miércoles, 25 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo - Capítulo 5 - Un soplo de vida

Tumbado sobre las pedrezuelas, con un brazo bajo su cabeza, Paul Limerick pensaba  en los viejos tiempos que había pasado lejos de allí a cientos  de kilómetros de distancia. En las personas que habían constituido el eje de su existencia, lo que le condujo hacia ellas y el por qué todo terminó de esa forma que aún no entendía.  Entornó los ojos para disfrutar de la brisa que venía del mar, brava, salina...  El sol brillaba en lo alto de un cielo azul esplendoroso, tan distinto a aquel gris plomizo de aquella tarde  decisiva en su vida.  Aún lo recordaba como si lo estuviera viviendo en aquel momento, y en realidad era así.  Por mucho que se empeñara nunca terminaría  de olvidar, y nuevamente evocó aquellos días, momentos, segundos, vividos junto a ella.

Se miraban sonriendo mientras terminaban de cenar.  Habían ido al restaurante tras el tira y afloja por las reticencias de Rose Mary referente a su incipiente noviazgo. Tenía sensaciones encontradas; por un lado lo deseaba ardientemente,pero por otro temía que al ir todo tan deprisa, saliera dañada en lo más íntimo.  Reconocía que lo sentido por Paul era algo más que atracción.  A veces, antes de dormirse, recordaba los instantes vividos con él en el quirófano, en la cafetería, paseando tomados de la mano, o como ahora  juntas sus manos y en su dedo anular de la mano izquierda un anillo de prometida.

¿ Qué se había perdido? ¿Cuándo había sucedido todo ? Rápida había sido toda la trayectoria vivida.  Desde que hablaran por primera vez, en que él se mostraba serio, cortante y exigente con ella, hasta estar ahora sentados uno frente al otro prometiéndose amor eterno.  Pese a la seriedad de él, al conocerle más íntimamente se daba cuenta de que era un ser entrañable, cariñoso, y profundamente sensible. Se daba cuenta de lo mal que lo pasaba cada vez que un paciente se le quedaba entre las manos, o sabía de antemano que por muchos esfuerzos que hiciera para sacarle adelante, sería todo inútil porque la enfermedad que padeciera, era más fuerte y más rápida que la naturaleza.  Y le recordaba con su pijama verde de quirófano, sentado en una silla con su mano puesta en el hombro de la persona que estaba recibiendo la fatal noticia de la pérdida de su ser querido.  El trataba por todos los medios de darle una explicación del por qué y del cómo todo había desembocado en un fatal final. Y después el abrazo dado en donde refugiaba la cabeza con un llanto convulso, la mujer, o el marido, o los padres de la persona que se había ido.

Cada vez que lo evocaba un nudo atenazaba su garganta y se astraia tanto, que él debía preguntarla en qué paraíso se había perdido.  Ella sonreìa y acariciaba su mano, porque de no estar en público, se levantaría de donde estuviera sentada y se abrazaría a él besando su cara.  Era bueno, bueno de verdad. Tenía un alma noble y compasiva y pensaba que ella no era merecedora de poseer el corazón de ese hombre excepcional, que la quería tanto.

Había sido un regalo el día que le encontró por primera vez . Acariciaba su anillo de prometida dando vueltas al mismo y sonreía, ajena a todo lo que Paul la estaba contando.  Al fin él había conocido el porqué de esas ausencias,  que ella a veces tenía.  Cuando la veía con esa especial mirada, detenía lo que estuviera hablando y se la quedaba mirando extasiado en su rostro, porque sabía que lo que fuera que estuviera pensando, él  estaba en ello.  La quería, la quería hasta la extenuación y sabía que era correspondido de la misma forma.  Se casarían en pocas fechas; habían pasado la prueba que ella le impuso. Ahora se conocían bien, perfectamente. Habían solventado las reticencias que tuvieran y decididos a emprender el largo camino de su vida juntos.

Paul abrió los ojos y decidió emprender el regreso. Le dolían todos aquellos recuerdos tan profundamente arraigados en él, pero al mismo tiempo recordando, aunque le doliesen , la sentía cerca, a su lado, y al menos, en esos pequeños instantes, era feliz.  La seguiría queriendo siempre y cada vez que ella  le necesitase, estaría a su lado.

- No, ya no es posible.  Se ha ido...- y sacudiendo las piedrecitas  del pantalón emprendía el regreso a su casa. A una casa ahora vacía, pero llena de sus recuerdos tan profundamente arraigados dentro de él, de su perfume, de toda ella.

¿ Qué había ocurrido en la vida de nuestros protagonistas ? ¿ Por qué Paul estaba solo en aquel lugar lejos de  lo que había sido su vida ? ¿ Qué había sido de ellos? ¿ Qué de Rose Mary?

    Connemara  era el lugar elegido por él para vivir junto a Rosaleen. El tiempo había corrido, a veces rápido y sin embargo otras se había  detenido.  Ahora su mundo, su vida era ella, un constante recuerdo de la que hace tiempo fuera su mujer, su luz, su vida:  Rose Mary.  La seguía queriendo, echando de menos, añorandola en sus noches largas y despiertas.  Paseaba su mano por la almohada que ella compartiera como para percibir la calidez de su cabeza que otrora reposara en ella.  Había veces que se enfadaba, y lloraba por su ausencia ¿ Por qué, por qué, por qué ? repetía una y mil veces. Pero es difícil encontrar una explicación a lo inexplicable. ¿ Qué ocurrió? ¿ Cómo ?  ¿ Por qué ? ¿Por qué a ellos ?  Por mucho que repasara en su cabeza lo acontecido, los momentos anteriores o posteriores nunca encontraba el motivo para su ausencia. Y entonces se desesperaba y apretaba los puños hasta hacerse daño en la palma de la mano.

Una risa alegre, infantil, llegaba hasta sus oídos y era entonces cuando paraba de pensar, para recomponer su figura y aguardar a que ella llegase hasta él, extendiendo los brazos y llamando a su padre. Reía feliz seguida por una achacosa Margaret que no lograba alcanzarla y se agarraba a sus piernas y el la agarraba de sus brazos, y después...   La nebulosa llegaba y todo lo cubría. Y entonces el sol desaparecía, y todo se tornaba gris, con nubes espesas que todo lo cubrían y el se angustiaba y llamaba a voces a Rose, y la niña miraba hacia atrás y huía de él asustada.  Y todo volvía a cobrar vida atormentándolo una y otra vez.  Y de nuevo la risa infantil y su pequeño cuerpo aupándola hasta tomarla en brazos y estrecharla contra su cuerpecito besando sus sonrosadas mejillas.  Se parecía a su madre, era su vivo retrato: los mismos ojos grises, los mismos hoyuelos en sus mejillas, y esa sonrisa preciosa que le volvía loco.


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Autora: rosaf9494querEdición>Marzo de 2020
Edición< Marzo 2020
Ilustraciones< Internet

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