miércoles, 25 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 5 - Una llamada inesperada

 El saludo con Frederick fue amable y cariñoso. Evelyn creyó oportuno salir del despacho, por si ellos tuvieran que hablar de algo más personal. Se apreciaban mutuamente ya que se conocían desde que Benjamín era poco menos que adolescente. Había trabajado con ellos desde hacía muchos años, conociendo a casi todos los miembros de la familia. 

Hacía poco que había entrado a formar parte de la nómina Sutton cuando el lord mayor murió dejando heredero a su primogénito Patrick, de triste destino también.

Benjamín se entretuvo bastante charlando con él. Cuando terminaron de conversar, a su salida, la saludó con una inclinación de cabeza, pero en su cara mostraba un gesto algo distinto al que fue a su entrada. Estaba como enfadado. Eso al menos es lo que pensó Evelyn. Ni siquiera se la ocurrió imaginar que, quizá fuese debido a la no respuesta dada a la pregunta que la formuló antes de que entrara el administrador. Daría cualquier cosa por saber cuál era, pero ya no había remedio. 

La intriga estuvo bailando en su cabeza durante todo el día, hasta que interrumpió la jornada para ir a almorzar. Se estaba poniendo el impermeable cuando el teléfono de su mesa sonó con un número interior

— ¡Vaya, ahora que salía a almorzar!¿Quién será?— pensó contrariada

— ¿Se digna responderme?

Ella reconoció su voz, pero estaba tan nerviosa que sólo se la ocurría mirar al teléfono como si el aparato pudiera responder. Titubeaba al dar la respuesta ¿Cómo iba a decirle que no prestaba atención a lo que la decía? Que no tenía ni idea de lo que le hablaba. Se la ocurrió una estratagema. Si salía bien, pues...

— Perdón, ¿Quién me llama?

— Y además ¿No me conoce?

— Perdón señor Sutton. Estaba distraída con algo que me tiene inquieta

— ¿Es algo del trabajo? Porque si es así quizá yo pueda solucionarlo ¿Ha almorzado ya?

— No.  Iba ahora.

— Muy bien. No se mueva. Tardo cinco minutos en recogerla.

¿Cómo? ¿Recogerme? ¿Qué significaba eso? No entendía nada. Seguía sin centrarse y eso haría que estuviera de nuevo distraída, pensando en las Batuecas. Los nervios ya los tenía desatados, daba paseos alrededor de la mesa. Miraba al teléfono inquieta y preguntándose porque no le había dicho que tenía compromiso. Tanto pensar en él desde que le viera y, ahora que la invita a comer ¡nada más y nada menos!, se altera.

— Concéntrate. Concéntrate — se decía retorciéndose las manos, atusándose el cabello, repasando su ropa

—¿Crees acaso que te va a llevar al hotel Ritz? A un MacDonald si acaso.

No llegaron a pasar los cinco minutos cuando entró como un ciclón ¿ Por qué todo lo hacía de esa forma? Parecía que le faltaba tiempo para todo, y al contrario, le sobraba a manos llenas, ya que su única ocupación era mirar su agenta y buscar con quién saldría esa noche.

Estaba de espaldas, en uno de esos paseos que daba inquieta  por el despacho desde que supiera que comerían juntos. Él se paró un momento a la entrada observándola, al tiempo que sonreía.

En la cara de ella, no había el más mínimo signo de estar dando saltos de alegría por invitarla a comer. Quizá se hubiera precipitado y no debió hacerlo. Pero lo deseaba. No sabía muy bien por qué, pero así era. Ella se giró y quedaron ambos frente a frente:

— Veo que ya está preparada. Bien pues vayámonos. Ya tengo la mesa reservada.

— Un momento... Un momento. No tan a prisa. ¿Por qué esta invitación? Usted es mi jefe y no es ético comer con usted, como no sea un almuerzo de trabajo

— ¿Quién dice que no lo es? Si me hubiera prestado atención a lo que la pregunté lo tendría más claro. ¿Qué es lo que pensaba? Es mi empleada y debemos guardar las formas, usted que es tan puntillosa con esos temas.

— Perdón... Yo creí que... Bueno pues discúlpeme. Creo que si es algo del trabajo lo podemos gestionar aquí y ahora. Perdón por mi distracción. Es cierto, no le prestaba demasiada atención y no le respondía porque no sabía lo que me había preguntado. Le ruego me disculpe ¿ Qué era lo que me preguntó?

— Olvídelo. Veo que no es factible para lo que pensaba. Entonces ¿Vamos a comer o qué?

— Perdón... Si... De acuerdo

Salieron en silencio. Ella unos pasos más adelante que él. La cedía el paso al traspasar una puerta. Abrió la del coche para que entrara. No hablaban. Ella iba, algunas veces con la cabeza baja. Él imaginaba el mal trago que estaba pasando. Un jefe siempre impone más que respeto: cortedad ante su presencia. Máxime, él que era tan impetuoso, y apenas se conocían. En ese momento no sabía con certeza si la invitación había sido oportuna. Había dicho que era por trabajo, pero en realidad distaba mucho de serlo.

En el fondo no sabía muy bien por qué ese acercamiento hacia ella. No habían tenido casi contacto: sólo un desayuno y... Ni siquiera se había fijado en el color de sus ojos, ni si tenía pretendiente, si estaba casada... Lo sabía y, no lo estaba. Había leído su currículo y en él figuraba como soltera.

Por si tuviera pocas cosas en la cabeza, ahora se imponía ella, su imagen, su sequedad para con él. Aunque probablemente es que le intimidaba su presencia. No lo pretendía, pero siempre provocaba ese efecto la primera vez. Y tenía que reconocer que,  no fue de lo más  acertada.

Conducía él mismo. Era una salida privada. No quería chófer, ni que nadie supiera de ello. No tenía que esconderse, pero era sabedor de la fama que le precedía y... ella era distinta. Además de trabajar para él, era un chica tímida y distinta a todas las féminas con las que  acostumbraba a alternar.

En la puerta de cristal de entrada al restaurante, estaba el nombre del lugar y era super conocido por todas las personas de un poder adquisitivo potente:  Alain Ducasse. Se quedó parada ante ella, con la mirada asombrada y con gesto no muy amable, por cierto. Benjamín, suavemente, puso su mano sobre su espalda, empujándola para que avanzase.

—¿Qué pasa? ¿No la gusta?

— Naturalmente que no. Míreme ¿Cree que vengo vestida para entrar en un lugar como éste?

— Ya lo hago y, créame cosas más extrañas he visto. ¿Qué le pasa a su atuendo? Yo la veo bien... Muy bien

— ¿Se está burlando de mí?

— Ni se me ocurriría. Es usted una chica de genio muy vivo. Me gusta. Me sigue gustando. Venga, entremos ya de una vez. Nos están mirando ¿Desea que vayamos a un MacDonald si se siente más cómoda?

Dió un resoplido marcando en su rostro el desagrado de la elección, pero avanzó unos pasos adelantándose al portero que iba a abrir la puerta. Él sonrió levemente: se había salido con la suya. Para lo que tenía en mente, no sería la primera vez que tuvieran esta misma discusión. Tendrían que acostumbrarse ambos.

Al maître le pidió un reservado lo más alejado posible de las miradas de los demás comensales. A él no le importaba, pero a ella sí. Estaba nerviosa y a disgusto. Esperaba que cuando comenzase a hablar con ella, se le pasara el enfado y al fin tendrían la comida en paz.

 Un aperitivo, no sin antes pedir la conformidad de ella y, mientras elegirían el menú e iría adelantando la propuesta que tenía en mente. Poco a poco, ella se fue relajando. Sus hombros no estaban tan erguidos, tan tensos, y la sonrisa comenzó a hacerse presente. Su sonrisa, le atraía sobremanera. Cada vez que lo hacía, unas lucecitas aparecían en sus ojos, y unos hoyuelos se marcaban ligeramente en sus mejillas.

Para cuando pidieron la comida, estaba totalmente tranquila, posiblemente por los vapores del coctel solicitado como entrante. Se había convertido en otra persona: divertida, ocurrente, sonriente, distendida...

Él la miraba con admiración del cambio experimentado y satisfecho de que, al fin, pudieran conversar como dos amigos y no como empleada y jefe.  Tenía el terreno abonado para que aceptara su proposición. Era un mejor empleo y mejor remunerado, a cambio  debía estar más pendiente de él. Decidió a los postres que ya era hora de explicar el motivo por el que estaban allí. Se jugaba todo a una carta:  aceptaba, o le mandaba a freír espárragos.. Con esto último es con lo que contaba, pero se quedó boquiabierto cuando Evelyn aceptó su nuevo puesto de trabajo.

— De acuerdo acepto, siempre y cuando conozca a la perfección en que consistirá mi tarea, que será única y exclusivamente llevarle la agenda. Francamente, me extraña sobremanera este ofrecimiento. Lo podíamos llevar desde la oficina, sin puestos especiales. Pero bueno, usted es el jefe y usted es el que paga.

— Es necesario. Conoce poco el trabajo que tendremos que desarrollar: en diez días tomaré las riendas. Tendré cenas, comidas, entrevistas, desplazamientos... etcétera. De locos. No. No estoy tan descaminado; ya tendrá la oportunidad de comprobarlo. Frederick tendrá que tomar una sustituta suya. Puedo asegurarle que la va a echar de menos. Se contrarió cuando se lo dije

— ¿Se lo ha dicho? Pero ¡ Si ni siquiera me lo había planteado ! ¿Qué le ha parecido?

— Bien. Le ha parecido bien y me ha dicho que no podía tener mejor ayudante que usted.

— Usted es de los de Juan Palomo

— ¿Quién es ese? 

— ¿No lo sabe? Yo me lo guiso y yo me lo como. Es decir usted lo piensa y...

— Lo he entendido. Lo he entendido.

Tras apurar el café decidieron dar por terminado el almuerzo de trabajo. Tendrían que ponerse manos a la obra desde el día siguiente, para que todo quedase listo para la semana próxima, en que empezaría una nueva trayectoria.

La llevó de regreso a la oficina. Tenía la cabeza revuelta sin poder centrarse en nada. Repasaba mentalmente todo lo acontecido durante esa comida pretendida de trabajo, pero en el fondo pensaba que no lo era. Hacía todo mecánicamente poniendo en orden los papeles. para dejarlo todo al día y que cuando quién  la sustituyera no tuviera problemas ni se interrumpiera el ritmo de la oficina.

Esperó al final de la jornada para hablar con Frederick. Creyó que debía hacerlo, independientemente que el gran jefe hubiera hablado con él. Aún estaría unos días hasta que encontrara  a quien iba a reemplazarla.

Lo que la preocupaba era que, mientras tanto tuviera que atender los dos puestos a la vez. Estaba nerviosa por todo ello, porque iba a desempeñar una labor que desconocía, con alguien que tendría "pegado a su nuca" constantemente y la intimidaba sobremanera.

No terminaba de creer que sería útil para desempeñar ese trabajo y, no lo estaba por la alteración que tenia y de la que era consciente. Nunca la había ocurrido nada igual. Era él quién la tenía nerviosa ¿Por qué ? Pensaba que lo sabía aunque no quería responderse. Le daba miedo lo que en su interior se estaba revelando.

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