lunes, 23 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 3 - Otra forma de vivir

 Evelyn, tras terminar su jornada y ducharse, se puso el pijama y se metió en su habitación esperando la hora de dormir. Estaba cansada, rayando en el agotamiento. Deseaba terminar cuanto antes. Ya faltaba poco; como mucho un par de días y volvería a la normalidad de su trabajo, que era bastante tranquilo, a pesar de que el administrador, iba delegando en ella, cada vez más tareas. Pero no la importaba; la gustaba. Echaba de menos cuando, a las cinco de cada tarde, se cortaba toda actividad y,  Margaret preparaba el té acompañado por unas deliciosas pastas, hechas por ella  y, recientes.

Esperaba que la "pareja" se fuera a divertir como hacían desde que decidieron pasar unos días allí. No sabía a la hora que llegarían, pero seguro que  de madrugada. Al menos tenían la delicadeza de no armar alboroto y ser comedidos en sus manifestaciones.

Había veces que no sabía cómo comportarse. Le era violento no hacer las camas, pero ese no era su cometido y, además ignoraba si a ellos les gustase ver a una extraña poniendo orden en su intimidad. No lo sabía ni tampoco la importaba.

Hubo una mañana, la de la siguiente a la llegada de los visitantes, que al pasar, para dirigirse a su trabajo, vió que una puerta estaba abierta. Era la habitación de  Benjamín, pero él no estaba. Seguramente estaría en la ducha, por el sonido que salía del cuarto de baño. Se acercó hasta el dintel de la puerta para ver  si verdaderamente seguía en orden. Abrió los ojos desmesuradamente. Era un manicomio de habitación. La ropa por el suelo hecha un rebujo, los zapatos uno en el norte y el otro en el sur. La cama estaba tan revuelta que parecía haber dormido un ejército más que una persona ¿O habían sido dos las que durmieran ?  ¿Dormir ? Estaba segura que habían hecho de todo menos eso.  Una prenda femenina tirada en el suelo junto a otra de él. En definitiva a ella ¿Qué la importaba? Era su vida, la de ellos. Mayores de edad y, por tanto libres como el viento. Y se  reafirmó en lo que había pensado:

— Ahora si que sí. Ni loca, les hago la cama. Fijo que en ella han tenido "tema", así que se las apañen para lo uno y lo otro.

Él era un "niño" bien que sólo sabía hacer una cosa: ligar con  la primera mujer que se presentase. ¿ Y ella...? Pues más de lo mismo. Pero eran mayores, con edad suficiente para saber lo que hacían y no tener que dar explicaciones a un marido, o novio. Al menos creía que él no. Le había caído un título por tristes circunstancias, y ahora debía demostrar que lo merecía. Quizá no fuera consciente de la nueva vida que llevaría  a partir de ahora, y posiblemente, estas juergas que había traído hasta esa mansión, fueran una despedida. Habría un antes y un después. Otro Benjamín Sutton, al menos de cara a la galería. Otra cosa sería la que llevase a hurtadillas de miradas ajenas.

Confiaba en que dentro de poco tiempo, su vida se recobrara como él quería. Lo bueno o lo malo, de la época en que vivimos, es que todo se olvida pronto y a poco que pasen los días, aunque siguiera siendo un golfante, ya no recordaría nadie la seriedad de  Patrick para llevar los asuntos de su mayorazgo.

Todas las cajas ya llenas, estaban apiladas en una sala. Nunca hubiera pensado la cantidad de cosas que se habían almacenado con el transcurrir del tiempo. ¿ Por qué su familia le había dado por acumular tanta cosa decorativa, si, pero inservible. Por un lado le apenaba  dejar aquella hermosa mansión sólo para que fuera un "pabellón de caza" de variadas "especies y colores",  no tenía problema alguno¿ Es a eso a lo que sería destinado? Mucho se temía que su familia no estaría de acuerdo con ese uso, pero en definitiva ahora era todo de él. Sólo debía preocuparse de atender a su familia, que vivieran cómodamente, sin faltarles ningún capricho, pero, por esa misma razón él también tenía derecho a disfrutar de la vida.

Evelyn con una carpeta en la mano y,  un rotulador, iba marcando las cajas allí  depositadas listas para que un camión viniera a por ellas y las condujera a su nuevo destino. Todo estaba ordenado, conforme al trabajo encomendado. Echó una mirada a su alrededor y, tras cerrar la puerta volvió a su habitación a recoger su equipaje. Estaba contenta por el trabajo realizado. Pesado no, pesadísimo. Solitaria en la primera parte de su estancia allí. Luego con los visitantes, algo más ameno, aunque casi ni se veían a lo largo del día.

Portando su maleta echó una última mirada para comprobar que todo estaba en orden. Así era, excepto dos únicas habitaciones que ni siquiera pasó de cerca. Eran las de los visitantes y, aunque no se escuchaba ruido alguno,  había oído sus risas y conversaciones al llegar casi al alba, por tanto no era de extrañar que ahora estuvieran dormidos como troncos. Se preguntaba ¿a dónde irían? Por allí no había muchas cosas en las que divertirse.

Cerró con llave y se metió en el coche que había llegado de Londres para recogerla. Lo conduciría  Maxim. En un principio, tras saludarse,  entablaron una conversación liviana con la que se pondrían al día de lo ocurrido en casa, desde que ella faltaba. Nada en especial; nada digno de ser reseñado.

Charlaba sin parar con Maxim. Había estado muchos días en permanente silencio, tan sólo hablando con ella misma. Le preguntó por todos: por Margaret, por Thomas el mayordomo, por Millie la doncella..., en fin por todos. Pareciera que hubiera  estado ausente un siglo y en otro país, cuando sólo había faltado unos días, eternos, eso sí, pero días al fin y al cabo.

Tardarían como dos horas en llegar a casa, así que después de todas las informaciones recibidas, guardó silencio para no distraer al chófer.

Lentamente hizo un repaso de su estancia en la mansión. Sus primeros días. Sus terrores nocturnos pensando en fantasmas. La impetuosa llegada de Benjamín, y, el día que se sentó junto a ella, en el suelo comentando algo sin importancia pero a lo  que él dio un aire especial. Ese día estaba dicharachero y simpático. Algo extraño pues, en todos los días, desde que llegaron, si se encontraban, se saludaban: buenos días, buenas noches... y eso era todo. Sin embargo las pocas veces que se habían visto y hablado, aunque fuera de cosas rutinarias, ella se relajaba en su presencia, muy al contrario que el primer día que le vio. ¡ Claro que esa primera vez fue de antología!

Sonrió sin darse cuenta. Maxim la miró por el retrovisor, y él también sonrió, aunque no tuviera ni idea de a qué asunto venía aquello. Sería una anécdota que contaría a sus nietos cuando fuera vieja. Y de nuevo, repasó mentalmente la escena, pero se detuvo en la silueta de la persona que irrumpió en ella.

¿ Qué hubiera hecho si, en lugar de estar a oscuras, hubiese sido a plena luz del día ? ¿Hubiera salido corriendo? ¿Se hubiera tapado la cara? Ella en definitiva no tenía que taparse: era la única en esa escena que estaba vestida. ¿Por qué lo recordaba tanto? No era por la anécdota en sí, ya que nada pudo apreciar más que la oscura silueta ¿Entonces? Sencillamente había sido cautivada por él, como a otras chicas que seguro cautivaba. Por la sorpresa, por la tranquilidad que experimentó al día siguiente como si la anécdota no hubiera sucedido.  Por la educación al referirse a ella. Con ironía otras, pero siempre amable procurando no ser un estorbo en su trabajo.

Si hubiera sido al contrario, estaba segura que ella, no habría aparecido por la cocina o por cualquier otra estancia en que pudieran encontrarse. Pero él era así: despreocupado, como si aparecer en mitad de la noche sin avisar y en paños menores, lo hiciera todo el mundo. Dominaba cualquier situación y, esa fue una de tantas.

Al fin Maxim paró el coche, frente a la gran verja de hierro que daba acceso a la mansión, a la más señorial de todas cuantas pudieran tener. El hogar familiar, aunque ahora la habitasen las dependencias de la administración y el mismo señor Sutton. Ella era la única que, terminada su jornada laboral, saliera de allí en dirección a su casa.

Tenía un pequeño apartamento de soltera no lejos de su trabajo, aunque si lo suficiente para, no sólo distanciarse de ello, sino porque los alquileres en la zona de la mansión, eran prohibitivos para una simple asistente de administración. Echaría de menos el trajín de su día a día en Gloucestershire. 

Es asombroso como el ser humano tiene la capacidad de adaptarse a los cambios, con más o menos placer, pero los que constituyen su día a día, terminan por diluirse en el tiempo y parecieran muy lejanos, aunque, como la ocurría a ella, tan sólo hubieran transcurrido menos de dos semanas. No debía engañarse así misma.

Estaba contenta de haber regresado. Era como si el tiempo pasado hubiera ocurrido hacía mucho . Se incorporó a sus tareas sin ningún problema, al contrario Frederick se alegró enormemente de que su ayudante estuviera de vuelta para descargarle de parte del papeleo.

Estaba atento a las charlas que, mientras tomábamos el té, tanto Margaret como Millie comentábamos. Sonreía socarronamente, fingiendo que no estaba pendiente de la conversación, pero nosotras sabíamos que si lo estaba.

Frederick era una atractivo cincuentón. Había estado casado, pero se divorciaron  al poco tiempo de haberse unido a la única esposa que, hasta el momento había tenido.

Llevaba muy en secreto una especie de relación con Millie, la doncella: sotto voce. Pero, en una comunidad como la que formábamos cuatro personas, era fácil imaginar cuando, el lunes, al regreso del fin de semana, las miradas, las sonrisas les delataban. Ambos se gustaban mutuamente, pero pensaban que ya eran muy mayores para mantener romances. Aunque en realidad lo mantenían. Sin embargo Maxim, no entraba en nuestros juegos: tenía novia de quién estaba muy enamorado.

Una de las tardes en que, en la cocina estábamos solas Margaret y yo, salió a relucir el tema de Benjamín y la dama que se llevó  a Cheltenham. Ella trataba de sonsacarme, pero yo nada sabía en realidad. Casi ni siquiera pude ver el rostro de la dama. Callé para mí la anécdota. Me daba vergüenza comentarlo



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