sábado, 27 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 12 -Ultimatum

 La pelea entre padre e hijo fue tremenda. Alzaron las voces y los reproches. Desde una habitación contigua, la madre escuchaba la fuerte discusión, las culpas de uno a otro y en definitiva, el desacuerdo mutuo.. Nunca se había escuchado en aquella casa, una voz más alta que otra. Siempre se había acatado la voz del padre sin derecho a réplica. Pero el asunto de ahora era un segundo acto, más fuerte, que el que tuvieron cuando anunció a Dae que sería su sucesor. Aquél día también fue memorable.

Le había salido un hijo algo bohemio, o simplemente, los años no se detienen y la juventud todo lo arrolla y Dae no estaba dispuesto, entonces, a ceder de sus derechos, pero al fin, a la fuerza o no, consiguieron  que aceptase el nuevo cargo para el que había sido preparado desde su juventud. Pero este viaje le había abierto los ojos a otros mundos. Y es que había sido diferente a todos los que había hecho mientras estudiaba, en los que apenas salía del internado. Todavía se admiraba de cómo su padre le había autorizado a vivir la aventura europea que, tan nefastos resultados les estaba trayendo.

Por su intuición de madre sabía que ese casamiento tan precipitado, en parte, había sido culpa de ellos. Le habían forzado desde siempre a acatar la voluntad impuesta, pero ya no era un niño y, en ese tiempo correteando por el viejo continente, se abrieron sus ojos y comprendió que la vida era algo más que una dinastía de financieros que cada vez quieren más. Todos los descendientes jóvenes, tanto hombres como mujeres, estaban instalados en los primeros puestos de la compañía, a excepción de Dae que sería el de más alto rango muy a su pesar.

Lo último que la madre escuchó antes de terminar la pelea, fue un puñetazo fuerte en la mesa por parte de su marido, y la voz airada del hijo, danto un ultimátum:

— No padre, esta vez no voy a ceder. Es mi responsabilidad cuidar de ella, y la incertidumbre de no saber dónde está y en las condiciones que estará, es más fuerte que tus aireadas palabras. Soy mayor de edad y dueño de mi vida y ahora con la tutela de una esposa. No llevaba casi dinero. No tiene casa, ni trabajo. ¿En serio crees que voy a estar muy tranquilo, sentado en el despacho, ocupándome de las finanzas de otros? Es mi mujer y voy a ir a buscarla os guste o no. Y la traeré de vuelta para cumplir con vuestro mandato, pero no será con mi beneplácito. Yo no quería esto, ya lo sabéis. Así que mañana mismo, si encuentro pasaje, volveré a España y la buscaré. No sé por dónde empezar , pero estad seguros que la encontraré. Pero a nuestro regreso no contéis con que vivamos con vosotros. La experiencia, a pesar de corta, ha sido muy reveladora. No deseo cada vez que llegue a casa, encontrar a mi mujer triste y acomplejada.

Dió media vuelta y salió de la sala, yendo en dirección a su dormitorio. Allí intentó una vez más contactar con ella, pero todo era inútil. Llamó a la compañía aérea y consiguió un pasaje para el día siguiente en dirección a Madrid. Sabía que esas veinticuatro horas serían eternas pero no tenía otro medio para hacerlo.

No conocía a los amigos que Alba pudiera tener. Tan sólo lo intentaría con su centro de trabajo, a ver si le facilitaban alguna dirección en donde pudiera estar. Quizá su antiguo apartamento estuviera desalquilado aún. Le podrían facilitar el domicilio. No sabía por donde empezar. Su cabeza era un laberinto de ideas aceptadas, y a continuación rechazadas. En verdad que ninguno de los dos sabía nada  el uno del otro. Ante una situación tan caótica como la que estaban viviendo, pensó que quizá Alba tenía razón y se habían precipitado al casarse tan rápido. Pero de no hacerlo, corría el riesgo de perderla, ya que una vez regresase a su casa, tardaría bastante en volver a buscarla. No había sido un acierto el haberse convertido en marido y mujer, pero sus padres lo habían estropeado todo con ese concepto tan rígido que tienen de las cosas.

De no haber ocurrido ese desastre, ahora, probablemente estarían cenando los cuatro tan amigablemente y las risas y las anécdotas se hubieran sucedido en la sobremesa, si todo hubiera sido más normal de lo que fue.

Dió instrucciones a Yunn de que debía estar listo a una hora muy temprana para llevarle de nuevo al aeropuerto. La noche se le hizo eterna. No sabía  cómo hacer que las horas transcurrieran rápido. No podía quedar quieto. Daba vueltas por su habitación. Había perdido la cuenta de las veces que la había llamado sin obtener respuesta por parte de ella. La duda le atormentaba: ¿habría perdido el móvil?  ó al saber que era él no quería contestar. Esto le atormentaba. No debió dejarla sola, sino llevarla ante sus padres y exponerles lo que había hecho, pero a solas su padre y él. Intuía que se habría sentido sola frente a ellos, y para colmo, al no saber el idioma, tampoco pudo escuchar que la defendió en todo momento, lo que quizá le hizo tomar la decisión de retornar a su pais. 

— A su país no. Éste es ahora su país. Sé que me costará que lo comprendan unos y otra, pero así es y así será en cuanto vuelva a poner los pies en él. ¿ Cuándo será eso ? ¿Qué haré para encontrarla? Lo primero contratar una agencia de detectives si no encuentro rastro de ella. Pero primero indagaré en su casa y en el trabajo. Alguien habrá que la conozca y pueda darme algún indicio. Por pequeño que sea me servirá. Pero si no la encuentro ¿Qué hacer? No lo quiero ni pensar. Se me ha metido muy adentro y no concibo mi vida en solitario. La quiero, la necesito a mi lado. La encontraré. No ha transcurrido tanto tiempo desde que salió de aquí. Pero ese es un problema añadido; puede que esté viviendo en alguna pensión, porque creo que para un hotel medio decente no llevaba dinero. ¿ Por qué no la di más? Lo que menos podía imaginar es lo que ocurriría, y que ella volviese a Madrid, sin esperar a hablar conmigo. Ella también ha sido muy tozuda, debió hablar conmigo y después obrar en consecuencia. Todos hemos metido la pata. Estábamos nerviosos y dijimos cosas que no debimos. Voy a volverme loco. ¿Por qué todo es tan complicado? Debí hablar con ella y advertirla de cómo eran mis padres y del futuro que nos habían adjudicado. De cualquier forma hubiera ocurrido lo mismo, porque lo que no les gustó es que llegase casado y con una extranjera.  La cabeza va a estallarme y no puedo evitar volver una y otra vez a lo mismo. Me preocupa muchísimo el que se haya ido y, además sin dinero. Y sola allí, sin tener a nadie a quién pueda recurrir. ¡ Por Dios, Alba ! ¿Por qué no hablaste conmigo antes?

—Tampoco sabe esta dirección ¿ Por qué no me llama ? ¿Por qué no coge el teléfono? Pues porque está enfadada y mucho. Ella seguro que piensa que la dejé tirada, una vez que llegamos a casa. Cuando fue todo lo contrario. Esto no me lo esperaba de ninguna de las maneras. Ella es impulsiva pero debe estar muy dolida para haber tomado esta decisión tan drástica, sin siquiera advertírmelo. Todo esto es de locos y la conducta de mis padres no ha sido justa. Ni siquiera le han dado tiempo a emitir ni una sola palabra. ¿Por qué la odian sin conocerla? Ellos tampoco son tan mal educados; reciben siempre con cordialidad a todas las personas que vienen a nuestra casa, pero ha tenido que ser con ella, precisamente, quienes comenzaran a cambiar. Creo averiguar el porqué y hay varios motivos: es extranjera, del otro lado del mundo, educada en costumbres totalmente diferentes a las nuestras, no sólo diferentes, sino opuestas. Pero además perteneciente a otra raza, a otro continente y, a no haber sido elegida por ellos.

— He de centrarme en lo que hacer en cuanto llegue. No deseo que pase ni un minuto de tiempo, puesto que cuanta mayor distancia haya desde su marcha hasta mi llegada, corro el riesgo de no encontrarla nunca. Eso suponiendo que no se haya marchado de Madrid en estos días transcurridos. Si no encuentra pronto trabajo estoy seguro que es lo que hará, y entonces ¿Qué haré? ¿ Por que no me has llamado? Eres testaruda, cabezota, orgullosa y no sé cuántas cosas más, pero...tienes razón. Qué dolida te has debido sentir, no sólo por ellos, sino también por mi. Seguro que piensas que he tomado partido por la parte contraria, y estás muy equivocada. Precisamente, por esa ventaja que inconscientemente te di, la aprovechaste para huir de mí. Porque no has huido de ellos, sino de mí. Seguro que te has sentido sola, triste y desamparada por quien prometió amarte y protegerte. Y lo hago, amor mío, aunque tú no lo veas. Estoy luchando por tí y por mí, porque te necesito a mi lado, en donde sea, pero cerca de mi.

No paraba de dar paseos por su habitación y ni siquiera se daba cuenta. Una tenue luz se filtró a través de los visillos del gran ventanal y, al observarlo, se paró en seco frente a él, observando el amanecer de un nuevo día. Se dio cuenta de que en unas pocas horas estaría sentado en el avión que le llevaría de nuevo a ella o a su desencuentro. Y de repente, debido a los nervios, sintió un impulso de actividad frenética. Tenía que hacer el equipaje que se iba a llevar. No tenía nada que ver con los preparativos que hizo para sus vacaciones hacia el viejo continente, tan importante para él. Por ese viaje la conoció, la amó y la hizo suya. Sin embargo ahora, iba tras un presentimiento de fracaso tras la misma persona, pero una situación demasiado adversa .

Entonces no la conocía. Su corazón estaba libre y no había en su cabeza ni un sólo pensamiento de buscar a alguien con quién compartir su vida hasta el final de ella. Sin embargo, éste era bien distinto: iba tras la persona elegida, pero dudaba de muchas cosas, entre ellas de encontrarla y de que pudiera tenerla siempre a su lado. Mecánicamente fue metiendo todo en la maleta. No le importaba demasiado si algo se quedaba fuera. Si llegara a necesitar algo y no lo hubiera metido, lo compraría en España. Pero había alguien a quién no llevaba y, hasta ahora ignoraba su paradero, precisamente lo más importante de su vida.

Había aceptado el ultimátum de su padre: " Me haré cargo de la dirección de nuevo mientras estés fuera. Con esa condición te dejo partir. Porque sí, te dejo partir, de lo contrario perderíamos la rienda de todo. Me lo han advertido: si tu hijo no cumple con lo pactado, nos tendremos que plantear, hacer una junta extraordinaria y desde luego no estaría en vuestras manos, su dirección. Díselo a Dae. No es cuestión de juego . Así que ya lo sabes".

Lo sabía pero no objetó nada, no dijo nada. Su cabeza no estaba para otras cosas, más que lo que le llevaba a España de nuevo. No había nada más importante en el mundo que encontrar a Alba. Ni siquiera le importaba que no tuviera cargo alguno en la financiera. ¡Ojalá!, pensó para sus adentros. Ahora no estaba para eso. Cerró su maleta, se duchó, se vistió y decidido salió de su habitación en busca de Yunn para dirigirse al aeropuerto.

En el pasillo, se encontró con su madre que le aguardaba con cara de preocupación. Se detuvo frente a ella. Se inclinó y depositó un beso en su mejilla.

— Vuelve con ella. Hablaremos a tu regreso. Mucha suerte hijo.

Se la quedó mirando con ternura, tratando de asimilar sus palabras, en su buena voluntad, pero alejada tanto de la realidad. No sabía cómo, cuándo y dónde la localizaría, con lo cual el retorno con ella, estaba en el aire. Acarició su mejilla y salió de la casa en dirección al garaje.



martes, 23 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 11 - El retorno

 Permanecía quieta, igual que una estatua. La cabeza le daba vueltas, repitiéndose cómo había sido posible que, en menos de tres días hubiera llegado y, al poco, vuelto a partir. La cara de su marido se desfiguraba en su cerebro. Quizá esperaba que él llegara a tiempo de recuperarla, pero habían estado más de dos horas en el aeropuerto y no había aparecido nadie para que regresase. Verdaderamente no se conocían lo suficiente y, la influencia del padre, había hecho todo lo demás.

Y ahora regresaba sola. ¿Qué haría al llegar a España. No tenía trabajo, ni lugar en donde vivir y, tampoco mucho dinero. Ni siquiera pensó en recoger alguna moneda. Sólo llevaba lo que Dae le diera por si se le antojaba alguna chuchería durante el paseo que daría. Ciertamente tampoco era escaso, pero¿ la alcanzaría hasta encontrar un lugar en donde trabajar? Ni siquiera había solicitado una excedencia que la permitiera seguir en su puesto. Daba por sentado que iría a Seúl para vivir allí eternamente, con la familia de Dae que, sería también su familia. Pero todo se había desmoronado como un castillo de naipes, apenas hubieron llegado.


Cerraba los ojos para evitar que las lágrimas los anegaran. Ahora analizaba la situación y creía que su marido no la había amado lo suficiente. Que pasado el espejismo de la primera efervescencia, el retornar a casa, le complacería más.


 Ella había sido quién provocara ese desastre. Con lo juiciosa que era y no había tenido en cuenta que casi no se conocían. Que sus padres habían estado allí desde el principio. Que le habían rodeado de todo cuanto pudiese ambicionar, la novedad de un viaje, por ejemplo. Sin embargo ella, le quería con todas sus fuerzas, pero a distancia, para que no perturbara los proyectos que ya tenían concretados.

Ni siquiera antes de viajar a Seúl, la había hablado de ellos, de sus rarezas y también de lo egocéntricos que eran. Si lo hubiera hecho antes, posiblemente esta catástrofe no se hubiera producido. Pero ya no había solución. Irían cada uno por su lado, sin llegar a concretar el proyecto que tenían de formar una familia.

Ahora le absorbería todo el tiempo los negocios bajo la tutela de su padre. Dae tenía el suficiente carácter para que nadie le mangoneara, pero se había olvidado de ella y no la había defendido. No se volverían a ver nunca más. No quería ni oír hablar de Seúl, ni de la mansión riquísima y extravagante de sus suegros. No tendría que convivir con ellos, y eso, a pesar de todo, era lo que más la satisfacía. No deseaba volver a ver a ninguno de los tres. Su matrimonio había sido una estafa en toda regla. Un engaño sin fundamento, pero que le habían hecho mucho daño. 

 El vuelo estaba siendo larguísimo, aburrido y con las mismas dudas que tuviera al abordaje incrementadas por un horrible dolor de cabeza. Una escala en Fráncfort interminable. 

Deseaba llegar cuanto antes y, al mismo tiempo le temblaban las carnes de lo que la esperaba nada más pisar Barajas. Ella tan valiente, sin miedo a nada ni a nadie en los desplazamientos que, por su trabajo efectuaba a diario, ahora se encontraba asustada, sin saber lo qué hacer ni a quién recurrir. Debería hacer un esquema con las cosas más importantes a realizar. Sería un planteamiento a  seguir paso a paso la cantidad de cosas que debía hacer para estabilizar su vida nuevamente. Ahora tenía la certeza de que Dae y ella serían una anécdota del pasado. Mientras estuvieron ellos dos solos, todo marchó bien. Pero el inconveniente sería al llegar a su casa, como así ocurrió.

Le culpaba a él de todo y no tenía razón. Trató por todos los medios de solucionarlo, y que al fin pudieran vivir tranquilos en casa de sus padres, o fuera de ella. Pero todo se había precipitado estrepitosamente y cada uno ahora andaba por caminos diferentes.

Pidió a la azafata algún calmante que la ayudara   a conciliar un poco de sueño y de esta forma al menos se le hiciera más corto.  Lo logró a medias, a ratos, pero al menos hilvanó algo de sueño, intermitentemente hasta llegar a Alemania.

Entró en el servicio del aeropuerto y se refrescó con agua la nuca que la estallaría de un momento a otro. Ya quedaba poco, pero no por eso aliviaría su inquietud. Nada más llegar a Madrid, trataría de localizar alguna pensión económica, en la que pudiera dormir acaso unas pocas horas, y sobre todo  estirar sus piernas. que los músculos se distendieran y calmar la opresión que tenía en el pecho.

Cogió un taxi, y al buen hombre preguntó si sabía de algún lugar en la que pudiera pasar la noche, y que además fuera barato. El taxista miró por el espejo retrovisor, y no le hizo falta averiguar que, aquella muchacha tan bonita, estaba en serios apuros.

La observaba de vez en cuando, pero fue ella la que le preguntó por alguna pensión barata en la que pudiera vivir, al menos hasta que encontrara trabajo:

— Tengo familia que posee un negocio pequeño de alquiler de habitaciones. Son formales, no se asuste. No es de esas pensiones. Si desea verla, no estamos muy lejos de allí. Seguro que se encontrará a gusto. Mi prima y su marido lo regentan y la mayoría de sus huéspedes son representantes que llegan a Madrid para cumplimentar algún pedido. Algún que otro artista que no tiene trabajo, y gente así. Toda modesta, pero seria y formal. Creo que estaría a gusto.


— Me fio de usted. Vayamos y recomiéndeme. Le estaría muy agradecida. Tengo poco dinero y ningún trabajo, con lo que... calcule.

— No se preocupe. Verá como queda satisfecha. Son buena gente y amable.

 Y efectivamente. Unos y otros quedaron satisfechos  y cerraron el trato: se quedaría a vivir con ellos mientras que encuentra algún trabajo y por tanto una vivienda. Llegaba agotada, sin ganas de hablar  ni de dar explicaciones, aunque no se las pidieran. Pero Pituca no permitió que se acostara sin tomar, siquiera, un poco de caldo. Le recordaba a su hija que vivía lejos de España y la echaban de menos.

Era menudita como Alba, bonita como ella y desamparada como pensó que quizá su hija lo estuviera antes de unirse a un canadiense y formar allí su familia. La echaba de menos y Alba se la recordaba, y algo suponía que la ocurría y eso la infundió ternura y cariño. 

La llevó una taza de caldo caliente que la reconfortara y que la hiciera no solo descansar, sino conciliar el sueño que necesitaba.  La arropó con cariño y hasta la impulsó el darla un beso cariñoso en la frente. Cerró suavemente la puerta y salió moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de preocupación. Sabía que algo  la  atormentaba. Que no marchaba bien en aquello en lo que estuviera enredada. Sabía, por experiencia que en algún momento hablarían y trataría de comprender lo que le acongojaba. Quería ayudarla. Pensaba en su hija y lo mal que lo pasó cuando decidió marcharse a Canadá para buscarse la vida, al tiempo que estudiaba. Supo tiempo después que hasta pasó hambre, porque en ningún sitio le daban trabajo y los ahorros que sus padres la dieron tocaban fondo Y entonces conoció a Louis y la tomó bajo su tutela, un año más tarde se casaron, después de haber convivido como pareja todo ese tiempo.

¡La recordaba tanto! Su yerno es un hombre extraordinario que adora a su hija y ahora, ya estables, viven bien, con holgura y, se aman, que era lo que más la preocupaba. Estaba tranquila; la sabía protegida y eso la libraba de preocupaciones. Normalmente venían a Madrid para pasar las navidades con ellos. Habían formado un núcleo familiar de amor y comprensión, muy distinto al que ella tendría con Dae y su familia de haber permanecido allí.  El día que Pituca la contó su vivencia, Alba sintió como una garra que la atenazaba el corazón. Se acordaba de Dae, porque a pesar de todo le seguía amando, aunque él no se acordara de ella.

El dinero se le acababa y, la posibilidad de encontrar un trabajo, cada vez la veía más lejana. Encontró uno como limpiadora de un hospital por la noche, y aunque no era lo suyo  lo aceptó de inmediato. La nocturnidad la permitiría coger otro empleo diurno y de esta forma, llegar a estabilizarse más rápidamente. Pituca la infundía ánimos, aunque para sus adentros pensaba que no estaba preparada para ese trabajo y con esa intensidad. Pero al mismo tiempo lo necesitaba para su autoestima. Ya tendría tiempo de encontrar algo mejor cuando las cosas se estabilizasen. Y mientras el tiempo pasaba.

¿Qué ocurrió a su partida? Dae estaba desesperado al conocer la noticia por el chofer que la llevó al aeropuerto, el destino que había tomado. Estaban separados por miles de kilómetros y lo que era peor: desconocía su paradero. No sabía nada. La llamó por teléfono, pero siempre estaba fuera de cobertura. ¿Dónde viviría? No  se había llevado casi dinero y a duras penas podría pagar una vivienda y vivir, hasta que tuviera un empleo.

— Antes iré a por ella. No puede ser que pase privaciones. Es mi mujer. ¿ Por qué tomo esa decisión? Debió decírmelo. Pero yo también soy responsable. No la escuché cuando ella quiso hablarlo conmigo, impaciente por hacerlo con mis padres. Debí darme cuenta de la situación que se había creado, sin que apenas ella abriese la boca para poderse defender. Ni siquiera sabía lo que estaban diciendo de ella. No la defendí y, debí hacerlo. Yo era el que mejor conocía nuestra situación, y sin embargo pensé que se arreglaría guardando calma. Pero no conté con que ella ya me había avisado con su silencio y preocupación por conocer a mi familia. Ahora estamos atrapados en esta tela de araña. Con una fiesta que ha organizado mi madre para darla a conocer al resto de familiares y conocidos. Pero ella se ha ido. Será necesario suspenderla, antes de haberla convocado o quedaremos en el más absoluto ridículo. Lo primero es sacar un billete para Madrid, buscarla y tener una larga conversación con ella, para convencerla de que su casa y su lugar es este. Está casada con un surcoreano y ahora su pais y su hogar ha de estar donde yo esté.

— Pero eso es imponerle algo con lo que no está de acuerdo, habiendo sido mi propia familia quién la ha  desairado a los cinco minutos de conocerla. He de buscar algo a lo que aferrarme y conseguir que todos vivamos en paz. Lo primero, buscaré una casa para nosotros solos, en la que podamos hacer lo que nos venga en gana sin tener testigos de nada. Estamos recién casados y la amo más que a nada ni a nadie. Mi deseo de estar con ella es constante y, no es esto lo que esperaba y creo que ella tampoco. Llamaré a la compañía que me reserven un billete en el primer vuelo que salga para Madrid. Hablaremos y trataré de convencerla para que volvamos de nuevo. Pero ¿cómo? si no tiene el apartamento ni sé dónde vivirá. Por otro lado he de hablar con mis padres y también a ellos reconvenirles acerca de su comportamiento. No es una extraña. Es la mujer de su hijo. Sé que cuando la conozcan más, la querrán porque ella es buena, dulce, cariñosa... Y a mi madre le vendrá bien tenerla a su lado.

— Ahora mismo hablaré con ellos y les pondré al corriente de lo ocurrido. Que suspendan todo hasta que yo la localice. Presiento que va a ser difícil y largo. Y eso suponiendo que desee regresar. Entre todos van a volverme loco. Yo no quería esto, sino una vida sencilla a su lado amándola cada día más. Tener hijos y ser como hay cientos de hombres que regresan a su hogar cada día deseosos de estar con su familia. Pero mucho me temo que va a ser poco menos que imposible.

Y la reunión con los padres, fue una repetición de lo mismo que impulsó a Alba a salir corriendo de la casa de sus suegros. Porque esa lujosa mansión era de ellos y de su hijo, de nadie más y, mucho menos siendo extranjera.

 Los prejuicios raciales aún perduraban en algunas personas o, simplemente tenían otro rostro para ellos y, no el de una extranjera, desconocida y perteneciente a otra etnia. De ninguna de las maneras consentirían emparentar con esa desconocida, por mucho que Dae insistiera. Sería un descrédito enorme  y no estaba dispuesto a transigir con ello, por mucho que su hijo insistiera.  Había regresado a su pais. Lo mejor que podía haber ocurrido.

Ni su mujer, a pesar de estar de su lado, consiguieron que cambiase de criterio, ni Dae tampoco. Amaba a su mujer y no estaba dispuesto a perderla por unos absurdos prejuicios ancestrales. Mandaría al demonio todo, pero no la perdería.

Pero nada sería tan fácil como él se había propuesto, muy al contrario. Todo se complicaría aún más.


sábado, 20 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 10 - Extraña

 Una vez calmada, la tomó por la cintura y se introdujeron en la casa. La temblaban las piernas y agradeció a su marido que la sujetara porque no creía mantenerse en pie. No hablaba ninguno. Seguramente lo hacían consigo mismos. Ambos, iban a pasar la más difícil prueba y los dos lo sabían.

 Alba imaginaba que ella tendría un suspenso. Desde que la conociera, sus esquemas habían cambiado, a pesar que desde el principio, cuando le anunciaron su destino, se mostró rebelde y remiso a tomar las riendas de la responsabilidad que le habían encomendado. Y entonces la conoció, y todo se volvió del revés. Y decidió seguir la vida que él deseaba y no la impuesta.

Todo ocurrió muy deprisa, pero los juegos del corazón son así. La vió, y su rostro se quedó grabado a fuego en su cabeza. Se había acercado a ese puesto por curiosidad, por seguir, un poco las directrices de Pierre, pero ahí estaba su destino. Le sorprendió su maravillosa sonrisa, amable, educada.

No sabía cómo se acercó hasta la mesa que ella ocupaba para dar información y se cruzaron sus miradas. Duró un segundo, pero cambiaria su vida. Ya no pudo quitársela de la cabeza. La única forma de volverla a ver era integrarse en la excursión, o esperar agazapado en un rincón a que ella terminase su trabajo y, sigilosamente seguirla hasta donde fuera. Quería, necesitaba verla de cerca nuevamente.

No fue por casualidad, sino la estrella que a cada uno de nosotros nos guía, quién le condujo hasta ella. Ahora la tenía agarrada fuertemente por la cintura y se dirigían hacia el salón en donde sus padres les aguardaban. Se sabía de memoria todos los reproches que le harían, que les harían, aunque ella no lo entendiese. 

Temblaba como una hoja. Por mucho que la dijera que él estaría ahí con ella, los nervios, o el miedo que sentía, la impedían reflexionar. Veía cómo el brazo de su marido se extendía, se hacía largo dirigiéndose hacia el picaporte que abriría la puerta del salón en que sus padres les aguardaban.

Hubo un momento en que se le doblaron las rodillas y estuvo a punto de caer. Dae la miró extrañado; no podía ser posible que sintiera tanto miedo. Pero lo tenía.  Para justificar el traspiés dijo:

— Me he resbalado.

Él la miro con cariño. Sabía que era una excusa. Sabía que si pudiera, saldría corriendo de allí .¿Tanto miedo tenía? Confiaba en su madre, que, como mujer, tendría más sensibilidad. Pero el padre parecía que siempre estaba enfadado. La intimidaría y no sería capaz de pronunciar el saludo que en coreano le había enseñado Dae.

Era una chica culta, preparada, desempeñando un trabajo a veces pesado, y duro en El Camino ¿Por qué tenía tanto miedo? Además, él estaría allí, a su lado, para defenderla de todo y de todos. 

No se paraba a pensar en el cambio tan brusco que se  había producido y que, además de intimidarla, no sabía ni una sola palabra de ese idioma. Sólo el saludo que él la ensañó a prisa y corriendo.

Como en cámara lenta, giró el picaporte y la puerta cedió, dando paso a un amplio salón amueblado ricamente. Con grandes ventanales que iluminaban la estancia, de cara a otro jardín diferente al de la piscina. Y pensó ¿Cuántos salones hay? Como si Dae la leyera el pensamiento se giró sonriéndola y dijo bajito:

— La casa es muy grande. Después te la mostraré— ella le devolvió la sonrisa que más que eso era una mueca.

Con toda solemnidad. los padres de Dae estaban sentados una en un butacón y el otro en el sofá. Con una escrutadora mirada y gesto huraño fue recibida. Pero ante la mirada despectiva de sus suegros, algo dentro de ella, se reveló. Era una mujer que se podía presentar en cualquier sitio y no ser menospreciada por nadie. La rebeldía que siempre permanece en el ADN de los españoles, estalló en aquél momento. No tenía dinero, es cierto. Vivía de su trabajo, honrado y hasta cierto punto bastante intelectual.

Debían saber que para acceder al puesto oficial que había desempeñado hasta su matrimonio, debía acceder a un examen riguroso tanto de idiomas, como de geografía e historia. Tenía una formación académica y universitaria. No era cualquier persona que pasaba por allí.

Si todo su defecto era no ser millonaria, no le hacía ninguna falta. Cubría sus necesidades de sobra y vivía bien. Cierto que no entendía de finanzas, pero para eso su marido se había preparado. No lo necesitaba.

Estaba segura, que el no aceptarla no era por sus finanzas ni su formación, sino que le habrían destinado a una de esas preciosas muñecas de porcelana que sólo vivían para ir de compras y untarse cremas para tener un rostro perfecto. Ella ya lo tenía sin necesidad de despilfarros. A medida que era examinada, su mano se crispaba y Dae conocía esos síntomas. Sabía lo que significaba que estuviera su mano apretando la de él. Su rebeldía había reemplazado al miedo y, eso le gustaba. Su esposa no tenía porque achicarse a nada ni a nadie.

Tenía que decir algo, saludar a sus suegros y comenzar a ganárselos. Se lo debía a Dae que, como la había confesado, con todas las rarezas que tuvieran, eran sus padres. y les quería. A penas le salían las palabras que había aprendido en coreano. Con dificultad las dijo. No sabía si lo había hecho bien o mal. En el rostro de su suegra se dibujó una leve, levísima sonrisa, pero el padre permaneció inexpresivo e inalterable. Su mirada se cruzó brevemente con la de él, pero no dejó traslucir nada, hermético, como si no fuera con él.

Dae comenzó a explicarles, no sabía que cosas, pero le escuchaban serios y atentamente. Alba se sentía que allí no pintaba nada. Ni siquiera la miraban. ¿Acaso no podían haberla dicho algo en inglés tras la disertación de su hijo con ellos ? El volumen de la voz subía entre el padre y el hijo. La madre tenía su mirada fija en ambos, y de vez en cuando la desviaba hacia ella. Quería escaparse, salir de allí inmediatamente porque presentía que hablaban sobre ella y nada bueno. Su marido estaba serio y a veces exasperado. La estaban rechazando de plano y él la defendía. Pero seguramente el padre ganaba la batalla. Ni una sonrisa, ni una palabra amable, nada, es más ni siquiera la mirada la dirigían.

Era descorazonador y le daban ganas de salir corriendo e interrumpir lo que fuera que hablasen. Pero él la retenía de la mano, agarrándosela fuertemente porque intuía que deseaba escaparse. Se apoyaban mutuamente en aquello que ocurría, que no sabía ni entendía, pero que imaginaba  era un rechazo frontal hacia ella, hacia su hijo por haberse casado con una extranjera sin saber el idioma que la acogería para siempre.

Perdió la noción del tiempo de la duración de aquello. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban padre e hijo discutiendo, porque sí, es lo que hacían. Pareciera que aquello no iba a tener fin. Los minutos se le hacían eternos y largos, muy largos. Ni siquiera se atrevía a mirar el reloj para averiguar si había transcurrido mucho o poco tiempo. Gesticulaban sin dejar de bajar el tono de voz. Y entonces se soltó de la mano de Dae bruscamente y sin decir nada salió corriendo de aquella estancia. Transcurridos unos instantes motivados por la sorpresa de su gesto, Dae la dejó marchar.

Se encerró en la habitación que les habían destinado y  procedió a meter las cosas que había sacado de la maleta. Se volvería a casa. Estaba visto que su vida sería espantosa. Todo era motivado por ella, por haberse casado con su hijo sin su autorización. Ya no soportaba más. Su vida en Corea, sería un infierno de ahora en adelante. Lo tenia claro, así que sería mejor regresar a casa y que Dae hiciera lo que creyera conveniente.

Cuando fue en su búsqueda y  vió la maleta en un rincón de la habitación se llevó las manos a la cabeza. Se iba. Regresaba a su pais y él la perdería. Pero no estaba dispuesto a renunciar a ella, que le había dado estabilidad y le había enseñado otra cara de la vida, perfectamente compatible con ellos.

— ¿Adónde vas? No pensarás volver 

— Si Dae, regreso a mi pais. Aquí no pinto nada. Soy un estorbo para todos.

— Espera, espera. ¿Crees que te voy a dejar marchar? Iremos a un hotel hasta que encontremos nuestra casa. No te perderé Alba. No te perderé.

— Pero Dae, son tus padres

— Y tu mi mujer. Si no te aceptan, tampoco a mí. Se trata de mi vida. De nuestras vidas. Somos mayores de edad y tenemos derecho a elegir nuestro camino. Haré mi maleta, porque yo me voy contigo. Te he elegido a tí. No significa que a ellos no les quiera, pero no tienen derecho a marcar mi rumbo. Ya tengo edad para saber lo que quiero.

La discrepancia se tornó en una discusión. No podía permitir que abandonara todo por ella. No era justo y, pasado el tiempo, eso sería motivo de más discusiones, reproches y más enfados. Allí no podía pensar en su futuro, que, ahora mismo estaba hecho trizas. Él no tenía la culpa, pero ella tampoco de tener unos suegros tan estirados y rancios. No vivían en la época de Madame Butterfly, aunque aquella fuera japonesa, pero ellos parecieran primos hermanos.

Dae salió de la habitación fuera de sí. Hablaría ahora mismo con sus padres. Les reprocharía su conducta y les pondría en antecedentes que ambos se marcharían de allí y tardarían mucho, mucho tiempo en regresar, si es que alguna vez lo hicieran.

Entre tanto, Alba había recogido su maleta, y había salido sigilosamente de la habitación y de la casa. No tenía idea de a dónde ir. pero estaba tan defraudada que tampoco se paró a pensarlo.

En el garaje estaba Yun limpiando el coche. Levantó la cabeza de lo que estaba haciendo y vió que la joven ama salía de la casa como a escondidas. Estaba pálida y a todas luces se la veía muy nerviosa. Instintivamente, sintió lástima por ella. Intuyó lo ocurrido que, desde que se supiera que el señor regresaba casado con una extranjera, fue un drama tremendo. Sólo se escuchaba la voz del señor gritando  más de lo acostumbrado y sería motivado por el regreso de Dae casado. Sabía que no resultaría pero él no podía hacer nada.

Alba miraba a un lado y a otro del lugar en donde se encontraba. Ni siquiera conocía el jardín. Y si a eso le añadiéramos la escena de la presentación y el nerviosismo... Nada bueno podía resultar.

Encaminó sus pasos hacia Yun. Al menos para que la indicase dónde podría tomar un taxi.

— ¿Puedo llevarla yo? ¿A donde quiere ir ?

— Al aeropuerto— respondió con amargura y triste, muy triste. Pero no dio más explicaciones. Abrió la puerta y la cogió la pequeña maleta que portaba y entró en el coche. No abrió su boca para decir nada. Le hubiera dado algún consejo. La veía tan perdida y desamparada, que le produjo una tristeza infinita.

Dae había vuelto al salón en donde dejó a sus padres. Desde antes de entrar, las voces  altas y crispadas de ellos, se escuchaban a través de las gruesas puertas. Seguramente discutiendo ante la situación creada de violencia. Por primera vez, escuchó a su madre no estar de acuerdo con  su marido Al fin y al cabo se trataba de la mujer de su hijo. La debían respeto y consideración. Ella sola no tenía toda la culpa. Dae se había encaprichado de ella.  Sum Hee, la madre, analizaba la situación creada, y reprochaba a su marido la violencia  ejercida sin ton ni son. En definitiva era a Dae a quién tocaba convencerles de que se había casado con la mujer mas noble, preparada y buena que hubiera conocido nunca. Nadie tenía la culpa. Las cosas ocurren porque son designios del destino y ellos no tenían ningún derecho a reprochar algo a su mujer, porque no había discutido nada con ellos.

Les dejó que ellos aclararan sus ideas. Decidió dar marcha atrás y darles una tregua hasta el día siguiente. Volvió sobre sus pasos y en busca de Alba.

No estaba en su habitación. ¿Dónde estará? La busco por los lugares en los que probablemente se estuviera desahogando con su llanto y decepción.

— Piensa, piensa. No está en la habitación ¿Dónde se habrá refugiado? No conocía suficientemente la casa como para adoptar un lugar oculto donde refugiarse. Seguro que en algún rincón del jardín. 

Volvió hacia la piscina, en donde se había refugiado antes de ir con sus padres. Pero tampoco allí estaba. No se daba cuenta de que no lejos de allí un coche arrancaba, llevando en su interior a una desconsolada Alba. 

El chófer, a través del espejo retrovisor, la observaba. Iba totalmente descompuesta, pálida y nerviosa. Llevaban tan sólo unas horas desde que llegaran y ya se había desencadenado la tragedia. Lo lamentaba porque le había caído muy bien aquella jovencita prudente y educada que se enfrentaba al patriarca de la casa, que intimidaba a todo aquél que le viera por primera vez. Igual que le había sucedido a ella, que ahora iba llorando quedamente, camino del aeropuerto y, por tanto regresando a su verdadero lugar: a España. No era porque no mereciera estar allí, sino porque la tocaría sufrir mucho si se quedara a vivir con sus suegros.

Había sido un desastre, pero quién sabe, si no era mejor que soportar los reproches y desplantes de quienes se creían con obligación de tratar despóticamente  a quienes no fueran por ellos elegidos.

Yun, trató por todos los medios de ayudarla, y para ello ejerció su influencia procurándola un pasaje en primera clase del avión que viajara a España  en un par de horas. Por algo, su jefe era el mayor accionista de la compañía. Se serviría de ello, al menos que ella viajara lo más cómoda y rápidamente, antes de que tuviera ocasión de arrepentirse.

Había conocido de adolescente a su marido. Le quería y muchas veces, evitó que su padre le regañara, o peor aún, que recibiera un castigo. Era un joven adolescente y su misión era estudiar y divertirse. Lo primero lo había hecho, pero la segunda parte del contrato, lo consiguió a medias. A duras penas daría su autorización para que viajase a la antigua Europa, como compensación a las buenas calificaciones recibidas en su último curso de carrera. Era el fin de la universidad y el principio de ingresar en la compañía del padre. Como compensación, le otorgaron ese viaje tan deseado por él. Seguramente el destino había echado sus cartas y, al menos le había dado el mejor triunfo.

Pero todo eso estaba por ver. Ella regresaría y ellos, tendrían que soportar las voces que, el joven Dae daría al no estar al lado de la mujer que le había hecho feliz, siquiera por unos días. Vendría la segunda parte: acudir en busca de ella.

Era lo previsible aunque nunca se sabe las artimañas que ejercería el padre para que fracasara en el intento.


miércoles, 17 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 9 - En casa

 Desde el aire se divisaban las luces de la ciudad. En unos minutos, el avión tomaría la pista y ante ellos tendrían las incógnitas que les atormentaban. Ninguno de los dos decía nada, pero cada uno, tenía un bagaje de preguntas sin respuestas, al menos por el momento.

A medida que tomaban tierra, también sus corazones se aceleraban. Dae Hyun ante lo inesperado estaba nervioso. Conocía a su familia y también a su mujer. Y de repente, como si acabara de descubrir la situación, las sienes comenzaron a latirle fuertemente. No les tenía miedo, ni tampoco se sometería a los mandatos de su familia, pero temía por Alba. Seguro que se asustaba. Debió prevenirla de a dónde iba y con quién había emparentado.

Taeyang, su padre, no era mala persona, pero se había criado con unas ideas que correspondían a otro siglo. Ahora  somos más independientes y, aunque guardan respeto a los padres, no se someten a sus designios tan fácilmente como lo hacían antes,  en el siglo pasado.

Como esperaba, les recibió el chófer de la casa que amablemente hizo una reverencia a Alba y a Dae. Era un hombre de mediana edad que llevaba bastantes años al servicio de esa familia, por tanto era considerado como de casa. Dae no quiso preguntar por sus padres, a pesar de que al hablar en coreano, ella no entendería nada. Pero por la expresión de su cara, no tardaría en adivinar que el motivo de no estar allí era por la desconfianza que tenían hacia ese matrimonio. Aprovechó para preguntar por ellos y tratar de averiguar el porqué no habían ido a recibirles.

No sabía si Alba se hacía la desentendida o es que verdaderamente miraba con curiosidad y complacencia, los lugares por donde pasaban. Posiblemente lo hiciera por disimular. No entendía de lo que hablaban, pero por la cara de su marido, mirándole de reojo, adivinaba que las cosas no iban bien. Quizá fuera ese el motivo, por lo que sólo estaba el chófer para recogerles y llevarles a casa. Pero al mismo tiempo se preguntaba:

— ¿Con chófer? Creo que Dae no me ha contado toda la verdad y mucho me temo que voy a sentirme mal cuando me presente a su familia. ¿Por qué lo ha ocultado? ¿Guardará en el armario más cosas que no ha querido decirme? ¿Por qué? Esta situación es tan inquietante para él como para mi. Ya era violenta la situación, y con estas dudas me estoy poniendo muy nerviosa. ¿De qué estarán hablando? Otro problema más añadido: el idioma. No se parece a ninguno de los que conozco. ¿Cómo voy a comunicarme con ellos? ¿Por qué no lo pensé antes? Ahora me viene todo de golpe, cuando ya no tengo solución. Espero que Dae me quiera tanto como yo a él y me ayude a solventar tantos inconvenientes, tantas dudas que están aflorando ahora. Fui una estúpida ¿Cómo no se me ocurrió esto antes?

Ni siquiera se atrevía a preguntar nada. Pero sí sentía la presión de la mano de Dae sobre la de ella. Estaba algo crispado. Lo que quiera que el chófer le dijera, no le gustaba nada. Y tendría algo que ver  con el recibimiento.

Procuró fijarse en los lugares por donde iban. Seúl se agigantaba ante sus ojos. No tenía mucha idea de cómo sería. Para ella estaba demasiado lejos, pero ahora lo tenía delante de sus ojos y nunca la hubiera imaginado tan bonita, moderna, brillante, tan occidental. Pensaba que alguna influencia debieron tener los americanos desde su guerra, aunque no fuera para ellos un recuerdo muy halagüeño. Como se suele decir los americanos las pasaron  negras. Sin embargo en esta ciudad todo era super moderno, dinámico. Con las mismas prisas que los occidentales, con la misma forma de vestir. Y es que el ser humano es el mismo sea de la latitud que sea.

— ¿Cuánto faltará para llegar? ¿Cómo será la casa? Me da miedo hasta de pensar en ello. Estoy totalmente a ciegas, y ni siquiera puedo preguntar. Lo que quiera que sea que hablen debe ser importante, porque no han parado desde que nos recogiera. No deseo interrumpirles, pero ¿Por qué no me indica algo? Es como si yo no estuviera. Me está ignorando totalmente. Está tranquilo porque sabe que no les entiendo, pero por eso mismo no me gusta. Presiento que es algo que me va a incomodar y él, desea ocultármelo. Pero no lo consentiré. Si es algo motivado por mí, deseo saberlo. Quiero saber a qué me enfrento desde ahora mismo.

Abandonaron el centro de la ciudad y a poco más de veinte minutos, se adentraron en una urbanización que la dejó deslumbrada. Eran chalets ultra modernos que nunca se hubiera imaginado. Espacios verdes, amplios. Casas luminosas de última línea , extremadamente moderna en su diseño. Se notaba que el poder adquisitivo de quienes allí vivían, era de todo menos modesto. Nunca se lo hubiera imaginado.

— ¿Por qué nunca me dijo nada? Esto no me gusta nada. Creí que nunca tendríamos secretos. No sé si llegaré a acostumbrarme a vivir aquí. Si esto es el exterior, no quiero imaginar cómo será el resto. ¿Tendremos nuestro pisito? Estoy temblando y ahora comprendo por qué tantas reticencias conmigo. Seguramente creerán que he conquistado a su hijo por el dinero. Creo que va a darme algo. No puedo vivir aquí. ¿Por qué no paran ya de hablar?

Como si la hubieran escuchado, a los pocos minutos, cesaron en su conversación, pero la seguía alarmando la situación: Dae tenía la cara crispada y eso no era buena señal.

No habían empezado con buen pie. Esperaba  de todo menos este recibimiento, tan frio, impersonal, tan anómalo. ¿Serían, en realidad, tan fríos como expresaban sus rostros?

  El desaire que la habían hecho le había herido profundamente.¿ Existían las diferencias de clases? Parece ser que sí. Ella no era rica ni mucho menos, pero se ganaba bien la vida. No tenía deudas y algún que otro ahorro.

De repente se dio cuenta de que el culpable era su propio marido. Quizá todo ha ocurrido demasiado aprisa. Les cegó la pasión, el amor, pero eso de contigo pan y cebolla, no suele funcionar. A la larga surgen los problemas y, ellos, al parecer, tenían uno bastante grande. Esa falta de comunicación por parte de Dae, era más importante de lo que parecía. Algo en su interior comenzaba a roerla. ¿Se avergonzaba de ella? ¿Por qué no la dijo nada, cuando aún era tiempo de arreglar las cosas. Probablemente él sintiera la misma incomodidad al saber cómo era su familia y, si se lo explicara le hubiera dicho que de casarse nada. Que de vivir en Corea, tampoco, y entonces la perdería. 
Sabía que la quería, de eso no tenía duda, y si precisamente se lo ocultó, fue por protegerla. No podía dudar de él. Hay momentos íntimos en la vida de una persona en que no caben los fingimientos y, estaba segura de que él no había fingido cuando la hizo suya. La ternura que la expresaba no era fingida. Quizá lo pasara tan mal como a ella la ocurría. La quería y ella a él. Juntos solventarían todo y tendrían una vida como la que habían soñado.

Sería cuestión de nada que sus padres la conocieran y encontrasen en ella una hija que nada les arrebataría. Nada deseaba más que estar junto a Dae. Le quería de verdad, aunque también era consciente de que se avecinaban tiempos duros. Debía tener mucho tacto para que él padeciera lo menos posible. Esperaba tener fuerzas para soportarlo todo por él. En cuanto se quedaran a solas, tendrían que hablar ampliamente de todo lo que estaba ocurriendo, que no se trataba de algo ligero. Sabía que la familia para él era muy importante. Eran bastante tradicionalistas y la familia era sagrada.

Estaba en medio de un enorme salón, todo pintado de blanco y una de las paredes tapizada en raso satinado salpicado de flores realizadas en finísimos hilos de oro, y sobre esa pared, un hermoso cuadro al óleo en el que se reflejaba un clásica casa oriental. Supuso que sería la casa familiar, probablemente del primer fundador de esta dinastía a la que ella, por casamiento también pertenecía.

Deseaba mentalmente que Dae llegase cuanto antes. Si de repente se presentaran sus suegros no sabía qué decir. Pedía mentalmente que Dae no se retrasara.

Siguió examinando el resto de esa enorme habitación destinada a gran salón. Sus pies se negaban a moverse, Era como si estuvieran clavados en el suelo.

Había un sofá kilométrico tapizado en tono beige muy suave de una tela de otomán que hacía juego con el tono de la pared tapizada. Había cuadros de distintas casas clásicas coreanas o japonesas o chinas, no sabía muy bien de donde eran. Todas la parecían iguales, aunque no lo fueran.

También habían muebles, suponía de estilo coreano de ricas maderas deliciosamente trabajados a mano. Flores y plantas naturales de enorme tamaño, en los rincones de la habitación. Una de las paredes era toda de cristal que daba al exterior, a un jardín con una gran piscina. Sofás de color crema algo más intenso que los del interior con cojines enormes rellenos de plumas y otros del mismo color, pero de mimbre. A los lados mesitas de fumador, o quizás algo más grandes con ceniceros y una bandeja con licor y vasos de un finísimo cristal tallado. En el otro extremo, en la otra mesa pareja, Un bonsái de azalea color rojo intenso que daba la nota de color.

Un solárium de césped cuidadísimo de un verdor intenso. Alguien menos afectado que ella, consideraría aquello un paraíso, pero ella estaba asustada pensando en el nivel que tendrían los padres. Casi le daban ganas de llorar. En lugar de estar contenta estaba agobiada, triste y con un miedo terrible en el cuerpo. A pesar de que amaba profundamente a Dae, esto la sobrepasaba. Si hubiera sabido lo que tenía ante sí, no hubiera venido, ni se hubiera unido a él. Todo la sobrepasaba. No sabría cómo comportarse ante este derroche de lujo,  "asiático", nunca mejor dicho
Y un miedo atroz la entró de repente y el deseo irrefrenable de salir de allí corriendo, dejando atrás todo, incluso a Dae. Y la imagen de sus días en El Camino llegó hasta su mente y los amables días pasados, se llenaron de importancia. De repente un nudo en la garganta y una congoja que la asfixiaba llegó hasta su garganta sin poder evitarlo. El llanto inundó sus ojos y una nostalgia de Madrid, de España, la oprimió el corazón. Se tapó con las manos la cara. Deseaba esconderse en algún sitio. Que nadie la viera. Pero a dónde ir si no conocía nada de la casa ni de ningún sitio. ¿Por qué él tardaba tanto? Sintió que las piernas se le aflojaban y se sentó en uno de los imponentes sillones, sin siquiera reclinar la espalda por temor a descomponer la decoración.

Notaba que la cabeza le daba vueltas y a punto de padecer un mareo. Rezaba interiormente que no le ocurriera. Deseaba que él viniese. ¿Por qué tardaba tanto? El tiempo se le hacía interminable y hubiera salido corriendo fuera de allí de haber tenido su bolso, dinero, y sabiendo a donde ir. Pero allí estaba, quieta, sin saber a dónde ir y sin que nadie, siquiera,  la ofreciera una vaso de agua.

De repente un sofocado Dae se dirigió hacia ella a paso ligero alarmado al verla llorando:

—¿ Qué te ocurre? ¿Por qué estás aquí sola y llorando? ¿Alguien te ha hecho algo?

— ¿Por qué has tardado tanto?

— No, cariño. Sólo he tardado diez minutos. Tenía que afeitarme. ¿Se te ha hecho el tiempo tan largo hasta pensar que llevabas aquí sola demasiado tiempo?

— ¡Oh Dae! Todo esto me sobrepasa. Me siento como una invasora. Es todo muy extraño. Mi siento mal, por tí por mi y, por los demás. Esta casa ¡ tan enorme ! ¡ tan lujosa ...! No sé si voy a acostumbrarme a todo esto.

— Que no te agobie la casa ni nada. Mañana mismo saldremos los dos a buscar nuestro nidito de amor. Esto es temporal, por hoy. Te lo prometo

— Pero... Es que no es eso solamente. Están tus padres. No desean verme, ni conocerme siquiera. Comprende que es muy perturbador. Nos precipitamos, eso es todo.

— Ni siquiera pienses eso. No te perdería por nada. Te quiero Alba mas de lo que te imaginas. Lo más importante para mi eres tú, y tu bienestar. Te doy mi palabra que esto es circunstancial. No tardaremos en tener nuestra casa. Y en cuanto a mis padres... Te querrán lo mismo que yo. Son algo extraños y, tendrás que acostumbrarte a ellos. Necesariamente he de verlos y, además son mis padres y pese a sus rarezas les quiero.

— Y lo comprendo y lo deseo. Toda mi familia está aquí, contigo, pero... Todo ha sido ¡ tan extraño !

— Lo sé, lo sé. Dame un abrazo y vayamos a conocerles. Verás que todo sale bien. Muéstrate tal cuál eres. Que te conozcan desde el principio como eres. Es todo cuanto te pido.

Pasó el brazo por el hombro de ella, la atrajo hacia sí y depositó un beso en su sien. Eso era lo que necesitaba, su bálsamo, su paz. Estando con él, no había nada ni nadie que la intimidara. Él era su fuerza, su seguridad en sí misma. Puso su mano en la mejilla de su marido y depositó un beso en ella sonriendo. Él, delicadamente, con su dedo pulgar, quitó una lágrima de sus ojos.

Se besaron y permanecieron abrazados un breve espacio de tiempo. Todo estaba siendo complicado para ambos, pero más para ella. Y comprendió lo difícil de la situación que estaba viviendo y la quiso más aún, porque había dejado su mundo, su vida, su pais, por seguirle. ¿Qué más prueba de amor?

 Sólo sabía que era un chico normal, ni rico, ni poderoso. Se enamoró de él y para ella fue suficiente. ¿La merecía? Pensaba que no. Que era mucho el sacrificio realizado y  los desprecios de su familia eran injustificados. Él la compensaría de todas las formas posibles, pero seguro que lo que más, ella, ansiaba, era que la quisiera y que estuviera a su lado.

A veces percibía como un temblor y comprendió que tenía miedo, que su único apoyo era él y, no la defraudaría. Pensaría seriamente en vivir en Seúl o regresar a España.
 En ningún momento, él recibió rechazo por parte de nadie, y sin embargo su esposa, ni siquiera la visita de un sirviente por si se la ofrecía un vaso de agua. No lo olvidaría nunca. Ella también era importante en su vida, era su vida, la mujer que había elegido, de la que se había enamorado perdidamente y de la que recibía un amor puro y sin intereses. Merecía el cariño y respeto de todos.


sábado, 13 de noviembre de 2021

Mundos Opuestos - Capítulo 8 - Situaciones

 Era muy difícil reprimir la serie de sentimientos que experimentaban. Dae Hyun no paraba de hacer planes, su cabeza  de proyectar lo que sería su nueva vida en tan solo unos pocos días. En cuanto llegasen a Madrid irían a la embajada y solicitarían contraer matrimonio antes de partir hacia Corea. No quería ni pensar si les pusieran algún impedimento. En ese caso y, aunque no le gustaba, haría presente su influencia, pero sería su mujer aunque se opusiera el mundo entero.

Utilizaron solamente una habitación, aunque él por delicadeza hacia ella reservó dos. Deseaba con todas sus fuerzas que ocurriera lo que al final hicieron. Habían tenido bastante contención durante todo El Camino, pero la noche del beso a escondidas puso el mundo de ambos patas arriba. Ahora nada les impedía amarse. Sólo una barrera inmensa, pero estaba a muchos kilómetros de distancia y también lo solucionaría en cuanto la vieran y la trataran, aunque al desconocer el idioma sería difícil entablar una conversación con ellos.

Alba nunca hubiera pensado que su futuro marido  fuera tan explosivo. Siempre había creído que era más tranquilo en ese aspecto. Quizá por la falta de expresión en su cara, le creía frio y contenido, pero aquella noche, su primera noche de toda la vida, se mostró todo lo contrario. Fue amable comprensivo y extremadamente amoroso. No tenían prisa por levantarse, pero debían darse prisa en organizarlo todo. Deseaban cuanto antes llegar a Madrid, a la embajada y conseguir sus permisos no sólo para casarse, sino tener los trámites necesarios para residir en Seúl,  como matrimonio.

Entre risas, cosquillas y arrumacos, consiguieron ponerse en marcha y organizar su regreso a la capital. Saldrían al día siguiente a primera hora . Juntos harían una lista con todas las cosas que debían hacer. Tenían miedo de que en la embajada les pusieran alguna traba para su unión y no sólo eso, sino que se saltasen el trámite de la reclamación por parte del marido. Se casarían. Tenían un hogar en el que residir, y un trabajo para ganarse la vida. Aparentemente no deberían tener ningún problema, pero si lo tuvieran recurriría a su padre, por muchas voces que le diera por teléfono. Sabía que si se mostraba firme, al final aceptaría la decisión que había tomado.

Pero no todo fue tan sencillo como pensaban. Había mucha distancia entre un país y otro y la burocracia lleva su propio ritmo y no la que desearíamos. No obstante esperarían. Posiblemente Dae Hyun tuviera miedo de la respuesta de su padre, por eso aceleraba todo cuanto podía su enlace que, al hacerlo en la embajada  coreana, sería de acuerdo a sus costumbres, aunque fuera por un juzgado.

Debía pedir un plazo más amplio a su padre, lo que sabía que constituiría una polémica más. ¿Por qué era todo tan complicado si lo que deseaban era formalizar su unión y amarse? Simplemente eso. Pero nadie tenía prisa sino ellos, que se impacientaban y hasta se enfadaban ellos mismos como si fuera su culpa.

No era de nadie sólo de su impaciencia. Era como si Dae tuviera miedo de algo. Quizá de que su padre no le diera el consentimiento para unirse a una extranjera totalmente diferente a su raza, creencias, costumbres... y demás. Tenía muy claro que se casaría con ella porque era la mujer que había elegido para compartir su vida. La amaba, estaba loco por ella y ella por él. ¿Dónde estaba el problema? Pues en todo lo que no fuera amarse. Pertenecía a una determinada familia y clase social a las que se debía por herencia y mandato. Se le había pasado por la cabeza renunciar a todo, e irse a vivir a un lugar lejano, ajenos a todas las intrigas que se establecían a sus espaldas. Pero no podía ser.

Una preocupación añadida que le tenía en vilo, era que nunca le había hablado de la verdadera posición de su familia. Se lo ocultó con la confianza de hacerlo en cuanto fueran marido y mujer. No había tenido en cuenta que, al no saber la verdadera posición económica que su familia tenía, quizás ella se echara para atrás, se asustara y no quisiera saber nada de él. No la perdería, haría cualquier cosa para llegar a la meta que se había trazado. Creyó conveniente ocultárselo, y no sólo eso, sino pasar un chico de clase media más o menos acomodada, más igual a la posición de ella.

No se le iba de la cabeza la respuesta de Alba. A medida que se iban conociendo más, se daba cuenta de que era una mujer de fuerte carácter y que no se engatusaba con cualquier cosa. Era muy inteligente y con las ideas claras y, además no tenía la sumisión de una mujer dócil que acataba todo lo que el marido dijera. Era su sangre la que la impedía ser tan sumisa como quizás fueran algunas de las chicas que él había conocido anteriores a ella.

Algunas veces, ella le sorprendía algo pensativo, pero lo que menos podía imaginar era que, además de los trámites que les perturbaban, él guardaba un secreto que no la revelaría hasta que estuvieran en Seúl. Estaba seguro que tendrían una gran discusión, y enfado, pero contaba con su recién estrenado amor, para solventar las dudas que ella tuviera.

Y al fin, tras muchas trabas consiguieron tanto la licencia para casarse, como entrar como "coreana" en su nuevo país. Ya tenían fecha en la embajada en Madrid para que el embajador les uniera en matrimonio. Después vendría todo lo demás paso a paso.

Le había comprado su anillo de pedida y las alianzas, y un precioso traje de novia, sencillo como ella deseaba y para  él un traje, puesto que toda la ropa que tenía era totalmente de sport como para el viaje que había proyectado y que después tomó otro rumbo.

Se alojaron en el apartamento de Alba y de allí saldría tras tres solitarios días de luna de miel, como marido y mujer. Mientras ella realizaba sus compras, Dae aprovechó la ocasión para llamar a Seúl y anunciar a sus padres que se había casado con el amor de su vida. Apartó su teléfono del oído tras decirlo, esperando el grito que darían sus padres. Pero era tanta la sorpresa que tenían, que no acertaban a decir nada.
 Pasaron unos minutos y ya se disponía a cortar la comunicación cuando, un padre encolerizado de le dio una orden tajante que no tenía réplica:

— Deshaz esa boda. De ninguna manera la admitiré

— Lo siento, papa, pero ya está hecho y no voy a renunciar a ella porque tú quieras. Es la mujer a la que amo profundamente y no renunciaré a ella

— ¡ No puedes amarla como dices! Hace nada que os conocéis

— ¿Cómo te casaste tú con mamá?¿ Acaso no la amaste?

— No. No la amaba cuando nos unieron. Después con los años, me enamoré de ella y ahora no la cambiaría por nada

— Acabas de decirlo: yo no cambiaré a Alba por otra chica, por preciosa que sea. A ella es a quién he elegido. Más vale que te hagas a la idea porque, si no es así, no regresaré a Corea.

— Dae Hyun. Te prohíbo que hables de esa forma. Harás lo que te ordene, o de lo contrario...

— De lo contrario ¿Qué papa? La amo y será mi esposa en un par de días.

La conversación iba subiendo de tono y las voces también, las del padre, porque Dae se mantenía firme e imperturbable. Tuvo que intervenir la madre para aplacar la ira de su marido. Parecía que iba a darle un ataque, y es que no se daba cuenta de que su hijo, además de tener la edad  como para independizarse, había conocido otra forma de vida, no tan sujeta a los designios que los padres deseen para el futuro de sus hijos. Les respetaba y quería, pero también amaba a otra persona y no la perdería por el férreo reglamento impuesto tras generación en generación.

No todas las bodas que se habían realizado en su familia, habían gozado de eterna felicidad. Por lo regular en algunos casos, él se daba a la buena vida y ellas se quedaban en casa cuidando de los hijos, o como acompañantes a alguna fiesta social que requiriese la presencia de ellas.

Él no sería una generación continuista. Era hora de relegar al olvido ciertos atavismos desfasados por tiempo y época. Para conseguirlo lucharía como un titan hasta salirse con la suya. Su hogar sería  una casa con amor, con consensos, no con imposiciones. Pertenecía a otra generación más avanzada de la que, entre otras cosas, incluyen no sólo trabajo y amasar dinero, sino hacer partícipe de todo lo bueno y lo malo que la vida les deparase, a la persona que tenía a su lado y había decidido compartir su vida con él.

Todo este tema le tenía inquieto pensando en cómo recibirían a su mujer. Lo sabía porque no era el primer caso en su familia que se había dado, pero al igual que ese caso, pensó que quizá todo terminada en la cesión de sus padres o en el abandono de Alba, algo que no entraba en su cabeza. ¿Qué haría si ella le dijera que no estaba dispuesta a vivir según los dictados de otros.

Dos días después ante el embajador de Corea y un juez de paz español, se unían en matrimonio Dae y Alba. Olvidaron las preocupaciones y se dedicaron a vivir su matrimonio, siquiera por un par de días más, ya que al tercero tomarían un avión que les conduciría a Seúl.

Sentados en el pasaje de primera de Corean Air, Alba estaba como en una nube haciéndose mil preguntas y dándole miedo respondérselas. Nunca había realizado un vuelo tan largo, tras una escala en Paris y una duración de  casi catorce horas. No le daba miedo viajar en avión, pero estaba tensa ante todo lo que tenía por delante a su llegada a Seúl. Él acariciaba su mano y se la apretaba ligeramente para tranquilizarla. La sonreía con dulzura y esa sonrisa era lo que la apaciguaba . Decidió no hacerse preguntas que sospechaba que él no le había dicho toda la verdad. Y pensaba:

— ¿De dónde ha sacado el dinero para este viaje, después de unas vacaciones como las que ha tenido?

Sospechaba que había algo más, pero no quería investigar más, al menos mientras durase el viaje. Después lo averiguaría por su cuenta. No quería saber si se dedicaran a la droga, o a evadir impuestos, o no sabía que más disparates se le ocurriría. Al menos durante esas catorce horas le tenía para ella sola. Después al aterrizar, sería la hora de averiguar todo y no sólo eso, sino enfrentarse a los padres que seguro no les habrá hecho ninguna gracia que ese casamiento se realizara lejos de su pais y con, no sólo una extraña, sino de otra raza y condición.

Él no era ajeno a los pensamientos de su mujer. Sabía que su cabecita no dejaría de dar vueltas, pero, al igual que ella deseaba gozar al máximo de esa pauta de libertad que tendrían hasta llegar a Corea. Ante ellos se abrían incógnitas que tendrían que ir desvelando poco a poco. Y además la doble misión de instruir a su esposa en las costumbres que, a partir de ahora, serían suyas también. Enseñarla lo más básico de su idioma. 
Aunque pensaba que se daría cuenta de quienes eran nada más llegar, lo dejaría a un lado, al menos mientras no estuvieran allí. Sabía que le echaría en cara el no haberla contado la realidad de la situación, a la que ahora, ella también pertenecía. Lo tenían complicado los dos. Era algo que habían eludido a adrede, pero que ahora, a medida que se acercaban se agrandaba aún más las diferencias que les separaban, no por ellos en sí, sino por quieres formaban su entorno.
 
Al fin, de pura preocupación y monotonía del viaje tan largo, Alba se quedó dormida, bajo la dulce mirada de su marido, que no apartaba sus ojos del rostro de ella, ni el contacto con sus manos. La quería, aunque a todos le pareciera una fantasía. Ni él mismo entendía cómo se había enamorado tan profundamente de ella en tan corto espacio de tiempo. Pero así había sucedido y estaba encantado de la vida con ello. Sus primeros encuentros amorosos habían sido extraordinarios, de total entrega, sin reservas, como si sólo ellos existieran en el mundo. Estaba unido de por vida a esa mujer que ahora dormitaba en el asiento de al lado. Sonreía satisfecho al contemplar su rostro, relajado, tranquilo, ajeno a la tormenta de preocupaciones que tenían ambos en cuanto tomaran tierra en  Incheon. Y al mismo tiempo, acariciaba suavemente el dedo índice de la mano izquierda de ella, en el que había depositado el anillo de compromiso y la alianza, todo al mismo tiempo, pero no por eso dejaban de ser tan auténticas como si hubieran celebrado una ceremonia por todo lo alto.

Al fin, él también rendido por el largo viaje y tantas ilusiones experimentadas, le venció el cansancio. Solo llevaban la mitad del camino. París hacia horas que había quedado atrás. Aún les quedaba casi la mitad del camino. Había avisado a sus padres el día y la hora aproximada en que llegarían  a Corea, No esperaba a nadie, desde luego a sus padres no. Tendría que inventar un pretexto ante Alba para que no tuviera aprehensión respecto a ellos y eso la hiciera el final del viaje más incómodo de lo que en realidad era.

Había algo que le inquietaba a medida que se iban acercando. Sus padres Vivian en la zona más exclusiva de Seúl, en Gangnam. Nunca se lo había mencionado, pero no se arrepentía de ello. Si se lo hubiera dicho anteriormente, estaba seguro que en ese momento estaría viajando solo y el asiento de al lado vacío. No era por orgullo, sino por sentir que sus padres, el resto de la familia y amigos la tomarían por una interesada que deseaba "cazarle" para vivir como una reina el resto de su vida. Seguramente se divorciarían, pero obtendría una suculenta pensión con un buen tren de vida. Y eso precisamente es lo que sus padres no entendían. Que no todo el mundo se guía por el dinero y Alba era una de esas personas.



viernes, 12 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 7 - Con todo mi ser


 Y por fin, ante ellos, la catedral de Santiago se erguía orgullosa en su magnificencia. Sólo les faltaba entrar, abrazar al santo y sellar su acreditación de haber cumplido con El Camino. Era algo simbólico, pero al mismo tiempo un premio a su constancia, reflexión y agotamiento por el caminar durante tantos días. Dae cumpliría las normas hasta el último minuto. 

Todos se habían dado cuenta que entre ellos había algo más, pero prudentemente callaron y no objetaron nada.

Pasaban juntos sus últimas horas. Al día siguiente ya estarían lejos unos de otros. Algunos permanecerían en la capital gallega para conocerla y vivir el sublime momento de su triunfo con la constancia y no abandonar lo que se habían propuesto, Otros partirían de inmediato para sus respectivos paises. Nuestra pareja permanecería junta. Alba partiría hacia Madrid, esa misma tarde, después del almuerzo y Dae volvería con ella. Una vez terminado el trámite que debía cumplir ante sus jefes, tendrían toda una semana para ellos solos. No desperdiciarían ni uno solo de los minutos.

Mientras ella hacía  las gestiones, llamaría a su casa. Hablaría primero con su madre y la explicaría lo ocurrido y sus proyectos. Pero no adelantemos los acontecimientos. Vayamos paso a paso.

Al entrar en la catedral junto a otros peregrinos, les dio la bienvenida el gran órgano que hacía sonar sus notas en las naves, a la vez que por la central eran recibidos por la autoridad eclesiástica. Después fueron conducidos al camarín del Santo al que abrazarían y después a la sacristía y allí recibirían su certificación.

Los peregrinos llegados desde cualquier rincón del planeta, no dejaban de entrar y cumplimentarlo todo. Cuando hubieron terminado, el botafumeiro expandió su aroma a incienso a lo largo de la nave central. Fue un momento de intensa emoción y maestría. Esta costumbre ha llegado hasta nuestros días, aunque se debe a un motivo muy distinto al de entonces. Ahora es en recuerdo de las peregrinaciones de la Edad Media, dado que los peregrinos de entonces venían mal vestidos, sucios y agotados. El botafumeiro era para desinfectar la nave.

Los extranjeros del grupo, veían con la boca abierta el viaje de ese inmenso artefacto movido por varios hombres con extraordinaria precisión y, antes nunca visto. Incluido Dae Hyun que nunca lo hubiera imaginado. Alba ya lo conocía aunque siempre la sobrecogía la escena. Como fondo el órgano excelso a todo gas. Es una escena que seas o no cristiano, te pone el vello de punta.

Salieron contentos, exultantes y hablando entre ellos lo que acababan de ver y sentir. Irían a tomar pulpo a Feira que era lo clásico después de lo vivido. Era una manera de hacer tiempo hasta la hora de la comida. Charlarían y comentarían todo el recorrido y cada uno de ellos las reflexiones que había sacado. 

Alba fue hasta las oficinas de Turismo para entregar la documentación de su misión cumplida. A partir de ese momento, tendría una semana para ella, y podría declarar a los cuatro vientos, que El Camino había sido algo más para ella. Había encontrado el amor de su vida y comenzaría a vivir otra nueva aventura de muy distinta índole.

Él la esperaba impaciente. Ahora que ya eran libres, que no tenían que disimular ni fingir, no soportaba pasar ni un minuto sin tenerla cerca. Era disciplinado y sabía que hasta que ella no cumplimentase su trabajo, no serían libres totalmente.

Y una vez que ella regreso de cumplir con el último trámite, se hicieron las fotografías consabidas y buscaron el restaurante para comer todos juntos por última vez, quién sabe si en su  vida.

 Los nórdicos partirían  todos y ellos decidieron quedarse a pasar la noche en Santiago y viajar rumbo a Madrid a la mañana siguiente. Tenían poco tiempo para ellos, porque ahora era cuando comenzaba su verdadera aventura. Ella para hacerse a la idea de la palabra que había dado y él, hablaría con sus padres y les plantearía la situación. No sería una papeleta fácil, por lo menos con su padre, pero estaba obligado a hacerlo y lo haría sin temor alguno. Porque tenía las cosas muy claras: si no lo aceptaban  se quedaría en España definitivamente, sin pensar en lo más mínimo en el problema que provocaría. Defendería su vida y su amor por Alba, a como diera lugar.

Y renunció a su idea de viajar como una persona normal , no adinerada. Estaba con ella y todo había cambiado. Pidió dos habitaciones en el Hostal de los Reyes Católicos, frente a la catedral y allí mismo gestionaría sus billetes para Madrid. 

Alba refunfuño un poco  al insistir que ese hotel era carísimo, que podrían encontrar algo más barato. A él no le importaba; quería agasajarla lo mejor posible. Al llegar a Madrid, si todo salía como lo tenía previsto, compraría un anillo en una joyería y la pediría formalmente que se casara con él..

Mientras ella se instalaba, Dae aprovechó para llamar a sus padres. Era una ocasión propicia para ello. Primero fue la madre la que se puso al habla con él, y la primera que supo lo que de nuevo había ocurrido en su vida.

Se lo dijo todo de un tirón. Estaba tranquilo a pesar de la noticia que estaba dando. Sabía que si se oponían no conseguirían nada, porque él tenía su plan trazado y no retrocedería. Se entabló un diálogo madre e hijo, de reproches por parte de ella. No entendía lo que le había ocurrido. En Corea tenía chicas preciosas esperando una mirada de él. Cumplían todos los requisitos exigidos y la boda se celebraría en cuanto llegase. Todo eso él lo sabía.  Conocía la reacción. Había sido una carga de profundidad lanzada inesperadamente. Tenía miedo que su marido no lo viera de esta manera, muy al contrario, la voces se escucharían en toda la casa y, no le faltaba razón. Pero Dae era mayor de edad y esgrimía que él no quería ese destino impuesto y, por tanto, en cuanto encontró a la mujer de su vida, se enamoró perdidamente. No estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto. Es más se quedaría en España y seguiría con sus estudios de medicina. Lo había pensado durante quince días, porque sí, fue un flechazo de inmediato.
— Cuando la conozcáis, os daréis cuenta de por qué me he enamorado. Es distinta a todas. No sólo físicamente, sino por esa rebeldía que corre por sus venas. No es sumisa en absoluto y difícilmente cambia de criterio.

— ¿Te ha contagiado? No te das cuenta que es una locura. Seguramente ha olido que eres un hombre poderoso y rico y va tras ello.

— No mamá. Estás confundida. Ella no tiene ni idea de quienes somos. No se lo he dicho. En mi viaje he pernoctado, comido y comportado como un chico de clase media. Nadie ha sabido que al regresar, me espera un puesto de mucha responsabilidad que no me dejará ni respirar. Por eso he querido ser libre y vivir la vida normal, porque la nuestra no lo es.

El padre entró en ese momento en la estancia al escuchar la discusión de la madre con el hijo. La quitó el teléfono de la mano y habló con su hijo tratando de averiguar lo que había alterado tanto a su mujer.


Extrañado por la larga conversación y alteración de su mujer, el señor Taeyang entró alarmado por si a su hijo le hubiera ocurrido algo. Lo último que supieron de él, es que salía de Italia rumbo a España. Hacía varios días que no se comunicaba con ellos y eso les inquietaba. Alterado interrumpió la discusión que mantenían madre e hijo, cortando la comunicación que había mantenido con Dae.

El padre estaba alterado presintiendo que les daría malas noticias. Y aunque no lo eran, para ellos serían nefastas. Todavía no quería hablar con el padre, pero ya que se había presentado la ocasión, lo haría y saldría de eso de una vez. Sabía que su reacción iba a ser fuera de sí, pero no le tenía miedo. Ella le daba toda la fuerza de la razón y eso le bastaba. Se lo soltó de sopetón, y el padre tardó en reaccionar algunos minutos, en que, ninguno de ellos habló.

Al fin el señor Taeyang rompió su silencio con el gesto contraído, aunque Dae se lo imaginaba.

— ¿Me puedes decir que pasa? ¿Has tenido otra genialidad que nos ha mantenido en vilo tanto tiempo?

— Se lo estaba contando a mamá cuando nos has interrumpido. He conocido a una chica española, me he enamorado de ella y voy a casarme

— ¿Me lo puedes repetir de nuevo, despacio y claro para que yo me lo crea?
 
— Me voy a casar con una española. Nos queremos y deseamos formar una familia. Eso es el resumen de lo que vamos a hacer. Y no te preocupes, viviremos cerca de tí: en Seúl.

La respuesta del padre no se hizo esperar. Los gritos subieron de tono, algo extraño entre ellos, pero es que la gravedad de lo ocurrido no era para menos. A Dae no le pilló por sorpresa. Sabía lo que le esperaba y que no contaría con la bendición paternal.

 Había luchado contra algunos miembros de su propia familia, para que todo siguiera en manos de él  y por consiguiente en las de su hijo. Y ahora llega y dice que se casa con una extranjera, que no conocen y todo en el transcurso de quince días. ¿Qué matrimonio iba a ser ese? Y encima con una europea, cuya forma de pensar es tan diferente a la suya.

No lo autorizaría. Jamás le permitiría tamaño disparate. Es más, le exigió regresar a casa inmediatamente,  a lo que Dae no estaba dispuesto. Contaba con el enfado del padre, pero les estaba pidiendo la oportunidad de conocerla y que no la juzgaran como lo estaban haciendo. Se casarían en España por el juzgado y, después viajarían a Seúl y la conocerían. A partir de entonces, él cumpliría con su palabra, pero nunca a cambio de renunciar a Alba.

Si ese plan no les convenía, pues no tendrían otro, porque de lo que estaba muy seguro era de que no renunciaría a ella por nada del mundo.

Sabía que lo calificarían de disparate. Que el enamoramiento y el amar a una persona, no surge como agua de manantial, sino que poco a poco se va forjando con la convivencia. Eso es siempre lo que le habían argumentado, pero si no les daban la oportunidad de unirse, raramente llegarían a una unión verdadera. Ella representaba todo en su vida y extrañamente nunca le pidió nada, ni buscó su dinero, puesto que desconocía la posición que tenían. Le creyó desde el principio que era un simple turista que deseaba conocer esa costumbre, nada más. El resto lo puso el destino y no lo echaría en saco roto.

Por otro lado, el panorama que le aguardaba en su país no le apetecía nada, ni aunque Alba no hubiera llegado a su vida. Sabía que conocería a una encantadora señorita, criada en una buena familia, que nunca plantearía un problema y obediente al mandato de uno y otro padre para unirles en matrimonio.

 La opinión de ellos no contaba. No contaba si estuvieran enamorados de otras personas que no pertenecían a su mismo estatus, pero convenientes para alguna fusión familiar. Sería tanto como vender sus almas y que todo saliera mal tarde o temprano, porque en los sentimientos no se manda. Y posiblemente a escondidas, cada uno de ellos se enamoraría fuera del matrimonio, aunque eso sí muy de tapadillo, pero nunca serían felices juntos.

Sin embargo con Alba, todo había sido diferente, desde el primer momento en que se vieron. Ella no se daba cuenta de que él se estaba enamorando, pero de carácter hermético, no dejaba traslucir los sentimientos que sentía hacia ella. Hasta que todo lo descubrieron, y la emoción que sintieron, especialmente él, no tenía comparación a nada que con anterioridad sintiera. Se imaginaba pidiendo la mano de otra muchacha que no fuera Alba y no lo resistía. Al igual que él, sería muy posible que, la novia a la que habían destinado, tuviera las mismas sensaciones que él vivía. No importaba si no fueran felices. 

Si fueran infieles siempre y cuando no trascendiera. Que fuera un matrimonio que no funcionaba, tan sólo en algunas ocasiones para conseguir un heredero. Sin atracción de ninguno, sólo cumplir un compromiso con anterioridad  de obligado cumplimiento. Esas conductas darían lugar a que Dae  saliera todas las noches en busca de alguien que escuchara su fracaso de vida. Por que sí sería un fracaso y siempre recordaría  el rostro de Alba, la calidez de su sonrisa y la ternura de sus besos.

— Definitivamente no. Se pongan como se pongan. Si no es con ella, no me casaré con nadie. No habrá fuerza humana de que regrese a Seúl.

Estaba irritado a pesar de que sabía a lo que se enfrentaba al llamar a sus padres. Pero por otro lado y con la intervención de su madre, pensó que cambiarían de opinión comprendiendo sus razonamientos. También entendió que les había pillado por sorpresa y lo que menos se esperaban era que les plantearan su casamiento. Abrió el mini bar y cogió una pequeña botellita de whisky. Necesitaba calmarse antes de verla. No podría disimular su malhumor si no se calmaba y estaba seguro de que ella diría que no. No podía renunciar a sus padres. No lo consentiría. Pero la perdería. No. Se casarían primero y de esa forma la tendría segura. No le importaba lo que viniera después. Viajaría a Corea con ella como esposa.

Aunque nadie creyera que en tan poco tiempo se puede amar de esa forma a una persona, él lo hacía. Había hecho un ejercicio de voluntad durante todo el recorrido de El Camino, para no declararle su amor e infringir las reglas de su trabajo. La amaba con todo su ser, la deseaba tremendamente, pero no haría nada que ella no quisiera. No forzaría ninguna situación. Sólo lo sabría cuando llegase el momento, estaba seguro. Le era imposible renunciar a ella. 

Estaba acostumbrado a la exquisita cortesía de ellos, extremadamente educados y caballerosos. A que las muchachas se sometieran a las voluntades de sus mayores. Se ponían de rodillas ante ellos, si cometían algún error para pedirles perdón. Son costumbres casi ancestrales que entre ellos son normales, pero después de conocer la vida en Europa, era difícil admitirlo. No se imaginaba a Alba de rodillas ante él pidiendo perdón por algo.  Lo borró de su cabeza de inmediato; nunca la haría pasar por una humillación, con la edad que ambos tenían. Muchas cosas iban a cambiar si al fin viajaban a su casa. Sólo pedía que la intransigencia de sus padres no la asustaran como para salir corriendo de su lado.

Un repiqueteo en la puerta le indicó que Alba estaba al otro lado. Se miró en el espejo del cuarto de baño para comprobar que su cara no estaba pálida ni su gesto se había alterado. Tenía un exquisito auto control aprendido desde muy niño. Había sido educado desde su más tierna infancia para que el día de mañana llegara a lo que estaba destinado. Ni siquiera contaron con que él tendría juicio propio y propia voluntad. Eso estaba por descontado. Lo que no quería en absoluto es que ella se preocupara de nada. Que lo vivieran con felicidad, sin ataduras de ningún tipo. La única forma que se le ocurría era disimular ante ella, lo preocupado que estaba, no por unirse a ella definitivamente, que lo deseaba fuertemente, sino por el tipo de vida que llevaría en su casa.

De ninguna de las maneras vivirían con sus padres. Buscaría una casa propia en la que no tuvieran que esconderse para amarse cada vez que les apeteciera.