jueves, 28 de octubre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 2 - La eternidad de Roma

 En la recepción pidió algún folleto en el que se reflejara la noche de Roma. Sus barrios, restaurantes y sobre todo, los lugares que debía conocer. Iba en busca de la cultura lo que hizo que Roma fuera grande y conquistara el mundo que entonces existía. Su grandeza e inmortalidad. Esas piedras aún en pie al cabo de mas de dos mil años. No podía faltar la visita al Coliseo. En él se entretuvo todo cuanto pudo contemplando las gradas que imaginaba repletas de un público soliviantado pidiendo la muerte de algún gladiador con el pulgar para abajo. Y en el otro extremo, un palco lleno de la entonces nobleza que rodeaba a los emperadores, que apenas mostraban interés por la sangría que se desarrollaba en el ruedo con las luchas entre gladiadores, e incluso éstos con bestias salvajes muertas de hambre  y ansiosas por poder probar la carne de aquellos seres extraños que se defendían como podían.

Todo aquello era feroz, si lo contemplamos con la visión de ahora, pero incluso entonces ya era una crueldad. Anduvo por los recovecos semi derruidos de aquellos pasillos por los que seguramente recorrerían aquellos fornidos gladiadores, dispuestos a dejarse la vida o ser perdonados.

A la salida del monumento, se paró delante de unos actores que actuaban simulando los gladiadores. Le sacó de su ensimismamiento el ruido atroz de la circulación caótica de Roma, pese a ello y, estar acostumbrado al silencio de la circulación en otros paises, eso también formaba parte de la vida romana, de su vitalidad y fuerza. 

Ya era la hora del almuerzo. Consultó el folleto que le habían dado en el hotel y buscó en el plano la situación a donde debía dirigirse. Se trataba de un restaurante de comida italiana, que no sólo había pizza, aunque se hubiera extendido su fama por lo ancho y largo del mundo. Al parecer, según preguntó a los transeúntes si estaba retirado de donde se encontraba. Paró un coche y señalando la fotografía del restaurante se encaminó hacia él. Consultó su reloj y comprobó que a esas horas en Seúl estaban casi a punto de irse a la cama. Ese cambio de hora le daba vueltas en la cabeza, porque su ahora, estaba en Italia, pero su cuerpo le indicaba que era Corea.

Dió una espléndida propina al taxista que le hacía reverencias ¿Se habría excedido? Seguramente, pero pensó que ese trabajador estaba todo el día en la calle en busca de clientes, y sin embargo él estaba de vacaciones holgadamente. Al mismo taxista preguntó por la noche romana; deseaba conocer si era merecida la fama que tenía. El taxista vió un cliente seguro, y Dae Hyun un guía turístico. Nadie mejor que ellos conocían los rincones que los turistas no llegaban a ver, así que llegaron a un acuerdo de inmediato, y el taxista fue contratado. Dado que era la hora de la comida, Dae le invitó a comer y, aunque el hombre estaba algo cortado, ante la amabilidad de él, aceptó. Ninguno sabía el idioma del otro, pero el taxista acostumbrado a tratar con extranjeros, se hacía entender perfectamente. Le dio la dirección del hotel en donde se hospedaba, y quedaron en recogerle esa noche a partir de las ocho. Cenarían y después, al fin, conocería la noche romana.

Lejos de encontrarse violento el taxista, estaba relajado, simpático y sobre todo contento por el buen dinero que recibiría por el generoso turista que, en suerte, le había tocado. Conocía como pocos los lugares a donde deseaba ir. Le nombró el Trastevere y, aunque ahora había cambiado, intuyó que lo que deseaba era otra cosa. Le indicaría sutilmente si estaba en lo cierto.
Alegrados por el buen vino italiano, a ambos se les soltó un poquito la lengua y el taxista comprobó que no iba descaminado en su suposición. Le llevaría a un lugar seguro y de confianza. El Trastevere era un barrio bastante cambiado, pero aún conservaba algunas "inquilinas" discretas y formales, eso sí, que no daban nunca una mala nota. Todo se hacía de puertas adentro con total discreción y anonimato. No quería ni pensar si su padre se enterase de su correría en la noche romana.
 
Le ofrecieron a una preciosa italiana de facciones suaves, de tez morena. Cabello y ojos oscuros. Era una preciosidad y esperaba tener una noche de auténtica pasada. El taxista pasó a recogerle a las diez de la mañana, pero él aún no se había levantado. Permanecía en la cama abrazado al voluptuoso cuerpo de la italiana.

Cuando al fin Dae Hyun creyó que era hora de dar señales de vida, al salir todos sonreían. No era la primera vez que esto sucedía, no era para asombrarse, pero por la propina que dio a la madame  y el pago efectuado a su pareja, comprendieron que había quedado muy, muy satisfecho.         

El taxista le aguardaba para llevarle a donde quisiera. Miró su reloj y comprobó que ya era mediodía:

— Llévame a mi hotel. He de ducharme y arreglarme un poco. Después llévame a comer a donde quieras. Estoy muerto de hambre.

— Apuesto que sí —le respondió riendo.

Mientras iban camino del hotel, Dae le preguntaba por su vida:
— ¿Estás casado?

— ¡Claro! Desde hace treinta años. Usted ¿Tiene novia?

— ¡ No ! No me hubiera ido de juerga , si así fuera. Soy muy formal en mis cosas, además mi padre no me lo consentiría. Ni siquiera está escapada ha de saberla. 

Fabrizio, el taxista, se echó a reír, y rascándose la coronilla dijo:    

— ¡ Ah la juventud!
 Durante una semana Fabrizio le llevó a conocer hasta el último rincón de Roma y sus alrededores, pero su estancia en esta ciudad tocaba a su fin. Pidió al taxista hiciera un recorrido por la ciudad. Deseaba llevar impreso en su memoria el recuerdo de aquellos días, de aquellas bellezas monumentales que durante tanto tiempo había deseado conocer, y al fin había cumplido su sueño. Por última vez recorrieron La Fontana de Trevi, el puente de Sant Ángelo, La Piazza D`Espagna... 
Y al fin de nuevo Fiumicino rumbo a otro destino por el que la curiosidad le tenía nervioso. ¿Iría a El Camino? ¿ En serio deseaba dar esa caminata teniendo tantas cosas por ver? Recordó a Pierre y su recomendación. Se lo había descrito con todo lujo de detalles y, por tanto se hacía una ligera idea. Quizá le viniera bien, si durante la marcha se reflexionaba sobre la vida. A él, le esperaba a su vuelta, una misión dura no deseada, pero a la que estaba destinado. A partir de su regreso tendría que renunciar a su vida privada para dedicarse en exclusiva a la misión familiar.

Era un hombre joven ¿También le buscarían futura esposa? ¿Estaría dispuesto a pasar por ese aro? No, de ninguna de las maneras. El matrimonio era otra cuestión y renunciaría, si eso fuese cierto, antes que aceptar a una joven de la que no estuviera enamorado. No deseaba un matrimonio como el de sus padres, tíos y demás parientes, lejanos y fríos. Todavía recordaba la frialdad existente entre sus padres, desde muy pequeño. Prefería quedarse soltero, pero el caso era que tampoco tenía esa opción: había que dar descendientes.

Antes de ir hacia el túnel para tomar el avión dio un abrazo a Fabrizio. Había sido un excelente guía y lo había pasado muy bien con él:

— Ya le he dado mi teléfono. No deje de llamarme si vuelve por aquí. Le echaré de menos. Nunca he tenido un cliente mejor en todos los años que llevo como taxista. Cuídese y aunque no tengamos la misma religión, allí arriba todos se conocen. Que Dios le bendiga y le de mucha suerte.

De nuevo el entusiasmo le inundaba. Bien es verdad que era la última etapa de su viaje, pero tenía confianza en el espléndido resultado. Tenía mucho que ver también en ese pais:

— Quizá me anime a hacer El Camino antes de regresar. Si se piensa ,durante su recorrido, me vendrá bien, porque he de pensar en muchas cosas. En el porvenir que me espera, y en el tipo de vida que he de llevar de ahora en adelante. Durante el tiempo que he estado por aquí he conocido otro tipo de vida y me gusta. Entiendo el nuestro: serio, formal, sin saltarse ninguna de las normas establecidas, férreo. Pero también necesito más libertad si lo que desean es que sea un buen gerente.  Sé que la libertad y privacidad que he tenido aquí, no la tendré y, que la echaré de menos. Espero volver a adaptarme de nuevo, aunque pienso que me va a costar mucho. He ido y venido a mi antojo, cuando y donde quería, sin controles ni choferes que me esperen con la puerta abierta en señal de respeto, pero también de rigidez. Prefiero ir por libre como aquí. He tenido hasta mi escapada, y allí no podrá ser. Como mucho sería seleccionada para mí, pero no sería yo quién la eligiera. ¡En fin! con esa condición vine. Ahora pensemos en lo que veremos en la vieja España.

Les sirvieron la consabida bebida con algún aperitivo y en poco más de dos horas y media, el avión tomaba tierra en Barajas. Madrid les recibía con un sol espléndido, un cielo azul incomparable y la panorámica de la ciudad, vista desde el aire le dejó gratamente sorprendido. Su corazón se aceleraba, pero al mismo tiempo, esa euforia que ahora sentía, sabía que sería su despedida de las vacaciones, de su vida privada, de su libertad en definitiva. Se había mezclado con las gentes normales que madrugan para ganarse el pan de cada día. La mayoría van en autobuses, o metro. Pero lo que  no tenían era un chófer que les esperase impertérrito a la puerta de su casa para llevarle al aburridísimo despacho o a algún consejo de administración. Todo muy cuadriculado, muy formal, muy austero, muy aburrido.

Había conocido la otra cara de la moneda, la de las personas que no tienen tantas riquezas, pero que tampoco ambicionan. Personas que esperan  sus vacaciones de verano para tumbarse en una playa a tomar el sol con lo que serían felices. Y él lo estaba siendo, pero viviendo una vida que no quería. Era un ser libre, pero le habían cortado las alas nada más nacer.

Se hospedó en un hostal en el mismo centro de la ciudad. Así lo quiso, porque al desconocerla, pensó que lo tendría todo más a mano. Llevaba un folleto con las cosas que recomendaban viera de la ciudad y alrededores. Junto a ese folleto, llevaba otro que le diera Pierre del Camino. Lo dejó a un lado y comenzó a repasar el que tenía delante. Las ilustraciones que veía llenaban sus pupilas de ganas de echarse a la calle, tomar una dirección y andar hasta donde le condujera.


De nuevo en el hostal vió una estantería con folletos, mapas y guías de Madrid, alrededores y otras de las distintas ciudades españolas turísticas. Cogió un ejemplar de cada uno que le pareció más atractivo, aunque como estaba comprobando con una semana no tendría bastante. Pero no le importaba. Sonrió al pensar en ese lado positivo de su estatus: no tendría fecha de finalización, aunque tampoco podía echar las campanas al vuelo si no quería recibir una buena regañina. Para eso eran muy puntuales y si decían un día concreto, tenía que ser eso.

Esperaba que su madre intercediera por él. Preguntó en recepción por donde podría ir a la Plaza Mayor, pero al mismo tiempo ir viendo lo que la ciudad le ofrecía. El conserje desplegó un mapa y puso un círculo indicando el lugar en donde estaban en ese momento y al que había de volver para dormir si así lo deseaba. Con un rotulador negro trazó una línea hasta llegar a la Plaza Mayor. Al llegar a  un determinado trazo, comprobó que había algo diferente, semejante a una especie de columna con una pequeña concha en su mitad. Le llamó la atención y preguntó interesado al conserje:

— ¿Puede decirme si esta marca es algo relevante para ver?

— Desde luego. Es el arranque desde Madrid del Camino de Santiago. Está situado en la plaza de Jacinto Benavente, cerca de la Puerta del Sol, si eso le sirve de orientación.

— ¿Podría hablarme sobre eso del camino? Me han hablado mucho de ello

— Esta es una de las rutas, pero hay otras desde diversos puntos de España.

— Me han hablado del Camino Francés ¿Dónde está?

Se inicia en Francia, al que debe su nombre. Pero aquí en España se puede incorporar por la Comunidad Navarra, o Castilla-León, por ejemplo. En realidad se puede conectar con El Camino desde cualquier lugar de la Península. Yo no le he hecho nunca, pero todos hablan de que es una experiencia increíble

— Muy agradecido. Me ha resultado muy interesante. Muchas gracias. Ahora voy a ver qué veo. Hasta luego.

Con su mapa en la mano y a paso lento, se dispuso a seguir la ruta que le había marcado el conserje. No tenía prisa, era pronto y según creía en verano, en España anochece muy tarde, o sea que tenía tiempo suficiente para ver algo. Le sorprendía la cantidad de gente que iba y venía, en grupos o solitario. Estaba en plena Gran Vía. Le admiró la vitalidad que se palpaba en el ambiente. Pensó que al igual que Italia.  Tuvo la misma sensación:

— ¿ Será por afinidad? estos también son latinos, precisamente por Italia.

Llegó a la puerta del Sol. Allí preguntó por la calle señalada y por el indicador que tanto le extrañó.

— Está muy cerca. Suba por esta calle, todo recto y nada más desembocar verá el indicativo. Allí han instalado un puesto de Turismo para atender  al público.

— Thank you — respondió siguiendo las indicaciones del muchacho que amablemente le había atendido.


Y  efectivamente, ante él tenía la columna tal y como la habían descrito. En su base de piedra había unas marcas talladas en la piedra con los cuatro puntos cardinales y una inscripción que decía: Camino desde Madrid. Siguió con la mirada a un grupo de gente que había algo retirado de la columna, y allí había una especie de caseta de aspecto con ser la información que necesitaba. La rodeaba un grupo de gente muy joven que se les veía entusiasmados, riendo a grandes carcajadas, comentando algo que él no entendía por desconocer no sólo el castellano, sino el idioma que aquellas gentes hablaban. Eran eslavos: muy rubios, muy altos, y muy  joviales. Al frente de la información de aquella caseta,  había una azafata con uniforme del ministerio de turismo. Era simpática y cortés con todos aquellos que la preguntaban a los que daba toda clase de información, así como boletines en diversos idiomas. Y para su complacencia también en el suyo: el coreano. La preguntaría si algún paisano lo recorría.

Más que el tono de su piel, morena, el cabello oscuro casi negro, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos: negros, rasgados, con espesas pestañas negras.. Su sonrisa era espectacular y su amabilidad encantadora. Siempre sonreía, a todos, y además hablaba varios idiomas con lo cuál todos quedaban satisfechos y enterados.

Su turno llegó y cuando la tuvo delante, se fijó más en ella. Estaba perfectamente maquillada, sin excesos, pero que dejaba entrever la luminosidad de su cutis. Sonreía constantemente y gesticulaba mucho con las manos a cada palabra o señal que tuviera que indicar. No tenía prisa por explicar todas aquellas dudas que los "viajeros" expresaran. Y tenía una paciencia infinita para repetir una y mil veces si en algo no se había explicado bien. Percibió su ligero perfume suave, sin  recargar el olfato, sino que penetraba en la memoria. Pensó que sería difícil de olvidar y lo recordaría cuando alguna otra mujer lo llevase. Recordaría el lugar en donde lo apreció por primera vez.

No podía dejar de observarla y, algunas veces por eso, al levantar ella la vista sus ojos se quedaban clavados . El carraspeaba tratando de disimular que estaba observando hasta el más mínimo gesto de ella. De cerca comprobó que sus ojos eran chispeantes, con viveza, alegres, pero al mismo tiempo insondables.

Cuando ya tenía todo claro, sin saber cómo ni por qué se apuntó al grupo que partiría de Madrid rumbo a Santiago de Compostela. Ella sería su guía. Tendrían que madrugar mucho, mucho, si querían que, al anochecer les pillase cerca del hostal en el que pernoctarían ese primer día de El Camino. No obstante estaba contento, aunque no visitara de la capital todo lo que tenía en mente. Lo haría en otra ocasión que tendría. De algo estaba seguro, este viaje le había enseñado mucho respecto a como vive la inmensa mayoría de las gentes del mundo. Algunos eran semejantes, como los mediterráneos con unos valores por la vida, por el disfrutarla, que no todos los paises tenían. En otros primaba el trabajo antes que nada. Eso no lo quería para ellos. Haría cuanto estuviera en su mano por modificar las costumbres, al menos en los empleados que de su empresa  dependiera.





lunes, 11 de octubre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 1 - Un amigo francés

 Regresaba a casa después de haberse graduado en la universidad de la carrera para la que había sido destinado. La economía, las finanzas, era su terreno, no tanto por gusto, sino por imposición familiar. Su verdadera vocación era la medicina y a la que dedicaría buena parte de sus años hasta conseguirlo. Sabía que nunca podría ejercerla, pero también pensaba, en quién sabía por dónde el destino le llevaría. Con un poco de suerte, su padre se daría cuenta de que no servía para las largas sesiones de reuniones con inversores, con la bolsa, con toda la parafernalia que mueve el mundo del dinero.

En realidad a él no es que le interesara demasiado, claro que nunca había tenido oportunidad de pararse a pensar en ello. Desde hacía tres generaciones anterior a la suya, el capital modesto que, su bisabuelo invirtiera en bolsa, le recompensaría con pingües beneficios que, a lo largo de los descendientes que le siguieron fueron incrementando, hasta llegar a ser una de las principales compañías de Oriente, en sistemas de electrónica y demás derivados. Tenían sucursales en varios paises , que poco a poco iba conociendo y a un mismo tiempo presentándose como el siguiente heredero de la firma que llevaba el nombre de su abuelo y de su propio padre " Min Ho Electronics".


Conocía Estados Unidos, Alemania, Francia, y Rusia. Todo ese tiempo invertido en formación le tenía un poco harto. Su vida era aviones, ir de aquí para allá, sin siquiera conocer las grandezas y las miserias que cada pais tenía. Sólo conocía señores que no hablaban su idioma, circunspectos, mayores y de mirada severa, como analizando su capacidad de dirigir esa multinacional a una edad tan joven. No se paraban  a pensar que estaba sacrificando sus mejores años de juventud en la preparación para estar al frente de tan monumental emporio. Que ni siquiera había tenido opción a elegir . Le gustase o no. Desde su concepción en el claustro materno ya tenía su destino fijado.

Todos sus antecesores habían sido sumisos, conociendo, al igual que él, cuál iba a ser su destino y al que se habían consagrado fielmente, a veces sacrificando familia, vidas y amores. Todo cabía en esa maleta de renuncia por seguir amasando dinero y figurar en el ranking mundial. Todos eran sabios financieros, pero a costa de ser tan "lumbreras" en los negocios, habían arruinado su vida personal. Unos siendo infieles a sus esposas. Otros desatendiendo a sus hijos a los que preparaban exclusivamente a recibir la antorcha que recogerían cuando el cabeza de familia falleciera.  Ya tenían su signo marcado desde antes de nacer, sin opción a protestar al ser mayores. Unos, tras luchar mucho con su progenitor, se dedicaron  a dilapidar el dinero  en juergas y amoríos ocasionales. Otros desatendían sus obligaciones como accionistas mayoritarios, etcétera. Así hasta llegar al actual presidente de la gran compañía acreditada y conocida a nivel mundial, puntero en innovaciones. 

El señor Min Ho estaba próximo a la jubilación, a pesar de ser aún joven, pero deseaba disfrutar con su mujer los años que aún le quedaban de juventud, algo que no habían hecho con la frecuencia que deseaban. Era hora de relajarse sin pensar en consejos de administración, ni de bolsas subiendo y bajando, en estos tiempos convulsos que les había tocado vivir.

La siguiente generación era la correspondiente a nuestro  protagonista: Dae Hyun. Aún, en contra de su esposa que sabía de las noches en vela, de los sobresaltos, y de lo que no deseaba para  su hijo. Quería ser médico y peleaba por conseguirlo en contra del padre que había elegido su destino desde que estuviera en el vientre de su madre. Su mayor aliada era ella, que junto al muchacho trataba por todos los medios de que no siguiera el camino paterno. Tenía varios primos que podrían ser los herederos y que , además lo harían con gusto pero,  era a su hijo a quién le correspondía; no había otra opción si ó si. Ni por las súplicas del hijo, ni los argumentos de su mujer, pudieron mover esas columnas que eran la voluntad de Min Ho.

Lo único que pudo hacer, al tiempo que estudiaba economía y finanzas, lo que más se pareciera a médico: titulado en enfermería. Cuando él tomase el mando tendría a su disposición las riendas de todo y haría y desharía a su antojo. Y entonces sería la ocasión de realizar su sueño. Pero mientras tanto procuraba ser el mejor gerente; tenían asumido que la obediencia al padre era superior a cualquier otra cosa.


Había realizado su primer periplo mundial para darse a conocer. Bien, pues ahora era la hora de distraerse un poco antes de sumergirse en la vorágine de los negocios. Tenía tres meses por delante para despejar su cabeza y ser un muchacho joven al que gustaba de  disfrutar y, no preocuparse en ser el mejor director de empresas de todos los tiempos. Haría un viaje por su cuenta, nada de asesores ni de acompañantes: él solo. Sabía desenvolverse sobradamente por el mundo. No tendría problemas de ningún tipo  y, si surgieran los resolvería. Tenía especial preferencia por Grecia, Italia y España, los tres pilares de la construcción de Europa. Quería comprobar de primera mano si  eran tan diferentes a ellos. Para eso gozaba de tres meses de asueto, y si necesitara más tiempo se lo tomaría. Una vez en el extranjero nadie podría detenerle. Total porque su padre permaneciera en el cargo un mes más no se hundiría el mundo.

Y desoyendo las palabras y recomendaciones de su padre, se dispuso a conocer esos paises tan atrayentes y tan diferentes al suyo. Pero precisamente por eso. Dicen que los polos opuesto se atraen, y eso era lo que le impulsaba a realizar ese viaje. Por primera vez en su vida haría su santa voluntad sin tener a nadie detrás que le contrariara y le indicara qué debía hacer. Era un hombre joven con las inquietudes y ganas de salir fuera de la férrea disciplina que, desde niño, le habían impuesto. Sería un joven de veinticinco años con las mismas o más, ansias de divertirse que cualquier chico, de cualquier latitud de la tierra.

Para hacer lo que deseaba, comenzaría por sacar un billete de avión de clase turista. Quería experimentar lo que sienten el resto de los mortales que no están situados en la estratosfera vital. Compró un bolsón de mano y en él metió un poco de ropa, su máquina de fotos,  aseo personal y nada más. Si acaso necesitara algo, ya lo compraría. Deseaba ser lo más normal posible, a pesar de que en la cartera de su documentación, llevaba infinidad de tarjetas de crédito y una buena cantidad de dólares americanos. Eligió esa moneda por tener seguridad y no andar con monedas de los distintos paises a conocer, con las complicaciones al desconocer el efectivo de cada lugar.

No quiso hoteles de primera, sino de tres estrellas, y aún tuvo sus dudas, pensando en que mejor sería una pensión. Pensó que tampoco era para estrechar tanto el círculo. Estaba seguro que conocería a la gente sobradamente. Su primera parada sería Grecia. Le entusiasmaba visitar el Partenón y pensar que  los clásicos hubieran estado pisando las mismas piedras que él pisaría. Lo saboreaba extasiado. La suya también era una cultura milenaria, pero ¡tan distinta! No sólo en su forma de ser, costumbres y mentalidad. Ni mejor ni peor, pero diferente que, justamente era lo que iba buscando.

Pasaría su primera noche de "juerga". Es decir comería en un restaurante popular sin tener ni idea de qué comer. Buscó en su libro de viaje lo que fuera más típico y hasta procuró pronunciarlo en griego, harto difícil, pero para eso era el director de una empresa de electrónica de las más avanzadas y llevaba consigo un aparatito que le solucionaría ese ligero problema. Sonrió así mismo. Estaba contento, eufórico, entusiasmado. ¿Cómo no lo había hecho antes durante sus vacaciones? Hubiera sido difícil,  que también en esas ocasiones  aprendía en la central de Min Ho Electronics, para conocerlo todo desde dentro. Pero ahora era libre y disfrutaría de su libertad como correspondía a un joven de su edad.

En el restaurante conoció a Pierre, como él también joven. Alegre, desinhibido y conocedor de los recovecos que la noche ateniense podía ofrecer. Entre ellos se entendieron, porque Pierre hablaba un poco de ingles, así que entre el inglés y el francés no encontraron obstáculo. Le anunció Pierre que, después de Grecia, viajaría a España, y desde allí regresaría a casa, a París, ya que el dinero comenzaba a terminarse. Dae Hyun ocultó que no tenía problemas y que seguiría el periplo que tenía marcado. Grecia seguía fascinándole y permanecería una semana más de lo que tenía pensado. Pierre partiría dos días después. Ambos harían el viaje inverso: Dae Hyun iría primero a Italia y después a España.

— He estado en España en varias ocasiones. Lo tenemos cerca y tiene unas playas fabulosas y las chicas ... ¡buaf ! Durante dos años he hecho el Camino de Santiago. La primera vez no conseguí llegar a Compostela, pero la segunda hice la ruta de Los Franceses completa y gane el jubileo. Una experiencia increíble. Conoces gentes de lo más variado y cuando terminas, les sigues añorando, aunque no pierdas el contacto con ellos. Si tienes tiempo de sobra, te aconsejaría que lo hicieras. Tienes muchos sitios desde donde salir, pero si lo haces, no te pierdas vivir la entrada en Santiago. Te cambia la vida.

— Te noto muy entusiasmado ¿En serio te cambia la vida? ¿En qué sentido?

— Pues es difícil de definir. Mientras caminas y caminas, kilómetros interminables, la mayoría de las veces, vas solo y comienzas por analizarte a tí mismo. A plantearte tu vida, lo que has conseguido hasta ese momento y la siguiente meta. No sé exactamente lo que ocurre, pero cambias. Cuando regresas a la rutina diaria, ya no eres el mismo.

— Pues es justo lo que andaba buscando. Anótamelo. Quizá lo haga

En una servilleta de papel le anotó varias rutas a tomar desde el punto en el que se encontrara, ya que iría para conocer España.

— De todas formas en Turismo te dan folletos y te explican todo para que puedas elegir.

— ¿Te importaría darme tu dirección? Me gustaría conservar tu amistad. Eres alguien muy accesible y simpático. Me gustaría tenerte como amigo, aunque a mi regreso será difícil volver a vernos.

— ¿Por qué dices eso? Hoy en día no hay distancias. Y me encantaría conocerte en tu ambiente. Mucho me temo que no eres tal y como te presentas

—¿Acaso eres psicólogo?

— No, aunque algo tengo que ver con ello. Soy médico

— ¡No me digas! Yo quise ser médico y solo llegue a enfermero.

— ¿ Y por qué no lo hiciste?

— Es una historia muy larga. No quiero asustarte.

— Créeme, después de trabajar en un hospital, pocas cosas me asustan.


Y así siguieron charlando. Poco a poco, se consolidaba una amistad extrañamente creada, pero para la vida de Dae Hyun fue un soplo de aire fresco.

Al día siguiente partía rumbo a Mykonos. Allí quedó deslumbrado por la fuerza del sol y el contraste del paisaje mar, rocas, azul y blanco. Gentes amables y cariñosas. Lamentó no saber hablar griego. Le gustaba la mitología, y de ahí su interés por conocer Grecia, la cuna de la civilización. Observaba a sus gentes, las ancianas, sentadas en sillas bajas, a las puertas de sus blanquísimas casas y en contraste ellas vestidas de negro. Tejían, y de repente le vino a la memoria la esposa de Ulises, Penélope. Era un contraste demasiado llamativo lo blanco de sus calles y los atuendos de sus vecinos. Pensó que seguramente era por la ancianidad, que aún conservaban las costumbres de antaño guardar luto por alguien perdido. Pierre le acompañó a modo de guía. Él conocía todo mejor que Dae Hyun y, a pesar de que andaba corto de dinero, se ofreció a pagar sus gastos hasta que el francés se despidiera para regresar a casa.

Pierre no se hizo de rogar. No era un gorrón, sino que el coreano había insistido en ello alegando que le haría un favor, ya que no se podía comunicar con ellos.  Se hospedaron en una casa particular. Era de una mujer que había quedado viuda y se ayudaba con el hospedaje de los turistas. ¡Era todo tan diferente, tan blanco y azul...! Tantas flores por todos lados y sobre todo el sol radiante, avasallador. Estuvieron en una cala que enamoró a Dae. A todas luces era el viaje más interesante y bello que había realizado nunca.

El viaje de Pierre tocaba a su fin. Y él debía seguir su viaje en solitario, a no ser que se saltara el guión organizado y se fuera con él a Paris. Desistió de eso alegando que ya lo había visitado muchas veces y prefería ocupar su tiempo conociendo otros lugares. Pero le prometió estar en contacto con él e incluso visitarle si en alguna ocasión fuera a Francia, que entraba dentro de lo posible.

Regresaron a Atenas nuevamente ya que el francés debía tomar el avión hacia Orly y él, otro que le llevara a Fiumicino. Se dieron un abrazo y cada uno tomó la dirección que les llevaría  a su destino. Al despedirse se dieron el teléfono, y la dirección de sus respectivos domicilios. Se prometieron tratar de verse nuevamente. Con más facilidad sería Dae Hyun, ya que se movía en otras esferas y viajaba con  frecuencia.

Era un hombre de ideas fijas y, seguía viajando en la clase turista. Se sentía cómodo en ese papel, quizá porque nunca pudo probarlo. Estaba rodeado de gentes, de madres pendientes de sus hijos, de otros que reclamaban a las azafatas alguna revista, etcétera. Nunca había vivido tanto jolgorio y, menos dentro de un avión. Estaba acostumbrado a viajar solo, con su secretario y algún que otro ayudante, pero nunca con tanto personal. A pesar del griterío hablando todos al mismo tiempo, estaba contento por la nueva experiencia. Se dijo para sí:

— Es el Mediterráneo y sus gentes hablan a gritos y a la vez, pero me gusta. Son vitales saben vivir la vida. Son diferentes a nosotros, tan callados, tan ceremoniosos, pero a veces, como es mi caso, tanto protocolo me abruma. Me olvidaré que estoy en otro mundo y seguiré su ejemplo, que de momento me divierte mucho. En unas horas estaré en Roma, la ciudad Eterna. También son una explosión de vitalidad. ¿Acaso elegí esta ruta precisamente por eso, por su vitalidad en contraste con mi vida monótona y aburrida?

En poco más de dos horas aterrizarían en Fiumicino. Consultó su reloj y comprobó que era pronto. Tendría toda la tarde para disfrutar de la ciudad, después de encontrar alojamiento, algo que le facilitaron en el mismo aeropuerto. Tomó un taxi y dándole la dirección le condujo a una pensión de medio pelo cerca de la Plaza de España.

Si Grecia le pareció vital, Roma le deslumbraba. El sitio donde se hospedó era regular, pero no le importó; era una experiencia totalmente nueva para él. Era lo que buscaba comparar los dos estilos de vida, y hasta ahora ganaba, la de las gentes sencillas, corrientes. Sintió por un momento un tirón de envidia. Ellos tenían la libertad que a él le faltaría siempre. Le sobraba el dinero que, no gastaría ni aunque viviera mil años, y al contrario tenía la obligación de aumentarlo. Pero a cambio no disfrutaba de nada. La satisfacción de comer pizza en una trattoria con una jarra de cerveza o un vaso de vino Chianti y un gelato como postre, compensaba con creces,  que no las reuniones de gente mayor al que le llevaban, para la presentación de alguna señorita en sociedad. De una sociedad rígida por el protocolo. Jamás haría un viaje ni tan interesante, ni tan gratificante como el que estaba haciendo.


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