martes, 31 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 9 - Copas a discreción

 Caminaba como una autómata. No sabía si por los zapatos, a los que no acostumbraba a ponerse, o abducida por la voluntad de él .Fue él quién dispuso que era temprano, que tenía ganas de divertirse para sacudirse el aburrimiento de la reunión de, en su mayoría, vejestorios que estaban en ella para criticarle. Fue quién buscó el lugar para seguir charlando ¿De qué? ¡Si apenas la habla!

Seguía con paso firme dando órdenes al portero y entregando las llaves del coche para que lo trajeran hasta la puerta. 

—Es un mandón nato y lo demostraba día a día, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. ¿Qué sería lo que se dijeran ellos dos desde la distancia? Seguro que ella le diría:¿Quién es esa?¿Para que la has traído? ¿Acaso yo no tienes suficiente conmigo?

Y él respondería:

— No digas más estupideces. Es mi secretaria y como tal está aquí

—Pues no me gusta nada ¿Es que ya no te sirvo...?


Ella seguía a lo suyo, sin darse cuenta que, como un autómata, inconscientemente, seguía las órdenes que la iba dando. La abrió la puerta del copiloto, y ella se sentó sin poner objeciones y sin darse cuenta.

—Ponte el cinturón— la ordenó tajante al tiempo que arrancaba el motor y, al darse cuenta de que ella miraba al frente sin siquiera percatarse de dónde estaba, la dijo:

—¿Qué demonios te ocurre? ¿Te apetecía seguir en esa fiesta? A mi no. No me gustaban nada las miradas que algunos te dirigían. Conozco bien a este tipo de personajes y te devoraban con los ojos. Y ahora ponte el cinturón de una vez. Baja de donde quiera que estés y vayámonos de una puñetera vez de este lugar.

Y siguió obedeciendo a las palabras de él. Quizá fuera porque su cerebro lo registraba, pero era incapaz de conectar con el resto del cuerpo.

No sabía el tiempo transcurrido hasta llegar al lugar que él había elegido para seguir la noche. No estaba cómoda. Nunca estaba cómoda en su presencia. Es poco hablador, al menos con ella, porque en la fiesta bien que hablaba con todo el que se le acercaba. Y allí estaba ella, como un pasmarote, a unos pasos de distancia de donde, en un corrillo, charlaba animado con aquellos que se le acercaban y en alfabeto "morse" con la rubia de turno. 

Se preguntaba por qué no  invitó  a esa mujer con la que al parecer  tenía bastante confianza. Y esas muecas que hacía ¿a quién se referían ? ¿a ella? No tenía el más mínimo interés por alargar la velada, pero no dejaba de hablar, no sabía de qué. Observaba que últimamente, cada vez que hablaba con él no se enteraba de nada. Aunque le preguntara lo que fuese, ella se evadía a otras esferas. Y claro, luego pasaba que salía discutiendo por no haber puesto atención a lo que la decía. Y no era porque no prestara atención, pero pronunciaba alguna frase, alguna palabra que a ella la conducía  lejos de donde estaban. Y esa falta de atención es lo que originaba después el desacuerdo entre ellos.

No habían nacido para estar juntos. Lo tenía claro, ni en el trabajo, ni en otro estado, por mucho que esta noche se comportara de forma diferente.

Paró el coche frente a una afamada discoteca  de la que ni siquiera  había escuchado su nombre. En rótulos luminosos se anunciaba en la portada y el nombre le causó gracia. Se rió, y probablemente fuera la primera risa de todo el día.

— ¿Egg? ¿A quién se le ocurriría ese nombre?— dijo riéndose por lo original del rótulo

— No lo sé. La verdad es que vengo con frecuencia y nunca me he parado a pensarlo. Venga entremos. Espero podamos divertirnos. Has estado muy dispersa durante toda la noche ¿Te encuentras bien?

— Si. ¡ Claro ! ¿ Por que iba a sentirme mal?

— Pues no lo sé. A veces tengo la impresión de que viajas a no se sabe donde, pero lejos de aquí. Cada vez que te formulo alguna pregunta, siempre estás absorta en saber qué cosas o en quién. Por cierto ¿Tienes novio? ¿Te estoy incomodando?

— Claro que no. No tengo novio y ni  siquiera a la vista. Así que quédese tranquilo por ese menester.

— ¿ Y por cuál he de preocuparme?

— Pues no sé. Ignoro los problemas que tenga en su vida. Quizás la mujer bellísima con quién intercambió algunos gestos en la fiesta

— ¿Se ha notado?

— ¡Naturalmente! ¡Como para no darse cuenta!

— Pues no me gusta nada. No es nadie para mi y sabía que no debía acudir a la fiesta

—¿Era ella la que debía acompañarle? ¿Era por mi presencia la discusión? Si ese ha sido el motivo, me hubiera quedado muy a gusto en mi casa. Puede creerme.

—¿En serio crees eso? Si no hubiera querido que estuvieras no habrías estado.  Llevamos el suficiente tiempo trabajando juntos como para que me conozcas un poco mejor

— Creo que ni en mil años terminaría de conocerle. Le agradezco los gastos invertidos en mi para la fiesta, pero créame eran innecesarios. En definitiva ¿para qué he ido?

— Se la quedó mirando al tiempo que un camarero les conducía hasta su mesa. Al llegar , Evelyn analizó por un instante el local y a primera vista era de su agrado. A pesar del nombre tan chistoso que tenía, era refinado y no había mucho alboroto como sucedía en las demás discotecas. ¿ La habría llevado allí para sacarla a bailar?

— Quería estar contigo, por si no te has dado cuenta aún.

Al escuchar esas palabras, ella giró rápidamente la cabeza olvidando su inspección. Se le quedó mirando, y parpadeaba nerviosa. ¿Había escuchado bien?¿ Serían figuraciones suyas? Pero en la expresión de su rostro no cabía lugar a dudas. La mirada estaba fija en su cara, quizá esperando una respuesta. ¿Qué exactamente le había dicho?¿Qué quería de ella? No quería pararse a pensarlo. No podía ni imaginar que se burlase de ella. No lo resistiría. Se miraban uno al otro, muy serios. Él avanzó hacia ella y depositó un beso en su mejilla, al tiempo que con su brazo la acercaba más a él, apretando su cintura.

Ella creyó desmayarse. ¡Tanto tiempo deseándolo! ¡Tanto tiempo en sus fantasías y, ahora que lo tenía allí delante, presionando su cintura y aspirando el perfume varonil de él, la pareció absurdo y totalmente mentira! No era una mujer de mundo como las que acostumbra  tener al retortero. Era una simple asistente de él, ni más ni menos. ¿Quería seducirla? En la mesa que ocupaban había dos copas y una botella de champán en una hielera, envuelta la botella en una servilleta blanquísima. Sendas copas tenían  el líquido con tonalidades suavemente rosadas. Las burbujas subían a través del cristal y ella estaba como magnetizada. La cabeza le daba vueltas ante esa situación que no terminaba de creerse. Ella era una chica corriente, sin nada bello y especial. ¿Por qué se comportaba de esta forma? ¿Qué quería de ella? No lo sabía ni la importaba. Tomó su copa y la apuró de una vez.

— Tranquila, tranquila. Tenemos más en la botella. ¿Qué te ocurre?

— Quiero más — es lo único que atinó a decir.

Tomó su mano y la apretó ligeramente, mientras sonreía de medio lado, tan característico en él. No entendía nada, y necesitaba ver las cosas muy claras, antes de que el champán terminara de nublar sus sentidos. ¿Quería que se le nublaran? Si. Con todas sus fuerzas. No deseaba nada más en el mundo. Lo deseaba y lo temía, a un mismo tiempo. Nada había deseado más que a ese hombre, ese hombre que tenía delante, que la hiciera pecar en un sombrío romance. Había tal erotismo en su forma de mirarla que no sabía muy bien distinguir si fuera deseo o necesidad de hombre frustrado al haber perdido su noche. 

¿Acaso ella estaba allí para ser segundona? ¿ Por qué entonces la miraba de esa forma tan extraña, y tan especial al mismo tiempo? Su mirada la abrasaba. Esperaba alguna palabra de ella, pero no salían de su garganta. Creía intuir algo, pero necesitaba escucharlo de su boca. Necesitaba saber lo que deseaba de ella y, aunque estuviera en lo cierto de lo que requería, necesitaba que, al menos por una vez, la dijera eso que esperaba desde hacía tiempo y que sus labios no pronunciaban: "te quiero".

¿Sería ella la que amara y él, recibiera ese sentimiento? Había escuchado a una mujer mayor, divorciada por cierto, que, en una pareja, uno siempre da, el otro recibe y se deja querer. Era eso lo que la ocurría. Si acaso él la propusiera ir a un hotel ¿aceptaría?  Pidió que la sirviera otra copa

— Despacio nena. Ya llevas tres. No quiero llevarte a casa en brazos.

Pues, ella en cambio, es lo que más deseaba. Sentirse amada y deseada por ese hombre que le había robado el corazón, sin dejarla vivir tranquila desde que le conociera.

— Yo si. Es lo que más deseo — dijo con una lengua pegada al paladar que a duras penas podía articular

— No estás hablando en serio. No eres tú misma. No la jovencita, algo estrafalaria, que se aburre soberanamente de mi y de mi entorno. No bebas más o terminaremos la noche ...No tientes a la suerte

— ¿Qué pasaría si la tiento? ¿Eh? ¿No soy lo suficientemente bella para ti? Dime. Necesito saberlo

— No digas nada. Mañana te vas a arrepentir. Lo bueno es que no lo recordarás . Y si, eres más bella de lo que pudiera desear. Y sí, te deseo a tí tanto como tú a mi. Pero no estoy seguro de lo que estás insinuando. No estás bien, y mañana me culparías de todo lo ocurrido

— Quiero culparte de todo. Porque en realidad eres culpable. Me has cogido del brazo, de la mano, de la cintura, Me has tuteado y no has dejado de mirarme en toda la noche ¿Es mentira? ¿Por qué lo haces?

— Tu también me estás tuteando. En serio no bebas más. Voy a llevarte a casa

Ella se echó a reír, con esa inconsciencia de quién no está acostumbrada a hacer excesos etílicos, pero hablando con sinceridad tal y como hacemos cada vez que perdemos el control. Llamó al camarero para pedir agua y un vaso grande.

— Bebe. Todo el vaso

— No tengo sed

— No importa, bebe. Lo necesitas. De lo contrario no se cumplirán tus deseos... ni los míos.  Contigo así no. Ni hablar.

La hizo beber dos vasos grandes de agua y pidió a una camarera  que la acompañara al servicio. Necesitaría vaciar su vejiga de forma inmediata. Y después según se encontrara, ya vería. Había planificado esa 6noche de una forma muy distinta a como se estaba desarrollando. La llevaría a su casa, la acostaría y se quedaría de guardia por si acaso necesitaba que llamase a alguien. No era la noche perfecta, pero la cuidaría. Es lo que más deseaba desde que la vio por primera vez, aunque aquella noche la diera un susto de muerte.

Tenía que tener fuerza de voluntad. Deseaba a esa mujer, pero la deseaba consciente participando lo mismo que él, y no estaba en condiciones para ello. 

Ella apenas se podía mantener despierta. Irían a su casa. Allí había espacio suficiente para que cada uno de ellos pudiera descansar en una habitación, sin peligro de murmuraciones al día siguiente  por el servicio.

La dio un café cargado que no se pudo tomar, ya que mientras lo preparaba, ella se quedó dormida en el sofá. ¿ Qué hacer? ¿Trasladarla a un dormitorio? ¿Desvestirla? Mejor sería acomodarla allí mismo. Taparla con una manta y, en todo caso aflojar los broches del vestido para que la sangre circulara por su cintura. La descalzó y estiro sus piernas. Después la tapó y dejó una lámpara encendida para que se orientara en donde estaba, si acaso se despertara.

Besó su frente y se detuvo durante unos instantes en observar su rostro. Pese a estar medio borracha, era de belleza sublime, de esas bellezas que reflejan en su rostro la del interior que poseen. Ella se rebulló y se puso boca arriba. Suspiró brevemente, y siguió durmiendo. 

Escribió una nota que puso debajo de un platito, y en él unas pastillas contra el dolor de cabeza que seguro tendría en cuanto despertara. Antes de cerrar la puerta, se detuvo en el dintel para mirarla por última vez en aquel día tan extraño, que comenzó raramente y terminó más extraño aún.

sábado, 28 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 8 - Pigmalión

 A la hora exacta, el timbre del portero automático se escuchó. Evelyn se asustó al oírlo, no es porque tuviera miedo, aunque en cierto modo si, pero es que estaba muy nerviosa pensando en el papel que tenía que desempeñar en esa dichosa reunión. Pulsó el botón de la entrada y le vió traspasar la puerta. Por lo poco que podía apreciarse en el visor, venía de esmoquin. Ella, instintivamente se miró el vestido, y alisó con una mano su falda impecable. Estaba preciosa, tal y como había dicho Nadine., aunque ella no se viera así.

Llevaba un vestido azul azafata con escote palabra de honor,  de seda salvaje que se recogía en la cintura formando unos pliegues, que se abrían en la falda. Era de largo medio. Con zapatos negros  de tacón altísimo, con lo cual tenía miedo de dar un traspiés y terminar en el suelo estrepitosamente Se realzaba más el color dorado y rojizo de su cabello. La habían maquillado muy discretamente: "No necesitas muchos arreglos. Tienes un cutis prefecto. Estás muy guapa" — la dijo el estilista, afirmándolo Nadine.



No llevaba más adornos en el escote, tampoco los necesitaba. Tan sólo unos botones de cristal  Swarosky como si fueran zafiros, a modo de pendientes. Los  adoraba. Se los compró con el primer sueldo que ganó cuando entró a trabajar con el señor Sutton.

Rápidamente antes de que él estuviera frente a su puerta, repasó lo que debía llevar: un  pequeño bolso con una polvera  para un retoque. Las llaves de su apartamento , un pañuelo y un diminuto frasquito con el perfume que la habían puesto en el salón de belleza.  Carraspeó, aspiró aire,  irguió  sus hombros y se dispuso a abrir la puerta a su jefe, que la aguardaba.

Cuando le franqueó la entrada, ambos se miraron. Ella rápidamente, él se detuvo más en analizar su silueta y su rostro que denotaba impaciencia. Ninguno dijo nada. Pasados unos instantes, fue ella la que se atrevió a pedirle su aprobación. No quería ni pensar  si acaso le resultase excesivo, o falto de algo, o extremadamente ambicioso. La dio un repaso, indicando  con su dedo índice que girara ante él. Ella cada vez más nerviosa. Al llegar de nuevo al frente, sintió que los nervios se aflojaban.: sonreía altamente satisfecho.

— ¡ Increíble ! La Cenicienta cobra vida. He de felicitar a Nadine, Ha hecho un pleno. Estás francamente preciosa. Creo que voy a tener que pelearme esta noche con alguno que no dejarán de acosarte con la mirada.

— ¡No por Dios! ¿Da su aprobación ?

— ¿Qué si doy mi aprobación? ¿Cómo se te ocurren esas cosas? ¡Naturalmente! Has sobrepasado todas mis expectativas. Mañana llamaré a Nadine para felicitarla. Y ahora vámonos

—¿Me ha tuteado? — se dijo asombrada

La ofreció galantemente su brazo para que ella se apoyase, algo que agradeció sobre manera ya que no tenía ninguna seguridad con esos tacones.

Con la aprobación del jefe, recobró algo su tranquilidad. Nunca imaginó que iría de su brazo, que la abriría la puerta del coche, y que al estar dentro, apretaría suavemente su mano para infundirla seguridad. Pero todo eso había ocurrido, y además había que agregar la profunda mirada que la dedicó al llegar a su casa al encontrarse con ella frente a frente. Y...¡llamarla de tú!

Enseguida llegaron. Los coches esperaban su turno para que el portero se hiciera cargo de ellos. La entrada a ese lugar era un derroche obsceno de lujo que ella nunca había tenido oportunidad de ver tan de cerca. Sólo en algún reportaje de la televisión de la casa real, llegando a alguna fiesta del cumpleaños de la reina o alguno por el estilo.

Estaba viviendo un sueño que nunca imaginó. Mentalmente perdonó las exigencias y las extravagancias de su jefe, que ahora, iba orgulloso portando el brazo de aquella dama que todos miraban y admiraban, al no ser conocida. Las mujeres, sin recato alguno, la buscaban con la mirada. Los hombres a hurtadillas de sus mujeres interiormente admiraban y envidiaban a Benjamín Sutton, el joven lord heredero de una enorme fortuna. Todos pensaban que la dilapidaría en un santiamén, a no ser que su nueva novia frenara sus derroches por todos conocidos.

Todos daban por sentado que la mujer que iba de su brazo, no era una mujer más en su vida, sino la elegida para acompañarle en algo más que a una fiesta. Nunca le habían visto mostrarse tan sonriente dando el brazo a aquella preciosa mujer algo seria, presumiendo de pareja. Sin embargo ella parecía que no le agradaban las miradas  ni los comentarios que, a sus espaldas, presentía murmurasen.

Sabía que se preguntarían:¿Quién será? ¿De donde la ha sacado? ¡ Qué calladito lo tenía! ¿Le veremos al fin sentar la cabeza?

—¿ Por qué tanta preocupación por lo que hacían los demás? —Se preguntaba ella. Se dio cuenta que él sabía lo que pasaría, por eso tenía tanto interés en que fuera impecable. Y lo había conseguido. Sería la comidilla de todos. Pedía mentalmente que no hubieran periodistas de las revistas del corazón, o de los ecos de sociedad. Deseaba ardientemente que esa noche pasara rápidamente, seguir con su vida y, que nadie la identificase como la secretaria de él. La que vestía normalmente con unos vaqueros y una blusa o jersey excesivamente grande y de marca desconocida. Nada que ver con lo que vestía en ese momento. La sacó de sus reflexiones la voz de él y el ligero apretón de la mano que posaba sobre su brazo:

— ¿Estás nerviosa? No lo estés. Lo de esta gente es todo fachada. La mayoría están totalmente arruinados y hartos de sus mujeres. Por eso devoran cualquier novedad que se presente, y hoy, nos ha tocado a nosotros. Estás espectacular — volvió a repetírselo.

Ella se acordaba de la película que vió cuando era muy niña: My fair lady. ¿Sería su Pigmalión? Ella no necesitaba quién la instruyera. Había recibido la educación acorde con su status social,  como el de cualquier mujer trabajadora, sin cargas familiares, independiente y dueña de su vida. No aspiraba a escalar puestos. Por no aspirar ni siquiera pensaba en tener familia algún día. O sea que el personaje de la famosa película, estaba muy, pero que muy, alejada de lo que sería su vida. Sólo debía preocuparse de no perder su trabajo, cubrir sus gastos y tener el suficiente dinero como para hacer un viajecito a cualquier lugar de vacaciones en el verano.

Pero mucho se temía que él, a partir de esa noche,  viviría con el mantra de hacerla cambiar ¿Seguía pensando en dejar ese empleo por su causa? Si se comportara con la amabilidad de esta noche, se lo pensaría. Pero claro, eso se desvanecería al mismo tiempo que la fiesta.

Lo que más temía es que la dejara sola entre tanta gente extraña. Miraba a todos lados, y a veces, parecía como un animalillo asustado buscando una salida. Él se daba cuenta de ello y la sujetaba por el brazo o tomándola de la mano. Quería infundirla seguridad, pero comprendía que era muy difícil desempeñar un papel al que, no sólo no estaba acostumbrada, sino  no conocer a nadie.

Evelyn observo, que con frecuencia, buscaba con la mirada a alguien, recorriendo de vez en cuando el salón. Comprendió que en realidad buscaba a su acompañante de siempre, y pareciera que no estaba. Hasta que al fin, sus ojos se detuvieron en una figura femenina. No podía ser más que ella. Era una mujer deslumbrante, muy bella y pisando seguro el terreno. Sus ojos se encontraron y una sonrisa en ella, y una mirada seria en él que parecía un interrogante.

Ella sobraba en aquella reunión. Se fijó más en el diálogo en silencio que mantenía su jefe con quién fuera. El entrecejo de él permanecía fruncido, a todas luces se notaba que no le había gustado nada  lo que fuera que fuese que le enojaba. Ella en un momento determinado hizo una ligera mueca  que parecía indicar: ¿Qué pasa?

Ellos sabrían lo que se traían entre manos, pero Evelyn sintió que sus cinco minutos de gloria habían terminado. Era una situación violenta. Se notaba claramente, que, a pesar de que la mantuviera de la mano, su cabeza estaba al otro lado del salón y, pronto no sería la única que se diera cuenta.

— Creo que debo irme — dijo en voz baja

— ¿ Por qué ?— respondió él

— He cumplido con mi cometido y no deseo estorbar

— ¿A quién piensas que estorbas?

— A ustedes dos. Todo el mundo se va a dar cuenta de que mantienen un diálogo silencioso. Hasta yo lo he notado.

— ¿Te sientes inferior?

— Es que lo soy. Estoy aquí porque mi jefe lo ha ordenado. Me ha vestido lo mismo que a una princesa y, francamente, estoy haciendo un papelón, máxime ahora que esta muerto de ganas por ir con esa mujer .Estoy incómoda. Es muy dueño de hacer lo que quiera con su vida, pero no debe inmiscuir a otra persona. No es justo ni correcto.

— Esta bien vayámonos

—¡No! No he dicho que me lleve a casa. Puedo tomar un taxi; hasta ahí llego. Disfrute de su noche. Aquí no pinto nada. Es decir, nunca debí dejar que me embaucara en esta absurda representación ¿Por qué lo hizo? ¿Por dar celos a esa mujer?

— He dicho que te llevo a casa. Yo tampoco me estoy divirtiendo.

Pese a que insistió varias veces en que deseaba ir sola, no lo consiguió. Era bastante cabezota cuando se lo proponía.

—Voy a buscar el coche ¿Me esperas o vienes conmigo?

— Mejor voy con usted, si no le importa.

—¿Entiendes por qué digo que son aburridísimas? Es muy pronto. Voy a llevarte a otro lugar. Allí no nos conoce nadie y podremos charlar tranquilamente y tomarnos una copa. Yo tengo sed ¿Y tú?

No sabía qué responder. Todo lo pensaba y lo hacía muy deprisa, sin darla tiempo a rechazar o a aceptar. Lo cierto era que "esa era su noche". Para eso se había gastado en ella un montón de billetes que nunca había visto juntos. Estaba confundida; aquella noche había hecho algo que no era usual en él y la confusión la mareaba: La cogía de la mano fuertemente y la tuteaba. En principio creyó que sería por las apariencias, pero ahora estaban solos y seguía en sus trece. No quería ir más allá. No deseaba analizar todo aquello. Sólo sabía que su corazón latía a unas pulsaciones desacostumbradas.

viernes, 27 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 7 - Una rosa, es una rosa

 Al dejar su bolso dentro de un cajón de su escritorio, detuvo nuevamente  su atención en el jarroncito con la rosa. Estaba segura que fue él quién lo puso ¿Cómo debía interpretarlo? ¿Cómo pidiendo disculpas? No lo creía. Él no era de ese tipo de hombre; simplemente si tenía que hacerlo te lo soltaba a bocajarro. La cogió entre sus manos y lo acerco a su nariz, para disfrutar del aroma agridulce de la rosa, y lo bajó hasta sus labios. Ella misma se asustó de su atrevimiento, y aún sabiendo que estaba sola, miró a un lado y a otro, como si alguien la observara.

— Vuelve. Vuelve a lo tuyo —Se dijo, recordando que, cuando atendiera su papeleo, bajaría hasta la administración para tratar de ayudar a sus compañeros de no hace tanto tiempo.  Poco o nada había cambiado su situación. Se aburría tanto, se impacientaba tanto que, cuando no estaba dando paseos por la estancia, se ponía a leer. Se había traído una novela de su casa. Su jornada era de ocho horas, de las cuales, contando con los dedos de una mano, tan sólo trabajaba cuatro como mucho, y eso porque se había ofrecido para ayudar a Lissa con el beneplácito de Frederick

Esperaba que ese gesto no incomodara a su jefe, ya que, en definitiva, seguía trabajando para él. Decidió volver a su  antiguo despacho . Ya estaba en  la escalera, cuando escuchó el repiquetear del teléfono. Salió corriendo los pocos metros que la separaban de él. El corazón le latía deprisa. No era debido al esfuerzo en la carrera, sino a la regañina que a buen seguro se iba a llevar.

— ¿Qué demonios estaba haciendo que hace una hora que la llamo? ¿ Dónde estaba?

—  Perdón señor  Sutton. Estaba dirigiéndome por  un momento, al despacho de contabilidad. Ha sido solo un momento

— ¿Un momento dice? Es la tercera vez que la llamo. Venga a mi despacho de inmediato. Sin demoras. Yo trabajo ¿sabe?

¿Qué majadería significaba eso? ¡ Ella también trabajaba ! Si no la tuviera allí encerrada  quizás rendiría más, si es que era  de eso de lo que se quejaba. A pesar de saber que no tenía razón para su bronca, iba intranquila. Sabía que en cuanto la tuviera delante, le iban a caer chuzos de punta. Y era totalmente injusto. Pero él era el jefe. El amo y señor de vidas y haciendas.  Cada vez que surgía alguna discusión con él, se reafirmaba más en que tenía que marcharse. Le faltaba decisión, pero tal y como se estaban poniendo las cosas, tendría que hacerlo antes y con antes.

Cogió su cuaderno de notas, el bolígrafo y salió  a escape en dirección al despacho de su jefe. No tenía miedo a lo que la dijera. Sabía que no tendría razón. Ella no estaba estafando a nadie en su trabajo, había sido él mismo quién así lo dispusiera.  Tocó dos veces en la puerta, suavemente y, al otro lado la voz áspera de Benjamín  la respondió secamente:

— Pase

— Buenos días señor.

—- Buenos días —la respondió algo más suavemente.— Perdón si le han incomodado mis formas. Pido disculpas, pero es que presiento que hoy no va a ser mi día, así que por favor, no me contradiga en lo que voy a decirla.

— No lo deseo... Nunca. Ni ahora, ni en otras ocasiones.

— Está bien. Comencemos. Mañana hemos de asistir a un fiesta que me organiza un círculo de señores de esos que no tienen nada que hacer y sólo tienen tiempo para ir a un club a hablar de política y de alguna noticia que se produzca en ese momento. Bien. Al hacerme cargo de la herencia recibida, han creído oportuno homenajearme. No sé muy bien por qué, pero el caso es que habrá cena y presentaciones. Quiero que me acompañe.

— ¿ Yoooo? Pero si... No conozco a nadie y no pertenezco a su círculo. Sólo soy su secretaria

— ¡Claro! Y en ese concepto quiero que me acompañe. Además estaría mal acudir sin pareja. Ellos ignoran quién es mi secretaria, así que perfectamente puede pasar por una compañera de turno

— ¡ Se ha vuelto loco ! No soy un parche para nadie, por muy lord que sea y por mucho dinero que tenga. No señor, no iré. Seguro que será fuera de mi horario laboral, así que no tengo obligación de hacerlo.

— ¿Y si se lo pidiera como un favor personal?

Ella se quedó mirándole pensativamente y sin saber qué decir. Mascullaba interiormente que para ella no era ningún sacrificio, pero no deseaba pasar por ese trámite, porque cada paso que daba era para hundirla más en la miseria. Ella sola sabía lo que estaba ocurriendo en su vida, cada vez más acelerada por el carácter de este hombre que había puesto su mundo patas arriba. ¿Cómo decirle que la estaba haciendo polvo en sus sentimientos?

Por unos instantes, que parecieron eternos, ambos se miraban fijamente a los ojos. Él como suplicándola que aceptara y, ella rechazándolo y aceptándolo a un tiempo. ¿Por qué la pasaban estas cosas? Ella tenía una vida tranquila y reposada, en la que nunca ocurría nada. Y de repente, todo se había complicado desde que le había conocido.

Quizá que para esas fechas, de no haberle conocido, podría haber  tenido un novio normal, con un trabajo normal, con un futuro normal. Pero, apareció él en su vida trastocando todo. Se asombró ella misma al escuchar su voz que no reconocía como propia:

— Está bien, le acompañaré. Pero... No, no puedo. He recordado algo— dijo asustada.

— ¿Cuán importante es  que no lo recordaba? ¿Se está quedando conmigo? Si lo rechaza dígalo abiertamente. Todavía no me he comido a nadie.

—No, no es eso...No tengo ropa apropiada para ese evento. Nunca he tenido necesidad de verme en una circunstancia como esta.

— ¿Es ese el problema? ¿ No es que le repele acompañarme?

— ¡ No, claro que no! No trabajaría para usted si así fuera. Aunque me lo estoy pensando — Calló  este último pensamiento.

—¡ Acabáramos ! Si ese es el problema lo solucionamos rápidamente.

Arrancó una hojita del calendario que tenía sobre su mesa y, se puso a escribir frenéticamente.

— Y ahora ¿Qué le ocurre? Nunca entenderé a este hombre, Va a terminar por volverme loca. — se dijo.

— Aquí tiene una dirección y un nombre por el que preguntar. Es una asesora de imagen que habitualmente ... 

Y ahí se cortó, pero no hizo falta continuar explicándose. Evelyn había entendido perfectamente que se trataba de alguien que surtía  de ropa a sus conquistas. Pero ella no era ni una conquista ni un ligue momentáneo. Dejó sus pensamientos a un lado, cuando él siguió dando instrucciones, como un militar a su ejército.

— Llámela inmediatamente que terminemos. En esta hoja he apuntado su nombre y su teléfono. Yo hablaré con ella y la explicaré lo que deseo.

— ¿Lo que usted desea? Soy yo la que ha de elegir. No soy ninguno de sus juguetes ¿sabe?

— Lo sé. Lo sé. Pero no es necesario que se ponga así. Jamás se me ocurriría tal cosa. Simplemente corre prisa porque no hay tiempo, y esta empresa lo puede hacer posible. Es así de sencillo.

— Está bien. Procuraré no dejarle en mal lugar ¿ Eso es todo? Faltaré todo el día ya que también habré de ir a la peluquería. Por cierto no me ha dicho la hora y el lugar en el que debo estar

— No se preocupe. Pasaré a recogerla a su domicilio. Habrá de estar lista a las siete de la tarde. Valoro la puntualidad, así que cuando vaya quiero que esté lista.

— No se preocupe. Así estaré

Ese día y parte del siguiente fue de una frenética actividad para ella. Menos mal que tenía a la asesora que la facilitaba mucho las cosas. Y fue ella la que eligió el vestido que luciría acorde con su fisonomía. Se lo probó por si hubiera que retocarlo y, al aparecer ante la asesora, la sonrisa de ella la indicó que estaba acorde con lo solicitado:

— Si señor. Si señor. Es perfecto 

Es todo cuanto dijo, pero en su rostro bailaba una sonrisa de satisfacción. Y lo cierto es que no parecía  la chica tímida y corriente, que había entrado por la puerta de su establecimiento después de recibir la llamada de uno de los clientes más exclusivos que tenía su firma.

Como mujer experimentada y acostumbrada a distintas situaciones, intuyó de inmediato que esa chica podía volver loco a cualquier hombre, si es que no lo hubiera hecho ya con su jefe.

En la peluquería y bajo la experta mirada de Nadine, la asesora, recortaron su cabello dándole forma, así como unos reflejos cobrizos que hacían contraste con su cabello rubio. Al día siguiente volvería al instituto de belleza para proceder a maquillarla.

Nadine no quiso perderse el resultado final. Estaba muy satisfecha con el resultado. Lo cierto era que Evelyn se prestaba para el lucimiento de la asesora. 

— Estas deslumbrante querida. Vas a volver loco a tu novio

Evelyn se echó a reír con la salida de Nadine. ¡ Qué más quisiera ella que volver loco a alguien... a su jefe, por ejemplo! Pero guardó silencio buscando en su cabeza las palabras adecuadas para la respuesta. Sólo se le ocurrió una frase muy manida que nadie creyó:

— No tengo novio

— ¿Qué no tienes novios? ¿Y a qué esperas?

Ambas se echaron a reír. Sólo ella sabía el porqué no tenía novio.

jueves, 26 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 6 - Un puesto de trabajo grande, en un lugar aún más grande

De pie en la estancia, lo miraba todo con curiosidad. Era la primera vez que entraba en ella. Era grande muy grande, o acaso a ella se lo parecía. Se quitó el abrigo y la bufanda, dejando su ropa y el bolso sobre el sillón que tenía frente a ella. Si en un principio estaba nerviosa, ante aquella habitación , se sintió abrumada. Era como si de repente hubiera entrado en una dependencia de algún palacio. Pero no lo estaba, sino en el que sería su despacho de ahora en adelante.

Tras dos semanas transcurridas desde que se lo propusiera, Evelyn comenzaría a partir de ese día a trabajar para él en exclusiva. Había aceptado ese puesto a regañadientes. No terminaba de convencerla. No se acostumbraba a la mirada inquisitiva de su jefe. Cada vez que la miraba, tenía la sensación de que quisiera penetrar más en su cabeza. Adelantarse a los pensamientos de ella que, por cierto no terminaban de ser benévolos con él. No terminaba de conectar. Reconocía que él hacía esfuerzos porque se sintiera cómoda, pero algo en su interior se revelaba a ceder ante el atractivo de su jefe. Presentía que su situación nunca sería cómoda, además sabiendo de sus credenciales, mucho menos. Si continuaba por ese camino, le iba a ser muy difícil no alterarse. La ventaja sería que él no pararía mucho por ese despacho, estaría sola la mayoría del tiempo y de los días.

Habían organizado juntos la agenda de trabajo, y tenía razón: su vida daría un vuelco de ciento ochenta grados. 

Depositó la ropa que ella había dejado en el sillón frente a ella, en el sofá, sentándose al otro lado del escritorio. . El corazón de Evelyn se alborotaba al tenerle tan cerca. Debía concentrarse. El plano había cambiado, ya no era una reunión informal como la de aquella comida, sino que era una planificación de trabajo. Ante su sorpresa, al no creerle capaz, se había convertido en responsable y hasta preocupado por , no sólo preservar  la herencia recibida, sino engrandecerla.  

Hasta su olfato, llegaba la loción de él. No sabía si era su perfume habitual, o para después del afeitado. Estaba rasurado al límite, y por eso pensó que sería algún tónico que usara para la irritación del afeitado.  El cabello rizado. Le caía alguna guedeja sobre la frente, que, arrugada sin duda por preocupación, estaba absorto leyendo y releyendo algún documento, que ella había subrayado en el portafolios.

Nunca había optado por sentarse allí, en ese espacio que creyó ser sólo y exclusivamente de ella, olvidando quizá que no era de su propiedad, sino dónde él vivía. Carraspeó ligeramente para centrarse en lo que él examinaba con tanta atención. Debía volver para  aterrizar en la Tierra y dejar de observar al adonis que tenía delante y que era nada más y nada menos que su jefe, al que  no dejaba de mirar sin atender al documento.

— Tome un caramelo — Sin esperarlo ella parpadeó tratando de atender lo que la decía

— Perdón  ¿Me decía algo ?

— Si. Está distraída y seguramente algo constipada de ahí que carraspeé. Tome un caramelo. Le puse una cajita, a las que tan aficionadas son las mujeres, con caramelos de menta. Observo que le pasa a menudo.

Si antes estaba nerviosa, ahora, después de la observación hecha, lo estaba mucho más ¿Tan evidente era?

— ¡Oh, gracias por el detalle! Pero ahora no. Cuando terminemos

— Como quiera.

Pronunció esas palabras sin mirarla. No despegó los ojos del papel que tenía delante. Ella sin embargo , a ratos, seguía clavando sus ojos en la cabeza de él, que tenía baja examinando lo que leía.

— Frena, frena. Por favor, para ya. Se va a dar cuenta de que te distrae, y no le falta nada más que averiguar que le interesas para pavonearse aún  más delante de tí.  ¿Dónde ha ido a parar la chica responsable que trabajaba en el despacho de Frederick?

No lo sabía, es decir ¡ claro que lo sabía! y eso  reafirmaba aún más que no podía seguir por esos derroteros. Sólo tenía dos caminos: centrarse sólo en su trabajo olvidando las fantasías, o, buscar otro empleo. Mucho se temía que, de seguir así, terminaría perdiendo la cabeza por ese hombre caprichoso, irresponsable, mujeriego... y no sabía cuántas cosas más. Era la viva representación del dios griego Eros. Sería para otras, pero para ella no. Su buen juicio se lo exigía.

— Bien, está todo claro. Muy buen informe. Creo que vamos a trabajar muy bien juntos

Y dio por terminado su trabajo con ella, al menos por ese día. La había felicitado. Se levantó de la silla que ocupaba y salió sin decir más. Por un lado se alegraba de que él comprobase de que era eficiente, trabajadora y...no sabía cuántas palabras amables resonaban en su cabeza. Pero lo cierto es que él sólo veía su trabajo bien hecho, nada más, y era como debía ser.

Comenzó a organizar su escritorio que estaba lleno de papeles con los que había estado trabajando. Lentamente archivó unos, dejó aparte otros...Había terminado "su momento " de gloria. Volvía a estar sola en aquella habitación.

Echó la mirada al frente y, como si no la hubiera visto en su vida, comenzó a examinarla, buscando quizá alguna explicación del por qué la había acoplado en aquél lugar.

Frente a ella, había un gran ventanal que daba a un jardín . Las cortinas se movían alegres al impulso del aire que entraba por él. Se acercó, para al menos, recibir un poco de brisa que llenase sus pulmones abandonando la tensión que había vivido durante... ¿Cuánto? ¿Una hora, dos...? ¿Se le había hecho corto o más bien interminable? No lo sabía.

Siguió recorriendo la estancia como subyugada, como si fuera en ese mismo instante que la viera por primera vez. Giró la cabeza hacia su derecha. Un sillón con pinta de ser cómodo, y en el que no se había sentado aún. Y lo hizo por primera vez. Con una leve sonrisa, acarició los brazos del sillón y siguió disfrutando del itinerario por la habitación, probablemente soñando.  

A uno de los lados, había una mesa velador. Una lámpara,  un jarroncito de porcelana y una caja del mismo material. componían el decorado. Seguía a continuación una estantería repleta de libros. Algunos debían ser antiguos, se notaba por sus gastadas portadas. Todos los que tenían esas características, estaban en el mismo lugar. Se levantó y, suavemente, con el dedo índice acarició los lomos, con reverencia.

Anduvo unos pasos recorriendo la otra parte de la biblioteca. Eran libros buenos, muy buenos, pero más modernos. Llegó al lugar en el que habían situado su mesa de escritorio. Prácticamente estaba en el centro de la estancia. Detrás del  mismo había un mueble no demasiado grande, con fotografías enmarcadas en plata y se paró ante ellas. Eran fotos familiares, de las que entre todas ellas, sólo reconoció a una persona : a él.

Levantó la vista y siguió con su inspección. Una pared, forrada de madera noble de la que colgaba un cuadro de tamaño regular en la que había una pareja. Estaba pintado al óleo. Se acercó para comprobar la firma del autor, ilegible. Representaba a un hombre y una mujer. Ella sentada en un sillón, probablemente el mismo en el que ella lo había hecho hacía tan sólo unos instantes. Bellísima, cuyo rostro recordaba a otro más conocido y cercano. Dedujo que serían sus padres. El hombre estaba detrás de ella, apoyada la mano sobre su hombro. Era magnífico. A los laterales, unos más pequeños de naturaleza muerta. Soberbios también y de muy buena firma.

 Debajo, una gran chimenea que nunca se encendía, según la dijo Margaret, y entendió por qué. Sobre el poyete de la misma. Nuevas fotografías familiares, una figura de porcelana de biscuit. Se trataba de una mujer sentada portando en sus brazos un gran ramo de flores, de forma horizontal.  Debía ser muy antigua, y probablemente fuera la preferida de la dama. A su lado un pequeño jarrón en el que nunca faltaban flores.  A continuación había otro mueble tipo secreter de madera y estilo noble. Se repetía de nuevo otro velador con un gran jarrón de peonías color ciclamen y rosa, junto al ventanal.

Pero era tan grande la estancia, que aún cabían más muebles: frente a la chimenea un sofá de piel y, frente a él dos sillones separados por una mesita con cajitas de plata coleccionables. La alfombra era gruesa y antigua, como todo el contenido de la misma.

— Debe ser su santuario. Me podía haber puesto en otra habitación no tan formal y posiblemente con tantos recuerdos para él. Y yo también estaría menos cohibida ante esta decoración.

Se sentó nuevamente en su escritorio y, apoyando la cabeza sobre sus brazos comenzó a rememorar en su interior el despacho en donde había trabajado hasta entonces. Era de muebles regios, pero bastante más alegre. En sus paredes había fotografías de caballos, preciosos, pero nada que recordase a épocas pasadas. También era grande,  confortable. Sólo estaba el escritorio de Frederick, el de ella y un par de sillones para las visitas.

Y se dio cuenta de que les echaba de menos. Echaba de menos el té que Margaret les llevaba cada día puntualmente a las cinco. La charla que seguía mientas lo tomaban, e incluso se permitían tener hilo musical porque Frederick era un entusiasta de la ópera italiana. Ella terminó, también , por adorarla. ¡Qué distinto todo al lugar al que la habían destinado! Sola casi siempre, exceptuando cuando Lissa, la nueva secretaria de Frederick, subía en cualquier momento para charlar un ratito con ella. Se sentía desterrada, arrinconada y no sabía muy bien por qué ya que, hasta ese momento, nadie se había quejado de ella.

Además estaba también, el poco trabajo que tenía y el total aburrimiento que sentía. Lo de hoy había sido una excepción, porque él casi nunca pasaba por su despacho. Todas las instrucciones eran a través del teléfono o del portafolios dejado en su escritorio por las mañanas cuando ella entraba a trabajar.

Al día siguiente se encontró en un lado de su mesa, un pequeño búcaro con una rosa de color pálido. Lo miró extrañada, pero interpretó que era una galantería de su jefe por el buen trabajo que había realizado ¿Qué pensaba, que no sería capaz de hacerlo? Pues ella, bien que tuvo sus dudas al principio.


miércoles, 25 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 5 - Una llamada inesperada

 El saludo con Frederick fue amable y cariñoso. Evelyn creyó oportuno salir del despacho, por si ellos tuvieran que hablar de algo más personal. Se apreciaban mutuamente ya que se conocían desde que Benjamín era poco menos que adolescente. Había trabajado con ellos desde hacía muchos años, conociendo a casi todos los miembros de la familia. 

Hacía poco que había entrado a formar parte de la nómina Sutton cuando el lord mayor murió dejando heredero a su primogénito Patrick, de triste destino también.

Benjamín se entretuvo bastante charlando con él. Cuando terminaron de conversar, a su salida, la saludó con una inclinación de cabeza, pero en su cara mostraba un gesto algo distinto al que fue a su entrada. Estaba como enfadado. Eso al menos es lo que pensó Evelyn. Ni siquiera se la ocurrió imaginar que, quizá fuese debido a la no respuesta dada a la pregunta que la formuló antes de que entrara el administrador. Daría cualquier cosa por saber cuál era, pero ya no había remedio. 

La intriga estuvo bailando en su cabeza durante todo el día, hasta que interrumpió la jornada para ir a almorzar. Se estaba poniendo el impermeable cuando el teléfono de su mesa sonó con un número interior

— ¡Vaya, ahora que salía a almorzar!¿Quién será?— pensó contrariada

— ¿Se digna responderme?

Ella reconoció su voz, pero estaba tan nerviosa que sólo se la ocurría mirar al teléfono como si el aparato pudiera responder. Titubeaba al dar la respuesta ¿Cómo iba a decirle que no prestaba atención a lo que la decía? Que no tenía ni idea de lo que le hablaba. Se la ocurrió una estratagema. Si salía bien, pues...

— Perdón, ¿Quién me llama?

— Y además ¿No me conoce?

— Perdón señor Sutton. Estaba distraída con algo que me tiene inquieta

— ¿Es algo del trabajo? Porque si es así quizá yo pueda solucionarlo ¿Ha almorzado ya?

— No.  Iba ahora.

— Muy bien. No se mueva. Tardo cinco minutos en recogerla.

¿Cómo? ¿Recogerme? ¿Qué significaba eso? No entendía nada. Seguía sin centrarse y eso haría que estuviera de nuevo distraída, pensando en las Batuecas. Los nervios ya los tenía desatados, daba paseos alrededor de la mesa. Miraba al teléfono inquieta y preguntándose porque no le había dicho que tenía compromiso. Tanto pensar en él desde que le viera y, ahora que la invita a comer ¡nada más y nada menos!, se altera.

— Concéntrate. Concéntrate — se decía retorciéndose las manos, atusándose el cabello, repasando su ropa

—¿Crees acaso que te va a llevar al hotel Ritz? A un MacDonald si acaso.

No llegaron a pasar los cinco minutos cuando entró como un ciclón ¿ Por qué todo lo hacía de esa forma? Parecía que le faltaba tiempo para todo, y al contrario, le sobraba a manos llenas, ya que su única ocupación era mirar su agenta y buscar con quién saldría esa noche.

Estaba de espaldas, en uno de esos paseos que daba inquieta  por el despacho desde que supiera que comerían juntos. Él se paró un momento a la entrada observándola, al tiempo que sonreía.

En la cara de ella, no había el más mínimo signo de estar dando saltos de alegría por invitarla a comer. Quizá se hubiera precipitado y no debió hacerlo. Pero lo deseaba. No sabía muy bien por qué, pero así era. Ella se giró y quedaron ambos frente a frente:

— Veo que ya está preparada. Bien pues vayámonos. Ya tengo la mesa reservada.

— Un momento... Un momento. No tan a prisa. ¿Por qué esta invitación? Usted es mi jefe y no es ético comer con usted, como no sea un almuerzo de trabajo

— ¿Quién dice que no lo es? Si me hubiera prestado atención a lo que la pregunté lo tendría más claro. ¿Qué es lo que pensaba? Es mi empleada y debemos guardar las formas, usted que es tan puntillosa con esos temas.

— Perdón... Yo creí que... Bueno pues discúlpeme. Creo que si es algo del trabajo lo podemos gestionar aquí y ahora. Perdón por mi distracción. Es cierto, no le prestaba demasiada atención y no le respondía porque no sabía lo que me había preguntado. Le ruego me disculpe ¿ Qué era lo que me preguntó?

— Olvídelo. Veo que no es factible para lo que pensaba. Entonces ¿Vamos a comer o qué?

— Perdón... Si... De acuerdo

Salieron en silencio. Ella unos pasos más adelante que él. La cedía el paso al traspasar una puerta. Abrió la del coche para que entrara. No hablaban. Ella iba, algunas veces con la cabeza baja. Él imaginaba el mal trago que estaba pasando. Un jefe siempre impone más que respeto: cortedad ante su presencia. Máxime, él que era tan impetuoso, y apenas se conocían. En ese momento no sabía con certeza si la invitación había sido oportuna. Había dicho que era por trabajo, pero en realidad distaba mucho de serlo.

En el fondo no sabía muy bien por qué ese acercamiento hacia ella. No habían tenido casi contacto: sólo un desayuno y... Ni siquiera se había fijado en el color de sus ojos, ni si tenía pretendiente, si estaba casada... Lo sabía y, no lo estaba. Había leído su currículo y en él figuraba como soltera.

Por si tuviera pocas cosas en la cabeza, ahora se imponía ella, su imagen, su sequedad para con él. Aunque probablemente es que le intimidaba su presencia. No lo pretendía, pero siempre provocaba ese efecto la primera vez. Y tenía que reconocer que,  no fue de lo más  acertada.

Conducía él mismo. Era una salida privada. No quería chófer, ni que nadie supiera de ello. No tenía que esconderse, pero era sabedor de la fama que le precedía y... ella era distinta. Además de trabajar para él, era un chica tímida y distinta a todas las féminas con las que  acostumbraba a alternar.

En la puerta de cristal de entrada al restaurante, estaba el nombre del lugar y era super conocido por todas las personas de un poder adquisitivo potente:  Alain Ducasse. Se quedó parada ante ella, con la mirada asombrada y con gesto no muy amable, por cierto. Benjamín, suavemente, puso su mano sobre su espalda, empujándola para que avanzase.

—¿Qué pasa? ¿No la gusta?

— Naturalmente que no. Míreme ¿Cree que vengo vestida para entrar en un lugar como éste?

— Ya lo hago y, créame cosas más extrañas he visto. ¿Qué le pasa a su atuendo? Yo la veo bien... Muy bien

— ¿Se está burlando de mí?

— Ni se me ocurriría. Es usted una chica de genio muy vivo. Me gusta. Me sigue gustando. Venga, entremos ya de una vez. Nos están mirando ¿Desea que vayamos a un MacDonald si se siente más cómoda?

Dió un resoplido marcando en su rostro el desagrado de la elección, pero avanzó unos pasos adelantándose al portero que iba a abrir la puerta. Él sonrió levemente: se había salido con la suya. Para lo que tenía en mente, no sería la primera vez que tuvieran esta misma discusión. Tendrían que acostumbrarse ambos.

Al maître le pidió un reservado lo más alejado posible de las miradas de los demás comensales. A él no le importaba, pero a ella sí. Estaba nerviosa y a disgusto. Esperaba que cuando comenzase a hablar con ella, se le pasara el enfado y al fin tendrían la comida en paz.

 Un aperitivo, no sin antes pedir la conformidad de ella y, mientras elegirían el menú e iría adelantando la propuesta que tenía en mente. Poco a poco, ella se fue relajando. Sus hombros no estaban tan erguidos, tan tensos, y la sonrisa comenzó a hacerse presente. Su sonrisa, le atraía sobremanera. Cada vez que lo hacía, unas lucecitas aparecían en sus ojos, y unos hoyuelos se marcaban ligeramente en sus mejillas.

Para cuando pidieron la comida, estaba totalmente tranquila, posiblemente por los vapores del coctel solicitado como entrante. Se había convertido en otra persona: divertida, ocurrente, sonriente, distendida...

Él la miraba con admiración del cambio experimentado y satisfecho de que, al fin, pudieran conversar como dos amigos y no como empleada y jefe.  Tenía el terreno abonado para que aceptara su proposición. Era un mejor empleo y mejor remunerado, a cambio  debía estar más pendiente de él. Decidió a los postres que ya era hora de explicar el motivo por el que estaban allí. Se jugaba todo a una carta:  aceptaba, o le mandaba a freír espárragos.. Con esto último es con lo que contaba, pero se quedó boquiabierto cuando Evelyn aceptó su nuevo puesto de trabajo.

— De acuerdo acepto, siempre y cuando conozca a la perfección en que consistirá mi tarea, que será única y exclusivamente llevarle la agenda. Francamente, me extraña sobremanera este ofrecimiento. Lo podíamos llevar desde la oficina, sin puestos especiales. Pero bueno, usted es el jefe y usted es el que paga.

— Es necesario. Conoce poco el trabajo que tendremos que desarrollar: en diez días tomaré las riendas. Tendré cenas, comidas, entrevistas, desplazamientos... etcétera. De locos. No. No estoy tan descaminado; ya tendrá la oportunidad de comprobarlo. Frederick tendrá que tomar una sustituta suya. Puedo asegurarle que la va a echar de menos. Se contrarió cuando se lo dije

— ¿Se lo ha dicho? Pero ¡ Si ni siquiera me lo había planteado ! ¿Qué le ha parecido?

— Bien. Le ha parecido bien y me ha dicho que no podía tener mejor ayudante que usted.

— Usted es de los de Juan Palomo

— ¿Quién es ese? 

— ¿No lo sabe? Yo me lo guiso y yo me lo como. Es decir usted lo piensa y...

— Lo he entendido. Lo he entendido.

Tras apurar el café decidieron dar por terminado el almuerzo de trabajo. Tendrían que ponerse manos a la obra desde el día siguiente, para que todo quedase listo para la semana próxima, en que empezaría una nueva trayectoria.

La llevó de regreso a la oficina. Tenía la cabeza revuelta sin poder centrarse en nada. Repasaba mentalmente todo lo acontecido durante esa comida pretendida de trabajo, pero en el fondo pensaba que no lo era. Hacía todo mecánicamente poniendo en orden los papeles. para dejarlo todo al día y que cuando quién  la sustituyera no tuviera problemas ni se interrumpiera el ritmo de la oficina.

Esperó al final de la jornada para hablar con Frederick. Creyó que debía hacerlo, independientemente que el gran jefe hubiera hablado con él. Aún estaría unos días hasta que encontrara  a quien iba a reemplazarla.

Lo que la preocupaba era que, mientras tanto tuviera que atender los dos puestos a la vez. Estaba nerviosa por todo ello, porque iba a desempeñar una labor que desconocía, con alguien que tendría "pegado a su nuca" constantemente y la intimidaba sobremanera.

No terminaba de creer que sería útil para desempeñar ese trabajo y, no lo estaba por la alteración que tenia y de la que era consciente. Nunca la había ocurrido nada igual. Era él quién la tenía nerviosa ¿Por qué ? Pensaba que lo sabía aunque no quería responderse. Le daba miedo lo que en su interior se estaba revelando.

martes, 24 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 4 - Las largas noches en Cheltenham

 Bostezando, despeinado y con el pantalón del pijama en las caderas, Benjamín saluda a esa mañana, gris y medio lluviosa, como es habitual. Ni siquiera se había puesto unas zapatillas. Quizás aún tuviera la resaca de una noche de juerga, como  tenía por costumbre en la mayoría de las ocasiones..

Lentamente, como si le costara andar, se encaminó a la cocina. Algo más despabilado, frunció el ceño, como si le contrariara que, al entrar en esa estancia, no estuviera el movimiento habitual de todos esos días desde que llegara a Cheltenham, es decir el olorcillo sabroso del bacon con los huevos recién hechos, el café humeante en la cafetera, la otra, pitando en la cocina con el agua a punto para hacer el té. El pan tostado y, la menuda presencia de la chica ¿ Cómo se llama? Ni siquiera lo sabía y ¡eso que trabaja para él!

Pensó que se encontraría realizando su trabajo de estos días y fue en su busca, no sabiendo muy bien por qué. Recorrió cada una de las estancias por las que solía moverse pero, todo estaba solitario y en silencio. Llegó al salón en donde se apilaban las cajas y entonces se dio cuenta de que su trabajo allí había concluido. Sonrió abiertamente al observar la meticulosidad del trabajo de ella; era imposible perderse en el maremágnum de cajas bien seleccionadas y referenciadas por ella. 


Le hubiera gustado sentarse en la cocina y desayunar juntos. Pensó que él también debería ir pensando en dejar aquél paraíso de tranquilidad para sumergirse en el ruido y prisas de la gran ciudad.

Unos brazos largos y conocidos, le abrazaron por detrás, apoyando la cabeza despeinada sobre su espalda. Ni siquiera recordaba que estaba acompañado, pero no por la chica menuda y silenciosa, sino por otra impetuosa que ya conocía.

— ¿Por qué te has levantado tan pronto ?— preguntó ella mimosa.

— Me desperté con dolor de cabeza y fui a la cocina para que...¿Cómo se llama? Bueno es igual, como se llame, me preparase un café cargado, pero no está: se ha ido ya.

— ¡Fantástico ! Así no tendremos que escondernos.

—¿Escondernos? ¿Cuándo lo hemos hecho? Creo que se ha marchado porque la hemos asustado. Esta noche pasada ha sido muy escandalosa por tu parte. — replicó Benjamín.

—¿No te gusta que grite?

— No lo sé. Ahora no estoy en condiciones de pensar. Me voy a la ducha a ver si se me pasa este martillear de cabeza.

—¿Nos duchamos juntos?

—¿Acaso no has tenido bastante? ¡ Eres insaciable! Cálmate. Hay momentos para todo y, éste no lo es. Creo que debemos pensar en irnos. Por si no te has dado cuenta, estos días han sido un paréntesis. Mi vida ha cambiado y, más que cambiará de ahora en adelante. Ya no tendremos muchas noches de vino y rosas. Ahora me he convertido en un lord en toda regla. ¡ Oh Dios !

— ¿Por qué esa exclamación? — preguntó ella separándose del abrazo.

Una imagen recurrente volvía a su imaginación. Había sido el primer encuentro y estaba desnudo. A oscuras, es cierto, sin poder apreciar nada, pero sí  su silueta, y desde entonces no le abandona esa instantánea en que, por primera vez  se sintió desconcertado buscando rápidamente algo con lo que cubrirse, no creía fuera habitual en él. Más bien solía lucir  sus carnes sin ningún reparo. Se cortó por ella, porque era una desconocida, y precisamente por eso, es lo que más se grabó en su cabeza ¿O no ?

— ¿Qué te pasa?¿Qué te ocurre?

— Nada. De pronto he recordado que mi hermano ya no está. Por favor, no entres en el baño. Necesito permanecer a solas unos minutos. Tengo un bajón terrible.

No podía comentar lo ocurrido aquella noche. Le dio pudor ¿Por qué? Ella le veía desnudo cada vez que tenían un encuentro. Se sabían de memoria el cuerpo de cada uno. de ellos. Pero la chica no era ella; se trataba de una extraña y además trabajando para él. ¿ Qué respeto iba a tenerle después de aquella guisa?

— Esta bien. Como quieras. Iré preparando el desayuno.

— ¿Sabes hacer unos huevos con bacon?

—¡Por supuesto, hombre de poca fe !

A esa misma hora, pero a dos y pico de viaje, Evelyn estaba en el banco para realizar diversas gestiones. Aguardaba su turno en la pequeña fila de gente que esperaba a que el empleado, esta vez una chica, les atendiera. Sus gestiones eran breves: ingresos  en diversas cuentas. Pero la persona que estaba en ventanilla, delante de ella, no debía tener ninguna prisa, ya que su charla era incesante con la empleada que, por cortesía atendía sus palabras.

Volvería a la oficina caminando. Estaba cerca y, además deseaba tomar un poco el aire. También ella rememoraba los desayunos. Era todo cuanto hacía por ellos, es decir por él. Estaba de mal humor y, no sabía muy bien porqué, es decir, si lo sabía, pero no quería admitirlo: le echaba de menos, por mucho que la estancia en donde tenían sus despachos, fuera una parte de la casa en la que él vivía cuando estaba en la ciudad, pero a penas se veían. Casi nunca pasaba por la oficina. Estaban independientes unas estancias de las otras habitadas como vivienda.

Quizá lo que echaba de menos era su proximidad, que, a ratos  se producía en Cheltenham. Comenzaba a preocuparse por esa obsesión. No terminaba de admitir que no era tal, sino simplemente la atracción que él había provocado en ella. Deseaba que volviera aunque no le viera, pero sabría que estaba por algún lugar de la casa. A un mismo tiempo, lo rechazaba. De ninguna de las maneras debía obsesionarse. .Él era una pieza inalcanzable y, además imaginó por un momento, cómo serían sus noches en la mansión completamente solos, con lo arrolladora pasión que se suponía.

Ni siquiera había visto detenidamente a la mujer que, ahora, sería su pareja. Pero conociendo sus gustos, estaba segura que sería de una belleza sorprendente, desinhibida y dispuesta en todo momento a complacer a ese adonis, a  Eros, esperando a disparar sus flechas. ¿ Lo había hecho ya en ella?

Tenía que reconocer que cada vez sentía más interés por él. Por conocer su tipo de vida y la que sería de  ahora en adelante ¿Convertiría en esposa a la mujer que llevó a la mansión.? ¿Sería la lady, dando órdenes a diestro y siniestro?  Aunque no llegara a verles juntos mientras estuvo en  Cheltenham, debían ser algo más que amigos, pues de lo contrario no la hubiera metido en su casa. Los hombres no suelen hacer eso, como no sea que tengan una relación más formal, con otras intenciones que no sea disfrutar de  una buena noche.

Pasaron tres días desde que Evelyn abandonará la mansión. En la estancia, había un gran ventanal  que se comunicaba con el jardín. Sólo se escuchaba el trinar de algunos pájaros, que la servían de música de fondo y la permitían abstraerse de todo. Estaba inmersa en su trabajo, revisando unos extractos bancarios,  cuando la puerta se abrió brusca e inesperadamente. Hizo que levantara la cabeza de golpe para ver quién entraba con tantas prisas en la oficina. Frederick estaba resolviendo trámites y la paz reinante en la estancia era absoluta.

 Y allí estaba. Impetuoso como siempre, como un vendaval arrollándolo todo a su paso. Al verla la saludó cortésmente esbozando una sonrisa que, para él ,podría significar fácilmente : "ah, estás aquí", pero no dijo nada más que buenos días y preguntó por el administrador. Ella se asustó por la entrada tan inesperada que tuvo y, se puso algo nerviosa al comprobar de quién se trataba. Sólo podía ser él, pero al no tener idea de su regreso, la pilló por sorpresa.

— Buenos días señorita... Por cierto ¿Cuál es su nombre? He echado de menos sus desayunos. Nadie los ha hecho tan ricos y tan en su punto como usted. Que lo sepa.

— ¡Oh! Muy amable, pero no tiene ningún misterio. Sólo costumbre al hacerlos. Y mi nombre es  Evelyn.

—  Evelyn, bien. No crea. Intenté seguir sus pasos, pero ¡ qué va ! Ni por asomo. Mi amiga tampoco dio con el punto. En ella no me extraña puesto que no esta acostumbrada, pero yo creí que podría hacerlo. ¡Falsas ilusiones!

¿Estaba parlanchín? Había hablado en cinco minutos más que en todos los días que estuvieron en la mansión. Se medio sentó en un lado de la mesa de Frederick dispuesto a seguir la charla ¿Sería habitualmente tan hablador? No lo creía, ya que, en todo el tiempo que llevaba trabajando para él, ni siquiera se había acercado nunca. ¿ Qué debía hacer? ¿Seguir el hilo de la conversación? Se el veía dispuesto a hacerlo, pero ella no tenía idea de lo que hablar. No le conocía, además la frenaba el respeto a la autoridad. La intimidaba la seguridad que él tenía en todos sus actos, muy distinto a ella, que se ruborizaba si la miraba de frente. 

Pedía mentalmente, que Frederick llegara cuanto antes, pues de esta manera, él podría hablar con el administrador. Se conocían desde hacía muchos años y podían fácilmente mantener una conversación, que casi siempre era relativo a la administración. De ahora en adelante tendrían que poner cosas  en funcionamiento, consultar con los abogados..., en fin cambio de todo lo que hasta ahora había funcionado.

Comprobó que tenía una conversación ágil y a veces divertida. No la extrañaba que siempre estuviera acompañado por alguna fémina. Lo pasarían "bomba" con él. Ejem..., en todos los sentidos.

¿Por qué divagaba tanto cada vez que pensaba en él? Se enfadaba con ella misma. No deseaba tener tanta dependencia del que en definitiva, era su jefe. Aunque no era por cuestión del trabajo, sino en otro sentido que no la gustaba nada, nada. Pero que nada.

La disgustó cuando Frederick entró. Aunque muchas de las cosas que contaba no las escuchaba por estar absortas en él, la molestó la irrupción de su jefe más inmediato. Sutilmente, el tono de la conversación había cambiado. Se saludaron efusivamente y ella volvió a lo que estaba haciendo antes de que él entrara en la oficina.

Había quedado una pregunta en el aire antes de que el administrador entrara en escena, pero no la había escuchado, pendiente como estaba de él. Sólo le miraba, pero no oía lo que la decía:

— Tonta, más que tonta. Te ha hecho una pregunta que ha quedado en el aire. Si volvieras a verle ¿ qué ibas a responder si no le prestabas atención? ¡Menudo papelón harías! Tienes que centrarte de una buena vez. No es para tí. ¡ Ni lo sueñes!

¿ Por qué existían las clases sociales? Era injusto, pero la realidad era esa. Por mucho que la gustase, jamás ocuparía un lugar que no la correspondía. E inmediatamente una figura difusa, cimbreante, con elegancia, insinuante, llegaba hasta su cabeza.

— Esa es la clase de mujer que le corresponde y a la que estará destinado, aunque después, en la vida íntima, se harten de estar juntos.

Por difícil que pareciera, de la buena vida no deberían cansarse nunca, pero entraba la monotonía y eso era lo que les hacía fracasar como pareja. Buscaban la novedad que, sólo encontrarían en otra mujer nueva o en otro hombre, porque también ellas se hartaban de lo bueno. ¿Sería ella esa novedad buscada? La parecía extraño tanto acercamiento de repente: desayunar en la cocina, sentarse en el suelo a su lado... No era normal.

lunes, 23 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 3 - Otra forma de vivir

 Evelyn, tras terminar su jornada y ducharse, se puso el pijama y se metió en su habitación esperando la hora de dormir. Estaba cansada, rayando en el agotamiento. Deseaba terminar cuanto antes. Ya faltaba poco; como mucho un par de días y volvería a la normalidad de su trabajo, que era bastante tranquilo, a pesar de que el administrador, iba delegando en ella, cada vez más tareas. Pero no la importaba; la gustaba. Echaba de menos cuando, a las cinco de cada tarde, se cortaba toda actividad y,  Margaret preparaba el té acompañado por unas deliciosas pastas, hechas por ella  y, recientes.

Esperaba que la "pareja" se fuera a divertir como hacían desde que decidieron pasar unos días allí. No sabía a la hora que llegarían, pero seguro que  de madrugada. Al menos tenían la delicadeza de no armar alboroto y ser comedidos en sus manifestaciones.

Había veces que no sabía cómo comportarse. Le era violento no hacer las camas, pero ese no era su cometido y, además ignoraba si a ellos les gustase ver a una extraña poniendo orden en su intimidad. No lo sabía ni tampoco la importaba.

Hubo una mañana, la de la siguiente a la llegada de los visitantes, que al pasar, para dirigirse a su trabajo, vió que una puerta estaba abierta. Era la habitación de  Benjamín, pero él no estaba. Seguramente estaría en la ducha, por el sonido que salía del cuarto de baño. Se acercó hasta el dintel de la puerta para ver  si verdaderamente seguía en orden. Abrió los ojos desmesuradamente. Era un manicomio de habitación. La ropa por el suelo hecha un rebujo, los zapatos uno en el norte y el otro en el sur. La cama estaba tan revuelta que parecía haber dormido un ejército más que una persona ¿O habían sido dos las que durmieran ?  ¿Dormir ? Estaba segura que habían hecho de todo menos eso.  Una prenda femenina tirada en el suelo junto a otra de él. En definitiva a ella ¿Qué la importaba? Era su vida, la de ellos. Mayores de edad y, por tanto libres como el viento. Y se  reafirmó en lo que había pensado:

— Ahora si que sí. Ni loca, les hago la cama. Fijo que en ella han tenido "tema", así que se las apañen para lo uno y lo otro.

Él era un "niño" bien que sólo sabía hacer una cosa: ligar con  la primera mujer que se presentase. ¿ Y ella...? Pues más de lo mismo. Pero eran mayores, con edad suficiente para saber lo que hacían y no tener que dar explicaciones a un marido, o novio. Al menos creía que él no. Le había caído un título por tristes circunstancias, y ahora debía demostrar que lo merecía. Quizá no fuera consciente de la nueva vida que llevaría  a partir de ahora, y posiblemente, estas juergas que había traído hasta esa mansión, fueran una despedida. Habría un antes y un después. Otro Benjamín Sutton, al menos de cara a la galería. Otra cosa sería la que llevase a hurtadillas de miradas ajenas.

Confiaba en que dentro de poco tiempo, su vida se recobrara como él quería. Lo bueno o lo malo, de la época en que vivimos, es que todo se olvida pronto y a poco que pasen los días, aunque siguiera siendo un golfante, ya no recordaría nadie la seriedad de  Patrick para llevar los asuntos de su mayorazgo.

Todas las cajas ya llenas, estaban apiladas en una sala. Nunca hubiera pensado la cantidad de cosas que se habían almacenado con el transcurrir del tiempo. ¿ Por qué su familia le había dado por acumular tanta cosa decorativa, si, pero inservible. Por un lado le apenaba  dejar aquella hermosa mansión sólo para que fuera un "pabellón de caza" de variadas "especies y colores",  no tenía problema alguno¿ Es a eso a lo que sería destinado? Mucho se temía que su familia no estaría de acuerdo con ese uso, pero en definitiva ahora era todo de él. Sólo debía preocuparse de atender a su familia, que vivieran cómodamente, sin faltarles ningún capricho, pero, por esa misma razón él también tenía derecho a disfrutar de la vida.

Evelyn con una carpeta en la mano y,  un rotulador, iba marcando las cajas allí  depositadas listas para que un camión viniera a por ellas y las condujera a su nuevo destino. Todo estaba ordenado, conforme al trabajo encomendado. Echó una mirada a su alrededor y, tras cerrar la puerta volvió a su habitación a recoger su equipaje. Estaba contenta por el trabajo realizado. Pesado no, pesadísimo. Solitaria en la primera parte de su estancia allí. Luego con los visitantes, algo más ameno, aunque casi ni se veían a lo largo del día.

Portando su maleta echó una última mirada para comprobar que todo estaba en orden. Así era, excepto dos únicas habitaciones que ni siquiera pasó de cerca. Eran las de los visitantes y, aunque no se escuchaba ruido alguno,  había oído sus risas y conversaciones al llegar casi al alba, por tanto no era de extrañar que ahora estuvieran dormidos como troncos. Se preguntaba ¿a dónde irían? Por allí no había muchas cosas en las que divertirse.

Cerró con llave y se metió en el coche que había llegado de Londres para recogerla. Lo conduciría  Maxim. En un principio, tras saludarse,  entablaron una conversación liviana con la que se pondrían al día de lo ocurrido en casa, desde que ella faltaba. Nada en especial; nada digno de ser reseñado.

Charlaba sin parar con Maxim. Había estado muchos días en permanente silencio, tan sólo hablando con ella misma. Le preguntó por todos: por Margaret, por Thomas el mayordomo, por Millie la doncella..., en fin por todos. Pareciera que hubiera  estado ausente un siglo y en otro país, cuando sólo había faltado unos días, eternos, eso sí, pero días al fin y al cabo.

Tardarían como dos horas en llegar a casa, así que después de todas las informaciones recibidas, guardó silencio para no distraer al chófer.

Lentamente hizo un repaso de su estancia en la mansión. Sus primeros días. Sus terrores nocturnos pensando en fantasmas. La impetuosa llegada de Benjamín, y, el día que se sentó junto a ella, en el suelo comentando algo sin importancia pero a lo  que él dio un aire especial. Ese día estaba dicharachero y simpático. Algo extraño pues, en todos los días, desde que llegaron, si se encontraban, se saludaban: buenos días, buenas noches... y eso era todo. Sin embargo las pocas veces que se habían visto y hablado, aunque fuera de cosas rutinarias, ella se relajaba en su presencia, muy al contrario que el primer día que le vio. ¡ Claro que esa primera vez fue de antología!

Sonrió sin darse cuenta. Maxim la miró por el retrovisor, y él también sonrió, aunque no tuviera ni idea de a qué asunto venía aquello. Sería una anécdota que contaría a sus nietos cuando fuera vieja. Y de nuevo, repasó mentalmente la escena, pero se detuvo en la silueta de la persona que irrumpió en ella.

¿ Qué hubiera hecho si, en lugar de estar a oscuras, hubiese sido a plena luz del día ? ¿Hubiera salido corriendo? ¿Se hubiera tapado la cara? Ella en definitiva no tenía que taparse: era la única en esa escena que estaba vestida. ¿Por qué lo recordaba tanto? No era por la anécdota en sí, ya que nada pudo apreciar más que la oscura silueta ¿Entonces? Sencillamente había sido cautivada por él, como a otras chicas que seguro cautivaba. Por la sorpresa, por la tranquilidad que experimentó al día siguiente como si la anécdota no hubiera sucedido.  Por la educación al referirse a ella. Con ironía otras, pero siempre amable procurando no ser un estorbo en su trabajo.

Si hubiera sido al contrario, estaba segura que ella, no habría aparecido por la cocina o por cualquier otra estancia en que pudieran encontrarse. Pero él era así: despreocupado, como si aparecer en mitad de la noche sin avisar y en paños menores, lo hiciera todo el mundo. Dominaba cualquier situación y, esa fue una de tantas.

Al fin Maxim paró el coche, frente a la gran verja de hierro que daba acceso a la mansión, a la más señorial de todas cuantas pudieran tener. El hogar familiar, aunque ahora la habitasen las dependencias de la administración y el mismo señor Sutton. Ella era la única que, terminada su jornada laboral, saliera de allí en dirección a su casa.

Tenía un pequeño apartamento de soltera no lejos de su trabajo, aunque si lo suficiente para, no sólo distanciarse de ello, sino porque los alquileres en la zona de la mansión, eran prohibitivos para una simple asistente de administración. Echaría de menos el trajín de su día a día en Gloucestershire. 

Es asombroso como el ser humano tiene la capacidad de adaptarse a los cambios, con más o menos placer, pero los que constituyen su día a día, terminan por diluirse en el tiempo y parecieran muy lejanos, aunque, como la ocurría a ella, tan sólo hubieran transcurrido menos de dos semanas. No debía engañarse así misma.

Estaba contenta de haber regresado. Era como si el tiempo pasado hubiera ocurrido hacía mucho . Se incorporó a sus tareas sin ningún problema, al contrario Frederick se alegró enormemente de que su ayudante estuviera de vuelta para descargarle de parte del papeleo.

Estaba atento a las charlas que, mientras tomábamos el té, tanto Margaret como Millie comentábamos. Sonreía socarronamente, fingiendo que no estaba pendiente de la conversación, pero nosotras sabíamos que si lo estaba.

Frederick era una atractivo cincuentón. Había estado casado, pero se divorciaron  al poco tiempo de haberse unido a la única esposa que, hasta el momento había tenido.

Llevaba muy en secreto una especie de relación con Millie, la doncella: sotto voce. Pero, en una comunidad como la que formábamos cuatro personas, era fácil imaginar cuando, el lunes, al regreso del fin de semana, las miradas, las sonrisas les delataban. Ambos se gustaban mutuamente, pero pensaban que ya eran muy mayores para mantener romances. Aunque en realidad lo mantenían. Sin embargo Maxim, no entraba en nuestros juegos: tenía novia de quién estaba muy enamorado.

Una de las tardes en que, en la cocina estábamos solas Margaret y yo, salió a relucir el tema de Benjamín y la dama que se llevó  a Cheltenham. Ella trataba de sonsacarme, pero yo nada sabía en realidad. Casi ni siquiera pude ver el rostro de la dama. Callé para mí la anécdota. Me daba vergüenza comentarlo



domingo, 22 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 2 - A la luz del día

 Se metió en la cama rápidamente, aunque pensaba que no pegaría ojo en toda la noche. Había sido demasiado confiada al dar crédito a la explicación de ese absurdo personaje que argumentaba ser el dueño de todo. Miró su reloj en el móvil dudando de si debía llamar al administrador para comprobar lo sabido. Probablemente estaría durmiendo, pero ¡qué caray! ella también debía estar haciéndolo y no lo conseguía.

Además del susto sufrido, ¡aquella aparición! semi en penumbra, tan sólo con la escasa luz del móvil y el reflejo de la luna a través de las ventanas, hicieron que la figura pareciera un coloso: el Coloso de Rodas. El miedo y los nervios, impidieron reaccionar, y menos mal, porque al encender la luz pudo comprobar que era verdaderamente todo un Adonis.

Desconocía cómo era físicamente el hombre que pagaba sus nóminas y, el averiguarlo esa noche la dejó bastante perpleja. ¿Y si en verdad no era el dueño? ¿ No debería avisar a Frederick, ahora, aunque estuviese durmiendo?

Pulsó la agenda en su teléfono y apretó en donde decía "administrador". Seguro que no le iba a hacer ninguna gracia que le despertara a esa hora, pero menos se lo hacía a ella el susto pasado y la incertidumbre de que, quizás estuviera durmiendo un intruso y que ella misma lo había autorizado.

— No. Ha de saberlo ahora — se dijo

Tardaron en responder la llamada, y al otro lado se escuchó una voz somnolienta, pero fácilmente reconocible  como la de Frederick. Un hombre medio dormido que la respondía con voz indecisa, pero atestiguando lo dicho por el intruso. Respiró aliviada al comprobar que lo explicado por el adonis era cierto. A la mañana siguiente, seguramente se marcharían. Madrugaría, si es que podía conciliar el sueño lo que restaba de noche, algo que dudaba. Pero nada podía hacerse. Al fin, tras muchas vueltas en la cama consiguió dormir, pero su sueño no estaba exento de sobresaltos por lo vivido hacía pocas horas ante esa insólita visita.

No hizo falta poner el despertador. Apenas apuntaban las primeras luces cuando se despertó. Durante unos segundos puso la escucha por si le llegaba algún sonido que  indicase que no estaba sola. A pesar de echar de menos la compañía de sus compañeros, esta vez, ante la situación que se crearía a la luz del día, desearía que la tierra la tragara para no vivir otra situación violenta que sin duda la tocaría vivir.

Ahora a pleno día, examinaría detenidamente, mientras tuviera ocasión, el rostro y la pinta de su jefe, a ver si acertadamente merecía el título de "adonis". Anoche sí se lo pareció. Aunque, a lo mejor, tenía un cuerpo espectacular y un rostro como el de Quasimodo, aunque no creía. "La fachada debe corresponder a su cara", pensó:

— ¡Vamos chica! Muévete. ¿Debo prepararles el desayuno? Es muy temprano y a lo mejor son tan exquisitos que sólo toman té — pensó con retintín haciendo un gesto gracioso con la cara.

Haría huevos revueltos, bacon y tostadas y sería por cuenta de ellos si lo comían o no. No quería que la pillasen desprevenida. Claro que si no lo quisieran tendría que tirarlo o comer lo mismo durante dos o tres días. En fin ¿A qué han venido? Se hizo esa pregunta malhumorada para la que no obtendría respuesta.

Ya lo tenía todo listo y acomodado en una bandeja. Dió un último repaso y, dejó para cuando se levantaran el hacer las tostadas. Eso mismo desayunaría ella. Y en ello estaba, cuando una voz profunda, pero agradable en su sonido, la dio los buenos días.


 Ella casi se atraganta. Estaba de espaldas a la puerta pero, de reojo, vió la silueta de unos vaqueros, por los que dedujo que sería él. Por fin le conocería a la luz del día. Se echó hacia atrás en la silla, al intentar levantarse para responder, pero una mano firme sobre su hombro la impidió hacerlo:

— Buenos días. Por favor no interrumpa su desayuno. Ya interrumpí su sueño; creo que como presentación es suficiente.

Entonces sí, le miró a la cara. Efectivamente era el dios griego que le puso como mote. Era guapo de cara, sin más, y el cuerpo esbelto y bien formado como lo imaginó en la pasada noche. Estos atributos a su persona, la hicieron insegura, no sólo por ser su jefe, sino por la situación vivida anoche y...ahora.

— Desayunaré lo mismo que usted. Tiene una pinta estupenda ¿Me puedo servir?

— Reacciona, reacciona — se decía porque seguía sentada sin pronunciar palabra. Al fin dijo:

— Por supuesto. He creído que les apetecería y he hecho como para un regimiento — dijo riendo, pero sin atreverse a mirarle.

Él se dio cuenta de ello. Era un hombre de mundo que había corrido mucho y se percató de que ella no le miraba de frente, sin duda avergonzada de su presencia la noche anterior. Sonrió y siguió alabando la exquisitez de lo que estaba degustando. A ella le pareció que lo alababa por la misma razón que ella no le miraba: la situación vivida con nocturnidad y alevosía.

Además ¿De qué podía hablar con él? No le conocía y la primera vez no fue una presentación al uso y lo que es más, cada vez que le tuviera delante, siempre le vería así, como la noche pasada.. Al menos era de noche y no se podían apreciar con más detalle los...¿atributos? Tuvo que carraspear y dar un sorbo al té que permanecía intacto en su taza.

De repente se le había quitado el apetito y deseaba cuanto antes terminar ese eterno desayuno . Con la excusa de que tenía mucho trabajo por delante, recogió su servicio, lo fregó y le dio instrucciones para  que cuando se levantara la amiga pudiera hacerlo. Todo lo tenía muy fácil:

— Lamento tener que volver al trabajo. Voy muy justa de tiempo. En el microondas dejo los huevos y el bacon. La tostadora y el pan juntos, uno al lado de la otra. Sólo tendrán que hacer las tostadas y el té. Creo que serán capaces de hacerlo.

—Hasta ahí llegó la educación que recibí. No se preocupe, creo que sabremos tostar el pan y hacernos un té— respondió con sorna y sonriendo de medio lado.

¿Se estaba burlando de ella? No era la primera vez que se diera el caso de alguna inutilidad  en la persona de alguien que se había educado en los mejores colegios, se había licenciado en algo y, sin embargo no sabía cómo freír un huevo, por ejemplo, aunque esto también tiene su ciencia ¿ Se creía acaso superior a todo el mundo? Ciertamente superior a ella lo era. No en el aspecto intelectual, puesto que tenía un coeficiente lo suficientemente alto como para presumir de ello. Pero no económicamente. En ese apartado la sobrepasaba ampliamente.

Apurando el paso salió todo lo rápido que pudo de la cocina, dirigiéndose a la sala que dejó a medias el día anterior. Estaba nerviosa ¿por qué? Sin embargo él estaba ¡tan tranquilo!  Ella había pasado miedo, angustia y violencia visual. Era normal que  estuviera alterada. 

De rodillas en el suelo, iba metiendo en la caja correspondiente tras ser rotulada en grandes letras negras, el contenido, al tiempo que tachaba el objeto de la lista que portaba. Estaba totalmente metida en su trabajo; de lejos escuchó las voces de los visitantes, y la risa provocativa de la mujer. Instintivamente, sin darse cuenta, se atusó el cabello que escapaba de la coleta que se había hecho para trabajar más cómodamente. Vestía pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga; ropa cómoda de trabajo y, como calzado había preferido unas bailarinas negras. La resultarían más cómodas para estar sentada en el suelo. Además la gustaba más ese tipo de calzado que no las aparatosas deportivas de cualquier marca, que también calzaba, pero únicamente para correr, cuando en raras ocasiones lo hacía.

Mientras tachaba de la lista o simplemente metía algo en una caja, se preguntaba cómo sería verdaderamente ese hombre que ahora estaba degustando unos huevos con  bacon en la cocina. Habitualmente  estaba acostumbrado a que le sirvieran en el comedor, en una mesa grande engalanada con algún mantel de fino hilo holandés, con cubiertos de plata, copas de cristal de Bohemia y algo más exquisito que unos simples huevos y bacon con tostadas. ¿ Qué podría desayunar a diario? Se preguntaba mientras, mecánicamente, metía en la caja los objetos seleccionados.

¿Cómo sería en su día a día? Atractivo, a la vez que arrogante. Probablemente bastante mujeriego. Simpático y egoísta a un mismo tiempo. Despilfarrador, bebedor e irresponsable,   sin tomar conciencia muy bien  de la responsabilidad a la que tendría que hacer frente de ahora en adelante. Antes de que su hermano muriera, todo lo que hacía en la vida era ir con amigos, mujeres y de fiesta en fiesta. Nada más. Sin ninguna responsabilidad. Pero ahora, probablemente  no se diera cuenta  de lo que se le venía encima y a las cosas que tendría que renunciar si quería conservar todo lo heredado.

Sabía por lo contado entre el personal de servicio de la casa, que el hermano,  Patrick, era totalmente opuesto a su hermano, máxime al casarse con Susan, una bella mujer, perteneciente como él a la alta sociedad. Recién casados prácticamente, enamorados, pero que la muerte de él, truncó su felicidad.

A Benjamín le traumatizó la muerte de su hermano mayor y de la forma en la que se produjo. No eran muy afines en carácter, pero le quería entrañablemente. A su pérdida, desató en él, aún más, las ansias por divertirse. Ponía la excusa perfecta: "morimos cuando menos se espera". Apoyaba todo cuanto podía a su cuñada. Susan era años más joven que Patrick, no demasiados, pero si los suficientes para sentirse desamparada.

Ahora, al heredar el título, había cambiado todo y tendría que hacerlo también en su forma de enfocar la vida. Ahora tenía responsabilidades. Desde muy pequeños habían sido educados  en el significado de pertenecer a un determinado apellido. A conservarlo, y a engrandecerlo, en todos los sentidos, consecuentemente. Y es a lo que se había dedicado el hijo mayor. Había sido educado como heredero, pero el destino segó su vida tempranamente.

Repasaba las hojas para comprobar lo que la faltaba y aún era mucho. Al otro extremo de la casa se escuchaban  conversaciones en tono bajo. Sacaba en conclusión que pensaban quedarse en la mansión algún tiempo y seguramente estaría programando lo qué hacer en aquel lugar tan solitario y tan alejando de la vida que a buen seguro tendrían en la capital.

La dolía un poco la cabeza y se había puesto las gafas que usaba normalmente cuando la jaqueca llamaba a la puerta. Estaba cansada y, no sólo por el trabajo, sino por la falta de sueño. Supuso que ahora, que los visitantes permanecerían en casa, ella ya no pasaría miedo por las noches y, al fin podría dormir a pierna suelta.

Tenía las piernas dobladas sobre sí misma, quizá descansando la vista de tan monótona labor, y la cabeza apoyada en ellas. No se dio cuenta de que alguien, sigilosamente se acercaba. Sus pasos habían sido amortiguados por la gruesa alfombra que llenaba el suelo de ese salón.


En la puerta se detuvo un instante, pensando, quizá, que estaba dormida. Pero no era así. Avanzó hasta donde estaba ella e inclinándose agitó suavemente su brazo para llamar la atención.

- Eh, muchachita temerosa, tome este té y descanse siquiera por unos momentos.

Ella levantó la cabeza al sentirle cerca de ella, sobresaltada y tratando de justificar el momento de descanso que había tomado:

— Lo siento. Me duele un poco la cabeza y había parado

— No se disculpe. Hasta los más inteligentes necesitan descansar

Ella sabía perfectamente a lo que se refería. Se sonrojó muy a su pesar. Benjamín se sentó a su lado estirando sus piernas. La miraba detenidamente, cuando ella alargó la mano para tomar la taza con el té que la brindaba.

— Muchas gracias. Me vendrá muy bien. Tengo la cabeza cargada. Hay noches que apenas duermo

—  ¿Y eso? ¿Por qué? ¿ Acaso no está cómoda?

— Si, si lo estoy, pero hay noches con algo de viento que se cuela por las ventanas y me desvelo.

—¿ Le queda mucho por clasificar?

— ¡ Uf ! ¡Esto no se acaba nunca !

— Ha sido una mala idea ¿No?

— No. Es mi trabajo, solo que es monótono.

— ¿Puedo ayudar en algo?

—  Desde luego que no. Ya lo terminaré pronto. Ustedes han venido a descansar y a divertirse. Ésta es mi obligación, para eso me paga.

Él se la quedó mirando nuevamente. Vista de cerca y, sin sobresaltos recorrió su rostro y comprobó que era bastante guapa. Con unos hermosos ojos azules y un precioso cabello dorado. Pasados unos cortos instantes, se levantó dejándola con su trabajo.

Sorprendida por la deferencia que había tenido con ella, y no creía fuera normal, dado el alto rango de él y el de sirvienta que era el suyo. Se había mostrado educado y simpático. Tendría que cambiar los esquemas que tenía. Una bobalicona sonrisa, iluminó su cara prosiguiendo con su tarea, aunque ahora lo hacía mecánicamente, acaso saboreando los segundos que permanecieron en un mismo plano.

Uno a uno, pasaba por sus manos cada objeto que iba guardando en la caja rotulada: "porcelanas- salón blanco". De esta forma serían identificadas perfectamente. Evocaba con una sonrisa la inesperada visita que hizo que todo se hiciera más llevadero. No se daba cuenta, pero se detenía inconscientemente en la contemplación de cada objeto, apreciándolos en su belleza, algo que nunca había observado. Pero ahora ponía rostro y sentimientos a la persona que era la depositaria de esos recuerdos familiares, y quizá queridos por ellos.

Desconocía el valor que pudieran tener, no la importaban si eran costosos o no. Ese no era su verdadero valor, sino lo que representaron en su día para las personas que los compraron, los regalaron, o que dispusieron su ubicación en un determinado lugar. Todos esos objetos inanimados eran parte de la vida de aquellas personas que vivieron en otro tiempo. También ellos habrían tenido ilusiones, proyectos, desencantos, amores... en fin vida.

Aunque ella sabía que nunca vivirá en un lugar como esté, tampoco ambicionaba nada. Sólo encontrar el amor de su vida y un pequeño lugar en donde cobijarse y crear con él una familia. Pero para alcanzar esa meta, primero tendría que enamorarse y que la otra persona también lo estuviera de ella. Sería algo difícil, pero quién sabe ...

Entre sus manos tenía una fotografía de una mujer bellísima con un marco de porcelana. Seguramente sería alguna abuela, ya que por la vestimenta que llevaba, parecía de algo más de un siglo. Posaba seria y era bastante joven ¿ Qué se escondería detrás de esa foto? ¿Qué felicidad o drama viviría ? ¿ Sería la abuela del señor  Sutton y por eso deseaba conservarla? ¿ Pero metida en una caja? Lo suyo sería estuviera sobre una mesa o sobre la hermosa chimenea que presidía ese salón. Suspiró y lo envolvió en una hoja de papel de seda y la puso con los demás objetos. Y con ella terminaría la caja y su trabajo por ese día. Esperaba que la noche fuera más tranquila que la anterior para poder recobrar fuerzas y terminar  el trabajo dentro del plazo previsto. Sería un punto a su favor.