jueves, 28 de octubre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 2 - La eternidad de Roma

 En la recepción pidió algún folleto en el que se reflejara la noche de Roma. Sus barrios, restaurantes y sobre todo, los lugares que debía conocer. Iba en busca de la cultura lo que hizo que Roma fuera grande y conquistara el mundo que entonces existía. Su grandeza e inmortalidad. Esas piedras aún en pie al cabo de mas de dos mil años. No podía faltar la visita al Coliseo. En él se entretuvo todo cuanto pudo contemplando las gradas que imaginaba repletas de un público soliviantado pidiendo la muerte de algún gladiador con el pulgar para abajo. Y en el otro extremo, un palco lleno de la entonces nobleza que rodeaba a los emperadores, que apenas mostraban interés por la sangría que se desarrollaba en el ruedo con las luchas entre gladiadores, e incluso éstos con bestias salvajes muertas de hambre  y ansiosas por poder probar la carne de aquellos seres extraños que se defendían como podían.

Todo aquello era feroz, si lo contemplamos con la visión de ahora, pero incluso entonces ya era una crueldad. Anduvo por los recovecos semi derruidos de aquellos pasillos por los que seguramente recorrerían aquellos fornidos gladiadores, dispuestos a dejarse la vida o ser perdonados.

A la salida del monumento, se paró delante de unos actores que actuaban simulando los gladiadores. Le sacó de su ensimismamiento el ruido atroz de la circulación caótica de Roma, pese a ello y, estar acostumbrado al silencio de la circulación en otros paises, eso también formaba parte de la vida romana, de su vitalidad y fuerza. 

Ya era la hora del almuerzo. Consultó el folleto que le habían dado en el hotel y buscó en el plano la situación a donde debía dirigirse. Se trataba de un restaurante de comida italiana, que no sólo había pizza, aunque se hubiera extendido su fama por lo ancho y largo del mundo. Al parecer, según preguntó a los transeúntes si estaba retirado de donde se encontraba. Paró un coche y señalando la fotografía del restaurante se encaminó hacia él. Consultó su reloj y comprobó que a esas horas en Seúl estaban casi a punto de irse a la cama. Ese cambio de hora le daba vueltas en la cabeza, porque su ahora, estaba en Italia, pero su cuerpo le indicaba que era Corea.

Dió una espléndida propina al taxista que le hacía reverencias ¿Se habría excedido? Seguramente, pero pensó que ese trabajador estaba todo el día en la calle en busca de clientes, y sin embargo él estaba de vacaciones holgadamente. Al mismo taxista preguntó por la noche romana; deseaba conocer si era merecida la fama que tenía. El taxista vió un cliente seguro, y Dae Hyun un guía turístico. Nadie mejor que ellos conocían los rincones que los turistas no llegaban a ver, así que llegaron a un acuerdo de inmediato, y el taxista fue contratado. Dado que era la hora de la comida, Dae le invitó a comer y, aunque el hombre estaba algo cortado, ante la amabilidad de él, aceptó. Ninguno sabía el idioma del otro, pero el taxista acostumbrado a tratar con extranjeros, se hacía entender perfectamente. Le dio la dirección del hotel en donde se hospedaba, y quedaron en recogerle esa noche a partir de las ocho. Cenarían y después, al fin, conocería la noche romana.

Lejos de encontrarse violento el taxista, estaba relajado, simpático y sobre todo contento por el buen dinero que recibiría por el generoso turista que, en suerte, le había tocado. Conocía como pocos los lugares a donde deseaba ir. Le nombró el Trastevere y, aunque ahora había cambiado, intuyó que lo que deseaba era otra cosa. Le indicaría sutilmente si estaba en lo cierto.
Alegrados por el buen vino italiano, a ambos se les soltó un poquito la lengua y el taxista comprobó que no iba descaminado en su suposición. Le llevaría a un lugar seguro y de confianza. El Trastevere era un barrio bastante cambiado, pero aún conservaba algunas "inquilinas" discretas y formales, eso sí, que no daban nunca una mala nota. Todo se hacía de puertas adentro con total discreción y anonimato. No quería ni pensar si su padre se enterase de su correría en la noche romana.
 
Le ofrecieron a una preciosa italiana de facciones suaves, de tez morena. Cabello y ojos oscuros. Era una preciosidad y esperaba tener una noche de auténtica pasada. El taxista pasó a recogerle a las diez de la mañana, pero él aún no se había levantado. Permanecía en la cama abrazado al voluptuoso cuerpo de la italiana.

Cuando al fin Dae Hyun creyó que era hora de dar señales de vida, al salir todos sonreían. No era la primera vez que esto sucedía, no era para asombrarse, pero por la propina que dio a la madame  y el pago efectuado a su pareja, comprendieron que había quedado muy, muy satisfecho.         

El taxista le aguardaba para llevarle a donde quisiera. Miró su reloj y comprobó que ya era mediodía:

— Llévame a mi hotel. He de ducharme y arreglarme un poco. Después llévame a comer a donde quieras. Estoy muerto de hambre.

— Apuesto que sí —le respondió riendo.

Mientras iban camino del hotel, Dae le preguntaba por su vida:
— ¿Estás casado?

— ¡Claro! Desde hace treinta años. Usted ¿Tiene novia?

— ¡ No ! No me hubiera ido de juerga , si así fuera. Soy muy formal en mis cosas, además mi padre no me lo consentiría. Ni siquiera está escapada ha de saberla. 

Fabrizio, el taxista, se echó a reír, y rascándose la coronilla dijo:    

— ¡ Ah la juventud!
 Durante una semana Fabrizio le llevó a conocer hasta el último rincón de Roma y sus alrededores, pero su estancia en esta ciudad tocaba a su fin. Pidió al taxista hiciera un recorrido por la ciudad. Deseaba llevar impreso en su memoria el recuerdo de aquellos días, de aquellas bellezas monumentales que durante tanto tiempo había deseado conocer, y al fin había cumplido su sueño. Por última vez recorrieron La Fontana de Trevi, el puente de Sant Ángelo, La Piazza D`Espagna... 
Y al fin de nuevo Fiumicino rumbo a otro destino por el que la curiosidad le tenía nervioso. ¿Iría a El Camino? ¿ En serio deseaba dar esa caminata teniendo tantas cosas por ver? Recordó a Pierre y su recomendación. Se lo había descrito con todo lujo de detalles y, por tanto se hacía una ligera idea. Quizá le viniera bien, si durante la marcha se reflexionaba sobre la vida. A él, le esperaba a su vuelta, una misión dura no deseada, pero a la que estaba destinado. A partir de su regreso tendría que renunciar a su vida privada para dedicarse en exclusiva a la misión familiar.

Era un hombre joven ¿También le buscarían futura esposa? ¿Estaría dispuesto a pasar por ese aro? No, de ninguna de las maneras. El matrimonio era otra cuestión y renunciaría, si eso fuese cierto, antes que aceptar a una joven de la que no estuviera enamorado. No deseaba un matrimonio como el de sus padres, tíos y demás parientes, lejanos y fríos. Todavía recordaba la frialdad existente entre sus padres, desde muy pequeño. Prefería quedarse soltero, pero el caso era que tampoco tenía esa opción: había que dar descendientes.

Antes de ir hacia el túnel para tomar el avión dio un abrazo a Fabrizio. Había sido un excelente guía y lo había pasado muy bien con él:

— Ya le he dado mi teléfono. No deje de llamarme si vuelve por aquí. Le echaré de menos. Nunca he tenido un cliente mejor en todos los años que llevo como taxista. Cuídese y aunque no tengamos la misma religión, allí arriba todos se conocen. Que Dios le bendiga y le de mucha suerte.

De nuevo el entusiasmo le inundaba. Bien es verdad que era la última etapa de su viaje, pero tenía confianza en el espléndido resultado. Tenía mucho que ver también en ese pais:

— Quizá me anime a hacer El Camino antes de regresar. Si se piensa ,durante su recorrido, me vendrá bien, porque he de pensar en muchas cosas. En el porvenir que me espera, y en el tipo de vida que he de llevar de ahora en adelante. Durante el tiempo que he estado por aquí he conocido otro tipo de vida y me gusta. Entiendo el nuestro: serio, formal, sin saltarse ninguna de las normas establecidas, férreo. Pero también necesito más libertad si lo que desean es que sea un buen gerente.  Sé que la libertad y privacidad que he tenido aquí, no la tendré y, que la echaré de menos. Espero volver a adaptarme de nuevo, aunque pienso que me va a costar mucho. He ido y venido a mi antojo, cuando y donde quería, sin controles ni choferes que me esperen con la puerta abierta en señal de respeto, pero también de rigidez. Prefiero ir por libre como aquí. He tenido hasta mi escapada, y allí no podrá ser. Como mucho sería seleccionada para mí, pero no sería yo quién la eligiera. ¡En fin! con esa condición vine. Ahora pensemos en lo que veremos en la vieja España.

Les sirvieron la consabida bebida con algún aperitivo y en poco más de dos horas y media, el avión tomaba tierra en Barajas. Madrid les recibía con un sol espléndido, un cielo azul incomparable y la panorámica de la ciudad, vista desde el aire le dejó gratamente sorprendido. Su corazón se aceleraba, pero al mismo tiempo, esa euforia que ahora sentía, sabía que sería su despedida de las vacaciones, de su vida privada, de su libertad en definitiva. Se había mezclado con las gentes normales que madrugan para ganarse el pan de cada día. La mayoría van en autobuses, o metro. Pero lo que  no tenían era un chófer que les esperase impertérrito a la puerta de su casa para llevarle al aburridísimo despacho o a algún consejo de administración. Todo muy cuadriculado, muy formal, muy austero, muy aburrido.

Había conocido la otra cara de la moneda, la de las personas que no tienen tantas riquezas, pero que tampoco ambicionan. Personas que esperan  sus vacaciones de verano para tumbarse en una playa a tomar el sol con lo que serían felices. Y él lo estaba siendo, pero viviendo una vida que no quería. Era un ser libre, pero le habían cortado las alas nada más nacer.

Se hospedó en un hostal en el mismo centro de la ciudad. Así lo quiso, porque al desconocerla, pensó que lo tendría todo más a mano. Llevaba un folleto con las cosas que recomendaban viera de la ciudad y alrededores. Junto a ese folleto, llevaba otro que le diera Pierre del Camino. Lo dejó a un lado y comenzó a repasar el que tenía delante. Las ilustraciones que veía llenaban sus pupilas de ganas de echarse a la calle, tomar una dirección y andar hasta donde le condujera.


De nuevo en el hostal vió una estantería con folletos, mapas y guías de Madrid, alrededores y otras de las distintas ciudades españolas turísticas. Cogió un ejemplar de cada uno que le pareció más atractivo, aunque como estaba comprobando con una semana no tendría bastante. Pero no le importaba. Sonrió al pensar en ese lado positivo de su estatus: no tendría fecha de finalización, aunque tampoco podía echar las campanas al vuelo si no quería recibir una buena regañina. Para eso eran muy puntuales y si decían un día concreto, tenía que ser eso.

Esperaba que su madre intercediera por él. Preguntó en recepción por donde podría ir a la Plaza Mayor, pero al mismo tiempo ir viendo lo que la ciudad le ofrecía. El conserje desplegó un mapa y puso un círculo indicando el lugar en donde estaban en ese momento y al que había de volver para dormir si así lo deseaba. Con un rotulador negro trazó una línea hasta llegar a la Plaza Mayor. Al llegar a  un determinado trazo, comprobó que había algo diferente, semejante a una especie de columna con una pequeña concha en su mitad. Le llamó la atención y preguntó interesado al conserje:

— ¿Puede decirme si esta marca es algo relevante para ver?

— Desde luego. Es el arranque desde Madrid del Camino de Santiago. Está situado en la plaza de Jacinto Benavente, cerca de la Puerta del Sol, si eso le sirve de orientación.

— ¿Podría hablarme sobre eso del camino? Me han hablado mucho de ello

— Esta es una de las rutas, pero hay otras desde diversos puntos de España.

— Me han hablado del Camino Francés ¿Dónde está?

Se inicia en Francia, al que debe su nombre. Pero aquí en España se puede incorporar por la Comunidad Navarra, o Castilla-León, por ejemplo. En realidad se puede conectar con El Camino desde cualquier lugar de la Península. Yo no le he hecho nunca, pero todos hablan de que es una experiencia increíble

— Muy agradecido. Me ha resultado muy interesante. Muchas gracias. Ahora voy a ver qué veo. Hasta luego.

Con su mapa en la mano y a paso lento, se dispuso a seguir la ruta que le había marcado el conserje. No tenía prisa, era pronto y según creía en verano, en España anochece muy tarde, o sea que tenía tiempo suficiente para ver algo. Le sorprendía la cantidad de gente que iba y venía, en grupos o solitario. Estaba en plena Gran Vía. Le admiró la vitalidad que se palpaba en el ambiente. Pensó que al igual que Italia.  Tuvo la misma sensación:

— ¿ Será por afinidad? estos también son latinos, precisamente por Italia.

Llegó a la puerta del Sol. Allí preguntó por la calle señalada y por el indicador que tanto le extrañó.

— Está muy cerca. Suba por esta calle, todo recto y nada más desembocar verá el indicativo. Allí han instalado un puesto de Turismo para atender  al público.

— Thank you — respondió siguiendo las indicaciones del muchacho que amablemente le había atendido.


Y  efectivamente, ante él tenía la columna tal y como la habían descrito. En su base de piedra había unas marcas talladas en la piedra con los cuatro puntos cardinales y una inscripción que decía: Camino desde Madrid. Siguió con la mirada a un grupo de gente que había algo retirado de la columna, y allí había una especie de caseta de aspecto con ser la información que necesitaba. La rodeaba un grupo de gente muy joven que se les veía entusiasmados, riendo a grandes carcajadas, comentando algo que él no entendía por desconocer no sólo el castellano, sino el idioma que aquellas gentes hablaban. Eran eslavos: muy rubios, muy altos, y muy  joviales. Al frente de la información de aquella caseta,  había una azafata con uniforme del ministerio de turismo. Era simpática y cortés con todos aquellos que la preguntaban a los que daba toda clase de información, así como boletines en diversos idiomas. Y para su complacencia también en el suyo: el coreano. La preguntaría si algún paisano lo recorría.

Más que el tono de su piel, morena, el cabello oscuro casi negro, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos: negros, rasgados, con espesas pestañas negras.. Su sonrisa era espectacular y su amabilidad encantadora. Siempre sonreía, a todos, y además hablaba varios idiomas con lo cuál todos quedaban satisfechos y enterados.

Su turno llegó y cuando la tuvo delante, se fijó más en ella. Estaba perfectamente maquillada, sin excesos, pero que dejaba entrever la luminosidad de su cutis. Sonreía constantemente y gesticulaba mucho con las manos a cada palabra o señal que tuviera que indicar. No tenía prisa por explicar todas aquellas dudas que los "viajeros" expresaran. Y tenía una paciencia infinita para repetir una y mil veces si en algo no se había explicado bien. Percibió su ligero perfume suave, sin  recargar el olfato, sino que penetraba en la memoria. Pensó que sería difícil de olvidar y lo recordaría cuando alguna otra mujer lo llevase. Recordaría el lugar en donde lo apreció por primera vez.

No podía dejar de observarla y, algunas veces por eso, al levantar ella la vista sus ojos se quedaban clavados . El carraspeaba tratando de disimular que estaba observando hasta el más mínimo gesto de ella. De cerca comprobó que sus ojos eran chispeantes, con viveza, alegres, pero al mismo tiempo insondables.

Cuando ya tenía todo claro, sin saber cómo ni por qué se apuntó al grupo que partiría de Madrid rumbo a Santiago de Compostela. Ella sería su guía. Tendrían que madrugar mucho, mucho, si querían que, al anochecer les pillase cerca del hostal en el que pernoctarían ese primer día de El Camino. No obstante estaba contento, aunque no visitara de la capital todo lo que tenía en mente. Lo haría en otra ocasión que tendría. De algo estaba seguro, este viaje le había enseñado mucho respecto a como vive la inmensa mayoría de las gentes del mundo. Algunos eran semejantes, como los mediterráneos con unos valores por la vida, por el disfrutarla, que no todos los paises tenían. En otros primaba el trabajo antes que nada. Eso no lo quería para ellos. Haría cuanto estuviera en su mano por modificar las costumbres, al menos en los empleados que de su empresa  dependiera.





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