jueves, 2 de abril de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 12 - Reflexiones

Aún pasaron cuatro días más hasta que Paul se encontró casi bien. No había vuelto a tener fiebre, ni pesadillas tampoco, pero en su cabeza persistía la sensación de pérdida de su mujer, y eso le hacía más cercano a ella.  Tenía una hermosa familia, y en sus sueños la había perdido en un momento.   Quería estar más con ella; aprovechar hasta el último momento para mirarla y disfrutar de su presencia.

Aún mantenía en su imaginación  la sensación  experimentada y eso hizo que la amase más y profundamente.  Y la amó intensamente cuando su recuperación fue efectiva.  necesitaba su presencia, su calor, su ternura porque el dolor sufrido en esos sueños era insoportable.

Y en cuanto pudieron se trasladaron a Connemara;  pasarían unos días en la casita que tenían en la playa.  Allí los niños tomarían el sol y ellos, sentados uno junto al otro, hablarían largamente de cualquier tema, era indiferente, lo esencial sería estar juntos, pegados uno al otro con las manos juntas.  Rose no terminaba de entender el porqué de esa obsesión, y él trataba de transmitirla lo que había sentido en esas pesadillas, lo que significaban, y por nada del mundo quería volver a sufrirlas.

    Y el tiempo transcurrió a su propio ritmo. Paul se incorporó de nuevo a su trabajo y Rose atendía a sus hijos sin que nada alterase la paz de aquél hogar.  Y una mañana le anunció que volvía a estar embarazada y juntos rieron y bailaron ante la atenta y curiosa mirada de sus hijos que no entendían a qué se debía tanto alborozo.  Dylan ya había cumplido dos años y acudía al jardín de infancia instalado en una parcela junto al colegio al que iba Rosaleen.  ¡ Su tercer hijo ! Tal y como habían planificado.

Las hojas del calendario caen inexorablemente y ellos se iban haciendo mayores siguiendo el ritmo que marcaba la vida.  Rosaleen estaba a punto de entrar en la universidad y Dylan en su bachillerato y el último de la saga: Niall, su primaria.  Tenían más tiempo para ellos solos y los fines de semana, los cinco,  siempre hacían alguna excursión si el tiempo lo aconsejaba.

Rosaleen conoció a un chico al entrar en la universidad, se enamoraron, e hicieron proyectos juntos de vida en común. Lo harían en cuanto él terminase su carrera al cabo de tres años:  Medicina, siguiendo la tradición familiar de la familia Limerick.  Se casaron en las fechas previstas. Dylan comenzó también en la universidad. ¡ Cómo no, sería investigador !, Niall aún no lo tenía claro, pero era de espíritu aventurero así que no sería de extrañar que se dedicase a recorrer esos mundos de Dios ayudando a la gente como Médicos sin Fronteras, de los que era un ferviente admirador.  Margaret envejeció con ellos y un día se  fue, causando tremenda tristeza en todos, pero especialmente en Rose, ya que había sido no sólo su  consejera en algunas cosas, pero también su amiga y confidente.  La echaría mucho de menos y la sumió en una profunda tristeza.

 La vida había transcurrido ante ellos sin darse cuenta, siguiendo su ritmo inexorable, y ellos también pasarían.  Era ley de vida, pero Paul no quería ni oír alguna alusión a ello, ni siquiera a la vejez, que limitaría sus movimientos, en unos pocos años.
  Guardaba el recuerdo de sus pesadillas y cada vez que lo hacía su dolor se recrudecía.  Seguía admirando a Rose y en sus ojos se reflejaba la joven vivaracha de cuando estaban en el hospital. ambos trabajando. Paul ya estaba jubilado y Rose lo había dejado al tener su tercer hijo. Pero ante sus ojos, no existían los cabellos blancos  que iban tiñendo los cabellos de ambos.  Ni sus deseos habían aminorado, aunque tampoco era lo mismo,  permanecían intactos, pero ahora eran más reposados.

Ciertamente ellos también habían cambiado, no en sus sentimientos,  que en la actualidad se amaban de otra forma, sin tanta vehemencia, pero con más autenticidad si cabe.  Pasaban  mayor tiempo en Connemara; allí habían establecido su hogar y disfrutaban cuando alguno de sus hijos iba a visitarlos. Era difícil que los tres se juntaran al mismo tiempo, pero ellos se habían resignado a ello, ya que cada uno  tenía su vida  forjada  en ellos mismos. Se tenían el uno al otro y viéndoles felices ellos también lo eran.

Su día a día era muy tranquilo.  Se limitaban a pasear por la playa, si el tiempo acompañaba; otras veces iban hasta el pueblo y charlaban con los amigos. Como Robert, también jubilado y residiendo en el pueblo con quién se frecuentaban  a menudo. No necesitaban nada más: se tenían ellos, el uno al otro.

 Y de este modo los días pasaban lentamente.


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Autora: rosaf9494quer
Edición: Abril 2020
Ilustraciones. Internet

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