella casa, en aquella ocasión sorpresiva e inesperada, que selló sus vidas.


                                                      F    I    N

Autoría: 1996rosafermu

Edición: Julio de 2021

Imágenes: Internet

DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS

martes, 21 de septiembre de 2021

EROS - Capítulo 24 - Si quiero

 Ansiaba que llegasen las cinco de la tarde para volver al hospital. Paseaba inquieto por la casa y Kyra le miraba extrañada de que no se sentara en el suelo para jugar con ella como hacía siempre. Benjamín no se daba cuenta de que la niña estaba percibiendo que algo extraño ocurría. Todos habían tratado de no dar importancia a la ausencia de su madre. La niña preguntaba por ella y la respuesta de todos, era la que todos habían acordado: está de viaje. 

Al fin en uno de sus paseos por la habitación de Kyra, se dio cuenta, al fin, de que la niña le miraba con curiosidad. Se detuvo e hizo lo que siempre hacía y que echaba de menos: se sentó a su lado y, omitiendo el verdadero porqué de la ausencia de Evelyn, comenzó a hablarle de ella de cómo se conocieron. Del día de su boda... cuando nació ella... de la alegría que sintieron...

La niña le miraba embelesada. Era la primera vez que escuchaba tales acontecimientos que seguro visionaría en su mente infantil dándoles forma. Omitió deliberadamente, como no podía ser de otra manera, el motivo del porqué no vivían en la misma casa. Fue difícil hallar una respuesta veraz para ella. Le sorprendió cuando le dijo:

— Si ahora mamá está de viaje ¿tardará tanto en volver como hiciste tú?

No supo que responder. Asociaba la respuesta de una y otra ocasión de ausencias, pero ella también tenía sus dudas, quizás en su mente infantil, había algo que no la cuadraba y necesitaba respuestas, no precisamente con toda urgencia, pero había que encontrar algo que no la creara dudas, porque a medida que se fuera haciendo mayor, comenzaría a casar los datos de los que ahora no entendía o no quería saber.

Comieron el padre y la niña y Benjamín hizo todo lo posible por distraerla. La llevó al parque. Permanecieron durante poco rato, ya que a las cinco, tenía que volver al hospital para ver a Evelyn.

— Con Mildred estoy más rato

— Lo sé cielo, pero papá tiene asuntos pendientes del trabajo y he de atenderlos

— ¿Por qué no lo hace tío Frederick?

— Porque he de ser yo cielo. Te prometo que en cuanto termine te llevaré a comprar un helado grande de los que a tí te gustan

— ¿Cómo a los que me lleva mamá?

— Si mi vida. Como a los que te lleva mamá. Tardaré poco, y hasta podremos pasar un buen rato en el parque, si así lo deseas.

Iría encantado y esperaba que muy feliz. Cumpliría su promesa en cuanto regresara de ver a Evelyn.

 Espera con impaciencia y nervioso esa visita. Ya faltaban menos días para que la pasaran a planta y entonces no se separaría de ella, incluso podrían llevar a Kyra para que viera a su madre. La dirían que algo le había sentado mal y habían tenido que llevarla al hospital. En su cabecita, aún no existían las conjeturas ni las distancias en el tiempo. Todo lo daba por bueno si se lo decía su papa. El nunca se equivocaba.

Iba nervioso, excitado como si fuera al encuentro de su primera cita. Y en cierto modo así era. No esperaba  de esa visita más que, su mejoría. Con eso se conformaba. A raíz de todos estos acontecimientos , había aprendido a valorar el día a día, el minuto a minuto, el paso a paso. Y ahora su inmediato paso sería el verla a ella, al menos sentada en la cama, enlazadas sus manos, y hablando de su futuro. De ese futuro que le tenía en vilo por los acontecimientos que se habían desarrollado ¿Recordaría su promesa? ¿Habría de decírselo otra vez? Frente a su impaciencia estaba la calma que debía tener. No podía presionarla, simplemente estaría a su lado como un invitado de piedra. Debía ser ella quién diera el primer paso. ¿ Y si no lo recordaba? Si así fuera, entonces, volvería a su petición.

Ya estaba ante la entrada del hospital. Como cada vez que acudía a él, pareciera que el corazón se le saltaba fuera del pecho. No sabía si se debía a preocupación alegría por poder verla o nerviosismo por lo que se encontrara en  aquella especie de ventana y que era el único contacto con ella. Esa era una visita especial. Esperaba que aún mejor que la de la mañana, con más esperanza, y también de nervios.

Aparcó el coche y a paso ligero entró en el amplio vestíbulo. Las gentes iban y venían. El mostrador de información tenía una fila de gentes preguntando por sus seres queridos que hubieran sido ingresados allí. Miles de preguntas distintas; todas con ansiedad y preocupación. Como la suya, porque aunque todo ahora fuera a mejor, mientras siguiera internada, siempre tendría miedo de que por cualquier causa retrocediera y perdiera todo lo mejorado.

Esperó impaciente al ascensor, entre el grupo de personas que se dirigían a distintas plantas. La suya era la cuarta. La tenía impresa en su memoria, creía que para siempre. No se le borrarían los angustiosos momentos que pasó en ella, esperando de un momento a otro que le dijeran que la medicina había fallado. Afortunadamente no era el caso. al menos eso esperaba. Hizo el mismo recorrido desde que fuera ingresada, por dos veces al día, pero no terminaba de acostumbrarse al olor a formol, a alcohol y desinfectantes, tan peculiares de los hospitales, y a la ansiedad que sentía antes de empujar la puerta que daría paso al único contacto con la realidad que tenía cada día. 

El de hoy era diferente, aunque él aún no lo supiera. Llamó a la puerta y una enfermera sonriente salió a su encuentro. No le dijo nada y él la miró extrañado ante la sonrisa de ella. Pronto descubriría el porqué de aquello. En lugar de estar alejada de la ventanilla, su cama, junto con los aparatos, estaba más cerca  del  visor por el que se podía ver el interior de la sala. No se lo podía creer: estaba un poco incorporada en la cama y le sonreía débilmente, pero le sonreía. ¡ Estaba consciente ! Le miraba y emocionada le sonreía. No podían hablar, pero bastaba una mirada para comprenderse.

Con la mano que tenía libre, Evelyn levantó un papel que tenía sobre el regazo. Con letra de palotes, irregular, tan diferente a la suya, habían dos palabras que hicieron que a Benjamín se le saltaran las lágrimas:

" TE QUIERO "  " SI "

No se lo podía creer. Lo tan ansiosamente esperado había ocurrido. Ella estaba consciente y le ha dado la respuesta. No lo había olvidado. Puso sus manos sobre el cristal de la ventanita como para mandarle su calor, su amor y alegría por esas simples y hermosas palabras. Le seguía queriendo. No le había olvidado y estaba dispuesta a comenzar una nueva etapa. La mejor, probablemente. Ambos habían adquirido experiencia y aunque hubiera cosas  que, quizá en un futuro volviera a crearles discusiones, sabían del camino aprendido para zanjarlas.

Siguieron siendo cinco minutos, pero los más maravillosos que nunca había vivido. Los médicos le dijeron que probablemente al día siguiente, por la noche, la pasarían a planta. No cabía en sí de alegría. Al fin respiraría tranquilo. Al llegar a la calle, se paró junto al coche y, extendiendo los brazos en forma de cruz, abrió sus pulmones para tomar todo el aire de la noche. Su mujer , su chica, el amor de su vida... había mejorado y le había dicho que sí.

 Ansiaba que llegasen las cinco de la tarde para volver al hospital. Paseaba inquieto por la casa y Kyra le miraba extrañada de que no se sentara en el suelo para jugar con ella como hacía siempre. Benjamín no se daba cuenta de que la niña estaba percibiendo que algo extraño ocurría. Todos habían tratado de no dar importancia a la ausencia de su madre. La niña preguntaba por ella y la respuesta de todos, era la que todos habían acordado: está de viaje. 

Al fin en uno de sus paseos por la habitación de Kyra, se dio cuenta, al fin, de que la niña le miraba con curiosidad. Se detuvo e hizo lo que siempre hacía y que echaba de menos: se sentó a su lado y, omitiendo el verdadero porqué de la ausencia de Evelyn, comenzó a hablarle de ella de cómo se conocieron. Del día de su boda... cuando nació ella... de la alegría que sintieron...

La niña le miraba embelesada. Era la primera vez que escuchaba tales acontecimientos que seguro visionaría en su mente infantil dándoles forma. Omitió deliberadamente, como no podía ser de otra manera, el motivo del porqué no vivían en la misma casa. Fue difícil hallar una respuesta veraz para ella. Le sorprendió cuando le dijo:

— Si ahora mamá está de viaje ¿tardará tanto en volver como hiciste tú?

No supo que responder. Asociaba la respuesta de una y otra ocasión de ausencias, pero ella también tenía sus dudas, quizás en su mente infantil, había algo que no la cuadraba y necesitaba respuestas, no precisamente con toda urgencia, pero había que encontrar algo que no la creara dudas, porque a medida que se fuera haciendo mayor, comenzaría a casar los datos de los que ahora no entendía o no quería saber.

Comieron el padre y la niña y Benjamín hizo todo lo posible por distraerla. La llevó al parque. Permanecieron durante poco rato, ya que a las cinco, tenía que volver al hospital para ver a Evelyn.

— Con Mildred estoy más rato

— Lo sé cielo, pero papá tiene asuntos pendientes del trabajo y he de atenderlos

— ¿Por qué no lo hace tío Frederick?

— Porque he de ser yo cielo. Te prometo que en cuanto termine te llevaré a comprar un helado grande de los que a tí te gustan

— ¿Cómo a los que me lleva mamá?

— Si mi vida. Como a los que te lleva mamá. Tardaré poco, y hasta podremos pasar un buen rato en el parque, si así lo deseas.

Iría encantado y esperaba que muy feliz. Cumpliría su promesa en cuanto regresara de ver a Evelyn.

 Espera con impaciencia y nervioso esa visita. Ya faltaban menos días para que la pasaran a planta y entonces no se separaría de ella, incluso podrían llevar a Kyra para que viera a su madre. La dirían que algo le había sentado mal y habían tenido que llevarla al hospital. En su cabecita, aún no existían las conjeturas ni las distancias en el tiempo. Todo lo daba por bueno si se lo decía su papa. El nunca se equivocaba.

Iba nervioso, excitado como si fuera al encuentro de su primera cita. Y en cierto modo así era. No esperaba  de esa visita más que, su mejoría. Con eso se conformaba. A raíz de todos estos acontecimientos , había aprendido a valorar el día a día, el minuto a minuto, el paso a paso. Y ahora su inmediato paso sería el verla a ella, al menos sentada en la cama, enlazadas sus manos, y hablando de su futuro. De ese futuro que le tenía en vilo por los acontecimientos que se habían desarrollado ¿Recordaría su promesa? ¿Habría de decírselo otra vez? Frente a su impaciencia estaba la calma que debía tener. No podía presionarla, simplemente estaría a su lado como un invitado de piedra. Debía ser ella quién diera el primer paso. ¿ Y si no lo recordaba? Si así fuera, entonces, volvería a su petición.

Ya estaba ante la entrada del hospital. Como cada vez que acudía a él, pareciera que el corazón se le saltaba fuera del pecho. No sabía si se debía a preocupación alegría por poder verla o nerviosismo por lo que se encontrara en  aquella especie de ventana y que era el único contacto con ella. Esa era una visita especial. Esperaba que aún mejor que la de la mañana, con más esperanza, y también de nervios.

Aparcó el coche y a paso ligero entró en el amplio vestíbulo. Las gentes iban y venían. El mostrador de información tenía una fila de gentes preguntando por sus seres queridos que hubieran sido ingresados allí. Miles de preguntas distintas; todas con ansiedad y preocupación. Como la suya, porque aunque todo ahora fuera a mejor, mientras siguiera internada, siempre tendría miedo de que por cualquier causa retrocediera y perdiera todo lo mejorado.

Esperó impaciente al ascensor, entre el grupo de personas que se dirigían a distintas plantas. La suya era la cuarta. La tenía impresa en su memoria, creía que para siempre. No se le borrarían los angustiosos momentos que pasó en ella, esperando de un momento a otro que le dijeran que la medicina había fallado. Afortunadamente no era el caso. al menos eso esperaba. Hizo el mismo recorrido desde que fuera ingresada, por dos veces al día, pero no terminaba de acostumbrarse al olor a formol, a alcohol y desinfectantes, tan peculiares de los hospitales, y a la ansiedad que sentía antes de empujar la puerta que daría paso al único contacto con la realidad que tenía cada día. 

El de hoy era diferente, aunque él aún no lo supiera. Llamó a la puerta y una enfermera sonriente salió a su encuentro. No le dijo nada y él la miró extrañado ante la sonrisa de ella. Pronto descubriría el porqué de aquello. En lugar de estar alejada de la ventanilla, su cama, junto con los aparatos, estaba más cerca  del  visor por el que se podía ver el interior de la sala. No se lo podía creer: estaba un poco incorporada en la cama y le sonreía débilmente, pero le sonreía. ¡ Estaba consciente ! Le miraba y emocionada le sonreía. No podían hablar, pero bastaba una mirada para comprenderse.

Con la mano que tenía libre, Evelyn levantó un papel que tenía sobre el regazo. Con letra de palotes, irregular, tan diferente a la suya, habían dos palabras que hicieron que a Benjamín se le saltaran las lágrimas:

" TE QUIERO "  " SI "

No se lo podía creer. Lo tan ansiosamente esperado había ocurrido. Ella estaba consciente y le ha dado la respuesta. No lo había olvidado. Puso sus manos sobre el cristal de la ventanita como para mandarle su calor, su amor y alegría por esas simples y hermosas palabras. Le seguía queriendo. No le había olvidado y estaba dispuesta a comenzar una nueva etapa. La mejor, probablemente. Ambos habían adquirido experiencia y aunque hubiera cosas  que, quizá en un futuro volviera a crearles discusiones, sabían del camino aprendido para zanjarlas.

Siguieron siendo cinco minutos, pero los más maravillosos que nunca había vivido. Los médicos le dijeron que probablemente al día siguiente, por la noche, la pasarían a planta. No cabía en sí de alegría. Al fin respiraría tranquilo. Al llegar a la calle, se paró junto al coche y, extendiendo los brazos en forma de cruz, abrió sus pulmones para tomar todo el aire de la noche. Su mujer , su chica, el amor de su vida... había mejorado y le había dicho que sí.

Todos notaron que todo iba a mejor por la forma en que había entrado en casa. Canturreaba una canción. Sonreía y fue en busca de su hija que le aguardaba en la habitación. L aniña le miraba sorprendida; nunca había visto así a su padre. No sabía, y además no podía expresar lo que sentía. Todo había dio bien. Iban a pasarla a planta en las próximas horas y le había aceptado a su lado nuevamente. ¿Cómo no ser feliz? Estaba exaltado de puro nervios. Aún no se lo creía, pero era cierto. Los días de angustia habían pasado y en unos cuantos días más, regresaría a casa. Juntos caminarían de nuevo por la vida, pero ahora , esa vida más reforzada por la experiencia sufrida y habían conocido la fragilidad de ella, y que sólo bastaba un minuto para cambiarlo todo. No repetirían los mismos errores que les había separado todos esos años. No volverían a perder el tiempo en cosas sin importancia, porque habían averiguado que, lo único importante es la vida y el amor. Con ambas cosas, todo se solucionaba.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 23 - Desesperación y optimismo

 Cuando salió de la casa de Frederick y Lissa, estaba un poco más optimista. Las palabras de su amiga, con la rotundidad y lógica expresada, le hizo entrever un poco de optimismo. Ciertamente si hubiera habido algún retroceso le hubieran avisado de inmediato; en eso quedó con los médicos. Había estado hasta muy tarde allí y ni siquiera contactaron con él. Había que dejar trabajar a los médicos y a la propia naturaleza de ella.. Confiaba en que, aún sin saberlo, luchara por su vida. Tenía una hija muy pequeña y aunque sólo fuera por ella, tenía que hacer los mayores esfuerzos por curarse.

Tendría una larga, muy larga temporada de rehabilitación y, además muy complicada. Tendría que usar silla de ruedas ya que un brazo y una pierna estaban escayoladas. Imaginó la escena y se enfureció contra el hombre que la hizo eso. La policía le informó que no fue un accidente por distracción, sino porque iba muy bebido y no era consciente de lo que hacía. Él también resulto herido, pero de relativa poca importancia y en dos o tres días estaría en casa.

Ahora no quería pensar en nada más que en ella, que la volvería a ver, aunque estuviese dormida. Él mismo comprobaría si en realidad estaba algo mejorada. Lo invocaba mirando al cielo. No resistiría otro día más como el del accidente. Pero ese suceso le hizo ver lo importante que es la vida, no sólo para tí, sino para las personas que te rodean, y la tragedia que puedes ocasionar si desapareces. Imaginó a Kyra llorando por no ver a su madre. ¿Cómo explicar a una niña tan pequeña que hay personas  en el mundo al que no les importan los otros seres humanos. Si a Evelyn la ocurriera algo, sería él quién la educase, quién le diera cariño por ella también. Una labor difícil que, las mujeres cumplen sin inmutarse, dándolo como normal. Pero para un hombre sería todo más complicado, sobre todo si es chica y en ciertas etapas de su vida.

— No, no, no — dijo a voz en grito, sorprendiendo a los transeúntes que se cruzaban con él. No se había dado cuenta de que estaba en la calle y que nadie sabía ni comprendía lo que en su interior se desarrollaba. Iba hablando solo, para sí mismo. Se dio cuenta de lo importante que es para él también, no solo para la niña. Nunca había querido a nadie como la quería a ella. Nunca había confiado en nadie, como en ella confiaba. Nunca había sido más feliz que el tiempo que estuvo a su lado, con baches o sin ellos, era su vida entera. Y lo había sabido antes de que todo ocurriera, pero precisamente por ese suceso, la magnitud de su dependencia de ella se hizo clara y diáfana en su cabeza.

Ni siquiera se paró a pensar en un rechazo. El amor dicen que se contagia. Además la convivencia crea lazos muy fuertes en las vidas de dos personas. Aunque tengan desacuerdos, pero también existe el amor, un profundo amor y aceptación del otro sea cuál sea su forma de ser. Y ellos lo aceptaron. Ella le aceptó a él. Evelyn tenía una vida sencilla y hasta aburrida, sin embargo él, se corría las grandes juergas, y  ella lo aceptó como era, olvidando ese estilo de vida. Lo cierto era que, mientras estuvieron juntos, no tuvo motivo de queja en ningún sentido. Las discusiones, los desacuerdos, los olvidaban ese mismo día.

Y siendo así ¿cómo pudieron llegar  a separarse? No supieron ver que sería cuestión anímica, que pasaría tan sólo con hablar y paciencia. El amor que sentían era capaz de derribar todos los obstáculos que surgieran en su camino, pero ese no lo vieron venir, y no supieron sortearlo. Los "más viejos del lugar" dicen que se necesitan al menos cinco años de casados para que todo marche bien. Que durante ese plazo, el engranaje del matrimonio  se ajusta en todas sus piezas,. Y es entonces cuando lo que piense uno, lo hace suyo el otro. Ese quinquenio es para conocerse, porque en realidad en un noviazgo no te conoces con tu pareja. Tienes que convivir y juntos sortear los impedimentos que la vida te va presentando y, entonces es cuando te das cuenta de que la persona elegida te acompañará siempre, en lo bueno y en lo malo que la vida les depare.

Durante ese plazo, hay cosas ínfimas que complican todo, pequeñas cosas que molestan al otro, y es que ambos han de procurar allanar el camino para hacerlo todo más fácil. Por ejemplo: dejar el tubo de pasta de dientes destapado, o el peine, en el caso de ellas, dejarlo con cabellos. Y en ellos, la consabida manía de no tapar el váter después de usarlo y si se afeitan con maquinilla, dejar la brocha con la espuma utilizada sin lavar. Son pequeños detalles de lo que se llama convivencia.

Ellos no habían tenido esos pequeños detalles. Eran cuidadosos, pero tuvieron uno más grave que no supieron aclarar. De ahora en adelante sería diferente. Se conocían bien. Sabían de los errores de cada uno y se amaban: lo más importante para saber perdonar y seguir adelante.

Llegó algo más esperanzado después de esas reflexiones o es que empezaba a asimilarlo. Tendrían que ir paso a paso, unas veces despacio y otras más acelerado, pero caminando juntos, si es que ella le daba una respuesta afirmativa al volver en sí.

El corazón le golpeaba fuertemente a medida que subía en el ascensor en dirección a la UCI. En cuestión de minutos la vería, aunque ella no a él. De momento no había medio de transmitirla que estaba allí, que no la dejaría sola nunca. Ni él mismo se reconocía en su forma de pensar Quien se lo dijera, no le creería. A veces se había reído de quienes expresan que el amor es lo más bello y lo más desgraciado, si no eres amado, que un ser humano puede experimentar. Nunca lo entendía "con lo bien que se vive así". Solía decir. Pero ahora comprendía que no es cierto, que vives frívolamente, que cuando en verdad empezó a vivir, a desazonarse, a preocuparse por otra persona que no fuera él, es cuando vivía. Cuando la desazón por la otra persona, te hacía vibrar y ser mejor.

El médico le informó que permanecía estable y, eso en sí, era una buena noticia. La hemorragia estaba contenida por la operación. Las roturas de pierna y brazo, habían sido reducidas y no tenía dolores. Y que iban a bajar las dosis de los calmantes para que poco a poco estuviera consciente. No se lo podía creer. Lissa tenía razón. Creía haberla recuperado, al menos en esta delicada fase. La sangre se agolpaba en sus sienes y una mano agarrotaba su estómago de los nervios que sentía. Pero en su cara, en sus ojos, se reflejaba la alegría de tan buena noticia. Nada de lo demás importaba. Ella se estaba recuperando, el resto podía esperar. Hasta su ansiada respuesta, porque su amor era tan grande que tenía para los dos.

Cuando, los cinco minutos de la visita terminaron, en la sala de espera se puso en contacto con Lissa y Mildred para comunicarles las novedades. No se lo podía creer. Los ojos se le volvieron, de repente, acuosos y la sonrisa abierta, no se borraba de su cara. A ambas mujeres repetía una y otra vez las noticias que le habían dado. ¡ Era tan feliz ! De repente las malas noches. La incertidumbre, la preocupación la tensión, todo, había quedado en un rincón lejano de su mente. Volvía el verdadero Benjamín. Al alegre y optimista, al simpático y no deprimido Benjamín. Hasta ese poder tenía sobre él, pero no le importaba, al contrario, deseaba que así fuera siempre.

Como le anunciaron, reducirían la medicación poco a poco hasta que estuviera consciente todo el tiempo. Eso indicaba una mejoría significativa. Si así fuera, pronto la bajarían a planta y entonces estarían juntos de nuevo, aunque nunca  lo hubiera deseado en estas circunstancias.

Por primera vez en esos días, salía contento y optimista. Seguramente, cuando fuera por la tarde, aún estaría mejor y hasta con un poco de suerte estaría despierta y, aunque no pudiera hablar con ella, al menos se verían ambos. Deseaba recibir esa respuesta que era tan importante para él, pero si fuera necesario por su bienestar, no importaba esperar, esperar, al menos hasta que tuviera su consciencia plena. ¿Sería posible salir de esa pesadilla? Las horas que transcurrirían hasta la visita de la tarde, se le harían interminables, pero no importaba lo que él tuviera que padecer. Lo importante era que Evelyn seguiría entre nosotros.

Mentalmente se tenían que ir preparando para la temporada difícil que les aguardaba, sobre todo los primeros días de su vuelta a casa. Pero sería lo de menos. Contrataría a una enfermera que estuviera con ella todo el día, por las noches la cuidaría él. Quería hacerlo, deseaba ocuparse de su mujer todo el tiempo que fuera necesario. 

— Una silla de ruedas, eso es. Así de esta manera ella podría ir y venir por la casa y podríamos salir a cenar y a dar un paseo.

 Sería temporalmente al menos hasta que la quitasen una de las dos escayolas. Y él estaría allí para  ayudarla, fuera afirmativa o no su respuesta. Siempre estaría a su lado para cuidarla.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 22 - Noche de angustia

 Frederick y Lissa se harían cargo de Kyra, ya que Mildred trabajaba por la noche. Al menos no se sintió tan solo en aquella sala de espera fría y solitaria. Era de noche y aún seguía en  quirófano. Tan sólo por la tarde, salió una enfermera para decirle que todo iba normal. Que  era complicado y por eso tardaban más.

Su instinto le avisaba de que tantas horas no eran normales. Estaba casi seguro que habían habido complicaciones y por eso se demoraba más. Necesitaba tener alguna noticia de lo que estaba ocurriendo tras esas puertas. Cada vez más la ansiedad y la preocupación le invadían más frecuentemente. No se separaba de aquél lugar ni para tomar agua. Cansado de dar vueltas y vueltas, tomó asiento en un butacón y reclinó la cabeza hacia atrás. No tenía sueño, pero estaba fatigado emocionalmente. Entornó los ojos y comenzó a repasar todos esos años perdidos; no quería detenerse en que a ella la ocurriera lo peor. No se lo perdonaría en la vida, a pesar de que él no tuviera la culpa del accidente, pero sí, en parte de haber desaprovechado el tiempo con ella.

Si salieran de esta situación terrible, no perdería ni un minuto, ni un solo segundo de estar con ella. Era el motor de su vida y la estaba perdiendo, porque tenía certeza de que alguna complicación grave había surgido tras esa sala de operaciones. Se acordaba de su hija. A pesar de tener contacto con ella, se había perdido la mitad de su niñez. No le parecían suficientes los días establecidos, no era justo. A veces tenía la impresión de que Kyra, a medida que crecía, le veía a veces no como a su padre, sino como a alguien extraño que pasase por allí.

No le compensaba la vida alegre y de juergas que había tenido desde muy joven, al haber perdido esos retazos que, ahora añoraba con nostalgia de la verdadera vida, la real, con ellas, con su familia, en su casa, en la que se sentía seguro y a salvo. Ya nada sería igual. El accidente marcaría un antes y un después. Estaba seguro que, con tal de volver a ser una familia, cedería a todas sus exigencias . Porque sí, ella no exigía nada que no fuera fácil de cumplir y razonable. Su amor en el día que estaba viviendo, había crecido mucho. Su pecho estaba acongojado por no haberla podido proteger. Deseaba cuidarla, pasase lo que pasase después del quirófano. Ni siquiera se planteaba el perderla, aunque estaba dentro de lo posible. Todos se lo habían dejado muy claro: estaba grave... Y aún no tenía nada seguro después de que hubieran pasado varias horas desde que ocurrió todo.

Era la noche más angustiosa que jamás había vivido. Era interminable; el reloj no corría, nada corría a su favor, de conocer algo que le diera esperanza. Ya era de madrugada, cuando la puerta tan ansiosamente esperada se abriera, lo hizo, dando paso a tres médicos. Benjamín  se levantó de un salto y a un tiempo analizaba las caras de los médicos buscando en ellas algún síntoma de esperanza o de desconsuelo. Y  por fin comenzaron a hablar:

— Supongo que usted es el señor Sutton ¿Verdad? Bien. Su mujer está estable dentro de la gravedad. Nos dio un buen susto, por eso se ha demorado más nuestra presencia. Tuvo una parada de la que pudimos recuperarla. Aún no ha pasado el peligro. Deberá permanecer en la  unidad de cuidados intensivos durante varios días. Tiene varias costillas rotas, así como una pierna y un brazo. Una de las costillas fracturadas, le interesó el pulmón, de ahí una fuerte hemorragia que pudimos controlar y como consecuencia de la pérdida de sangre, la parada. De momento todo está bajo control, pero no significa que no surjan complicaciones. Podrá verla a través de la ventanilla, pero no tendrá visitas hasta que la bajemos a planta. No le puedo precisar el día. Depende de su evolución. ¿Quiere preguntar algo más? Estaremos siempre a su disposición para informarle siempre que quiera. De momento no se puede hacer más, así que opino debería marchar a su casa y tratar de descansar. Le va a necesitar cuando se recupere, pero si usted está débil y cansado, no podrá ayudarla y le repito: va a necesitarle.

No sabía si se había quedado más tranquilo, o más alarmado. ¿Volvería a repetirse la parada? Le condujeron por un pasillo del interior de la pre entrada a los quirófanos y, allí por una pequeña ventanilla la pudo ver. Tenía uno de sus brazos y la pierna escayolados. A través de la sábana se podía apreciar un vendaje en su pecho. En su cara, en su bonita cara tenía heridas y hematomas. Pero eso era lo menos importante. Seguiría siendo hermosa aunque tuviera cicatrices.

Quería embeberse en su imagen, dilatar al máximo los cinco minutos que, pasaron como en un suspiro, pero así debía ser por el bien de ella. Permanecía sedada y así estaría posiblemente varios días. Sólo deseaba verla. Con eso bastaba.

Y salió del hospital cuando las primeras luces del alba apuntaban en el horizonte. Pensó que hacía sólo veinticuatro horas, en ese mismo instante, estaba durmiendo, tranquilamente en la cama después de haber rememorado la  conversación última que tuvieron. Con la imagen de su rostro y de su último beso, se quedó dormido. Muy diferente este amanecer, con la duda, la intranquilidad y la esperanza al mismo tiempo, de volverla a tener abrazada. No le importaba esperar, porque significaría que el peligro había pasado.

De repente se sintió agotado, no sólo por el cansancio, sino por la tensión que tuvo desde que le anunciaron lo que ocurría. Entraría en la cafetería y tomaría un café. Tenía el cuerpo destemplado y, unas ganas terribles de abrazar a su hija. La niña, por fortuna para ella, ignoraba que su madre se debatía entre la vida y la muerte. Aquel cuerpecito pequeño y precioso, era su creación, la de ambos, en un momento de glorioso amor. ¿Vendrían más días así? Debía tener esperanza. Se recuperaría; ella es joven y fuerte y saldrá. Saldremos adelante.

Tomó el café en una casi solitaria cafetería. En ella había pocos clientes, seguramente como él, en espera de noticias o habiéndolas sabido, se recuperaban de una noche espantosa, igual a la suya. Mientras sorbía la taza, examinaba cada rostro y los había para todos los gustos: unos no hablaban entre ellos, pero tenían la cara macilenta y triste. Otros por el contrario estaban exultantes, señal de que habían tenido buenas noticias, Otros, con la vista fija en la taza de café dando incesantes vueltas con la cucharilla y, pensativos, muy pensativos. Se incluyó en este último grupo. Pagó la consumición, miró el reloj y comprobó que era muy pronto para ir a casa de Frederick. Despertaría a toda la casa, eran las seis de la mañana. Mejor iría a su casa, se ducharía, cambiaría de ropa y después iría a ver a Kyra.

Tenia que hacer tiempo como fuera para no estar solo en casa. A las doce volvería a verla y a hablar con los médicos. Cada vez que pensaba en ello y, era constantemente, tenia la sensación de como si una mano le apretara el corazón. No podía creer que su mujer, fuerte, decidida, cariñosa, excelente madre y por qué no, amante y esposa extraordinaria, ahora estaba inconsciente en una cama de hospital a  expensas de lo que quisieran hacer con ella. La sedación era tan fuerte que no se había despertado ni un solo instante. Mucho se temía que así serían los días que estuviera en la UCI. Con un poco de suerte, la irían reduciendo las dosis de calmantes poco a poco. Su inconsciencia tenía de ventaja de que ella no se daba cuenta de nada, sumida en ese sueño profundo.

Pagó su café y salió a la calle en busca de su coche aparcado a la entrada del hospital. Miró al cielo, aspiró el aire mañanero profundamente, como si sus pulmones necesitaran renovar el aire. Era un día normal, pero no para él. Había cambiado en menos de un minuto. Todos los proyectos hechos, habían quedado suspendidos en el aire. Eso no era lo más importante, sino que lo que verdaderamente le importaba era la recuperación de  Evelyn, aunque le diera calabazas. Aunque le dijera que ya no le quería, nada importaba más que ella viviera y se recuperase. Aunque no volvieran a vivir juntos, su situación había cambiado. ¿Serían amigos solamente? ¿Sería capaz de soportar que otro hombre ocupara su corazón? Lo haría si ella fuera feliz. Es lo que más le importaba. Había abandonado su secular egoísmo para pensar solamente en su bienestar y felicidad, aunque no la tuviera a su lado. Sería su decisión y con ella, aunque no fuese su deseo, le bastaría.

Ansiaba volver a verla reír, y no contemplar esa  estática Evelyn que ahora era. Deseaba sus regañinas, sus pensamientos extraños respecto a él. Su timidez y nerviosismo cuando estaba en su presencia. Todo eso  había cobrado un valor incalculable, que no había apreciado hasta ahora. Había bastado ver que su vida peligraba para alterar todos sus pensamientos respecto a los valores de la vida. Y su vida era ella, con sus manías, su fuerte carácter, su cabezonería... Con todo ello, porque sin esas cosas, no era la Evelyn que conocía y adoraba. La quería tal cual era, con sus virtudes y sus defectos, y también su paciencia por haber soportado su comportamiento. Ahora comprendía su reticencia frente a él antes de casarse: ya le quería, pero no se había dado cuenta.

Todo eso, ahora, recobraba un valor inmenso que hacía que se uniera más a ella, que la quisiera mucho más. Pero ya lo había notado antes de su accidente, lo descubrió al verla conversar relajada y contenta, con otro hombre que no era él. En esa escena sencilla, poco importante, corriente, como hay otras, le entró pánico a perderla y, por ese motivo acudió en su búsqueda.

Pero todo había cambiado en sus vidas, por unos escasos minutos en que separa la vida anterior a la de ahora terrible, incierta y dolorosa. Antepondría el bienestar de ella a cualquier otra cosa, aunque fuera en su contra. Caminaba lentamente, con la cabeza baja, como si le costara un triunfo abandonar el recinto en el que se encontraba su otra mitad

 Ya en el coche, con las manos en el volante, y su cabeza entre ellas, se resistía a ponerle en marcha. Cuando pensaba al entrar en su casa y no escuchar su taconeo, la risa de su hija, el alboroto que formaban madre e hija porque llegaban tarde al colegio y al desayuno. Se le hacía irrespirable. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo importante que eran esas pequeñas cosas que ahora se hacían grandes. ¿Cómo no las había echado de menos antes? ¿Lo hizo? ¡Claro que sí lo hizo. Lo echaba de menos todo, pero siempre guardaba la esperanza de que algún día volvería a sentirlo.

No iría a su casa., no podía hacerlo. Aún era temprano, pero seguro que la casa de  Frederick y Lissa ya estaba en funcionamiento. Kyra se había quedado con ellos. Sí, iría a verla. Necesitaba tener cerca el calor de su pequeño cuerpo. Seguro que le preguntaría por su madre. La diría que estaba de viaje. Los niños en su inocencia, admiten todo, por absurdo que sea, como una verdad irrefutable. Y hacia allí se encaminó. Necesitaba las palabras de un amigo y ellos lo eran. A Frederick le conocía desde muy joven, le conocía perfectamente y hasta en algunas ocasiones le había tapado ante su padre alguna fechoría. Es lo que necesitaba el abrazo sincero de alguien. Y allí  se dirigió.

Frederick ya había salido hacia la oficina y Lissa estaba terminando de preparar el desayuno para Kyra. En pocos minutos Mildred llegaría para llevarla al colegio. 

Lissa abrió la puerta sin esperar que fuera Benjamín. Tenía un aspecto horrible, macilento, ojeroso, con la camisa arrugada y casi sin ganas de hablar:

— ¡Oh Benjamín!

No pudo decir más. Él avanzó hacia ella y se abrazó a Lissa, llorando desconsoladamente. Era la primera vez que había tenido frente a ella a un Benjamín derrotado. No sabía qué decirle porque ella misma estaba a punto de llorar. Le abrazó fuertemente, ambos  necesitaban refugiarse en alguien que comprendiera la angustia que estaban viviendo. Ella es la mejor amiga de su mujer, y a él no le importó en absoluto  romper el protocolo, ahora inexistente, de una antigua trabajadora suya. Ahora era una amiga entrañable. En ese abrazo se dio cuenta Lissa de lo solo que estaba. Su hermana vivía en Canadá y era el único pariente vivo que le quedaba. Siempre había ocultado esa falta con su carácter mandón y brillante. Probablemente sería ese el motivo por el que siempre estaba enredado con otras mujeres.

Lissa quería entrañablemente a Evelyn, era su amiga. Se entendían perfectamente y este trance por el que pasaban era injusto. Nunca  le había comentado nada referente a lo ocurrido en su matrimonio,  conocía bien a ambos. Nunca la preguntó nada, era como si no se hubiera enterado de nada y, precisamente por esa delicadeza, es que se habían convertido en excelentes amigas.

También ella estaba muy preocupada por lo ocurrido, y a solas clamaba por su curación, pero él estaba tan angustiado, que sólo pudo abrazarle.

—  Pasa y desayuna con nosotras.. Kyra ya está levantada. Te vendrá bien ver a la niña. La he dicho que mamá está de viaje. No ha comentado nada y, dudo que se haya conformado con esa explicación.

— Muchas gracias por todo, Lissa

— Benjamín. Se trata de mi mejor amiga. Es como una hermana para mí y Frederick está muy afectado. No he de decirte el inmenso cariño que te tiene. Siempre estaremos aquí para vosotros.

—Cuando desayune volveré a casa. Me cambiaré de ropa y volveré al hospital. A las doce podré verla de nuevo a través de un cristal. Hablaré con los médicos. Esta madrugada me informaron de que todo seguía igual. No sé si es buena o mala señal.

— Escúchame. No han ido a buscarte. Tampoco te han llamado. Eso significa que sigue estable. No que esté mejor, aunque en cierta medida, así es, pero hay que ganar tiempo y lo están haciendo. Ve a casa, dúchate y trata de dormir un poco. Después regresa al hospital, pero una vez la hayas visto, vuelve y almuerza con nosotros. También te necesitamos. Estamos muy preocupados y desmoralizados. Frederick está muy impresionado. Nos vendrá bien a los tres hablar de todo lo ocurrido, si acaso lo necesitáramos.


viernes, 17 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 21 - Destino

Cuando llegó a su casa, tenía sentimientos esperanzados, pero también expectantes e inquietos. ¿Había conseguido lo que se había propuesto? No del todo, aunque siempre tenía la esperanza de que ella cediera. No sabía muy bien si estar satisfecho, con esperanzas o por el contrario rechazado. No tuvo esa sensación cuando la besó. No le rechazó, ni siquiera hizo ademán de retirarle. Era la primera vez en tanto tiempo que había vuelto a sentir la suavidad de sus labios, el perfume que habitualmente usaba. El calor que su cuerpo emanaba cuando la acercó al suyo y esa especie de abrazo que ella enlazó en sus hombros. ¿Sería una señal positiva? ¿Le seguía queriendo? Deseaba pensar que sí. Sabía de su carácter y si así no fuera, no había permitido ese beso, tan ardiente que expresaba tantas cosas. Deseo, excitación, esperanza, pero sobre todo amor. Ese amor que ambos tenían arrinconado dentro de ellos, pero que a la menor oportunidad salía a flote, como había ocurrido hacía unos instantes.

Llegó a su casa. No tenía sueño. Estaba demasiado nervioso y ansioso como para dormir, no podría hacerlo por mucho que lo intentara. Le había prometido dejarla espacio y tiempo para reflexionar. Él lo tenía todo pensado, pero eran sus condiciones y las respetaría por mucho que le costase. No creía que tardaría mucho en responderle,. Le había prometido no verse, no ponerse en contacto ni siquiera por teléfono. No saber nada de él mientras ella reflexionara, y aunque le costara mucho llevarlo a cabo, lo cumpliría. Se lo había jugado todo a una misma carta y quería tener triunfos. Dejar que ella reflexionara en su proposición, sin agobiarla.

Se sentó en la sala después de servirse un vaso de whisky. Quería recrearse en lo vivido, rememorar las imágenes vividas esa misma noche. Hizo bien en ir a verla directamente, sin adelantos telefónicos. La pilló por sorpresa, sin tiempo a pensar. Ambos fueron espontáneos. Se dijeron todo lo que les hacía daño desde hacía tanto tiempo. Deberían haberlo hecho aquella misma noche en que todo se desbordó, pero si lo hubieran dejado "reposar", al menos durante unas horas, no estarían viviendo lo que todo llegó después. La separación fue dolorosa para ambos; quizá más dura para ella, ya que estaba recién dada a luz prácticamente y en busca de  donde vivir y donde trabajar. No debió ser fácil para ella. Y si a eso se añade la decepción, la perdedora fue ella, sin lugar a dudas. Y lo más triste de todo, ahora que el tiempo ha transcurrido, han aclarado unas cuantas cosas, es que tuviera razón por sus quejas. Él no lo vió así en ese momento, y ella quizá fuera demasiado tajante, pero el caso es que estaban ahora con una rendija abierta a la esperanza.

Él también tenía que reflexionar y hacer cosas por si acaso ella le dijera que sí, que volverían a ser una familia y dejar a un lado esa parte de su vida, para comenzar otra más sincera y abierta. Habían tenido una experiencia difícil de olvidar y no se volvería a repetir. Necesitaba serenarse, tranquilizarse y esperar pacientemente que ella le diera una respuesta. Lo mejor que podía hacer era volver a Cheltenham. Allí, a solas y en la paz del campo tendría tiempo para pensar y no repetir los mismos errores que tan caros les ha costado. Se encontraba a gusto allí. Y aunque el paso de Evelyn por aquella casa fuera breve, aquellas paredes estaban impregnadas de ella, de sus pocos recuerdos juntos en sus cortísimas charlas. Pensaba que fue allí en donde se enamoró de ella. Era una mujer distinta a todas las que conocía, además era sincera, directa sin ambigüedades y a eso él no estaba acostumbrado, pero le agradó tener cerca a alguien que le dijera la verdad sin adornos, tal cuál lo veía.

Entonces comenzó a fraguar en su cabeza la idea  de rescatarla sola para él, como ayudante, o secretaria, cualquiera que fuera la definición, pero la quería cerca. No la asustaría con proposiciones que no la iban, pero poco a poco tratar de llevarla a su terreno.

Entró en la estancia en que un día, ambos sentados en el suelo charlaron amigablemente, olvidándose por un instante de quién era el jefe y la empleada. O en la cocina ¡aquél desayuno! El mejor que había tomado nunca. Si allí estaría bien. Iría solo, sin el chófer. Se lo cedería a Frederick. No sabía el tiempo que permanecería en el campo, no importaba. Se sentía más cerca de ella allí que en Londres.

Le costó conciliar el sueño, es decir apenas durmió. Se levantó temprano puso en una bolsa de viaje algo de ropa y cuando creyó que era la hora de que Frederick estuviera en la oficina, le llamo.

— Me voy a Cheltenham. Tengo que solucionar algunos asuntos allí. No quiero que me llaméis como no sea algo de extrema urgencia. Toma las riendas de todo ¡Ah! Maxim no viene, así que entretenle ayudándoos.

— ¿Te ocurre algo? — le preguntó el administrador extrañado de esa actitud

— No, en absoluto. No me llaméis como no sea algo de vida o muerte ¿Entendido?

— Tranquilo. No te llamaré. Diviértete, o tranquilízate, lo que quieras.

Al colgar el teléfono sonrió. Sentía algo dentro de él que le hacía estar contento, esperanzado ¿Sería hoy cuando tuviera noticias? Era demasiado pronto. La conocía bien y sabía que cuando decía pensar, se lo tomaba con calma. Pero de todas maneras, hoy no era un día como los demás: lucía un sol espléndido.

Tres días habían pasado desde que Evelyn tuviera aquella conversación con su marido. Él había cumplido su promesa: no se había comunicado con ella. Tampoco le había dado una respuesta, pero hoy lo haría. Había pensado en todo lo que habían hablado y creyó que, efectivamente había llegado el tiempo de volver a ser una familia y dejar atrás todo lo pasado para comenzar una etapa nueva.

Se arregló cuidadosamente. Le llamaría al llegar a la oficina y sabía que en cuanto le diera la respuesta, iría a buscarla y la llevaría a comer al mejor restaurante. Miro el reloj que tenía en su mesilla y comprobó que no podía descuidarse mucho si no quería llegar tarde al trabajo.

Kyra ya estaba arreglada  y Mildred preparaba el desayuno. La enfermera la noto algo especial. Sus ojos brillaban más. Estaba más bonita. Se había maquillado un poquito y elegido un traje bonito. Algo había cambiado en cuestión de días. Se sentó al lado de la niña y comenzó a hablar con ella. No se podían entretener mucho. La hora se le echaba encima.

— No se preocupe. Yo acercaré a la niña al colegio. Vaya tranquila.

—¿ Puedo pedirla un favor?

— ¡Claro, ya lo sabe! Cuente conmigo para lo que sea

— Es que voy a tener una reunión importante y quizá se me haga tarde para recogerla esta tarde ¿Podría hacerlo usted?

— Por supuesto. No hay más que hablar. La llevaré al parque y volveremos a casa para merendar

— Muchas gracias, Mildred. Es muy importante para mi.  La debo una

— Ande, ande. Vaya tranquila

Y de pie e impaciente, apuró el último sorbo de café. Dió un beso a la niña y una suave caricia en la mejilla de Mildred y salió con una amplia sonrisa en su cara.

La enfermera se la quedó mirando satisfecha. Nunca la había visto tan contenta y risueña ¿Será que el amor de nuevo llama a su puerta? Pensó sonriendo imaginando que sería el jefe el ganador y no su propio marido.

Mientras caminaba hacia el aparcamiento, rebuscaba en el bolso las llaves, que de puro nervios no encontraba. Revolvía en su interior las miles de cosas que llevaba, hasta que, por fin dio con ellas: estaban debajo de todo. Abrió el coche, dejó el bolso en el otro asiento, se ajustó el cinturón y se dispuso a salir con una sonrisa en su cara. En ella se marcaban esos hoyuelos que tanto gustaban a Benjamín y que siempre la besaba en ellos.

Llegó al semáforo y aguardó paciente a que se pusiera en verde. Metió la velocidad y arrancó al cambiar el disco. No lo vió venir. Desde la otra dirección perpendicular a ella, el disco estaba en rojo, pero un ansioso automovilista, impaciente se tragó literalmente el semáforo al tiempo que Evelyn pasaba. Venía a mayor velocidad de la permitida. Se estrelló contra   ella Su coche  salió  dando vueltas y quedando con las ruedas arriba.

Todo sucedió en cuestión de segundos. Todos los peatones que aguardaban en los semáforos, al ver la escena lanzaron un grito al ser espectadores de tamaño accidente. Unos corrieron a socorrerles, otros se quedaron inmóviles ante el suceso. Un hombre llamaba a gritos " una ambulancia. Busquen a un agente de policía".

Alguien con mano temblorosa y desde su móvil llamó para que viniera la ambulancia. El agente de policía se personó a los cinco minutos. Trato de poner orden. Todos querían ayudar, pero nadie podía hacer nada hasta que no llegaran los paramédicos. Uno de los presentes se acercó al policía  diciendo que era médico. Simplemente deseaba acercarse para ver si estaba consciente y cuál era la gravedad del accidente. Se acercó y la vió inconsciente y con manchas de sangre por la cara:

— Meta prisa a los paramédicos. Necesita un hospital. Está grave. Si le parece iré a comprobar a ver como está el otro herido.

El causante de todo, estaba semi inconsciente pero aparentemente estaba bien, si acaso alguna pequeña fractura.

La sirena de la ambulancia se escuchó de inmediato, pero tal y como había quedado el coche, no se la podía rescatar. El agente había avisado también a los bomberos que llegaron a un tiempo que la ambulancia.

Los pitidos de los cláxones ponía la nota discordante en la escena. Muchos curiosos permanecían allí para ver cómo sería el rescate. Otros siguieron su camino.

— Dense toda la prisa que puedan en sacarla. Creo que está muy mal

— Y usted ¿Quién es?— dijo el sargento de bomberos

— Soy médico precisamente del hospital al que van a llevarla. Está grave. Daré instrucciones para que estén preparados

— Gracias. Ahora nos toca a nosotros

Desde su móvil dio las instrucciones para que tuvieran todo preparado. Mucho se temía que era más grave de lo que a simple vista había podido ver. El tiempo parecía haberse parado y corría en su contra. Al fin pudieron llegar los paramédicos a su lado y efectivamente comprobaron que no había tiempo que perder. La introdujeron en la ambulancia y salieron rumbo al hospital. La patrulla de la policía les siguió. Cuando llegaron ya les estaban esperando y la pasaron directamente al quirófano.

La policía pudo recoger su bolso, cuyo contenido se había esparcido por el coche. Buscaron alguna identificación que les dijera cómo se llamaba y en dónde vivía. Tenían que avisar a su familia de inmediato.

Mildred hacía poco que había llegado de dejar a la niña en el colegio cuando llamaron a la puerta. Eran dos agentes de policía. Pensó que se habían equivocado e irían buscando a alguien.

— ¿Vive aquí la señora Evelyn Sutton o Sutherland?

— Si ¿ Qué ha ocurrido? Hace poco que ha salido hacia su trabajo

— No se alarme. Ha habido un accidente de tráfico y ella se ha visto involucrada. Está en el hospital. Creo que debe avisar a su marido

—¡Dios mío, pero si acaba de irse! ¿Qué la ha pasado?¿Cómo está?

—  Su estado de momento reservado hasta que los médicos puedan examinarla, pero no es muy bueno. Si quiere que avisemos nosotros a su esposo...

—Pobrecita, pobrecita. ¡Dios mío !

Se echó mano al pecho y por un momento se tambaleó, pero los agentes la sujetaron e hicieron que se sentara. Uno de ellos fue hasta la cocina y la trajo un vaso de agua para que se recuperase. No atinaba a decir nada. Su cabeza no respondía, no sabia lo que hacer. Al fin reaccionó

— Su marido no está, pero daré el aviso para que le localicen.

— Bien. Esperaremos hasta ver si lo consigue

Torpemente marcó el número de Frederick que a la segunda llamada lo atendió él mismo.

— Dígame

— Frederick soy  Mildred

— ¡Hola ! ¿Necesita algo?

— La señora ha sufrido un accidente y está en el hospital. Tengo en casa a la policía. ¿Podrá avisar al señor? Porque yo no puedo, no puedo.

— Mildred ¿Está segura?

Tendió el teléfono a uno de los agentes porque ella estaba a punto de desmayarse.

— Señor, soy el agente Philips. La señora Evelyn Sutton ha tenido un accidente de coche esta mañana a primera hora y está en el hospital. 

— Pero...— Frederick estaba en blanco, no sabía qué decir—¿Es grave? ¿Cómo ha sido?

— No le puedo precisar exactamente, pero según ha ocurrido, no está muy bien. a esta hora creo que estará en quirófano, y si, me temo que es bastante grave. ¿Puede contactar con su marido?

— Si, si. En cuanto termine de hablar con ustedes

— Bien, señor. Hágalo pronto. Estaremos aquí un rato porque la señora que nos ha atendido está algo desorientada. Uno de mis agentes se quedará con ella hasta que se reponga. Yo he de ir al hospital. Dese prisa, señor.

Cuando colgó con el agente, tuvo que sentarse: estaba en estado de shock. Pensó de inmediato en Benjamín, y, como si fuera un autómata buscó en la agenda del móvil el número de  él. Tardó en responder:

— Frederick, te he dicho que no me llamaras si no era algo de vida o muerte. A ver ¿Qué pasa?

— Benjamín, regresa todo lo rápido que puedas ha ocurrido algo...

— ¿Qué? ¿Mi hija?

— No ella está bien. Se trata de Evelyn

— ¿Evelyn? Por Dios dime lo que ocurre

— Ha tenido un accidente de coche y está en el hospital. Han venido unos agentes tratando de localizarte. Date prisa

No terminó de escuchar la frase. No era posible ella en el hospital. Rápidamente cogió las llaves del coche y salió a grandes zancadas en dirección al coche. Su cabeza era un torbellino de preguntas sin respuestas. La congoja le atenazaba la garganta. No podía ser posible. Ahora que todo iba a arreglarse no la podía perder.

Arrancó bruscamente chirriando las ruedas en la gravilla de la entrada. Tenía que llegar rápidamente. El viaje era largo  y ahora lo era aún más dado el caso. Apretó el acelerador y en un minuto ya estaba rumbo a Londres. Iba a la máxima velocidad, sin importarle si infringía  las normas circulatorias. Si se encontraba con algún coche patrulla le esquivaría, no se detendría. Por la voz alarmada de Frederick presumía que era más grave de lo que decía. Tenía que llegar cuanto antes. Al menos no se encontró con ningún agente.

El viaje que normalmente se hacía en casi tres horas, esta vez lo cubrió en hora y media. Fue derecho al hospital y allí le atendieron los agentes que habían estado en su casa, y ellos mismos le pusieron en antecedentes de cómo había ocurrido todo, y nada más pudieron decirle, puesto que aún seguía en quirófano.

Le condujeron a la planta cuarta, en la sala de espera del ante quirófano. Allí estaba Frederick y Lissa, rota en llanto. Se abrazo al administrador y le preguntaba por si él sabía algo más. Sólo le pudo decir cómo se había producido el  choque, y que ella no había tenido la culpa.

— El médico que me atendió cuando llegué, me dijo que la intervención sería larga y que de momento no podían decir más hasta que no la intervinieran.

— ¿A qué hora ha sido?— preguntó desesperado

— Cuando iba a trabajar. Alguien se saltó un semáforo e impacto contra ella. No sabemos nada más.

Se levantó de donde estaba sentado y salió al pasillo. Necesitaba tomar aire. El llanto se agolpaba en sus ojos y en su garganta. No podía ser verdad. Era una pesadilla. Ella estaba pendiente de darle una respuesta. No podía dejarle solo. No podía ser.. Se sentó en un rincón y escondiendo la cabeza entre sus manos, rompió a llorar.


Eros - Capítulo 20 - Propuesta

 Antes de bajarse del coche, reclinó la cabeza sobre el volante. Pensaba en lo que la diría. Necesitaba una justificación para su presencia allí y en ese momento. Habían pasado más de tres años desde su separación y, en todo ese tiempo nunca se habían reunido para  tratar de arreglar lo que estaban viviendo o definitivamente romperlo de una vez. Se extrañaría de esta repentina reacción. Necesitaba algo por lo que empezar a hablar y decirla todo lo que llevaba escondido dentro de él durante tanto tiempo.

Le daba miedo la reacción de ella. ¿Significaría algo la salida que había presenciado? Si acaso fuera un pretendiente, sería mejor saberlo desde este momento y no albergar falsas esperanzas. Por decisión propia acordaron en su día procurar no verse a la hora de recoger a la niña cada vez que le tocara a él tenerla. La encargada era una enfermera pediatra que había contratado para ella, y mientras él aguardaba en el coche. Querían eludir al máximo su contacto, pues no estaban muy seguros de ellos mismos. Esa era la única justificación que cada uno de ellos se daba.

Si al menos en algún momento se hubieran sentado para tomar un café o simplemente charlar... Pero no habían dado pie para eso. Les había dolido mucho la separación, aunque cada uno de ellos tratara  de disimularlo y, es más, seguir con la vida adelante como si eso hubiera sido un episodio más para vivir. Pero no había sido así. Suponía que ella tendría el mismo estado de ánimo que él. Su corazón se había roto por completo y los últimos girones, los había destrozado ese mismo día en el restaurante. Debían terminar de una vez con esta situación ambigua y dolorosa. Si no lograra lo que ansiaba, tomar otro rumbo, pero no tener constantemente en su cabeza su imagen y su pérdida.

Apretó el botón correspondiente al piso de ella. Evelyn respondió pensando que sería una confusión. Al principio, al escuchar su voz, él dudó un instante en responder. Lo hizo ante la insistencia de ella preguntando quién llamaba. Al fin se decidió. Se lo había jugado todo a una carta. Que fuera lo que Dios o el destino hubiera marcado.

— Abre, por favor. Soy yo. Tenemos que hablar

La chicharra de la puerta al abrirse y darle paso de inmediato sin mediar palabra,  le indicaba que la había alarmado. Debió anticipárselo por teléfono. Cuando llegó al piso requerido, ella le esperaba en la puerta con el rostro demudado:

— Qué pasa? ¿Por qué estás aquí? ¿A qué tanta prisa?

— Perdón no quería  asustarte. No pasa nada. Sólo deseo hablar contigo. Nunca lo hacemos y creo que ha pasado demasiado tiempo. Hemos de hablar. Deseo explicarte algunas cosas, pero no creo que sea oportuno hacerlo en la escalera.

— ¡ Oh! Si me has asustado. Tienes razón pasa.

— ¿Y Kyra?

— Está durmiendo. Ha estado en el parque y ha vuelto muy cansada. En cuanto ha cenado la he metido en la cama. Pero puedes verla, con cuidado, para no despertarla.

— Si, la veré, pero no es a ella a quién he venido a ver, sino a tí.

Ambos se miraron y guardaron silencio. Una pensando:

 —¿Qué será lo que tenga que decirme? El divorcio, seguro. Porque otra cosa... No termino de entender a qué obedece esta visita tan inesperada y fuera de hora. Sólo se me ocurre una: divorcio.¿ Estoy preparada para ello? Significaría perderle para siempre.— Daba vueltas a su cabeza mientras aguardaba que él comenzase a hablar

—¿Has cenado?¿Quieres tomar algo?— le preguntó rompiendo el silencio

— No gracias. No tengo hambre. Si acaso una copa si es que tienes algún licor. Sé que no bebes. O un vaso de agua, me da igual

— Tendrá que ser esto último; cierto no bebo y por tanto no hay alcohol. Una cerveza si que tengo

— Bien, pues una cerveza.

Ambos se daban cuenta de lo que estaban haciendo, demorar el motivo de la visita. Y ambos tenían miedo a lo que saliera de aquella reunión. Él sabía a qué se debía el encuentro. Ella pensando en que la pediría el divorcio. Ambos pensamientos opuestos ¿ cuál sería la respuesta de cada uno?

Le puso la cerveza y se sentó frente a él que nervioso no sabía por dónde y cómo empezar. Pero debía hacerlo rápidamente, porque de lo contrario sería más complicado. Aclaró la voz y comenzó mirándola de frente y a los ojos:

— Creo que ha llegado el momento de que ambos tengamos una conversación clara y rotunda de lo que nos ha pasado y lo que nos está ocurriendo. Hemos sido torpes, muy torpes. Tozudos e idiotas. Hemos desperdiciado este tiempo y todavía no sabemos por qué. Y a esto he venido. Sé que debíamos haberlo hecho hace tiempo, pero creo que ahora, está todo más reposado y será más fácil aclarar la situación.

— Estás dando muchos rodeos y, no me gusta. Deseas el divorcio ¿Verdad?

— ¡ No, en absoluto! No estoy aquí por eso, sino por todo lo contrario. Deseo que volvamos a ser una familia. Te echo muchísimo de menos. Te quiero y deseo que volvamos a estar juntos.

— ¡Vaya! ¿Has necesitado tres años para averiguarlo? Un poco tarde ¿no?

— Tú tampoco te has mostrado muy cercana para hacerlo. Pero no quiero reproches en absoluto. Ambos fuimos torpes y tozudos. Y es lo que ahora quiero aclarar. Te fui fiel, siempre. Pero he de reconocer que me atraía Molly por las especiales circunstancias por las que atravesábamos. Pero nunca, óyelo bien, pensé en acostarme con ella. Te respeté y siempre lo haré. Por eso no entendí tu forma de reaccionar en aquél momento, que me enfadó sobremanera. Pero tuviste una visión de futuro y a día de hoy, sé que en lo único que piensa en ser algo más que una amante ocasional.

— ¿Te das cuenta ahora ?

— No, pero ahora ha sido cuando me he dado cuenta de que estaba a punto de perderte sin remedio. Te he visto en el restaurante con un hombre. Dio la casualidad de que estábamos cenando cuando os vi entrar. Me extrañó que lo hicieras con alguien, aunque tampoco era un delito, puesto que yo también estaba con quién fue el origen de todo. Os espié. Me levanté con un pretexto y os estuve observando desde lejos. Y te vi reír y charlar animadamente y sentí un miedo atroz. Salimos y la dejé en su casa. Los planes eran otros, pero no después de verte. Sólo en casa comencé a imaginar lo que sería vivir de nuevo juntos. Lo que nos habíamos perdido y me juré que hablaría contigo y te explicaría todo lo que tuviera que explicarte. Durante todo este tiempo de nuestra separación, no he sido un monje. Trataba de engañarme a mí mismo, pero en realidad con quién estaba era contigo, pero con el cuerpo de otra.

— Deseo que volvamos a ser lo que fuimos. Sé que tu me quieres y yo también, con todas mis fuerzas. Descolgué el teléfono para llamarte y quedar contigo, pero sabía que no podría dormir y decidí que tenía que hacerlo hoy mismo, de lo contrario me volvería loco por las  dudas.

— ¿No te has parado a pensar que yo también tengo una vida aparte de la tuya? ¿No has pensado que el hombre que me acompañaba fuese algo más que un amigo? ¿Acaso me ves tan insignificante como para encerrarme en casa a lamer mis heridas? Tenemos una hija aún bastante pequeña que está desorientada por cómo se está desenvolviendo su vida, que no entiende. Y es por eso que me he consagrado en cuerpo y alma a ella. Y no, el hombre que me acompañaba es mi jefe. Por cierto, la situación fue muy semejante a otra contigo. Pero tranquilo no voy a casarme con él., Como experiencia ya fue suficiente.

— Eso quiere decir que me rechazas. Que no te amé lo suficiente, siempre a tus ojos, porque a los míos te sigo queriendo y te querré siempre, por muy alejados que estemos. Y no. Ni siquiera pienso que no puedas tener otra relación, al contrario, si estoy aquí es por miedo a que ocurra. 

— Debí hacerte caso, o por lo menos no enfadarme como lo hice porque pensé que estabas cometiendo un error. Lo siento. Lo siento como no tienes idea, porque hemos perdido todo este tiempo. Y nuestro matrimonio, aunque con alguna que otra pelea, fue precioso, nos amábamos y fuimos felices. Yo, muy feliz. Estaba. Estoy loco por tí, pero aceptaré tu negativa, aunque piense que te equivoques.  Comprendo que todo ha sido muy inesperado y has de pensarlo. Hazlo y te pido que cuanto antes me des la respuesta. Y ahora he de irme. Te quiero Evelyn y siempre ha sido así. Tenlo muy en cuenta.

— No sé. He de pensarlo. Si volviéramos a fracasar sería terrible no sólo para nosotros, sino también para Kyra. Dame un plazo en que pueda reflexionar. Ha sido inesperado y aún he de asimilarlo y analizar los pros y los contras. Te llamaré cuando lo tenga decidido

— Es justo. Yo lo tengo más que asimilado, pero entiendo que has de hacer tus propias reflexiones. Lo único que te pido es que no te demores demasiado en la respuesta.  La estaré esperando con ansias.

Ya en la puerta, él se volvió y la besó tan ardientemente, que ella recordó otro tiempo, otros besos nunca olvidados de una época feliz juntos. Sentía la tentación de decirle en ese momento que no se fuera, que comenzaran de nuevo desde ese preciso instante. Que le había querido siempre y que nunca olvidó sus caricias, ni su sonrisa, ni sus primeros encuentros. Pero que también sentía el dolor de  su despedida, cuando ella esperaba que saliera tras ella y no en busca de Molly. Tenía que pensarlo muy bien. Se le veía arrepentido, pero ella también tenía que asimilar la propuesta de la que estaba segura aceptaría. Pero por otra parte, le vendría bien una incógnita . Si aceptaba, debía romper con esas amistades peligrosas, con todas las que tuviera, y sabía que no iba a ser una tarea fácil por parte de ellas, en especial de Molly, pero era su problema. Sabía que todo lo dicho era verdad, de eso no tenía duda, pero se haría de rogar siquiera por una  noche.

— ¿Hasta mañana? — preguntó el algo esperanzado después de no haber sido rechazado

— No lo sé. Posiblemente, pero no te lo aseguro. No me presiones

— Sea. Cuando tu quieras. Adiós.

Se metió en el coche y suspiró profundamente. Había resuelto un escollo y estaba contento, con alegría y esperanza. No le rechazó al besarla. La estrechó fuertemente contra su cuerpo y en ese abrazo puso su alma entera y su mayor esperanza. Aún le seguía amando. Era incapaz de resistirse a sus caricias, lo mismo que él a las de ella. ¿Por qué no lo pensó antes? ¿Por qué el día que rompieron, en lugar de ir cada uno por su lado, no se sentaron uno frente al otro y dirimieron sus dudas y quejas como acababan de hacer. Debieron hacerlo al día siguiente o a los dos días, pero no más tarde. De nada servía pensar en lo que no hicieron. Ahora han de pensar en el futuro con esperanza. Tenían más experiencia y eso les serviría como aviso.


martes, 14 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 19 - Un picaflor

 Las hojas del calendario caían incesantemente. Cada uno de ellos inmersos en sus trabajos. Ya Kyra había cumplido tres años y sus padres seguían sin discusiones, convertidos en extraños, sin a penas contacto, con los saludos justos y las palabras justas si no eran referentes a su hija.

Ella trabajaba en una empresa bastante fuerte dedicada a la importación - exportación y, se había convertido en la mano derecha de su director, tal y como ocurriera con el que fuera su marido. Benjamín salía con unas y otras sin terminar de ubicarse con ninguna, aunque Molly era la más asidua y persistente en su estrategia: deseaba ser algo más que una cita ocasional. Y a esa labor se entregaba en cuerpo y alma y a él parecía agradarle mucho ese papel.

Evelyn salía de vez en cuando con alguna compañera y esquivaba por todos los medios a compañeros masculinos. Se daba cuenta que su jefe sentía alguna inclinación hacia ella, pero no quería en absoluto inspirar otra relación que no fuera laboral. En su día la tuvo con quién más tarde fue su marido y el resultado no pudo ser más nefasto. No tropezaría en la misma piedra. Además seguía enamorada de él , a pesar de que le esquivaba siempre que podía.

A menudo cada uno pensaba en la corta vida que tuvieron como matrimonio y, aún amándose, fueron capaces de llegar a ese final tan desastroso. A veces se echaban de menos, pero era imposible dar marcha atrás, así que dejaban pasar la vida como se presentara.

Benjamín no siempre sentía la necesidad de tener  una mujer a su lado. Al dormir sólo, le costaba conciliar el sueño, no porque echase de menos unos brazos femeninos, sino porque echaba de menos a su mujer. Sentía nostalgia de ella, en toda su extensión. La suavidad de su piel. El guiño de sus ojos al reír, la calidez de su amor cuando le veía preocupado y su entrega total y absoluta entre ambos, que no había vuelto a sentir desde que se separaron. Lo que ahora tenía: la libertad de entrar y salir, de no tener que dar cuentas, hacer lo que quisiera, en definitiva, no tenía ningún valor. No representaba nada en comparación con lo que tenían antes ellos dos juntos.

Y volvía hacia atrás en el tiempo, en cómo se conocieron. Cómo se enamoró de ella de un día para otro. La primera vez que hicieron el amor y la ternura que le inspiró su timidez al verse como Adán y Eva. Era una mujer joven pero adulta. Nunca pensó que aún había personas que se sentían violentas frente al hombre que habían elegido para  ser alguien en su vida. Esos pensamientos eran su mono tema de cada noche, y con ellos podía dormir un poco. El pensar en ella era su atrapa sueños, aunque el despertar pusiera todo en su sitio.

¿ Qué le impedía hablar con ella? Por ejemplo pedirla que alguna noche cenaran juntos, como amigos, simplemente. Es que no eran amigos, eran algo más y sabía que no sería una cena cualquiera. Ninguno daba su brazo a torcer. Ella no reconocía que quizá su imaginación fuera más allá de lo en realidad ocurrido y, que sin embargo su desconfianza, fuera un acicate para que él se fijara en la otra con más empeño. Benjamín, tampoco reconocía que hasta ese día, no había cometido ningún desliz, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que su mujer no iba descaminada, y en cualquier momento ocurriría, dado que la otra parte estaba predispuesta a ello.

Y a pesar de todo salía con ella, se acostaba con ella, la besaba, la acariciaba, la agasajaba... Pero no a su mujer, aunque se muriera de ganas por hacerlo.      Toda la calidez de Evelyn se había convertido en puro hielo. Le era totalmente indiferente, es más, las poquísimas veces que habían coincidido, ella le esquivaba fingiendo no haberle visto. Esa actitud era un freno, de indecisión.

Se atormentaba con el pensamiento de que ella encontraría a algún compañero, amigo, o a alguien que la conquistara olvidándole, y de ahí su actitud fría y distante. Ya no representaba para ella lo que en tiempos fuera.

  No era así, al menos por parte de su mujer, pero no era indiferente para ningún compañero que trataba insistentemente de invitarla a salir. Pero había alguien más para quién no pasaba desapercibida, aunque callaba al conocer los sentimientos que ella sentía hacia una nueva experiencia. Se trataba de su jefe más cercano: Stephan Murray.

Él si tenía interés en ella, pero nada en absoluto por la  parte de Evelyn. Alguna vez en que el trabajo les hacía salir más tarde, coincidiendo a la salida, lo más que había conseguido había sido invitarla a tomar un café en la cafetería del edificio en el que estaba situado el despacho. A la primera ocasión que se presentaba y que ella pensara que trataban de intimar, ponía de pantalla a su hija. Ella era su soporte y su excusa para frenar los impulsos de algún  pretendiente. A veces se culpaba por ello, pero no le apetecía dar explicaciones de nada, así que fue su recurso para mantenerles a raya.

Como toda empresa fuerte y dedicada a la importación y exportación, rara era la ocasión que algún cliente o proveedor del extranjero no les hiciera una visita a las oficinas. Siempre había, después, una reunión y como despedida una comida o una cena para agasajar a los visitantes, posibles clientes.

Y así surgió una ocasión en que no pudo evadirse  y decir que no. El señor Murray insistió mucho como compensación a la asistencia a las reuniones de negocios organizadas y que nunca tenían fin. La llevó a cenar a un restaurante de lujo que conoció con su marido, y que no había vuelto a él desde que se separaron.  Hubiera dado cualquier cosa por no ir, o al menos a otro lugar, pero no hubo forma. Resignada y a la hora acordada, el coche del señor Murray, con él dentro, pasaron a recogerla.

Si la reconoció el maître, no lo supo. O quizá fue discreto. No la importó: ella podía ir libremente a donde quisiera. Nadie sabía si se habían divorciado o era una cena de trabajo. 

— ¿Por qué me estoy dando tantas explicaciones? — se dijo a sí misma.

Su jefe era un hombre, además de atractivo, como se suele decir "muy viajado". Su conversación era ágil y divertida y, poco a poco ella entraba en ese círculo que él había creado para que ella se destensara y ambos disfrutaran de la velada. Y ciertamente lo pasaron bien. La acompañó hasta su casa y allí se despidieron hasta el día siguiente en la oficina. Ella había pasado una noche excelente. Como hacía mucho no pasaba y, como no podía ser menos, le recordó a otro jefe, otra estrategia , otras veladas sentados en el suelo con un bocadillo entre las manos, viendo televisión riendo y haciendo el amor al final. Pero eso era  pasado. No quería recordarlo porque la tristeza volvía nuevamente  y sabía que no podría dormir bien esa noche. La figura de él con Molly, la superaba y el pensar que quizá estuvieran haciendo en ese momento, lo que ellos hicieron tiempo atrás, la volvía loca.

Lejos de olvidarle le tenía presente en los momentos más inoportunos. Cuando eso sucedía la congoja se instalaba en su garganta y lloraba amargamente recordando aquél tiempo en que para él, lo era todo.

Pero Benjamín no se lo pasaba tan bien como ella suponía, y quizá aquella noche, tampoco él durmiera bien. Por casualidades de la vida, o algún karma suelto tiraba de unos hilos e hizo que coincidieran ambos en el mismo restaurante. 

Benjamín y Molly estaban cenando cuando Evelyn y su jefe se instalaron en una mesa alejados de la de ellos. La vio de lejos, por un instante, antes de que se sentara y perdiera su visión A partir de ese momento, la charla que mantenía con su amante, cambió radicalmente. Se volvió hielo y, por mucho que ella trataba de averiguar lo que ocurría, él no contestaba. Ella miraba a su alrededor por ver si descubría algo, pero nada vió, ya que una de las columnas del restaurante, tapaba la vista de algunas mesas, entre las que se encontraban Evelyn y Stephan Murray.

A partir de ese momento, ya no hubo forma de reconducir la conversación, ni recobrar el interés de él hacia la conversación que Molly sostenía a duras penas. No quiso postre, no quiso nada más que salir de allí cuanto antes procurando no ser visto. Interiormente tenía unos sentimientos bastante destructivos e irracionales ¿Acaso él no estaba con una amante, además, causante de su separación?  ¿Por qué ella va a ser diferente? No sabía nada de quién se trataba. Tampoco les pudo observar muy detenidamente dada la situación de cada uno de ellos, pero tampoco les vió muy entusiasmados. Se hacía mil reflexiones. Le pudo la curiosidad y con algún pretexto se levantó y atisbó la mesa en la que animadamente conversaba su mujer con aquél extraño.

— Puede que sea una cena de trabajo. No se tocan. Sólo hablan. Pero él la mira de una forma que me es conocida ya que yo la sentí igual. Él va tras ella. 


No le importaba en absoluto lo que aquel sujeto sintiera por Evelyn, lo que más le importaba era ella. Debía hacer algo para arreglar aquél entuerto que mantenían, a todas luces absurdo. Pero... Ella siempre. Presente en cualquier acto de su vida. ¿ Qué o quién le impedía citarla y hablar detenidamente de su situación? Haría mil promesas. La diría que la seguía amando furiosamente y aunque pareciera lo contrario por ir con otras mujeres, sólo eran tapaderas para no estar solo, pero que su pensamiento siempre estaba con ella. Todo en su vida estaba presidido por la presencia de ella aunque, aparentase lo contrario. Ella lo sabía, de lo contrario estarían divorciados y ninguno de los dos, en sus contados encuentros, lo mencionó.

Estaba deseoso de llegar a su casa. La llamaría y hablaría con ella, al día siguiente. Suplicaría, imploraría, haría lo que fuera necesario para recuperarla.

Molly se asombró cuando paró el coche en el apartamento de ella. Sin duda esperaba otra cosa. Ignoraba la coincidencia del restaurante, por eso no se explicaba la reacción de él. Ni siquiera había insinuado acostarse juntos, algo que cuando salían era el broche de la noche. ¿Por qué hoy no? ¿Por qué había cambiado tan radicalmente cuando estaban a la mitad de la cena? ¿Qué o a quién había visto?

Lo imaginó, porque todo ocurrió en cuestión de segundos. Ella no la vió pero seguro que él sí. Eso era lo ocurrido. Hizo de tripas corazón, como si no se hubiera dado cuenta de su actitud. Sonrió y dándole un beso, se despidió de él hasta cuando quisiera. Entró desilusionada. francamente la estaba costando un triunfo y muchos disgustos hacerse con ese hombre. Tendría que plantearse el mandarle a freír espárragos. ¿La compensaba tantos desaires? Se lo plantearía muy seriamente. No se iba a pasar toda la vida esperando una llamada de él.

El verla en el restaurante había abierto muchos interrogantes. A medida que el tiempo pasaba, en lugar de cerrar heridas, se abrían más y nuevas preguntas. Era absurda la actitud que mantenían respecto a su problema. ¿Le pasaría igual a ella? El verla aquella noche había abierto un nuevo debate interior. Tenía que aclarar muchas dudas que tenía antes de dar ningún paso, porque no tendría otra oportunidad. Y se preguntó:

— ¿La seguía queriendo? Si. Rotundamente. De lo contrario no estaría paseando cuan león enjaulado por la sala dándole vueltas a su cabeza

— ¿Estaba dispuesto a renunciar a su libertad por ella? Si, si es que se pudiera decir que era libre y permanentemente pensar en ella.

— ¿La había mentido alguna vez? No. Nunca, y no lo haría

— ¿Te atraían otras mujeres más que la tuya? En el sentido estricto de la palabra no. Pero en determinados momentos, la necesitaba y no podía tenerla, por tanto, puede decirse que si me atraían otras mujeres.

— Analiza el origen de todo este embrollo. ¿Tenía Evelyn razón al no quererla en casa? Las mujeres tienen un sexto sentido y entonces no me di cuenta de ello. Pero ahora... posiblemente le diera la razón

— Entonces ¿Qué demonios haces aquí y no se lo dices a ella? Seguro que te sigue queriendo, de lo contrario te hubiera pedido el divorcio. Te está esperando. Ve y díselo.

Descolgó el teléfono. Estaba nervioso. Deseaba verla cuanto antes, pero debía prepararse para una negativa.  Llevaban tiempo que  apenas hablaban, ni siquiera en plan amistoso. Afortunadamente la niña no daba problemas, por lo tanto ni siquiera ese era un tema de conversación. Pese a todo, deseaba verla, pedirla otra oportunidad, aunque cuando rompieron no tuviera nada extraño en su vida. Pero ella lo creía, o lo veía venir y eso fue el desencadenante. Tanía que arriesgarse a escuchar un no, pero¿ y si se equivocaba y ella aceptaba? Sería un nuevo comienzo.


Desde que la viera en el restaurante y además con un hombre, algo en su interior se removía. A lo largo del tiempo, su ansiedad por verla se había ido aplacando, o quizá se acostumbraba poco a poco a su nueva vida. Estaba seguro de que ella no saldría con nadie. Su orgullo varonil no lo admitía. Sin embargo, en el restaurante se la veía serena, sonriente, divertida , comunicándose con quién la acompañaba. ¿Quién era? Desde ese momento, sentía una inquietud grande dentro de sí. Era la inquietud de saber que nada había seguro en la vida y por firme que creyera su amor, ella también era admirada y posiblemente fuera un candidato a ser algo más que un simple amigo. Y eso le enervó, le inquietó el saber que no la tenía tan segura como pensara. No la reprocharía nada, no tenía nada que reprocharla, máxime cuando él hacía su vida. Pero ella, era su mujer, y siempre lo sería. La intocable, sólo y exclusivamente por él. Algo se removía por dentro al comprenderlo. De pronto pensó en que no la llamaría: iría a su casa y se verían frente a frente.

Decidido, nervioso y, al mismo tiempo esperanzado, se subió al coche y enfiló hacia el domicilio de Evelyn. Desplegaría sus argumentos ante ella y reflexionarían ambos del error que estaban cometiendo con esa actitud de chiquillos mal educados y caprichosos. La pediría perdón si en algo la ofendió y pediría una segunda oportunidad. Haría lo que fuera para poder recuperarla.