sábado, 28 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 8 - Pigmalión

 A la hora exacta, el timbre del portero automático se escuchó. Evelyn se asustó al oírlo, no es porque tuviera miedo, aunque en cierto modo si, pero es que estaba muy nerviosa pensando en el papel que tenía que desempeñar en esa dichosa reunión. Pulsó el botón de la entrada y le vió traspasar la puerta. Por lo poco que podía apreciarse en el visor, venía de esmoquin. Ella, instintivamente se miró el vestido, y alisó con una mano su falda impecable. Estaba preciosa, tal y como había dicho Nadine., aunque ella no se viera así.

Llevaba un vestido azul azafata con escote palabra de honor,  de seda salvaje que se recogía en la cintura formando unos pliegues, que se abrían en la falda. Era de largo medio. Con zapatos negros  de tacón altísimo, con lo cual tenía miedo de dar un traspiés y terminar en el suelo estrepitosamente Se realzaba más el color dorado y rojizo de su cabello. La habían maquillado muy discretamente: "No necesitas muchos arreglos. Tienes un cutis prefecto. Estás muy guapa" — la dijo el estilista, afirmándolo Nadine.



No llevaba más adornos en el escote, tampoco los necesitaba. Tan sólo unos botones de cristal  Swarosky como si fueran zafiros, a modo de pendientes. Los  adoraba. Se los compró con el primer sueldo que ganó cuando entró a trabajar con el señor Sutton.

Rápidamente antes de que él estuviera frente a su puerta, repasó lo que debía llevar: un  pequeño bolso con una polvera  para un retoque. Las llaves de su apartamento , un pañuelo y un diminuto frasquito con el perfume que la habían puesto en el salón de belleza.  Carraspeó, aspiró aire,  irguió  sus hombros y se dispuso a abrir la puerta a su jefe, que la aguardaba.

Cuando le franqueó la entrada, ambos se miraron. Ella rápidamente, él se detuvo más en analizar su silueta y su rostro que denotaba impaciencia. Ninguno dijo nada. Pasados unos instantes, fue ella la que se atrevió a pedirle su aprobación. No quería ni pensar  si acaso le resultase excesivo, o falto de algo, o extremadamente ambicioso. La dio un repaso, indicando  con su dedo índice que girara ante él. Ella cada vez más nerviosa. Al llegar de nuevo al frente, sintió que los nervios se aflojaban.: sonreía altamente satisfecho.

— ¡ Increíble ! La Cenicienta cobra vida. He de felicitar a Nadine, Ha hecho un pleno. Estás francamente preciosa. Creo que voy a tener que pelearme esta noche con alguno que no dejarán de acosarte con la mirada.

— ¡No por Dios! ¿Da su aprobación ?

— ¿Qué si doy mi aprobación? ¿Cómo se te ocurren esas cosas? ¡Naturalmente! Has sobrepasado todas mis expectativas. Mañana llamaré a Nadine para felicitarla. Y ahora vámonos

—¿Me ha tuteado? — se dijo asombrada

La ofreció galantemente su brazo para que ella se apoyase, algo que agradeció sobre manera ya que no tenía ninguna seguridad con esos tacones.

Con la aprobación del jefe, recobró algo su tranquilidad. Nunca imaginó que iría de su brazo, que la abriría la puerta del coche, y que al estar dentro, apretaría suavemente su mano para infundirla seguridad. Pero todo eso había ocurrido, y además había que agregar la profunda mirada que la dedicó al llegar a su casa al encontrarse con ella frente a frente. Y...¡llamarla de tú!

Enseguida llegaron. Los coches esperaban su turno para que el portero se hiciera cargo de ellos. La entrada a ese lugar era un derroche obsceno de lujo que ella nunca había tenido oportunidad de ver tan de cerca. Sólo en algún reportaje de la televisión de la casa real, llegando a alguna fiesta del cumpleaños de la reina o alguno por el estilo.

Estaba viviendo un sueño que nunca imaginó. Mentalmente perdonó las exigencias y las extravagancias de su jefe, que ahora, iba orgulloso portando el brazo de aquella dama que todos miraban y admiraban, al no ser conocida. Las mujeres, sin recato alguno, la buscaban con la mirada. Los hombres a hurtadillas de sus mujeres interiormente admiraban y envidiaban a Benjamín Sutton, el joven lord heredero de una enorme fortuna. Todos pensaban que la dilapidaría en un santiamén, a no ser que su nueva novia frenara sus derroches por todos conocidos.

Todos daban por sentado que la mujer que iba de su brazo, no era una mujer más en su vida, sino la elegida para acompañarle en algo más que a una fiesta. Nunca le habían visto mostrarse tan sonriente dando el brazo a aquella preciosa mujer algo seria, presumiendo de pareja. Sin embargo ella parecía que no le agradaban las miradas  ni los comentarios que, a sus espaldas, presentía murmurasen.

Sabía que se preguntarían:¿Quién será? ¿De donde la ha sacado? ¡ Qué calladito lo tenía! ¿Le veremos al fin sentar la cabeza?

—¿ Por qué tanta preocupación por lo que hacían los demás? —Se preguntaba ella. Se dio cuenta que él sabía lo que pasaría, por eso tenía tanto interés en que fuera impecable. Y lo había conseguido. Sería la comidilla de todos. Pedía mentalmente que no hubieran periodistas de las revistas del corazón, o de los ecos de sociedad. Deseaba ardientemente que esa noche pasara rápidamente, seguir con su vida y, que nadie la identificase como la secretaria de él. La que vestía normalmente con unos vaqueros y una blusa o jersey excesivamente grande y de marca desconocida. Nada que ver con lo que vestía en ese momento. La sacó de sus reflexiones la voz de él y el ligero apretón de la mano que posaba sobre su brazo:

— ¿Estás nerviosa? No lo estés. Lo de esta gente es todo fachada. La mayoría están totalmente arruinados y hartos de sus mujeres. Por eso devoran cualquier novedad que se presente, y hoy, nos ha tocado a nosotros. Estás espectacular — volvió a repetírselo.

Ella se acordaba de la película que vió cuando era muy niña: My fair lady. ¿Sería su Pigmalión? Ella no necesitaba quién la instruyera. Había recibido la educación acorde con su status social,  como el de cualquier mujer trabajadora, sin cargas familiares, independiente y dueña de su vida. No aspiraba a escalar puestos. Por no aspirar ni siquiera pensaba en tener familia algún día. O sea que el personaje de la famosa película, estaba muy, pero que muy, alejada de lo que sería su vida. Sólo debía preocuparse de no perder su trabajo, cubrir sus gastos y tener el suficiente dinero como para hacer un viajecito a cualquier lugar de vacaciones en el verano.

Pero mucho se temía que él, a partir de esa noche,  viviría con el mantra de hacerla cambiar ¿Seguía pensando en dejar ese empleo por su causa? Si se comportara con la amabilidad de esta noche, se lo pensaría. Pero claro, eso se desvanecería al mismo tiempo que la fiesta.

Lo que más temía es que la dejara sola entre tanta gente extraña. Miraba a todos lados, y a veces, parecía como un animalillo asustado buscando una salida. Él se daba cuenta de ello y la sujetaba por el brazo o tomándola de la mano. Quería infundirla seguridad, pero comprendía que era muy difícil desempeñar un papel al que, no sólo no estaba acostumbrada, sino  no conocer a nadie.

Evelyn observo, que con frecuencia, buscaba con la mirada a alguien, recorriendo de vez en cuando el salón. Comprendió que en realidad buscaba a su acompañante de siempre, y pareciera que no estaba. Hasta que al fin, sus ojos se detuvieron en una figura femenina. No podía ser más que ella. Era una mujer deslumbrante, muy bella y pisando seguro el terreno. Sus ojos se encontraron y una sonrisa en ella, y una mirada seria en él que parecía un interrogante.

Ella sobraba en aquella reunión. Se fijó más en el diálogo en silencio que mantenía su jefe con quién fuera. El entrecejo de él permanecía fruncido, a todas luces se notaba que no le había gustado nada  lo que fuera que fuese que le enojaba. Ella en un momento determinado hizo una ligera mueca  que parecía indicar: ¿Qué pasa?

Ellos sabrían lo que se traían entre manos, pero Evelyn sintió que sus cinco minutos de gloria habían terminado. Era una situación violenta. Se notaba claramente, que, a pesar de que la mantuviera de la mano, su cabeza estaba al otro lado del salón y, pronto no sería la única que se diera cuenta.

— Creo que debo irme — dijo en voz baja

— ¿ Por qué ?— respondió él

— He cumplido con mi cometido y no deseo estorbar

— ¿A quién piensas que estorbas?

— A ustedes dos. Todo el mundo se va a dar cuenta de que mantienen un diálogo silencioso. Hasta yo lo he notado.

— ¿Te sientes inferior?

— Es que lo soy. Estoy aquí porque mi jefe lo ha ordenado. Me ha vestido lo mismo que a una princesa y, francamente, estoy haciendo un papelón, máxime ahora que esta muerto de ganas por ir con esa mujer .Estoy incómoda. Es muy dueño de hacer lo que quiera con su vida, pero no debe inmiscuir a otra persona. No es justo ni correcto.

— Esta bien vayámonos

—¡No! No he dicho que me lleve a casa. Puedo tomar un taxi; hasta ahí llego. Disfrute de su noche. Aquí no pinto nada. Es decir, nunca debí dejar que me embaucara en esta absurda representación ¿Por qué lo hizo? ¿Por dar celos a esa mujer?

— He dicho que te llevo a casa. Yo tampoco me estoy divirtiendo.

Pese a que insistió varias veces en que deseaba ir sola, no lo consiguió. Era bastante cabezota cuando se lo proponía.

—Voy a buscar el coche ¿Me esperas o vienes conmigo?

— Mejor voy con usted, si no le importa.

—¿Entiendes por qué digo que son aburridísimas? Es muy pronto. Voy a llevarte a otro lugar. Allí no nos conoce nadie y podremos charlar tranquilamente y tomarnos una copa. Yo tengo sed ¿Y tú?

No sabía qué responder. Todo lo pensaba y lo hacía muy deprisa, sin darla tiempo a rechazar o a aceptar. Lo cierto era que "esa era su noche". Para eso se había gastado en ella un montón de billetes que nunca había visto juntos. Estaba confundida; aquella noche había hecho algo que no era usual en él y la confusión la mareaba: La cogía de la mano fuertemente y la tuteaba. En principio creyó que sería por las apariencias, pero ahora estaban solos y seguía en sus trece. No quería ir más allá. No deseaba analizar todo aquello. Sólo sabía que su corazón latía a unas pulsaciones desacostumbradas.

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