domingo, 17 de marzo de 2019

Nunca logré olvidarte - Capítulo 30 -Poniendo distancia

Y tomó la carretera tragándose el llanto que la ahogaba pero no miró atrás. Por el retrovisor vio la figura de su marido que corría tras el coche para alcanzarlo, sin conseguirlo porque ella aceleró.  No podría soportar frenar y sentirse estrechada entre los brazos de él.  Debía ausentarse por el bien de ambos, porque no veía otra manera de salvar su matrimonio.  Posiblemente estuviera equivocada, pero no tenía a nadie cerca que pudiera aconsejarla, y ella estaba muy confundida, nerviosa y enfadada.

 En ese momento sintió odio por Alice, y ella misma se extrañó de tener esas sensaciones, porque nunca las había conocido, pero estaba herida por ella y por James que no tenía más culpa que la de haberse enamorado de ella y querer a su madre.  No caería en eso; la culpa era de Alice única y exclusivamente.  Era un mujer dura, que no  tenía más que el egoísmo por tener a su hijo constantemente a sus ordenes.  Eso no era amor. El amor de una madre es sacrificio y no sometimiento a ella y tiranía. ¿ Cómo era posible que no recordara lo vivido por ella misma? ¿Creía que por eso amaba más a su hijo ? Estaba equivocada y además no estaba siendo inteligente, ya que si a ella la hubiera aceptado, estarían viviendo todos juntos en perfecta armonía.  Alice hubiera encontrado una hija en ella, y Noa una madre.  Pero no había sido así, y ahora  tocaba  tomar esa decisión para no hacer más daño a James, aún a sabiendas que la quería más que a su alma.

El coche seguía su camino y ella lloraba sin consuelo.  No sabía a dónde iría ni por dónde. Ni siquiera se dio cuenta de que era hora de encender los faros del coche avisada por el claxon de otro que iba en dirección contraria. No veía ningún cartel que la indicara dónde se encontraba, pero pensó que por el tiempo que llevaba conduciendo, era muy posible que hubiera rebasado Laredo, Sacramento y quizás a punto de llegar a San Francisco. . Estaba agotada por las emociones y  el cansancio de llevar todo el día viajando.  Decidió parar en el motel y al día siguiente proseguir ¿ hacia donde ? No importaba; cualquier lugar sería perfecto

El motel estaba regentado por una mujer de unos sesenta años. A primera vista  era un lugar limpio y nada sospechoso  de ser  un sitio extraño.  Aparcó el coche y entró en la administración. La mujer solícita la atendió con una sonrisa.  Al ver el rostro de Noa, enseguida se hizo cargo de que debía estar agotada.  Iba despeinada y su rostro contraído, los ojos muy irritados y hablaba con tono bajo

- ¿ Se encuentra bien?  Se la ve muy cansada
- Sí, lo estoy, llevo conduciendo desde esta mañana y ya no puedo más.  El dolor de cabeza va a matarme.  Sólo quiero meterme en la cama y dormir, dormir profundamente y despertar cuando el fin del mundo esté próximo, aunque en realidad ya ha llegado para mi
- La noto muy desanimada, pero piense que todo tiene un principio y un fin; no se preocupe en exceso.  Lo que sea que la atormenta, se solucionará cuando menos lo espere. ¿ Ha cenado ?
- No ni tengo apetito.  Sólo deseo meterme en la cama cuanto antes
-Le daré la habitación contigua al despacho, así si necesita algo por la noche estará cerca de mi.  Hoy me toca la guardia.  Mi hijo regenta este negocio, pero es médico ¿ sabe ?, y tiene guardia. Vaya y acuéstese.  la llevaré un vaso de leche caliento con unas galletas y una aspirina.  Verá qué bien descansará.
- Muchas gracias, pero no se moleste.  Acepto la aspirina

- ¿ La tengo que despertar a una hora determinada?
- No, no tengo prisa
- Muy bien, pues entonces duerma cuanto quiera.

Ambas mujeres se despidieron y Noa decidió ducharse antes de acostarse, el agua caliente la ayudaría a dormir mejor, si es que podía.  Cuando salió del baño, en la mesilla de noche, tenía el vaso de leche con las galletas y el analgésico. Sonrió levemente agradeciendo el gesto de esa mujer que sin conocerla había sido amable y cariñosa con ella cuando más lo necesitaba.  Corrió la cerradura de seguridad de la puerta, se puso un pijama y se metió en la cama.  Pero su cabeza no hacía más que dar vueltas hacia James. Estaría desesperado sin saber dónde estaba.  Miró su móvil y tuvo la tentación de llamarle, pero en el último momento desistió de ello.  No quería interferir.  Suponía que se habría peleado con su madre, pero eso francamente no la importaba; era un asunto que tenía que solucionar de una vez.  Abrió el móvil y lo dejó sobre el fondo de pantalla que tenía de James, le dio un beso y poco a poco fue entornando los ojos hasta quedar dormida.

Se durmió con la imagen de su marido en la memoria, pero su sueño fue intranquilo, reviviendo en él lo ocurrido en las últimas horas que pasaron en el rancho hasta su partida.Daba vueltas en la cama, se despertaba.  Volvía a dormirse... y así sucesivamente.  Cuando los rayos del sol daban de plano en su ventana, se despertó de golpe, sobresaltada, sin saber dónde estaba.  Tenía la cabeza embotada y el cansancio había desaparecido sólo en parte.  El dolor de cabeza persistía, aunque más atenuado.  No tenía prisa por levantarse.  Permaneció en la cama vuelta de lado, como si en el lugar vació hubiera estado durmiendo James.  pero la almohada estaba intacta y de golpe  revivió todo nuevamente. ¿ A dónde ir ?  Ni siquiera sabía dónde estaba.  Probablemente lo más acertado sería volver a casa, a Nueva York.  Sabía que su padre la regañaría fuertemente.  Que la diría que fue un error casarse en tan poco tiempo, que se querían, pero que eso no sería suficiente... bla, bla, bla.  Pero era lo más acertado.  Por lo menos allí podría trabajar con él y tendría cerca a una persona que la quería y la comprendía.

- Si.  Es lo más acertado.  ¿ Qué voy hacer por aquí ? ¿ Dando vueltas en San Francisco, en Los Angeles, ?  No  llamaré a James, al menos de momento.  No me encuentro con fuerzas. Dejaré pasar un tiempo y después, ya veré.

Recogió sus cosas y se preparó par marchar. La señora  que la atendiera, ya no estaba, así que indagó en qué lugar se encontraba y a dónde podría ir para tomar un avión a Nueva York

- Está a las puertas de San Francisco, así que allí mismo podrá hacer el viaje que desea.- la respondió la señorita que estaba en recepción

Abonó la cuenta y partió  rumbo a la capital.  Allí en el mismo aeropuerto, vendería su coche y partiría rumbo a casa..  Poco a poco iba asimilando que su matrimonio estaba roto, y que su suegra se había salido con la suya y ese pensamiento la llenaba de furia.  Antes de poner el coche en marcha, marcó el número privado de su padre y le anunció que iba camino de Nueva York, que se encontraba en San Francisco y en cuanto tuviera billete, llegaría.

- Te lo anunciaré cuanto tenga el pasaje
-Pero ¿ ocurre algo?
- No, no te preocupes.  tenía ganas de verte, eso es todo
- A mi no me engañas.  Hace tan sólo unos  días que nos hemos visto Y.. ¿ en San Francisco ?  Se que me ocultas algo.  me dejas muy preocupado
- Papa tengo algo de prisa.  Te lo contaré cuando llegue, pero no estés preocupado, estoy bien.

Sabía que había dejado preocupado a su padre, pero hubiera sido muy extenso decirle la decisión que había tomado.  Se lo explicaría a su llegada.   De nuevo haría  la última etapa del viaje  que había emprendido unas horas antes, el día anterior. Y a pesar de hacer tan poco tiempo de todo  lo sucedido,  había dado un giro trascendental en su vida.  Salió de su casa para emprender una aventura enamorada e ilusionada hacía poco, y regresaba con la misma edad, pero con una experiencia lograda a fuerza de sufrir.  Ya no era una niña.  había dejado, de ser la muchacha que conseguía todo lo que se proponía, y consiguió al hombre de su vida del que seguía enamorada, pero con un fracaso a sus espaldas.  Y lo más curioso es que todos pensarán que fue producido por su precipitación en el matrimonio, cuando lo cierto es que funcionaba  extraordinariamente bien, pero que una tercera persona, se había encargado de poner palos en sus ruedas y tuvieron que alejarse.

Sentada en el avión, repasaba mentalmente lo que diría a su padre, quién culparía a James de su fracaso, cuando lo cierto era que había luchado con todas sus fuerzas en su defensa, pero ella no podía soportarlo más y fue quién tomó la decisión de marcharse.

Y  el mismo aeropuerto que la vio regresar al rancho , la recibió. Ya estaba en casa; todo había sido como una película.  Tendría que comenzar de nuevo.  Llamó a un taxi y le dio la dirección de Manhattan,  de su casa. Al menos allí aguantaría estoica la regañina del padre, pero también sabía que sus brazos la darían el calor humano que echaba de menos, que la faltaba de James.

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