martes, 31 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 9 - Copas a discreción

 Caminaba como una autómata. No sabía si por los zapatos, a los que no acostumbraba a ponerse, o abducida por la voluntad de él .Fue él quién dispuso que era temprano, que tenía ganas de divertirse para sacudirse el aburrimiento de la reunión de, en su mayoría, vejestorios que estaban en ella para criticarle. Fue quién buscó el lugar para seguir charlando ¿De qué? ¡Si apenas la habla!

Seguía con paso firme dando órdenes al portero y entregando las llaves del coche para que lo trajeran hasta la puerta. 

—Es un mandón nato y lo demostraba día a día, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. ¿Qué sería lo que se dijeran ellos dos desde la distancia? Seguro que ella le diría:¿Quién es esa?¿Para que la has traído? ¿Acaso yo no tienes suficiente conmigo?

Y él respondería:

— No digas más estupideces. Es mi secretaria y como tal está aquí

—Pues no me gusta nada ¿Es que ya no te sirvo...?


Ella seguía a lo suyo, sin darse cuenta que, como un autómata, inconscientemente, seguía las órdenes que la iba dando. La abrió la puerta del copiloto, y ella se sentó sin poner objeciones y sin darse cuenta.

—Ponte el cinturón— la ordenó tajante al tiempo que arrancaba el motor y, al darse cuenta de que ella miraba al frente sin siquiera percatarse de dónde estaba, la dijo:

—¿Qué demonios te ocurre? ¿Te apetecía seguir en esa fiesta? A mi no. No me gustaban nada las miradas que algunos te dirigían. Conozco bien a este tipo de personajes y te devoraban con los ojos. Y ahora ponte el cinturón de una vez. Baja de donde quiera que estés y vayámonos de una puñetera vez de este lugar.

Y siguió obedeciendo a las palabras de él. Quizá fuera porque su cerebro lo registraba, pero era incapaz de conectar con el resto del cuerpo.

No sabía el tiempo transcurrido hasta llegar al lugar que él había elegido para seguir la noche. No estaba cómoda. Nunca estaba cómoda en su presencia. Es poco hablador, al menos con ella, porque en la fiesta bien que hablaba con todo el que se le acercaba. Y allí estaba ella, como un pasmarote, a unos pasos de distancia de donde, en un corrillo, charlaba animado con aquellos que se le acercaban y en alfabeto "morse" con la rubia de turno. 

Se preguntaba por qué no  invitó  a esa mujer con la que al parecer  tenía bastante confianza. Y esas muecas que hacía ¿a quién se referían ? ¿a ella? No tenía el más mínimo interés por alargar la velada, pero no dejaba de hablar, no sabía de qué. Observaba que últimamente, cada vez que hablaba con él no se enteraba de nada. Aunque le preguntara lo que fuese, ella se evadía a otras esferas. Y claro, luego pasaba que salía discutiendo por no haber puesto atención a lo que la decía. Y no era porque no prestara atención, pero pronunciaba alguna frase, alguna palabra que a ella la conducía  lejos de donde estaban. Y esa falta de atención es lo que originaba después el desacuerdo entre ellos.

No habían nacido para estar juntos. Lo tenía claro, ni en el trabajo, ni en otro estado, por mucho que esta noche se comportara de forma diferente.

Paró el coche frente a una afamada discoteca  de la que ni siquiera  había escuchado su nombre. En rótulos luminosos se anunciaba en la portada y el nombre le causó gracia. Se rió, y probablemente fuera la primera risa de todo el día.

— ¿Egg? ¿A quién se le ocurriría ese nombre?— dijo riéndose por lo original del rótulo

— No lo sé. La verdad es que vengo con frecuencia y nunca me he parado a pensarlo. Venga entremos. Espero podamos divertirnos. Has estado muy dispersa durante toda la noche ¿Te encuentras bien?

— Si. ¡ Claro ! ¿ Por que iba a sentirme mal?

— Pues no lo sé. A veces tengo la impresión de que viajas a no se sabe donde, pero lejos de aquí. Cada vez que te formulo alguna pregunta, siempre estás absorta en saber qué cosas o en quién. Por cierto ¿Tienes novio? ¿Te estoy incomodando?

— Claro que no. No tengo novio y ni  siquiera a la vista. Así que quédese tranquilo por ese menester.

— ¿ Y por cuál he de preocuparme?

— Pues no sé. Ignoro los problemas que tenga en su vida. Quizás la mujer bellísima con quién intercambió algunos gestos en la fiesta

— ¿Se ha notado?

— ¡Naturalmente! ¡Como para no darse cuenta!

— Pues no me gusta nada. No es nadie para mi y sabía que no debía acudir a la fiesta

—¿Era ella la que debía acompañarle? ¿Era por mi presencia la discusión? Si ese ha sido el motivo, me hubiera quedado muy a gusto en mi casa. Puede creerme.

—¿En serio crees eso? Si no hubiera querido que estuvieras no habrías estado.  Llevamos el suficiente tiempo trabajando juntos como para que me conozcas un poco mejor

— Creo que ni en mil años terminaría de conocerle. Le agradezco los gastos invertidos en mi para la fiesta, pero créame eran innecesarios. En definitiva ¿para qué he ido?

— Se la quedó mirando al tiempo que un camarero les conducía hasta su mesa. Al llegar , Evelyn analizó por un instante el local y a primera vista era de su agrado. A pesar del nombre tan chistoso que tenía, era refinado y no había mucho alboroto como sucedía en las demás discotecas. ¿ La habría llevado allí para sacarla a bailar?

— Quería estar contigo, por si no te has dado cuenta aún.

Al escuchar esas palabras, ella giró rápidamente la cabeza olvidando su inspección. Se le quedó mirando, y parpadeaba nerviosa. ¿Había escuchado bien?¿ Serían figuraciones suyas? Pero en la expresión de su rostro no cabía lugar a dudas. La mirada estaba fija en su cara, quizá esperando una respuesta. ¿Qué exactamente le había dicho?¿Qué quería de ella? No quería pararse a pensarlo. No podía ni imaginar que se burlase de ella. No lo resistiría. Se miraban uno al otro, muy serios. Él avanzó hacia ella y depositó un beso en su mejilla, al tiempo que con su brazo la acercaba más a él, apretando su cintura.

Ella creyó desmayarse. ¡Tanto tiempo deseándolo! ¡Tanto tiempo en sus fantasías y, ahora que lo tenía allí delante, presionando su cintura y aspirando el perfume varonil de él, la pareció absurdo y totalmente mentira! No era una mujer de mundo como las que acostumbra  tener al retortero. Era una simple asistente de él, ni más ni menos. ¿Quería seducirla? En la mesa que ocupaban había dos copas y una botella de champán en una hielera, envuelta la botella en una servilleta blanquísima. Sendas copas tenían  el líquido con tonalidades suavemente rosadas. Las burbujas subían a través del cristal y ella estaba como magnetizada. La cabeza le daba vueltas ante esa situación que no terminaba de creerse. Ella era una chica corriente, sin nada bello y especial. ¿Por qué se comportaba de esta forma? ¿Qué quería de ella? No lo sabía ni la importaba. Tomó su copa y la apuró de una vez.

— Tranquila, tranquila. Tenemos más en la botella. ¿Qué te ocurre?

— Quiero más — es lo único que atinó a decir.

Tomó su mano y la apretó ligeramente, mientras sonreía de medio lado, tan característico en él. No entendía nada, y necesitaba ver las cosas muy claras, antes de que el champán terminara de nublar sus sentidos. ¿Quería que se le nublaran? Si. Con todas sus fuerzas. No deseaba nada más en el mundo. Lo deseaba y lo temía, a un mismo tiempo. Nada había deseado más que a ese hombre, ese hombre que tenía delante, que la hiciera pecar en un sombrío romance. Había tal erotismo en su forma de mirarla que no sabía muy bien distinguir si fuera deseo o necesidad de hombre frustrado al haber perdido su noche. 

¿Acaso ella estaba allí para ser segundona? ¿ Por qué entonces la miraba de esa forma tan extraña, y tan especial al mismo tiempo? Su mirada la abrasaba. Esperaba alguna palabra de ella, pero no salían de su garganta. Creía intuir algo, pero necesitaba escucharlo de su boca. Necesitaba saber lo que deseaba de ella y, aunque estuviera en lo cierto de lo que requería, necesitaba que, al menos por una vez, la dijera eso que esperaba desde hacía tiempo y que sus labios no pronunciaban: "te quiero".

¿Sería ella la que amara y él, recibiera ese sentimiento? Había escuchado a una mujer mayor, divorciada por cierto, que, en una pareja, uno siempre da, el otro recibe y se deja querer. Era eso lo que la ocurría. Si acaso él la propusiera ir a un hotel ¿aceptaría?  Pidió que la sirviera otra copa

— Despacio nena. Ya llevas tres. No quiero llevarte a casa en brazos.

Pues, ella en cambio, es lo que más deseaba. Sentirse amada y deseada por ese hombre que le había robado el corazón, sin dejarla vivir tranquila desde que le conociera.

— Yo si. Es lo que más deseo — dijo con una lengua pegada al paladar que a duras penas podía articular

— No estás hablando en serio. No eres tú misma. No la jovencita, algo estrafalaria, que se aburre soberanamente de mi y de mi entorno. No bebas más o terminaremos la noche ...No tientes a la suerte

— ¿Qué pasaría si la tiento? ¿Eh? ¿No soy lo suficientemente bella para ti? Dime. Necesito saberlo

— No digas nada. Mañana te vas a arrepentir. Lo bueno es que no lo recordarás . Y si, eres más bella de lo que pudiera desear. Y sí, te deseo a tí tanto como tú a mi. Pero no estoy seguro de lo que estás insinuando. No estás bien, y mañana me culparías de todo lo ocurrido

— Quiero culparte de todo. Porque en realidad eres culpable. Me has cogido del brazo, de la mano, de la cintura, Me has tuteado y no has dejado de mirarme en toda la noche ¿Es mentira? ¿Por qué lo haces?

— Tu también me estás tuteando. En serio no bebas más. Voy a llevarte a casa

Ella se echó a reír, con esa inconsciencia de quién no está acostumbrada a hacer excesos etílicos, pero hablando con sinceridad tal y como hacemos cada vez que perdemos el control. Llamó al camarero para pedir agua y un vaso grande.

— Bebe. Todo el vaso

— No tengo sed

— No importa, bebe. Lo necesitas. De lo contrario no se cumplirán tus deseos... ni los míos.  Contigo así no. Ni hablar.

La hizo beber dos vasos grandes de agua y pidió a una camarera  que la acompañara al servicio. Necesitaría vaciar su vejiga de forma inmediata. Y después según se encontrara, ya vería. Había planificado esa 6noche de una forma muy distinta a como se estaba desarrollando. La llevaría a su casa, la acostaría y se quedaría de guardia por si acaso necesitaba que llamase a alguien. No era la noche perfecta, pero la cuidaría. Es lo que más deseaba desde que la vio por primera vez, aunque aquella noche la diera un susto de muerte.

Tenía que tener fuerza de voluntad. Deseaba a esa mujer, pero la deseaba consciente participando lo mismo que él, y no estaba en condiciones para ello. 

Ella apenas se podía mantener despierta. Irían a su casa. Allí había espacio suficiente para que cada uno de ellos pudiera descansar en una habitación, sin peligro de murmuraciones al día siguiente  por el servicio.

La dio un café cargado que no se pudo tomar, ya que mientras lo preparaba, ella se quedó dormida en el sofá. ¿ Qué hacer? ¿Trasladarla a un dormitorio? ¿Desvestirla? Mejor sería acomodarla allí mismo. Taparla con una manta y, en todo caso aflojar los broches del vestido para que la sangre circulara por su cintura. La descalzó y estiro sus piernas. Después la tapó y dejó una lámpara encendida para que se orientara en donde estaba, si acaso se despertara.

Besó su frente y se detuvo durante unos instantes en observar su rostro. Pese a estar medio borracha, era de belleza sublime, de esas bellezas que reflejan en su rostro la del interior que poseen. Ella se rebulló y se puso boca arriba. Suspiró brevemente, y siguió durmiendo. 

Escribió una nota que puso debajo de un platito, y en él unas pastillas contra el dolor de cabeza que seguro tendría en cuanto despertara. Antes de cerrar la puerta, se detuvo en el dintel para mirarla por última vez en aquel día tan extraño, que comenzó raramente y terminó más extraño aún.

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