sábado, 21 de mayo de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 3 - La alegre y bulliciosa Amy

 



                                          Capítulo 3 - La alegre y bulliciosa Amy Callaghan


   Ingresaría en la universidad de comunicaciones. Le gustaba esa especialidad y tenía un gancho especial para desarrollarla. Además, no era excesivamente larga; tan sólo cuatro años de su vida más y,  después a buscar un empleo y comenzar a ser independiente. Todo lo tenía medido.

 Desde el primer año de carrera, pronto se hizo popular entre sus compañeros. Era una chica que, además de guapa, era extrovertida, alegre y se prestaba a ayudar a algún compañero en alguna materia que se le resistiera.

No tenía novio, ni lo quería, mientras no terminase la carrera. Cada día le gustaba más y no había ninguna cara de algún chico en su pensamiento que le importunase el camino que había elegido. Al comenzar su último curso de carrera. Se buscó un empleo para ayudarse en sus gastos. Su padre había caído enfermo y las medicinas eran muy costosas y sus padres, habían tenido dificultades para pagar los estudios.

En esa época, Irlanda destacaba, precisamente en la especialidad elegida. La crisis del 2008, les había castigado fuerte como a casi todos los países cuya economía no era muy sólida y empezaban a tambalearse en otra crisis económica añadida. Fueron hábiles y programaron una especialidad de la que media Europa estaba carente, de modo que promovieron el comercio y la exportación de materia audiovisual. La electrónica evolucionaba rápidamente y cada vez los aparatos, tanto en ordenadores, telefonía, como para videos evolucionaban a velocidad de vértigo. Descubrieron ese filón y se dedicaron a ello, siendo poco menos que una potencia en toda Europa en los materiales electrónicos, cuya demanda hacía para ellos, salir de la crisis antes que cualquier otro país. Quizás influida por ello, Amy había elegido esa carrera, además de gustarle a rabiar.

No la costó mucho encontrar un trabajo relacionado con ordenadores, ya que en la mayoría de los comercios se imponían para facilitar la contabilidad de los mismos. Su sueldo era tirando a bajo.  Todavía el país estaba endeudado, tratando de salir de la crisis cuanto antes y que todos salieran de ella.

En casa de Amy, las cosas estaban tan precarias como en cualquiera de los hogares. Las economías familiares se ajustaban al máximo. No obstante, había que mirar el dinero con lupa, máxime habiendo algún enfermo como era el caso.

Su padre falleció al cabo de unos meses, a pocos meses para que viera a su hija licenciada y obtuviera su acreditación Fue un golpe para la pequeña familia que se componía de ellos tres. La madre entró en depresión al faltar el marido y Amy, tuvo que convertirse en cabeza de familia, ya que la madre, la mayoría de los días, no tenía ánimo para nada.

Acababa de licenciarse y, en vista de la difícil situación creada en casa, hizo unas oposiciones a un anuncio de una mayor empresa que poco a poco se hizo con el mercado. Ganaría casi el doble de lo que estaba ganando, así que no lo dudó ni un momento. Entraba para crear programas, algo que para ella era pan comido, de manera que no tuvo que renunciar a nada.

Pero sí a la madre que, poco a poco la depresión se adueñaba de ella con más rapidez de la deseada. Cuando comenzaban a estar más holgadas, tres años después del padre, partió a reunirse con su marido, dejando absolutamente sola a Amy.

En un principio se sentía desconcertada y se hacía miles de preguntas al no comprender por qué a ellos les había pasado aquello. Nunca supo que sus padres, para que ella pudiera hacer la carrera, escatimaban muchas veces de la debida alimentación. Las pocas joyas que la madre había recibido de su familia y de regalos que la hizo su marido en tiempos mejores, visitaron la casa de empeño.

   —La niña ha de terminar sus estudios

Se decían mutuamente los esposos, ocultando la verdadera razón de que la ropa y los zapatos no fueran renovados con frecuencia y, de que muchas veces, su paga semanal fuera más bien corta. Y aunque Amy lo imaginaba, no decía nada para no angustiarles más. Por eso ella se esforzaba al máximo en estudiar y no en repetir ninguna materia en ningún curso.

La falta de su madre la hundió durante una temporada, pero por el sacrificio que habían hecho por ella, siguió adelante con todas sus fuerzas. No podía permitirse el lujo de ser depresiva. Se lo debía a ellos.

Se hizo programadora y cada día estaba más reconocida no solo por los jefes, sino por sus compañeros que, trataban de animarla y, aunque a la fuerza, la obligaban a salir los fines de semana con el grupo de ellos que estaban más próximos al puesto de Amy. La llamaban el cerebrito, porque no había nada que se le resistiera. Al cabo de dos años de estar trabajando con ellos, fue nombrada jefa de grupo. De un grupo muy especial que se centraba en fabricar programas cada vez más complicados, dedicados especialmente a programas de contabilidad y finanzas.

El horizonte se iba despejando poco a poco y, lentamente fue resurgiendo hasta recobrar el optimismo y la peculiar alegría que siempre derrochaba.

Lo que más disfrutaba y en donde mejor se sentía era, por extraño que parezca, en su puesto de trabajo. Se sentía igual que un piloto que condujera un avión con cientos de personas a bordo. Así de responsable era.

El tiempo transcurría y la empresa estaba conquistando los mercados a nivel mundial por la excelencia del producto que lanzaban.

Amy vivía sola en la vivienda que había compartido con sus padres. Todo lo mantenía igual. Tan sólo algún mueble algo desvencijado por el paso del tiempo, hubo de deshacerse con el fin de poder organizarse una especie de despacho y llevarse trabajo a casa. Raro era el día que no lo hacía. Al sentir la casa vacía, se deprimía, pero con la excusa del trabajo, la entrada en el piso no era tan deprimente y siempre procuraba tener la cabeza ocupada por el trabajo. De esta forma, hizo unos pequeños ahorros, además que gastaba poco o nada en ella.

Tan sólo los fines de semana, los dedicó a su esparcimiento, acompañando a sus compañeros al cine o a cenar fuera de casa. Lo hacía los viernes por la noche, para poder dormir largamente al siguiente, día sábado.  Poco a poco fue desempolvando la alegría que la caracterizaba y era solicitada en cualquier reunión que hicieran. Sus compañeras la tomaron aprecio y trabaron fuerte amistad con ella.

Su vida se deslizaba lenta pero segura y hasta se permitió el lujo de ir de vacaciones ese verano y pasar diez días en Mallorca. Era la primera vez que se lo podía permitir. No tenía deudas y, al ser ella sola, el presupuesto le daba de sobra y podía ahorrar. Su deseo sería hacer un viaje más largo. En aquella época Japón se imponía, y por tanto Tokio sería su meta a visitar en un futuro próximo, probablemente en el próximo verano.

Las chicas de su departamento habían hecho todas ellas, un bloque de amistad y en el centro se situaba Amy, por la vitalidad y esfuerzo que derrochaba en cualquier trabajo o ejercicio que tuvieran que realizar en grupo. También era la persona más preparada entre todos ellos, por algo la eligieron jefa de departamento. Muy considerada también por sus jefes. En fin, la vida, por fin le daba un respiro y poco a poco sacaba fuera las depresiones y volvía a ser ella misma, esa joven alegre y ocurrente que siempre había sido.

Se pusieron muy de moda los karaokes, provenientes del sudeste asiático y, los jóvenes se desgañitaban por alzar la voz en las canciones al tiempo que leían la letra de la música que se esforzaban por imitar al cantante de moda que la hiciera popular. Durante una temporada acudieron en grupo, principalmente las chicas, después de cenar fuera de casa, a los tan populares establecimientos en donde daban suelta al torrente de aire de sus pulmones.

Ninguno lo hacía bien, es más, cantaban pésimamente y en un tono muy superior a su capacidad, por tanto, los “gallos” y las bajadas de tono, eran frecuentes, pero al menos se reían y eso era lo que buscaban. Tenían la diversión asegurada animados por la ingesta de un poco de alcohol más de la cuenta. No llegaban a emborracharse, pero el límite era muy fino. Al iniciarse la madrugada, cada una de ellas, iban a su casa e incluso alguna que estuviera algo pasada de rosca, dormiría en casa de otra compañera.

El domingo amanecía con dolores de cabeza y afonías de garganta por los esfuerzos hechos, pero se habían reído muchísimo de ellas mismas. Ni siquiera podían imaginar lo que el destino les tenía preparado a dos de ellas, la conexión tan estrecha que llegarían a tener con el país inventor de lo que había constituido la diversión de aquellos sábados. La que más gritaba intentando cantar, la que más se reía e imitaba los movimientos del artista originario de la canción de turno, era nuestra inefable Amy, animada por el resto de sus compañeras y parte de la concurrencia del local. Los analgésicos eran su desayuno al día siguiente y, se prometía así misma no volver a repetir tamaña locura, y hasta se avergonzaba un poquito del ridículo que seguramente habría hecho al cantar tan rematadamente mal. Pero se había reído a torrentes junto a sus amigas y, eso era lo que más valía.

Tenía un día entero, el siguiente a la juerga, para recuperarse y acudir a su puesto de trabajo con la imagen formal de la que hacía gala y que sólo conocían sus amigas más estrechas, ya que ellas también eran fieles seguidoras de las juergas de los fines de semana. Lo llevaban en secreto porque sabían que si los chicos se enteraran de lo que hacían, serían la risa y las bromas de todo el departamento. De manera que “sus canitas al aire” de las cuatro que formaban el grupo, sería “top secret”, al menos hasta que, por alguna casualidad fueran descubiertas.

De esta manera y, otras acudiendo al cine o al teatro, Amy fue superando la falta de sus padres y rehaciendo su vida en libertad. La libertad de saber que eras dueña de tu propia vida. Que haces y deshaces lo que quieras, que no tienes a nadie quien te mande y que a nadie has de dar explicaciones. Al fin, había tomado las riendas de su vida, y al darse cuenta de ello, su autoconfianza se había reforzado y su carácter cambió. Seguía siendo muy amiga de sus amigos, solidaria si necesitaban que les echara una mano y, sobre todo, muy querida y apreciada por ellos, tanto compañeros como compañeras. En recíproca correspondencia, además de respeto, se había ganado el afecto de todos consiguiendo que, su lugar de trabajo, más parecieran familia que compañeros. 

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Autora: 1996rosafermu / rosaf9494

Fotografía:  Internet

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