martes, 24 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 4 - Las largas noches en Cheltenham

 Bostezando, despeinado y con el pantalón del pijama en las caderas, Benjamín saluda a esa mañana, gris y medio lluviosa, como es habitual. Ni siquiera se había puesto unas zapatillas. Quizás aún tuviera la resaca de una noche de juerga, como  tenía por costumbre en la mayoría de las ocasiones..

Lentamente, como si le costara andar, se encaminó a la cocina. Algo más despabilado, frunció el ceño, como si le contrariara que, al entrar en esa estancia, no estuviera el movimiento habitual de todos esos días desde que llegara a Cheltenham, es decir el olorcillo sabroso del bacon con los huevos recién hechos, el café humeante en la cafetera, la otra, pitando en la cocina con el agua a punto para hacer el té. El pan tostado y, la menuda presencia de la chica ¿ Cómo se llama? Ni siquiera lo sabía y ¡eso que trabaja para él!

Pensó que se encontraría realizando su trabajo de estos días y fue en su busca, no sabiendo muy bien por qué. Recorrió cada una de las estancias por las que solía moverse pero, todo estaba solitario y en silencio. Llegó al salón en donde se apilaban las cajas y entonces se dio cuenta de que su trabajo allí había concluido. Sonrió abiertamente al observar la meticulosidad del trabajo de ella; era imposible perderse en el maremágnum de cajas bien seleccionadas y referenciadas por ella. 


Le hubiera gustado sentarse en la cocina y desayunar juntos. Pensó que él también debería ir pensando en dejar aquél paraíso de tranquilidad para sumergirse en el ruido y prisas de la gran ciudad.

Unos brazos largos y conocidos, le abrazaron por detrás, apoyando la cabeza despeinada sobre su espalda. Ni siquiera recordaba que estaba acompañado, pero no por la chica menuda y silenciosa, sino por otra impetuosa que ya conocía.

— ¿Por qué te has levantado tan pronto ?— preguntó ella mimosa.

— Me desperté con dolor de cabeza y fui a la cocina para que...¿Cómo se llama? Bueno es igual, como se llame, me preparase un café cargado, pero no está: se ha ido ya.

— ¡Fantástico ! Así no tendremos que escondernos.

—¿Escondernos? ¿Cuándo lo hemos hecho? Creo que se ha marchado porque la hemos asustado. Esta noche pasada ha sido muy escandalosa por tu parte. — replicó Benjamín.

—¿No te gusta que grite?

— No lo sé. Ahora no estoy en condiciones de pensar. Me voy a la ducha a ver si se me pasa este martillear de cabeza.

—¿Nos duchamos juntos?

—¿Acaso no has tenido bastante? ¡ Eres insaciable! Cálmate. Hay momentos para todo y, éste no lo es. Creo que debemos pensar en irnos. Por si no te has dado cuenta, estos días han sido un paréntesis. Mi vida ha cambiado y, más que cambiará de ahora en adelante. Ya no tendremos muchas noches de vino y rosas. Ahora me he convertido en un lord en toda regla. ¡ Oh Dios !

— ¿Por qué esa exclamación? — preguntó ella separándose del abrazo.

Una imagen recurrente volvía a su imaginación. Había sido el primer encuentro y estaba desnudo. A oscuras, es cierto, sin poder apreciar nada, pero sí  su silueta, y desde entonces no le abandona esa instantánea en que, por primera vez  se sintió desconcertado buscando rápidamente algo con lo que cubrirse, no creía fuera habitual en él. Más bien solía lucir  sus carnes sin ningún reparo. Se cortó por ella, porque era una desconocida, y precisamente por eso, es lo que más se grabó en su cabeza ¿O no ?

— ¿Qué te pasa?¿Qué te ocurre?

— Nada. De pronto he recordado que mi hermano ya no está. Por favor, no entres en el baño. Necesito permanecer a solas unos minutos. Tengo un bajón terrible.

No podía comentar lo ocurrido aquella noche. Le dio pudor ¿Por qué? Ella le veía desnudo cada vez que tenían un encuentro. Se sabían de memoria el cuerpo de cada uno. de ellos. Pero la chica no era ella; se trataba de una extraña y además trabajando para él. ¿ Qué respeto iba a tenerle después de aquella guisa?

— Esta bien. Como quieras. Iré preparando el desayuno.

— ¿Sabes hacer unos huevos con bacon?

—¡Por supuesto, hombre de poca fe !

A esa misma hora, pero a dos y pico de viaje, Evelyn estaba en el banco para realizar diversas gestiones. Aguardaba su turno en la pequeña fila de gente que esperaba a que el empleado, esta vez una chica, les atendiera. Sus gestiones eran breves: ingresos  en diversas cuentas. Pero la persona que estaba en ventanilla, delante de ella, no debía tener ninguna prisa, ya que su charla era incesante con la empleada que, por cortesía atendía sus palabras.

Volvería a la oficina caminando. Estaba cerca y, además deseaba tomar un poco el aire. También ella rememoraba los desayunos. Era todo cuanto hacía por ellos, es decir por él. Estaba de mal humor y, no sabía muy bien porqué, es decir, si lo sabía, pero no quería admitirlo: le echaba de menos, por mucho que la estancia en donde tenían sus despachos, fuera una parte de la casa en la que él vivía cuando estaba en la ciudad, pero a penas se veían. Casi nunca pasaba por la oficina. Estaban independientes unas estancias de las otras habitadas como vivienda.

Quizá lo que echaba de menos era su proximidad, que, a ratos  se producía en Cheltenham. Comenzaba a preocuparse por esa obsesión. No terminaba de admitir que no era tal, sino simplemente la atracción que él había provocado en ella. Deseaba que volviera aunque no le viera, pero sabría que estaba por algún lugar de la casa. A un mismo tiempo, lo rechazaba. De ninguna de las maneras debía obsesionarse. .Él era una pieza inalcanzable y, además imaginó por un momento, cómo serían sus noches en la mansión completamente solos, con lo arrolladora pasión que se suponía.

Ni siquiera había visto detenidamente a la mujer que, ahora, sería su pareja. Pero conociendo sus gustos, estaba segura que sería de una belleza sorprendente, desinhibida y dispuesta en todo momento a complacer a ese adonis, a  Eros, esperando a disparar sus flechas. ¿ Lo había hecho ya en ella?

Tenía que reconocer que cada vez sentía más interés por él. Por conocer su tipo de vida y la que sería de  ahora en adelante ¿Convertiría en esposa a la mujer que llevó a la mansión.? ¿Sería la lady, dando órdenes a diestro y siniestro?  Aunque no llegara a verles juntos mientras estuvo en  Cheltenham, debían ser algo más que amigos, pues de lo contrario no la hubiera metido en su casa. Los hombres no suelen hacer eso, como no sea que tengan una relación más formal, con otras intenciones que no sea disfrutar de  una buena noche.

Pasaron tres días desde que Evelyn abandonará la mansión. En la estancia, había un gran ventanal  que se comunicaba con el jardín. Sólo se escuchaba el trinar de algunos pájaros, que la servían de música de fondo y la permitían abstraerse de todo. Estaba inmersa en su trabajo, revisando unos extractos bancarios,  cuando la puerta se abrió brusca e inesperadamente. Hizo que levantara la cabeza de golpe para ver quién entraba con tantas prisas en la oficina. Frederick estaba resolviendo trámites y la paz reinante en la estancia era absoluta.

 Y allí estaba. Impetuoso como siempre, como un vendaval arrollándolo todo a su paso. Al verla la saludó cortésmente esbozando una sonrisa que, para él ,podría significar fácilmente : "ah, estás aquí", pero no dijo nada más que buenos días y preguntó por el administrador. Ella se asustó por la entrada tan inesperada que tuvo y, se puso algo nerviosa al comprobar de quién se trataba. Sólo podía ser él, pero al no tener idea de su regreso, la pilló por sorpresa.

— Buenos días señorita... Por cierto ¿Cuál es su nombre? He echado de menos sus desayunos. Nadie los ha hecho tan ricos y tan en su punto como usted. Que lo sepa.

— ¡Oh! Muy amable, pero no tiene ningún misterio. Sólo costumbre al hacerlos. Y mi nombre es  Evelyn.

—  Evelyn, bien. No crea. Intenté seguir sus pasos, pero ¡ qué va ! Ni por asomo. Mi amiga tampoco dio con el punto. En ella no me extraña puesto que no esta acostumbrada, pero yo creí que podría hacerlo. ¡Falsas ilusiones!

¿Estaba parlanchín? Había hablado en cinco minutos más que en todos los días que estuvieron en la mansión. Se medio sentó en un lado de la mesa de Frederick dispuesto a seguir la charla ¿Sería habitualmente tan hablador? No lo creía, ya que, en todo el tiempo que llevaba trabajando para él, ni siquiera se había acercado nunca. ¿ Qué debía hacer? ¿Seguir el hilo de la conversación? Se el veía dispuesto a hacerlo, pero ella no tenía idea de lo que hablar. No le conocía, además la frenaba el respeto a la autoridad. La intimidaba la seguridad que él tenía en todos sus actos, muy distinto a ella, que se ruborizaba si la miraba de frente. 

Pedía mentalmente, que Frederick llegara cuanto antes, pues de esta manera, él podría hablar con el administrador. Se conocían desde hacía muchos años y podían fácilmente mantener una conversación, que casi siempre era relativo a la administración. De ahora en adelante tendrían que poner cosas  en funcionamiento, consultar con los abogados..., en fin cambio de todo lo que hasta ahora había funcionado.

Comprobó que tenía una conversación ágil y a veces divertida. No la extrañaba que siempre estuviera acompañado por alguna fémina. Lo pasarían "bomba" con él. Ejem..., en todos los sentidos.

¿Por qué divagaba tanto cada vez que pensaba en él? Se enfadaba con ella misma. No deseaba tener tanta dependencia del que en definitiva, era su jefe. Aunque no era por cuestión del trabajo, sino en otro sentido que no la gustaba nada, nada. Pero que nada.

La disgustó cuando Frederick entró. Aunque muchas de las cosas que contaba no las escuchaba por estar absortas en él, la molestó la irrupción de su jefe más inmediato. Sutilmente, el tono de la conversación había cambiado. Se saludaron efusivamente y ella volvió a lo que estaba haciendo antes de que él entrara en la oficina.

Había quedado una pregunta en el aire antes de que el administrador entrara en escena, pero no la había escuchado, pendiente como estaba de él. Sólo le miraba, pero no oía lo que la decía:

— Tonta, más que tonta. Te ha hecho una pregunta que ha quedado en el aire. Si volvieras a verle ¿ qué ibas a responder si no le prestabas atención? ¡Menudo papelón harías! Tienes que centrarte de una buena vez. No es para tí. ¡ Ni lo sueñes!

¿ Por qué existían las clases sociales? Era injusto, pero la realidad era esa. Por mucho que la gustase, jamás ocuparía un lugar que no la correspondía. E inmediatamente una figura difusa, cimbreante, con elegancia, insinuante, llegaba hasta su cabeza.

— Esa es la clase de mujer que le corresponde y a la que estará destinado, aunque después, en la vida íntima, se harten de estar juntos.

Por difícil que pareciera, de la buena vida no deberían cansarse nunca, pero entraba la monotonía y eso era lo que les hacía fracasar como pareja. Buscaban la novedad que, sólo encontrarían en otra mujer nueva o en otro hombre, porque también ellas se hartaban de lo bueno. ¿Sería ella esa novedad buscada? La parecía extraño tanto acercamiento de repente: desayunar en la cocina, sentarse en el suelo a su lado... No era normal.

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