lunes, 1 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 3 - El Camino

 Tenía muy buena voluntad en mejorar a sus empleados la vida, pero una cosa es lo que se ve desde la distancia con otras costumbres totalmente diferentes y con caracteres distintos que, posiblemente no lo aceptaran tan fácilmente como él se imaginaba. Dae estaba viviendo una experiencia diferente a las otras que había vivido. Estaba influenciado por el entorno, por las gentes que se cruzaban por la calle, por el modo de vida, pero trasladarlo a Corea sería algo más difícil. A pesar de que sean gentes alegres y comunicativas, sobre todo las generaciones jóvenes, pero aún tenían costumbres que sería difícil modificar. Sobre todo la influencia que tienen los padres con sus hijos. La europea era una educación diferente, quizá más abierta, en algunas cosas pero en otras estaba anclada también en el tiempo.


 Tecnológicamente, los coreanos estaban bastante más avanzados que los europeos, en un sin fin de detalles y todavía no se explica cómo no se ha tomado nota de ellos. Lo maravilloso que es no ir siempre cargada con las llaves de casa,  que te las puedes olvidar dentro, o no encontrarlas donde las dejas, por ejemplo. Basta instalar en la puerta de casa un dispositivo electrónico con una clave  que sólo tú conoces y que la abre de inmediato. El control de la luz eléctrica que se enciende en el vestíbulo al entrar en el apartamento y se apaga sola al cabo de unos instantes, al igual que en los dormitorios. Estos son unos detalles como ejemplo.
 Sin embargo los padres tienen bastante influencia en los hijos aunque sean mayores; en algunos casos hasta les presentan con quién deben contraer matrimonio. Todo eso es cuestión de costumbres y de forma de pensar distintas a como en Europa se pueda entender.

Son muy corteses, ceremoniosos y muy educados. Corea del sur ahora es un gran pais, moderno y adelantado. No es de extrañar que viajar a uno y otro continente,  cause extrañeza en algo, ya que dentro de la misma Europa, las costumbres de algunos paises son distintas entre sí.

Pero volvamos a nuestro joven viajero a punto de emprender la mayor aventura que en su vida podría vivir. Era deportista por excelencia, así que la caminata de los muchos   kilómetros que anduvieran al día por el campo, no debería representar ningún problema para él.  Tenían que llegar a Santiago en una fecha determinada y, los kilómetros a recorrer variaban según las distancias, y las fuerzas de los peregrinos.

 Como meta, llegar  a algún pueblo que tuviera albergue para los peregrinos e ir sellando la cédula que les acreditaba como haber hecho ese tramo. Así parada a parada hasta que, en Santiago, la meta final, les entregaban el certificado de haber hecho El Camino.

Tenían que reunirse todos los que fueran a hacer la ruta y que estuvieran inscritos, en el mismo lugar en que efectuaron la inscripción. De allí partirían. Llevarían por equipaje lo mínimo: unas botas de repuesto, otro pantalón, camiseta, jersey de abrigo , las cosas del aseo, y una cantimplora con agua.

 Eran las seis de la mañana, y en la plaza de Benavente, se recogían los últimos trasnochadores. Eran diez los que iban a peregrinar, entre ellos estaba el joven Dae. Allí les aguardaba la azafata ó guía, que les llevaría hasta Santiago. Apenas la reconoció. No llevaba el uniforme que vestía en la caseta. Se notaba que estaba acostumbrada a su profesión, Llevaba el cabello recogido y dentro de una gorra. Una camiseta blanca y encima una camisa a cuadros  azules y blancos. Unos pantalones a media pierna, unos gruesos calcetines y unas fuertes botas de explorador. Anudada a su cintura un jersey. No llevaba maquillaje, pero su cara, totalmente limpia de afeites, resplandecía. 

Le seguían impresionando los ojos tan profundos y expresivos que tenía. Era extremadamente simpática y muy profesional.

— ¿Ya estamos todos? ¿No falta nadie? No obstante pasaré lista. Si, si, ya sé que no sois niños, pero la experiencia me dice que siempre hay algún rezagado. Por último agruparos al máximo las personas que tengan el mismo idioma con el fin de poderme dirigir a cada uno de vosotros. Yo hablo inglés y francés. Algo de italiano... y, ya está. 

 No hubo problema, ya que todos hablaban inglés. Se detuvo en la cara de Dae Hyun por sobresalir sus rasgos del resto de viajeros, todos ellos europeos. Por una fracción de segundo, se detuvo en él y esbozó una sonrisa :

— ¿ De dónde eres? — le preguntó sonriendo

— De Seúl — respondió él fijando su mirada en ella

— Lo siento, no hablo coreano. Pero veo que te has integrado en el grupo inglés. Bien no habrá problema. Nos entenderemos de todos modos. ¿ Ya estáis todos listos? Bien pues vayamos a Santiago.

Las palmas y los vítores se escucharon con entusiasmo entre todos ellos. Ella iría delante para guiarles por las calles de Madrid hasta salir de la capital y comenzar verdaderamente su ruta.

Al principio iban de dos en dos, procurando juntarse con los más afines, es decir con los del mismo país.

Pero en cuanto salieron de la ciudad y se encontraron en el campo ancho, verde, pero solitario, entonces comenzaron a unirse de nuevo; unos en grupos de tres o de dos. Tan solo Dae Hyun iba solitario, algo rezagado de algún grupo.

 Alba se dio cuenta de que estaba algo cortado y, trato por todos los medios de integrarle. Acudió a su lado y comenzó a preguntarle cosas de su pais para que no se sintiera tan aislado, a pesar de que no lo estaba en absoluto.

Por experiencia, ella sabía que formarían un solo bloque a la hora de la comida. Pararían en alguna venta de carretera: era donde mejor se comía y más barato. Además las gentes eran afables y procurarían obsequiarles con todo lo mejor. Ella se lo describió así.  Habían salido de la carretera para encontrar la ruta del camino, que siempre estaba alejada del contacto humano, ya que de eso se trataba y ese era el misterio precisamente.

Le seguían impresionando los ojos tan profundos y expresivos que tenía. Era extremadamente simpática y muy profesional.

 No hubo problema, ya que todos hablaban inglés. Se detuvo en la cara de Dae Hyun por sobresalir sus rasgos del resto de viajeros, todos ellos europeos. Por una fracción de segundo, se detuvo en él y esbozó una sonrisa :


A Dae le encantó que ella estuviera cerca. Le gustaba, desde el primer instante en que habló con ella, quiso saber  sobre su trabajo, dónde vivía si en Madrid o en otro lugar, en fin, le gustaba el desparpajo de ella y no le hacía sentir que era diferente, aunque los otros compañeros tampoco fueran de la misma nacionalidad entre ellos. Pero el carácter oriental es más reservado que el europeo y, quizá por ello le costaba más charlar con ellos, aunque sabía de usos y costumbres de muchos de los paises de los que procedían, pero lo omitió para que no le creyeran  que era presuntuoso. Sin embargo con la guía se encontraba más relajado, no tan solitario. Ella le daba conversación, pero poco a poco, sutilmente, le fue integrando en el grupo

Aún estaban en algún pueblo de Castilla, tierra de buen cordero asado y excelente carne para quién así lo deseara. Creyó oportuno que fueran conociendo las cosas de la tierra por la que iban pasando, Pararon en una venta de un pueblecito pequeño, en el que pocos habitantes viven, pero son gentes, la mayoría ancianos, que deseaban tener contactos con personas que llegaran de fuera. Eran fáciles de entablar conversación cariñosos  y amables. Con los extranjeros no tuvieron ningún problema en entenderse. Decían: "Para eso Dios nos ha dado las manos". Y dicho y hecho, casi no tuvo que intervenir Alba que, sonriendo miraba curiosa el grupo tan diverso de esa expedición.

En una jarra de barro, la señora que les atendió, sacó vino de la tierra que les puso contentos, y hasta Dae sonreía con frecuencia y se animó a charlar con sus compañeros. Alba les miraba satisfecha, al fin había conseguido que el coreano no se sintiera "raro" entre ellos, porque no lo era. Extremadamente educado y ocurrente, una vez perdida la timidez del principio. Sabía que cuando entrara en ambiente, terminarían siendo, además de camaradas, excelentes amigos.

Dae Hyun pensaba en  Pierre, en lo abierto de carácter que era, y que estaría a sus anchas en este grupo variopinto. Se dio cuenta que todas las personas somos iguales vengamos de donde vengamos, sólo hay que dejar atrás los prejuicios que tengamos y la complicidad surge de inmediato.

Mientras algunos integrantes del grupo, salieron a la calle a fumar un cigarro como sobremesa. Los que quedaron en el interior, degustaban un café de "puchero", pero excelente y concentrado. El coreano y la española formaron sus propia tertulia:

— Cuéntame sobre tu pais. Me interesa muchísimo — dijo a Alba mirándola intensamente

La azafata pensó que era  muy reservado, al menos a ella se lo parecía. Hasta un poco hermético e inexpresivo. Pero también pensaba que posiblemente se debiera a sus rasgos, poco conocidos por ella.

Se había acostumbrado a los japoneses, a los filipinos, pero coreanos no. Dae, fue el primero al que atendiera. Era hombre de no muchas palabras y pocas, pocas risas. Quizá hubiera llevado una educación muy rígida, o es que ella estaba acostumbrada a la charla que otros turistas, por ella guiados, se habían mostrado más abiertos, sobre todo después de comer, en la sobremesa.

Al mismo tiempo pensó, que quizá fuera ella que no le inspiraba confianza, aunque había demostrado tratar de acercarse. Puede que, en el fondo se sintiera solo, pero no tenía en absoluto cara de extrañar a familia o  amigos.

Hubo un momento en que analizó su perfil por estar mirando el paisaje que tenía ante sí. Hasta entonces no lo había hecho, por ser muy descarado quedarse mirándole sin ninguna razón. Creyó que era joven, aunque era difícil saber la edad de ellos por tener los rasgos muy definidos y hasta un poco herméticos. Además su piel era distinta a la nuestra, y en realidad por ese motivo, nunca acertabas con la edad. Estaba cierta de  que era joven y a lo mejor tenía más edad de lo que pensaba. Nunca acertaba con la raza de esa parte de oriente.

— ¿Te resulto extraño?— la dijo sonriente al tiempo que observaba la violencia en ella

—¡Oh no! Trataba de localizar lo que mirabas con tanto detenimiento y nuestras miradas se juntaron.

— Pues a mí me gusta esa coincidencia— la respondió

— ¿ Por qué ?

— Por tus ojos. Quizás te ocurra lo mismo con los míos. Posiblemente estés más acostumbrada a las personas de origen asiático, pero de otro lugar 

— No. Es cierto que he tratado con japoneses e incluso vietnamitas. En realidad, no es eso. Estoy acostumbrada a encontrármeles por los museos o por alguna ruta, pero nunca en mi mismo grupo y además de otra parte de oriente.

— ¿Te desagrada?

— No, en absoluto. Si todos sois como tú, seréis un encanto. No das nada de guerra

—¿Qué significa eso? ¿Piensas que somos belicosos?

— No, no. En absoluto es un dicho que tenemos que significa pues eso, que no das ningún trabajo. Simplemente eso. Perdón si te he molestado, no ha sido esa mi intención

— No te preocupes, mujer. No lo has hecho, pero era una forma de entablar una conversación. He tenido ganas de hacerlo nada más comenzar la ruta, pero no sabía cómo. Eres una persona muy interesante y amable

— Es mi trabajo. Estoy acostumbrada a tratar con infinidad de personas de toda clase y condición, pero nunca había tenido a nadie de tu nacionalidad. Creo que eres de Seúl ¿cierto?

— Cierto. Allí nací, estudié...bueno, en Inglaterra también y ahora estoy de vacaciones porque he terminado la universidad.

— Y  has decidido hacer El Camino ¿no?

— No, no lo había elegido, aunque he escuchado tanto hablar de él que lo decidí mientras llegaba a Madrid. Antes me había hablado un amigo francés que conocí en Grecia.

— ¿Conoces Grecia?

—Si, e Italia también. Y si llegamos a tiempo conoceré España, al menos un poco.  Mis vacaciones no son tan largas como deseo, pero al menos me llevo una experiencia maravillosa.

— Así que eres un niño de papa

 Él rió abiertamente ante la salida de ella. Era muy perspicaz: había dado en el clavo, aunque no sabía la clase de papa que tenía.

— No exactamente. Si no me informaron mal yo nací del vientre de mi madre. Sería más oportuno decir que soy de mamá

— ¡ Sabes hacer chistes!

— ¡ Pues claro ! No soy extraterrestre, por mucho que sea el primer coreano que conozcas.

— No quise decir eso. Mejor me callo. Está visto que no estoy siendo muy oportuna

— En absoluto. Es una forma de hablar.

— Creo que debemos recoger y emprender la marcha. Hemos de llegar a la próxima parada en donde dormiremos.


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